Sturzenegger y Macri, destruyendo al mercado

Por Alejandro A. Tagliavini. Publicado el 23/4/18 en: https://alejandrotagliavini.com/2018/04/23/sturzenegger-y-macri-destruyendo-al-mercado/

 

Es falso que esta suba de tarifas sea inflacionaria y ni siquiera que aumente el IPC. Las prestadoras están subsidiadas por el Estado, de modo que, los ciudadanos -vía impuestos- pagan los subsidios, pero, además, hay que sumar los sueldos de los intermediarios estatales. Así, eliminados los subsidios, aumentada la tarifa, al mercado debería quedarle más dinero en el bolsillo, bajando el IPC que, si hoy aumenta, es porque el Estado no solo no devuelve los impuestos, sino que -al subir la tarifa- aumenta la recaudación ya que las boletas tienen un componente tributario (IVA; Ingresos Brutos, etc.) de un 37%, según el Iaraf.

Dice el macrismo que “los servicios tienen un costo y hay que pagarlo” demostrando que no entienden al mercado que no se mueve por costos sino por ganancias. Las tarifas -en un mercado libre y competitivo- nunca son determinadas por los costos sino por la oferta y demanda que así regula el uso eficiente de los recursos sociales.

Hoy las prestadoras no son empresas libres y competitivas sino monopolios, oligopolios, y algunas estatales. Así, las tarifas propuestas por la oposición y el gobierno -demasiado altas o bajas, no sabremos mientras el mercado no rija- nada tienen que ver con la tarifa justa, eficiente, es solo una discusión política a espaldas del mercado.

Como recuerda Javier Milei, antes de la creación del BCRA en 1935, la base monetaria crecía a una tasa anual promedio de 6,1%, y la inflación era de 3,4%. Durante los primeros 10 años del BCRA, cuando era mixto, la emisión monetaria pasó a crecer al 13,6% anual, promedio, mientras que la inflación trepó al 6%. Desde 1946, la estatización total del BCRA, hasta 1991 la cantidad de dinero creció a un promedio del 176% anual, y los precios al 225%.

Dejando claro que la inflación es la emisión exagerada de moneda -respecto de la demanda del mercado- en tiempo real. Así, quitar dinero circulante una vez emitido no detiene a la inflación producida. Pero Sturzenegger, dijo estar dispuesto a subir la tasa de interés, insistiendo en una política fracasada. Con tasas altas tipo país africano, la inflación en 2018 superó a la de 2017 y la “núcleo”, promedio mensual, viene subiendo de 1,70% en los últimos 12 meses a 2,07% en el último trimestre.

Queda en evidencia que las altas tasas, lejos de bajar la inflación son inflacionarias porque disminuyen la demanda de dinero en tiempo real aumentando el spread con la oferta. La demanda de M1 cayó 1,0% interanual en términos reales en marzo 2018 según el BCRA.

Además, las tasas artificialmente altas -no establecidas naturalmente por el mercado- retrasan el crédito, ergo, la productividad y así disminuye aún más la demanda de dinero. Y todavía más. El problema de fondo es que el gasto estatal no se solventa con recursos genuinos -aquellos voluntariamente aportados por el mercado como por la venta de propiedades estatales- sino con recursos coactivamente obtenidos como impuestos, inflación y endeudamiento exagerado presionando a otro aumento de las tasas.

Los gastos corrientes son el 93% del gasto de la administración nacional. De acuerdo con un reporte de la Universidad de Belgrano, de este gasto corriente, el 49,5% va a la Administración Central que destina el 32% al pago de intereses de la deuda que sumaron $ 224.907 M en 2017, 71% más que en 2016. En 2016 y 2017, la deuda pública nacional interna y externa, en pesos y moneda extranjera, subió en US$ 80.269 M, un crecimiento de 22%.

Ahora, con este aumento -en 2016 y 2017- de deuda que llega al 15% del PIB la economía creció solo 0,6% en total. Aunque la industria cayó 2,6%, en el bienio con respecto a 2015, y el comercio creció apenas 0,1% y entre ambos representan un tercio del PIB. Por cierto, el PIB per cápita está 0,9% por debajo de 2015. La apertura de las importaciones complicó a los industriales dado que es difícil competir con el exterior dada la presión fiscal (impuestos, inflación, créditos inaccesibles, etc).

