Cómo conseguir un aumento de salario del 900%

Por Iván Carrino. Publicado el 22/3/18 en: https://contraeconomia.com/2018/03/como-conseguir-un-aumento-de-salario-del-900/

 

Sin Moyanos ni cortes de calles, existen trabajadores cuyos salarios pueden crecer de manera astronómica.

Stranger Things es una de las series que está haciendo furor en este nuevo mundo de televisión “on demand” vía internet. Una de las más recientes producciones de Netflix, con la actuación estelar de Winona Ryder, cautivó la atención de grandes y chicos por igual.

A mí personalmente también me atrapó. Recuerdo hace unos meses cuando en casa decidimos comenzar a verla. No nos duró más que dos fines de semana. Es que la ciencia ficción, el suspenso y la estética de los años ’80 te vuelven adicto a la pantalla. La producción, cabe decirlo, también es sensacional, así que si aún no viste Stranger Things, te recomiendo que te prepares para hacerlo este mismo sábado.

Ahora bien, esta famosa serie de Netflix, que ya recibió algunos premios Grammy y Globos de Oro, también tiene para enseñarnos una importante lección de economía.

Por qué suben los salarios

En Argentina, y especialmente en Buenos Aires, estamos cada vez más acostumbrados a los cortes de calles. Cada vez que hay un embotellamiento o los peatones escuchamos bombas de estruendo, nos preguntamos:

¿Qué se reclama hoy?

Por lo general, la respuesta es sencilla:

Son los empleados de tal rubro, exigiendo un salario justo y mejores condiciones laborales.

En este contexto, es normal que muchos piensen que los aumentos de sueldo dependen de cuánta fuerza haga el sindicato o de cuánto alcance tengan las llamadas “conquistas sociales”. El planteo detrás de este razonamiento es profundamente marxista. Dado que los empresarios explotan a los trabajadores, se piensa, éstos deben oponer resistencia y reclamar lo que, en realidad, siempre fue suyo.

Así, los salarios estarían determinados por la “puja distributiva”: lo que ganan los trabajadores lo pierden los empresarios, y viceversa.

La realidad no tiene nada que ver con este planteo. Los acuerdos voluntarios –como los contratos laborales- no son juegos de suma cero, sino que siempre reportan beneficios para ambas partes.

Además, los salarios no dependen de la fuerza de los sindicatos sino de un concepto económico fundamental, conocido como “productividad marginal del trabajo”.

En términos sencillos, la productividad marginal hace referencia al ingreso adicional que reporta una unidad adicional de trabajo. Es decir, si contratar a una persona una hora más, genera beneficios adicionales de USD 100, entonces la productividad marginal de esa unidad de trabajo es de USD 100.

Este punto es clave, ya que le pone un techo al salario que los empresarios pueden pagar. Si tuvieran que pagar USD 150 por hora, los números no cerrarían, porque contratar una hora más de trabajo generaría una pérdida para la empresa. Pagar menos, en cambio, resulta en un beneficio marginal. Es decir,  en un beneficio adicional.

En el largo, plazo, los economistas coinciden en que los salarios y la productividad marginal de trabajo van de la mano, y lo segundo determina lo primero.

Aumento del 900%

Volviendo a Stranger Things, se conoció ayer que muchos de los actores de la popular serie van a recibir aumentos de salario de hasta 10 veces por cada capítulo que realicen. Así, el joven actor que interpreta a Dustin, pasaría de cobrar USD 25.000 por capítulo a USD 250.000. Una suba impresionante… ¡Y en dólares!

¿Cómo es posible que esto suceda? ¿Es que el Sindicato de Actores de Hollywood (si es que existe tal cosa) negoció una buena “paritaria”? ¿Es que Winona Ryder contrató los servicios internacionales de Hugo Moyano?

Nada de eso. La respuesta es la productividad marginal del trabajo.

Hagamos algunos números.

Para la producción de las primeras dos temporadas de la serie se habrían invertido unos USD 60 millones. La compañía productora, Netflix, sin  embargo, reportó en 2017 ingresos por nada menos que USD 11.600 millones.

De acuerdo con la empresa, los abultados ingresos respondieron en buena medida al éxito de la serie 13 Reasons Why, la película Bright y Stranger Things.

Así que si suponemos que al menos el 10% de la facturación 2017 de Netflix fue gracias a Stranger Things, llegamos a que la serie en particular generó ingresos por USD 1.160 millones. Si a esto lo dividimos por la cantidad de capítulos filmados (17), llegamos a un ingreso por capítulo de USD 68,2 millones.

Ahora bien, asumiendo que gran parte de los ingresos generados por cada capítulo de Stranger Things son gracias a las buenas actuaciones de sus principales estrellas, y asumiendo que estos números se mantendrán en los 8 capítulos de la nueva temporada, llegamos a lo siguiente:

  • En la nueva temporada, cada capítulo generará USD 68,2 millones.
  • Las estrellas principales son un total de 10.
  • Y asumiendo que ellas son responsables del 25% de la facturación.

Entonces a cada una se le podrá pagar hasta USD 1,7 millones por capítulo (68,2 * 25% / 10).

Es decir que la productividad marginal del trabajo de cada estrella de Strager Things (estimada muy grosso modo) es de USD 1,7 millones.

El salario, sin embargo, oscilaba entre los USD 20.000 y los USD 100.000.

Resulta obvio, en este contexto, que hay una contundente razón por la cual los salarios pueden aumentar tan significativamente.

Servir al consumidor

Como se observa, los aumentos salariales, incluso cuando sean astronómicos, no dependen del poder de los sindicatos y las conquistas sociales, sino de la productividad marginal del trabajo.

No obstante, alguno podrá decir que estas cosas solo les suceden a pocos privilegiados o afortunados, como el caso de las megaestrellas de Hollywood.

