UNA DOLOROSA REFLEXIÓN: LOS ABUSOS POR PARTE DE SACERDOTES CATÓLICOS

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 28/3/10 en: https://gzanotti.blogspot.com/2010/03/una-dolorosa-reflexion-los-abusos-por.html

 

Siempre he estado acostumbrado a defender a la Iglesia. Lo más fácil consiste en las apologías doctrinales: los ataques a las creencias básicas de la Fe. Ello se hace con alegría y calma, sabiendo que la comprensión de la Fe es un milagro, y que nadie la obtiene de su propia naturaleza sino de la Gracia de Dios.

Más difícil, por supuesto, es defender a la Iglesia de los errores prácticos y-o intelectuales de muchos de sus miembros, que no afectan a la Fe ni a la Iglesia en tanto Iglesia (cuerpo místico de Cristo) pero que desdibujan totalmente su imagen ante creyentes y no creyentes y llegan a encarnarse institucionalmente de un modo tal que exige mucha fe su distinción.

Pero esta última cuestión, los abusos sexuales a niños y adolescentes cometidos por sacerdotes, es un grado de dificultad, de cruz, que sencillamente, al principio, nos deja mudos y perplejos. No porque afecte a la Fe y a la Iglesia en tanto Iglesia, que sigue y seguirá incólume como cuerpo místico de Cristo, ante la cual las puertas del infierno no prevalecerán (indefectibilidad de la Iglesia). Pero sí por el dolor profundísimo, agudo, inenarrable, casi imposible de expresar, que todo esto causa a cualquiera que tenga Fe y ame a la Iglesia en tanto Iglesia.

Por supuesto que puede ser que parte de esto esté inflado por los que desprecian a la Iglesia, por supuesto que todo esto es aprovechado por quienes odian con toda su alma a Benedicto XVI, dentro y fuera de la Iglesia. Por supuesto, también, que los que perpetran los abusos deben enfrentar el rigor de la justicia civil y del derecho canónico, más allá del sacramento de la confesión y del tratamiento psicológico que puedan tener después, y por supuesto que deben ser impedidos para siempre del ejercicio del ministerio sacerdotal. Por supuesto… Muchas cosas. Pero la cuestión que yo quisiera humildemente reflexionar es: ¿por qué?

No creemos que la cuestión pase por el celibato sacerdotal de la Iglesia de rito latino, los abusos se registran también en personas sexualmente activas. El abusador es un perverso, pero no en el sentido despectivo del término, sino en un sentido técnico freudiano: es alguien que no ha podido desarrollar las etapas de la sexualidad en cuanto a la elección de objeto, ha quedado fijado en las primeras etapas de la sexualidad infantil, cuando el objeto es más indiferenciado, y no ha podido incorporar la “ley del padre” y los “no” correspondientes que la cultura va imponiendo a la sexualidad del sujeto. Obviamente, el transcurrir de las etapas de la sexualidad, la elección del objeto sexual en el adulto del otro sexo y la incorporación de le ley del padre, con el desarrollo correspondiente del super yo, no se hace sin precio. El precio es precisamente el conjunto de diversas neurosis que producen diversos conflictos o síntomas. Pero como vimos, la perversión es algo más delicado. Cabe aclarar que para Freud, hay perversiones que para gran parte de la cultural actual no lo son. Pero esa es otra cuestión: interesante, pero nos saca de tema.

Una conclusión interesante de todo esto es que, si seguimos a Freud en todo esto, el desarrollo de una sexualidad heterosexual adulta es un proceso muy delicado, y puede haber constantemente fijaciones o regresiones a etapas anteriores y, si no la hay, diversas neurosis con las que podríamos convivir mejor si hiciéramos de ellas el correspondiente análisis. Me atrevo a decir que rara vez una de las mejores formas de reconversión de la energía sexual, la sublimación, se puede dar con relativo éxito (no se si es esa la palabra adecuada).

Si los católicos estudiaran más a Freud en estos temas, más que criticarlo todo el tiempo por sus obvias incompatibilidades filosóficas con la Fe, serían más conscientes de que la vida de templanza que la Fe nos pide, por amor a Dios, es más difícil de lo que se supone. Hay aún mucha negación de conflictos, y un desproporcionado fideísmo en la sola gracia de Dios dejando de lado que en estos temas, igual que en los temas médicos, la confianza en la Gracia curativa y sanadora de Dios no excluye el tratamiento natural que la ciencia, con su falibilidad, dicte en cada momento. Lo que quiero decir es: la vida de la Gracia en todo católico –soltero, casado, sacerdote, religioso- no excluye, sino que incluye, un psicoanálisis preventivo, para prevenirnos, precisamente, de que nuestra vida de Fe no esté tapando la negación de un conflicto grave que puede llevar a muchas dificultades, esto es, diversas neurosis que luego producen ese creyente sin alegría, “tapado por un conflicto que quiere tapar”.