Incluso la construcción, apalancada desde el gobierno, en estos dos años bajó 2% y aunque el oficialismo muestra que últimamente ha despegado fuertemente, esto tiene olor a burbuja. De hecho, los créditos UVA podrían estallar. Según un informe del CEPA, por ejemplo, a quién tomó un crédito de US$ 100.000, luego de abonar 24 cuotas, la deuda se le ha incrementado en más $ 620 mil (52%) cuando bajo el sistema de crédito tradicional habría caído unos $ 5.200.

Como colofón, y contra caso, mostrando que el manejo de las tasas por parte del Estado acarrea problemas, dadas las bajas tasas de los Bancos centrales de los países desarrollados, la deuda global asciende a US$ 164 B (billones), según datos de 2016. El 225% del PIB mundial, 12% del PIB más endeudado que en el anterior máximo en 2009. Una bomba de tiempo dado el aumento de tasas que viene.

 

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Ex Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.

Libre mercado, pobreza y trabajo

Por Gabriel Boragina. Publicado el 9/5/15 en: http://www.accionhumana.com/2015/05/libre-mercado-pobreza-y-trabajo.html

 

La economía de mercado libre no existe, porque los gobiernos la impiden. Por eso hay pobreza precisamente. Si el mercado no es libre implica que el pobre no es libre de salir de su pobreza, ni siquiera de intentarlo. Un mercado intervenido por el gobierno condena al necesitado a continuar en su condición miserable. “Libre” significa tener la posibilidad de progresar, de trabajar, ganar dinero, poder ahorrarlo e invertirlo. Millones de personas hoy en día no poseen esa oportunidad, entonces ¿cómo poder decir que “tenemos” o “vivimos” en un mercado “libre”? La misma existencia de gente en estado de indigencia nos da la pauta de la ausencia de un mercado libre. Sin embargo, podemos observar que en aquellos países donde los mercados son más libres, la pobreza es mucho menor. Porque “libre” implica libertad de trabajar, de ganar dinero y de conservar lo ganado. Si en algún sitio esta potencialidad no existe, no hay allí libre mercado en absoluto.
Pero ¿qué es realmente el mercado? El mercado somos todos. Por eso todos lo controlamos. El gobierno no lo controla. Lo interfiere y obstaculiza (que es cosa bien diferente). Se llama mercado a la interacción de millones de personas que diariamente realizan acuerdos (contratos) mediante los cuales intercambian derechos de propiedad sobre bienes o servicios. En esos intercambios controlamos que lo que recibimos sea lo que verdaderamente necesitamos más, y que lo que damos sea lo que realmente precisamos menos. Es decir, que pagamos ni más ni menos lo que llamamos un precio justo. La otra parte hace el mismo control, entrega lo que valora menos por algo que valora más. No hace falta que un tercero -que no nos conoce- venga a «controlar» la operación, y menos aún que interfiera sobre ella. Este control lo hacen todas y cada una de las personas que participan en el mercado. El gobierno no puede hacer ningún control de este tipo, porque no puede valorar en lugar de las partes que participan en la transacción. Sólo puede estorbarla, haciendo que una de las partes pierda frente a la otra. En cambio, si el mercado es libre, ambas partes ganan, porque controlan que así sea justamente. Lo único que hay que controlar es que ambos contratantes reciban lo esperado de cada uno, y este control sólo puede estar a cargo de ellos, porque nadie mejor que ellos saben qué es lo que necesitan y qué fue lo que motivó que decidieran intercambiar entre uno y otro con exclusión de cualquier tercero. De la misma manera que nosotros controlamos nuestros gastos diarios. No necesitamos que ningún burócrata lo haga por nosotros.
