¿CÓMO PUEDE SER QUE LOS LIBERTARIOS SEAMOS LLAMADOS FASCISTAS DE ULTRADERECHA?

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 30/10/22 en: https://gzanotti.blogspot.com/2022/10/como-puede-ser-que-los-libertarios.html

¿Cómo puede ser que los que defendemos la Constitución Norteamericana de 1789, el Bill of Rights y la Declaración de Independencia de 1776 seamos llamados fascistas?

¿Así que que todos los seres humanos han sido creados iguales por Dios con sus derechos a la libertad, vida y búsqueda de la felicidad fue redactado por Mussolini?

¿Cómo puede ser que los que defendemos la libertad de asociación, la libertad religiosa, el free speech y la libertad de enseñanza seamos llamados fascistas?

¿Será que con todos esos derechos el no creyente está protegido legalmente, pero el creyente también?

¿Será que molesta tanto que, por ende, con esas libertades individuales el creyente tenga derecho a rechazar la agenda LGBT sin ser perseguido por el FBI o ser declarado “domestic terrorist”?

Con esas libertades individuales, si querés hablar con e, con x o con u, hablá, pero el que NO quiere hablar así, ni dirigirte a vos así, también tiene el derecho de hacerlo.

Con esas libertades, podés enseñar a tu hijo lo que quieras, y por ende, habrá padres que enseñen a sus hijos lo que quieran sobre sus creencias religiosas y cosmovisión del mundo.

Con esas libertades, si sos adulto y querés mutilarte el pene, hacelo, pero lo que no podrás hacer es perseguir como terroristas a los padres que protejan a sus hijos de esa mutilación.

Con esas libertades, si sos adulta y querés mutilarte los pechos, hacelo, pero lo que no podrás hacer es mandar el FBI a los padres que se opongan a que su nena lo haga.

Con esas libertades, si querés festejar tu boda gay, hacelo, pero lo que no podrás hacer es obligar al pastelero de la vuelta a que te haga tu torta.

¿Será eso lo que molesta?

¿ESE liberalismo clásico molesta?

¿Defender ESAS libertades es “fascismo, ultraderecha, etc”?

¿Será que no distingues entre respetar las libertades, por un lado, y por el otro bajar por la fuerza la agenda LGBT de las Naciones Unidas convirtiendo en delincuente al que se opone?

Y desde esa “claridad de ideas”, ¿llamas fascista al libertario que defiende la libertad individual de todos, la tuya, pero también la del creyente, la del venusino y la del marciano?

Alguien me dijo una vez “subite el barbijo, Gabriel, yo sé que tu libertad, pero…..” ¡NO! ¡No era “mi” libertad!!! ¡Era la tuya también!!! ¡La tuya y la de todos!!!!!!!

¿O será que, en el fondo, odias tanto a la religión que si un creyente va preso por ser creyente lo dejas pasar, no te importa, o lo alientas?

¿Y cuando tú vayas preso porque ahora se le está dando a la ONU el mismo poder que tuvieron precisamente Mussolini, Hitler y Stalin?

¿En nombre de qué autoridad moral defenderás tu libertad?

Y sabes que no me puedes decir a mí que no tengo autoridad moral para defender la libertad.

Que la izquierda totalitaria de todo el mundo hable de fascismo para referirse a los libertarios, ok, pero que lo hagan liberales que tienen una ermita erigida a Macron y a Trudeau, es un síntoma de una decadencia ideológica entre nuestras filas que producirá una grieta tan grande que ya no podremos hablar de “nosotros” nunca más. 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor en las Universidades Austral y Cema. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Publica como @gabrielmises

¿Deberían Estados Unidos o la ONU intervenir militarmente en Venezuela?

Por Adrián Ravier.  Publicado el 22/2/19 en: https://www.juandemariana.org/comment/7326#comment-7326

 

Alberto Benegas Lynch (h) escribió un libro que ya cumple su primera década en circulación titulado Estados Unidos contra Estados Unidos. El libro es una obra de arte que permite comparar la arquitectura institucional de un país que recibió bajo los principios de propiedad privada, libertad individual, economía de mercado y gobierno limitado millones de inmigrantes y que alcanzó el desarrollo frente a otro país que una vez desarrollado ignoró el legado de sus padres fundadores.

En la materia que aquí nos compete, sobre guerra, fuerzas armadas y política exterior, o más precisamente sobre la pregunta planteada en el título de esta nota, cabe señalar que Estados Unidos durante muchos años fue una nación que respetó el principio de no intervención.

Al respecto, George Washington decía en 1796, en ejercicio de la presidencia de la nación, que “[e]stablecimientos militares desmesurados constituyen malos auspicios para la libertad bajo cualquier forma de gobierno y deben ser considerados como particularmente hostiles a la libertad republicana”. En el mismo sentido, Madison anticipó que “[e]l ejército con un Ejecutivo sobredimensionado no será por mucho un compañero seguro para la libertad” (citados por Benegas Lynch, 2008, pág. 39).

Durante mucho tiempo el Gobierno de Estados Unidos fue reticente a involucrarse en las guerras a las que fue invitado. Robert Lefevre (1954/1972, pág. 17) escribe que entre 1804 y 1815 los franceses y los ingleses insistieron infructuosamente para que Estados Unidos se involucrara en las guerras napoleónicas; lo mismo ocurrió en 1821, cuando los griegos invitaron al Gobierno estadounidense a que enviara fuerzas en las guerras de independencia; en 1828 Estados Unidos se mantuvo fuera de las guerras turcas; lo mismo sucedió a raíz de las trifulcas austríacas de 1848, la guerra de Crimea en 1866, las escaramuzas de Prusia en 1870, la guerra chino-japonesa de 1894, la guerra de los bóeres en 1899, la invasión de Manchuria por parte de los rusos y el conflicto ruso-japonés de 1903, en todos los casos, a pesar de pedidos expresos para tomar cartas en las contiendas.

El abandono del legado de los padres fundadores comienza a darse con el inicio de la Primera Guerra Mundial. No solo comienza un abandono de la política exterior de no intervención, sino que también se observa un Estado creciente, más intervencionista y un paulatino abandono del patrón oro y del federalismo. El poder ejecutivo comenzó a ejercer poco a poco una creciente autonomía, y a pesar de las provisiones constitucionales en contrario opera con una clara preeminencia sobre el resto de los poderes, avasallando las facultades de los Estados miembros.

Lefevre escribe que desde la Primera Guerra Mundial en adelante “la propaganda ha conducido a aceptar que nuestra misión histórica [la estadounidense] en la vida no consiste en retener nuestra integridad y nuestra independencia y, en su lugar, intervenir en todos los conflictos potenciales, de modo que con nuestros dólares y nuestros hijos podemos alinear al mundo (…) La libertad individual sobre la que este país fue fundado y que constituye la parte medular del corazón de cada americano [estadounidense] está en completa oposición con cualquier concepción de un imperio mundial, conquista mundial o incluso intervención mundial (…) En América [del Norte] el individuo es el fundamento y el Gobierno un mero instrumento para preservar la libertad individual y las guerras son algo abominable. (…) ¿Nuestras relaciones con otras naciones serían mejores o peores si repentinamente decidiéramos ocuparnos de lo que nos concierne?” (Lefevre, 1954/1972, págs. 18-19).

A partir de las dos guerras mundiales y la gran depresión de los años treinta se nota un quiebre en la política internacional americana respecto de su política exterior. De ser el máximo opositor a la política imperialista, pasó a crear el imperio más grande del siglo XX. A partir de allí ya no hubo retorno.

