La economía a contracorriente

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 24/11/17 en: https://www.infobae.com/opinion/2017/11/24/la-economia-a-contracorriente/

 

Afortunadamente hay muchos libros de inconformistas, esto es bueno cuando las cosas se tuercen porque es la forma de enderezarlas. Los economistas en general tenemos la manía de tratar nuestra disciplina con un lenguaje que no ayuda a comprender su significado. En el contexto económico se alude a «mecanismos», a «eficiencias crematísticas», a «asignaciones» ajenas a lo humano con descripciones que remiten a «automaticidades», a cuestiones siempre cuantificables, a próximos «ajustes» y equivalentes.

A esto debe agregarse la hipóstasis que se hace del mercado como si operara un ente que habla y dice en lugar de precisar que se trata de un proceso en el que actúan millones de personas para concretar arreglos contractuales explícitos o implícitos en los que el respeto recíproco irrumpe como principio moral, están presentes el valor justicia de dar a cada uno lo suyo y la indispensable confianza, de lo que se desprenden las respectivas reputaciones, todo lo cual constituyen reglas inherentes a cada transacción en la que se intercambian las propiedades de cada cual.

En uno de los libros a que nos referiremos, Don Lavoie y Emily Chamlee-Wright aluden a la economía de modo muy distinto al habitual, obra titulada Culture and Enterprise, donde muestran que lo decisivo de este campo de conocimiento es la cultura, es la ética que determina los marcos institucionales y los procesos de mercado que estrechan relaciones interpersonales, y que la apreciación valorativa establece muy diferentes parámetros para el progreso en el que, por ejemplo, unos valoran una puesta de sol y otros el poseer un automóvil.

Más aun, toda transacción libre y voluntaria está basada a su vez en estructuras jurídicas que aseguran el derecho de propiedad, comenzando por el cuerpo de cada uno y por el consiguiente fruto de su trabajo. Este enfoque retoma, por una parte, la tradición de Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales de 1759 y, por otra, La acción humana. Tratado de economía de Ludwig von Mises, que en 1949 sentó las bases de la economía moderna al apartarse por completo de la visión marxista que circunscribía esa disciplina a lo material, lo cual también tiñó a la economía neoclásica de encerrar los postulados económicos en lo crematístico. A partir de Von Mises las aplicaciones de la economía a terrenos que le eran habitualmente extraños se fue extendiendo, primero, con el análisis económico del derecho, luego con Law & Economics propiamente dicho, y también estudios como los de Gary Becker sobre la familia y tantas otras aplicaciones de la ciencia económica en provechosos andariveles.

Mises mostró que economizar implica elegir, preferir, optar por determinados medios para el logro de específicos fines en los que está presente la idea de costo como la inexorable renuncia a ciertos valores conjeturando que se lograrán otros de mayor valía a criterio del sujeto actuante y así con el resto de los ingredientes que tradicionalmente se circunscribían a lo material para expandirlos a toda acción humana donde en el mercado los precios se expresan en términos monetarios y en el resto los precios aluden a ratios entre el valor que se abandona y el que se incorpora. Como queda dicho, esto va para toda acción, sea el amor, la lectura, el pensamiento o la adquisición de una computadora. Si lo dicho suena mal, es porque todavía se arrastra la concepción marxista de la economía. Toda acción apunta a una ganancia que puede ser psíquica o monetaria y se dirige a eliminar pérdidas desde muy diversas perspectivas, por ejemplo, el que entrega su fortuna a un necesitado es porque para él el acto significa una ganancia psíquica, ya que todo acto libre y voluntario se realiza en interés de quien lo lleva a cabo, ya sea una acción sublime o ruin.

Lavoie y Chamlee-Wright incluso objetan las mediciones del producto bruto que ejemplifican con el incremento en la colocación de alarmas y cerraduras que se computan en ese guarismo como si fueran una mejora pero significan una decadencia en la cultura y en la calidad de vida por los mayores riesgos de asaltos. Todavía más, el aumento en el producto bruto se suele asimilar a la mejora en el bienestar, pero generalmente las mejores cosas de la vida no son susceptibles de referirse en términos monetarios. Entonces se dice que alude a mejoras materiales, a lo cual debe deducirse la intervención gubernamental en la economía que siempre se traduce en reducciones en el nivel de vida debido a la inexorable alteración en las prioridades de la gente.

Finalmente, no se comprende el sentido de compilar esas estadísticas, ya que de ese modo se extrapola la actividad empresaria a la de un país como si los gobernantes fueran su gerente, sin comprender que una vez garantizados los derechos de los gobernados, cualquier resultado en libertad será óptimo. Si la gente prefiere tocar el arpa antes que producir televisores, eso será lo mejor y así sucesivamente. En este sentido es que James M. Buchanan ha escrito: «Como un medio de establecer indirectamente la eficiencia en el proceso de intercambio, mientras se mantenga abierto y mientras el fraude y la fuerza estén excluidos, todo lo que se acuerde es, por definición, aquello que puede clasificarse como eficiente».

Por otra parte, ¿para qué presupuestar tasas de crecimiento del producto? ¿Se opondrá el gobierno si el crecimiento fuera mayor? ¿Y si es menor habrá recriminaciones? ¿Con base en qué parámetro puede el aparato de la fuerza proyectar una tasa? ¿Es acaso que el gobierno interviene para lograr la meta? Si así fuera, habría que objetar la intervención que, fuera de su misión específica de proteger derechos, siempre es en una dirección distinta de lo que hubiera decidido la gente en libertad.

En esta misma línea argumental es que Wilhelm Röpke ha consignado, en Más allá de la oferta y la demanda: «Cuando uno trata de leer un journal de economía en estos días, frecuentemente uno se pregunta si no ha tomado inadvertidamente un journal de química o de hidráulica […]. Los asuntos cruciales en economía son tan matemáticamente abordables como una carta de amor o la celebración de Navidad».

Lavoie y Chamlee-Wright señalan que el economista tradicionalmente ha considerado la cultura, es decir, los valores imperantes, como algo externo a su disciplina en lugar de verlo como algo interno que parte de la estructura axiológica de cada sujeto y que constituye un ingrediente principalísimo de la economía. Además, claro está, que la cultura no es algo estático sino cambiante y en planos multidimencionales en cada persona. Dicen estos autores que nada se gana con el establecimiento de normas que protejan derechos si previamente no existe una cultura liberal suficientemente arraigada, de allí la importancia de la educación. Sin duda que las normas civilizadas ayudan a encauzar conductas consistentes con una sociedad abierta, pero el trabajo en la comprensión de valores básicos es condición necesaria para el respeto recíproco.

El segundo libro a que nos referimos, que también va a contracorriente de lo habitualmente establecido es el de Tyler Cowen, titulado In Praise of Commercial Culture, en el que el autor muestra la conexión estrecha entre la economía y la cultura. En este caso específicamente con el arte, esto es, la pintura, la música y la literatura.

En primer lugar, Cowen subraya la importancia de los procesos de mercado abiertos para mejorar el nivel de vida de la población y de este modo abrir las posibilidades de que, una vez satisfechas las necesidades básicas, la gente atienda requerimientos artísticos. En segundo término, explica cómo el mercado abre caminos fértiles para las transacciones de obras de arte. Antaño los mecenas eran gobernantes que promovían el arte compulsivamente con el fruto del trabajo ajeno al beneficiar a los de mayores recursos en detrimento de quienes se veían obligados a renunciar al pan para satisfacer los deseos de los poderosos, hasta que el arte se volcó al mercado libre, con lo que las respectivas cotizaciones permitieron incentivar las preferencias del público. Incluso en los muebles fabricados por ebanistas el estilo se bautizaba con el nombre del rey o la dinastía.

Debe hacerse hincapié en el despropósito descomunal de las trabas aduaneras para importar o exportar obras de arte, con lo cual, de cumplirse el bloqueo, no existirían los museos con lo que las personas de menores recursos que no pueden viajar se les estaría vedado disfrutar de obras de arte.

Sin perjuicio de las notables y generosas donaciones para el enriquecimiento del arte en muy diversos planos, como bien ha dicho Milton Friedman en su célebre ensayo titulado «The Social Responsibility of Business is to Increase its Profits», en The New York Times Magazine, donde expone los beneficios sociales de las ganancias, lo cual significa que los siempre escasos recursos están bien administrados, con lo que las tasas de capitalización se elevan y, por tanto, lo hacen los salarios y los ingresos en términos reales. Esto va para los acomplejados e ignorantes que estiman que deben devolver algo a la comunidad con entregas gratuitas, sin percatarse del papel social de las ganancias. De más está decir que esto no va para los prebendarios que la juegan de empresarios pero obtienen del poder mercados cautivos para explotar a la gente.

Ernst H. Gombrich, en su Historia del arte, describe en detalle el progreso en las artes cuando se colocaron en los mercados, con lo que las obras pasaron a un público más amplio y no destinado sólo para unos pocos y de este modo se abrieron infinitos caminos para nuevas realizaciones una vez que los aparatos de la fuerza fueron dejados de lado en este rubro tan delicado para la evolución cultural.

En otras palabras, tanto Lavoie y Chamlee-Wright como Cowen puntualizan el aspecto espiritual del proceso económico y enfatizan la creatividad inherente a este y ponen en un segundo plano las consecuencias materiales. Seguramente con este enfoque dejará de establecerse un dique entre los estudiosos de la economía y los artistas, y estos últimos dejarán de ver esa disciplina como algo ajeno a sus aspiraciones culturales para integrarla a sus visiones estéticas. De allí es que Michael Novak, en El espíritu del capitalismo democrático, deriva la palabra ‘capitalismo’ de caput, de mente, de creatividad, del espíritu emprendedor que posibilita el progreso en las ciencias, la empresa comercial y las artes.

Frank H. Knight se refiere a lo que venimos sosteniendo en su obra La ética de la sociedad competitiva, una colección que abre con un primer trabajo titulado «Ética e interpretación económica», tomado del Quarterly Journal of Economics, donde, entre otras cosas, anota: «Economía y ética mantienen de modo natural relaciones bastante íntimas, dado que ambas tratan del problema del valor». Como resume Fred Kofman en el tercer tomo de su Metamanagement: «Todo acto de comercio es un acto de servicio mutuo».

Además de todo lo dicho, recordemos, para finalizar esta nota periodística, que Friedrich A. Hayek ha estampado en su conferencia en el Social Science Research Building de la Universidad de Chicago, «The Dilemma of Specialization», respecto a la profesión de economista en un sentido restringido: «Nadie puede ser un buen economista si es sólo un economista, y estoy tentado a decir que el economista que sólo es economista será probablemente una molestia cuando no un peligro manifiesto».

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es Asesor del Institute of Economic Affairs de Londres

Hardin y la tragedia de los comunes, que es en verdad la tragedia de la ausencia de propiedad

Por Martín Krause. Publicada el 10/6/16 en: http://bazar.ufm.edu/hardin-y-la-tragedia-de-los-comunes-que-es-en-verdad-la-tragedia-de-la-ausencia-de-propiedad/

 

Con los alumnos de Law & Economics estuvimos viendo el papel que cumple el derecho de propiedad y ahora vemos los problemas que genera su ausencia. Para ello, leemos lo que ya es un clásico “La tragedia de los comunes”, de Garrett Hardin.

Curiosamente, el artículo plantea el problema a través de un tema en el cual creo que erra: el crecimiento poblacional. Sin embargo, presenta allí el famoso ejemplo de los pastores que llevan sus ovejas a pastar a un valle común que es perfecto.

Sobre el primer tema Hardin parece recitar a Malthus:

“La población, como lo dijo Malthus, tiende de manera natural a crecer “geométricamente”, o como decimos hoy, exponencialmente. En un mundo finito esto significa que la repartición per cápita de los bienes del mundo debe disminuir. ¿Es acaso el nuestro un mundo finito?”

“Se puede defender con justeza la idea de que el mundo es infinito; o de que no sabemos si lo sea. Pero en términos de los problemas prácticos que hemos de enfrentar en las próximas generaciones con la tecnología previsible, es claro que aumentaremos grandemente la miseria humana si en el futuro inmediato, no asumimos que el mundo disponible para la población humana terrestre es finito. El “espacio” no es una salida.”

“Un mundo finito puede sostener solamente a una población finita; por lo tanto, el crecimiento poblacional debe eventualmente igualar a cero.”

Presenta a este problema como una “tragedia de la propiedad común”, en el sentido que todos somos “dueños” del planeta pero eso hace que ninguno se preocupe por el carácter finito de los recursos cuando decide traer a un nuevo ser humano al mundo, contribuyendo con su finitud. En todo caso, el análisis debería llevarnos a poner la mira en la falta de derechos de propiedad sobre muchos recursos naturales, no en el exceso de población que podamos generar al tomar decisiones sobre la composición de nuestras familias.

Pero en el medio de todo eso, el otro caso es muy bueno

El ejemplo de los pastores que llevan sus rebaños a un valle, aumentado su número sin pensar que el valle se depreda es lo mejor del texto, y aplicable a muchos contextos donde no hay derechos de propiedad definidos. También lo es su mención de que el problema se resuelve asignando derechos de propiedad privada a los pastores. Elinor Ostrom luego sugeriría que también funcionaría una propiedad grupal de todos los pastores sobre el valle.

En fin, aquí se abre la puerta al análisis de incontables recursos que enfrentan esta “tragedia”, desde las ballenas hasta la atmósfera, y la posibilidad de desarrollar derechos de propiedad en cada uno de ellos. Pero la finitud de los recursos no es un buen caso, y tendrá el mismo destino que el pesimismo de Malthus. Es más, esa misma iniciativa emprendedora e innovación que extiende la finitud de los recursos también es la que busca desarrollar derechos de propiedad en aquellos recursos que aún no los tienen, y así proteger los recursos que son escasos y multiplicarlos.

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

EXPERIENCIAS INTERDICIPLINARIAS

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Hasta hace poco existía un tajo insalvable entre la economía y el derecho. El economista sostenía que le eran más o menos irrelevantes los marcos institucionales y el abogado mantenía que los procesos de mercado le eran ajenos. Afortunadamente, de un tiempo a esta parte, la tradición de Law & Economics ha impregnado ambas disciplinas y ha mostrado la estrecha interdependencia de estas dos áreas clave.

 

Ahora se hace necesario dar un paso más y mostrar la conexión de aquellos dos campos de estudio con la cultura, es decir, con los valores y principios de una sociedad abierta en la cual el rasgo central consiste en el respeto recíproco, situación en la que están interesados todos, no importa a que se dedique cada uno y no importa cual se su tradición de pensamiento preferida.

 

Se ha señalado con razón que con solo establecer constituciones y leyes que resguardan las vidas, las libertades y las propiedades de la gente no se resuelve el tema puesto que, antes de eso, se requiere una educación compatible con esos objetivos. Más aún, las metas mencionadas es probable que no se lleven a la práctica si previamente no hay una cultura basada en esos valores.

 

Entonces, es momento de revalorizar lo que genéricamente se ha dado en denominar las humanidades, a saber, el estudio de la filosofía moral y de la naturaleza humana en el contexto de subrayar la trascendencia del cumplimiento de la palabra empeñada, de la honestidad en general, de las virtudes, del sentido del bien, del significado del progreso y demás, todo lo cual en la enseñanza clásica era presentado a través de ensayos, de obras literarias y teatrales, del estudio de culturas comparadas, de trabajos lingüísticos, hermenéuticos y epistemológicos. Estas investigaciones entrecruzadas del aprendizaje clásico preparaban a las personas para los verdaderos avatares de la vida. De allí el aforismo “para novedades, los clásicos”.

 

En cambio, parecería que hoy esas enseñanzas son recibidas como si se estuviera perdiendo el tiempo en lugar de apreciar la verdadera dimensión del contenido, siempre acompañado con el refinamiento en las formas. Se ha dicho con razón que “el hábito no hace al monje, pero lo ayuda mucho”. Los modales y la valorización de lo estético dan un continente que protege y estimula al contenido de excelencia.

 

Dicho sea al pasar sobre los modales, siempre la argumentación debe ser cortés en las formas aunque resulte contundente en el fondo, los que “hablan en superlativo” como diría Ortega es porque cuentan con fundamentos escuálidos.

 

La economía en gran medida se ha transformado en el estudio de cosas como si fuera algo mecánico, ajeno a la acción humana. La manía por lo cuantitativo en desmedro de lo cualitativo ha hecho estragos. El uso y abuso de las matemáticas es uno de los rasgos de la economía llamada “moderna”. Wilhelm Röpke ha escrito en Más allá de la oferta y la demanda que “Cuando uno trata de leer un journal de economía en estos días, frecuentemente uno se pregunta si uno no ha tomado inadvertidamente un journal de química o hidráulica […] Los asuntos cruciales en economía son tan matemáticamente abordables como una carta de amor o la celebración de Navidad […] No sorprende la cadena de derrotas humillantes que han sufrido las profecías econométricas. Lo que sorprendente es la negativa de los derrotados a admitir la derrota”.

 

A su vez, el premio Nobel en economía Ronald Coase afirmó que “En mi juventud se decía que cuando algo es tonto para hablarlo podía ser cantado. En la economía moderna aquello se pone en términos matemáticos” (citado por Kevin Down, en “Central Bank Stress Tests: Mad, Bad and Dangerous”) y hasta  el estatista John Maynard Keynes sostiene que “Una parte demasiado grande de la economía matemática reciente es una simple mixtura, tan imprecisa como los supuestos originales que la sustentan, que permiten al autor perder de vista las complejidades e interdependencias del mundo real en un laberinto de símbolos pretenciosos e inútiles” (en Teoría general…), lo cual en este punto coincide con lo expresado por Ludwig von Mises en cuanto a que “El problema de analizar el proceso, esto es, el único problema económico relevante, no permite el abordaje matemático” (en Human Action. A Treatise on Economics), conceptos que ya habían sido mencionados por J. B. Say, Nassau Senior, J.S. Mill y J. E. Cairnes.

 

Quienes tenemos entre nuestras tareas la supervisión de tesis doctorales comprobamos que hay una marcada tendencia a preparar esas monografías con un innecesario abarrotamiento de lenguaje matemático que se piensa debe introducirse para impresionar al jurado. Hay mucho escrito sobre la denominada economía matemática (por ejemplo, la difundida tesis doctoral en economía de Juan Carlos Cachanosky sobre La ciencia económica vs. la economía matemática) donde los problemas de presentar los fenómenos complejos y subjetivos de la acción humana quedan opacados con fórmulas matemáticas (entre otras cosas, agregamos que incluso lo impropio de aplicar el signo igual, el uso desaprensivo de la   función algebraica y la representación de curvas como si se tratara de variables continuas), pero el punto que hacemos en esta nota es más bien el peligro de dejar de lado las enormes ventajas del aprendizaje multidisciplinario.

 

Tal como ha expresado F. A. Hayek, otro premio Nobel en economía, “Nadie puede ser un gran economista si solo se queda en la economía y estoy tentado de agregar que un economista que solo es un economista es probable que se convierta en un estorbo cuando no un peligro público” (en “The Dilemma of Specialization”). En ese contexto y en la manía de referirse a agregados económicos es que Hayek en oportunidad de recibir la mencionada distinción dijo que “En esta instancia nuestra profesión tiene pocos motivos de orgullo: más bien hemos hecho un embrollo de las cosas” (en “The Pretence of Knowledge”).

 

En este sentido de los agregados económicos, me quiero referir nuevamente (ahora telegráficamente) al célebre producto bruto. Primero, es incorrecto decir que el producto bruto mide el bienestar puesto que mucho de lo más preciado no es susceptible de cuantificarse. Segundo, si se sostiene que solo pretende medir el bienestar material debe hacerse la importante salvedad de que no resulta de esa manera en la media en que intervenga el aparato estatal puesto que lo que decida producir el gobierno (excepto seguridad y justicia en la versión convencional) necesariamente será en un sentido distinto de lo que hubiera decidido la gente si hubiera podido elegir: nada ganamos con aumentar la producción de pirámides cuando la gente prefiere leche.

 

Tercero, una vez eliminada la parte gubernamental el remanente se destinará a lo que prefiera la gente con lo que cualquier resultado es óptimo. Cuarto, el manejo de agregados como los del producto y la renta nacional tiende a desdibujar el proceso económico en dos sentidos: hace aparecer como que producción y distribución son fenómenos independientes uno del otro y trasmite el espejismo que hay un “bulto” llamado producción que el ente gubernamental debe distribuir por la fuerza (o más bien redistribuir ya que la distribución original se realizó pacíficamente en el seno del mercado).

 

Quinto, las estadísticas del producto bruto tarde o temprano conducen a que se construyan ratios con otras variables como, por ejemplo, el gasto público, con lo que aparece la ficción de que crecimientos en el producto justifican crecimientos en el gasto público (lo mismo va para el défict fiscal). Y, por último, en sexto lugar, la conclusión sobre el producto es que no es para nada pertinente que los gobiernos lleven estas estadísticas ya que surge la tentación de planificarlas y proyectarlas como si se tratara de una empresa cuyo gerente es el gobernante.  James M. Buchanan ha puntualizado que “mientras los intercambios se mantengan abiertos y mientras no exista fuerza y fraude, entonces los acuerdos logrados son, por definición, aquellos que se clasifican como eficientes” (en “Rights, Efficiency and Exchange: The Irrelevance of Transactions Costs”).

 

Si por alguna razón el sector privado considera útil compilar las estadísticas del producto bruto procederá en consecuencia pero es impropio que esa tarea esté a cargo del gobierno. Por los mismos motivos de que los gobierno se tienten a intervenir en el comercio internacional, Jacques Rueff mantiene que “si tuviera que decidirlo no dudaría en recomendar la eliminación de las estadísticas del comercio exterior debido al daño que han hecho en el pasado, el daño que siguen haciendo y, temo, que continuarán haciendo en el futuro” (en The Balance of Payments).

 

Cuando un gobernante se pavonea porque durante su gestión mejoraron las estadísticas de la producción de, por ejemplo, trigo es menester inquirir que hizo en tal sentido y si la respuesta se dirige a puntualizar las medidas que favorecieron al bien en cuestión debe destacarse que inexorablemente las llevó a cabo a expensas de otro u otros bienes.

 

La Escuela Austríaca se ha preocupado por insistir en los peligros de concebir la economía como mecanismos automáticos de asignación de recursos movidos por fuerzas que conducen ha llamados “equilibrios” en el contexto de “modelos de competencia perfecta” desarrollados principalmente por León Walras y sus múltiples seguidores de distintas vertientes (el propio Mark Blaug ha reconocido este error en su “Afterword” de Appraising Economic Theories y resaltado el acierto de la Escuela Austríaca).

 

Como se ha señalado, los llamados modelos de competencia perfecta implican el supuesto del “conocimiento perfecto” de todos los factores relevantes, lo cual significa que no hay posibilidad de arbitrajes ni de empresarios que precisamente intentan detectar conocimientos deficientes y conjeturar posibles diferencias en entre costos y precios. Por las mismas razones, tampoco en este modelo cabría la posibilidad de competencia.

 

En resumen, el economista no solo debe estar imbuido de una tradición sólida de pensamiento en su propia disciplina sino que es indispensable que se compenetre de otros andariveles culturales como los apuntados resumidamente en esta columna periodística (y no solo eso sino que debe tener presente que, como ha escrito en Todo comenzó con Marx el humorista Richard Armour, la obra cumbre de Karl Marx en lugar de titularse Das Kapital debería haber sido Quitas Kapital).

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

El problema del costo social o la definición del derecho de propiedad resuelve externalidades

Por Martín Krause. Publicado el 4/6/15 en: http://bazar.ufm.edu/el-problema-del-costo-social-o-la-definicion-del-derecho-de-propiedad-resuelve-externalidades/

 

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico I vemos “El problema del Costo Social” de Ronald Coase y “Hacia una teoría de los derechos de propiedad” de Harold Demsetz para que vean dos contribuciones fundacionales del “Law & Economics”. Van párrafos del libro “El Foro y el Bazar”:

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La visión tradicional respecto a las externalidades negativas era la presentada por Se refiere a Arthur C. Pigou. (1920). Una visión alternativa fue presentada por Ronald Coase, quien critica a Pigou por considerar que solamente existe una solución a las externalidades, impuestos. Coase afirmó que en ausencia de o con bajos costos de transacción, las partes llegarían a acuerdos mutuamente satisfactorios para internalizar las externalidades, sin importar a quien se asignara el derecho, y el recurso sería destinado a su uso más valioso.

En su famoso artículo “El Problema del Costo Social” (1960) presenta distintos casos para ejemplificar su razonamiento. Veamos el caso “Sturges vs. Bridgmarn”. Un panadero usaba sus máquinas amasadoras en su propiedad desde hace sesenta años. Un médico se muda, y luego de ocho años construye su consultorio sobre la pared medianera. Al poco tiempo presenta una demanda por los ruidos y vibraciones, afirmando que le impiden desempeñar su profesión en su propiedad.

Notemos que lo que está en discusión aquí es la definición del derecho de propiedad. Todos sabemos que la propiedad inmueble puede tener límites físicos claros, una pared establece dicho límite. Pero el derecho de propiedad no es solamente eso, también define el uso que se puede hacer del recurso sujeto a propiedad. Por ejemplo, uno puede hablar en su propiedad, e incluso escuchar música o televisión y que parte de estos sonidos se escuchen en la casa vecina, pero ¿hasta qué volumen? Esto era lo que las partes discutían: en muchos casos suele haber una norma legislativa que establece un límite a los ruidos que pueden emitirse y delimita así el derecho de uso de la propiedad que el dueño posee, en otros casos el juez lo define antes un caso específico.

Coase sostiene que la solución de Pigou (impuesto a las emisiones de ruido o su prohibición)no toma en cuenta que la solución más eficiente debería permitir que el recurso sea asignado a su uso más valioso, algo que esa solución no permite. Por ejemplo, si la norma legal o la decisión judicial impidieran el funcionamiento de las máquinas amasadoras y éste fuera el uso más valioso del “espacio sonoro”, la solución sería ineficiente.

Veamos esto. Tenemos dos posibilidades en cuanto al derecho:

1. Que el derecho lo tenga el panadero y pueda utilizar sus máquinas

2. Que el derecho lo tenga el médico y deba tener silencio.

Y dos posibilidades respecto a las valoraciones del recurso:

1. Que el panadero valore más el uso del espacio sonoro que el médico (podríamos suponer que le cuesta más mover las maquinarias que al médico mover el consultorio)

2. Que el médico valore más dicho uso (en este caso mover el consultorio le resulta más caro que el panadero mover las maquinarias)

 

Estos dos elementos nos dan como resultado cuatro alternativas:

1. El derecho pertenece al panadero y éste valora el uso más que el médico, por lo que la solución posible es que el médico traslada el consultorio y el problema se resuelve. En este caso hay máquinas y hay ruido.

2. El derecho le pertenece al panadero, pero el médico valora más el espacio, por lo que decide pagarle al panadero para que mueva las maquinarias, siendo que esto es más barato que mover el consultorio. El médico paga, no hay máquinas y hay silencio.

3. El médico tiene derecho al silencio pero como el panadero valora más la posibilidad de emitir ruidos, le paga al médico para que éste traslade el consultorio, siendo que esto es más barato que mover las máquinas. Resultado: hay máquinas y hay ruido.

4. El médico tiene el derecho y también la valoración más alta, el panadero mueve las máquinas. Resultado: no hay máquinas y hay silencio.

 

Como se puede ver, cuando la valoración del panadero es mayor, habrá máquinas, y cuando la valoración del médico es superior habrá consultorio y las máquinas serán trasladadas. El resultado es el mismo en un caso u otro, sin importar a quien corresponda el derecho. Esto no quiere decir, por supuesto, que la posesión del derecho no sea importante, pero según Coase, no determina en uso del recurso sino solamente quién le paga a quién.

Ahora bien, si los costos de transacción son elevados, al menos para que los beneficios de la negociación no sean suficientes, entonces las alternativas 2 y 3 ya no son posibles. En ese caso, y solamente en ese caso, la decisión legal o judicial de asignar el derecho a uno o a otro efectivamente determinará el uso del recurso, es decir, si el espacio se va a utilizar para las maquinarias o para el consultorio.

Hasta aquí la parte “positiva” del teorema, pero Coase da un paso normativo al aconsejar a los jueces en este último caso (altos costos de transacción) de asignar el derecho a quien de esa forma se genere mayor valor económico, A o D, según sea mayor la valoración de uno u otro, o siguiendo nuestro simplificado ejemplo, según sea menos costoso trasladar las máquinas o el consultorio.

Como vemos, ésta es una solución muy distinta a la de Pigou, y tiene una alternativa “institucional”, pues pone énfasis en definir el derecho de propiedad para reducir los costos de transacción y permitir que las partes negocien.

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

La Nueva Economía Institucional – Douglass North

Por Martín Krause. Publicado el 12/7/14 en: http://bazar.ufm.edu/la-nueva-economia-institucional-douglass-north/

 

Los alumnos de Historia del Pensamiento Económico I leen a Douglass North, “La Nueva Economía Institucional”. Una alumna comenta su contenido:

North

“La moderna economía institucional tiene como premisa integrar la teoría neoclásica teniendo en cuenta las bases de las instituciones y analizar como estas cambian. Son más amplias que las opciones tradicionales las cuales examinan solo precio y cantidad. Una economía de este tipo es un estudio contractual tanto político como económico que presentan regularidades en las interacciones entre agentes y atenúan las consecuencias de cambios en los precios relativos. En otras palabras, implican un mecanismo para hacer cumplir los contratos.”

“Donde no hay costos de transacción, no hay instituciones (ejemplo de ello es la economía neoclásica). Los pilares sobre los que subyacen las instituciones son los individuos maximizadores de su utilidad, los costos del intercambio que pueden ser reducidos haciendo el intercambio posible. El cambio institucional puede estar dado por modificaciones en la contratación. Debe ser teórica y basada en una teoría positiva sólida. El óptimo de Pareto no tiene sentido si no podemos especificar que es un gobierno eficiente si bien es posible asignar eficiencia a una serie de derechos de propiedad. La libertad de mercados no lleva necesariamente a la eficiencia de los mismos. Para ellos se requiere un sistema legal bien constituido que sea imparcial.”

Es muy interesante esta frase: “El óptimo de Pareto no tiene sentido si no podemos especificar que es un gobierno eficiente si bien es posible asignar eficiencia a una serie de derechos de propiedad”; ya que si entendemos que las valoraciones son subjetivas las mejoras paretianas solamente pueden darse a través de intercambios voluntarios. El criterio de Pareto descarta la coerción, ya que establece que algunos mejoren su situación “sin que empeore la situación de los demás”, pero no habría que usar la coerción si la gente pensara que con un estado mejora su situación. Ejemplo: la tributación sería voluntaria en un mundo paretiano.

Por eso la economía neoclásica deja de lado Pareto e incorpora el criterio de Kaldor-Hicks que introduce la compensación de aquellos que pierdan pero en términos potenciales: los beneficios de los que ganan serían mayores de los costos de los que pierden (típico cálculo utilitarista) aun cuando los primeros no lleguen a compensar a los segundos. Pero este criterio es insostenible, introduce comparaciones interpersonales de utilidad, asume que la política hará ese cálculo evaluando el “bienestar general”, que se pueden conocer las preferencias de los individuos sin que estas se revelen por medio de intercambios en los mercados, etc.

Algunos autores que hemos leído piensan que ese criterio no existe. Otros, como Buchanan, parten de que el óptimo en términos de decisión colectiva sería la unanimidad, ya que solamente con ella se puede evitar que una decisión colectiva genere externalidades negativas para algunos. Pero obtener la unanimidad es muy costoso y haría imposible prácticamente tomar cualquier decisión colectiva. Por eso Buchanan & Tullock sostienen que debería haber dos niveles de decisión: uno “constitucional” con la mayoría que apruebe las reglas generales se acerque lo máximo posible a la unanimidad; y luego otro nivel de decisiones “menos peligrosas” respecto a los derechos individuales, tales como decisiones de gestión pública o administrativas, que se tomarían por mayorías simples.

Lo cierto es que, como dice North, este tema no puede ser dejado de lado y simplemente asumir un “dictador benevolente” que ejerce el monopolio de la coerción en pos del bien común.

Preguntas de los alumnos:

  1. Teniendo en cuenta que la escuela escolástica le daban mucha importancia a los contratos dejando de lado problemas meramente económicos, ¿Se podría decir acaso que, combinado con la evolución de la teoría económica a lo largo de las décadas, aquí estaríamos viendo parte de la herencia de la corriente de Santo Tomas?Cuando se enfocaban en los contratos, por el contrario, era para ver si encubrían algún tipo de usura porque condenaban el interés.
  2. Respuesta: Solamente en el sentido que Aquino y los escolásticos le prestaban su mayor atención al tema de las justicia, tanto sea de las acciones individuales, como también de las relaciones de unos con otros (asimilable al ‘rule of law’). Reconocían la importancia de la propiedad y los contratos, pero no tenían una visión de ellas como “instituciones”, si su rol en el funcionamiento de la sociedad y los mercados.
  3. Sabemos que buena parte de autores institucionalistas americanos tienen una visión crítica darwiniana ¿Cuánta influencia tiene la teoría darwiniana en el concepto de institución?
  4. Respuesta: Mucha en algunos autores institucionalistas porque entienden que éstas son evolutivas. Pero la idea de la evolución es previa a Darwin, proviene de los escoceses (Ferguson, Hutcheson, Hume), de ellos la toma Darwin para llevarla a las ciencias naturales.
  5. ¿Es posible que se pueda sobrevivir hoy en día bajo las creencias puramente neoclásicas, solo teniendo en cuenta mediciones acerca del placer o el dolor de la gente?
  6. Respuesta: Supongo que la pregunta se refiere a la supervivencia de la teoría. Se puede, pero hace agua.
  7. ¿El autor cree que las diferencias institucionales entre aquellos países desarrollados y lo no desarrollados desempeñan un papel importante en los mayores niveles de desarrollo alcanzado? ¿Cómo se lograría un buen marco teórico para poder generar, y mantener, a las nuevas y buenas instituciones?
  8. Respuesta: Este ya existe, es todo el gran mundo de la economía institucional, un paraguas amplio bajo el cual entran tanto los austriacos como Public Choice, Law & Economics, Economía de los Derechos de Propiedad, y la NEI.
  9. ¿Qué tipo de modificaciones se deben realizar para poder generar buenas instituciones? ¿Prestándole más atención a los cuatro pilares que Ud. nos indica o cambios tanto políticos como educativos en la Sociedad para luego ir por los pilares?
  10. Respuesta: Hay varias teorías para explicar esto. North originalmente enfatizaba el cambio de precios relativos para explicar los cambios institucionales, pero más adelante se inclinó por el papel que cumplen los valores e ideas.
  11. ¿Las nuevas instituciones de qué forman nos garantizan un crecimiento económico y social sostenido?
  12. Respuesta: Como dice North, permiten coordinar las acciones de la gente en sociedad, y los mercados son eso, gente coordinando entre sí. Otorgan previsibilidad en las acciones de los demás, un elemento necesario para la inversión y, por ende, para el progreso.

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

MARCOS INSTITUCIONALES: EL ORIGEN

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Hoy en los países civilizados se da por sentado que los marcos institucionales compatibles con una sociedad abierta resultan esenciales para el progreso. Desarrollos como el tronco principal de las tradiciones de pensamiento de Law & Economics y Public Choice parten de ese supuesto al efecto dar paso a la estrecha vinculación ente el derecho y la economía. Escuelas como la Austríaca y la de Chicago se basan -con criterios distintos- en la estrecha conexión entre esas áreas vitales.

 

Es interesante entonces indagar acerca del origen del tratamiento sistemático de aquellos marcos. Habitualmente se sitúa en John Locke, pero si bien fue un inicio decisivo en la historia no es el origen del referido tratamiento sistemático donde más bien debe ubicarse a Algernon Sidney quien escribió antes que Locke sobre algunos de los mismos temas, aunque una obra no tan ordenada y con divergencias como en el caso del llamado “estado de naturaleza”, el modo de presentar asuntos como la tributación, el abuso de poder en las asambleas populares y el mayor refinamiento por parte de Locke de asuntos como el origen de la propiedad y los poderes del gobierno.

 

Sidney y Locke por conductos separados conspiraron contra Carlos II (que fue repuesto en el trono después de Cromwell), el primero fue sentenciado a muerte mientras que el segundo pudo escapar de Londres antes que se precipitaran los acontecimientos. Por esto es que se demoró hasta 1698 la publicación del libro de Sidney titulado Discources Concerning Government (escrito entre los años 1681 y 1683), quince años después de la muerte de su autor y diez años después de la obra cumbre de Locke, la que como es sabido fue complementada posteriormente por Montesquieu y tantas otras contribuciones hasta el presente.

 

Sin duda que hay antecedentes que se remontan a la antigüedad: las agudas consideraciones de Cicerón 50 AC, los escritos de miembros de la Escolástica Tardía, especialmente los de Francisco Suárez y Francisco de Vitorialos tratados de Richard Hooker y Hugo Grotius y en la práctica del derecho, con suerte diversa, el Código de Hamurabi (circa 1750 AC), los Mandamientos (especialmente el “no matar”, “no robar” y “no codiciar los bienes ajenos”, circa 1250 AC), la democracia ateniense, el common law, el derecho romano, la Carta Magna de 1215 y los Fueros de Aragón de 1283 donde se estableció el juicio de manifestación más de veinte años antes del habeas corpus en Inglaterra (aunque las bases se sentaron con el interdictio,también en la Roma antigua).

 

Sidney escribió su obra también como una refutación a Patriarcha: A Defence of the Natural Power of Kings against the Unnatural Liberty of the People de Robert Filmer. Así, Sidney resume con ironía su posición respecto al derecho divino de los reyes al escribir que “como ha dicho no hace mucho una persona ingeniosa [Richard Rumbold] hay algunos que han nacido con coronas en sus cabezas y todas las demás con monturas sobre sus espaldas”.

 

La obra se divide en tres grandes capítulos subdivididos en secciones en 600 páginas correspondientes a la edición de 1990 (Indianapolis, Indiana, Liberty Fund). En el primer capítulo -especialmente en las secciones quinta y sexta- el autor se detiene a considerar el fundamento de los derechos de las personas quienes a través de la razón y la experiencia descubren lo que está en la naturaleza de las cosas y que las formas de gobierno deben ser consistentes con la protección de esos derechos. En este sentido escribe que “La libertad consiste solamente en la independencia respecto a la voluntad de otros” y “por el nombre de esclavo entendemos a aquel que no puede disponer de su persona ni de sus bienes porque está a la disposición de los deseos de su amo” y subraya la importancia de limitar el poder del gobierno porque “si estuviera dotado de poder ilimitado para hacer lo que le plazca y no fuera restringido por ninguna ley, si se vive bajo tamaño gobierno me pregunto que es la esclavitud”.

 

Sostiene que es un contrasentido utilizarlo a Dios como respaldo de monarquías absolutas y otros gobiernos despóticos que ponen a la par “el gobierno de Calígula con la democracia de Atenas”, ni falsear la interpretación bíblicas para suscribir atropellos al derecho de los gobernados “puesto que la violencia y el fraude no pueden crear derechos” ya que “Aquello que es injusto no puede nunca cambiar su naturaleza” por el hecho de ser un gobierno el que dictamine.

 

En el transcurso del segundo capítulo, Sidney se explaya en la necesidad de normas o reglas generales para la convivencia, lo cual no debe confundirse con decretos reales que avasallan derechos. En esta línea argumental el autor inicia una confrontación con lo que después se denominaría positivismo legal. En este sentido sostiene que el renegar de mojones extramuros de la ley positiva “abjuran” del sentido de las normas justas y las “usurpan lo cual no es más que una violación abominable y escandalosa de las leyes de la naturaleza”.  Destaca que “Aquello que no es justo no es Ley; y aquello que no es Ley no debe ser obedecido” (fórmula tomista). Vincula también la Justicia con la institución de la propiedad en línea con el “dar a cada uno lo suyo”, en cuyo contexto enfatiza que “La propiedad es un apéndice de la libertad; es imposible que un hombre tenga derechos a la tierra y a los bienes si no goza de libertad”.

 

Finalmente, en el tercer y último capítulo surge el tema del derecho de resistencia a los gobiernos opresivos, tema que más adelante fue recogido en la Declaración de la Independencia estadounidense y de todos los gobiernos liberales. En este sentido, declara que “El único fin por el que se constituye un gobierno y por lo que se reclama obediencia es la obtención de justicia y protección, y si no puede proveer ambos servicios, el pueblo tiene el derecho de adoptar los pasos necesarios para su propia seguridad”.

 

Y sigue diciendo que “El magistrado […] es por y para la gente y la gente no es por y para él. La obediencia por parte de los privados está sustentada y medida por las leyes generales y el bienestar de la gente y no puede regirse por el interés de una persona o de unos pocos contra el interés del público. Por tanto, el cuerpo de una nación no puede estar atado a ninguna obediencia que no esté vinculada al bien común”.

 

Concluye que “sería una locura pensar que una nación puede estar obligada a soportar cualquier cosa que los magistrados piensen oportuno contra ella”.

 

Sidney influyó sobre William Penn en cuanto a la necesaria tolerancia y libertad religiosa, quien luego fundó Pennsylvania en Estados Unidos donde propugnó la completa separación entre el poder y la religión como antecedente fundamental para la “doctrina de la muralla” jeffersoniana y bregó por el respeto irrestricto a los derechos individuales.

 

Thomas Jefferson, en carta dirigida a John Trumbull el 18 de enero de 1789 escribió que la obra que comentamos de Sidney “es probablemente el mejor libro sobre los principios del buen gobierno fundado en el derecho natural que haya sido publicado en cualquier idioma”. Y, a su vez, John Adams el 17 de septiembre de 1823 le escribió a Jefferson sobre el mismo libro en donde consigna que constituye “un iluminación en moral, filosofía y política”. Friedrich Hayek en Los fundamentos de la libertad manifiesta que “Entre los puntos que toca Sidney en Discourses Concerning Government, esenciales para nuestro problema [y se refiere a su definición de libertad ya citada en esta artículo]”.

 

El día de su ejecución sus verdugos leyeron párrafos de su Discourses como pretendidas pruebas de su sentencia a muerte y Sidney les entregó una nota en la que, entre otras cosas, subraya que “Vivimos una era en la que la verdad significa traición”.

 

Para cerrar esta nota, recordemos que, como se ha dicho, es el único caso en el que actúan como patrones quienes reciben sus sueldos de otros, es decir, los gobernantes proceden como dueños  cuando son los gobernados los que financian sus emolumentos.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. En Administración. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.