También hay que tener en cuenta que en los países comúnmente llamados «desarrollados» existen oligopolios y monopolios que, normalmente, son creados y administrados por los gobiernos en su mayoría, siendo el monopolio más grande de todos, el propio gobierno. Pero esto, como es notorio, no es defecto exclusivo de los países llamados “desarrollados” (habría que ver -además- qué implica concretamente esta última expresión). Monopolios y oligopolios aparecen y son frecuentes en economías intervenidas y proteccionistas, tendiendo a desaparecer a medida que la economía se va abriendo. Las famosas leyes antimonopolio -paradójicamente- son, junto con otras, las que crean y mantienen en el tiempo estas verdaderas concentraciones de capital.
La interferencia del gobierno en el mercado de trabajo es lo que produce el desempleo creciente, ya que las leyes laborales rompen el equilibrio natural que existe entre la oferta y demanda de mano de obra en el mercado y, gracias al cual, la tendencia al pleno empleo es una constante. El efecto de las leyes laborales (también llamadas “sociales” denominación redundante y paradójica, como si hubiera leyes que no fueran “sociales” ya que todas las leyes tienen razón de ser en (y para) un contexto social) es elevar los costos del trabajo por encima de su nivel de productividad. Como consecuencia de este fenómeno, suben los salarios nominales al tiempo que bajan los salarios reales y el resultado de todo este proceso es el desempleo. Las leyes laborales eliminan de la competencia a los actuales y potenciales empleadores, reduciendo el mercado laboral, que más se achica cuanto más la ley laboral eleva los costos de contratación, todo lo cual termina expulsando mano de obra hacia el paro o desempleo.
Se ha dicho que en materia económica “el Estado debe actuar”. Pero se olvida -o se desconoce directamente- que no actúa ni puede actuar. Sólo los individuos actúan, no las hipostasis. Esto -en los hechos- significa que los que actúan son las personas que están a cargo del gobierno, que no necesariamente lo harán bien como con frecuencia se supone, dado que los gobernantes son tan humanos como cualquiera de nosotros, ergo son falibles y yerran a menudo, por lo que no existe ninguna razón que determine que la decisión de un burócrata va a ser superior o mejor siquiera a la de cualesquiera que no ocupe cargos en la burocracia.
También se pretende que sean los gobiernos los que determinen los «mejores» mercados y sociedades. Tampoco esto es posible, porque los mejores mercados y sociedades son determinados por las personas y no por los «estados» por lo dicho en el párrafo anterior. Ningún gobierno goza de la omnisciencia que de ordinario la mayoría de la gente presume que posee. El mercado es un proceso espontáneo, que surge en las sociedades libres. Los gobiernos sólo pueden reducir y obstruir este proceso, nunca pueden «mejorarlo», sólo pueden perjudicarlo.
Se cree que si el gobierno no interviene, el mercado libre caerá en manos de poderosos ricos. Pero como dijimos al comenzar, hoy por hoy, no hay mercado libre, porque el «libre» mercado ya está en manos de los poderosos ricos. Ellos son los gobiernos y gobernantes. Es «libre» sólo para los gobiernos, no para el común de la gente. El gobierno reduce la libertad del mercado al ámbito de los funcionarios, burócratas y algunos mal llamados “empresarios” que ofician -en realidad- como verdaderos barones feudales, operando al abrigo del proteccionismo que les brindan precisamente esos mismos burócratas y funcionarios estatales.