Alberto Benegas Lynch (h) (2008) es muy gráfico al enumerar las intromisiones militares en el siglo XX en que Estados Unidos se vio envuelto, las que incluye a Nicaragua, Honduras, Guatemala, Colombia, Panamá, República Dominicana, Haití, Irán, Corea, Vietnam, Somalia Bosnia, Serbia-Kosovo, Iraq y Afganistán. Esto generó en todos los casos los efectos exactamente opuestos a los declamados, pero, como queda dicho, durante la administración del segundo Bush, la idea imperial parece haberse exacerbado en grados nunca vistos en ese país, aún tomando en cuenta el establecimiento anterior de bases militares en distintos puntos del planeta, ayuda militar como en los casos de Grecia y Turquía o intromisiones encubiertas a través de la CIA.

En otros términos, Estados Unidos fue copiando el modelo español. Copió su proteccionismo, luego su política imperialista, y ahora hacia comienzos del siglo XXI su Estado de bienestar, el que ya deja al Gobierno norteamericano con un Estado gigantesco, déficits públicos récord y una deuda que supera el 100% del PIB.

Un estudio de William Graham Sumner (1899/1951, págs. 139-173) nos es de suma utilidad al comparar el imperialismo español con el actual norteamericano, aun cuando sorpresivamente su escrito tiene ya varias décadas: “España fue el primero (…) de los imperialismos modernos. Los Estados Unidos, por su origen histórico, y por sus principios constituye el representante mayor de la rebelión y la reacción contra ese tipo de Estado. Intento mostrar que, por la línea de acción que ahora se nos propone, que denominamos de expansión y de imperialismo, estamos tirando por la borda algunos de los elementos más importantes del símbolo de América [del Norte] y estamos adoptando algunos de los elementos más importantes de los símbolos de España. Hemos derrotado a España en el conflicto militar, pero estamos rindiéndonos al conquistado en el terreno de las ideas y políticas. El expansionismo y el imperialismo no son más que la vieja filosofía nacional que ha conducido a España donde ahora se encuentra. Esas filosofías se dirigen a la vanidad nacional y a la codicia nacional. Resultan seductoras, especialmente a primera vista y al juicio más superficial y, por ende, no puede negarse que son muy fuertes en cuanto al efecto popular. Son ilusiones y nos conducirán a la ruina, a menos que tengamos la cabeza fría como para resistirlas”.

Y más adelante agrega (1899/1951, págs. 140-151): “Si creemos en la libertad como un principio americano [estadounidense] ¿por qué no lo adoptamos? ¿Por qué lo vamos a abandonar para aceptar la política española de dominación y regulación?”

Volviendo a la pregunta de esta nota, y debo decir -afortunadamente-, Estados Unidos ha evitado en este tiempo una intervención militar sobre Venezuela. Entiendo el llamado del presidente Trump a la comunidad internacional como una solicitud para reconocer a un nuevo presidente interino que llame a elecciones dado que Maduro no fue elegido legítimamente. Esto no es elegir al nuevo presidente de Venezuela. Esto es muy diferente a las intervenciones militares que ha desarrollado durante gran parte del siglo XX. Esperemos que Estados Unidos se mantenga en línea, esta vez, bajo el principio de no intervención.

 

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE. Es profesor de Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín. Es director de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.

De vuelta los liberales o lo que fuere excomulgándose entre ellos.

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 31/10/18 en: http://www.libertadyprogresonline.org/2018/10/31/de-vuelta-los-liberales-o-lo-que-fuere-excomulgandose-entre-ellos/

 

Nunca me voy a olvidar del Partido Liberal Republicano que se intentó formar allá por 1984/85 como opción ante la “intervencionista” UCEDE. Eran no más de 10 que se reunían en la inolvidable escuelita de Sánchez Sañudo. Se terminaron disolviendo porque se pelearon por el Patrón Oro.

Las circunstancias mundiales, ahora, han cambiado, y han surgido temas y problemas que multiplican las divisiones.

Ya hablé varias veces de esto; en una de esas oportunidades distinguí entre tres grandes corrientes: la neo-kantiana (Mises, Hayek, Popper), la neo-aristotélica (Rothbard, Ayn Rand) la iusnaturalista clásica (escolásticos, liberales católicos del s. XIX, Novak, Sirico, Liggio, Chafuén, etc.), y en general la gente del Acton Institute.

Las tres tienen diferencias filosóficas importantes y es utópico pensar que las van a superar, aunque obviamente durante mucho tiempo pudimos trabajar juntos en muchas cosas.

Ahora hay dos circunstancias que han cambiado esa paz transitoria.

Primero el tema del lobby LGBT. Los más iusnaturalistas (y NO me refiero ahora al Acton Institute) insisten en el error conceptual de la ideología del género, que va contra la ley natural, etc., y se enfrentan por ende con el escepticismo de los neokantianos y los neoaristotélicos en esos ámbitos, que defienden a la homosexualidad, al transexualismo y etc. como opciones morales legítimas en tanto, por supuesto, no atenten contra derechos de terceros. Y se matan por eso.

Los dos grupos no se dan cuenta de la importancia de su coincidencia en “en tanto no atenten contra derechos de terceros”. Porque ninguno de ellos afirma que el estado deba imponer leyes que coactivamente obliguen a hablar de un modo determinado, a contratar de un modo determinado, a enseñar de un modo determinadoESA coincidencia en la libertad individual es la clave en estos momentos. La defensa de las libertades de expresión, religiosa, de propiedad, de asociación. Suponer que nos vamos a poner de acuerdo en el tema de la ley natural es vano. Y por ende podemos trabajar juntos, porque el lobby LGBT se llama lobby precisamente porque sus pretensiones son totalitarias: que todos hablamos con lenguaje neutro so pena de ir presos, que nadie pueda hablar libremente de sus convicciones en materia sexual sin ir preso, que nadie dentro de su institución pueda hacer o decir cosas que NO coincidan con la ideología del género sin ir preso, etc. Y con ESE totalitarismo, ¿hay algún liberal clásico o libertario que coincida? Me resultaría extraño, por más que sus fuentes sean Santo Tomás, Kant, Ayn Rand o el Sr. Spock.

Otro tema sobre el cual nos hemos peleado mucho últimamente, sobre todo en Argentina, es el aborto. Pero que casi ningún liberal clásico era abiertamente anti-abortista ya lo sabíamos hace milenios y no había problema. Todos los rothbards-boys estaban a favor y los Mises y Hayek-boys dudaban. Y la despenalización ya regía en Argentina, en dos casos, hace décadas. Y que de hecho ninguna mujer iba presa por abortar ya lo sabíamos todos hace mucho y nadie se peleaba. El problema fue que la ley presentada fue una ley que obligaba a todos los institutos estatales y privados a realizar el aborto, y sin ningún tipo de objeción de conciencia institucional. Muchos liberales argentinos miraron para otro lado, y fue allí cuando yo mismo les advertí: cuidado, eso sí que no es liberal, no tenés que ser un Juan Pablo II fan para estar en contra de elloEse es el problema y allí sí, de hecho, los liberales deberíamos haber presentado un frente claramente unido y no fue así. Fue preocupante.

Otro tema es el ascenso al poder de líderes “de derecha” que obviamente no son liberales pero que ponen un freno evidente al socialismo del s. XXI, al totalitarismo del lobby LGBT y a algunas otras cosas bonitas. Allí de vuelta nos estamos peleando todos porque no sabemos mucho de la realpolitik o del mal menor. Ningún liberal que yo sepa defiende a XX en tanto XXsino porque es una opción mejor ante los Clinton, los Obama, los Lula, los Kirchner, etc. O sea, en los duros momentos de las difíciles opciones en el mundo real, nadie “apoya” al mal menor en cuanto mal, sino como estrategia para que el mal mayor no avance, y además es importante denunciar siempre los dobles estándares hipócritas de la izquierda. Ello debe hacer con prudencia, obviamente. Si se hace acaloradamente y descalificando al otro o excomulgando a alguien porque piense que en cuanto mal menor Trump es mejor que Hilary, entonces estamos en problemas.

