Ese diabólico “neoliberalismo”

Por Gabriel Boragina Publicado el 1/4/18 en:   http://www.accionhumana.com/2018/03/ese-diabolico-neoliberalismo.html

 

 

Abordo nuevamente el examen de la voz “neoliberalismo” porque parece ser que otra vez se ha puesto de moda entre nosotros, y que persisten las confusiones en cuanto a su sentido correcto. Me veré obligado a citarme a mí mismo en algunos pasajes de esta exposición, para poder tener un mejor panorama del tema, ya que lo he explicado varias veces y, en este caso, es importante la reiteración.

Es de notar que, el término es empleado -mayoritariamente- por los enemigos declarados o no ostensibles del liberalismo. Los liberales tenemos en claro que el “neoliberalismo” no es liberalismo.

“Los antiliberales usan como sinónimos las palabras *liberalismo* y *neoliberalismo*. Pero en realidad, estas dos palabras no significan lo mismo. Esto se revela cuando se le pide al antiliberal que describa lo que según él es el *neoliberalismo*. Entonces citan como ejemplo países con monopolios, impuestos altos, salarios bajos, desempleo, elevado gasto público, inflación, etc. Sin embargo, todas estas cosas no son fruto del liberalismo sino de su contrario del antiliberalismo. Y es curiosamente al antiliberalismo al que se le llama *neoliberalismo*, con lo cual la confusión que tienen los antiliberales es mayor todavía, porque no se reconocen como culpables de las políticas que propician, ni de los resultados que ellas producen, que no son más que los nombrados antes en parte.”[1]

“Neoliberalismo” es pues -en definitiva- antiliberalismo.

En la cita que sigue tenemos un ejemplo de un desconocedor, tanto de liberalismo como del “neoliberalismo”. Veamos lo que dice:

“Si dejáramos a la sociedad a su suerte, sin nadie que planifique y dirija, tal vez llegáramos a la sociedad perfecta del neoliberalismo, pero creemos más bien que la entropía sería cada vez mayor.”[2]

El “neoliberalismo” no deja “a la sociedad a su suerte” sino todo lo contrario: interviene en la misma, la planifica y la dirige. Es decir, la cita llama “neoliberalismo” a las consecuencias prácticas del estatismo o dirigismo (contrarios al liberalismo). Demuestra ignorar mucho. Sobre todo, que, en el liberalismo, la sociedad -en rigor- no existe, sino que hay individuos que actúan en su nombre. Estos individuos (todos nosotros, incluyendo el autor criticado) son los que planifican y dirigen, no a la “sociedad” en sí misma, sino esas personas a cada una de sus propias vidas particulares, las que -en conjunto- simplemente denominamos “sociedad”. El liberalismo no aspira a una sociedad *perfecta*, toda vez que la perfección es ajena a lo humano. Desea una sociedad cada vez más justa, más abundante y rica en bienes y servicios para todos, gozando de liberad para producir lo que cada uno quiera, y para desempeñarse en lo que se encuentre más capacitado, enriqueciendo a sus semejantes para prosperar el mismo. Este es uno de los objetivos del liberalismo.

“A los partidarios del mercado libre nos acusan con asiduidad de defender al “neoliberalismo“. Vaya uno a saber “qué cosa” podría ser para nuestros detractores el famoso “neoliberalismo”, que -en rigor- no pasa de ser un término peyorativo que usan todos los que no saben nada del verdadero liberalismo, excepto que esta última palabra no les gusta.

Cuando se piden “ejemplos” de “neoliberalismo” se suelen citar países con altos impuestos; monopolios de diverso calibre pero, habitualmente, en manos privadas por decreto o por ley nacional; desempleo; estímulos a las exportaciones; endeudamiento público (en rigor, estatal) y privado y, muy en general, a las políticas económicas seguidas -con desemejantes variantes y grados- en EEUU y Gran Bretaña, y en otras naciones latinoamericanas, durante las décadas de los años 80 y 90 del siglo XX, según los casos. Pues bien, si es a esto lo que se considera “neoliberalismo” ha de saberse que -en lo personal- no soy defensor del “neoliberalismo”.[3]

El instrumento favorito del “neoliberalismo” es la suba de impuestos, con la excusa de ser el “único” medio disponible para reducir el déficit fiscal. A esto se le llama el “ajuste neoliberal”. En tanto, el liberalismo -en cambio- enseña que (por el contrario) los impuestos deben comprimirse, a la par de la baja del gasto público.

“En realidad, las políticas económicas mencionadas anteriormente y que se atribuyen al “neoliberalismo“ no son otra cosa que lo que Ludwig von Mises (y con él la Escuela Austriaca de Economía habitualmente) designó con el nombre de intervencionismo, también llamado otras veces sistema “mixto”, “hibrido”, “dual”, “intermedio”, etc. que -en definitiva- poco o nada tienen que ver ni con el verdadero liberalismo ni con el capitalismo que, como hemos señalado en otras oportunidades, constituye este último “el anverso” económico de “la moneda” del liberalismo. No han faltado tampoco quienes han rotulado aquellas políticas con el nombre de mercantilismo, que -en resumidas cuentas- no viene a ser, a nuestro modo de ver, más que una especie del intervencionismo.

Tal ya se ha explicado, como corriente filosófica, moral, política o económica el “neo-liberalismo” no existe. Y el empleo de dicho término a nada conduce, si lo que se pretende con el mismo es atacar al liberalismo, habida cuenta que este último nada tiene en común con aquel. En el mejor de los casos, el “neoliberalismo” podría entenderse como un periodo de transición de una economía socialista a otra economía de tipo liberal/capitalista. Pero en la medida que la transición se detenga y no se opere, el “neoliberalismo” no obtendrá resultados diferentes a los que consigue el intervencionismo. El llamado “neoliberalismo” sólo tendría razón de ser si su meta es llegar al liberalismo y no en ningún otro caso.”[4]

Es preferible -en doctrina correcta- continuar usando las frases estatismo, intervencionismo, dirigismo, colectivismo, socialdemocracia, populismo, etc. y no “neoliberalismo”, ya que aquellas expresiones reflejan mucho mejor que este último lo que se quiere representar con él (las tremendas consecuencias ineludibles de aquellos sistemas).

El vocablo “neoliberalismo” sirve también para estos otros propósitos:

  1. Busca desprestigiar al verdadero liberalismo, atribuyéndole los fracasos de las políticas estatistas.
  2. Enmascara los magros resultados de estas políticas, recubriéndolas con un nombre distinto (“neoliberalismo”). Cuando los gobiernos socialistas fracasan o colapsan (como irremediablemente -a la larga o a la corta- termina siempre sucediendo) inmediatamente culpan de ello al “neoliberalismo”. Cuando -según sus particulares parámetros- obtienen algún “logro” lo atribuyen al socialismo que practican. Pero ambas terminologías traducen el mismo significado: el gobierno interfiriendo en los asuntos particulares, económicos y no económicos.
  3. Es una palabra cómoda para los estatistas de todo signo (izquierda, centro o derecha) para eludir sus sentimientos de culpa por sus yerros.

[1] http://www.accionhumana.com/2015/04/liberalismo-mano-invisible-y-mercados.html

[2] Javier Bellina de los Heros – memoriasdeofeo.blogspot.com

[3] http://www.accionhumana.com/2015/02/economia-neoliberalismo-y-capitalismo.html

[4] Ibidem.

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

EL NEW YORK TIMES, TRUMP, LAS REDES SOCIALES, LA VERDAD Y LA HERMENÉUTICA

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 20/11/16 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2016/11/el-new-york-times-trump-las-redes.html

 

Parece que el New York Times ha arremetido contra Facebook. Porque mientras ele NYT representaría la información seria, los datos, en los cuales se basan los ciudadanos ilustrados que votan a los demócratas, Facebook es cualquier cosa, la subjetividad total, en la cual se basan los tontos que votaron a Trump.

La cuestión que abordamos ahora no es si está bien o mal haber votado a Trump. La cuestión es el planteo anterior, que muestra hasta qué punto el positivismo está arraigado en nuestra cultural y de qué modo todo un siglo XX de avance en hermenéutica y filosofía del lenguaje parece ser ignorado totalmente por los mass media, sean demócratas, republicanos, marcianos, liberales o kirchneristas.

No hay conciencia intelectual de que no hay datos, hechos puros, sin un horizonte que les da sentido. Cuando alguien dice “La Tierra gira alrededor del sol”, sí, parece un fact, pero lo es sólo desde el paradigma copernicano-galileano. ¿Ah, ese paradigma es verdadero? Ok, pero si alguien cree que va a defender la verdad de ese paradigma desde otros datos, le recomiendo la lectura de Kuhn, Koyré y Feyerabend. Es la cosmovisión neoplatónica-cristiana la que dio origen a Copérnico y Galileo, cosmovisión que este último defendió en un famoso libro que no tenía un solo experimento registrado, versus los astrónomos aristotélicos que supuestamente les presentaban los “facts”.

Y cuando desde las ciencias sociales se dice que “la inflación de tal gobierno fue del XX%”, esos índices presuponen un concepto de inflación que no todos comparten. Supuesto que está detrás del presunto dato “sin” horizontes.

¿Más simple? Cuando alguien dice “Obama aún no finalizó su mandato” presupone todo el criterio de legitimidad actual del gobierno democrático. ¿Qué ocurre si alguien dice “Obama aún no terminó su tiranía”? Algún ultra-libertario podría decirlo. Para dirimir la cuestión no es el caso debatir “el dato”, “el hecho” de si es presidente o tirano, sino debatir la verdad de los horizontes desde los cuales se afirma que es presidente o tirano.

Por lo tanto, reconocer que los supuestos hechos se dicen desde criterios de interpretación, se tenga conciencia de ellos o no, no es renunciar a la verdad, sino estar dispuestos a defender la verdad en un terreno en el cual no sé si los actuales comunicadores han sido educados: la verdad del horizonte que está detrás.

¿Hay noticias que son hechos? No, porque son mensajes. Es lo que se llama el problema de los actos del habla solamente locutivos. “Hay 10 mesas en el salón” parece un mensaje meramente descriptivo y aparentemente “fáctico”. Pero presupone TRES cosas. Uno, la relevancia del mensaje. Yo puedo iniciar mi conferencia sobre Benedicto XVI diciendo “Hoy me desayuné con café y galletitas”, pero mi audiencia me va a decir “¿y qué”? ¿Y quién decide el orden de relevancia de un mensaje?

Segundo, el diseño. Hay 10 mesas, son 10 mesas, son 10, “che hay 10”, o lo que fuere. ¿Y quién decide cómo se diseña un mensaje?

Tres, de vuelta, el horizonte, que presupone que sé  de qué salón estoy hablando, y qué es un salón en nuestro contexto cultural.

Todo lo cual presupone el eje central de le hermenéutica de los mensajes: “alguien dice algo para algo y para alguien”. Nuestra cultura positivista se concentra en el “algo” olvidando todo lo demás. Que está dado por el con-texto, con-texto donde se reflejan los presupuestos no explícitos. “Macri se reunió con el primer ministro de Canadá”. ¿Quién lo dice? ¿Para quién lo dice? ¿Para qué lo dice?

Nada de esto convierte a los comunicadores en manipuladores. Si ellos son honestos en cuanto a qué horizonte de ideas es el que los guía, todo bien. Pero la máxima manipulación (a veces sin intención) se produce cuando los comunicadores creen que NO tienen horizontes y cuando la audiencia, consiguientemente, cree que está escuchando a “los hechos inapelables”.

Por lo tanto, me parece bien que el NYT se auto-considere serio, pero el monopolio de lo serio –si es que lo es- es lo que objeto. Del lado de los blogs y de las redes sociales hay seriedad, buena intención, y también está lleno de locos y de chantas. Igual que en los medios tradicionales.

Los medios tradicionales interpretan, las redes sociales interpretan, todos interpretan, porque interpretar no es sólo opinar, sino sencillamente hablar desde un horizonte. Y NO es que “de eso no se salva nadie”. NO es cuestión de salvarnos de ello, sino de tomar conciencia de la dimensión humana de la comunicación, que no es información. En el papel se graba. En el papiro se grababa. En el silicio se graba. En el ADN se graba. Esa grabación es información. Nosotros, los seres humanos, no grabamos: leemos, hablamos, o sea, de-codificamos, interpretamos, con verdad o sin ella.

Por ende los que votaron a Trump interpretan y los que votaron a Hillary también. Los que publican en Facebook interpretan y los que publican en el NYT también. ¿Y quiénes tienen mayor verdad? Ah, depende de cómo cada uno defienda su horizonte. En este momento estoy escribiendo para mi blog, para Facebook, y estoy defendiendo la verdad de mi horizonte. Lo mismo que si escribiera sobre supuestos datos, que presuponen un criterio para interpretar los datos.

Algunos intelectuales y docentes desprecian Facebook como los taxistas desprecian Uber. No advierten que la comunicación pasa ahora en gran parte por las redes sociales que afortunadamente no tienen regulaciones. La ventaja de las redes es que muestran descarnadamente la intersubjetividad, subjetividad, de la comunicación. Subjetividad que antes estaba más oculta. Si mando un artículo de la revista “Oxford Economic Journal”, nada me garantiza la verdad del horizonte del referato. Si lo mando a La Nación, NYT, Le Monde Diplomatique o etc, nada me garantiza la verdad de su línea editorial.

¿Qué “garantiza” la verdad? En la condición humana, nada excepto el libre debate que, según Popper, va sedimentando las teorías hasta que quedan las que más se acercan a la verdad. Exactamente lo que sucede en Wikipedia, fundado por alguien que conocía a Hayek. En una sociedad libre, no es cuestión de que los gobiernos tienen la información y los medios privados, las interpretaciones. Cuando La Nación discutía contra las invectivas autoritarias de los Kirchner, reclamaba “que sus datos eran serios”. Como Trump puso de moda, wrong. La cuestión era decirle al Sr. Kirchner: yo tengo mi interpretación del mundo, usted la suya, y en una sociedad libre se debate. Y listo. Ah, pero nada mejor para un tiranuelo suponer que él dice los hechos y los demás, los que NO son gobierno, sus subjetivísimas interpretaciones. El positivismo cultural ha alentado a las dictaduras que creen tener “la información” –por eso intentan controlar los medios- mientras la oposición, tristemente, intenta responder que ella también. Un horror.

 

Así que, señores demócratas, bájense del caballo soberbio de que los que votaron a Trump eran unos imbéciles que usaban Facebook. Porque por Facebook no circula el infierno. Circula, sencillamente, el ser humano y sus intentos libres de comunicación. Puede haber chantas, fanáticos, crueles, peleadores, pero también puede haber todo lo contrario. Las redes sociales son la nueva defensa ante los dictadores, y ante la dictadura de lo políticamente correcto que ustedes ejercían dándose cuenta o no. Por eso en Corea del Norte no hay Facebook. Qué bien. Allí sí que están “bien informados”.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

LOS PAPAS Y LA DIPLOMACIA

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 4/10/15 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2015/10/los-papas-y-la-diplomacia.html

 

Gran debate se ha armado por la visita de Francisco a Cuba, sobre todo, por supuesto, entre los conservadores, los liberales, los exiliados cubanos, etc.

¿Saben qué? “Casi” tienen razón. A mí se me revolvería el estómago de estar poniendo caritas de feliz cumpleaños ante asesinos como los Castros y su banda de criminales llamado gobierno cubano.

Pero hay que recordar un sencillo detalle.

No es la primera vez que un Papa va a Cuba. Fueron Benedicto XVI y Juan Pablo II, también poniendo caritas de todo bien. JPII dijo su famosa frase “que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”. Qué bárbaro. Como si fuera Jesús contestando a los fariseos. Pero no, hay cosas inimitables.

Y no es la primera vez que un Papa hace diplomacia. Es más, se la han pasado haciendo siempre desde el acuerdo de Constantino, aunque cabe confesar que antes mandaban a bañar un poco más rápido. Sin embargo el s. XX es el éxtasis de la diplomacia vaticana. ¿Ya se han olvidado, todos, del encuentro de Juan XXIII con la hija de Kruschev? ¡Esos sí que eran tiempos!!!!!  Los cardenales conservadores se arrancaron todos los pelos de la cabeza y rezaron para que las cruces romanas reaparecieran de vuelta en el Vaticano para ponerlo en una de ellas a Juan XXIII…..

¿Y Pío XII, a quien yo siempre defiendo absolutamente, haciendo lo imposible para salvar judíos y al mismo tiempo que Hitler no convierta al Vaticano en un crematorio de judíos y católicos?

¿Y cómo olvidar a Pío XI, el hacedor del Estado del Vaticano, intentando que Mussolini se portara bien con la Iglesia hasta que el final todo fue inútil?

Y ya nadie se acuerda de Benedicto XV, tratando de evitar la Primera Guerra…………

¿Y Juan Pablo II, viniendo a Argentina inmediatamente después de visitar Inglaterra? Nunca me voy a olvidar de la imagen de Galtieri, arrodillado ante JPII mientras este último lo bendecía……….. Claro, después de eso Galtieri debe haber pensado que era la reencarnación de Carlos Martel…. No recuerdo, sin embargo, a los conservadores y liberales argentinos de entonces decir de JPII lo que ahora están diciendo de Francisco….

Y Francisco, recibiéndola a Kim Davis en secreto. Y luego de que deja de ser secreto, parece que no la apoya totalmente…. ¡Más aclaraciones, please!!!

¿Fue todo eso bueno o no? ¿Fue y es todo eso coherente con la “denuncia profética” del Antiguo Testamento? ¿Y viajó Cristo a Roma dando un bonito discurso ante el Senado? Mm, me parece que no….

Pero es coherente con una cosa: el Estado del Vaticano. ¿Quieren que la Iglesia tenga un estado? ¿Quieren que la Iglesia siga teniendo estados pontificios, aunque sea en una cabina telefónica? Pues ahí lo tienen. Tendrán entonces la función diplomática de los papas, sus embajadas, que reciben a este, a otro, que el discurso al embajador tal, que el discurso al embajador cual……………………..

Todo eso, al lado de las enseñanzas de Jesucristo, es una tontería. Pero ahí la tienen. Católicos, abramos los ojos de una vez. Basta con los estados, propios o ajenos. ¿No les gusta la diplomacia? ¿O se siguen dividiendo por ella? ¿Unos contentos cuando el Papa visita a Reagan, otros contentos cuando visita a los Castro?

Gente, la cosa es simple. Basta con el Estado del Vaticano. Basta con la diplomacia. Que vuelva la predicación, el anuncio, la denuncia profética.

¿Ver a todo el mundo? Si, por supuesto, para anunciarle el Evangelio y explicarle el Credo. ¿Recibir a todo el mundo? Si, por supuesto, en el confesionario.

Hubo alguien, sí, que no era experto en diplomacia: casi siempre decía lo necesario cuando era necesario y era  a la vez afable, humilde y bondadoso.  Pero claro, qué mal que estaban los zapatitos rojos…

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

Planificación, democracia y moral:

Por Gabriel Boragina. Publicado el 15/11/14 en: http://www.accionhumana.com/2014/11/planificacion-democracia-y-moral.html

 

«Aunque para la mayor parte de los socialistas sólo una especie del colectivismo representará el verdadero socialismo, debe tenerse siempre presente que éste es una especie de aquél, y que, por consiguiente, todo lo que es cierto del colectivismo como tal, debe aplicarse también al socialismo. Casi todas las cuestiones que se discuten entre socialistas y liberales atañen a los métodos comunes a todas las formas del colectivismo y no a los fines particulares a los que desean aplicarlos los socialistas; y todos los resultados que nos ocuparán en este libro proceden de los métodos del colectivismo con independencia de los fines a los que se aplican. Tampoco debe olvidarse que el socialismo no es sólo la especie más importante, con mucho, del colectivismo o la «planificación» sino lo que ha convencido a las gentes de mentalidad liberal para someterse otra vez a aquella reglamentación de la vida económica que habían derribado porque, en palabras de Adam Smith, ponía a los gobiernos en tal posición que, «para sostenerse, se veían obligados a ser opresores y tiránicos»’.[1]

  1. A. v. Hayek advertía de este modo –a comienzos de la década del cuarenta del siglo pasado- la manera en que «las gentes de mentalidad liberal» habían aceptado los postulados básicos del socialismo, en particular el de la planificación económica, abriendo paso nuevamente a las tendencias hacia la opresión gubernamental y la tiranía de todo tipo que se encontraban en pleno auge en los días en los que F. A. v. Hayek redacta su obra (citada al pie) y que en fechas posteriores continuó vigente, si bien bajo formas y maneras algo más pacificas en el resto del mundo hasta nuestro tiempo, pero conservando la esencia totalitaria que -al fin de cuentas- conlleva todo intento de planificación económica.

Es importante destacar que por «planificación» no ha de entenderse solamente el sentido restringido de la expresión, y por el mismo suponerse que quien gobierna ha de tener algún plan específico en particular a aplicar. Mas bien, la alocución «planificación económica» habrá de pensarse como la posición filosófico-política que acepta que toda actividad humana ha de ser controlada y dirigida por el gobierno, sin importar demasiado en qué sentido se irá a orientar dicha planificación. El término habilita preferentemente la idea de que se excluye la planificación privada, y que sólo se permitirá y tolerará la estatal. Lo que está implicado en este asunto es -en esencia- una cuestión moral:

«De la misma manera que el gobernante democrático que se dispone a planificar la Vida económica tendrá pronto que enfrentarse con la alternativa de asumir poderes dictatoriales o abandonar sus planes, así el dictador totalitario pronto tendrá que elegir entre prescindir de la moral ordinaria o fracasar. Ésta es la razón de que los faltos de escrúpulos y los aventureros tengan más probabilidades de éxito en una sociedad que tiende hacia el totalitarismo. Quien no vea esto no ha advertido aún toda la anchura de la sima que separa al totalitarismo de un régimen liberal, la tremenda diferencia entre la atmósfera moral que domina bajo el colectivismo y la naturaleza esencialmente individualista de la civilización occidental.»[2]

Estas proféticas palabras de F. A. v. Hayek parecen haberse plasmado en la realidad histórica posterior hasta nuestros días. Raramente los gobernantes mal llamados «democráticos» han renunciado a dejar de lado sus planes y, por sobre todo, su vocación planificadora. Por el contrario, han tendido a creer que toda la cuestión se reducía a elegir y seleccionar cual debería ser «el mejor plan», el que daban por sentado sólo podía provenir de mentes burocráticas y no de ninguna otra parte. Así, en este derrotero que se ha seguido hasta hoy, la mayor parte de las «democracias» mundiales han devenido en verdaderas dictaduras, dando lugar a numerosas variantes, entre las cuales se encuentran los populismos que, en fechas recientes han proliferado, sobre todo en Latinoamérica, como en la Argentina con los Kirchner, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador y el comunismo castrochavista venezolano, regímenes todos que -en diferentes grados y medidas- han pretendido emular al totalitarismo cubano-castrista.

A su turno, aquí reside la explicación del porque todas aquellas mal llamadas democracias han derivado finalmente en regímenes inmorales como los mencionados anteriormente. Necesariamente toda «democracia» que se inspire en principios colectivistas siempre tendrá un destino de inmoralidad. Habrá que apuntar que lamentablemente «la naturaleza esencialmente individualista de la civilización occidental» certeramente señalada por F. A. v. Hayek, se ha ido perdiendo con el trascurrir del tiempo.

«Las «bases morales del colectivismo» se han discutido mucho en el pasado, naturalmente; pero lo que nos importa aquí no son sus bases, sino sus resultados morales. Las discusiones corrientes sobre los aspectos éticos del colectivismo, o bien se refieren a si el colectivismo es reclamado por las convicciones morales del presente, o bien analizan qué convicciones morales se requerirían para que el colectivismo produjese los resultados esperados. Nuestra cuestión, empero, estriba en saber qué criterios morales producirá una organización colectivista de la sociedad, o qué criterios imperarán probablemente en ella. La interacción de moral social e instituciones puede muy bien tener por efecto que la ética producida por el colectivismo sea por completo diferente de los ideales morales que condujeron a reclamar un sistema colectivista. Aunque estemos dispuestos a pensar que, cuando la aspiración a un sistema colectivista surge de elevados motivos morales, este sistema tiene que ser la cuna de las más altas virtudes, la verdad es que no hay razón para que un sistema realce necesariamente aquellas cualidades que sirven al propósito para el que fue creado. Los criterios morales dominantes dependerán, en parte, de las características que conducirán a los individuos al éxito en un sistema colectivista o totalitario, y en parte, de las exigencias de la máquina totalitaria.»[3]

  1. A. v. Hayek aquí nos explica que no importan las intenciones morales colectivistas, lo que realmente cuentan son sus resultados. Y estos resultados en nuestras democracias colectivistas siempre han sido de los peores.

[1] Friedrich A. von Hayek, Camino de servidumbre. Alianza Editorial. España. pág. 64

[2] Hayek…od.cit. Pág. 174

[3] Hayek…od.cit. Pág. 175

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.