Y aquí tenemos una nueva lección de economía y de la vida en general. La clave de Strnger Things fue cautivar la atención y el disfrute de los espectadores. Si la serie hubiese sido aburrida, mal actuada y de baja calidad de producción, nadie la habría visto y pocos habrían sido los ingresos generados.

Obviamente, no habría habido ningún aumento de salario.

Así que la productividad marginal del trabajo es un factor clave, pero depende de que el producto satisfaga las necesidades de los consumidores.

Así que ya sabés: si querés un aumento de salario, asegúrate de trabajar en una empresa que satisfaga permanentemente las cambiantes demandas del consumidor.

En una economía de mercado, esa es la única manera de triunfar.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano.

HAZTE PIQUETERO Y RENOVARÁS LA FAZ DE LA TIERRA

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 8/12/16 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2016/12/hazte-piquetero-y-renovaras-la-faz-de.html

 

Que el peronismo NO es marxista es una de las más absolutas falsedades de toda la política argentina. Perón era, ante todo, un fascista mussoliniano, un dictador por convicción, que borró con todas las instituciones republicanas tradicionales porque eran, precisamente, las estructuras burguesas explotadoras contra el “pueblo” trabajador. Maquiavélica fue luego la estrategia lingüística de los peronistas de llamar fascistas a todos los que no eran peronistas. Era como si los nazis hubieran ganado la guerra y hubieran llamado antisemitas a todos los que no fueran nazis.

Que Perón no haya convertido a la Argentina en Cuba no quita nada de su marxismo. Astuto como serpiente y astuto como serpiente, estatizó todo lo que quiso y al resto, al estilo nazi, la reguló ad infinitum, convirtiéndola en la esclava del estado –esclavos muy felices la mayoría- y no estatizó directamente al campo también para llenar las arcas de un estado re-distribuidor. Al principio, claro, como en el inicio de todos los populismos, le funcionó muy bien. Luego comenzaron la inflación, el subdesarrollo, la pobreza, el crecimiento macrocefálico de Buenos Aires, las villas miseria, pero todo eso, claro, era fruto del imperialismo yanqui. Así de simple.

El sindicalismo, en medio de esto, se convirtió en un estado dentro de otro estado. Organizado hasta hoy según la Carta del Laboro de Mussolini, sus huelgas extorsivas, su capacidad de detener el país, se convirtieron en la acción directa de la clase explotada versus la clase dominante. Cuando llegan los 60 y los 70, Montoneros, ahora sí el peronismo directamente castrista, es la expresión más coherente de las semillas plantadas por el primer trabajador.

Pasados algunos acontecimientos que son de dominio público, estas profundas ideas marxistas se recrean en dos formas. Una, más incoherente, mafiosa, corrupta, negociadora, es la CGT y sus paros generales, desde 1983 hasta la fecha, con sus líderes, modelos siempre de austeridad de vida, probidad, santidad y bondad. Otra, más coherente, atomizado como células terroristas, menos negociador y esperando siempre la “represión” de las clases dominantes, son los conocidos piquetes, en rutas, calles, organismos públicos tomados o privados amenazados. Tienen su mística, sus uniformes, su relato, y dirigentes atomizados muy diferentes de los “gordos”. Se cubren la cara, portan un palo, que seguramente es un símbolo inspirado en Mahatma Gandhi, y hacen lo que saben hacer: cortan calles y avenidas enteras, producen el caos, esperan la reacción. Si, son delincuentes totales y completos, pero desde el punto de vista de una República. Para ellos, son los verdaderos representantes de la lucha de la clase dominada. Por eso desafían a todo lo que sea el Estado de Derecho: jueces, la fuerza pública, la ley.

El kirchnerismo (que como Hitler a partir del 33, utiliza las formas democráticas como una más sutil capucha que cubre su cara) los utilizó al principio a su favor. Pero luego quedaron, como debe ser, fuera de control, mientras Cristina Kirchner, Madres de Plaza de Mayo, Abuelas de Plaza de mayo, también estaban “fuera de control”, in a way, pero manejaban lo recursos del estado y sabían bien lo que hacían: convertirnos en una provincia del estado chavista.

El triunfo de Macri pudo haber sorprendido a algunos kirchneristas, pero no a los piqueteros. Ellos siguieron en la suya. Qué hacer con ellos es un problema político complejo. Acciones judiciales frente a obvios delitos de acción pública, tal vez, pero sus dirigentes esperan y utilizan las condenas judiciales como parte de su estrategia. Difìcil.

Pero parece que Macri ha decidido hacer con ellos lo que NO hay que hacer: negociar. NO se negocia con terroristas. Concederles sus demandas sólo les da más poder. Por supuesto, todo al estilo argentino: parece que se los quiere sindicalizar, darles planes sociales, etc. Desde el lado de ellos aceptarlo sería incoherente, pero tal vez guarden algo de las estrategias maquiavélicas del primer trabajador, del qué grande sos. El asunto es que, como bien ha explicado Nicolás Cachanosky con los elementos de la good economics, esto es un gran incentivo para que todos los grupos en busca de renta (del estado) comiencen a cortar, bloquear, intimidar, todo cuanto sea espacio público para conseguir sus demandas. Argentina coherente: no emprendas, hacete piquetero. Te vas a hacer rico. Quién sabe, tal vez los profesores de filosofía podríamos ir ensayando cómo nos quedaría una capucha y un pacífico palo en nuestras manos.