Ciertos principios son también importantes. Violaciones del Estado de Derecho, de libertades individuales, incluso cierto lenguaje agresivo e insultante, no debemos admitirlas ni siquiera al mal menor o al bien menorCuidado porque entonces es verdad que un fascista es un liberal asustado. Incluso en esos momentos nos debemos perdonar los sustos, pero el miedo no convierte en justo lo que es radicalmente injusto.

 

Finalmente, se extraña en todos nosotros, últimamente, cierta delicadeza en las formas, el apreciarnos como somos, el perdonarnos, el aceptar nuestras falencias, y se extraña una buena formación filosófica, hermenéutica y epistemológica, que bajaría los decibeles de muchas discusiones. Debates tales como si fulano no es un “verdadero” liberal porque es un free banking, o que tal interpretación de Mises es la “verdadera” y el que no se da cuenta es un imbécil, y así ad infinitum, lo que revela es que nuestra calidad intelectual y moral ha caído. Son como los debates cuasi-religosos de los grupos que surgen a partir de un “fundador”: cuál es el verdadero pensamiento del fundador, quiénes son los verdaderos intérpretes del fundador, cuáles son los textos canónicos del fundador, etc. Son debates que no existirían con un mínimo training en historia de la filosofía, epistemología y hermenéutica. Cuidado, gente, los liberales no podemos salir al ruedo de la batalla de estos días por haber leído un librito y por fanatizarnos, como si no hubiéramos salido de los 15 años. Un poco más de estudio, un poco más de bondad, tolerancia y perdón, un poco menos de neurosis obsesivas y pensamiento monotemático, un poco menos de sentirse pontífices máximos y excomulgantes, son todas cosas necesarias para los nuevos liderazgos que necesitamos. No son cosas que se aprenden en un curso. Son fruto de una terapia, por un lado, y de una conversión del corazón, por el otro.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

 

 

Capitalismo, iniciativa «privada» y propiedad

Por Gabriel Boragina Publicado el 9/9/18 en:  http://www.accionhumana.com/2018/09/capitalismo-iniciativa-privada-y.html

 

Parece mentira que siga habiendo gente que continúe diciendo que vivimos en un mundo capitalista. Lo máximo que podemos afirmar, en tal sentido, es que vivimos en un mundo que sigue disfrutando -en una muy buena medida- de los logros de una época de pleno capitalismo que, evidentemente, hoy en día ya no existe en la mayor parte del planeta, donde los estados y sus gobiernos no han parado de avanzar, aunque más disimuladamente que cuando se lo hacía a mediados del siglo pasado.
Una visión en perspectiva claramente lo indica. Pero, desde luego, también es importante que se tengan conceptos claros respecto de lo que es y no es capitalismo, ya que no para todos es lo mismo. De allí que, sea siempre significativo aclarar que nuestra idea de capitalismo es algo bastante diferente a lo que la mayoría de la gente entiende por tal término.
En una mirada retrospectiva histórica, puede afirmarse -sin temor a error- que el capitalismo jamás operó a un cien por ciento de su potencialidad. Entendemos por capitalismo un conjunto de factores, de los cuales podemos enumerar solamente algunos, por ejemplo: libertad individual, iniciativa privada, y muchos otros más. Pero, de momento, me detengo en cuanto a este requisito fundamental del capitalismo que es la iniciativa privada.
Dado que es esencial al capitalismo este «tipo» de iniciativa, va de suyo que expresiones tales como «capitalismo de estado» no pueden tener cabida dentro de las posibles caracterizaciones del capitalismo, porque si es «de estado» resulta obvio que no puede haber aquí ninguna iniciativa privada, ya que de querer hablarse de «iniciativa» (al ser «de estado») la única «iniciativa» seria estatal. Pero henos aquí que, en ningún «estado» puede tener lugar clase alguna de iniciativa, porque toda iniciativa puede recaer nada más que en individuos, que son los únicos entes vivos poseedores de voluntad, y sin voluntad es imposible que aparezca ningún ejemplo de iniciativa. Este es uno de los tantos usos deformados de nuestro lenguaje, cuando se utilizan términos de imposible plasmación práctica, como el de «iniciativa estatal» (por evidentemente imposible) o, asimismo, el de «iniciativa privada» que es una redundancia, porque no puede existir ninguna otra clase deiniciativa que no sea -justamente- privada. De donde, se hace necesario distinguir entre iniciativa privada y estatal, habida cuenta el grado de confusión semántica y conceptual en el que vivimos.
Pero es que, no basta la iniciativa «privada» para que tengamos capitalismo, toda vez que los burócratas también actúan dentro de la esfera estatal bajo su propia iniciativa (aunque estén constreñidos por ciertas leyes) sino qué debemos agregar otro factor más, y que es que tal iniciativa privada ha de recaer sobre el destino que se la da al fruto del propio trabajo y no del trabajo ajeno, es decir, necesito (para saber que estoy dentro de un sistema capitalista) no sólo de mi iniciativa privada, sino de poder usar y disponer de lo que es mío, porque si aplico toda o parte de mi iniciativa privada a tomar, usar y disponer de lo ajeno ya no estoy dentro de un sistema capitalista, sino de otra clase, que puede ser intervencionista, o socialista/comunista. Precisamente, el estatismo se maneja de esta última manera, donde un ejército de burócratas aplica su iniciativa privada o propia al uso y disposición de bienes y fortunas ajenas.
Cuando el capitalismo operó apenas a un 30% de su capacidad, lo que es lo mismo a afirmar que la iniciativa particular (mal distinguida como privada cuando no puede haber otra forma de iniciativa que no sea la de los individuos) tuvo una libertad de acción de alrededor de ese porcentaje para usar y disponer de lo suyo, la pobreza disminuyó allí donde lo hizo. Los registros históricos confirman esto, especialmente entre los años 1780 y la primera o segunda década del siglo XX. Puede verse en la bibliografía de Mises, Hayek, Rothbard, Hazlitt, y otros autores de la Escuela Austríaca de Economía.
Estos notables efectos en un período histórico relativamente breve pueden calificarse como de verdadero milagro económico para la humanidad.
De allí que, podemos inferir que, si se le permitiera hacerlo a escalas mayores, la pobreza disminuiría de manera inversa a esa escala. La brecha se acortó. También la historia confirma que ese «estado benefactor» jamás existió. Los estados fueron y siguen siendo hoy en día intervencionistas, como antes y durante la guerra fueron totalitarios en Alemania, Italia y España entre otros. En rigor, el «estado liberal» es una contradicción en términos.
No hay rico más peligroso para el pobre que el funcionario o burócrata enquistado en el gobierno. Este rico estatal es peligroso, el otro privado no. Es al rico gobernante al que no le importa el pobre. Al otro rico (el privado) si le importa, ya que lo necesita, sea como empleado sea como cliente, sea en ambos roles.
A veces se critica a los defensores del capitalismo diciendo que queremos regresar a la «época de los terratenientes». Pero, tales críticos deben tranquilizarse, porque no vamos a «regresar» a los tiempos de los terratenientes, puesto que estamos viviendo esos tiempos. Ya hemos regresado. Al menos, en Sudamérica ese tiempo es el tiempo de hoy. Los grandes terratenientes de la modernidad son los Estados, mediante sus legislaciones, que otorgan dádivas y privilegios de toda índole a ese ente ficticio estatal que es administrado -de tanto en tanto- por personas diferentes que pertenecen a diversos partidos políticos pero que, en base a esas legislaciones estatistas, tienen un tremendo poder sobre vidas y haciendas ajenas. Hoy en día, los estados no sólo son terratenientes, sino que también dueños de nuestros patrimonios. No sólo tienen grandes posesiones en tierras, sino también en divisas, oro y dinero. El simple hecho de pensar que solamente los gobiernos tienen la facultad legal de despojarnos del fruto de nuestro trabajo (el instrumento se denomina impuesto, forma legal de llamar a lo que es robo en cualquier otro caso) nos da la pauta que la verdadera riqueza reside en los gobiernos, pero no por derecho propio, sino por derecho impuesto, es decir por saqueo.
Sólo que en lugar de hablar de «terratenientes» tendríamos que hacerlo de «dineros tenientes». Para salir del dominio de estos poderosos es que tenemos que volver al capitalismo.
Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Liberales versus libertarios

Por Adrián Ravier.  Publicado el 19/1/18 en: https://www.infobae.com/opinion/2018/01/19/liberales-versus-libertarios/

 

¿Por qué es importante llamar la atención de los lectores acerca de las diferencias de estos movimientos? Porque el fracaso del kirchnerismo abrió la puerta en la Argentina para un aporte liberal que busque reducir los excesos de la política económica de los años 2003-2015, pero no demanda la Argentina hoy una posición radical anarquista que propone eliminar al Estado

El cambio ideológico que hubo en la Argentina a partir de 2015, tras el fracaso del kirchnerismo, en reducir la pobreza y resolver otros males como la inflación o el estancamiento económico, no solo ha llevado a Maurico Macri a la Presidencia, sino que además ha dado lugar a nuevas posiciones de filosofía política y económica que contribuyen hoy al debate público.

Liberales y libertarios, que tenían limitado acceso a los medios, hoy reciben una renovada atención, pero no queda claro para la mayoría de los televidentes y los lectores qué diferencia a estas posiciones.

La confusión proviene de una deformación que en Estados Unidos se le ha dado al término «liberal» frente al que utilizamos en América Latina. «Liberal» en Estados Unidos es, por ejemplo, John Rawls, un intelectual cuya obra se utiliza frecuentemente como fundamento de la redistribución del ingreso. Un liberal en América Latina defiende más bien la libertad individual, la economía de mercado, la propiedad privada y el gobierno limitado, por lo que se opone en general a la obra de John Rawls y a los distintos fundamentos que sugieren quitar a unos lo que le pertenece para darles a otros lo que no les pertenece.

Es por ello que en Estados Unidos han creado un nuevo término para denominar a lo que nosotros entendemos como liberal, y es el término libertarian o, en español, ‘libertario’.

El libertario incluiría en Estados Unidos a quienes defienden los cuatro principios recién mencionados, aunque habría una calurosa y abierta disputa respecto del último término, esto es, el gobierno limitado. Los libertarios norteamericanos se podrían dividir entre los libertarios minarquistas, que consideran útil y necesario al gobierno, aunque en funciones limitadas, y los libertarios anarco-capitalistas de propiedad privada, que piensan que es innecesario contar con el ente gubernamental no solo en materia de educación, salud, infraestructura y pensiones, sino también en cuanto a dinero, seguridad y justicia.

La escuela austriaca fundada en 1871 y consolidada en los años 1920 es quizás la más representativa del movimiento libertario, pero no es hasta los años 1970 que surge puertas adentro una línea anarquista que subdivide a su tradición de pensamiento. Es importante notar que los principales pensadores de la tradición como Ludwig von Mises y Friedrich Hayek defendieron una posición liberal o libertaria minarquista, mientras que Murray Rothbard defendió una posición libertaria anarquista.

Es curioso también notar que el Ludwig von Mises Institute, con base en Auburn, Alabama y que fuera creado por el mismo Rothbard junto a Lew Rockwell, le ha dado a esta tradición de pensamiento austriaca una mirada más anarquista de la que el propio Mises defendió a lo largo de su vida.

¿Por qué es importante llamar la atención de los lectores acerca de las diferencias de estos movimientos? Porque el fracaso del kirchnerismo abrió la puerta en la Argentina para un aporte liberal que busque reducir los excesos de la política económica de los años 2003-2015, pero no demanda la Argentina hoy una posición radical anarquista que propone eliminar al Estado.

El debate filosófico que plantea el anarco-capitalismo o anarquismo de propiedad privada es sumamente interesante para los ámbitos académicos, pero distraen y confunden a la opinión pública cuando se plantean ideas extremas en ausencia de un adecuado contexto para estas propuestas. El resultado es un lógico y total rechazo a estas ideas.

Que hoy aparezcan libertarios radicales afirmando que el impuesto es un robo o que todos los políticos son delincuentes contribuye poco, me parece, a los problemas urgentes que debemos resolver.

El liberal o libertario minarquista hace un llamado mucho más oportuno y relevante para la Argentina de hoy, que es, sin ánimo de ser exhaustivo, insistir en terminar con los controles de precios, dejar de monetizar el déficit público, no abusar del endeudamiento, reducir todo lo posible el gasto público o al menos congelar el número de empleados públicos, abrir la economía e integrarla al mundo, respetar la división de poderes y fortalecer las instituciones.

Un ejemplo puede mostrar la diferencia. El liberal sabe que la Argentina tiene que plantearse, como la mayoría de los países del mundo, un nuevo debate acerca del sistema de pensiones, modificar el sistema de reparto. Sin embargo, dado un déficit fiscal consolidado en torno al 8% del PBI, no es oportuno plantear la discusión, porque no hay forma de financiar la transición. Recordemos que cuando Chile planteó la privatización del sistema, acumuló muchos años de superávit fiscal del 5% para garantizar los medios necesarios para que los jubilados y los pensionados del momento pudieran contar con ingresos acordes con los aportes de las décadas anteriores. El mismo menemismo, y en esto tiene responsabilidad Domingo Cavallo, debería comprender que el fracaso de la convertibilidad es en gran parte un problema fiscal que proviene especialmente de no haber pensado una transición para la privatización del sistema de pensiones. De haber continuado con el sistema de reparto, el gobierno no habría tenido déficit fiscal, lo cual hubiera reducido las necesidades de financiamiento externo, con intereses de deuda muchos más bajos, y la situación del país habría sido mucho más sólida para afrontar los shocks externos que fueron el tequila de México en 1995, la crisis asiática de 1997, el default ruso de 1998 o la devaluación de Brasil en 1999. Está claro que el 2001 se pudo haber evitado.

Los libertarios hoy tenemos que plantear un debate inteligente. Hay un espacio para los debates puros que están en el aula, en los congresos académicos y en las revistas especializadas, pero hay otro debate que es el de los medios de comunicación, donde la preocupación está puesta en otros problemas más urgentes. Si Argentina tiene éxito en normalizar su situación institucional y macroeconómica, asemejándose a la situación de países vecinos que integran la Alianza del Pacífico, entonces seguramente surgirán nuevos espacios para discutir otros problemas que hoy lamentablemente están presentes, pero lejanos en la atención que se le puede dar.

Como cierre, me parece que el libertario debe insistir en que el gradualismo está justificado, en la medida en que lo caractericemos como reformismo permanente, pero el problema es que Cambiemos en muchas áreas ha transformado el gradualismo en inacción.

 

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE. Es profesor de Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.

¿Para proteger derechos se necesita un poder central fuerte o uno débil? Estados Unidos y Suiza

Por Martín Krause. Publicada el 23/2/16 en: http://bazar.ufm.edu/para-proteger-derechos-se-necesita-un-poder-central-fuerte-o-uno-debil-estados-unidos-y-suiza/

 

Como vemos se presentan dos opiniones distintas: ¿es necesario un poder central fuerte para evitar el abuso hacia los derechos de los individuos por parte de los gobiernos locales o, por el contrario, es necesario un poder central débil para evitar el abuso de éste sobre los derechos de los estados y, por ende, de  los individuos? ¿Existirá alguna salida para este dilema?

La evidencia empírica no parece brindarnos una respuesta clara al respecto. Entre todos los países del mundo podemos encontrar dos con una estabilidad institucional prolongada que nos permita realizar una comparación: Estados Unidos, como el de una federación y Suiza, como ejemplo de una confederación. No obstante el ejemplo de Suiza como una confederación se remonta desde 1291 con la firma del pacto entre los cantones de Schwyz, Uri y Unterwalden hasta la constitución de 1848, a partir de la cual se convierte en una federación.

La supervivencia de esa confederación durante cinco siglos y medio muestra que dicha configuración es posible. En cuanto al argumento “federalista” de la necesidad de un poder central fuerte para evitar el abuso de los gobiernos locales, la historia de Suiza muestra un ejemplo que refuta esta tesis. Los cantones suizos mantuvieron una profunda convicción y práctica democrática, si bien los de las ciudades fueron centralizados y poco democráticos (Kendall & Louw, 1989, p. 12). Uno de las principales pruebas a las que la libertad individual fue sometida fueron los conflictos religiosos entre católicos y protestantes con motivo de la Reforma.

Estos conflictos fueron similares a los ocurridos en otros países de Europa, pero su solución fue claramente diferente. En 1526 se realizó un debate público en Baden, en el cual se resolvió que los cantones decidirían si permanecían con la Iglesia de Roma o adoptaban la Reforma. Luego de algunos disturbios e intentos de forzar una u otra salida, la Paz de Kappeler fue firmada dando a cada comunidad local, por voto mayoritario, el poder de decidir sobre el asunto. En el cantón de Thurgau, por ejemplo, catorce distritos decidieron ser católicos, 18 protestantes y 30 eligieron la igualdad religiosa, Appenzell se dividió en dos en el año 1595, y en el borde entre uno u otro los propietarios de tierras pudieron elegir a cuál pertenecerían. Por cierto que la religión es un tema de decisión individual y no colectiva, pero el proceso mencionado es un ejemplo en una época donde lo que predominaba no era precisamente la libertad religiosa. En estos años, los poderes centrales no garantizaban libertad sino que la eliminaban. Es decir, para seguir el debate de los federalistas, es cierto que un gobierno local puede someter a una minoría, pero no lo es que un gobierno central sea garante perfecto de la libertad, ya que puede ser todo lo contrario.

En cuanto al grado de centralización/descentralización de los gastos del estado, es necesario tener en cuenta que el tamaño de los mismos fue muy pequeño durante siglos y que cuando se inicia su expansión en el siglo XX ya ambos países contaban con un modelo similar, lo que impide la comparación entre federación y confederación en ese sentido. En la actualidad, ambos se encuentran entre los países más libres y con calificaciones similares en los estudios comparativos de libertad.

Según Vaubel (1996, p. 79), pese a que Madison en El Federalista Nº 45 (p. 197) afirmaba que el número de empleados del gobierno federal iba a ser mucho más pequeño que el de los empleados por los gobiernos estaduales, doscientos años después, los primeros son más que todos los empleados estaduales juntos y en casi todos los países federales, el gasto del gobierno central (incluyendo la seguridad social) supera la mitad del gasto público total siendo la única excepción Canadá. En los Estados Unidos la participación del gobierno federal en el total del gasto público era del 34% en 1902, creció hasta alcanzar un máximo del 69% en 1952 y luego descender hasta el 58% en 1992 (Oates, 1998, p. xviii)[1].

Según el estudio de Vaubel, realizado con datos del período 1989-91, los países menos centralizados serían las Antillas Holandesas (donde un 44,8% del gasto total está en manos del gobierno central), Canadá (49,4%) y Suiza (53,8%). En promedio, los estados federales serían más descentralizados que los unitarios y los países industriales más que los países en desarrollo. El promedio de gasto del gobierno central sobre gasto total en los países industriales federales en el mencionado período sería de 65,9% y en los industriales unitarios del 84,7%. El mismo promedio en los países federales en desarrollo sería de 78,8% y en los unitarios en desarrollo 98,7%. El promedio de todos los países federales (industriales y en desarrollo) sería de 71,8%. Bird & Vaillancourt (1997, p. 12) comparan ocho países en desarrollo (Argentina, China, Colombia, India, Indonesia, Marruecos, Pakistán y Túnez) con cinco países desarrollados (Australia, Canadá, Alemania, Suiza y Estados Unidos) y constatan que el promedio de gastos locales en el total del gasto público es de 35% para los países en desarrollo y del 47% para los desarrollados siendo la variación mucho más grande en el primer caso que en el segundo (ya que no diferencian entre países federales o unitarios). Para Mochida & Lotz (1998, p. 3) en el caso de Japón el gasto local sería del 30,8% y el del gobierno central del 69,2%.

En definitiva, la evidencia empírica nos muestra que los países federales son más descentralizados que los unitarios, y que los países desarrollados lo son más que los en desarrollo. Pero no es éste un análisis que nos permita arribar a algún tipo de conclusión más allá de la que muestra que un país federal resulta levemente más descentralizado y que esta circunstancia, “ceteris paribus”, permitiría alcanzar un mayor grado de control sobre el poder político y un grado de alineamiento mayor entre las preferencias de los ciudadanos y los bienes  y servicios públicos que reciben.

[1] Stigler [(1957) 1998] afirma que: “En 1900, virtualmente todas las cuestiones relacionadas con la vivienda, salud pública, crimen y transporte local eran tratadas por los estados o los gobiernos locales, y el papel del gobierno federal en la educación, la regulación de prácticas comerciales, el control de los recursos naturales y la redistribución del ingreso era mínima. Hoy, el gobierno federal es muy activo en todas estas áreas, y su grado de participación crece gradualmente.”

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

Populismo vs individualismo

Por Gabriel Boragina. Publicado el 26/12/15 en: http://www.accionhumana.com/2015/12/populismo-vs-individualismo.html

 

Conteste hemos explicado en repetidas oportunidades, el populismo no es ninguna otra cosa que una derivación del colectivismo, y por dicha razón muchas -o casi todas- las características que particularizan a éste son enteramente aplicables a aquel. Como tal, el populismo se enfrenta -por supuesto- al individualismo, ámbito este último donde se desarrolla y se afinca la auténtica moral:

«La única atmósfera en la que el sentido moral se desarrolla y los valores morales se renuevan a diario en la libre decisión del individuo es la de libertad para ordenar nuestra propia conducta en aquella esfera en la que las circunstancias materiales nos fuerzan a elegir y de responsabilidad para la disposición de nuestra vida de acuerdo con nuestra propia conciencia. La responsabilidad, no frente a un superior, sino frente a la conciencia propia, el reconocimiento de un deber no exigido por coacción, la necesidad de decidir cuáles, entre las cosas que uno valora, han de sacrificarse a otras y el aceptar las consecuencias de la decisión propia son la verdadera esencia de toda moral que merezca ese nombre.»[1]

El populismo lesiona, por lo tanto, la genuina moral, porque inhibe la libertad individual para poder optar por diversas alternativas. Al erigirse como barrera para nuestras decisiones económicas (e incluso vitales) el populismo se alza como muralla casi infranqueable para la consecución de una legítima vida humana, reduciéndonos a la condición de casi animales al servicio del déspota de turno: el jefe populista. Esta fue la experiencia vivida en la Argentina de los Kirchner, y la que aun sufren algunos otros países de la región, tales como Venezuela donde el comunismo castrochavista aun resiste los embates de las fuerzas democráticas, y -en menor escala- en Bolivia y Ecuador, donde los dictadorzuelos Morales y Correa respectivamente pretenden eternizarse en el poder. Otras experiencias también populistas, como la de Chile con Bachelet y Brasil con Roussef, aparecen algo mas diluidas, aunque no menos peligrosas en la medida que persistan. La manera en que el colectivismo populista destruye la moral, ha sido maravillosamente descripta con las siguientes palabras:

«Es inevitable, e innegable a la vez, que en esta esfera de la conducta individual el colectivismo ejerza un efecto casi enteramente destructivo. Un movimiento cuya principal promesa consiste en relevar de responsabilidad no puede ser sino antimoral en sus efectos, por elevados que sean los ideales a los que deba su nacimiento. ¿Puede dudarse que el sentimiento de la personal obligación en el remedio de las desigualdades, hasta donde nuestro poder individual lo permita, ha sido debilitado más que forzado? ¿Qué tanto la voluntad para sostener la responsabilidad como la conciencia  de que es nuestro deber individual saber elegir han sido perceptiblemente dañadas? Hay la mayor diferencia entre solicitar que las autoridades establezcan una situación deseable, o incluso someterse voluntariamente con tal que todos estén conformes en hacer lo mismo, y estar dispuesto a hacer lo que uno mismo piensa que es justo, sacrificando sus propios deseos y quizá frente a una opinión pública hostil. Mucho es lo que sugiere que nos hemos hecho realmente más tolerantes hacia los abusos particulares y mucho más indiferentes a las desigualdades en los casos individuales desde que hemos puesto la mirada en un sistema enteramente diferente, en el que el Estado lo enmendará todo. Hasta puede ocurrir, como se ha sugerido, que la pasión por la acción colectiva sea una manera de entregarnos todos, ahora sin remordimiento, a aquel egoísmo que, como individuos, habíamos aprendido a refrenar un poco.»[2]

Lo anterior expone la falsedad del populismo cuando predica una supuesta «inclusión social». Por su propia definición el populismo es un factor de exclusión social, posiblemente el más importante de ellos, por cuanto limita sus «beneficios» a sólo un sector de la población, prescindiendo del resto. Acorde ha demostrado la experiencia argentina, la parte beneficiada por las medidas populistas se han circunscripto meramente a un tercio del total de los habitantes, merced a políticas asistencialistas que, a su turno, eran financiadas por los dos tercios restantes a través de diferentes mecanismos expoliatorios utilizados típicamente por el populismo, tales como transferencias fiscales, controles cambiarios y de precios, manipulaciones monetarias,  inflación, etc.  De los dos tercios no alcanzados por las dádivas populistas, que –consecuentemente- se vieron obligados a «pagar la fiesta», hay que tener en cuenta que aquellos que se encontraban en el sector formal de la economía fueron los más perjudicados, ya que sufrieron un impacto directo sobre sus bolsillos por la vía tributaria. Esto significa que el daño fue menor para quienes se encontraban por fuera de la economía formal (aproximadamente dos tercios del total de la ciudadanía). Lo dicho, brevemente, en cuanto a las consecuencias económicas del populismo, respecto de las secuelas morales el conjunto social encontró menoscabo, ya que el populismo demuele todos los valores morales por igual, es decir tanto de los subsidiados como los de los que se ven forzados a subsidiar. Desde el momento que la gente se acostumbra a que sea el estado—nación el que se responsabilice por la suerte de todos, y que determine hacia donde deben ir dirigidos los recursos de la sociedad, es a partir de ese instante en que se consolida el resquebrajamiento moral de la sociedad en pleno.

«Lo cierto es que las virtudes menos estimadas y practicadas ahora -independencia, autoconfianza y voluntad para soportar riesgos, ánimo para mantener las convicciones propias frente a una mayoría y disposición para cooperar voluntariamente con el prójimo- son esencialmente aquellas sobre las que descansa el funcionamiento de una sociedad individualista. El colectivismo no tiene nada que poner en su lugar, y en la medida en que ya las ha destruido ha dejado un vacío que no llena sino con la petición de obediencia y la coacción del individuo para que realice lo que colectivamente se ha decidido tener por bueno. La elección periódica de representantes, a la cual tiende a reducirse cada vez más la opción moral del individuo, no es una oportunidad para contrastar sus normas morales, o para reafirmar y probar constantemente su ordenación de los valores y atestiguar la sinceridad de su profesión de fe mediante el sacrificio de los valores que coloca por debajo en favor de los que sitúa más altos.»[3]

[1] Friedrich A. von Hayek, Camino de servidumbre. Alianza Editorial. España. págs. 256-257

[2] Hayek, ídem. pág. 256-257

[3] Hayek, ídem. pág.  257

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Propiedad, políticas públicas y globalización

Por Gabriel Boragina. Publicado el 6/6/15 en: http://www.accionhumana.com/2015/06/propiedad-politicas-publicas-y.html

 

«Conviene, para responder preguntas que tienen que ver con políticas públicas, es decir, con acciones tomadas por los gobiernos, y la globalización es una de ellas, contar con algunos parámetros que nos permitan calificarlas. Desde la perspectiva liberal esos parámetros están muy claros: libertad y propiedad. Las políticas públicas serán correctas si se practican a favor de la libertad individual (no hay otra) y de la propiedad privada (no hay otra): en el campo de la economía, concretamente, de la libertad para emprender y consumir, y de la propiedad sobre los ingresos, el patrimonio y los medios de producción. Las políticas públicas incorrectas atentan contra la libertad y la propiedad, por ejemplo, contra la libertad para consumir si se prohíbe la importación de determinadas mercancías y, por ello mismo, contra la propiedad de las mercancías extranjeras cuya importación está prohibida. Desde este punto de vista lo que importa, al menos en primer instancia, es la libertad y la propiedad, no, por ejemplo, el crecimiento económico o el desarrollo social».[1]

Lamentablemente, como ya hemos expuesto en un sinfín de ocasiones, las políticas públicas suelen orientarse en un sentido contrario al que indica el autor citado antes. Como han destacado Profesores de la talla de Ludwig von Mises y muchos otros, las acciones de los gobiernos -en tanto se las denomine «políticas públicas» o de otra manera-, se emplazan (en prácticamente todos los casos) hacia la adopción de medidas intervencionistas, es decir, precisamente contrarias a la libertad y a la propiedad en el sentido en que las describe el autor en comentario. Es que el problema de fondo reside en el poder, que no de modo casual tiende a concentrarse en manos de los gobiernos, y que por distintas razones no ha podido ser limitado, excepto en una muy escasa medida, pese al esfuerzo que han hecho muchos países en el curso de la historia, sobre todo en Occidente que es -a no dudarlo- donde más se han empeñado los defensores de las ideas liberales en tratar de limitar ese poder. Las «políticas públicas» podrían llegar a ser útiles si su diseño y materializaron se encontraran a cargo de personas y organizaciones civiles, lo que hemos denominado la sociedad civil en oposición a la sociedad política. Pero no es lo que habitualmente sucede, desafortunadamente, sino que se da el caso inverso en el que la sociedad política impone su impronta sobre la sociedad civil.

«La globalización es llevada a cabo por los gobiernos, de tal manera que la misma forma parte de las políticas públicas y debe calificarse en función del efecto que tiene sobre la libertad individual y la propiedad privada. Desde este punto de vista, ¿cómo calificarla? Positivamente, por una razón muy sencilla: si la globalización es el proceso por el cual disminuyen y desaparecen las prohibiciones que los gobiernos levantan a las relaciones entre personas de distinta nacionalidad, prohibiciones que por definición limitan o elimina la libertad individual y la propiedad privada, la globalización es un proceso de liberación, una transformación a favor de la libertad individual y, en su aspecto económico, a favor de la propiedad privada, tanto de los productores como de los consumidores.»[2]

En realidad, y como bien lo ha explicado el Dr. Alberto Benegas Lynch (h) entre otros, la globalización se trata de un fenómeno que es llevado a cabo A PESAR de los gobiernos y no «gracias» a ellos. Por supuesto que, bien sabemos que el término globalización se ha prestado -y se sigue prestando- a diferentes interpretaciones pero, acompañando la postura del Dr. Benegas Lynch (h), creemos que la mejor definición es la que identifica la globalización con lo que la economía clásica siempre ha denominado librecambio o libre comercio, de tal suerte que, el vocablo globalización no vendría a ser más que un nuevo término para designar un fenómeno que ya había sido estudiado por los economistas clásicos y neoclásicos, y que en tal sentido hoy resulta muy limitado, en virtud de las múltiples trabas al comercio exterior que existen en la mayoría de los países del mundo, dada la proliferación de barreras arancelarias y no arancelarias, y -en general- del predominio de teorías como la del proteccionismo en materia de comercio internacional, que reducen -y hasta tienden a anular- cualquier vestigio de globalización. Es por ello más correcto decir que la mayor globalización que hoy pueda llegar a observarse es debida a las fuerzas del mercado más que a deliberadas «políticas públicas».

En rigor, las «políticas públicas» se encaminan más a la violación de la propiedad que a su defensa, y por eso bien se ha dicho al respecto que:

«La propiedad puede violarse tomando el producto que cualquier propietario debe a sus tierras, a sus capitales, o a su trabajo. La propiedad se viola poniendo frenos al libre uso de las propiedades, pues las leyes establecen que la propiedad implica el derecho de uso. Igualmente, la propiedad es violada cuando se obliga a un propietario a cultivar algo, o a impedirle hacer cierto cultivo. Cuando se fuerza cierto modo de cultivo, o se prohíbe. También se viola la propiedad cuando se niegan ciertos usos del capital o maneras de invertir. Cuando se prohíbe la construcción sobre sus tierras, o se le impone una manera de construcción. Hay violación del derecho de la propiedad cuando después de invertir en una cierta industria la autoridad prohíbe esa misma industria, o se le imponen impuestos tan grandes que son iguales a los de una prohibición. Es violación de la propiedad el prohibir el uso de las facultades humanas y la aplicación de sus habilidades y talentos, a excepción de cuando ellos son usados en contra de los derechos de terceros. Viola a la propiedad el hacer que un hombre se dedique a ciertas actividades cuando él considera de más provecho dedicarse a otras labores, por ejemplo, obligándole a realizar un servicio militar.»[3]

[1] Arturo Damm Arnal «¿Cómo vencer los obstáculos hacia un mundo globalizado, sin fronteras? El argumento moral a favor de la globalización» Fundación Friedrich Naumann (FFN)-Oficina Regional América Latina. Pág. 10-11

[2] Damm A. ídem. pág. 11-12

[3] Eduardo García Gaspar. Ideas en Economía, Política, Cultura-Parte I: Economía. Contrapeso.info 2007.  pág. 66

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

La ley, los dólares y el asalto estatal.

Por José Benegas. Pubicado el 30/9/14 en: http://josebenegas.com/2014/09/30/la-ley-los-dolares-y-el-asalto-estatal/

 

En un estado de derecho lo “legal” no es el capricho que decide el Congreso, porque éste está subordinado al orden jurídico más general que es la Constitución. La Constitución escrita por si misma tampoco es en sí el marco jurídico general que es aquello que puede considerarse jurídico sin ser estrictamente político, es decir las reglas de justicia basadas en la propiedad y la libertad individual.
¿Cómo? ¿No hay justicia socialista? Por supuesto que no, el socialismo ni se plantea el problema de la justicia, sino que persigue una injusticia que dé un resultado igualitario. No se preocupa por el modo en que se obtuvieron los bienes, supone que si hay intercambios libres los que tienen menos han sido despojados por los que tienen más. Por lo tanto utilizan el término injusto como sinónimo de “desigual” y en definitiva la palabra justicia en su vocabulario no tiene significado propio.
¿Quieren hacer una justicia socialista? Mejor que traten de hacer volar a una vaca, ni pierdo el tiempo en semejante delirio aunque sea tan extendido que para la mayor parte de las personas lo que estoy escribiendo sea el delirio.
La Constitución habla de un mecanismo de creación legislativa. Eso no quiere decir que lo que saque el Congreso por ese mecanismo sea una ley, aunque formalmente se la llame así. Para mayor resguardo la misma Constitución establece derechos como libertades y aclara que ellas no pueden ser alteradas por las leyes que reglamenten su ejercicio. Es decir, estas leyes así sancionadas están para facilitar el ejercicio de los derechos.
Esa es la doctrina liberal de la Constitución y la única clase de juridicidad que no es mera amenaza política, que tiene valor por si misma para todos, con independencia de sus creencias o valores.
Es decir que cuando la Constitución señala cuáles son los mecanismos para crear una ley, no está diciendo que por ese procedimiento se puedan canalizar órdenes políticas no justas, es decir no protectoras de las libertades individuales y de la propiedad. Una norma que dice que se debe aportar dinero para la propaganda del gobierno, no es una ley, es un asalto redactado con palabrerío de abogado. Pero lo que es más importante, si fuera una ley, hay que violar la ley ¿Dije violar la ley? Si, dije violarla y recontra violarla y entenderse enemigo de sus creadores.
Hecha esa aclaración, el gobierno sostiene que comprar dólares es como comprar cocaína. Ambas prohibiciones son ilegales en el sentido que expuse antes, el estado no tiene autoridad para determinar qué cosa es justa. Los jueces hacen eso como una misión específica, pero ellos están subordinados a la justicia. Deben descubrir qué cosa es justa, no inventar la justicia en reemplazo de los legisladores.
Pero, acá viene la aclaración que quería hacer antes de irme por las ramas, la cocaína está prohibida por orden abusiva del estado, ese tipo de amenaza “legalizada” por los órganos estatales sublevados contra el estado de derecho y el principio de igualdad ante la ley (valor opuesto al paternalismo).
Los dólares, en cambio, no están prohibidos. Es más, hay algo que la casta estatal llama “mercado oficial”, mal podría sostenerse que esa mercancía está prohibida si se comercializa “oficialmente”.
Lo que ocurre es que el gobierno veda de hecho el acceso a esa mercancía, es decir sin apoyatura jurídica ni siquiera simulada bajo al forma de una orden del Congreso. Lo que hace es mostrar una voluntad no formal pero si explícita, de que la población no pueda escapar de la emisión monetaria. Todo de facto.
En tanto el país no es un ejército, hacemos muy bien en pasarnos por las partes aquellas los deseos del gobierno. Es una buena actitud, casi la única que nos queda del pasado de dignidad.
Ahora bien, los cómicos del gobierno invocan la ley penal cambiaria, cuya sanción merecería enjuiciar a quienes la apoyaron por el artículo 29 de la Constitución. Todo esto puede parecer exagerado porque se ha concedido tanto y por tantos años que nos hemos acostumbrado a que lo normal es la tolerancia a lo intolerable. Antes propuse ser ilegales, ahora propongo ser anormales. Es la única salvación.
Pero resulta que la ley penal cambiara habla de cómo se deben comprar dólares, no de que no se pueden comprar dólares. En la medida en que el gobierno restringe de facto ese mercado, la situación de hecho en la que el tipo penal funcionaría no existe, no es parte de la realidad. No hay un mercado de instituciones regulares que vendan los dólares que protegen a la población contra la violación del derecho de propiedad y el saqueo del impuesto inflacionario, que tampoco pasa por el Congreso. No se puede violar la obligación de comprar dólares en una casa de cambio oficial, si la compra de dólares en una casa de cambio oficial ha sido impedida de facto por la misma autoridad que dice qué cosa es una casa de cambio oficial. Y si fuera prohibida la compra de dólares en si con una “ley”, entonces el tipo penal que veda comprar dólares fuera de las casas de cambio, estaría siendo derogado formalmente por una norma que la contradice, al decir que no se pueden comprar dólares en las casas de cambio. En nuestra situación “jurídica” actual, comprar dólares está permitido explícitamente, al prohibirse hacerlo fuera de las casas de cambio. Y como las casas de cambio están en los hechos inoperantes para el comprador, pues tampoco hay forma de aplicarle a alguien la ley penal tributaria por comprar en una cueva o a un arbolito.
No hay que ser muy “garantista” para darse cuenta que si una “ley” dice que a Mar del Plata sólo se puede ir por la ruta 2 y el estado dinamita la ruta 2, la prohibición de ir por otro camino desaparece y en términos de derecho penal no hay manera alguna que ningún juez con dos dedos de frente interprete que tal acción pueda ser penalizada (si, ya se que soy un iluso).
Ahora el gobierno planifica modificar la ley penal tributaria, seguramente dirá que el que compra dólares marcha preso. Por eso hice la aclaración del principio, será completamente ilegal hacerlo y habrá que encontrar, en nombre del derecho, todas las formas de evitar que esta arbitrariedad se consume. Mientras tanto, toda la actividad del estado persiguiendo la compra informal de dólares, carece por completo de respaldo leguleyo, por no usar mal la palabra legal otra vez.
(Ante cualquier duda consulte a su experto en obedecer, llamado incorrectamente abogado)

 

José Benegas es abogado, periodista, consultor político, obtuvo el segundo premio del Concurso Caminos de la Libertad de TV Azteca México y diversas menciones honoríficas. Autor de Seamos Libres, apuntes para volver a vivir en Libertad (Unión Editorial 2013). Conduce Esta Lengua es Mía por FM Identidad, es columnista de Infobae.com. Es graduado del programa Master en economía y ciencias políticas de ESEADE.

¿Son los think tanks los amos del universo?

Por Alejandro A. Chafuén. Publicado el 16/1/13 en http://www.forbes.com/sites/realspin/2013/01/16/think-tanks-are-they-the-masters-of-the-universe/

Traducción al español: Matías E. Ruiz en: http://www.elojodigital.com/contenido/11690-son-los-think-tanks-los-amos-del-universo

¿Cómo contribuyen los think tanks a la producción de resultados que conducen a una mejor política pública? Trabajando durante tres décadas en este campo, he desarrollado un simple modelo basado en inputs complejos. Lo retornado por el sistema surge del resultado de cuatro factores: ideas, incentivos, liderazgo, y providencia o suerte.

Una publicación reciente de Daniel Stedman Jones (Los Amos del Universo: Hayek, Friedman y el Nacimiento de las Políticas Neoliberales, Masters of the Universe: Hayek, Friedman, and the Birth of Neoliberal Politics | Princeton University Press, 2012) bordea la totalidad de estos factores. Como Alejandro Chafuén, junto a Milton Friedmanfuente de ideas fundamentales, Stedman Jones se enfoca en cuatro figuras prominentes, Ludwig von Mises, Karl Popper y los laureados con el Nobel F.A. Hayek y Milton Friedman. La cita de Stedman Jones de un día 21 de abril de 1978 relativa a la aparición de Friedman en el programa de la BBC ‘The Money Programme’ describe el rol que él considera que estos desempeñan: «El rol de los pensadores, creo yo, coincide con mantener -primariamente- opciones abiertas, tener alternativas disponibles, de manera que, cuando la fuerza bruta de los eventos configuran un cambio inevitable, existe una alternativa disponible para modificarla».

En lo que hace a liderazgo político, Stedman Jones se enfoca en Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Pocos amigos de la sociedad libre pueden evadirse de sus alternativas. Ellos son ampliamente reconocidos por sus contribuciones en el resultado tendientes a detener el camino hacia el socialismo. En lo que respecta a los incentivos, Stedman declama que la visión de libre empresa se ha vuelto predominante merced a la red transatlántica de think tanks, hombres de negocios, políticos, y periodistas. Esta red ha logrado cohesión a partir de los puntos de vista y el liderazgo de Hayek, Friedman, etcétera. Stedman Jones también brinda espacio importante para el trabajo Burocracia (Bureaucracy) de Hayek y la publicación de Popper La Sociedad Abierta y sus Enemigos (The Open Society and its Enemies). El menciona que esta red se ha visto beneficiada de la generosidad y el liderazgo compartido por hombres de negocios y sus fundaciones, incluyendo a Richard Mellon Scaife, The Earhart Foundation, Charles Koch, John M. Olin Foundation, y Liberty Fund.

A pesar de dedicar numerosas páginas a las bases intelectuales del neoliberalismo -que él define como la «ideología de libre mercado basada en libertad individual y gobierno limitado que ha conectado a la libertad humana con las acciones del actor racional y egoísta en el mercado competitivo»– Stedman refiere que «la suerte, el oportunismo y un conjunto de circunstancias emanadas de la contingencia jugaron el más crucial de los roles». Pero, cuando la suerte, la circunstancia o la providencia crearon las condiciones, la red estaba lista: «desde la forma de una empresa con un carácter transatlántico genuino, la red se había vuelto, hacia los años ochenta, cada vez más internacional, de la mano de los esfuerzos de organizaciones tales como Atlas Foundation y Mont Pelerin Society«. En lo personal, yo me convertí en miembro de Mont Pelerin Society en 1980, y en presidente de Atlas en 1991, de modo que puedo otorgar credibilidad al análisis realizado por Stedman Jones y saber valorarlo.

El extrajo las citas de la correspondencia intercambiada entre Hayek y Antony Fisher, en las que este último lleva a cabo un esfuerzo para convencer a Alejandro Chafuén, junto a HayekHayek de que los think tanks no eran el resultado surgido de la pura suerte: «Usted ha mencionado a la ‘suerte’!… No hay dudas de que la suerte es importante… ¿No hubo, acaso, intención de ambas partes y la consiguiente acción? [para fundar un think tank] ¿Cuánto es la suerte?». Fisher fundó el Instituto de Asuntos Económicos (The Institute of Economic Affairs) en 1957, y Atlas en 1981.

Stedman incluye más citas y dedica aún más páginas a Von Mises, Hayek y Friedman que a Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Su larga exposición sobre los puntos de vista compartidos por estos sobresalientes economistas podría empujar a muchos a prestar atención a sus trabajos. Esto podría ayudar a equilibrar su análisis al respecto de de que crisis de 2008 fue resultado de mercados libres operando desenfrenadamente. El ‘club’ Hayek-Friedman declama que la crisis fue el resultado de intervencionismo previo.

El libro concluye que «la acción en políticas públicas fundada en la razón necesita regresar». Para Stedman, esto implica el imperio de la burocracia iluminada. Aquellos cuyo trabajo condujo hacia el triúnfo temporario del neoliberalismo también creen en las políticas públicas con la razón como base fundamental. Pero se trata de una razón influenciada por su comprensión teórica y empírica relativa a la superioridad de reglas simples sobre la regulación detallada de la existencia de personas y empresas. Hayek escribió que «probablemente, nada le ha hecho tanto daño a la causa liberal como la insistencia obcecada de algunos liberales en ciertas reglas duras, por sobre el principio de laissez-faire”. El pareció tener en mente a aquellos quienes, ante cualquier problema de políticas públicas, básicamente responden: «Es culpa del gobierno; el mercado libre lo solucionará».

El camino de regreso hacia la libre empresa, alejado del capitalismo estatal, requerirá de una nueva generación de líderes en los think tanks que vuelvan a dedicarse a la investigación seria y la promoción adecuada de soluciones públicas.

Alejandro A. Chafuén es miembro del comité de consejeros para The Center for Vision & Values, fideicomisario del Grove City College, y presidente de la Atlas Economic Research Foundation. Se ha desempeñado como fideicomisario del Fraser Institute desde 1991. Es  graduado de ESEADE.