Si esto debería ser así en todo católico, ¿cuánto más en quienes aspiran al ministerio sacerdotal? Pero entonces preguntemos: ¿es generalizada la costumbre de realizar psico-diagnósticos y tratamientos psicológicos preventivos (o no) a quienes van a tener tan altísima responsabilidad ante la Iglesia y el mundo?

¿Si? ¿Seguro que sí? ¿Se hace habitualmente en los ambientes católicos y en todos y cada uno de los seminarios, como norma elemental, como casi rutina en la formación sacerdotal?

Creo que vemos a dónde estoy apuntando. No es cuestión de negar los valores del celibato y-o de la virtud de la castidad que todo soltero o casado debe vivir, sino de tomar mayor conciencia de la necesidad de la psicoterapia, y, sobre todo, de utilizar los elementos técnicos del psicoanálisis freudiano, tan criticado por su pan-sexualismo (tema a debatir), debate casi inútil que esconde una obviedad que la misma antropología de Santo Tomás nos dice: somos seres sexuados. La sexo-afectividad inunda sanamente nuestra vida humana, y por ende, si queremos vivir la virtud de la castidad, debemos cuidar nuestro psiquismo y vigilar la evolución de sus etapas. Que la gracia de Dios es indispensable para ello, es obvio, pero creo que igualmente obvio es que si tengo una laringitis voy al médico, confiando al mismo tiempo en la virtud sanadora incluso física que tiene la Gracia de Dios. Causa primera y causa segunda. Naturaleza y Gracia, sin contraposición. Santo Tomás marca un modo, un estilo, más que fórmulas muertas en un viejo manual.

Espero que esta sea una de las conclusiones de esta grave crisis. Claro que ella es aprovechada por los que odian a la Iglesia y en particular a este papa, a este sencillo profesor de teología que dice siempre lo que piensa y entiende menos de política que su antecesor. Pero la crisis es interna y es real. Urgen medidas internas severas y curativas, pero también urgen medidas preventivas, y ellas están en un diálogo con la psicoterapia psicoanalítica que hasta ahora no parece emerger en el común del pensamiento y acción de los católicos.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

JORDAN PETERSON Y SU INCREÍBLE LUCHA POR LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 6/5/18 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2018/05/jordan-peterson-y-si-increible-lucha.html

 

Es sencillamente increíble, y a la vez sintomática del horror que estamos viviendo, la lucha de Jordan Peterson para que se respete el derecho de cada uno a hablar como le parezca.

Mi única diferencia con él es que la cuestión no es tanto que la libertad de expresión implica que el otro pueda sentirse ofendido, sino más bien por qué el otro tiene que sentirse ofendido ante mi propio uso del lenguaje.

Las diferentes concepciones del mundo, que en una sociedad libre deben ser libremente debatidas, no deberían herir los sentimientos de nadie, excepto neurosis muy profundas. Si yo soy católico y tú eres protestante, ¿te vas a sentir ofendido? Si te digo que no estoy de acuerdo con tal o cual tesis de Lutero, ¿por qué tienes que sentirte ofendido? Ahora, si insulto a Lutero, es otra cosa. Moralmente no debo, aunque difícilmente sea un caso judiciable.

Me dirán: lo que se discute no es eso. ¿No? Como dije en la entrada anterior, la libertad religiosa en serio conlleva el derecho a vivir y expresarse según metafísicas, mitos y filosofías realmente diferentes de otras. La libertad religiosa, de expresión, de enseñanza, no son para tonterías. Valen precisamente para lo importante, para aquellas cosas que realmente nos importan, y en esas cosas importantes está la tentación del Caín totalitario de casi todos: para esas cosas, llamamos al estado.

Porque lo que Jordan Peterson dice NO es que las personas no puedan usar los pronombres que quieran. Lo que él está criticando (y advirtiendo) es que los gobiernos dicten leyes que impongan por la fuerza el uso de dichos pronombres. Increíble. En una época donde cualquiera reclama su derecho a cambiar de sexo, esa misma persona llama al estado para que te prohíba a ti llamarlo con el pronombre anterior. Podrá estar mal, puede ser que sea “nice” o “proper manners” llamarlo con el pronombre que él quiera, pero tú no puedes prohibirle a él que cambie de sexo y él no puede prohibirte a ti que uses los pronombres habitualesESO es una sociedad libre.