 

Como dijo Gustavo Hasperué: “…Amigo político, podés seguir aumentando el gasto e inventar nuevos impuestos; lo que no vas a poder es evitar las consecuencias. Pero quedate tranquilo; la mayoría de la gente no entiende nada y le va a echar la culpa al capitalismo y reclamará, para tu tranquilidad, más estado y más política. Eso sí, con políticos buenos…”.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

 

Ni industria ni campo: libertad económica es el camino para Argentina

Por Iván Carrino. Publicado el 27/9/16 en: https://es.panampost.com/ivan-carrino/2016/09/27/argentina-libertad-economica/

 
La idea de que el país debe ser industrializado es, a grandes rasgos, pensar que el gobierno debe tomar políticas activas para que en la economía se desarrolle la industria manufacturera. 
Axel Kicillof es, junto con Yanis Varoufakis y Jorge Giordani, uno de los pocos ex ministros de economía del siglo XXI de profunda formación marxista. A juzgar por sus resultados, está claro que su cosmovisión del mundo no es la más adecuada para resolver los problemas actuales.

Varoufakis estuvo poco tiempo en funciones, pero fue suficiente para generar un pánico financiero en Grecia que terminó con la imposición de un corralito bancario. Jorge Giordani, quien saltó del barco de la economía venezolana en 2014, fue el artífice de la destrucción del país y cómplice de la hiperinflación y escasez que hoy asolan a su población.
Kicillof, por su parte, es responsable directo de la gestación de la bomba económica que el gobierno de Macri todavía está tratando de desactivar. Inflación, controles de precios, control de cambios, juicios sin pagar y déficit fiscal récord son solo alguna de las medallas que el joven exministro puede colgarse en su cuello. Otras son la economía frenada por 4 años, la caída del PBI per cápita y el aumento sostenido del nivel de pobreza. Nada para festejar.

Recientemente, Axel Kicillof fue entrevistado por el conocido periodista argentino Nelson Castro, en su programa “El Juego Limpio”. La entrevista se transformó en un cruce de acusaciones y tuvo momentos de contrapuntos picantes y tensos. Castro acusaba al exministro por su responsabilidad en la crisis actual, mientras que Kicillof intentó desligarse, echándole la culpa a la nueva política económica.

Al margen del cruce circunstancial entre el periodista y el economista, hubo un comentario al pasar sobre el que vale la pena reflexionar. En un momento de la conversación, Kicillof afirmó:

“Nuestro programa económico es un programa que se proponía una meta difícil: industrializar la Argentina”

En este momento de la charla, si bien hubo desacuerdo respecto de cómo lograr esa meta, nadie debatió el punto más importante. Es decir, si debe o no, darse dicha industrialización.

Analicemos este punto.

La idea de que el país debe ser industrializado es, a grandes rasgos, pensar que el gobierno debe tomar políticas activas para que en la economía se desarrolle la industria manufacturera. Trabas a las importaciones, subsidios directos, créditos blandos e inflación, todo vale para promover a los industriales del país. Si estas políticas dañan a otros sectores más competitivos o perjudican a los consumidores, eso no debería verse como un problema, ya que la industrialización es el camino para garantizar el progreso de todos.

Esta perspectiva sobre el rol que la industria manufacturera tiene en el desarrollo nacional puede provenir de una errónea interpretación de la historia de los Estados Unidos y otros países desarrollados. Durante el siglo XX, en Estados Unidos la industria tuvo un desarrollo muy marcado. Se estima que en 1840, solo representaba el 20% del PBI, mientras que a principios del Siglo XX ese porcentaje había llegado a superar el 40%. En paralelo a este verdadero proceso de industrialización, el nivel de vida de los americanos creció notablemente.

De ahí que muchos crean que la base de la riqueza se encuentra en la industria.

Sin embargo, hay dos puntos a destacar. El primero es que esta industrialización no fue producto de un deseo deliberado del gobierno de ese país, sino del desarrollo natural de las fuerzas del mercado, que fueron dejando el campo y llegaron a las ciudades en busca de mayores beneficios para sus inversiones. El segundo punto es que, a partir de la década del 70, la participación de la industria en el PBI cayó notablemente, sin que esto significara un problema para su economía. Hoy más del 70% de la producción norteamericana está en los servicios y el país sigue siendo uno de los que mejores niveles de vida tienen en el mundo.

En Argentina solemos enfrascarnos en una discusión anacrónica y obsoleta entre “industrialización” o “modelo agroexportador”, olvidando las bases verdaderas de la prosperidad económica de largo plazo. Es que no hace la diferencia si la economía tiene una mayor participación de un sector u otro, sino si ésta, como un todo, puede crecer de manera sostenible, generando progreso y bienestar para todos.

Estados Unidos no se convirtió en el primer país del mundo gracias a su industria, sino gracias a la libertad económica. Y fue esta libertad económica la que permitió a sus ciudadanos explorar un nuevo sector llamado industria a principios del siglo pasado. Fue la libertad la que industrializó al país. Y la misma libertad hoy permite el desarrollo del sector de servicios.

Para que nuestro país crezca, debemos dejar de lado viejas confrontaciones. La clave del desarrollo no está en la mano visible del estado, que decide qué sectores deben ser prioritarios, sino la mano invisible del mercado. Es ella, dejada a su libre albedrío, la que mejor garantiza el crecimiento de la producción, y en aquéllos sectores que más demandan los consumidores.

Si dejamos a la economía en libertad, no sabemos qué sectores se desarrollarán de manera más intensa, pero sí podemos pronosticar que todos viviremos mejor. Ése es el verdadero parámetro para medir el éxito de un programa económico.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano.

Kicillof

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 8/12/13 en:  http://www.libremercado.com/2013-12-08/carlos-rodriguez-braun-kiciloff-70194/

 

Dice Alejandro Rebossio en El País que Axel Kicillof, flamante ministro de Economía en la nueva etapa pretendidamente moderada del régimen kirchnerista, se define como keynesiano y no como marxista. Esta confusión seguramente deriva de quienes no lo han leído, porque su keynesianismo es un mero disfraz del marxismo.

