VENEZUELA SOMOS TODOS.

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 30/4/19 en: http://gzanotti.blogspot.com/2019/04/venezuela-somos-todos.html

 

Una psicótica delirante escribe un libro y millones lo compran, se presenta a elecciones y millones la votan. De manual. En la Argentina y en todo el mundo.

De manual porque la gran utopía del iluminismo liberal fue suponer que las democracias se iban a sostener con la madurez del “hombre nuevo” que aparecería con el paso del Antiguo Régimen a la Revolución. No: lo que aparece es un nuevo tipo de alienación. Una alienación concomitante con las sociedades de masas. La Rebelión de la masas de Ortega, Psicología de las masas y análisis del yo de Freud, El Miedo a la libertad de Fromm, son todos textos que, aunque de autores diferentes, analizan el mismo fenómeno: la irracionalidad de las masas, su identificación con una nueva figura del Padre, su ausencia total de pensamiento crítico, carne de cañón ideal para personalidades psicopáticas que las seducen con utopías que son relatos de poder para instalarse en eso: un poder sin el cual no pueden vivir. La diferencia entre Hitler y sus votantes y Cristina Kirchner y sus votantes es sólo de espacio y tiempo. Responden al mismo fenómeno analizado por Ortega, Freud y Fromm.

El único proyecto político que pudo poner un momentáneo freno a la masificación fueron las instituciones de la Constitución norteamericana, escritas desde la fuerte convicción aristocrática de los límites constitucionales que necesitamos ante los locos con poder, y apoyada por una cultura no exenta de masificación, pero sí constituida por granjeros y comerciantes que querían sacarse de encima a Jorge III y vivían mientras tanto, sin saberlo, de los beneficios de un common law evolutivo que no se repitió nunca más.

Podríamos extender este análisis a lo que ahora está sucediendo en EEUU y Europa, pero Latinoamérica y sus instituciones débiles siempre fue un cruel caldo experimental de cultivo para todo tipo de proyectos autoritarios, donde el diagnóstico de Fromm sobre la psiquis humana, sadomasoquista, de dominante a dominados, su ve a la perfección. Las democracias no autoritarias son estrellitas fugaces a merced de las masificaciones más ridículas y violentas que surgen de las votaciones. Estamos todos a merced de leviatáns potenciales que surgen aparentemente de golpe pero cocinados en la intimidad de una psiquis humana que proyecta en un psicópata sus más inconscientes frustraciones y pulsiones de agresión.

Esto no quiere decir que debemos abandonar la terea de fomentar el pensamiento crítico y difundir por medio de la razón la importancia de las libertades individuales y la economía de mercado. Tampoco implica, obviamente, utopías autoritarias de sesgo aristocrático cuya intrínseca violencia es su intrínseco fin. Sabemos lo que no debemos hacer, pero no qué hacer ante estas malas noticias de psicología política. Las ciencias sociales han avanzado mucho en temas como Economía, Law and EconomicsPublic Choice, Instituciones, etc., pero para el cambio social, las conjeturas se enfrentan más con refutaciones que con corroboraciones. Porque la clave es algo muy difícil, que es el cambio cultural. Algunas sociedades evitaron lo peor con algún estadista, que puede generar cambios culturales positivos, pero la aparición de ese estadista es totalmente aleatoria. Alemania y Japón, desde 1945 en adelante, parecen haber cambiado, pero a un precio que obviamente no permite establecer ninguna conjetura general. La pura es verdad es que cualquier parte del mundo puede ser Venezuela, en cualquier momento, y si no, es al precio de ser dictaduras totalitarias, algunas de las cuales tienen la perversa inteligencia de permitir algo de mercado como un instrumento más de dominación.

Sí, Cristina puede volver porque la cultura que la sostuvo nunca se fue. Putin está firme donde está porque la cultura zarista nunca se fue. Alemania y Japón están donde están porque la cultura que casi los destruye fue expulsada a los bombazos, dos de ellos totalmente injustificables. Cómo cambiar una cultura pero en paz, culturas donde la rebelión es la de las masas y no la del Atlas, es la gran pregunta que yo, al menos, no puedo responder.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

El tema impositivo

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 20/9/12 en http://diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=7497

Hoy en día se han violado normas elementales y el monopolio de la violencia que denominamos gobierno se ha vuelto en general tan adiposo que atropella a quienes teóricamente lo contrataron para su protección y, en lugar de ello, el mandatario ha mutado en mandante.

Lo primero para entender el significado de los impuestos es comprender que el aparato estatal está al servicio de la gente y que, por ende, los burócratas son meros empleados de los habitantes del país de que se trate. Esta subordinación de los agentes estatales a quienes residen en una nación se concreta en la obligación de los primeros a proteger y garantizar los derechos de los segundos, derechos que son anteriores y superiores a la misma existencia de los gobiernos.
 
Mientras progresa el debate sobre externalidades, bienes públicos y el dilema del prisionero, aparece necesario el impuesto que como su nombre lo indica es consecuencia del uso de la fuerza al efecto de cumplir con la misión específica anteriormente señalada. Subrayamos esto último, no se trata de que el Leviatán se arrogue facultades y avance sobre las libertades individuales. Este es el mayor de los peligros, por ello en la larga tradición constitucional se han puesto vallas y límites diversos al poder.
 
Hoy en día se han violado normas elementales y el monopolio de la violencia que denominamos gobierno se ha vuelto en general tan adiposo que atropella a quienes teóricamente lo contrataron para su protección y, en lugar de ello, el mandatario ha mutado en mandante. Como se ha dicho en el contexto de la tradición estadounidense, tal vez haya sido un error denominar “gobierno” a la entidad encargada de velar por el derecho del mismo modo que al guardián de la propiedad de una empresa no se lo denomina “gerente general”. Cada uno debe gobernarse -es decir, mandarse a si mismo- y, en esta etapa del proceso de evolución cultural (nunca se llega a una instancia final), las personas delegan esa protección en el agente fiscal.
 
De todos modos, es de especial interés destacar que cuando los aparatos estatales se arrogan facultades y atribuciones impropias para estrangular libertades (incluso con el apoyo de mayorías circunstanciales), forma parte de la mejor tradición liberal ejercer el derecho a la resistencia, en este caso, recurrir a la rebelión fiscal, cuyo origen se remonta a la independencia norteamericana que dio pie al experimento más extraordinario en lo que va de la historia de la humanidad. Más aun, se justifica dicha rebelión fiscal cuando no solo los gobiernos invaden áreas que no les corresponde sino cuando no prestan los mínimos servicios para los que fueron contratados, léase una pésima atención a la seguridad y la justicia, campos que habitualmente incumplen los políticos en funciones. En esta línea argumental, en todos lados se observan campañas electorales en las que nuevos candidatos prometen cambios en cuanto a la eliminación de la recurrente corrupción y poner manos a la obra respecto a la prestación de los servicios de seguridad y justicia siempre deteriorados en mayor o menor grado.
 
No solo hay dobles y triples imposiciones, sino que nadie entiende cuanto debe pagar debido a que las legislaciones tributarias son incomprensibles y fabricadas para que surja esa curiosa especialización de los “expertos fiscales”. Si los impuestos resultaran claros y fueran pocos, aquellos especialistas podrían liberarse para dedicarse a actividades útiles.
 
Hemos sugerido antes sustituir todos los impuestos por dos tributos: uno del valor agregado que no solo cubre la base más amplia posible sino que el sistema implícito de impuestos a cargo e impuestos a favor reduce la necesidad de controles. Por otra parte, es conveniente complementar el anterior con un gravamen territorial al efecto de que paguen quienes no viven en el país en el que tienen propiedades, las que también requieren la debida protección. Hoy en día, en lugar de aplicar el principio de territorialidad, es decir, cobrar impuestos a quienes requieren los servicios de protección en la jurisdicción del gobierno en cuestión, se aplica el principio de nacionalidad al efecto de perseguir al contribuyente donde quiera se encuentre aunque el perseguidor no le proporcione servicio alguno en el exterior. En verdad, este último principio es el de voracidad fiscal.
 
Ambos impuestos, el del valor agregado y el territorial no deben ser progresivos. Como es sabido, la progresividad significa que la alícuota progresa a media que progresa el objeto imponible. A diferencia de los gravámenes proporcionales, el progresivo obstruye la necesaria movilidad social, altera las posiciones patrimoniales relativas ya que contraría las indicaciones del consumidor en el mercado con sus compras y abstenciones de hacerlo y se traduce en manifiesta regresividad puesto que los contribuyentes de jure al disminuir sus inversiones reducen salarios e ingresos en términos reales de los más necesitados.
 
Es en verdad llamativo que muchos de los gobiernos que asumen, en el mejor de los casos centran su atención en la caja para lo que suelen incrementar más aun los impuestos, al tiempo que continúan comprometiendo patrimonios de futuras generaciones a través de la deuda pública, sea interna o externa y mantienen o aumentan el deterioro del signo monetario vía procesos inflacionarios que es otra forma de tributación. Y todo ello para financiar un gasto siempre creciente.
 
Antes de la Primera Guerra Mundial el gasto estatal sobre el producto oscilaba entre el dos y el ocho por ciento. En la actualidad el Leviatán consume desde el cuarenta hasta el setenta por ciento de la renta disponible. En cuanto a la presión tributaria, Agustín Monteverde ha producido un notable trabajo referido al caso argentino que resulta muy ilustrativo respecto a lo que venimos comentando. A continuación lo que transcribo proviene de ideas y procedimientos consignados en el mencionado ensayo.
 
Entre otras muchas cosas, dice Monteverde que para calcular el peso de los impuestos naturalmente deben incluirse todos, sean nacionales, provinciales y municipales y también los que llevan otros nombres como “tasas”, “contribuciones”, “retenciones”, “aportes previsionales”, “seguridad social”, “obras sociales” y demás subterfugios que suelen enmascarar tributos. También subraya el autor que, a estos efectos, no debe inflarse el producto agregando cálculos de lo que se produce en el mercado informal o “en negro” ajeno a buena parte de los barquinazos del “blanco” y, en este contexto, tampoco debe incluirse en el producto bruto interno los impuestos (como cálculo de los “servicios” prestados) ya que no tiene sentido relacionar impuestos con los mismos impuestos en el numerador y en el denominador de la ratio correspondiente.
 
Monteverde concluye que, en el momento de su estudio, la presión fiscal argentina era nada menos que el 58, 9 %, pero de viva voz manifestó que estaba actualizando el trabajo y que el nuevo resultado arrojaba el escalofriante guarismo de 63 % sin incluir el impuesto inflacionario, todo en el marco de los degradados “servicios” que son del dominio público que constituyen una afrenta al sentido común y un despiadado ataque al fruto del trabajo ajeno.
 
Aunque no lo tengo a mano, recuerdo un sesudo y muy bien documentado artículo de hace tiempo de Roberto Cachanosky en el que llegaba a la conclusión que la presión impositiva argentina era del 60%, y ahora Agustín Etchebarne, centrando su atención en un trabajador que en suelo argentino percibe 5.000 pesos mensuales, resulta que el gobierno le arranca el 53% de su propiedad. En todo caso, cualquiera de los ensayos serios en la materia revelan un abuso superlativo al contribuyente que muy lejos de servirlo lo exprime cual limonero y no se extermina el árbol solo porque el fisco se queda sin renta…¡vaya consideración a quienes teóricamente contratan empleados para que los protejan en sus derechos!

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía, Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.