La pretensión de que el estado controle los juegos de lenguaje devela la raíz totalitaria de los que así piensan. Porque cuando el estado puede controlar el lenguaje, puede controlar la cultura y el pensamiento. El mundo hace lenguaje y el lenguaje hace mundo, esa es una de las enseñanzas más profundas de Wittgenstein pasada por la fenomenología. Justamente, las libertades individuales tienen entre muchas funciones la de impedir la racionalización de los mundos de la vida, esto es, que haya mundos de vida espontáneos más allá de la razón instrumental impuesta por el estado iluminista. Sí, en todo lo que digo está la Escuela de Frankfurt (denostada por muchos liberales que no la entienden) pasada por Hayek y Feyerabend.

Los leninistas, los estalinistas, los maoístas, etc., no tenían problema en asesinar generaciones enteras para imponer su visión del mundo. Ahora es más sutil. Lo que quieren los del lobby LGBT es que el estado imponga su juego de lenguaje, para cambiar el pensamiento de todos sin tener que asesinarlos. No sé si decirles gracias o que prefiero a Stalin. Porque, además, si ellos pudieran asesinar a Jordan Peterson, o a Benedicto XVI, lo harían, no tengo ninguna duda. No lo hacen porque no es favorable a la difusión de su totalitarismo.

Jordan Peterson, yo, y muchos más vamos a seguir hablando como se nos canta. Si otros se sienten ofendidos, problema de ellos. Y problema nuestro cuando logren ponernos presos. No están lejos. Como dije, la libertad individual, hoy, no existe. Sólo resiste.

 

Hasta la próxima resistencia.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

LAS MANOS DE ROMANO (Sobre algunos enternecedores personajes de E.R. II: hoy, Robert Romano).

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 30/7/17 en:  http://gzanotti.blogspot.com.ar/2017/07/las-manos-de-romano-sobre-algunos.html

 

Muchos de los lectores que hayan visto E.R. no encontrarán a Robert Romano “enternecedor”. Es que a mí, como a Woody Allen, me llegan al corazón los neuróticos entre graves y limítrofes. Algunos son muy simpáticos y se hacen querer, como el Woody de “Hannah y sus hermanas”, otros, en cambio, son gritones y malhumorados, como este caso, pero también me llegan al corazón. Porque en el fondo lo que preocupa es su enorme sufrimiento.

Robert Romano es uno de los mejores cirujanos –junto con Peter Benton- de E.R. Es prácticamente infalible. No duda, no se equivoca; cuando sus manos entran al quirófano, son más o menos lo mismo que las de Marta Argerich cuando toca Chopin. Si un paciente se le muere, es porque estaba muerto. Si no, él lo revive.

“Pero” –esta vez los guionistas se permitieron cierto arquetipo no realista y muy simbólico, y en lo simbólico está el realismo- Romano es aparentemente “malo”. Mandón, autoritario, malhumorado, agresivo, es el terror de los residentes y los médicos jóvenes de E.R. Está solo. No tiene familia. Está SIEMPRE en el hospital. No necesita reemplazos, no tiene que ocuparse de nada extra. Es la presencia constante, la infalibilidad en el quirófano, el maltrato a los demás, y sus peleas con la jefa del servicio, Kerry Weaver, la única que le hace frente desde una actitud tal vez parecida.

“De repente” Romano se enamora de una excelente cirujana británica, Elizabeth Corday. Elizabeth declina con la cordialidad que puede las invitaciones a salir de Romano. Evidentemente su amor no es correspondido. Lizzy –como le dice Romano- no se enamora de él pero se enternece y comienza a verlo de otro modo. Los dos se entienden de otro modo. Con Lizzy, Romano no es autoritario. Es amigo, compañero, hasta sabio si es necesario. ¿Por qué? ¿Casualidad? ¿Por qué la ama? ¿O porque, en cierto modo, es amado?

Los guionistas no tienen problema en agregar este amor no correspondido a la gravedad de la neurosis de Romano, que siguen pintando de vez en cuando casi siempre de manera tragicómica.

Pero, en determinado momento, aumentan el nivel de tragedia del personaje a niveles muy simbólicos, muy arquetípicos, cosa que no se permiten con los demás personajes, más polifacéticos.

Romano está esperando un paciente en la terraza del hospital y una de las hélices del helicóptero le corta un brazo.

De algún modo se lo reinsertan, sí, pero obviamente no puede operar más. Tratan de ubicarlo como médico de guardia de E.R., pero él no puede hacer eso y su nivel de in-soportabilidad con los demás crece a niveles tragicómicos todo el tiempo. Se ha quedado sin sus manos. Se ha quedado sin él.

Con la única que puede hablar su total pérdida es con Lizzy, que es la única que a su vez trata de ayudarlo.

Con Lizzy, como dijimos, es sabio. En determinado momento Lizzy no puede aceptar el cáncer de su esposo, el gran Dr. Green. Romano le pregunta:

–   Is he your husband?