Para mayor desconcierto, Rebossio resume así los objetivos intelectuales de la política del nuevo ministro:

Emplear todos los medios e instrumentos de la política económica e industrial para consolidar el proceso de industrialización, de sustitución de importaciones y de avance en la diversificación y crecimiento de las exportaciones, con el objetivo irrenunciable de sostener elevados niveles de empleo y una mejora en las condiciones de vida de los trabajadores que resulte sostenible en el tiempo.

Como decía el clásico, lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible.

Una larga experiencia y numerosos análisis teóricos demuestran que ninguna industrialización puede consolidarse mediante la sustitución de importaciones, que por definición comporta proteger a determinadas empresas y sectores o subsectores a costa de los ciudadanos, a quienes el poder fuerza a pagar precios más elevados que los que regirían en libre competencia.

Con la estrategia proteccionista, la industria se debilita, no se fortalece. Al encarecer artificialmente los insumos, las exportaciones ni se diversifican ni crecen, sino al contrario, porque la competitividad de la economía se contrae, y con ella las exportaciones. Por consiguiente, la estrategia impide conseguir el objetivo «irrenunciable» de aumentar el empleo. Las condiciones de vida de los trabajadores, en consecuencia, resultan insostenibles en el tiempo.

En resumen, la estrategia intervencionista de Kicillof conspira contra sus propios objetivos, lo que es típico del populismo, y de hecho ha sido ratificado de manera cada vez más visible por los deplorables gobiernos de la dinastía Kirchner.

 

El Dr. Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

A cada cual lo suyo según Hollywood

Por Gabriel Gasave. Publicado el 15/9/13 en: http://independent.typepad.com/elindependent/2013/09/a-cada-cual-lo-suyo-seg%C3%BAn-hollywood.html#more

Como todos los días, el programa radial giraba en torno a las noticias más destacadas de la jornada. Pero esa mañana, tanto el tono del presentador como el de los oyentes al otro lado del teléfono era diferente. Ambas partes sonaban más agresivas y enfervorizadas que de costumbre.

Se escuchaban expresiones tales como “¡Es una vergüenza!”, “¡Es inmoral!”, “¡Cómo puede ser que con tan poco esfuerzo y casi sin instrucción, alguien embolse tanto dinero junto!”, etc.

Ante tales expresiones, alguien distraído podía preguntarse: ¿Cuál será hoy el tema en discusión que genera tanta cólera?

¿Se referirán a las más de 1.400 personas que murieron en Siria por la utilización de armas químicas por parte al parecer del presidente Bashar al Assad?  Puede ser. Aunque tal vez ¿No estarán comentando sobre algún traficante de drogas, quien gracias al precio artificialmente elevado que las leyes restrictivas provocan respecto de su mercancía, genera en pocos minutos más ingresos que cualquier mortal en toda su vida?. Quién sabe. Lo que es seguro es que no pueden estar refiriéndose a alguna nueva revelación sobre el enriquecimiento ilícito de un boliburgues venezolano o de un kirchnerista argentino porque a estas alturas eso ya no llama la atención de nadie.

Se trataba de otra cosa. El suceso supuestamente tan repudiable consistía en un informe publicado por la revista Forbes que daba a conocer qué actores y actrices de Hollywood han sido los mejor pagados por los grandes estudios cinematográficos. Según el mismo, en primer lugar aparece Robert Downey Jr., quien entre junio de 2012 y 2013 habría embolsado una fortuna de 75 millones de dólares. En segundo término, con 60 millones de dólares, se encuentra Channing Tatum, debido al éxito de ‘Magic Mike’ y actualmente de ‘Asalto al poder’, mientras que la lista de adineradas actrices es encabezada por Angelina Jolie tras ganar 33 millones.

Lamentablemente, a menudo cuando se analizan cuestiones como esta, la razón y el sentido común son dejados a un lado, pasando a ocupar su lugar las pasiones, los impulsos y las buenas intenciones. Por tal motivo, resulta conveniente hacer algunos reflexiones sobre el particular a fin de tener en claro los conceptos básicos aquí involucrados.

En principio, tratándose de actos libres y voluntarios entre partes (los estudios y los actores), por los cuales las mismas han entendido a priori que resultarán beneficiadas, y cuyos objetos no parecieran violar derechos individuales de terceros, la noticia no debería ser más que un simple hecho anecdótico, resultando irrelevante lo que individuos ajenos al trato podamos pensar al respecto. Se trata sencillamente de alguien pagando por el trabajo de otro.

Cuando nos referimos al trabajo, estamos hablando de un intercambio de valores, de energía, de esfuerzo físico o intelectual (o de ambos) entre individuos, que conforme a sus preferencias y sus particulares escalas de prioridades, han decidido que resulta subjetivamente provechoso para ellos llevarlo a cabo.

Cada uno desde su perspectiva, estima más valioso aquello que va a recibir que aquello que debe entregar. Al operar dicho intercambio de valores en el ámbito del mercado, el mismo puede expresarse en dinero, es decir dicho cruce de valoraciones da como resultado un precio, al que en este caso denominamos salario.

¿De qué dependen los salarios? Siguiendo este razonamiento, como cualquier precio dependerá de la oferta y de la demanda existente en un momento dado. Siendo un poco más sofisticados podríamos decir que en última instancia dependerá de la utilidad marginal del trabajo. Si yo ofrezco en el mercado un servicio que perfectamente podrían prestar otros cientos de miles o quizás millones de personas, el “precio” de mi labor, es decir mi salario, necesariamente será bajo. En cambio, si mi prestación, como en el caso que nos ocupa, es de carácter excepcional mi remuneración será infinitamente mayor.