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

El gobierno y los monopolios

Por Gabriel Boragina. Publicado el 2/5/15 en http://www.accionhumana.com/2015/05/el-gobierno-y-los-monopolios.html
Existe la idea generalizada de que el gobierno debe combatir los monopolios y oligopolios, y casi todos los políticos en sus discursos no sólo coinciden con este pensamiento mayoritario, sino que dedican buena parte de ellos a prometer a su electorado la más completa erradicación de tales «concentraciones económicas». En muchos casos, cuando efectivamente llegan al poder, promueven legislación contra monopolios y oligopolios. No obstante, no es difícil observar que unos y otros existen a pesar de tales declamaciones y leyes antimonopolios en la mayoría de los países del mundo.
La realidad es que, ya sea por ignorancia o mala fe, tales declaraciones son irrealizables. En este tema, parece ser mas por el segundo de los motivos que por el primero. En efecto, a los gobiernos les convienen los monopolios y oligopolios, ora estatales o privados por las siguientes razones:
En primer lugar, no tenemos que perder de vista que el monopolio/oligopolio más grande que existe en cualquier parte del mundo está conformado por los mismos gobiernos. Es a esto a lo que llamamos sintéticamente el monopolio político en nuestras exposiciones. Si consideramos a las tres ramas clásicas de los gobiernos modernos (ejecutiva, legislativa y judicial) podemos en esta cuestión hablar de un oligopolio constituido por tres poderes, cada uno de los cuales detenta un monopolio particular: uno de crear las leyes (legislativo) otro de ejecutarlas (ejecutivo) y el otro de hacerlas cumplir (judicial). En esta última condición, el gobierno sería un verdadero oligopolio político.
Ahora bien ¿por qué hemos dicho que a los gobiernos les favorece la existencia de mono-oligopolios (por llamarlos de alguna manera resumida)?. Por la sencilla razón de que al gobierno le resulta mucho más simple controlar a pocos que a muchos. Si el monopolio es privado, es más fácil cobrarle impuestos y las alícuotas pueden ser más altas incluso. Con lo que los ingresos del gobierno serán mucho mayores. Máxime teniendo en cuenta que el monopolio podrá cobrar precios mucho más altos que los del mercado. Esta es la razón por la cual los gobiernos fomentan los monopolios privados, y lo hacen de variadas maneras, por ejemplo otorgándole licencias, concesiones, subsidios, exenciones fiscales, o directamente dictando una ley confiriéndole un monopolio o exclusividad a la empresa de Juan o la empresa de Pedro, o a ambas en forma conjunta o separada (oligopolio). En una palabra, cerrando el mercado en favor de tal o cual empresa o grupo de ellas.
Otro mecanismo similar son las leyes anti monopólicas, cuyo efecto es justamente el contrario al que su nombre parece indicar. Antes de seguir, hay que distinguir entre dos clases o tipos de monopolios, los naturales y los artificiales como los clasifican autores como Alberto Benegas Lynch (h). El natural, es el que puede aparecer o no en un mercado libre, mientras que el artificial es el que siempre surge en los mercados intervenidos gubernamentalmente. El natural se llama así, porque es aquel que resulta de la elección libre, voluntaria y espontánea de una masa de consumidores que, con sus compras, prefieren a un productor determinado por sobre todos sus demás competidores. Otros autores -como Leonard Read- han llamado a este tipo de monopolios un monopolio bueno.
La antítesis de este monopolio bueno o natural, es el malo o artificial que, en rigor, se trata de la gran mayoría de los monopolio que conocemos, tanto a nivel local como internacional. En este caso, los consumidores se ven obligados ycoercidos antinaturalmente a tener que comprar en ellos, ya sea porque el gobierno ha prohibido absolutamente la competencia en ese rubro, o bien le ha otorgado al monopolista, alguno de (o todos) los privilegios legales que hemos enumerado arriba. Este es el tipo de monopolio que más beneficia a los gobiernos, y por eso son los más frecuentes y los más vistos.
Los naturales son escasos y raros, porque para brotar necesitan un contexto de mercado libre y competitivo que no existe casi en ninguna parte del mundo. Y cuando emergen -si el mercado es medianamente libre- tienen corta duración, porque la competencia potencial, el factor competitivo permanente, la elasticidad de la demanda, la ley de los rendimientos decrecientes y la ley de precios tienden a limitarlos muchísimo naturalmente. Estas barreras contra los monopolios favorecen la dinámica del mercado, pero perjudican a los monopolistas del poder, es decir a los gobiernos.
Es por eso que, aquellos cinco límites naturales que el mercado libre le opone a los monopolios naturales, no operan contra los monopolios que crean, promueven, protegen o amparan los gobiernos: los monopolios artificiales. Estos no tienen límite alguno, en virtud precisamente de las prebendas gubernamentales en función de las cuales han sido implantados y maniobran en el mercado. Y ello, como decimos, está en los intereses del propio gobierno que sea así, porque contribuye al engrosamiento de sus arcas. Tales monopolios trabajan como verdaderas agencias o apéndices de los gobiernos, por lo que obviamente estos nunca van a tener un verdadero interés en su reducción, y menos aun en su supresión, excepto por causas de enfrentamiento -ya sea de tipo personal o político- entre sus directores y la burocracia política, en la que -desde luego- el mercado no tiene nada que ver, ni juega en absoluto ningún papel de relevancia, ni siquiera secundario. De darse este último supuesto, lo que normalmente hacen los gobiernos es quitarle el monopolio al «empresario» (o «empresarios») al que antes se lo había otorgado, y transferírselo a otros «empresarios» más leales, más afines o mas genuflexos al poder de turno que los anteriores. En ninguna circunstancia, a los gobiernos les conviene suprimir o reducir a los monopolios. Por lo tal que, resulta falso el mito por el cual el vulgo cree que los monopolios pueden constituir algún tipo de «amenaza» para los gobiernos, ya que de ningún modo es así.
Si el monopolio es estatal, para el gobierno la situación es muchísimo mejor. Porque, en este escenario, el control de los recursos del monopolio estatal es completamente absoluto. Todos los ingresos del monopolio van directamente a la arcas del gobierno.
Todo lo dicho es aplicable de igual modo a los oligopolios.
Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Liberalismo, «mano invisible» y mercados «imperfectos»

