¿Coronavirus? ¿Y el hambre, causado por el Estado?

Por Alejandro Tagliavini. Publicado el 3/2/20 en: https://www.elheraldo.hn/opinion/columnas/1354813-469/coronavirus-y-el-hambre-causado-por-el-estado?fbclid=IwAR35a15qnxMpUHcmNlp1P3KR-Zl89Pz3Q4NQAaJ4q-a3Z_05ttl1lqtVfLc

 

Después de semanas con este nuevo virus, los muertos no llegan a mil. Es una gran pena y ojalá encuentren una solución rápidamente. Pero el hambre es la mayor pandemia global. Mueren unas 24,000 personas ¡cada día! por causas relacionadas con la falta de alimentos.
Por suerte, ha disminuido desde las 41,000 personas al día que morían hace
veinte años. Algo no cierra. La naturaleza es sabia y sobreabundante y, de hecho, permite que se produzca un 60% más de lo que la humanidad necesita para alimentarse. Insólitamente, en la producción de alimentos que no se comerán, a nivel global se utilizan 1,400 millones de hectáreas, y así se pierden anualmente 1,300 millones de toneladas métricas.
Ahora, ¿por qué no llegan a los desnutridos? Son varias las causas, pero las
definitorias son los obstáculos que ponen los Estados. Después de todo, son el monopolio de la violencia -su poder de policía- y la violencia siempre destruye.
Para empezar, los impuestos que cobran empobrecen ya que son derivados hacia abajo subiendo precios o bajando salarios. Otra de las malas políticas de los gobiernos es la interferencia en el sistema de precios -con subsidios, precios mínimos y máximos- que provoca que los alimentos se desvíen a otros usos, como los biocombustibles, cuando paliar el hambre es más urgente. A menudo se necesitan sencillos recursos para que la gente pobre pueda cultivar los alimentos necesarios y ser autosuficientes, pero hoy el alimento medio recorre en España, por caso, entre 2,500 y 4,000 km. ¿Por qué no se cultiva más cerca? Entre otras cosas, debido a regulaciones estatales sobre el uso de la tierra. Además, las legislaciones sobre “propiedad intelectual” deberían ser derogadas -para todos
los sectores y temas- porque son la mayor fuente moderna de monopolios. La propiedad debe quedar establecida exclusivamente por el mercado -el pueblo- y nunca por los Estados. Algunas leyes impiden que el agricultor siembre, intercambie o venda sus propias semillas porque, por caso, existen normativas dentro de los acuerdos de “libre comercio” (!?) sobre derechos de propiedad intelectual y comercio que establecen que la semilla para ser vendida, intercambiada o comercializada debe ser uniforme y estable y las semillas de los agricultores no han sido nunca uniformes ni estables. Y las patentes obligan, al agricultor que quiere cultivar esas variedades, a pagar royalties como ocurre en países africanos que han sido obligados a firmar estas leyes de propiedad intelectual dentro del marco de los tratados de “cooperación”.

Finalmente, un tercio de la producción mundial de alimentos se desperdicia y gran parte termina en la basura. Ahora, los políticos nos han hecho creer que la recolección y tratamiento de la basura es un “servicio público” que ellos, el Estado, debe proveer. Y llegan al colmo de cobrarnos cuando deberían pagarnos porque hasta la peor basura tiene valor. Si el servicio de recolección estuviera en manos del mercado, en manos privadas eficientes, se nos pagaría por nuestra basura y, muy probablemente, se distribuiría la comida desechada a precios mucho más bajos entre los más necesitados.

 

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Asesor Senior de The Cedar Portfolio, Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE. Síguelo como @alextagliavini

Sturzenegger y Macri, destruyendo al mercado

Por Alejandro A. Tagliavini. Publicado el 23/4/18 en: https://alejandrotagliavini.com/2018/04/23/sturzenegger-y-macri-destruyendo-al-mercado/

 

Es falso que esta suba de tarifas sea inflacionaria y ni siquiera que aumente el IPC. Las prestadoras están subsidiadas por el Estado, de modo que, los ciudadanos -vía impuestos- pagan los subsidios, pero, además, hay que sumar los sueldos de los intermediarios estatales. Así, eliminados los subsidios, aumentada la tarifa, al mercado debería quedarle más dinero en el bolsillo, bajando el IPC que, si hoy aumenta, es porque el Estado no solo no devuelve los impuestos, sino que -al subir la tarifa- aumenta la recaudación ya que las boletas tienen un componente tributario (IVA; Ingresos Brutos, etc.) de un 37%, según el Iaraf.

Dice el macrismo que “los servicios tienen un costo y hay que pagarlo” demostrando que no entienden al mercado que no se mueve por costos sino por ganancias. Las tarifas -en un mercado libre y competitivo- nunca son determinadas por los costos sino por la oferta y demanda que así regula el uso eficiente de los recursos sociales.

Hoy las prestadoras no son empresas libres y competitivas sino monopolios, oligopolios, y algunas estatales. Así, las tarifas propuestas por la oposición y el gobierno -demasiado altas o bajas, no sabremos mientras el mercado no rija- nada tienen que ver con la tarifa justa, eficiente, es solo una discusión política a espaldas del mercado.

Como recuerda Javier Milei, antes de la creación del BCRA en 1935, la base monetaria crecía a una tasa anual promedio de 6,1%, y la inflación era de 3,4%. Durante los primeros 10 años del BCRA, cuando era mixto, la emisión monetaria pasó a crecer al 13,6% anual, promedio, mientras que la inflación trepó al 6%. Desde 1946, la estatización total del BCRA, hasta 1991 la cantidad de dinero creció a un promedio del 176% anual, y los precios al 225%.

Dejando claro que la inflación es la emisión exagerada de moneda -respecto de la demanda del mercado- en tiempo real. Así, quitar dinero circulante una vez emitido no detiene a la inflación producida. Pero Sturzenegger, dijo estar dispuesto a subir la tasa de interés, insistiendo en una política fracasada. Con tasas altas tipo país africano, la inflación en 2018 superó a la de 2017 y la “núcleo”, promedio mensual, viene subiendo de 1,70% en los últimos 12 meses a 2,07% en el último trimestre.

Queda en evidencia que las altas tasas, lejos de bajar la inflación son inflacionarias porque disminuyen la demanda de dinero en tiempo real aumentando el spread con la oferta. La demanda de M1 cayó 1,0% interanual en términos reales en marzo 2018 según el BCRA.

Además, las tasas artificialmente altas -no establecidas naturalmente por el mercado- retrasan el crédito, ergo, la productividad y así disminuye aún más la demanda de dinero. Y todavía más. El problema de fondo es que el gasto estatal no se solventa con recursos genuinos -aquellos voluntariamente aportados por el mercado como por la venta de propiedades estatales- sino con recursos coactivamente obtenidos como impuestos, inflación y endeudamiento exagerado presionando a otro aumento de las tasas.

Los gastos corrientes son el 93% del gasto de la administración nacional. De acuerdo con un reporte de la Universidad de Belgrano, de este gasto corriente, el 49,5% va a la Administración Central que destina el 32% al pago de intereses de la deuda que sumaron $ 224.907 M en 2017, 71% más que en 2016. En 2016 y 2017, la deuda pública nacional interna y externa, en pesos y moneda extranjera, subió en US$ 80.269 M, un crecimiento de 22%.

Ahora, con este aumento -en 2016 y 2017- de deuda que llega al 15% del PIB la economía creció solo 0,6% en total. Aunque la industria cayó 2,6%, en el bienio con respecto a 2015, y el comercio creció apenas 0,1% y entre ambos representan un tercio del PIB. Por cierto, el PIB per cápita está 0,9% por debajo de 2015. La apertura de las importaciones complicó a los industriales dado que es difícil competir con el exterior dada la presión fiscal (impuestos, inflación, créditos inaccesibles, etc).