–  Yes.

– Do you love him?

–  Yes.

Y listo. La mira, lo mira, y Lizzy vuelve con su esposo a ayudarlo a enfrentar su muerte.

¿Cómo termina todo esto? ¿Se va un día Romano del hospital, con el despido afectuoso de sus compañeros? No, ya no podía ser eso, dentro de la coherencia del relato. Los guionistas, inmisericordemente, lo hacen morir de una manera encarnizadamente tragicómica. Un día Romano está en el patio interno del hospital. Un helicóptero tiene un accidente en la terraza. Y se le cae encima y lo aplasta. Sí, así. Un helicóptero lo terminan de matar, como un insecto gigante que no había terminado de picarlo bien. Interesante conjeturar qué desplazaron con su inconsciente los guionistas en ese símbolo: un insecto volador gigante y grotesco, contra, a su vez, su aparentemente grotesco Robert Romano.

Pero lo que ahora queremos destacar es: Romano, al quedarse sin sus brazos, sin sus manos, se queda sin él.

Las manos son un símbolo importante. No son una prótesis, no son una droga, nuestras manos somos nosotros. Nuestras manos son el hacer de nuestro ser. Cuando más o menos hemos meditado sobre nuestro ser, podemos llegar a discernir nuestras manos de nuestro ser, no como algo separado, sino como la extensión activa del ser interior, que, más que actuar, es.

Pero cuando importantes conflictos no tratados anulan la reflexión de nuestro ser, nuestro ser se ve, se traslada, sólo a las manos que actúan. Y allí, sólo en esas manos “haciendo”, nos encontramos “siendo”.

Pero si entonces nos quedamos sin nuestras manos, ya no somos. Morimos.

Ese es el drama de la no-reflexión sobre el sentido de la vida, que traslada a la vocación auténtica el único refugio. La vocación es la extensión del ser, pero no el refugio del ser que no se ve.

La cirugía, para Romano, no era un escapismo. No era una adicción como las drogas, el alcohol, el juego o la sexualidad sin amor. Era su vocación auténtica. Pero sus conflictos interiores le impidieron meditar sobre su propio ser, y al perder la acción de su profesión, se perdió a sí mismo. Es más: se podría conjeturar que lo que le hizo perder su acción –operar- lo afectó tanto que creció y creció hasta convertirse en ese helicóptero que no sólo le corta un brazo sino que lo aplasta, porque él ya estaba muerto cuando se quedó sin su quirófano. Sólo una terapia MUY bien llevada le hubiera hecho re-descubrir que él seguía siendo él, intentando re-conducir su vocación por otros caminos alternativos que siempre están, porque cuando el ser interior se ve, se manifiesta como sea, pero se manifiesta.

A su velorio no va nadie. La única que está es Lizzy. Sólo pasan dos médicos que toman algo de la comida y se van.

 

Sí: era invisible, porque él había sido siempre invisible, excepto para los dos ojos que, a su modo, lo amaron y lo descubrieron.

 

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

LA FUNCIÓN TERAPÉUTICA DE LA FILOSOFÍA, OTRA VEZ.

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 1/6/14 en:  http://gzanotti.blogspot.com.ar/2014/06/la-funcion-terapeutica-de-la-filosofia.html 

 

Ponencia presentada en el V Jornada de Stress y Ansiedad, ICAAP y Universidad de Palermo, 30-10-09.

 

  1. La legítima autonomía de la psicoterapia respecto de la filosofía.

A pesar de los avances de las diversas psicoterapias en combinación con los avances en el tema de los neurotransmisores, cada tanto surgen reacciones, más o menos fundadas, contra el abuso de la medicación o los enfoques exclusivamente psicoterapéuticos de problemas humanos ante los cuales la filosofía reclama su carta de ciudadanía originaria. Es comprensible que ello suceda, pero conduce sin embargo a un enfrentamiento sin salida. Es obvio que la filosofía en tanto filosofía no tiene margen de acción directa ante situaciones psicóticas que demandan mucha especialización y práctica para dar con el psicofármaco adecuado, como tampoco tiene un margen de acción directa frente a diversas neurosis de angustia, ansiedad, fóbicas, etc.

Pero, a su vez, se podría decir que ciertos paradigmas culturales actuales han dejado casi muda a la filosofía, sin una voz legítima que pueda ayudar indirectamente a dichas cuestiones. Temas como la naturaleza del ser humano, el libre albedrío, la racionalidad, la inteligencia, la voluntad, etc., temas tradicionalmente filosóficos, han sido absorbidos por las neurociencias y-o relegados a metafísicas sin fundamento alguno en el debate racional. Si el filósofo ocupaba antes el papel de un psicólogo cuando trataba ciertos temas, ahora el psicólogo ocupa el papel del filósofo y una indebida lucha de roles parece ser inevitable. Trataremos en esta ponencia de ubicar a la filosofía en un lugar propio que la haga acompañante, y no competitiva, de la psicoterapia.

