Las vidas desperdiciadas en la isla-cárcel cubana

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 23/11/2en: https://www.lanacion.com.ar/opinion/las-vidas-desperdiciadas-en-la-isla-carcel-cubana-nid23112021/

Camiones militares patrullan a lo largo del malecón en La Habana, Cuba, el lunes 15 de noviembre de 2021. El gobierno prohibió una marcha de oposición en la jornada. (Foto AP/ Ramón Espinosa)
Camiones militares patrullan a lo largo del malecón en La Habana, Cuba, el lunes 15 de noviembre de 2021. El gobierno prohibió una marcha de oposición en la jornada. (Foto AP/ Ramón Espinosa)

Imaginemos las personas nacidas en 1959, cuando comenzó la infame aventura castrista, ahora con 62 años y siempre acosadas por la prepotencia, la miseria y el espanto de una tiranía que desgasta y consume vidas que en la práctica se tornan vegetativas. Para no decir nada de los padecimientos de los paridos antes y después del episodio de la Sierra Maestra. Seres humanos que sufren los embates del marxismo inmisericorde, rodeado por la abulia del poder.

A través del derecho a la resistencia a la opresión, operó un justificado y aplaudido contragolpe a las barrabasadas de Fulgencio Batista, quien había proporcionado reiterados golpes a todo vestigio republicano, pero el remedio resultó infinitamente peor que la enfermedad. A pesar de las tropelías de Batista, como arrastre de períodos anteriores, Cuba era la nación de mayor ingreso per cápita de Latinoamérica, eran sobresalientes en el mundo las industrias del azúcar, refinerías de petróleo, cerveceras, plantas de minerales, destilerías de alcohol, licores de prestigio internacional; tenía televisores, radios y refrigeradores en relación con la población igual que en Estados Unidos, líneas férreas de gran confort y extensión, hospitales, universidades, teatros y periódicos de gran nivel, asociaciones científicas y culturales de renombre, fábricas de acero, alimentos, turbinas, porcelanas y textiles.

Todo antes de que el Che Guevara –mi primo, pues su abuela materna, Ana Lynch, era hermana de mi abuela paterna– se desempeñara como ministro de Industria, período en que el desmantelamiento fue escandaloso. La divisa cubana se cotizaba a la par del dólar antes de que el Che fuera presidente de la banca central. Un asesino serial que masacró a opositores y escribió: “El verdadero revolucionario debe ser una fría máquina de matar”.

Ríos de tinta se han dedicado a denunciar las atrocidades en la isla-cárcel cubana, pero es del caso destacar muy especialmente los muy valiosos textos de Carlos Alberto Montaner, Huber Matos, Hilda Molina y Armando Valladares, que con gran claridad y precisión han documentado una y otra vez lo que viene ocurriendo en ese lugar que se ha convertido en la imagen de un largo episodio tenebroso.

Es inadmisible que alguien con dos dedos de frente sostenga que la educación en Cuba es aceptable puesto que, por definición, un régimen tiránico exige domesticación y solo puede ofrecer lavado de cerebro y adoctrinamiento (y con cuadernos sobre los que hay que escribir con lápiz para que pueda servir a la próxima camada, dada la escasez de papel). Del mismo modo, parecería que aún quedan algunas mentes distraídas que no se han informado de las ruinas y las pocilgas en que se ha transformado el sistema de salud en Cuba y que solo mantiene alguna clínica en la vidriera destinada a los capitostes del régimen y amigos para impresionar a tilingos.

En Cuba se trocó un déspota por una tiranía horrorosa en base a promesas falsas y patrañas de diverso calibre. Recordemos que en la revista cubana Bohemia, el 26 de julio de 1957 se publicó “el Manifiesto de la Sierra”, donde aparecen las declaraciones de Fidel Castro, que prometió restaurar la Constitución de 1940, convocar a elecciones libres, democráticas y multipartidarias en seis meses y total libertad de prensa. También el 13 de enero de 1959 en declaraciones a la prensa local e internacional manifestó Fidel Castro: “Sé que están preocupados de si somos comunistas. Quiero que quede bien claro, no somos comunistas”.