Los estudios de Hollywood, entienden que contar con una determinada estrella en su próxima producción es más valioso que los millones que tendrán que abonarle, y obviamente el actor considera que el acuerdo vale más que el esfuerzo de cumplir con el mismo y que otras alternativas que eventualmente pudiesen presentársele más adelante.

La gente al decidir adquirir un bien final (en este caso, su entrada de cine), está valorando y juzgando un resultado, la satisfacción que el mismo le produce. De manera indirecta está imputándole valor a los factores que intervinieron en la concreción de ese bien final, entre ellos el trabajo de los actores y demás participantes.

Cuando un estudio de Hollywood le paga a una estrella una carrada de millones por tan solo un par de semanas de trabajo, lo hace porque sabe que sí esa persona aparece en la pantalla los cines rebosaran de espectadores dispuestos a dejar sus dólares en la boletería.

Es por ello y no por la simpatía que pudiesen tenerle los directivos del estudio, que el galán que aparece solamente a la hora de los besos, gana muchísimo más que su doble en las escenas riesgosas y los demás trabajadores del set de filmación. Es por ello, y no por una actitud altruista de Hollywood, que Downey Jr, Tatum, Jolie y compañía ganarán más que todas las demás personas involucradas en la producción y comercialización de sus películas. En definitiva, es la gente, al aglomerarse frente a la taquilla, la que está decidiendo quién tendrá un lugar en esa siempre dinámica lista de «ricos y famosos».

Estas consideraciones quedaban totalmente desvirtuadas en la discusión radial arriba señalada, cuando los participantes consideraban inmoral la cifra abonada al intérprete, y efectuaban comparaciones con los bajos salarios percibidos en otros sectores de la economía. Más patético aún era pensar que toda ese encolerizado debate contra la “riqueza desmedida” y el mercado, estaba teniendo lugar a través de una emisora que transmite a pocas cuadras de la Casa Blanca, en el corazón de la tierra que acuñó la noble idea de “to make money” como un símbolo de que la riqueza es algo que debe ser creado y corresponde que sea disfrutado por su creador.

Para nada sorprendió escuchar que la única opinión favorable vertida esa mañana acerca del informe de Forbes, provino de un individuo que se presentó a sí mismo como un inmigrante de origen cubano. Seguramente, supo padecer en carne propia la puesta en práctica de la marxista Teoría del Valor Trabajo y de la igualdad forzada mediante la ley, donde tanto el genio como el imbécil – a menos que pertenezcan a la clase gobernante – permanecen en un plano de igualdad: el de la miseria.

Como diría una campaña para la prevención del HIV, “En los momentos más calientes es cuando más en frío hay que pensar”. Por ello ante temas que suelen llegarnos tanto como los relacionados con el mercado laboral, lo peor que podemos hacer es sacar de escena a la razón.

Gabriel Gasave es investigador para el  Center on Global Prosperity del The Independent Institute. Se graduó de Abogado en la Universidad de Buenos Aires, estudió Ciencias Políticas en Lock Haven State College en Pennsylvania, Y realizó una maestría en Economía y Administración en ESEADE. Ha sido secretario académico  de ESEADE.

Apunte sobre legislación sindical

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 28/6/12 en http://diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=7343

 Contemporáneamente en casi todos lados se ha adoptado la visión fascista de la Carta del Lavoro de 1927 que, a su vez, respondiendo a la genealogía de Mussolini, se basa en la noción marxista de “las relaciones contractuales entre el capital y el trabajo”, primer error conceptual puesto que el capital no negocia ya que se trata de maquinarias y equipos, son distintas formas de trabajo que en una sociedad libre arriban a salarios monetarios y no monetarios según sea la tasa de inversión correspondiente (esa es la diferencia entre los salarios en Angola y Canadá, no los decretos y leyes que se promulgan con criterios voluntaristas).
 
Vamos por pasos en este asunto. En un ambiente civilizado, un sindicato es una asociación libre y voluntaria que se establece para todo aquello que los sindicados consideren pertinente (a menos que se trate de lesión de derechos de terceros en cuyo caso se convierte en una asociación ilícita). Generalmente en estos contextos la función primordial del sindicato consiste en informar a sus miembros de los salarios obtenidos en distintos lugares y actividades ya que si bien los ingresos en términos reales dependen de la inversión per capita que hace posible incrementos en la productividad del trabajo (no es lo mismo arar con las uñas que con un tractor), las cifras no aparecen en algún tablero universal sino que hay que averiguarlas (cosa que no es una faena difícil, de lo contrario pruébese remunerar a una secretaria en niveles bajo el mercado y se comprobará que no dura ni siquiera pasada la hora del almuerzo del primer día laborable).
 
Lo dicho no es óbice para que las referidas asociaciones establezcan otros servicios y otras condiciones para ser miembro aunque alguna puede aparecer chocante o ridícula como la de pertenecer a cierto partido político o, para el caso, condiciones para el salto de garrocha, todo es aceptable siempre que se trate de acuerdos libres y voluntarios entra las partes.
 
Observamos, sin embargo, que la situación es muy otra en nuestro mundo de hoy. Se impone que los empleadores descuenten compulsivamente contribuciones o cuotas sindicales enmascaradas o explícitas y de obras sociales a todos los empleados en relación de dependencia, lo cual constituye una inmoralidad superlativa. Se desconfía que los candidatos aporten voluntariamente a las cajas sindicales. Más aun, al universo que se le ha descontado para obras sociales se le requiere el carnet de afiliación para hacer uso de dichos servicios (generalmente muy deficientes como todo lo monopólico artificial) con lo que, de facto, significa membresía forzosa. De ninguna manera esto implica que los sindicatos no puedan contar con servicios médicos denominados “obras sociales”, de lo que se trata es que sean voluntarias y que compitan con otras. Un amigo co-fundador de dos mutuales de medicina muy prestigiosas en Argentina me decía que hicieron un estudio para extender el servicio a personas de menores ingresos pero la legislación sindical no les permitió competir. Desde luego que esta situación compulsiva se presta para todo tipo de maniobras por parte de la dirigencia sindical.
 