Por Gabriel Boragina. Publicado el 18/4/15 en: http://www.accionhumana.com/2015/04/liberalismo-mano-invisible-y-mercados.html

 

Muchos antiliberales siguen pensando que el liberalismo cree como existente la famosa “mano invisible” de Adam Smith. Ignoran que el liberalismo no cree en la existencia de la famosa “mano invisible”, que no fue más que una metáfora del profesor escocés (quizás no expresada de manera afortunada) de cómo las personas persiguiendo sus propios intereses mejoran la condición de sus semejantes sin proponérselo siquiera, e inclusive, aun en contra de dicha intención. Pero la metáfora de la “mano invisible” fue sólo eso: una metáfora. La “mano invisible” no fue ni es una mano «real» sólo que no visible. Sin embargo, en 1871 en Viena nace la Escuela Austriaca de Economía con Carl Menger a la cabeza, que explica un liberalismo SIN “mano invisible” o, mejor expresado, donde la “mano invisible” se vuelve visible, materializándose en la acción de millones de personas, como lo ha explicado Ludwig von Mises. Es el liberalismo del que hablo.

Esos mismos antiliberales están tan confundidos, que hasta llegan a afirmar que esa fantasmal “mano invisible” impone desocupación a través del establecimiento de salarios mínimos.

Los salarios mínimos son de factura de los gobiernos, no de los mercados. El mercado genera salarios de mercado. No salarios mínimos. Estos siempre son obra de políticos, no de los mercados. Y mientras los salarios mínimos políticos generan desempleo, los salarios de mercado crean empleo. En suma, la única manera de construir empleo es a través de la libertad salarial, que es de donde surgen los salarios de mercado.

Es verdad que no existe un liberalismo «puro». ¡Ese es precisamente el problema! Y justamente por ausencia de un liberalismo puro es que tenemos las crisis económicas. También es cierto cuando afirman que conseguir un liberalismo puro es muy difícil, por no decir imposible. Pero desde el momento en que sabemos que si tuviéramos un liberalismo puro las crisis desaparecerían por completo, nuestros esfuerzos deberían concentrarse en tratar de conseguir la mayor aproximación posible hacia un liberalismo puro. La tendencia debería ser -en este caso- tratar de orientar todas nuestras energías en obtener el liberalismo más puro posible, aun cuando seamos conscientes que siempre van estar operando las fuerzas antiliberales, que harán que el objetivo de un liberalismo puro sea bastante difícil de lograr. Nuevamente, y como en otros casos, tomar conciencia de lo difícil o imposible que sería llegar a un liberalismo puro debería ser un aliciente para aproximarnos lo máximo posible a él, y no elegir el camino contrario, el del antiliberalismo.

En cuanto a que los mercados son “imperfectos”, no conozco a nadie que lo niegue, pero a este respecto son aplicables las mismas consideraciones que hemos hecho en el punto anterior en relación al liberalismo puro. Los mercados no van a ser “más perfectos” porque el gobierno los regule y controle, salvo que se piense que los gobiernos son «perfectos» cosa en la que yo en modo alguno creo. La experiencia histórica y cotidiana se han encargado de probar que los gobiernos son mucho más imperfectos que los mercados ¿cómo se espera que un enteimperfecto como es un gobierno pueda hacer “más perfectos” a los mercados, o fuera el mismo gobierno «más perfecto» que el mercado? Lo imperfecto no hace perfecto a nada ni a nadie. Sería un contrasentido afirmar lo contrario. Es imposible tal cosa.