Fidel Castro, luego su hermano y ahora el amanuense del sistema criminal no solo son responsables por la ruina económico-social de Cuba, sino que torturaron y torturan sistemáticamente a opositores. Es que la soberbia de los megalómanos es infinita. Piensan que pueden fabricar “el hombre nuevo”, que sin duda si existiera sería un monstruo. Son unos hipócritas que habitualmente viven en el lujo consecuencia de la expropiación al fruto del trabajo ajeno, y se arrogan la facultad de dictaminar cómo deben vivir los súbditos. La revista Forbes publicó que Fidel Castro figuraba entre los hombres más ricos del planeta.

Bernard-Henri Lévy, en su obra Barbarism with a Human Face, concluye, con conocimiento de causa, puesto que fue marxista en su juventud: “Aplícase marxismo en cualquier país que se quiera y siempre se encontrará un Gulag al final”. Es que la genealogía del totalitarismo repite sus esquemas macabros. En El libro negro de comunismo. Crímenes, terror y represión, compilado por Séphane Courtois, se consignan los asesinatos de cien millones de personas des 1917 a 1997 por los regímenes comunistas de la Unión Soviética, China, Vietnam, Corea del Norte, Camboya, Europa Oriental, África y Cuba, es decir, en promedio, por lo que le quepa a cada uno, a razón de más de un millón de masacrados por año durante 80 años.

Eudocio Ravines, un comunista peruano Premio Mao y Premio Lenin, con misiones varias encargadas desde el Kremlin –especialmente infiltrar la Iglesia Católica española y chilena–, en su primera etapa de desencanto con ese sistema pensaba que el problema radicaba en tal o cual administrador y recién más adelante se percató de que el problema consiste en el comunismo y no en sus circunstanciales jefes. A partir de entonces escribía semanalmente en diarios latinoamericanos y publicó numerosos libros, entre los cuales cabe destacar La gran estafa, que cuenta diez ediciones. El título revela a las claras el contenido de ese sistema que Ravines denomina “la fosa común”, que es “la consecuencia inexorable de sistemas y métodos, de dogmas inhumanos, de condiciones económicas, políticas y sociales que los dirigentes no pueden modificar ni suavizar, ya que ello implicaría su caída”. El libro está dedicado a “todos los que sufrieron el drama de la gran estafa”. En esa obra, el autor relata el suicidio de uno de sus colegas debido a que no resistió tanta hipocresía de los jerarcas de su partido luego de haber entregado su vida a esa causa. Ravines consigna que lloró amargamente frente a ese cadáver no solo por su querido amigo, sino: “Lloré por mí, por mi vida, por mi juventud estéril y quemada en vano, entregada para que se alzaran sobre mi sacrificio un infame grupo de piratas”.

No fueron pocos los que se dejaron seducir por los socialismos de diversa denominación sin advertir el resumen de Marx y Engels en el Manifiesto comunista en cuanto a que “pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión: abolición de la propiedad privada”. En torno a esta institución fundamental gira todo el problema, de allí es que resulta tan esencial estarse prevenido con los embates del llamado distribucionismo vía la guillotina horizontal, los controles de precios, la inflación monetaria, las cargas tributarias, las deudas públicas y las regulaciones asfixiantes a las actividades lícitas. Todo esto va minando la asignación de derechos de propiedad en desmedro de todos, pero muy especialmente de los más vulnerables.