Otra característica de esta extendida legislación fascista es la llamada “personería gremial” que no es la simple personería jurídica que debe otorgársele a toda asociación libre, sino que es una figura que significa que la autoridad gubernamental la concede a un sindicato por rama de actividad que compulsivamente representa a todos los que trabajan en esa área y bloquea que lo hagan otros en grupo o lo hagan personas individualmente con lo que se impone la contratación colectiva por la fuerza. Nada tiene de objetable la contratación por grupos si los trabajadores lo prefieren, pero, como queda dicho, en este caso se trata de recurrir a la legislación para imponerlo y direccionado en cierto sindicato (que habitualmente se dice “el más representativo” con lo que se elimina a otros sindicatos o representaciones personales para negociar sus preferencia ya que si voluntariamente los trabajadores decidieran otorgar representatividad en ese mismo sindicato al que se le concede la personería gremial no habría necesidad de escudarse en esta figura coercitiva, que en estos contextos solo pueden eventualmente zafar de la imposición a través de contrataciones temporarias y similares).
 
Esta maraña legislativa en materia sindical y laboral en general conduce al mercado informal al efecto de evitar todos los impuestos al trabajo que expulsan de las posibilidades laborales a los que más necesitan trabajar ya que, como queda dicho, los salarios no dependen de la voluntad del legislador sino de las referidas tasas de capitalización que cuando se establecen por encima de esa marca aparece el desempleo. En cambio, en un clima de arreglos contractuales libres y voluntarios nunca sobra aquello que es indispensable para brindar servicios y producir bienes ya que, precisamente, el problema económico consiste en que los bienes y servicios son escasos en relación a las necesidades (de lo contrario estaríamos en Jauja, es decir, habría de todo para todos todo el tiempo, en cuyo contexto nadie demandaría empleo). La tragedia de la desocupación siempre se debe a la intromisión forzosa de legislaciones que no permiten contratar libremente, situación en la que se entrometen los aparatos estatales a través de lo que se ha dado en llamar “arbitraje” o “conciliación obligatoria”.
 
En esta misma línea argumental se impone una peculiar forma violenta de huelgas. En lugar de entender la huelga como el derecho a no trabajar que lo tiene cualquier persona libre, se introduce la idea del “derecho a estar y no estar al mismo tiempo en el lugar de trabajo”, es decir, quien se declara en huelga no trabaja pero tampoco permite que otros sean contratados en esa empresa (por medio de piquetes intimidatorios o por medio del decreto gubernamental), con lo que se conduce al desempleo o a través de la disminución del poder adquisitivo por medio de la inflación monetaria al efecto de cubrir la desocupación que de otro modo hubiera surgido ya que los salarios no son nunca consecuencia del voluntarismo sino de la realidad económica.
La huelga como el natural y a todas luces lícito derecho a no trabajar somete al empleador a una de dos posibilidades: o contrata a otros si es que lo que ofrece son salarios de mercado o debe incrementar la paga si es que estaba bajo el nivel que exigen las tasas de inversión.
 
Toda la nociva legislación a que nos venimos refiriendo parte de la falacia de “la teoría de la desigualdad en el poder de contratación” la cual sostiene que no es permisible que el gobierno no intervenga cuando quienes contratan tienen diferentes patrimonios lo cual pondría en desventaja al más débil. Esto así está mal planteado. La desigualdad patrimonial en el contrato es del todo irrelevante, nuevamente lo decisivo es la cuantía de inversión y los consiguientes marcos institucionales que permiten la formación de ahorro interno y externo en el lugar para ampliar esa inversión. En otros términos, si un multimillonario llega a un lugar y averigua cuanto debe remunerarse a un trabajador para pintar su casa y decide ofrecer la mitad porque es muy rico, sencillamente no podrá pintar su casa (para el caso no importa si su cuenta corriente es muy abultada o si está quebrado).
 
Las remuneraciones de las que estamos hablando incluyen todas sus formas tanto monetarias como las no monetarias. Si las cosas no fueran de esta manera no habría que ser tímido en los pedidos y lanzar un decreto por el que todos se conviertan en millonarios, pero lamentablemente las cosas no son así. Obsérvese que en el caso argentino (y en otros) los salarios del peón rural y los de la incipiente industria eran superiores a los de Suiza, Alemania, Francia, Italia y España (de allí es que en esas épocas la población se duplicaba cada diez años debido a la inmigración), situación que operaba cuando los arreglos contractuales se guiaban por el Código Civil de 1869 y los problemas para los más necesitados comenzaron en paralelo con la legislación de las mal denominadas “conquistas sociales” a partir de los años cuarenta y sin solución de continuidad hasta el presente, puesto que todos los gobiernos (civiles y militares) pretendieron y pretenden utilizar el movimiento obrero en provecho propio sin abrogar las leyes de asociaciones profesionales y convenios colectivos y equivalentes que constituyen la raíz del problema que embretan a los genuinos trabajadores en favor de la cúpula sindical.
 
Este tema de la incomprensión respecto a las causas de los niveles de salarios no se circunscribe a sindicatos y afines sino que abarca territorios mucho más amplios. Hace un tiempo estaba yo dictando un seminario en una cámara empresarial y uno de los asistentes (muy conocido) me preguntó que si no se aceptaba la huelga intimidatoria como se incrementarían salarios, con lo que se pone de manifiesto el grado de confusión mayúsculo que también incluye al empresariado (y a muchos otros sectores) que en no pocas ocasiones avala los absurdos e improcedentes “consejos de salarios” como si éstos fueran el resultado de la “puja distributiva” desconociendo en forma absoluta el significado elemental de los procesos de mercado.
 
