Irán se acerca a unas elecciones presidenciales de significación

Por Emilio Cárdenas. Publicado el 5/5/17 en: http://www.lanacion.com.ar/2020833-iran-se-acerca-a-unas-elecciones-presidenciales-de-significacion

 

El próximo 19 de mayo Irán tendrá elecciones presidenciales. Ellas serán las doceavas desde que, en 1979, Irán se convirtiera en una teocracia. Normalmente, esas elecciones se celebran en el mes de junio. Pero este año se adelantaron como consecuencia de la festividad religiosa que celebra el llamado Ramadán, durante la cual los iraníes ayunan.

En ellas el actual presidente, el «reformista» Hasan Rouhani, procurará obtener su reelección. Un nuevo y segundo mandato, entonces. Su candidatura, como cinco otras, acaba de ser formalmente aprobada por el Consejo de los Guardianes. Esto quiere decir que Hasan Rouhani, según los líderes religiosos iraníes, posee las «calificaciones ideológicas» requeridas para aspirar a presidir a la teocracia íraní. En cambio, el radical -y siempre activo- ex presidente Mahmoud Ahmadinejad, que intentaba regresar al escenario político grande de Irán, fue vetado. No podrá competir.

Irán es una nación llamativamente joven, con una edad media de apenas 30 años y una de las culturas más profundas del mundo, la de la civilización persa. Desde que sus medios de comunicación masiva predican sólo el discurso único de la clase religiosa que controla al país, más de la mitad de los votantes se nutre, ávidamente, en las redes sociales. Con frecuencia ellas están bloqueadas por las autoridades religiosas, por distintos motivos.

Los jóvenes hoy componen el «núcleo duro» de los «reformistas», que aspiran a tener un mejor nivel de vida, a lograr y mantener estabilidad económica y a poder acercarse más e interactuar con el resto del mundo.

Esta vez los iraníes podrán elegir entre seis distintas posibilidades. Hay tres de ellas que -sin embargo- lucen como las más significativas.

La primera es la posibilidad de reelegir al actual presidente, Hasan Rouhani, por un período presidencial más, de cuatro años. Muchos iraníes hoy están desilusionados con el poco avance logrado en dirección hacia la modernización del país persa a lo largo de la que ha sido ya su primera gestión presidencial. Además, se manifiestan abiertamente indignados con la corrupción extendida que, creen, anida en la administración iraní, a todos los niveles.

Esta es una cuestión seria y delicada, porque ocurre que son los clérigos quienes tienen en sus manos lo sustancial del poder económico en Irán y conforman una auténtica oligarquía, que es, por lo demás, inmensamente rica.

La clase media iraní es la que hoy apoya sustancialmente al presidente Rouhani. Pero para estar seguro de ganar, el actual presidente necesita, además, poder cautivar a parte de los iraníes de ingresos más bajos, que no creen demasiado en él porque entienden que los abandonó a su suerte.

En una nación bastante más ordenada, donde la inflación no es ya del 40% como sucedía al llegar Rouhani al poder, sino del 9% anual, el tema económico no es menor. Por ende la preocupación por mejorar el nivel de vida es ahora concreta y hasta fácilmente mensurable. Lo que es central para una población cuyos ingresos son mayoritariamente fijos.

Su principal rival, capaz ciertamente de vencerlo, pareciera ser Ebrahim Raisi, un discreto ex procurador general de Irán de 56 años, que cuenta con el apoyo de muchos líderes religiosos del país, a lo que suma nada menos que el endoso de la poderosa Guardia Revolucionaria. No tiene, sin embargo, experiencia política, pero es tenido como un candidato honesto y como una suerte de «outsider» de la clase religiosa gobernante. Un «nuevo» en el mundo local de la política.

Raisi -que además es apoyado por el líder supremo, Ali Khamenei- porta un turbante negro, que es el clásico que distingue a los religiosos que descienden del profeta Mohammed. El presidente Rouhani, en cambio, lleva uno blanco.