 

  1. La angustia existencial en Frankl.

En la conocida logoterapia de V. Frankl encontramos un buen ejemplo de intersección entre filosofía y psicología. Como es sabido, Frankl concentra su atención en la neurosis noógena[1], una angustia profunda fruto de la pérdida del sentido de la existencia. La psicoterapia de Frankl consiste en proponer una sana tensión de las fuerzas psíquicas cuando estas se orientan hacia la búsqueda del sentido de la vida, siendo ello mismo curativo. Pero esto tiene un obvio aspecto filosófico de fondo. El tema del sentido de la vida humana es un tema típicamente filosófico, que tuvo un momento importante en la reacción existencialista de fines del s. XIX y principios del XX, en autores como Unamuno y Kierkegaard, que fundamentalmente reaccionaban contra Hegel y el positivismo. Lamentablemente dichos autores, al reaccionar contra ese tipo de racionalismo, dejaron la noción misma de “razón” y la contrapusieron con la “vida”, lo cual no hizo más que retroalimentar la separación entre filosofía y vida[2]. Pero para nosotros, la razón tiene mucho que decir, precisamente, sobre los temas vitales más profundos: el sentido de la vida, la pregunta por el sentido de la existencia, la muerte, el dolor, el sufrimiento, la comunicación con el otro en tanto otro, la comprensión del otro, el amor al otro; la trascendencia de la vida humana en temas como Dios, la vocación interior, la libertad.

Todos esos temas implican dolencias no específicamente psicológicas, esto es, un nivel de angustia existencial no encuadrada en lo que habitualmente son las neurosis y psicosis clásicas. Muchas veces las personas acuden al psicólogo, y en medio de habituales neurosis se encuentran también, o de fondo, esos temas, que demandan a la filosofía como co-adyudante.

 

  1. La analogía entre la etiología de la neurosis en Freud y la angustia por la falta de sentido.

Pero por eso mismo, las críticas de Frankl a Freud fueron excesivas[3]. Comprendemos que haya querido distanciarse de Freud en ciertos temas filosóficos, pero, sin embargo, el esquema básico de la etiología de las neurosis en Freud puede ser útil para el tema del re-descubrimiento del sentido de la existencia. Para ello, repasemos esa etiología[4]:

 

Fig 1:

Como ya sabemos, según el gran autor vienés, la pulsión, que se manifiesta en los primeros años de vida, recibe una represión, que está a cargo del preconsciente. Si esa represión no juega su papel, instaurada por la ley paterna, el sujeto queda psicótico o perverso. Si, en cambio, la ley de padre y la cultura van conformando el psiquismo del sujeto, esa pulsión encuentra un camino paralelo, una satisfacción sustitutiva en forma de neurosis, cuyo origen último queda inconsciente para el sujeto. La terapia consiste, precisamente, en un delicado proceso por medio del cual, transferencia mediante, el sujeto, por asociación libre, puede ir haciendo movimientos internos por medio de los cuales puede llegar a hacer medianamente consciente el origen de su conflicto, luego de una implicación subjetiva en el proceso. Eso es, luego de superar el “no querer saber” del goce de la neurosis, en cuyo caso el sujeto de algún modo “quiere saber” el origen de su dolencia y va llegando a ello por medio de un proceso mayéutico implicado en el análisis.

Pero, curiosamente, hay algo parecido en la búsqueda del sentido de la vida. Veamos la figura 2:

 

 

Lo que queremos decir con este esquema es lo siguiente. Todos los seres humanos, de un modo o de otro, se preguntan por el sentido de su existencia. Esto es, qué sentido tiene nuestra existencia, cuando descubrimos nuestra radical contingencia. Por qué somos, cuando podríamos no haber sido. Esta pregunta nos enfrenta con la situación límite inevitable: la muerte. Por ello, esta búsqueda de sentido es “reprimida” de algún modo con diversos escapismos que mantienen a la búsqueda de sentido en un período de latencia de duración impredecible. Los escapismos son dis-tracciones que nos ponen fuera del centro más íntimo de nuestro propio yo. El “yo” es tomado aquí en sentido no freudiano, esto es, como la esencia última de cada individuo[5], cuyo des-cubrimiento es siempre progresivo y puede llevar toda una vida. Esos escapismos pueden ser “haceres” relativamente inocentes (el mismo trabajo sirve muchas veces de escapismo) o destructivos (las adicciones) pero el caso es que mantienen al yo “fuera de sí”, “fuera de su centro” (existencia inauténtica[6]): sabemos relativamente qué actividades hacer pero no quiénes somos; tenemos una inteligencia calculante que planifica pero no damos paso a una inteligencia contemplativa que quiera volver hacia el mundo interior.