Pero, simultáneamente, pensar o sugerir que los gobiernos puedan ser o actuar de manera “más perfecta” que los mercados es, además de empírica y teóricamente falso, un argumento antidemocrático. Presumamos que en un país tenemos los partidos políticos A, B, C, y D. Sigamos conjeturando que en el gobierno está -al momento- el partido B, que se cree “más perfecto” que el mercado (ya sea que se imagine a si mismo de esa manera, o así los supongan sus adeptos). Bajo esta hipótesis, ese partido no debería abandonar nunca el poder, porque no puede admitirse que los demás partidos también se consideraren “más perfectos” que el mercado. Si ya habría uno que «lo sería», y -para «mejor»- ya está en la cima del poder ¿por qué cambiarlo? Y si a los mercados se los reputan tan “malos” o tan “imperfectos”, el trillado estribillo antiliberal que los gobiernos son “más perfectos” (o, lo que es lo mismo, “menos imperfectos”) que los mercados sería suficiente para justificar cualquier tiranía. Ya que si el gobierno cambiara de partido en el poder, se correría el “riesgo” de que accediera al Ejecutivo algún otro partido “menos perfecto” que el mercado y que B, con el consiguiente “peligro” de que -en este caso- el mercado empiece a hacer todas las “maldades” que los antiliberales le atribuyen continuamente.

Ya hace tiempo que sostengo que las crisis económicas las originan los gobiernos, no el mercado, ni el capitalismo. Se han dado muchísimas pruebas de ello, pero entre las más importantes recordemos que el sistema económico capitalista no está vigente en el mundo de nuestros días desde hace varias décadas. En su lugar, el sistema económico mundial es el estatista, no el capitalista. Esto es muy fácil de comprobar. Si el sistema fuera capitalista, todas las firmas y empresas del mundo serian privadas, no reguladas ni restringidas por ningún tipo de legislación, todo el mundo pagaría impuestos mínimos, no existiría desempleo, el producto bruto interno no pararía de crecer, los bienes y servicios serían más abundantes, mientras los precios bajarían, los salarios aumentarían, etc. Este sería el escenario más parecido a un mundo capitalista. Sin embargo, todos sabemos que esto no es lo que está sucediendo en el mundo de nuestros días. Más bien ocurre todo lo contrario.

Los antiliberales usan como sinónimos las palabras “liberalismo” y “neoliberalismo”. Pero en realidad, ambas palabras no significan lo mismo. Esto se revela cuando se le pide al antiliberal que describa lo que según él es el “neoliberalismo”. Entonces, citan como ejemplo países con monopolios, oligopolios, impuestos altos, salarios bajos, desempleo, elevado gasto público, inflación, etc. No obstante, todas estas cosas no son fruto del liberalismo, sino de su contrario del antiliberalismo. Y es –curiosamente- al antiliberalismo al que se le llama “neoliberalismo”, con lo cual la confusión que tienen los antiliberales es mayor todavía, porque no se reconocen como culpables de las políticas que propician, ni de los resultados que ellas producen, que no son más que los nombrados antes en parte.

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Estado, empleo y empresas

Por Gabriel Boragina. Publicado el 11/4/15 en: http://www.accionhumana.com/2015/04/estado-empleo-y-empresas.html

 