En momentos de escribir estas líneas el caso argentino revela que el movimiento sindical se subleva frente al actual gobierno debido a excesivas presiones fiscales al trabajo para financiar el creciente gasto público, situación que escandaliza y sorprende al aparato estatal del momento que no puede creer que pasen por izquierda a una estructura que se autoconsidera “progresista”, pero el fondo del asunto sigue siendo el mismo solo que hay dos competidores por la imposición de condiciones desfavorables al trabajador que se encuentra en medio de una operación pinza y que, en definitiva, siempre paga los platos rotos.
 
Resulta indispensable y muy urgente revisar las falacias, los mitos y las grotescas tergiversaciones históricas tejidas en torno a los temas aquí apuntados y abandonar la hipocresía de escudarse bajo el manto de los pobres al efecto de explotarlos miserablemente.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía, Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.

 

Argentina: ya vimos la película:

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 19/4/12 en: http://www.diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=7238

Me recibí en la facultad de economía en 1964, el 28 de diciembre, día de los inocentes. En 1968, recién llegado de una beca en la Foundation for Economic Education de New York, el entonces presidente de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, Alberto Servente, me invitó a que dictara un curso en el recinto principal de esa institución. Elegí como tema la necesidad de privatizar empresas estatales, circunstancias en las que esos centros políticos estaban desangrando al país, a pesar de lo cual, en esa instancia, la opinión dominante era que la sola propuesta de traspasar activos a manos privadas se consideraba traición a la patria. Mientras dictaba el curso, entre el público, mi mujer y uno de mis cuñados escucharon de boca de algunos de los asistentes -disgustados por mis reflexiones- referencias injuriosas y muy poco elegantes respecto a mi madre. Con el correr del tiempo se fue entendiendo y aceptando la idea, especialmente en ámbitos universitarios, pero en un momento dado se bastardeó tanto la privatización traspasando monopolios estatales a monopolios privados en el contexto de una alarmante corrupción y ensanchamiento del gasto público que ahora, cuarenta y cuatro años después de mi aludido curso, la Argentina vuelve a fojas cero, por eso remarco aquello del día de los inocentes.
 
Se acaba de anunciar la re-estatización de la petrolera YPF, expropiando la mayoría accionaria en manos privadas y ha sido designado como interventor un ministro acusado de corrupción secundado por un ideólogo marxista, una combinación ideal a ojos de los dromedarios estatistas de turno.
 
En esta ocasión me veo obligado a repetir lo que dije hace más de cuatro décadas en la referida Bolsa de Comercio de Buenos Aires, lo cual naturalmente produce una buena dosis de cansancio moral, por no decir extenuación intelectual al repasar puntos que en toda buena universidad se enseñan en seminarios introductorios al estudio de la economía, pero antes de eso formulo algunas consideraciones específicas sobre el rubro energético.
 
La situación argentina en esta área (y en otras) se debe principalmente a la machacona política de manipular compulsivamente tarifas. Cuando un precio se mantiene artificialmente deprimido, la demanda se expande mientras que la oferta se contrae (y, consecuentemente, las inversiones disminuyen hasta que, en su caso, debe recurrirse a la importación de energía para suplir el zafarrancho). En un arranque tragicómico, el gobierno argentino pretende resolver el problema con lo dicho y a la situación deficitaria de caja del momento agrega la necesidad de indemnizar a los accionistas (con o sin juicios) y hacer frente a los pasivos de la empresa confiscada en su porción mayoritaria.
 
Estas señales horrendas son recibidas por los proveedores del otro setenta por ciento del mercado energético, ya que la empresa de marras solo abastece el treinta por ciento. Esos signos de inseguridad jurídica mayúscula hacen que esas otras empresas naturalmente se abstengan de invertir, todo lo cual agrava el problema de la energía argentina.
 
En la era de Carter en Estados Unidos (quien se hacía sacar fotografías en mangas de camisa en verano al efecto de mostrar que no usaba aire acondicionado “para ahorrar energía”), se fijó un techo a los precios del petróleo lo cual hizo acelerar el consumo y aparecieron colas en las estaciones de servicio al tiempo que se obstruyeron las señales para encarar fuentes alternativas de energía, es decir, el peor de los mundos, lo cual fue criticado, entre otros, por el premio Nobel en economía Milton Friedman, el ex secretario del tesoro William Simon y el entonces presidente de Citicorp Walter Wriston quienes señalaron enfáticamente los peligros y contribuyeron a modificar drásticamente la política.
 
Hasta el modo en que algunos burócratas se refieren a temas energéticos revela desconocimiento de magnitud respecto a cuestiones elementales, como cuando aluden a las reservas petroleras extrapolando al futuro el precio y la tecnología presentes, sin percibir que la provisión de energía y su consumo se modifican completamente al modificarse el precio respectivo, consecuencia de situaciones cambiantes que refleja el mercado. En otros términos, como ha destacado Friedman “si quieren sobrantes de petróleo el gobierno debe fijar precios mínimos, si quiere faltantes debe imponer precios máximos, pero si se desea que oferta y  demanda se equilibren y las cosas funcionen bien, hay que dejar los precios libres”.
 
Creo que en buena medida lo que anquilosa las mentes es la idea de soberanía. Bertrand de Jouvenel en Los orígenes del estado moderno explica que el concepto del soberano como sinónimo del rey fue derribado al señalar la limitación natural de todo ser humano, sin embargo al trasladarse la idea al pueblo parece que el límite se franqueó con el resultado de que, en definitiva, volvió a recaer en el gobernante con un áurea más contundente y más fuerte que en la época de las monarquías absolutas. Esta idea atrabiliaria se aplicó a distintos bienes y así se declama sin rubor alguno que el petróleo pertenece a la soberanía popular, lo cual es tan idiota como sostener la soberanía de la zanahoria o el garbanzo. En el caso argentino, se ha llegado al extremo en el que el secretario de cultura (subrayo el cargo) lanzó al ruedo la peregrina noción de la “soberanía cultural” al efecto de dictaminar sobre la lectura de lo que conviene y lo que no conviene leer, es decir, una nueva versión del Index y la inquisición cultural.
 
Solo parapetados en conceptos de esa laya es que puede envolverse empresas estatales en el pabellón nacional alegando que se trata de “bienes estratégicos”, sin percatarse que cuanto más vital un bien más razón para que funcione bien y para que se desarrolle con todos los rigores del mercado sin privilegios de ninguna naturaleza.
 
Por supuesto que hay empresas que la juegan de privadas pero llevan a cabo sus negocios en los despachos oficiales y las hay que están sometidas al manotazo en sus flujos de fondos por parte de los aparatos estatales. Ninguna de las dos cosas representa el benéfico proceso de mercado: en un caso con ladrones de guante blanco y en el otro son víctimas del atropello del Leviatán.
 
Empresa estatal es una denominación que constituye una contradicción en términos puesto que no resulta posible simular y hacerse pasar por empresario, el cual arriesga recursos propios en la administración de los factores productivos, y si tiene éxito en satisfacer los deseos de los consumidores obtiene ganancias y en la medida en que se equivoca incurre en quebrantos, a diferencia de lo que sucede cuando se politiza el proceso, situación en la que la asignación de activos y conveniencia de pasivos opera a espaldas del mercado.
 
Más aun, la sola constitución de la llamada empresa estatal o la estatización de una privada inexorablemente significa derroche de capital puesto que, como todo no puede hacerse al mismo tiempo, se alteraran las prioridades de la gente (si se hace lo mismo que se hubiera decidido en el plebiscito diario del mercado, no tiene sentido intervenir y pueden ahorrarse los gastos administrativos correspondientes).
 
Incluso si por ventura la “empresa estatal” (en base a contabilidades confiables) arrojara ganancias, habría que preguntarse el por qué de ese resultado y si no estarán las tarifas demasiado altas. Por otra parte, la competencia tampoco es un simulacro: se está en el mercado con todo que ello implica o se está en la órbita política con todos los privilegios consiguientes (si se dijera que se abrogan todas las prebendas para “competir” no hay razón para mantener la empresa en el sector estatal).
 
Se suele argumentar la conveniencia de estatizar porque las privadas “no reinvierten lo suficiente” y las extrajeras giran sus utilidades al exterior. Toda actividad empresaria que se mantiene a flote en el mercado sin privilegios ofrece bienes y servicios que mejoran la situación de los consumidores. Lo que hacen con el resultado de esa mejora dependerá de las condiciones económicas del país en cuestión y, sobre todo, de su marco jurídico. De todos modos, como queda dicho, los beneficios para el consumidor ocurren, la contrapartida debe ser analizada por cuerda separada, ya se sabe que sería más atractivo que todos los capitales del orbe inviertan en cierto país, pero es harina de otro costal.
 
Todas estas consideraciones son aplicables a las empresas mixtas en la parte que corresponde al aporte estatal (léase compulsivamente de los contribuyentes) y si se recluta el capital privado en base a exenciones y otras canonjías debe extenderse el análisis también a esa parte.
 
No es que los burócratas sean malas personas y los que se desempeñan en el sector privado sean por su naturaleza buenas, ni que en un caso sean profesionales de menor calado que en el otro, se trata de incentivos. La forma en que se prenden las luces y se toma café es distinta en un caso que en otro. Lo que es de todos no es de nadie y aparece indefectiblemente la “tragedia de los comunes”.
 
El economista decimonónico Frédéric Bastiat nos recuerda que el análisis de estas cuestiones requieren de una visión muy amplia al efecto de prestar debida atención “a lo que se ve y a lo que no se ve”. Se ve un edificio estatal reluciente en mármoles y otras delicadezas para cobijar funcionarios en reparticiones varias (que, además, suelen emprenderla contra actividades pacíficas y voluntarias), pero, en cambio, lo que no se ve son los faltantes de biberones y leche como consecuencia que los recursos fueron a parar al mencionado edificio.
 
La transferencia de activos de las llamadas empresas estatales al sector privado puede realizarse a través de licitaciones abiertas al mejor postor, venta en el mercado de capitales si se encuadrara en la figura de la sociedad anónima o directamente la entrega sin cargo de acciones a residentes bajo diversos procedimientos que han sido aplicados en otros países.
 
Desde luego que lo dicho es aplicable a todas las empresas en manos del estado incluyendo bancos, los cuales en la medida en que otorgan créditos subsidiados acentúan el derroche de capital que hemos mencionado y, por tanto, contribuyen a reducir salarios e ingresos en términos reales puesto que éstos solo puedan elevarse como consecuencia de las tasas de capitalización.
 
En resumen, casi todo lo que viene ocurriendo en la Argentina es la repetición de políticas populistas que se enancan a la agresión al poder judicial y a la prensa independiente en la esperanza de poder arrasar con más facilidad con lo poquísimo que queda de la tradición alberdiana, que desde la organización nacional hasta la incursión del fascismo socialista hizo de la Argentina uno de los países más prósperos del orbe. Ya vimos la película de lo que hoy sucede, esperemos que se reaccione a tiempo antes de que sea tarde y nos convirtamos en otra Venezuela o Cuba.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía, Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fué profesor y primer Rector de ESEADE.