Incluso la construcción, apalancada desde el gobierno, en estos dos años bajó 2% y aunque el oficialismo muestra que últimamente ha despegado fuertemente, esto tiene olor a burbuja. De hecho, los créditos UVA podrían estallar. Según un informe del CEPA, por ejemplo, a quién tomó un crédito de US$ 100.000, luego de abonar 24 cuotas, la deuda se le ha incrementado en más $ 620 mil (52%) cuando bajo el sistema de crédito tradicional habría caído unos $ 5.200.

Como colofón, y contra caso, mostrando que el manejo de las tasas por parte del Estado acarrea problemas, dadas las bajas tasas de los Bancos centrales de los países desarrollados, la deuda global asciende a US$ 164 B (billones), según datos de 2016. El 225% del PIB mundial, 12% del PIB más endeudado que en el anterior máximo en 2009. Una bomba de tiempo dado el aumento de tasas que viene.

 

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Ex Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.

Ese diabólico “neoliberalismo”

Por Gabriel Boragina Publicado el 1/4/18 en:   http://www.accionhumana.com/2018/03/ese-diabolico-neoliberalismo.html

 

 

Abordo nuevamente el examen de la voz “neoliberalismo” porque parece ser que otra vez se ha puesto de moda entre nosotros, y que persisten las confusiones en cuanto a su sentido correcto. Me veré obligado a citarme a mí mismo en algunos pasajes de esta exposición, para poder tener un mejor panorama del tema, ya que lo he explicado varias veces y, en este caso, es importante la reiteración.

Es de notar que, el término es empleado -mayoritariamente- por los enemigos declarados o no ostensibles del liberalismo. Los liberales tenemos en claro que el “neoliberalismo” no es liberalismo.

“Los antiliberales usan como sinónimos las palabras *liberalismo* y *neoliberalismo*. Pero en realidad, estas dos palabras no significan lo mismo. Esto se revela cuando se le pide al antiliberal que describa lo que según él es el *neoliberalismo*. Entonces citan como ejemplo países con monopolios, impuestos altos, salarios bajos, desempleo, elevado gasto público, inflación, etc. Sin embargo, todas estas cosas no son fruto del liberalismo sino de su contrario del antiliberalismo. Y es curiosamente al antiliberalismo al que se le llama *neoliberalismo*, con lo cual la confusión que tienen los antiliberales es mayor todavía, porque no se reconocen como culpables de las políticas que propician, ni de los resultados que ellas producen, que no son más que los nombrados antes en parte.”[1]

“Neoliberalismo” es pues -en definitiva- antiliberalismo.

En la cita que sigue tenemos un ejemplo de un desconocedor, tanto de liberalismo como del “neoliberalismo”. Veamos lo que dice:

“Si dejáramos a la sociedad a su suerte, sin nadie que planifique y dirija, tal vez llegáramos a la sociedad perfecta del neoliberalismo, pero creemos más bien que la entropía sería cada vez mayor.”[2]

El “neoliberalismo” no deja “a la sociedad a su suerte” sino todo lo contrario: interviene en la misma, la planifica y la dirige. Es decir, la cita llama “neoliberalismo” a las consecuencias prácticas del estatismo o dirigismo (contrarios al liberalismo). Demuestra ignorar mucho. Sobre todo, que, en el liberalismo, la sociedad -en rigor- no existe, sino que hay individuos que actúan en su nombre. Estos individuos (todos nosotros, incluyendo el autor criticado) son los que planifican y dirigen, no a la “sociedad” en sí misma, sino esas personas a cada una de sus propias vidas particulares, las que -en conjunto- simplemente denominamos “sociedad”. El liberalismo no aspira a una sociedad *perfecta*, toda vez que la perfección es ajena a lo humano. Desea una sociedad cada vez más justa, más abundante y rica en bienes y servicios para todos, gozando de liberad para producir lo que cada uno quiera, y para desempeñarse en lo que se encuentre más capacitado, enriqueciendo a sus semejantes para prosperar el mismo. Este es uno de los objetivos del liberalismo.

“A los partidarios del mercado libre nos acusan con asiduidad de defender al “neoliberalismo“. Vaya uno a saber “qué cosa” podría ser para nuestros detractores el famoso “neoliberalismo”, que -en rigor- no pasa de ser un término peyorativo que usan todos los que no saben nada del verdadero liberalismo, excepto que esta última palabra no les gusta.

Cuando se piden “ejemplos” de “neoliberalismo” se suelen citar países con altos impuestos; monopolios de diverso calibre pero, habitualmente, en manos privadas por decreto o por ley nacional; desempleo; estímulos a las exportaciones; endeudamiento público (en rigor, estatal) y privado y, muy en general, a las políticas económicas seguidas -con desemejantes variantes y grados- en EEUU y Gran Bretaña, y en otras naciones latinoamericanas, durante las décadas de los años 80 y 90 del siglo XX, según los casos. Pues bien, si es a esto lo que se considera “neoliberalismo” ha de saberse que -en lo personal- no soy defensor del “neoliberalismo”.[3]

El instrumento favorito del “neoliberalismo” es la suba de impuestos, con la excusa de ser el “único” medio disponible para reducir el déficit fiscal. A esto se le llama el “ajuste neoliberal”. En tanto, el liberalismo -en cambio- enseña que (por el contrario) los impuestos deben comprimirse, a la par de la baja del gasto público.

“En realidad, las políticas económicas mencionadas anteriormente y que se atribuyen al “neoliberalismo“ no son otra cosa que lo que Ludwig von Mises (y con él la Escuela Austriaca de Economía habitualmente) designó con el nombre de intervencionismo, también llamado otras veces sistema “mixto”, “hibrido”, “dual”, “intermedio”, etc. que -en definitiva- poco o nada tienen que ver ni con el verdadero liberalismo ni con el capitalismo que, como hemos señalado en otras oportunidades, constituye este último “el anverso” económico de “la moneda” del liberalismo. No han faltado tampoco quienes han rotulado aquellas políticas con el nombre de mercantilismo, que -en resumidas cuentas- no viene a ser, a nuestro modo de ver, más que una especie del intervencionismo.

Tal ya se ha explicado, como corriente filosófica, moral, política o económica el “neo-liberalismo” no existe. Y el empleo de dicho término a nada conduce, si lo que se pretende con el mismo es atacar al liberalismo, habida cuenta que este último nada tiene en común con aquel. En el mejor de los casos, el “neoliberalismo” podría entenderse como un periodo de transición de una economía socialista a otra economía de tipo liberal/capitalista. Pero en la medida que la transición se detenga y no se opere, el “neoliberalismo” no obtendrá resultados diferentes a los que consigue el intervencionismo. El llamado “neoliberalismo” sólo tendría razón de ser si su meta es llegar al liberalismo y no en ningún otro caso.”[4]

Es preferible -en doctrina correcta- continuar usando las frases estatismo, intervencionismo, dirigismo, colectivismo, socialdemocracia, populismo, etc. y no “neoliberalismo”, ya que aquellas expresiones reflejan mucho mejor que este último lo que se quiere representar con él (las tremendas consecuencias ineludibles de aquellos sistemas).