Sigue sorprendiéndome la ingenuidad (o mala fe quizás, no sé bien) de la gente que cree que el gobierno no intervine en la economía y no únicamente en la economía, sino en la vida de todos nosotros. Sólo desde el desconocimiento de la gran cantidad de regulaciones que existen, distribuidas todas entre leyes, decretos, resoluciones, etc. que implican múltiples controles de todo tipo, pueden afirmarlo.
Estos mismos ingenuos «creen» que el gobierno puede «generar» empleo, cuando lo único que pueden hacer los gobiernos es crear puestos de trabajo en el sector estatal a costa del sector privado.
La “generación” implica la creación de algo nuevo. Algo que antes no existía. En este sentido de la palabra «generación», el gobierno nunca “genera” nada.
Pero si se quiere seguir usando la palabra “generar” hay que decir que todo lo que el gobierno “genera” de un lado lo des-genera del lado opuesto.
Los recursos con los cuales el gobierno paga los salarios de sus “empleados públicos” provienen de dos fuentes principales: impuestos o inflación (en suma, ambos son la misma cosa, por cuanto ocasionan los mismos desastrosos efectos económicos). Pero parece «creerse» que los sueldos que el estado-nación paga a sus “empleados” proceden generosamente del bolsillo de los burócratas y gobernantes, cuando los bolsillos desde los cuales se los expolia son los de los contribuyentes, a su vez los mismos trabajadores, tanto del sector estatal como del privado. Es decir, lo que se «les da» por un lado se les quita por el otro.
Con lo que advertimos que los gobiernos no “generan” nunca nada. Lo máximo que hacen es sacarlo de un lugar y ponerlo en el opuesto. O dicho en forma más simple: «le cobro 100 a Pedro en impuestos con los cual le pago 100 de salario el empleado estatal Juan». Esto no es “generación” de empleo, es -simplemente- un “pasamanos”, en el que se castiga económicamente a unos para darles a otros. Ergo, el estado-nación nunca “generó” ni puede “generar” empleo ni cosa productiva alguna.
Otros piden que el gobierno “apoye decididamente empresas y que forme un marco jurídico” para ello. Seguramente estarán pensando en sus propias empresas. Alguien debería avisarles que el estado-nación hace tiempo que apoya empresas en detrimento de otras (no podría económicamente ser diferente) y que es uno de los principales problemas económicos mundiales. Aseveran, asimismo, que “Si no hubiera Estado no tendríamos trabajo, ni seguridad, ni educación ni nada”. ¡Como si antes de que los gobiernos surgieran nadie trabajara, ni hubiera seguridad, ni existiera la educación, ni existiera nada! Para esta clase de sujetos, el gobierno inventó todo, hasta quizás la vida individual misma, como pretendía Hegel.
Y luego de pedir «el apoyo de empresas» por parte de los gobiernos, se quejan de que en las últimas décadas el estado-nación “favoreció empresas en desmedro de otras”. De lo que en realidad se deben estar lamentando, es de que aquellas empresas favorecidas no hayan sido las suyas, donde ellos trabajaban o trabajan actualmente. Piden que el gobierno “favorezca decididamente” la formación armónica de empresas (dentro de las cuales –nuevamente- deben contar con la de ellos) y agregan “sin que haya oligopolios como los hay ahora en zonas donde no es necesario”. Cabría preguntarles a estos sujetos ¿dónde creen «necesario» que el “estado” forme oligopolios? Mi respuesta a estas personas es que los gobiernos siempre inevitablemente conforman oligopolios, monopolios, cartels, etc. y que en todos los casos ellos son innecesarios. Pero estos señores que así vociferan, lo que en realidad deben deplorar es que el gobierno no les haya dado en el pasado ni les otorgue en el presente un oligopolio, o mejor aún, un monopolio a ellos mismos y a sus empresas. Y seguramente, es desde ahí de donde viene esa queja. No piden libertad empresarial. No demandan libre competencia. No exigen mercados libres. Reclaman que el estado-gobierno los socorra a ellos y no a los demás empresarios. Y que si hay oligopolios, quieren que sean los “necesarios”. Nuevamente, los “necesarios” han de ser los que los incluyan a ellos dentro del oligopolio.
Añaden que “No es cuestión de ser de izquierda ni de derecha. Pensar en esos términos –dicen- es anacrónico. Hay que ser pragmático”. Pero resulta que los «pragmáticos» siempre terminan siendo dominados, o por la izquierda o por la derecha, y concluyen proponiendo lo mismo que una, otra, o peor, ambas. Encima, son tan ilusos y pueriles que se creen «ajenos» e «inmunes» a toda influencia ideológica. Cuando uno escucha sus «recetas» resulta ser que no son otra cosa que una mala combinación de las de izquierda con derecha. Se creen muy «originales» y listo, asunto «solucionado». Su «pragmatismo» (cuando es sincero y no fingido) es pura ingenuidad. En suma, terminan recomendado siempre recetas de izquierda, de derecha, o de centro, sólo que sin llamarlas así, y a veces sin reconocerlas siquiera como provenientes de un lado o del otro. Serán «pragmáticos» según ellos, pero son bastante poco originales.
Siguen con el juego de palabras cuando afirman que “El problema radica cuando uno se ata a un idea tercamente, en contra de toda razonabilidad económica y circunstancias”. Seguramente que entenderán por “razonabilidad económica” lo que solamente ellos piensan. Y se contradicen cuando creen que la “razonabilidad económica” no es una idea. Expresan ideas contra las ideas, y a esto le llaman «pragmatismo». No pueden ser más patéticos y contradictorios. Carecen de toda seriedad.
Y sentencian: “Tenemos que entender que TODOS tenemos derecho a la abundancia y que es necesario equilibrar las cosas, pero hacia un lado u otro”. Es extraño que llamen «equilibrio» a eso. Y quieren tener un “derecho a la abundancia”, es decir a que el gobierno los haga ricos a ellos (no a los oligopolios “innecesarios”). Así es muy fácil. Ellos solucionan su problema económico y pasan por “buenos” y “decentes” declamando en nombre de todos (“tenemos que…”). Si se trata de ingenuos, que sigan esperando que el gobierno “nos haga ricos y abundantes a todos”. Esperarán una eternidad por ello. El gobierno sólo puede enriquecer a unos pocos. Y ellos esperan estar primeros entre los elegidos.
Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Inflación: puja distributiva o emisión monetaria

Por Martín Krause. Publicado el 22/4714 en http://bazar.ufm.edu/inflacion-puja-distributiva-o-emision-monetaria/

 

Un alumno hizo referencia a un artículo publicado en Página12 sobre la inflación aunque su interés era debatir sobre el grado de concentración y competencia en distintos mercados.

“A diferencia de los planteos de la ortodoxia, las causas de los aumentos de precios derivan de una intensa puja distributiva que se viene agudizando desde el 2007, y que a esta altura se ha asentado en expectativas inflacionarias que superan el 20 por ciento. Pero lo cierto es que esta puja, esencialmente marcada por la disputa capital-trabajo, se juega en distintas canchas o escenarios de la política, la economía y la cultura.”

“Se trata de una puja por definir tarifas, salarios, precios de las cadenas productivas y precios de consumo en general, que se manifiesta en distintos contextos, algunos más sensibles a la política económica, otros casi inalcanzables por ella.”

Inflación

El planteo de que la inflación es causada por una puja distributiva deja algunas cosas sin contestar. Por ejemplo:

  1. Colombia tuvo en 2013 una inflación anual de 1,94%. Esto es menos que la inflación en Argentina o Venezuela en un solo mes. ¿Es que allí no hay “puja distributiva”? y, si no la hay, ¿qué es lo que la ha calmado?
  2. Ecuador, con una economía dolarizada tuvo una inflación anual de 2,70%, con políticas económicas no iguales, pero con cierta similitud a las argentinas.
  3. Perú tuvo una inflación anual de 2,86% y Chile del 3%
  4. Venezuela tuvo una inflación del 56,20% (la circulación monetaria creció 69,2% en 2013)  y Argentina del 28,38%.

Luego comenta cada una de esas “canchas” donde se disputan los precios, y como resultado de lo cual los precios crecen. Entre otros, está la existencia de oligopolios. El artículo da a entender que existen sectores concentrados con la capacidad de fijar precios más altos. Al respecto comenta:

“Si se observa la incidencia de la concentración en la formación de precios, entre 2001 y 2010 los precios de las industrias oligopólicas (ramas altamente concentradas) se incrementaron un 7,6 por ciento por encima del promedio sectorial, mientras que los precios de las ramas medianamente concentradas y las ramas escasamente concentradas retrocedieron un 10 por ciento respecto de la media fabril. Por ello, el proceso de suba de precios fue conducido por las firmas integrantes de las ramas altamente concentradas.”

Pero nótese que “todos” los precios subieron, aunque más los de las industrias concentradas. ¿Por qué todos subieron? ¿Por qué también subieron los de sectores no concentrados donde no hay poder de mercado?

Hagamos un ejercicio imaginario al revés: ¿qué pasaría con esa puja distributiva si no creciera la emisión de dinero? Pues si los sectores concentrados tienen poder para subir sus precios, y siendo que una cantidad fija de moneda y no se ha emitido más, los precios de los sectores no concentrados deberían “caer”, ya que no tendrían ventas porque hemos gastado más en los productos de los sectores monopólicos.

Y respecto a los sectores concentrados, una forma sencilla de reducir o eliminar su poder sería abriendo las importaciones, con lo que la cantidad de oferentes se multiplicaría, pero eso es precisamente lo contrario que suelen hacer quienes creen que la inflación es fruto de la puja distributiva y, en definitiva, sancionan y favorecen el poder de los sectores concentrados.

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).