En ese período de latencia, el sujeto puede encontrarse indefinidamente, hasta que se encuentra con “situaciones límite”[7], situaciones en general relacionadas con la muerte, el dolor, o un nacimiento, que lo conectan con lo más profundo de esas preguntas existenciales que habían quedado “inconscientes”. Allí es donde el diálogo filosófico ocupa un rol terapéutico análogo al psicoanálisis. La persona puede tener un primer esbozo de diálogo consigo mismo, ayudado por las preguntas mayéuticas de la filosofía o del filósofo, esto es, un primer momento de “transferencia positiva”, hasta que quiera volver a escaparse de esas preguntas básicas, por el dolor que implica el encuentro consigo mismo y el goce del escapismo como “beneficio secundario de la enfermedad”. Pero si persiste, entrará en una fase de madurez interior, donde él mismo se comenzará a hacer esas preguntas y tratará de encontrar sus propias respuestas, y por ello hablamos de una “implicación subjetiva” en el momento de hacer consciente el inconsciente espiritual que estaba en latencia debido a los escapismos.

 

  1. El diálogo filosófico como terapia y la implicación subjetiva.

Pero entonces, si el diálogo filosófico puede implicar un hacer consciente al la búsqueda de sentido, que estaba en período de latencia, ¿cómo lo hace específicamente? La pregunta es pertinente: la filosofía ha perdido el contacto con la vida y la psicología porque se presenta como una actividad académica más, una actividad donde el sujeto supone que la filosofía la va a “proporcionar información” sin que su vida se vea implicada en el proceso. En realidad no hay en ningún ámbito de lo humano una “información” tal[8], pero menos en el caso de la filosofía.

Para explicar cómo la filosofía y el filósofo, con un diálogo mayéutico, puede ayudar a hacer consciente la búsqueda de sentido, analicemos los siguientes pasos:

a)      el “habla” de alumno/paciente.

El “alumno/paciente” (a/p desde ahora) debe expresar libremente su inquietud sobre alguno de los temas nombrados (el sentido de la vida, la pregunta por el sentido de la existencia, la muerte, el dolor, el sufrimiento, la comunicación con el otro en tanto otro, la comprensión del otro, el amor al otro; la trascendencia de la vida humana en temas como Dios, la vocación interior, la libertad). El filósofo/terapeuta (f/t) debe dejar explayarse al a/p libremente, utilizando lo más que pueda la transferencia positiva (en sentido freudiano) que pueda haber en el vínculo docente/terapéutico.

b)      El habla del f/t. Este es un momento delicadísimo. Habitualmente el a/p está acostumbrado a recibir el discurso del filósofo a nivel ilusoriamente informativo, y no se implica subjetivamente, esto es, no cree que su vida pueda llegar a ser transformada por ese diálogo. Entonces el f/t debe decir su opinión aclarando expresamente que es su opinión, nombrando autores si es necesario, pero sin dejar en ningún momento de hacer ver al a/p que el f/t está hablando de manera tal que está generando un diálogo y esperando respuesta. Es todo el delicado tema del lenguaje dialógico[9].

c)      Inicio de la implicación subjetiva del a/p: el f/t debe terminar su intervención con una pregunta clave: ¿qué opina usted? ¿Qué le sugiere todo esto? Si el a/p responde, como es de esperar, que el “no sabe” como para dar una opinión[10], el f/t le aclarará que lo esencial en este caso se trata de hacerasociaciones libres. Que se sienta totalmente libre como para expresar qué le sugerían las palabras del f/t, aunque todo sea incoherente, o le parezca incorrecto, o un sin-sentido, etc.

d)     En ese caso el f/t debe estar entrenado en la escucha tal cual Gadamer habla de ella[11]. Esto es, no un conjunto de respuestas preparadas, no un discurso que se quiera decir independientemente de lo que diga el a/p, sino un ubicarse en el carril del discurso del otro, un comprender al otro en tanto otro, una razón comunicativa y no instrumental[12]. El f/t utilizará las respuestas del a/p como trampolín para decir alguna otra cosa de contenido filosófico que tenga que ver con esas palabras, pero siempre en el nivel del discurso del otro y tratando de generar preguntas en el otro. Es un arte, requiere entrenamiento, pero lo que estoy diciendo es que la filosofía como tal está preparada para esa búsqueda, o de lo contrario deja de ser humanamente filosofía para convertirse en un CD de información.

e)      Este esquema (habla del a/p —- habla del f/t con lenguaje dialógico — asociación libre e implicación subjetiva del a/p — escucha del f/t —) se repite indefinidamente el tiempo que sea necesario, hasta que el a/p va descubriendo lentamente las preguntas que lo comunican con lo más profundo de su vida interior. Puede ser que no des-cubra el sentido de su vida pero sí descubrirá la importancia y el sentido de la pregunta por el sentido, con lo cual su vida quedará de por sí orientada hacia la búsqueda que en algún momento, en un tiempo interior impredecible, dará sus frutos.