El vocablo “neoliberalismo” sirve también para estos otros propósitos:

  1. Busca desprestigiar al verdadero liberalismo, atribuyéndole los fracasos de las políticas estatistas.
  2. Enmascara los magros resultados de estas políticas, recubriéndolas con un nombre distinto (“neoliberalismo”). Cuando los gobiernos socialistas fracasan o colapsan (como irremediablemente -a la larga o a la corta- termina siempre sucediendo) inmediatamente culpan de ello al “neoliberalismo”. Cuando -según sus particulares parámetros- obtienen algún “logro” lo atribuyen al socialismo que practican. Pero ambas terminologías traducen el mismo significado: el gobierno interfiriendo en los asuntos particulares, económicos y no económicos.
  3. Es una palabra cómoda para los estatistas de todo signo (izquierda, centro o derecha) para eludir sus sentimientos de culpa por sus yerros.

[1] http://www.accionhumana.com/2015/04/liberalismo-mano-invisible-y-mercados.html

[2] Javier Bellina de los Heros – memoriasdeofeo.blogspot.com

[3] http://www.accionhumana.com/2015/02/economia-neoliberalismo-y-capitalismo.html

[4] Ibidem.

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Latinoamérica necesita empresarios, no lobistas

Por Alejandro A. Tagliavini. Publicado  el 17/3/17 en: http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/article139230518.HTML

 

Eran los tiempos del presidente Menem en Argentina y la apertura, la desregulación y las privatizaciones parecían ameritar seminarios y “rondas de negocios” en el exterior, y colaboré con su organización hasta que, entre otras cosas, comprendí que eran inútiles.

Es que cuando la información vuela alrededor del globo, no tiene sentido que funcionarios viajen para “explicar” nada. Basta con crear las condiciones, y las inversiones solas volarán: bajar impuestos para que las personas tengan recursos para emprender con rentabilidad, y desregular liberando la creatividad y la capacidad de desarrollarlas… salvo que prefieran el lobby…

Según Jesús Huerta de Soto, “la función empresarial no exige medio alguno… es esencialmente creativa”. Es esa capacidad de crear en pos del mejoramiento social para lo que es necesario depender de los clientes –y no de los políticos– que deben inducir el camino de la eficiencia creadora.

Esta capacidad creativa supone el hallazgo de “conocimiento que se desconocía que podía existir”, dice Esteban Thomsen, como cuando un nuevo móvil supera al anterior mejorando la calidad de vida. Así “…prescindir de las típicas características de imaginación, atrevimiento y sorpresa equivale a eliminar enteramente la naturaleza humana”, remata Israel Kirzner, desmintiendo a los políticos que regulan poniéndole límites al atrevimiento.

Cuando el Estado interfiere al mercado con regulaciones que coartan la libertad creativa, destruye el rol empresario y da lugar a los lobistas, inmorales y faltos de ética desde que no responden a la naturaleza del mercado siendo que la moral es la adecuación al orden natural.

Durante aquellos seminarios daba vergüenza ajena el ver a los “empresarios” –lobistas– más importantes sentados durante horas, literalmente, en los lobbies esperando a los funcionarios que establecerían las regulaciones –monopolios, condiciones favorables, etc.– que los enriquecieran en detrimento del mercado.

Días atrás, como todos los años, fui invitado a la inauguración de Arco Madrid. Por una cuestión de ética y principios, quise evitar la coincidente “visita oficial” del presidente argentino. Pero fue inevitable encontrarlos en la inauguración, y allí estaban los más importantes “empresarios” –lobistas– argentinos…

Luego, encontré a ejecutivos españoles que participaron en la visita oficial que, entre otras cosas, me dijeron que hacer negocios con lobistas es tonto, sobre todo en países donde, por la inestabilidad, el funcionario interlocutor de hoy no es el de mañana. Y en general no invertirán en Argentina, al menos hasta las elecciones legislativas de octubre y hasta que aclare la economía, que no parece favorable a pesar de los pronósticos de los gurús.

Argentina –cuyo gobierno podría definirse ideológicamente como “peronista caviar”– crecerá en 2017 según estos gurús, cosa que dudo mientras que, irónicamente, la economía de la populista Bolivia tiene una mejor reputación internacional y se espera que crezca 4.6% en 2017. Ahora, es preocupante el que estos gurús suelen errar porque sus predicciones no tienen asidero racional, y son los mismos que suelen equivocarse y, sin embargo, siguen siendo escuchados. Así es como el país va a los tumbos.

En fin, Latinoamérica necesita elevar sus principios, su ética y su moral, y una dirigencia social, empresaria, académica, de medios, etc., más seria e ilustrada, mucho más.

 

 

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Ex Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.

La ley de los Rendimientos decrecientes

Por Gabriel Boragina. Publicado el 10/1/16 en: http://www.accionhumana.com/2016/01/la-ley-de-los-rendimientos-decrecientes.html

Una de las más importantes leyes de la economía es la de los rendimientos decrecientes o -simplemente como se la conoce en forma abreviada- de los rendimientos. Curiosamente, y a pesar de su relevancia, no se trata de una de las leyes que se tengan a menudo presentes en los análisis económicos. Esta omisión lleva a frecuentes malentendidos, de allí que será de interés dedicarle algunos párrafos, tanto a su concepto como a sus aplicaciones. Veamos rápidamente su noción.

«rendimientos decrecientes. Los rendimientos decrecientes se presentan cuando, al añadir más cantidad de un factor productivo, se obtienen crecimientos menos que proporcionales en la cantidad producida. Las economías de escala hacen que los rendimientos crezcan a medida que se aumenta la escala de la producción; pero, más allá de cierto punto, comienza a operar la llamada ley de los rendimientos decrecientes. Esta expresa que, cuando se añade más de un factor productivo, manteniendo fija la cantidad de los restantes, comenzará a decaer primero el rendimiento marginal y luego el rendimiento medio.»[1]

Tal como puede de inmediato advertirse, la ley de rendimientos decrecientes es uno de los factores limitativos de los monopolios. La idea común -incluso entre conocidos economistas- es que los monopolios tienen la capacidad de expandir su producción (o sus ventas) en cantidades ilimitadas, sujetas solamente a los deseos de los monopolistas. Pero, en realidad, esto no representa más que uno de los tantos mitos que existen en la ciencia económica (y en una extensión mucho mayor a nivel popular). Siguiendo este mito tan amplio es que se ha advertido sobre la necesidad del control de los monopolios por parte de los gobiernos y su necesaria restricción. No obstante, estas medidas que han sido ensayadas una y otra vez en el curso de la historia económica siempre han estado destinadas al fracaso.

Alguien podría estar tentado a pensar que «la solución» para sortear la ley de los rendimientos decrecientes es aumentar la cantidad de todos los factores productivos sin excepción. Pero ello representa un hipotético ilusorio:

«En realidad, el supuesto de que alguna empresa pueda aumentar sin límites todos los factores productivos en la misma proporción es imposible pues siempre habrá algún factor, fuera del alcance de la empresa, que no pueda cambiarse. Por ejemplo, el tamaño de los caminos de acceso a la fábrica o de los puertos donde embarca sus productos (en términos generales se dice que la empresa no puede cambiar el tamaño del mundo).Todo ese cúmulo de factores fuera del alcance directo de la empresa hace que, aún en los casos de rendimientos crecientes de escala, en algún momento entre a jugar la ley de rendimientos decrecientes y que la curva de costos promedios comience a subir. En la medida en que esos factores fijos fuera del alcance de la empresa no operen se pueden observar economías de escala y costos decrecientes, pero siempre habrá un más allá del cual dichos factores fijos comiencen a operar y la empresa deje de obtener economías de escala.»[2]

Es decir, es irrealizable que exista algo así como una expansión infinita de una empresa o producción. Podrá aumentar todos los factores productivos, pero jamás en la misma proporción, en tanto que algunos son inmodificables para la empresa. Esta es una de las razones por las cuales se verifica que los llamados «monopolios» no pueden crecer más allá del punto que indica esta ley para cada una de sus respectivas producciones. Por supuesto que, esto es siempre válido, tanto en el caso que estemos considerando monopolios naturales, esto es aquellos que pueden llegar a conformarse excepcionalmente en economías de mercado, como en los ejemplos más frecuentes en el mundo real: de monopolios artificiales (aquellos que son constituidos o protegidos por leyes estatales). Nótese que este autor maneja como sinónimos las expresiones rendimientos y economía de escala.