Ahora observamos con gran esperanza las marchas y la lucha valiente de cubanos en medio de represiones violentas de la banda de tiranos instalados en el gobierno y a pesar de la repugnante cobardía de quienes les dan la espalda en estos cruciales momentos. Es pertinente repasar las conmovedoras estrofas de “Patria y vida” para constatar el espíritu noble de estos héroes.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Corea del Norte somos todos

Por Alejandro A. Tagliavini. Publicado  el 13/5/17 en: http://www.la-razon.com/opinion/columnistas/Corea-Norte_0_2709929024.html

 

La guerra y las constantes amenazas desde EEUU fueron la excusa para que la tiranía se armara

 

A pesar de tener 1.300 años de historia común y la misma etnia, Corea del Sur, que cobija a más de 50 millones de habitantes y un PIB per cápita de $us 33.000 al año, es la tercera economía de Asia; mientras que la de Corea del Norte es la última, con un PIB per cápita anual de $us 1.800. Durante los 90, una hambruna mató a 2 millones de norcoreanos; en tanto que, según Amnistía Internacional, murieron más de 400.000 en sus prisiones durante los últimos 30 años, y así, quedaron unos 24 millones de habitantes en Corea del Norte.

Para imponer esta tiranía, comandada por Kim Jong-un, el “Brillante Camarada”, Norcorea tiene el cuarto Ejército más numeroso del mundo (más de 1 millón de soldados) que consume el 33% del PIB. El lavado de cerebro es fenomenal. “No es una dictadura. Nadie nos impone amar al gran líder… es nuestro padre”, afirma Kang Jong Sim; y no puedo evitar recordar a los “padres” de la patria de más de un gobierno occidental. Sin internet, ni prensa libre, los norcoreanos viven adoctrinados desde los dos años y ajenos a la realidad.

¿Pero solo Kim Jong-un es el culpable? Si no lo rodearan personas “leales” que han armado una red de poder, si nadie lo obedeciera, no existiría el régimen norcoreano. Pero las “complicidades”, de un modo u otro, se extienden a todo el mundo. Es que los seres humanos estamos interrelacionados de modo que todos, en alguna medida y de algún modo, somos responsables de todo. Para empezar, recordemos que la península fue dividida en 1945 por el paralelo 38, entre los gobiernos de Estados Unidos y de la URSS. Luego, la guerra y las constantes amenazas desde Washington fueron la excusa para que la tiranía se armara.

Pasada la hambruna de los 90, el Norte encaró algunas liberalizaciones, pero vino Bush e impuso sanciones, impidiendo que algunas reformas fueran efectivas. “Nosotros… tenemos los brazos abiertos a la inversión extranjera… pero Estados Unidos la impide”, afirma un funcionario. La reforma constitucional de 1998 introdujo el concepto de economía privada y, muy lentamente, las cosas mejoran. Según Lee Jung-chul, del Instituto Samsung, Seúl y Beijing prefieren que la tiranía se abra paulatinamente porque temen una avalancha de refugiados.

Se ha liberalizado un poco la agricultura, permitiendo cooperativas en las cuales hasta la tierra es privada. Cuenta Javier Espinosa, enviado del diario El Mundo, que yendo por carretera hasta Hamhung (la segunda urbe de Corea del Norte) se ve una sucesión interminable de plantíos; incluso las laderas muy escarpadas, en los espacios más mínimos de tierra ubicados junto a las viviendas, muestran lo tenaz que puede ser la iniciativa privada —acicateada por el lucro— para servir a las personas y, en este caso, paliar el hambre.

En Hamhung, que se abrió al turismo en 2010, rige un nuevo sistema de salarios que permite a los directivos de las empresas dictar la remuneración de los trabajadores, y algunos pagan, según cualificación y rendimiento, entre 70 y 120 dólares mensuales. La medida, junto al permiso de comercializar excedentes tanto en las empresas estatales como en las cooperativas agrícolas, ha alentado enormemente la productividad.

En fin, una guerra no solo sería costosísima para todo el mundo, sino que además podría tener consecuencias inimaginables. Por el contrario, es necesario terminar con toda coacción, con todas las sanciones, a fin de lograr que Corea de Norte se integre al mundo; aunque sea lentamente, siempre será menos dañino.

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Ex Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.

La agenda del nuevo feminismo

Por José Benegas. Pubicado el 21/10/16 en: https://www.patreon.com/posts/la-agenda-del-7055237

 

La agenda de división, manipulación, culpa y violencia del nuevo feminismo, lleva a las mujeres distraídas a reconducir todas sus frustraciones hacia los varones como un fantasma. Es un lavado de cerebro en el que la explicación conspirativa reemplaza a las causas y a las responsabilidades, convirtiéndolas a ellas en un instrumento de poder, en carne de cañón, y a los varones en objeto permanente de escarnio y en ovejas. Por eso es bastante acercado el término feminazismo, claramente los nazis hacían esto con los pequeños cerebritos a los que volcaban hacia el antisemitismo, como un medio de explicar y canalizar su pequeñez y el cúmulo de sus frustraciones. Algo que fue sencillo en un país postrado desde todo punto de vista.

En todo esto las mujeres golpeadas y abusadas son un mero instrumento y sus problemas pasan al quincuagésimo plano.

Está lleno de abusos típicos masculinos a las mujeres y de abusos típicos de las mujeres a los varones también, eso no permite a nadie con cerebro aplicarle a cada hombre y a cada mujer, el conjunto de «culpas» ni típicas ni no típicas.. Es fácil inventar que hay una guerra, porque justamente los dos sexos necesariamente se relacionan y necesariamente hay conflictos mientras se intentan mutuamente establecer roles como en cualquier relación. Pero en este caso esto que se resuelve a nivel de cada vínculo, se lleva a una guerra política colectiva para un proyecto revolucionario en danza con el fin terminar con el capitalismo por la vía de la disolución y la «ovejización», el disciplinamiento del individuo tras una moral impuesta violentamente con los resortes del estado. Donde hay ovejas, hay pastores. Ese es el rol que quieren asumir.

Es importante entender que los conflictos están porque EN PRIMER LUGAR hay interés de un sexo por el otro. Acá se quieren poner en primer plano los conflictos que son un apéndice de la relación de mutua necesidad.

Una forma de caer en la trampa es reaccionar con el mismo tipo de colectivismo, porque eso establece una pelea en los términos que esta gente perversa quiere, que es una generalización y colectivización. No son las mujeres las que practican esta metodología, sino unas mujeres con sus propios intereses, que intentan usar a todas las mujeres.

Es el mismo proceso que llevaron a cabo respecto a la relación laboral, una alianza indispensable entre gente que crea salarios porque inventa un negocio y gente que no puede crear negocios pero tiene voluntad para trabajar. Convirtieron con la intervención estatal esa relación en una contienda permanente, llevando a dogma que toda relación laboral es de abuso.

Tanto fue el daño que hoy casi nadie puede ver el vinculo laboral en términos reales, sino que lo hace a los ojos marxistas de una lucha de clases que nunca existió como tal porque en primer lugar en el capitalismo no hay clases. En segundo lugar porque hablamos de las rispideces que surgen en algo que antes que nada es de mutuo beneficio, no de bandos, sino de socios. No es casual que a ambas agendas la sostenga la misma gente, es que se trata de un proyecto abusivo de poder en el que estas imbecilidades son instrumentos.

 

José Benegas es abogado, periodista, consultor político, obtuvo el segundo premio del Concurso Caminos de la Libertad de TV Azteca México y diversas menciones honoríficas. Autor de Seamos Libres, apuntes para volver a vivir en Libertad (Unión Editorial 2013). Conduce Esta Lengua es Mía por FM Identidad, es columnista de Infobae.com. Es graduado del programa Master en economía y ciencias políticas de ESEADE.

Mi primo, el Che

Por Alberto Benegas Lynch (h): Publicado el 1/11/16 en: http://diariodecaracas.com/blog/alberto-benegas-lynch/mi-primo-el-che

 

Publicado originalmente hacen 9 años.

Ahora que se han aquietado algo las aguas de un nuevo aniversario de la muerte del Che Guevara, escribo sobre este personaje macabro con algún ingrediente que, en parte, introduce otra perspectiva.
En mi familia se ha hablado bastante del Che ya que mi padre era primo hermano del suyo. El abuelo del sujeto de marras era una persona excelente, Roberto Guevara, casado con Anita Lynch, hermana de mi abuela paterna. En tren de genealogía, consigno que soy mas Lynch que Benegas ya que tanto mi padre como mi madre descienden de dos de los hijos de Patricio Lynch, de quien desciende también el Che.
De entrada este revolucionario nato reveló cierta inclinación por el incumplimiento de la palabra empeñada puesto que le prometió a su primera novia que saldría a comprar cigarrillos y nunca mas volvió. Mostraba también ciertas rarezas al esforzarse en dar diez pasos a la salida de todos los ascensores y caer con la pierna izquierda, cosa que si no lograba volvía al adminículo y repetía la operación hasta que daba en la tecla (ya lo de la pierna izquierda parecía anunciar algo de su futuro dogmático).
Mi padre solía repetir el conocido aforismo de aquello que “los parientes no se eligen, se eligen los amigos”. Si bien es cierto que en todas las familias hay bueno, regular y malo en proporción al tamaño de las mismas, siempre noté cierta dosis de vergüenza por el hecho de que se había filtrado en la nuestra un personaje de características tan siniestras.

En una oportunidad, una de mis tías me contó que de muy chico el Che se deleitaba con provocar sufrimientos a animales y, de mas grande, insistía en que la muerte (de otros) no era tan mala después de todo y que, en este contexto, se adelantó a la definición de Woody Allen: “morir es lo mismo que dormirse pero sin levantarse para hacer pis”.
Esto último que puede parecer gracioso y ocurrente cuando proviene de ámbitos cinematográficos, resultó un una tragedia mayúscula para los cientos de asesinados por el Che quien finalmente transformó aquella definición en que “el verdadero revolucionario debe ser una fría máquina de matar”. Y todo por la manía de los Stalin, Pol Pot, Hitler y Castro de este planeta que en sus ansias por fabricar el consabido “hombre nuevo” han torturado, vejado, mutilado y asesinado a millones de seres humanos.
Y pensar que Cuba, a pesar de las barrabasadas de Batista, era la nación de mayor ingreso per capita de Latinoamérica, eran sobresalientes en el mundo las industrias del azúcar, refinerías de petróleo, cerveceras, plantas de minerales, destilerías de alcohol, licores de prestigio internacional; tenía televisores, radios y refrigeradores en relacion a la población igual que en Estados Unidos, líneas férreas de gran confort y extensión, hospitales, universidades, teatros y periódicos de gran nivel, asociaciones científicas y culturales de renombre, fábricas de acero, alimentos, turbinas, porcelanas y textiles.
Todo antes de que el Che fuera ministro de industria, período en que el desmantelamiento fue escandaloso. La divisa cubana se cotizaba a la par del dólar, antes que el Che fuera presidente de la banca central.
Como no podía ser de otro modo el Che comenzó su carrera como peronista empedernido. Recordemos que la política nazi-fascista de Perón sumió a la Argentina en un lodazal del que todavía no se ha recuperado y que, entre otras cosas escribió en 1970 que “Si la Unión Soviética hubiera estado en condiciones de apoyarnos en 1955, podía haberme convertido en el primer Fidel Castro del continente” y, cuando estaba en el poder vociferó en 1947: “Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores” y, en 1955, sentenció que “Al enemigo, ni justicia”.
Es inadmisible que alguien con dos dedos de frente sostenga que la educación en Cuba es aceptable puesto que, por definición, un régimen tiránico exige domesticación y solo puede ofrecer lavado de cerebro y adoctrinamiento (y con cuadernos sobre los que hay que escribir con lápiz para que pueda servir a la próxima camada, dada la escasez de papel). Del mismo modo parecería que aun quedan algunas mentes distraídas que no se han informado de las ruinas, la miseria y las pocilgas en que se ha transformado el sistema de salud en Cuba y que solo mantiene alguna clínica en la vidriera para impresionar a cretinos.
Esperemos que los que siguen usando lo símbolos del Che como una gracia perciban que se trata de la humorada mas lúgubre, mórbida y patética de cuantas se le pueden ocurrir a un ser humano. Es lo mismo que ostentar la imagen de la tenebrosa cruz svástica como señal de paz.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

 

LA EMBESTIDA DE SARAMAGO

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Es raro el caso de que no se aprenda nada de un pensador, no importa de que tradición de pensamiento provenga. Es la magia y el atractivo del indispensable alimento que provee la libertad de expresión, es la maravilla donde no hay libros prohibidos y donde no prima la cultura alambrada propia de las xenofobias.

 

José Saramago (1922-2010) era comunista y puede ubicarse en la línea de Godwin, Bakunin, Krotopkin, Prudhon y contemporáneamente de Herbert Read y Noam Chomsky: en un contexto de abolición de la propiedad privada, proponen sustituir el aparato estatal clásico por otros organismos burocráticos de mayor control en las vidas de la gente donde la antiutopía orwelliana queda chica. A raíz de la crisis del 2008 declaró en Lisboa que “Marx nunca tuvo más razón que ahora”, confundiendo un capitalismo prácticamente inexistente con sistemas altamente estatistas.

 

Por supuesto que fue un literato y no un cientista político de modo que la mencionada tradición de pensamiento no era suscripta ni conocida en su totalidad por Saramago. Fue eso sí un admirador del sistema totalitario cubano donde pronunció su célebre discurso que lleva el paradójico título de “Pensar, pensar y pensar” en el lugar en donde solo se permite el lavado de cerebro que algunos incautos denominan “educación”. Luego se desilusionó con ese sistema nefasto a raíz de uno de los sonados casos de fusilamientos de disidentes (escribió “hasta aquí he llegado”).

 

Como es de público conocimiento, Saramago escribe de modo espectacular si cabe el correlato con el buen teatro, su manejo de las letras está a la altura de los mejores escritores del planeta y, en el caso de la obra de la que nos ocuparemos, su traductora sin duda es magistral: Pilar del Río que fue su mujer a partir de 1988. Nos referimos a Ensayo sobre la lucidez, una novela extraordinaria que subraya un derecho que es habitualmente ocultado por energúmenos en el poder y sus asociados en la arena política: el voto en blanco. En última instancia no es una obra de ficción sino de realidad viviente.

 

La novela comienza en una ciudad capital donde hay elecciones municipales. Un día de lluvia torrencial por lo que los votantes se movieron “con la lentitud del caracol” pero finalmente al promediar la tarde aparecen y proceden con lo que se estima es un deber cívico. El resultado es sorprendente: el 70% vota en blanco. Las autoridades toman ese escrutinio como una ofensa grave para la democracia, una pantalla retórica que en realidad oculta sus fracasos.

 

Ante tanto desconcierto, el gobierno se ampara en la ley electoral que consigna que frente a “catástrofes naturales” en el día de la elección, ésta debe repetirse, lo cual se hizo. Hete aquí que el resultado de la segunda prueba de los comicios parió un resultado aun más sorprendente: el 83% de los habitantes de esa ciudad votó en blanco. En este último caso, los gobernantes comenzaron a declarar en público y en privado que se habían traicionado los valores de la patria y otras manifestaciones de indignación y desconcierto en los que sostenían era un atentado mortal a la nación misma.

 

En este contexto, se declara el estado de emergencia y luego el estado de sitio. Ninguno de los pobladores se pronunció antes, durante ni después del acto electoral, se produjo “un espeso muro de silencio” en torno a esta controvertida cuestión. Los burócratas enfatizaban que todo se debía a un complot inaceptable que seguramente contaba con apoyos del exterior. Incluso en una reunión del consejo de ministros se hablaba de un acto de “terrorismo puro y duro” y que, por tanto, se decidió “infiltrar” a la ciudadanía al efecto de develar la conjura y la “peste moral” del voto en blanco.

 

Más aun, la expresión “blanco” quedó relegada a la historia. Al papel blanco se le decía “hoja desprovista de color”, al mantel blanco se le decía “del color de la leche” y a los estudiantes que estaban en blanco se les decía sin subterfugios que desconocían los contenidos de la materia y así sucesivamente. Los gobernantes reconocían a regañadientes que votar en blanco es un derecho pero sostuvieron que consistía en un “uso legal abusivo” (como si un mismo acto, agregamos nosotros, pudiera ser simultáneamente conforme y contrario al derecho).

 

En un momento de desesperación el gobierno central decide en masa abandonar la ciudad con la idea de que todo se derrumbaría sin ellos y establecen sin más la capital en otro lugar del país. Pero después de algunas vacilaciones resulta que los habitantes de la ciudad se las arreglan para limpiar las calles y cuidar de la vigilancia para evitar desmanes, asaltos y violaciones.

 

También el pueblo de la capital sorprendió con marchas pacíficas llevando letreros en los que se leía “Yo voté en blanco” y consignas de tenor equivalente. El gobierno planeó contramarchas que produjeran disturbios de envergadura, acentuar los trabajos de inteligencia e incluso en un momento se sugirió implantar el estado de guerra y finalmente decide colocar una bomba con la idea de endosar la responsabilidad a los pobladores.

 

La explosión que produjo muertes y heridos, no dio el resultado esperado puesto que la gente se enteró de la verdad de lo sucedido. En el entierro, la multitud llevaba flores blancas y los hombres una cinta blanca en el brazo izquierdo.

 

Los debates, enojos, gritos y propuestas descabelladas de los funcionarios que se sucedían fueron dignas de una producción cinematográfica del ridículo. Como son estas cosas, la soberbia hace que los megalómanos pretendan rapidez en el resultado de sus órdenes muchas veces contradictorias pero los encargados de cumplirlas se chocan entre sí y generan los efectos contrarios a tan inauditos propósitos. En una de las trifulcas en el gabinete de ministros y en medio de la ofuscación,  a uno de ellos se le escapa la idea que los votos en blanco puede que sean una manifestación “de lucidez” (lo cual da el título al libro) a lo que el presidente no solo le pide la renuncia de inmediato al intrépido ministro sino que afirma categóricamente que ha visto “el rostro de la traición”.

 

El relato sigue con interrogatorios varios, los infaltables “secretos de estado” que se divulgan al instante, con estrategias, tácticas, micrófonos ocultos, con planes aquí y allá todos fallidos y al final más asesinatos de inocentes en medio de censuras a la libertad de expresión. Un triste final para una triste situación.

 

Como una nota al pie digo que la obra es de fácil y entretenida lectura, además de las lecciones que deja y de estimular el pensamiento del lector y despejar telarañas mentales. Es muy interesante la forma de construir diálogos que propone el autor y su muy sofisticado y efectivo manejo del narrador y de los tiempos. Llama la atención la admirable capacidad de escribir más de cuatrocientas páginas sin que haya un solo nombre propio (excepto el de un perro, un par de empresas y el de Humphrey Bogart pero como estilo de vestimenta). También es de notar sus valiosas disquisiciones y precisiones lingüísticas al margen del relato principal.

 

Si tuviera que instalar dos acápites a este artículo periodístico, tomaría dos frases del libro: “Es regla invariable del poder que resulta mejor cortar cabezas antes de que comiencen a pensar” y la visión optimista de que “más tarde o más pronto, y mejor más pronto que tarde, el destino siempre acaba abatiendo la soberbia”.

 

He escrito antes sobre el tema del voto en blanco que ahora parcialmente reitero, pero antes debo enfatizar que hay situaciones en las que se estima que el peligro de la alternativa es de tal magnitud que no parece haber más remedio que caer en la trampa del menos malo, siempre que no se termine idealizándolo y siempre que se tenga en cuenta que lo menos malo es de todos modos malo. Se trata de una medida desesperada al efecto de contar con más tiempo para revertir la situación con esfuerzos educativos.

 

De todos modos imagino que si hubiera una disposición que obligara a la gente a ser patrimonialmente responsable por la gestión de quien vota, se encaminaría a las urnas con más cuidado y responsabilidad y, ante discursos descabellados, rechazaría las ofertas electorales existentes votando en blanco, lo cual naturalmente forzaría a los políticos a reconsiderar sus plataformas y ser más cautelosos en la articulación de sus pronunciamientos.

 

En política no puede pretenderse nunca lo óptimo puesto que necesariamente la campaña significa un discurso compatible con la comprensión de las mayorías lo cual requiere vérselas con el común denominador y, en funciones, demanda conciliaciones y consensos para operar. Muy distinto es el cuadro de situación en el plano académico que se traduce en ideas que apuntan a lo que al momento se considera lo mejor sin componendas de ninguna naturaleza que desvirtuarían y pervertirían por completo la misión de un académico que se precie de tal ya que implica antes que nada honestidad intelectual.

 

En esta instancia del proceso de evolución cultural, el político está embretado en un plafón que le marca las posibilidades de un discurso de máxima y uno de mínima según sea capaz la opinión pública de digerir propuestas de diversa índole. El político no puede sugerir medidas que la opinión pública no entiende o no comparte. La función del intelectual es distinta: si ajusta su discurso a lo que estima requieren sus audiencias, con toda razón será considerado un impostor.

 

Ahora bien, en este contexto cuando un votante se encuentra frente a ofertas políticas que considera están fuera de mínimas condiciones morales debe ejercer su derecho a no votar o, si se encuentra en un país en el que no se reconoce ese derecho, debe votar en blanco, lo cual siempre significa que se rechazan todas las ofertas existentes al momento. Incluso, a veces el voto en blanco envía una señal más clara al rechazo que la abstención puesto que implica tomarse el trabajo de trasladarse al lugar de votación para dejar constancia del disgusto. En esta línea argumental, es como señala el título de la obra en colaboración de Leon y Hunter: None of the Above. The Lesser of Two Evils…is Evil. No cabe mirar para otro lado y eludir las responsabilidades por lo que se votó.

 

En el caso del voto en blanco, no se debe caer en el temor de ser arrastrado por el fraude estadístico allí donde se descuentan esos votos del universo y, por ende, se inflan las posiciones de los candidatos votados puesto que lo relevante es la conciencia de cada cual y votar como a uno le gustaría que votaran los demás, la suba en las posiciones relativas de los otros candidatos no modifica el hecho de rechazar las propuestos que se someten a sufragio en una situación límite de inmoralidad en la que todos los postulantes se asemejan en las políticas de fondo y solo los diferencian matices y nimiedades que son en última instancia puramente formales. En este contexto, el voto en blanco es sumamente positivo porque constituye una manera eficaz de ponerle límite a los atropellos del Leviatán.

 

Es muy fértil la embestida de Saramago contra políticos inescrupulosos y ciudadanos distraídos que intentan por todos los medios de minimizar el rol de personas que contribuyen a la mejora de las ofertas programáticas existentes.

 

El ejercicio a que nos invita Saramago en su libro hace que los políticos en cuestión no se sientan avalados y convalidados en sus fechorías y les trasmiten la vergüenza de verse rechazados e ignorados por el voto en blanco. Nada altera más a un politicastro que el voto en blanco.

 

En la situación indicada, el voto en blanco o “voto protesta” como se lo ha denominado, es fruto del hastío y hartazgo moral del ciudadano pero es un voto de confianza y esperanza en un futuro que se considera es posible cambiar, frente a los apáticos e indiferentes que votan a sabiendas a candidatos con propuestas malsanas. En este sentido, el voto en blanco es un voto optimista que contrasta con la desidia de quienes ejercen su derecho por candidatos que saben son perjudiciales.

 

No solo cabe abandonar el voto el blanco cuando se está en la situación de extremo peligro que mencionamos más arriba, sino cuando coincide con la expresa instrucción de proceder a votar en blanco por parte de alguna línea política con la que no se coincide  puesto, en ese caso, el resultado será muy pastoso.

 

Es indispensable que cada uno asuma su deber de contribuir a engrosar espacios de libertad puesto que se trata -nada más y nada menos- de la condición humana. El descuido de esa obligación moral personalísima nos recuerda (y alerta mientras estemos a tiempo) que Arnold Toynbee sostuvo que el epitafio del Imperio Romano diría “demasiado tarde”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.