 

  1. Conclusión: la necesidad de un enfoque inter-disciplinario.

La naturaleza humana es tan compleja, tan rica y profunda en los motivos de su evolución psíquica y sus respectivas dolencias, que siempre algo escapa a la terapia. Es perfectamente posible que el mejor tratamiento psico-farmacológico y la mejor psicoterapia se queden sin ver angustias existenciales como las descriptas, de igual modo que al filósofo terapeuta se le pueden escapar las neurosis típicas que pueden afectar también a quien ha alcanzado cierta madurez existencial. Es más, la vida entera de cada persona es un conjunto mezclado de logros y fracasos en todas esas áreas, y por eso los diagnósticos diferenciales son complejos y los problemas siguen muchas veces más allá de las mejores psicoterapias.

Por todo esto, sueño con algún momento donde las rivalidades terminen entre psicólogos, psiquíatras y sus diversas escuelas, y filósofos por otro lado, y donde todos trabajen de manera inter-disciplinar. Sueño con un lugar donde psicólogos, psiquíatras y filósofos puedan recibir formación profesional en esas tres áreas, y luego complementarse y consultarse mutuamente en la atención del ser humano sufriente, que no demanda competencia de escuelas, títulos, sellos o procedimientos, sino una respuesta eficaz, que sólo puede venir del enfoque conjunto. No sé si ello se logrará algún día; de lo que estoy seguro es que cada paradigma debe tomar conciencia de cada encerramiento y salir hacia el diálogo con otras disciplinas. Nuestra ponencia, del lado de la filosofía, ha sido sólo un primer intento.

 

[1] De Frankl, ver: Ante el vacío existencial, Barcelona, Herder, 1986; El hombre en busca de sentido, Barcelona, Herder, 1986; La psicoterapia al alcance de todos, Barcelona, Herder, 1985; La presencia ignorada de Dios, Barcelona, Herder, 1986.

[2] Hemos analizado este tema en Filosofía para mi, Ediciones Cooperativas, Buenos Aires, 2007, Introducción.

[3] Nos referimos a las que aparecen en La presencia ignorada de Dios, op.cit.

[4] Ver Freud, S.: Lecciones Introductorias al Psicoanálisis, en Obras completas, Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 2008, tomo II, p. 2124.

 

 

[5] Pero esa esencia última integra los diversos aspectos del yo del sujeto; no es unívoca, sino análoga, desplegándose en aspectos diferentes y complementarios. Entre esos aspectos, las dos tópicas de las que habla Freud (inconsciente, pre-conciente consciente; yo, ello y super yo) pueden ser considerados como aspectos del despliegue de la vida anímica de un mismo “yo”.

[6] La expresión viene de Heidegger, M.: Ser y tiempo,  Editorial Universitaria, Chile, 1998.

[7] Jaspers, K.: La filosofía, FCE, 1978, cap. II.

[8] Sobre esto ver nuestro art. “Paradigma de la información vs. paradigma del conocimiento”, en NOMOI, Revista Digital sobre Epistemología, Teoría del Conocimiento y Ciencias Cognitivas, (2008), 2, pp. 17-21, en www.hayek.org.ar

 

[9] Hemos tratado este tema en “Intersubjetividad y comunicación”, en Studium(2000) Tomo IV, Fasc. VI, pp. 221-261.

[10] Otro error cultural frecuente: el suponer que el saber es condición previa para opinar, cuando es al revés: el opinar en un diálogo socrático es condición necesaria para “comprender” algo. Esa es la implicación subjetiva presente en todo proceso de aprendizaje que el sistema educativo tradicional olvida y que por ende produce ilusiones de aprendizaje.

[11] Ver Verdad y método, Sígueme, Salamanca, 1996, III, 16.

[12] Ver al respecto el clásico libro de Habermas, J.:Teoría de la acción comunicativa, Taurus, 1992. Tomo I, Interludio 1.

 

Gabriel J. Zanotti es Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA).  Es profesor full time de la Universidad Austral y en ESEADE es Es Profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE.

ANÁLISIS PSICOLÓGICO DE EL SECRETO DE SUS OJOS

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 9/6/13 en http://gzanotti.blogspot.com.ar/2013/06/analisis-psicologico-de-el-secreto-de.html

 Que la historia personal forma parte del propio presente es indudable. Pero hay modos diversos de asumirla.