La plataforma y el discurso de Raisi tienen algunos componentes que lucen populistas. La estrategia de Rouhani es, en cambio, bastante más conservadora. Su esposa -que es una respetada profesora en la Universidad Shahid Beheshti- lo modera.

Otro de los actuales rivales de Rouhani es el alcalde de Teherán, que ya ha competido dos veces por la presidencia de su país, aunque sin suerte. Cuenta entonces con alguna experiencia política. Y hoy acusa al presidente Rouhani de no haber resuelto el persistente tema del desempleo que, entre los desilusionados jóvenes iraníes, es de nada menos que del 26%.

Entre los rivales del actual presidente aparece asimismo Esaq Jahngiri, un candidato que fustiga constantemente a la corrupción y a los corruptos. Razón por la cual ha adoptado la bandera electoral de la transparencia. Algunos creen, sin embargo, que Jahngiri pronto dejará de ser candidato y que su presencia, en rigor, es utilizada por los líderes religiosos para tratar de cerrar el paso al desafiante intento de retorno del ex presidente Mahmoud Ahmadinejad, ahora vetado. Sus partidarios se volcarán presumiblemente hacia la candidatura de Ebrahim Raisi.

En momentos en que la nueva administración norteamericana está demonizando a Irán, enfatizando para ello su constante labor de exportación del terrorismo y relativizando la importancia de la suscripción de su acuerdo nuclear con la comunidad internacional, parece importante seguir de cerca el curso de las próximas elecciones presidenciales iraníes, de cuyos resultados depende, entre otras cosas, mantener el equilibrio regional actual entre los dos países líderes de las dos grandes vertientes del islamismo: Arabia Saudita e Irán.

 

Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California.  Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.

Nuevo capítulo en Irán

Por Emilio Cárdenas. Publicado el 9/8/13 

El clérigo Hassan Rouhani, de 64 años, es el nuevo presidente de Irán . Al asumir, después de imponerse en primera vuelta en las elecciones del 14 de junio pasado, ratificó su perfil, más bien moderado. De alguna manera, ese es el estilo opuesto al de su predecesor, Mahmoud Ahmadinejad, el prepotente socio estratégico de Hugo Chávez que gobernara a Irán a lo largo de ocho años. Su accionar estuvo caracterizado siempre por una actitud y un discurso agresivo y, por momentos, hasta avasallante, sino insultante. Y por una profunda fobia anti-israelí, que derivó en amenazas y en ruidosos portazos a las posibilidades de la paz.

Mejorar la economía es la urgencia que reclama la gente. Y Rouhani lo admite y promete ordenarla. Lo que no será fácil, desde que lo que sucede es consecuencia directa de las sanciones económicas occidentales por el permanente incumplimiento iraní de las normas internacionales que debieran transparentar su peligroso programa nuclear.

La Cámara Baja del Congreso de los Estados Unidos acaba de profundizarlas, de modo de transformarlas, en los hechos, en un embargo total de las ventas de petróleo crudo iraní al exterior.

Sin divisas, Irán ha estructurado un «cepo cambiario» que no sólo lo aísla -aún más- del mundo sino que genera incómodas escaseces, siendo particularmente duro para la población que sufre privaciones graves en materia de alimentos y medicamentos. Hace pocos días, hasta la manteca había desaparecido de Irán. Además, hubo que prohibir las exportaciones de pistacho, para evitar que los precios domésticos de ese producto resultaran inalcanzables para una población adicta a consumirlo, particularmente en las fiestas y celebraciones. Ni siquiera hay recursos para que la selección nacional de fútbol pueda viajar al exterior.

 

Para peor, Rouhani acaba de confirmar al mundo que la inflación iraní, que está desbocada, es ya del 42% anual. La marcha de la economía es lenta y, en algunos capítulos, está casi detenida. Como si ello fuera poco, el gobierno iraní se atrasa en el pago de los salarios y demora la distribución del subsidio de trece dólares mensuales que paga a algo así como 60 millones de ciudadanos.

La consecuencia es natural: un ambiente de descontento, desconfianza y desazón. Más aún, de desesperanza en algunos y de irritación en otros. Por esto la necesidad de priorizar la mejora de un nivel de vida que se ha deteriorado enormemente y ayudar a la gente a escapar de la pobreza, que ha aumentado significativamente.

 

 
Un clérigo iraní ejerce su derecho al voto en las elecciones presidenciales iraníes en Teherán el pasado viernes 14 de junio. Foto: EFE 

Lo que, a su vez, supone salir del aislamiento y negociar con la comunidad internacional el levantamiento de, por lo menos, algunas de las sanciones (a las que Rouhani calificó de «brutales») ofreciendo a cambio buena conducta en materia de desarrollo nuclear y seguridades de que los programas en curso se trasparenten y de que no derivarán en un Irán con fanatismo y armas nucleares.

Además supone tratar de encontrar una solución a la gravísima crisis siria, que ha comenzado a desangrar también a Irán, insinuándose como un conflicto cada vez más peligroso por sus características facciosas. Y -por cierto- dejar de exportar el terror, especialmente a través de Hezbollah.

Lo que debe hacerse no es poco. Ni es fácil. Por esto el líder supremo, el Ayatollah Ali Khamenei, acaba de hacer notar su escepticismo acerca de las posibilidades que Rouhani atribuye al diálogo. Pero no se ha negado al mismo. Presumiblemente porque advierte el profundo descontento de su pueblo.

En materia de política exterior los primeros comentarios de Rouhani acerca de Israel han sido por lo menos decepcionantes.

Es cierto, desde hace años los líderes iraníes se han referido despectivamente respecto de Israel, calificándola -en su retórica- de «tumor canceroso». Que, además, según ellos, «debiera eliminarse de las páginas del tiempo». Esto es bastante más que «negacionismo» histórico. Es una actitud belicosa. Es la justificación de la exportación constante del terror y la violencia a través de Hezbollah o de Hamas, o de sus propias organizaciones armadas. Es asimismo la excusa por los esfuerzos por sostener -a toda costa- al régimen de los Assad, en Siria. Y es, también, la última ratio del peligroso programa nuclear iraní, que ha seguido avanzando, cual profecía fatídica.

Rouhani (ante una multitud convocada -y transportada- al efecto) sostuvo:»En nuestra región una herida ha permanecido abierta por años en el cuerpo del mundo islámico, a la sombra de la tierra santa de Palestina y de la querida Quds. Este día es, de hecho, un recordatorio de que el pueblo musulmán no olvidará sus derechos históricos y continuará oponiéndose a la agresión y a la tiranía».

La festividad, recordemos, se celebra desde 1979, cuando fuera establecida por el propio Ayatollah Ruhollah Khomeini, el padre de la teocracia iraní. Tiene lugar el último viernes de Ramadán y evoca el reclamo musulmán sobre Jerusalén, la tercera ciudad santa para el Islam. Además de Meca y Medina.

En un escenario donde la hipérbole es una agotadora constante, sus palabras fueron reproducidas por los medios locales con diferencias importantes, desde que se cambiaron por: «El régimen sionista es una herida que debe ser removida». No obstante, a lo largo del día ellas fueron rectificadas para terminar ajustándose mejor a la verdad.

Cuando el proceso de paz de Medio Oriente acaba de reiniciarse después de un paréntesis de más de tres años, los dichos de Rouhani (aunque apunten presumiblemente al consumo doméstico) son inoportunos. Y muestran que quien manda en Irán es -siempre y en definitiva- el Ayatollah Ali Khamenei. Los demás dirigentes simplemente se alinean con él. Rigurosamente.

Por esto la inmediata condena -a través de la Cancillería iraní- que siguió a la reanudación del proceso de paz en Medio Oriente, cuyo éxito (esto es, la paz duradera) supondría una dura derrota para Irán. De la que Rouhani parece haber tomado alguna temprana distancia al pronunciarse a favor de la paz en la región.

Como cabía esperar, la respuesta israelí a los dichos de Rouhani fue inmediata. Casi instantánea. Y punzante. El primer ministro Benjamin Netanyahu sostuvo que «la verdadera cara de Rouhani ha aparecido antes de lo esperado». «Esto es lo que el hombre piensa y este es el plan del régimen iraní». A lo que agregó el comentario adicional de que Irán tiene «un programa nuclear que es una amenaza para Israel, Medio Oriente, así como para la paz y seguridad del mundo entero» y que «no debe permitirse que un país que amenaza con la destrucción del Estado de Israel, tenga armas de destrucción masiva».

Recordemos que, durante la campaña electoral de su país, Rouhani había asumido el rol de una «paloma», repitiendo que su objetivo central en materia de política exterior es el de «disminuir las tensiones» en la región que fueran alimentadas -sin descanso- por su predecesor, Mahmoud Ahmadinejad.

Sus palabras comentadas tienen el efecto contrario. Aunque no sean demasiado sorprendentes en función de la historia de Rouhani, que es un clérigo del riñón del líder de la teocracia iraní, absolutamente alineado con el régimen religioso que tiene el poder en Irán, del cual forma parte. Un hombre del sistema. Por eso, ellas llaman a no hacerse demasiadas ilusiones de cambio y alimentan el escepticismo de algunos.

 

No obstante, existan posibilidades de que un hombre acostumbrado a navegar en un sistema político inusualmente tortuoso, pueda -de pronto- abrir un diálogo directo de «normalización» con la comunidad internacional y hasta con los Estados Unidos. Por algo Rouhani ha sido -durante 16 años- el secretario del Consejo Nacional de Seguridad de su país. Es un buen negociador y goza ciertamente de la confianza de su liderazgo, cuya cuota de perversidad conoce desde adentro.

Lo cierto es que las palabras de Rouhani, por inoportunas que fueren, suenan algo más moderadas que las declaraciones finales del presidente saliente, Mahmoud Ahmadinejad, quien -al despedirse, en medio de una caída brutal de popularidad, desde que se lo culpa del caos en el que su populismo ha dejado a la economía iraní- señaló que: «sobre nuestra región flota una tormenta devastadora, que ya sopla y que terminará con Israel, país que no tiene lugar en nuestra parte del mundo».

Un nuevo capítulo en la historia de la relación de la teocracia iraní con el resto del mundo acaba de abrirse. Los primeros movimientos concretos de Rouhani sugerirán cuan distinto de los más recientes puede ser. En este sentido, la conformación de un gabinete con tecnócratas reformistas es toda una señal. Por lo demás, su apelación al diálogo -sincera o no- no debiera caer en saco roto.

Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California.  Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.

Un nuevo escenario en Irán

Por Emilio Cárdenas. Publicado el 17/6/13 en http://www.lanacion.com.ar/1592759-un-nuevo-escenario-en-iran

En la inusual teocracia iraní, las elecciones presidenciales son ciertamente absolutamente distintas de las de las democracias. Por lo general, todo lo que ocurre en torno a ellas está siempre cuidadosamente planeado y hasta coreografiado. Aunque, no por ello, como veremos, necesariamente exento de sorpresas.

En primer lugar, los candidatos sólo pueden competir si ellos son, previamente, autorizados a hacerlo por el Consejo de los Guardianes, un organismo cercano al líder supremo de Irán, el Ayatollah Ali Khameni, compuesto por doce teólogos y juristas, que tiene por misión la de vetar a todos quienes el organismo suponga carecen de la conducta y de la ortodoxia de principios que se requieren para que ningún candidato pueda resultar una amenaza de cambio sustantivo, ni represente peligro serio alguno para el futuro de la teocracia.

 El triunfador, Hassan Rohani, tiene 64 años. Es clérigo. Pertenece a los más altos estamentos de la teocracia. Es, además, el preferido de la juventud, de las mujeres y de la clase media urbana, grupos todos con una notoria sed de cambio

Por ello en la reciente elección presidencial iraní tan sólo ocho de los varios centenares de candidatos que en su momento se presentaron fueron aprobados.

Entre los descalificados estuvieron nada menos que el propio candidato o delfín del presidente saliente Mahmoud Ahmadinejad y el ex presidente Akbar Hashemi Rafsanjani , de 78 años, uno de los políticos más poderosos de Irán, que además tiene una fortuna personal realmente incalculable.

En segundo lugar, porque las campañas electorales iraníes son inusualmente cortas. De apenas dos semanas, en rigor. Lo que hace que las diferencias en los discursos con frecuencia se diluyan.

Y, finalmente, porque desde 2009 -cuando se declarara fraudulentamente reelecto al presidente Ahmadinejad- en momentos en los que sus rivales, los reformistas (también llamados los «verdes») habían ganado las elecciones, lo cierto es que nadie está demasiado seguro de que el veredicto de las urnas será finalmente respetado por el poder religioso.

 En la represión de 2009, recordemos, hubo cien muertos y, desde entonces, el candidato presidencial de los reformistas, Mir-Hossein Moussavi, ha estado detenido, con arresto domiciliario. Aislado totalmente, como castigo a su infructuoso desafío.

Esta vez, pese a que se esperaba que buena parte de los 50 millones de iraníes autorizados a votar no lo hicieran, lo cierto es que la concurrencia de electores fue muy alta. Del orden del 80%. Como si, a último momento y pese a todo, muchos hubieran decidido ejercer sus derechos políticos. A la manera de ratificación de su individualidad. Y de defensa del margen de libertad que aún poseen, lo que, en sí mismo, parece haber conferido alguna legitimidad a la amañada consulta electoral.

Lo sucedido es consecuencia de algo inesperado que ocurrió apenas tres días antes de los comicios. En lo que fuera un excelente movimiento táctico que aparentemente descolocó a los candidatos fundamentalistas, los moderados y reformistas decidieran unificarse y volcar todo su apoyo al único religioso entre todos los candidatos. A Hassan Rohani. Para ello, hasta el otro candidato de perfil también moderado, Mohammad-Reza Aref, renunció repentinamente a su candidatura, dando un paso al costado y permitiendo la unificación de los votos opositores, que resultó clave para el triunfo de Rohani.

Apenas eso sucediera, dos influyentes ex presidentes de Irán, Mohammad Khatami y Akbar Hashemi Rafsanjani, endosaron -abierta y públicamente- a Rohani, ungiéndolo así, claramente, en la única opción de la oposición moderada.

Cabe señalar que, en cambio, los candidatos fundamentalistas, divididos y enfrentados por sus ambiciones, no pudieron unificar a su grupo. Por esto, los tres principales candidatos conservadores compitieron unos contra otros, dividiendo a los votantes que prefieren esa visión dura, inflexible.

El ahora declarado triunfador, Hassan Rohani, tiene 64 años. Es, como hemos dicho, clérigo. Pertenece a los más altos estamentos de la teocracia. Es, además, el preferido de la juventud, de las mujeres y de la clase media urbana, grupos todos con una notoria sed de cambio.

Pragmático, Rohani ha prometido preparar y hacer sancionar una «Carta de Derechos Civiles», particularmente en defensa de los derechos de las mujeres, así como mejorar la relación del país de los persas con el resto del mundo.

En política exterior promete flexibilidad y pragmatismo. Rohani es una suerte de experimentada paloma que ha demostrado ser capaz de volar y sobrevivir en un mar de halcones. Se lo considera un dirigente contemporizador, por oposición a un polarizador.

Por esto, no es imposible que procure que Irán pueda, paso a paso, salir de su actual actitud de aislamiento e intransigencia en el escenario internacional y consensuar soluciones para las cuestiones abiertas con la comunidad internacional.

Su elección, sin embargo, implica -al menos por el momento- la defunción del cuestionado acuerdo alcanzado por nuestras autoridades con Irán respecto del caso del atentado perpetrado contra la AMIA en el que se sospecha hubo participación tanto de Hezbollah, como de Irán. Pero, ausente en más Ahmadinejad, no se pueden descartar nuevas perspectivas respecto de nuestra región toda. Aunque lo cierto es la cercanía política del ex presidente Rafsanjani, uno de los imputados por el fiscal Alberto Nisman en la causa de la AMIA, con Rohani.

Por lo demás, la influencia política del duro y provocador presidente saliente, Mahmoud Ahmadinejad, va camino a diluirse. Quizás, rápidamente.

Además, Rohani procurará previsiblemente salir lo más pronto posible de la grave crisis económica que aflige al pueblo iraní, abiertamente descontento con tener que convivir con una inflación del 32,2% anual, con una tasa de desocupación de casi el 12% y un nivel de pobreza que hoy incluye al 40% de la población iraní. Lo que es consecuencia de la incapacidad de la gestión de Ahmadinejad y de las fuertes sanciones económicas dispuestas por los Estados Unidos y la Unión Europea que han generado que un país que hace unos pocos años exportaba unos 2 millones de barriles de crudo por día, hoy apenas exporte unos 900.000 barriles diarios; menos de la mitad, entonces. Con todas sus consecuencias.

Habrá que esperar a que el triunfo de Rohani en las urnas se consolide. Y a que se conozca la composición final del gabinete.

Pero, mucho cuidado, la teocracia iraní no necesariamente peligra. Ni está frente a reformas inminentes. Rohani es, claramente, un hombre de su riñón, que, no obstante, deberá adaptar de alguna manera no sólo su prédica, sino también su estilo y andar, a las exigencias de la mayoría de la gente, que ha insistido en exteriorizar su disconformidad.

Para la paz del mundo, incluyendo Medio Oriente, en principio, el triunfo de Rohani parece una buena noticia. Sin que nada, absolutamente nada, esté asegurado.

Pero del discurso agresivo, cabe presumir, Irán podría pasar a uno más componedor, cortés y hasta más razonable. Uno que quizás permita encontrar algunas soluciones para los delicados problemas -y muy serias preocupaciones- que tiene que ver con Irán y la paz y seguridad del mundo y que se han arrastrado por años, para preocupación de muchos.

Me refiero particularmente a aquellas que tienen que ver con el peligroso programa nuclear iraní, que debe tenerse como una gravísima y directa amenaza a la referida paz y seguridad internacionales. Y a la incansable exportación del odio y la violencia que lamentablemente ha caracterizado a los años de gestión de un Ahmadinejad que muy pronto dejará de estar en el escenario grande del mundo.

Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California.  Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.

 

El difícil camino hacia las elecciones en Irán

Por Emilio Cárdenas. Publicado el 8/4/13 en http://www.lanacion.com.ar/1569827-el-dificil-camino-hacia-las-elecciones-en-iran

En el mes de junio, de acuerdo a lo previsto, habrá seguramente elecciones presidenciales en Irán. Para el actual presidente, Mahmoud Ahmadinejad, aspirar a una nueva reelección es imposible. Por dos serias razones: la Constitución lo prohíbe y el liderazgo religioso no la quiere.

Por esto procura que algún hombre de toda su confianza sea quien lo suceda. Concretamente, apunta a ser reemplazado por Esfandiar Rahim Mashaei, el suegro de su hijo. Un hombre entonces de la familia, al que se tiene como mentor intelectual de Ahmadinejad. Un leal, ciertamente, cuya candidatura, no obstante, podría ser «vetada» por el Consejo de los Guardianes. En ese caso, el tema debería ser decidido -en última instancia- por el líder religioso supremo, el hábil Ayatollah Ali Khamenei.

 Para Ahmadinejad, la candidatura de Mashaei es tremendamente importante cuando -al terminar su mandato y ya desgastado- deberá en algún momento enfrentar a un poder judicial, servicios de seguridad y medios de comunicación controlados todos por los «mullahs» conservadores. Quienes -además- utilizan sus púlpitos para denostarlo, semana a semana, implacablemente, en defensa de lo que creen es su legítimo monopolio del poder, que sienten amenazado.

Lo están acusando de «desviación religiosa», corrupción y mala administración. Y hasta del «imperdonable pecado» de haber abrazado a la madre de Hugo Chávez en el funeral del mandatario, lo que para algunos es inadmisible. Especialmente para los religiosos tradicionalistas que denuncian el abrazo airadamente porque, sostienen, todo contacto físico entre hombres y mujeres que no están unidos en matrimonio está prohibido.

El presidente iraní, sin embargo, no se ha quedado quieto. Contraataca con acusaciones similares, que apuntan al centro mismo del clan Larijani, la poderosa familia del presidente del parlamento que aspira abiertamente a reemplazar a Ahmadinejad y a su grupo en el escenario político iraní.

Además, designa a aliados suyos en los altos puestos de la burocracia. De modo que sobrevivan a su segunda presidencia. Y se disfraza ahora de campeón de los derechos y libertades de la gente.

Ahmdinejad tiene ahora «discurso propio». Ofrece casi una opción política a la dictadura teocrática. Nacionalista y populista, como siempre. Enfrentado al planteo de los religiosos conservadores, a quienes apoyan los principales jefes de la Guardia Revolucionaria y los clérigos de línea dura.

El líder religioso supremo, el Ayatollah Ali Khamenei, arbitra los conflictos domésticos de modo que ninguna facción política o religiosa pueda amenazar su propio control de Irán. Quizás por esto la oposición responde con propuestas que incluyen debilitar -y hasta suprimir- el cargo de presidente del país, argumentando que el mismo es innecesario en una teocracia.

Ocurre que temen que candidatos como Mashaei pretendan de pronto desplazar con un gobierno civil a la dirigencia religiosa que se ha transformado en oligarquía real desde que, en 1979, se apoderara de todos los resortes del poder iraní, incluyendo los económicos.

Mientras tanto, una inflación que crece constantemente y que ya ha llegado (en marzo pasado) al 31,5% anual está generando el natural mal humor de la gente cuyas vidas cotidianas se complican y deterioran. Particularmente cuando, en la espiral propia de esos procesos, lo que sube más rápido son los precios de la alimentación, bebidas y cigarrillos.

Por lo demás, todo lo que debe importarse resulta prohibitivo y las sanciones económicas occidentales -que han maniatado al Banco Central de Irán- están acelerando el progresivo deterioro de la economía en general y de las exportaciones de hidrocarburos, en particular. Quizás esto de alguna manera se refleje en algún posible adelanto en las dilatadas conversaciones sobre el peligroso programa nuclear iraní, que se reanudaron en la bonita Almaty, en Kazakhstán.

Lo cierto es que cuando la República Islámica de Irán acaba de cumplir 34 años ya hay muchos que creen que, tras las elecciones de junio, pueden repetirse protestas similares a las de 2009.

Los recientes arrestos de periodistas y líderes de la oposición reformista, así como de algunos aliados cercanos del presidente Ahmadinejad sugieren que ello podría ser así.

El impredecible Ahmadinejad sigue, no obstante, con su lenguaje duro y desafiante de siempre. Pero seguramente observa, con alguna preocupación, lo que sucede con los líderes del Movimiento Verde (reformistas), que disputaran con él la elección de 2009. Ellos acaban de cumplir dos años en arresto domiciliario. Una suerte de inquietante espejo de lo que eventualmente podría pasarle -de pronto- a él mismo, en un futuro ya no demasiado lejano.

Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California.  Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.