«Igual que detrás de la demanda por bienes se encuentra la utilidad (marginal), detrás de la demanda por insumos se encuentran sus productividades (marginales). También, así como la utilidad total es en general creciente y la utilidad marginal es decreciente, con las productividades totales y marginales de los factores productivos sucede lo mismo. Si usted hiciese un experimento aplicando diferentes dosis de fertilizante a un mismo terreno que, por ejemplo, produce papas, y registra las distintas cantidades de papas producidas (donde todo lo demás permanece constante, incluido el clima) observará como la producción total aumenta, pero también notará que aumenta cada vez menos. Por ello decimos que el fertilizante tiene rendimientos marginales decrecientes.»[3]

La demanda de insumos se encuentra determinada por sus respectivas productividades. La ley de los rendimientos decrecientes opera también en el supuesto de las productividades marginales, como bien lo indica el autor citado. En el caso, el factor productivo fijo se halla localizado en el terreno (que siempre es el mismo) y el factor productivo variable viene dado por las diferentes cantidades empleadas de fertilizante, siendo –en el ejemplo- el producto a conseguir «papas». También se suponen «fijos» el resto de los factores (tales como el clima). El factor limitante aquí consiste en el tamaño fijo del terreno. Por muchas más dosis de fertilizante que apliquemos a la misma extensión de suelo, la producción estará siempre circunscrita al perímetro del área de cultivo. Sólo en el caso que podamos ampliar la extensión del campo podríamos –de momento- sortear el escollo de la ley de rendimientos decrecientes. Pero, nuevamente, ello solamente será una solución temporal, ya que resulta imposible ampliar indefinidamente el tamaño del área cultivable.

En suma, podemos decir que el estudio de la ley de los rendimientos decrecientes requiere del análisis de tres elementos: un factor fijo, otro (u otros) variable, y la producción resultante de la interacción de los dos primeros. Las consecuencias son derivables del juego de los tres.

[1] Carlos Sabino, Diccionario de Economía y Finanzas, Ed. Panapo, Caracas. Venezuela, 1991. voz respectiva

[2] Valeriano F. García. Para entender la economía política (y la política económica). Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos México, D. F. 2000. pág. 37

[3] García, Valeriano F. Para entender…Ob. cit. Pág. 47.

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Libre mercado, pobreza y trabajo

Por Gabriel Boragina. Publicado el 9/5/15 en: http://www.accionhumana.com/2015/05/libre-mercado-pobreza-y-trabajo.html

 

La economía de mercado libre no existe, porque los gobiernos la impiden. Por eso hay pobreza precisamente. Si el mercado no es libre implica que el pobre no es libre de salir de su pobreza, ni siquiera de intentarlo. Un mercado intervenido por el gobierno condena al necesitado a continuar en su condición miserable. “Libre” significa tener la posibilidad de progresar, de trabajar, ganar dinero, poder ahorrarlo e invertirlo. Millones de personas hoy en día no poseen esa oportunidad, entonces ¿cómo poder decir que “tenemos” o “vivimos” en un mercado “libre”? La misma existencia de gente en estado de indigencia nos da la pauta de la ausencia de un mercado libre. Sin embargo, podemos observar que en aquellos países donde los mercados son más libres, la pobreza es mucho menor. Porque “libre” implica libertad de trabajar, de ganar dinero y de conservar lo ganado. Si en algún sitio esta potencialidad no existe, no hay allí libre mercado en absoluto.
Pero ¿qué es realmente el mercado? El mercado somos todos. Por eso todos lo controlamos. El gobierno no lo controla. Lo interfiere y obstaculiza (que es cosa bien diferente). Se llama mercado a la interacción de millones de personas que diariamente realizan acuerdos (contratos) mediante los cuales intercambian derechos de propiedad sobre bienes o servicios. En esos intercambios controlamos que lo que recibimos sea lo que verdaderamente necesitamos más, y que lo que damos sea lo que realmente precisamos menos. Es decir, que pagamos ni más ni menos lo que llamamos un precio justo. La otra parte hace el mismo control, entrega lo que valora menos por algo que valora más. No hace falta que un tercero -que no nos conoce- venga a «controlar» la operación, y menos aún que interfiera sobre ella. Este control lo hacen todas y cada una de las personas que participan en el mercado. El gobierno no puede hacer ningún control de este tipo, porque no puede valorar en lugar de las partes que participan en la transacción. Sólo puede estorbarla, haciendo que una de las partes pierda frente a la otra. En cambio, si el mercado es libre, ambas partes ganan, porque controlan que así sea justamente. Lo único que hay que controlar es que ambos contratantes reciban lo esperado de cada uno, y este control sólo puede estar a cargo de ellos, porque nadie mejor que ellos saben qué es lo que necesitan y qué fue lo que motivó que decidieran intercambiar entre uno y otro con exclusión de cualquier tercero. De la misma manera que nosotros controlamos nuestros gastos diarios. No necesitamos que ningún burócrata lo haga por nosotros.
También hay que tener en cuenta que en los países comúnmente llamados «desarrollados» existen oligopolios y monopolios que, normalmente, son creados y administrados por los gobiernos en su mayoría, siendo el monopolio más grande de todos, el propio gobierno. Pero esto, como es notorio, no es defecto exclusivo de los países llamados “desarrollados” (habría que ver -además- qué implica concretamente esta última expresión). Monopolios y oligopolios aparecen y son frecuentes en economías intervenidas y proteccionistas, tendiendo a desaparecer a medida que la economía se va abriendo. Las famosas leyes antimonopolio -paradójicamente- son, junto con otras, las que crean y mantienen en el tiempo estas verdaderas concentraciones de capital.
La interferencia del gobierno en el mercado de trabajo es lo que produce el desempleo creciente, ya que las leyes laborales rompen el equilibrio natural que existe entre la oferta y demanda de mano de obra en el mercado y, gracias al cual, la tendencia al pleno empleo es una constante. El efecto de las leyes laborales (también llamadas “sociales” denominación redundante y paradójica, como si hubiera leyes que no fueran “sociales” ya que todas las leyes tienen razón de ser en (y para) un contexto social) es elevar los costos del trabajo por encima de su nivel de productividad. Como consecuencia de este fenómeno, suben los salarios nominales al tiempo que bajan los salarios reales y el resultado de todo este proceso es el desempleo. Las leyes laborales eliminan de la competencia a los actuales y potenciales empleadores, reduciendo el mercado laboral, que más se achica cuanto más la ley laboral eleva los costos de contratación, todo lo cual termina expulsando mano de obra hacia el paro o desempleo.
Se ha dicho que en materia económica “el Estado debe actuar”. Pero se olvida -o se desconoce directamente- que no actúa ni puede actuar. Sólo los individuos actúan, no las hipostasis. Esto -en los hechos- significa que los que actúan son las personas que están a cargo del gobierno, que no necesariamente lo harán bien como con frecuencia se supone, dado que los gobernantes son tan humanos como cualquiera de nosotros, ergo son falibles y yerran a menudo, por lo que no existe ninguna razón que determine que la decisión de un burócrata va a ser superior o mejor siquiera a la de cualesquiera que no ocupe cargos en la burocracia.
También se pretende que sean los gobiernos los que determinen los «mejores» mercados y sociedades. Tampoco esto es posible, porque los mejores mercados y sociedades son determinados por las personas y no por los «estados» por lo dicho en el párrafo anterior. Ningún gobierno goza de la omnisciencia que de ordinario la mayoría de la gente presume que posee. El mercado es un proceso espontáneo, que surge en las sociedades libres. Los gobiernos sólo pueden reducir y obstruir este proceso, nunca pueden «mejorarlo», sólo pueden perjudicarlo.
Se cree que si el gobierno no interviene, el mercado libre caerá en manos de poderosos ricos. Pero como dijimos al comenzar, hoy por hoy, no hay mercado libre, porque el «libre» mercado ya está en manos de los poderosos ricos. Ellos son los gobiernos y gobernantes. Es «libre» sólo para los gobiernos, no para el común de la gente. El gobierno reduce la libertad del mercado al ámbito de los funcionarios, burócratas y algunos mal llamados “empresarios” que ofician -en realidad- como verdaderos barones feudales, operando al abrigo del proteccionismo que les brindan precisamente esos mismos burócratas y funcionarios estatales.

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Liberalismo, «mano invisible» y mercados «imperfectos»

Por Gabriel Boragina. Publicado el 18/4/15 en: http://www.accionhumana.com/2015/04/liberalismo-mano-invisible-y-mercados.html

 

Muchos antiliberales siguen pensando que el liberalismo cree como existente la famosa “mano invisible” de Adam Smith. Ignoran que el liberalismo no cree en la existencia de la famosa “mano invisible”, que no fue más que una metáfora del profesor escocés (quizás no expresada de manera afortunada) de cómo las personas persiguiendo sus propios intereses mejoran la condición de sus semejantes sin proponérselo siquiera, e inclusive, aun en contra de dicha intención. Pero la metáfora de la “mano invisible” fue sólo eso: una metáfora. La “mano invisible” no fue ni es una mano «real» sólo que no visible. Sin embargo, en 1871 en Viena nace la Escuela Austriaca de Economía con Carl Menger a la cabeza, que explica un liberalismo SIN “mano invisible” o, mejor expresado, donde la “mano invisible” se vuelve visible, materializándose en la acción de millones de personas, como lo ha explicado Ludwig von Mises. Es el liberalismo del que hablo.

Esos mismos antiliberales están tan confundidos, que hasta llegan a afirmar que esa fantasmal “mano invisible” impone desocupación a través del establecimiento de salarios mínimos.

Los salarios mínimos son de factura de los gobiernos, no de los mercados. El mercado genera salarios de mercado. No salarios mínimos. Estos siempre son obra de políticos, no de los mercados. Y mientras los salarios mínimos políticos generan desempleo, los salarios de mercado crean empleo. En suma, la única manera de construir empleo es a través de la libertad salarial, que es de donde surgen los salarios de mercado.

Es verdad que no existe un liberalismo «puro». ¡Ese es precisamente el problema! Y justamente por ausencia de un liberalismo puro es que tenemos las crisis económicas. También es cierto cuando afirman que conseguir un liberalismo puro es muy difícil, por no decir imposible. Pero desde el momento en que sabemos que si tuviéramos un liberalismo puro las crisis desaparecerían por completo, nuestros esfuerzos deberían concentrarse en tratar de conseguir la mayor aproximación posible hacia un liberalismo puro. La tendencia debería ser -en este caso- tratar de orientar todas nuestras energías en obtener el liberalismo más puro posible, aun cuando seamos conscientes que siempre van estar operando las fuerzas antiliberales, que harán que el objetivo de un liberalismo puro sea bastante difícil de lograr. Nuevamente, y como en otros casos, tomar conciencia de lo difícil o imposible que sería llegar a un liberalismo puro debería ser un aliciente para aproximarnos lo máximo posible a él, y no elegir el camino contrario, el del antiliberalismo.

En cuanto a que los mercados son “imperfectos”, no conozco a nadie que lo niegue, pero a este respecto son aplicables las mismas consideraciones que hemos hecho en el punto anterior en relación al liberalismo puro. Los mercados no van a ser “más perfectos” porque el gobierno los regule y controle, salvo que se piense que los gobiernos son «perfectos» cosa en la que yo en modo alguno creo. La experiencia histórica y cotidiana se han encargado de probar que los gobiernos son mucho más imperfectos que los mercados ¿cómo se espera que un enteimperfecto como es un gobierno pueda hacer “más perfectos” a los mercados, o fuera el mismo gobierno «más perfecto» que el mercado? Lo imperfecto no hace perfecto a nada ni a nadie. Sería un contrasentido afirmar lo contrario. Es imposible tal cosa.

Pero, simultáneamente, pensar o sugerir que los gobiernos puedan ser o actuar de manera “más perfecta” que los mercados es, además de empírica y teóricamente falso, un argumento antidemocrático. Presumamos que en un país tenemos los partidos políticos A, B, C, y D. Sigamos conjeturando que en el gobierno está -al momento- el partido B, que se cree “más perfecto” que el mercado (ya sea que se imagine a si mismo de esa manera, o así los supongan sus adeptos). Bajo esta hipótesis, ese partido no debería abandonar nunca el poder, porque no puede admitirse que los demás partidos también se consideraren “más perfectos” que el mercado. Si ya habría uno que «lo sería», y -para «mejor»- ya está en la cima del poder ¿por qué cambiarlo? Y si a los mercados se los reputan tan “malos” o tan “imperfectos”, el trillado estribillo antiliberal que los gobiernos son “más perfectos” (o, lo que es lo mismo, “menos imperfectos”) que los mercados sería suficiente para justificar cualquier tiranía. Ya que si el gobierno cambiara de partido en el poder, se correría el “riesgo” de que accediera al Ejecutivo algún otro partido “menos perfecto” que el mercado y que B, con el consiguiente “peligro” de que -en este caso- el mercado empiece a hacer todas las “maldades” que los antiliberales le atribuyen continuamente.

Ya hace tiempo que sostengo que las crisis económicas las originan los gobiernos, no el mercado, ni el capitalismo. Se han dado muchísimas pruebas de ello, pero entre las más importantes recordemos que el sistema económico capitalista no está vigente en el mundo de nuestros días desde hace varias décadas. En su lugar, el sistema económico mundial es el estatista, no el capitalista. Esto es muy fácil de comprobar. Si el sistema fuera capitalista, todas las firmas y empresas del mundo serian privadas, no reguladas ni restringidas por ningún tipo de legislación, todo el mundo pagaría impuestos mínimos, no existiría desempleo, el producto bruto interno no pararía de crecer, los bienes y servicios serían más abundantes, mientras los precios bajarían, los salarios aumentarían, etc. Este sería el escenario más parecido a un mundo capitalista. Sin embargo, todos sabemos que esto no es lo que está sucediendo en el mundo de nuestros días. Más bien ocurre todo lo contrario.

Los antiliberales usan como sinónimos las palabras “liberalismo” y “neoliberalismo”. Pero en realidad, ambas palabras no significan lo mismo. Esto se revela cuando se le pide al antiliberal que describa lo que según él es el “neoliberalismo”. Entonces, citan como ejemplo países con monopolios, oligopolios, impuestos altos, salarios bajos, desempleo, elevado gasto público, inflación, etc. No obstante, todas estas cosas no son fruto del liberalismo, sino de su contrario del antiliberalismo. Y es –curiosamente- al antiliberalismo al que se le llama “neoliberalismo”, con lo cual la confusión que tienen los antiliberales es mayor todavía, porque no se reconocen como culpables de las políticas que propician, ni de los resultados que ellas producen, que no son más que los nombrados antes en parte.

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Estado, empleo y empresas

Por Gabriel Boragina. Publicado el 11/4/15 en: http://www.accionhumana.com/2015/04/estado-empleo-y-empresas.html

 

Sigue sorprendiéndome la ingenuidad (o mala fe quizás, no sé bien) de la gente que cree que el gobierno no intervine en la economía y no únicamente en la economía, sino en la vida de todos nosotros. Sólo desde el desconocimiento de la gran cantidad de regulaciones que existen, distribuidas todas entre leyes, decretos, resoluciones, etc. que implican múltiples controles de todo tipo, pueden afirmarlo.
Estos mismos ingenuos «creen» que el gobierno puede «generar» empleo, cuando lo único que pueden hacer los gobiernos es crear puestos de trabajo en el sector estatal a costa del sector privado.
La “generación” implica la creación de algo nuevo. Algo que antes no existía. En este sentido de la palabra «generación», el gobierno nunca “genera” nada.
Pero si se quiere seguir usando la palabra “generar” hay que decir que todo lo que el gobierno “genera” de un lado lo des-genera del lado opuesto.
Los recursos con los cuales el gobierno paga los salarios de sus “empleados públicos” provienen de dos fuentes principales: impuestos o inflación (en suma, ambos son la misma cosa, por cuanto ocasionan los mismos desastrosos efectos económicos). Pero parece «creerse» que los sueldos que el estado-nación paga a sus “empleados” proceden generosamente del bolsillo de los burócratas y gobernantes, cuando los bolsillos desde los cuales se los expolia son los de los contribuyentes, a su vez los mismos trabajadores, tanto del sector estatal como del privado. Es decir, lo que se «les da» por un lado se les quita por el otro.
Con lo que advertimos que los gobiernos no “generan” nunca nada. Lo máximo que hacen es sacarlo de un lugar y ponerlo en el opuesto. O dicho en forma más simple: «le cobro 100 a Pedro en impuestos con los cual le pago 100 de salario el empleado estatal Juan». Esto no es “generación” de empleo, es -simplemente- un “pasamanos”, en el que se castiga económicamente a unos para darles a otros. Ergo, el estado-nación nunca “generó” ni puede “generar” empleo ni cosa productiva alguna.
Otros piden que el gobierno “apoye decididamente empresas y que forme un marco jurídico” para ello. Seguramente estarán pensando en sus propias empresas. Alguien debería avisarles que el estado-nación hace tiempo que apoya empresas en detrimento de otras (no podría económicamente ser diferente) y que es uno de los principales problemas económicos mundiales. Aseveran, asimismo, que “Si no hubiera Estado no tendríamos trabajo, ni seguridad, ni educación ni nada”. ¡Como si antes de que los gobiernos surgieran nadie trabajara, ni hubiera seguridad, ni existiera la educación, ni existiera nada! Para esta clase de sujetos, el gobierno inventó todo, hasta quizás la vida individual misma, como pretendía Hegel.
Y luego de pedir «el apoyo de empresas» por parte de los gobiernos, se quejan de que en las últimas décadas el estado-nación “favoreció empresas en desmedro de otras”. De lo que en realidad se deben estar lamentando, es de que aquellas empresas favorecidas no hayan sido las suyas, donde ellos trabajaban o trabajan actualmente. Piden que el gobierno “favorezca decididamente” la formación armónica de empresas (dentro de las cuales –nuevamente- deben contar con la de ellos) y agregan “sin que haya oligopolios como los hay ahora en zonas donde no es necesario”. Cabría preguntarles a estos sujetos ¿dónde creen «necesario» que el “estado” forme oligopolios? Mi respuesta a estas personas es que los gobiernos siempre inevitablemente conforman oligopolios, monopolios, cartels, etc. y que en todos los casos ellos son innecesarios. Pero estos señores que así vociferan, lo que en realidad deben deplorar es que el gobierno no les haya dado en el pasado ni les otorgue en el presente un oligopolio, o mejor aún, un monopolio a ellos mismos y a sus empresas. Y seguramente, es desde ahí de donde viene esa queja. No piden libertad empresarial. No demandan libre competencia. No exigen mercados libres. Reclaman que el estado-gobierno los socorra a ellos y no a los demás empresarios. Y que si hay oligopolios, quieren que sean los “necesarios”. Nuevamente, los “necesarios” han de ser los que los incluyan a ellos dentro del oligopolio.
Añaden que “No es cuestión de ser de izquierda ni de derecha. Pensar en esos términos –dicen- es anacrónico. Hay que ser pragmático”. Pero resulta que los «pragmáticos» siempre terminan siendo dominados, o por la izquierda o por la derecha, y concluyen proponiendo lo mismo que una, otra, o peor, ambas. Encima, son tan ilusos y pueriles que se creen «ajenos» e «inmunes» a toda influencia ideológica. Cuando uno escucha sus «recetas» resulta ser que no son otra cosa que una mala combinación de las de izquierda con derecha. Se creen muy «originales» y listo, asunto «solucionado». Su «pragmatismo» (cuando es sincero y no fingido) es pura ingenuidad. En suma, terminan recomendado siempre recetas de izquierda, de derecha, o de centro, sólo que sin llamarlas así, y a veces sin reconocerlas siquiera como provenientes de un lado o del otro. Serán «pragmáticos» según ellos, pero son bastante poco originales.
Siguen con el juego de palabras cuando afirman que “El problema radica cuando uno se ata a un idea tercamente, en contra de toda razonabilidad económica y circunstancias”. Seguramente que entenderán por “razonabilidad económica” lo que solamente ellos piensan. Y se contradicen cuando creen que la “razonabilidad económica” no es una idea. Expresan ideas contra las ideas, y a esto le llaman «pragmatismo». No pueden ser más patéticos y contradictorios. Carecen de toda seriedad.
Y sentencian: “Tenemos que entender que TODOS tenemos derecho a la abundancia y que es necesario equilibrar las cosas, pero hacia un lado u otro”. Es extraño que llamen «equilibrio» a eso. Y quieren tener un “derecho a la abundancia”, es decir a que el gobierno los haga ricos a ellos (no a los oligopolios “innecesarios”). Así es muy fácil. Ellos solucionan su problema económico y pasan por “buenos” y “decentes” declamando en nombre de todos (“tenemos que…”). Si se trata de ingenuos, que sigan esperando que el gobierno “nos haga ricos y abundantes a todos”. Esperarán una eternidad por ello. El gobierno sólo puede enriquecer a unos pocos. Y ellos esperan estar primeros entre los elegidos.
Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Una hipótesis sobre la vigencia del peronismo

Por Gabriel Boragina. Publicado el  7/12/12 en http://www.accionhumana.com/2012/12/una-hipotesis-sobre-la-vigencia-del.html

Mucho se ha hablado y escrito sobre las posibles razones por las cuales un movimiento como el peronista mantuvo larga vigencia hasta nuestros días. En esta oportunidad, ensayaremos una hipótesis tentativa, que podría llegar a explicar su perdurabilidad hasta nuestros días.

Corrientemente, suele considerarse que el advenimiento del peronismo trajo consigo el reconocimiento de los derechos de los trabajadores y la creación de los sindicatos. Sin embargo esto es falso, habida cuenta que a la llegada de J.D.Perón al poder ya existían numerosas leyes laborales y sindicatos. Perón, simplemente, se sirve de estas fuerzas laborales como medio para construir su propio proyecto de poder absoluto y hegemónico, para lo cual, procede a dotar a los sindicatos de privilegios «legales» y políticos, por encima de los derechos de otros sectores de la sociedad que no se mostraban dispuestos a colaborar con su plan personal de absorción y perpetuación en el poder.

No obstante, creemos que no fue la llamada «política social» la auténtica razón por la cual J.D.Perón fuera derrocado por sus propios compañeros de armas al cabo de sus dos primeras presidencias. Sino que la verdadera causa por la cual fuera desplazado del gobierno -pensamos- radicaba en su propia persona y no en sus políticas. Lo que sus derrocadores no podían ni estaban dispuestos a tolerar era su proyecto personalista y su autocracia, y no tanto un desacuerdo visceral con sus políticas.

Es cierto que J.D.Perón durante sus gobiernos contribuyó muchísimo a crear una verdadera «cultura» del ocio y la holgazanería disfrazados hábilmente de «políticas sociales», pero también lo es que ese tipo de «cultura» -o si mejor se quiere decir, hábito ciudadano- no era del todo mal visto por sus contemporáneos. Observamos la prueba de ello en que, ya una vez J.D.Perón fuera del gobierno, los militares que lo reemplazaron no abrogaron la totalidad de la legislación sancionada y promulgada durante las dos primeras presidencias peronistas, sino que -en lo sustancial- fueron mantenidas leyes y políticas del periodo, y si bien es cierto que dejaron sin efecto la constitución de 1949 aprobada a instancias de Perón, se vieron movidos a reconocer lo sustancial de su articulado en una reforma practicada en 1957, incorporando el aun hoy vigente art. 14 bis, que no es sino mas que una breve síntesis de aquella «constitución peronista» condensada.

No es difícil imaginar que a los ojos de la ciudadanía de aquella época, no debió resultar claramente explicable la razón por la cual si no se había prácticamente «tocado» la legislación y política «peronista», en cambio se desplazó violentamente del poder a su autor. Los antiperonistas debieron sentirse satisfechos por un lado, por la deseada caída de Perón, pero al mismo tiempo, también debieron sentirse defraudados por el mantenimiento -por parte de los militares del gobierno provisional (como se le llamó)- de la estructura política, económica y legislativa que el peronismo había creado. Y naturalmente, tampoco es dificultoso suponer que a los peronistas, estos mismos hechos, posteriores al derrocamiento de su líder, los debió haber confirmado aun más en su adhesión al peronismo.

En efecto, la mayor parte de los monopolios creados por J.D.Perón no fueron desmantelados a continuación a su caída. Las estatizaciones peronistas (como la tan famosa de los ferrocarriles, muy pregonada y celebrada por el régimen) se mantuvieron en las décadas ulteriores, sobreviviendo a varios gobiernos, tanto civiles como militares. Podía parecer natural que la gente de entonces se preguntara ¿si todo lo que hizo J.D.Perón fue sustancialmente mantenido por los gobiernos posteriores, por qué lo derrocaron? No parece arduo deducir que quienes transformaron, involuntariamente claro está, a Perón en una «víctima propiciatoria» fueron aquellos que quisieron ser sus propios verdugos. Y lo que más contribuyó a la creación del célebre mito peronista, a nuestro juicio, fue el haber mantenido prácticamente casi toda la estructura legal, política y económica que Perón había creado. De allí, a la construcción del mito peronista había un pequeño paso. Y ese paso fue dado, a tal punto que, casi 20 años después de su caída, J.D.Perón retornó triunfante al país, y en pocos meses más se le convertiría -nuevamente- en presidente por tercera vez, siendo la primera que un ciudadano argentino accedía a un tercer periodo presidencial.

Es altamente posible que la creación de este mito haya sido una consecuencia no querida por parte de los antiperonistas, y es probable que asi fuera. Incluso parece que el propio J.D.Perón así lo habría reconocido, ya que se le atribuye una frase que, parafraseada vendría a decir que no es que su gobierno hubiera sido «bueno», sino que los posteriores fueron tan malos que el suyo quedó como el «mejor».

Se daría así la paradoja: tanto los militares que derribaron a J.D.Perón como los gobiernos que siguieron a esos militares (la mayoría de tales gobiernos también militares) querían, en realidad, eliminar la figura de J.D.Perón, su persona y su autocracia (posiblemente) pero no disentían demasiado en el fondo con sus políticas, sobre todo la económica, laboral y sindical. Evidencia de ello es que tales políticas apenas sufrieron pequeñísimas modificaciones, casi podría decirse que puramente «cosméticas», incluso hasta nuestros días. Y, nuevamente, como una consecuencia no deseada por los antiperonistas, convirtieron al país en un peronismo sin Perón, que era lo contrario a lo que decían querer.

Cuando cayó el nazismo, sus vencedores barrieron con todo vestigio de sus instituciones, legislación y políticas. Lo mismo sucedió a la caída del fascismo. Quienes reemplazaron a nazis y fascistas, estaban bien conscientes que no bastaba con la eliminación física de Hitler y de Mussolini, sino que más importante que esto era todavía suprimir toda huella de sus «obras». El gobierno de facto que derrocó a J.D.Perón operó en un sentido inverso al de tales ejemplos europeos: se ocuparon de perseguir tenazmente a J.D.Perón, al tiempo que dejaron casi intacta su política, sus «instituciones» y su economía. Y como efecto no querido, su alta popularidad. El resultado esta hoy a la vista: con o sin J.D.Perón el peronismo continúa dominando a pleno la vida política argentina.

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Más sobre el peronismo

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 11/10/12 en http://www.diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=7525

Hay por cierto muchas rectificaciones que son necesarias en la Argentina (y no digo República puesto que lamentablemente dejó de serlo según criterios universales desde Cicerón en adelante), pero un punto sobresale en nuestras desventuras. Se trata del sistema totalitario impuesto por Perón. Como epígrafe, transcribo del eminente constitucionalista Juan A. González Calderón de su obra No hay Justicia sin Libertad. Poder Judicial y Poder Perjudicial (Buenos Aires, Víctor P. de Zavalía Editor, 1956) : “Empecé a escribir esta libro hace no mucho tiempo, en 1951, y lo he preparado durante una tarea interrumpida frecuentemente, a veces con intervalos de largos paréntesis, por precaución, para que sus páginas no cayeran en poder de alguna de esas visitas nocturnas de la policía dictatorial, tan violentas y torturantes en el régimen ominoso que hemos sufrido los argentinos nada menos que en el curso de diez penosísimos años […] La tiranía había abolido, como es de público y completo conocimiento, todos los derechos individuales, todas las libertades cívicas, toda manifestación de cultura, toda posibilidad de emitir otra voz que no fuese la del sátrapa instalado en la Casa de Gobierno con la suma del poder, coreada por sus obsecuentes funcionarios y legisladores, por sus incondicionales jueces, por sus domesticados sindicatos y por sus masas inconscientes”.

El 21 de junio de 1957 Perón le escribe desde su dorado exilio a su compinche John William Cooke aconsejando que “Los que tomen una casa de oligarcas y detengan o ejecuten a los dueños, se quedarán son ella. Los que toman una estancia en las mismas condiciones se quedarán con todo, lo mismo que los que ocupen establecimientos de gorilas y los enemigos del pueblo. Los suboficiales que maten a sus jefes y oficiales y se hagan cargo de las unidades, tomarán el mando de ellas y serán los jefes del futuro” (Correspondencia Perón-Cooke, Buenos Aires, Garnica Editor, 1973, Tomo I, p.190).

Perón alentó las “formaciones especiales” (un eufemismo para enmascarar el terrorismo) y felicitó a los asesinos de Aramburu y de todas las tropelías de forajidos que asaltaban, torturaban, secuestraban y mataban. Declaró que “Si la Unión Soviética hubiera estado en condiciones de apoyarnos en 1955, podía haberme convertido en el primer Fidel Castro del continente” (Montevideo, Marcha, febrero 27, 1970). Al poco tiempo, en su tercer mandato, al percatarse que ciertos grupos terroristas apuntaban a copar su espacio de poder los echó de la Plaza de Mayo durante un acto y montó desde su ministerio de bienestar social (!!) otra estructura terrorista con la intención de deshacerse físicamente del otro bando. En ese tercer mandato, reiteró la escalada de corrupción y estatismo a través de su ministro de economía retornando a una inflación galopante, controles de precios y reinstalando la agremiación autoritaria de empresarios y sindicatos.

Con el peronismo se consolidó al reversión de la admirable tradición argentina desde su Constitución liberal de 1853 hasta la revolución del 30, tradición que atrajo la atención del mundo por las condiciones de vida del peón rural y del obrero de la incipiente industria, razón por la cual la población se duplicaba cada diez años en multitudinarias oleadas de inmigrantes atraídos por los salarios mucho mayores que los de Suiza, Alemania, Francia, Italia y España, venían a estas costas a “hacerse la América”. Algunos incluso nos visitaban solo para recoger cosechas (los trabajadores “golondrina”) y se volvían a sus pagos a disfrutar de los ingresos obtenidos. Los que se quedaban, ahorraban en pequeños terrenos y departamentos, pero fueron posteriormente esquilmados por Perón con las consabidas legislaciones de alquileres y desalojos, rematados con inauditos “planes quinquenales” que hicieron que en el país del trigo escaseara el pan. Se estatizaron empresas con lo que comenzaron las situaciones de angustia deficitaria y se monopolizó el comercio exterior a través del IAPI que también constituyó una monumental plataforma para el enriquecimiento de funcionarios públicos.

En el período 1945-1955 el costo de la vida se incrementó en un 500% según detalla Carlos García Martínez (en La inflación argentina, Buenos Aires, Guillermo Kraft, 1965) y después de la afirmación de Perón de que no se podía caminar por los pasillos de la banca central debido a la cantidad de oro acumulado, la deuda pública se multiplicó por diez en los referidos años de los gobiernos de Perón, tal como puntualiza Eduardo Augusto García (en Yo fui testigo, Buenos Aires, Luis Lassarre y Cia, 1971).

Ezequiel Martínez Estrada apunta que “Perón organizó, reclutó y reglamentó los elementos retrógrados permanentes en nuestra historia […] El peronismo es una forma soez del alma de arrabal […] Eran las mismas huestes de Rosas, ahora enroladas en la bandera de Perón, que a su vez era el sucesor de aquel tirano” (en ¿Qué es esto? Catalinaria, Buenos Aires, Editorial Lautaro, 1956).

Por su parte, Américo Ghioldi escribe que “Eva Duarte ocupará un lugar en la historia de la fuerza y la tiranía americana […] el Estado totalitario reunió en manos de la esposa del Presidente todas las obras […] el Estado totalitario había fabricado de la nada el mito de la madrina […] en nombre de esta obra social la Fundación despojó a los obreros de parte se sus salarios” (en El mito de Eva Perón, Montevideo, 1952).

Nada menos que Sebastián Soler, como Procurador General de la Nación, dictaminó que “Antes de la revolución de septiembre de 1955 el país se hallaba sometido a un gobierno despótico y en un estado de caos y corrupción administrativa […] Como es de pública notoriedad, se enriquecieron inmoralmente aprovechando los resortes del poder omnímodo de que disfrutaba Juan Domingo Perón y del que hacía partícipe a sus allegados” (en Sentencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación sobre bienes mal habidos del dictador Juan Domingo Perón, Corte presidida por Alfredo Orgaz que confirma lo dicho por el Procurador General).

Pares de Perón constituidos en Tribunal de Honor del Ejército concluyeron que “En mérito de los resultados de las votaciones que anteceden, el Tribunal Superior de Honor aprecia, por unanimidad, que el señor general de Ejército Juan Domingo Perón se ha hecho pasible, por las faltas cometidas, de lo dispuesto en el No. 58, apartado 4 del reglamento del los tribunales de honor: descalificación por falta gravísima, resultando incompatible con el honor de la institución armada que el causante ostente el título del grado y el uso del uniforme; medida ésta la más grave que puede aconsejar el tribunal” (en Tribunal de Honor del Ejército, firmado por los tenientes generales Carlos von de Becke, Juan Carlos Bassi, Víctor Jaime Majó, Juan Carlos Sanguinetti y Basilio D. Pertiné, octubre 27, 1955).

Resulta un bochorno superlativo que a esta altura de los acontecimientos todavía se mantenga como si nada en el escenario político esta manifestación de autoritarismo y, lo que es peor, que haya gente que considere seriamente que el peronismo puede resolver nuestros problemas desconociendo del modo más fragrante las partes más dolorosas de la historia argentina, con el apoyo logístico de oportunistas de toda laya y de distraídos irresponsables y timoratos incapaces de vislumbrar el pésimo ejemplo que trasmiten a las generaciones venideras. No habrá solución en el horizonte mientras no nos miremos en el espejo con un mínimo de honestidad y decencia, para así dejar de lado una de nuestras más devastadoras lacras en la que su fundador entrelazó autoritarismos. Entre otros, Jean-François Revel ha señalado el muy estrecho parentesco entre el nazi-fascismo y las izquierdas (en La gran mascarada, Madrid, Taurus, 1997).

En un editorial de “La Nación” de Buenos Aires (noviembre 2 de 1959) se lee que “El Partido Peronista no fue nunca, en efecto, un partido democrático, sino la figuración de un organismo áulico, posesionado de todos los resortes del poder y hasta del presupuesto nacional para el cumplimiento de menguados fines partidistas. Tendió al partido único, que era ya una realidad en muchos aspectos por la sanción de leyes y decisiones que quedarán como un padrón de ignominia en el registro oficial de la nación. Fomentó un incondicionalismo personalista que se tradujo en el manejo discrecional del partido desde la primera magistratura […] instalaba sus famosos unidades básicas en bienes inmuebles del fisco, obtenía fondos del tesoro nacional o presionando a la industria, al comercio, a los sindicatos”.

Antes he escrito un largo ensayo sobre el tema del peronismo (en Tras el Ucase, Mendoza, Fundación Alberdi, 2003), informaciones y reflexiones que naturalmente no tienen cabida en un artículo periodístico. Agrego a modo de una nota al pie sobre el uso de la fantasiosa expresión “gorila” utilizada cuando no hay argumentos para responder. Esto me recuerda el cuento de Borges titulado “El arte de injuriar” en el que uno de las personas que debatía le arrojó un vaso de vino a su contertulio a lo que éste le respondió “eso fue una digresión, espero su argumento”… a lo cual podemos agregar al pasar que Borges ha dicho que “Pienso en Perón con horror, como pienso en Rosas con horror” (en El diccionario de Borges, Carlos R. Stortini, comp. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1986).

Cierro esta columna con una voz de alarma a raíz del resultado electoral del domingo en Venezuela, situación aplicable a próximas votaciones en otros lugares de nuestra región latinoamericana. Para restituir un sistema republicano no es conducente hacer campañas alegando que se mantendrá buena parte de las políticas estatistas de un autócrata en ejercicio que destruye las bases morales y materiales de su país y que solo se modificarán las formas prepotentes, la corrupción y el deseo de perpetuarse en el poder. Los valores de la sociedad libre están muy minados en la mentalidad de la gente, pero es absolutamente necesario refutar el núcleo central del colectivismo si se desea revertir el fondo de los males. Debemos hacer un esfuerzo para que no resulte correcto lo dicho por Antonio Machado: “de cada diez cabezas, una piensa y nueve embisten”.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía, Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.