Que ese pasado a veces no nos gusta, también es indudable. Por eso hay modos de asumirlo.
 
En este sentido cabe recordar a Freud, quien en Duelo y melancolía caracteriza a esta última como una forma de no sustitución del objeto perdido. Por diversas razones –sobre todo, ambivalencias afectivas que producen inconscientes deseos culpógenos de autodestrucción- nos quedamos aferrados al dolor del objeto perdido y entramos en melancolía, lo que hoy muchos llaman depresión.
 
Ese aferramiento al objeto perdido puede ser precisamente ese pasado en el cual hemos tomado una opción que abrió un universo ante cuya realidad aún nos resistimos. Mañana, por ejemplo, tenemos dos opciones. Las dos son universos posibles. Tomada una opción, una se convierte en un “futurible”, esto es, en el mundo paralelo (cuasi-imposible) de “qué hubiera sucedido si no hubiera sucedido lo que pasó”, y la otra es nuestra nueva situación presente.
 
El aferramiento al futurible, al mundo posible perdido, al universo paralelo ya imposible, ese “no duelar” el pasado, produce una melancolía permanente, un no vivir el mundo real, el mundo posible que se hizo nuestro mundo, y vivirlo con angustia, arrastrando la carga de ese pasado anhelado y nunca asumido.
 
La salida a esa situación es una terapia filosófica/psicológica donde ese pasado culpógeno, angustiante, que ha inundado a nuestro presenta al punto de convertirlo en nada, sea un pasado redentor. Para ello es necesario:
 
Perdonarse a sí mismo. Comprender el conjunto de circunstancias que nos llevaron a tomar una decisión, asumir los propios límites, tomar la mayor cantidad y calidad posible de conciencia de todo ello. Ello puede implicar un descenso a las profundidades de nosotros mismos que muchas veces es un gran esfuerzo; es necesario para ello un buen proceso de transferencia.
–     Realizada esa comprensión de nosotros mismos, que implica siempre un mayor auto-conocimiento, convertirla entonces en una oportunidad para el aprendizaje sobre nosotros mismos y sobre la naturaleza humana. O sea, convertirla en un viaje hacia una mayor madurez personal, donde el pasado es visto entonces como un don para una vida presente más sabia con notros mismos y con los demás. Es por ende un pasado que deja de ser culpógeno/enfermante para convertirse en un pasado redentor que reconduce el presente.
 
Mi diagnóstico es que los personajes de El secreto de sus ojos han quedado atrapados en un pasado enfermante. Benjamín es quien tiene tal vez mayor capital simbólico al decirlo: “…cómo se hace para vivir una vida llena…. De nada”, o sea, el presente que le quedó después de su anclaje en su pasado. “Cómo se hace para vivir una vida vacía”, o sea, inundada por la melancolía que le impidió tener una vida, desde el 74 en adelante, que hubiera podido superar los terribles episodios vividos.
 
 
 Irene está más aferrada a su negación. “El pasado no es mi jurisdicción”. Pero ese pasado irrumpe en una mirada donde la tristeza es profunda como el océano y finalmente emerge en un suavísimo reproche: “…y si fue así, ¿por qué no me llevaste con vos?”.
 
 
Morales, obviamente, es quien más hubiera debido recibir una urgente terapia por stress post traumático. Pero no, como muchos de nosotros, en medidas diferentes, no la recibió, y es quien casi deriva en una psicopatía donde toda su vida se convierte en una venganza terrible, una auto-cadena perpetua tan perpetua como la que infringe a su otrora victimario convertido ahora en la víctima de la más terrible tortura perpetua.
 
 Irene y Benjamín incurren en la típica omnipotencia de todos nosotros, los neuróticos –quien niegue que sea un neurótico, que lo des-cubra- de no aceptar los límites de su existencia. Intentan un viaje en el tiempo, intentan lo imposible, precisamente porque definitivamente no han podido superar el pasado (o sea, no negarlo, sino curarlo). Deciden finalmente volver al pasado. Pero ello es imposible. No pueden volver al 74. Si lo intentan, volverán a un 99 lleno de otros conflictos que ni imaginan. Su única salida es aceptar, curar, redimir su pasado, y convertirlo en enseñanza, esto es, abandonar su omnipotencia y aceptar los límites que sus vidas han tenido.
 
Pero no. Cuidado, espectadores, porque casi todos, proyectando tal vez nuestras secretas frustraciones, hemos idealizado ese final.

Gabriel J. Zanotti es Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA).  Es profesor full time de la Universidad Austral y en ESEADE es Es Profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE.