La inflación como fenómeno monetario: Teoría e Historia

Por Iván Carrino. Publicado el 4/10/2en : https://www.ivancarrino.com/la-inflacion-como-fenomeno-monetario-teoria-e-historia/

Buenas tardes a todos,

Nos convoca hoy el debate sobre la inflación y sus causas. Propongo entonces empezar con una mirada rápida hacia los datos del mundo al día de hoy. Si tomamos el promedio de los últimos 20 años, 8 de los 10 países más relevantes de América del Sur tienen una inflación promedio anual menor al 8%. Se trata de Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay.

En todos estos casos, sus Bancos Centrales tienen como objetivo principal y prioritario, mantener el valor estable de su moneda.

Teniendo en cuenta este dato objetivo de la realidad, y considerando que los Bancos Centrales son, por sobre toda las cosas, los responsables de determinar las cantidades óptimas de dinero de una economía, no podemos negar fácilmente que exista una relación entre la cantidad de dinero y el poder adquisitivo del mismo. O, dicho en otras palabras, entre la cantidad de dinero que existe en una economía y su tasa de inflación.

Un paper reciente del FMI (Yan Carriere-Swallow y otros, 2016) nos subrayó este punto. Analizando el importante logro de América Latina en materia de inflación desde la década de los ‘90 hasta esta parte, el FMI encontró que fueron las reformas monetarias realizadas durante ese período las que condujeron a la conquista de la estabilidad en la región.

Para los autores:

Desde la década de 1990, la política monetaria en América Latina ha logrado una transformación notable en términos de lograr la estabilidad de precios. Una ola de reformas legales en la región en la primera mitad de la década, en algunos casos consagradas en constituciones nacionales, otorgaron independencia a los bancos centrales. En esencia, los cambios tenían como objetivo restringir el financiamiento del banco central de los déficits del sector público que estaba en la raíz de la alta inflación en toda América Latina.

La mejora que describen se debió principalmente a cuatro factores: 1) la definición de un mandato estrecho y claro para los bancos centrales; 2) la formulación de políticas independientes de las necesidades del tesoro; 3) la autonomía en la implementación de la política monetaria; y 4) la rendición de cuentas y transparencia de los entes monetarios.

Estos cuatro pilares virtualmente eliminaron, en América Latina, el problema de la inflación. Obviamente, los autores mencionan a los dos países que abandonaron el camino: Argentina y Venezuela, donde no casualmente, sus Bancos Centrales tienen múltiples objetivos que alcanzar y, además, no gozan casi de ninguna autonomía ni independencia[1].

A primera vista, entonces, parecería haber algunos argumentos para afirmar que una cantidad de dinero excesivamente elevada es causa de una elevada tasa de inflación. Esta afirmación, además, encuentra numerosos adeptos en la historia del pensamiento económico.

Un repaso por la historia

En un trabajo de Raymond de Roover (Roover, 1983) se reseña el pensamiento de los autores y profesores nucleados en la llamada “Escuela de Salamanca”. Entre estos autores, algunos de ellos discípulos de Francisco De Vitoria, que vivieron entre los siglos XV y XVI, se encuentran Domingo de Soto, Diego de Covarrubias y Leyva, o Martín de Azpilcueta, conocido como Doctor Navarro.

De acuerdo con De Roover, todos estos autores coincidieron en que existía una relación entre el dinero y la inflación. En sus palabras, sostiene que:

Los autores españoles dieron por sabida la teoría cuantitativa, ya que sus tratados, casi sin excepción, decían que los precios subían o bajaban según la abundancia o escasez del dinero.

Tiempo después, en la Inglaterra del siglo XVII se dio un debate acerca del envilecimiento de las monedas de plata. De acuerdo con Rothbard (Rothbard, 1995) en el año 1690 el circulante monetario de Inglaterra se encontraba muy deteriorado, con lo que las viejas monedas no eran deseadas por el público, que prefería utilizar las nuevas monedas acuñadas por las autoridades. La gente o bien hacía circular más las monedas deterioradas, guardándose las nuevas, o bien aceptaban las monedas deterioradas pero por su peso y no por su valor nominal.

Esto llevó a que la Casa de la Moneda de la época tuviera que volver a acuñar las monedas, y que algunos sugirieran que lo que debía hacer el ente era pasar todas las monedas nuevas al peso de las viejas, deterioradas, pero al mismo valor nominal.

Frente a esta postura se alzó el filósofo inglés John Locke. En su libro Some Considerations of the Consequences of the Lowering of Interest and Raising the Value of Money (1692), Locke denunció el envilecimiento como algo ilusorio y engañoso. Según Rothbard explica, para Locke:

… lo que determinaba el valor real de una moneda (…) era la cantidad de plata en la moneda, y no el nombre que le otorgaran las autoridades. La degradación, advirtió Locke en su magnífica discusión, es ilusoria e inflacionista: si las monedas, por ejemplo, se devalúan en una vigésima parte, “cuando los hombres vayan al mercado a comprar cualquier otra mercancía con su dinero nuevo, pero más ligero, encontrarán que 20 chelines de su nuevo dinero no comprarán más de lo que 19 compraban antes’. La degradación simplemente diluye el valor real.[2]

Después de John Locke vino David Hume, quién criticó la idea mercantilista de mantener una balanza comercial positiva, precisamente por ignorar la relación entre la cantidad de dinero y el nivel de precios.

Según Robert Ekelund (Ekelund, Hébert, 2005), David Hume:

Puso de relieve un mecanismo precios-flujos de metales preciosos que vinculaba la cantidad de dinero a los precios y las variaciones de éstos a los superávits y déficits de la balanza comercial.

Para el filósofo inglés, la idea de mantener una balanza comercial positiva de forma permanente era imposible, puesto que el mayor ingreso de metales preciosos presionaría al alza los precios, lo que encarecería relativamente al país superavitario respecto de sus vecinos. Este fenómeno impulsaría entonces un aumento de las importaciones y una baja de las exportaciones lo que, a la postre, regresaría al equilibrio a la balanza comercial.

Por la misma época se destacó un pensador irlandés, que pasó gran parte de su vida en Francia e Inglaterra: Richard Cantillon. El aporte fundamental de Cantillon no fue tanto insistir en la relación positiva que ya varios comprendían entre dinero y precios, sino establecer un mecanismo a través del cual el cambio en la cantidad de dinero beneficiaba a los distintos sectores de la sociedad. Para Cantillon, una mayor cantidad de dinero no siempre aumentaba en la misma proporción los precios de todos los bienes y servicios que se producían. Esto era así porque el resultado final dependía de quién o quiénes recibían el nuevo dinero en primer lugar.

Cantillon (Cantillon, 2020) sostenía que:

Cualesquiera que sean las manos por donde pase el dinero que se ha introducido en la circulación aumentará naturalmente el consumo; pero este consumo será más o menos grande según los casos, y afectará en mayor o menor escala a ciertas especies de artículos o mercaderías, según el capricho de los que adquieren el dinero (…)

Si el aumento de dinero efectivo proviene de las minas de oro o plata que se encuentran en un Estado, el propietario de estas minas, los empresarios, fundidores, refinadores y, en general, todos cuantos trabajan en ello, no dejarán de aumentar sus gastos en proporción de sus ganancias. (…) Estos precios elevados inducirán a los colonos a emplear más extensión de tierra para producirlos en años sucesivos: estos mismos colonos se beneficiarán con el referido aumento de precios, y aumentarán, como los otros, sus gastos familiares. Quienes sufrirán este encarecimiento y el aumento del consumo serán, primeramente, los propietarios de las tierras, mientras duren sus contratos de arrendamiento; después, sus criados y todos los obreros o gentes con salario fijo, que a ellos están vinculados. Será preciso que todas estas personas disminuyan su gasto en proporción al nuevo consumo, circunstancia que obligará a un gran número a salir del Estado, y a buscar fortuna en otros países…

Así, si los escolásticos y los clásicos ya habían advertido sobre el rol del dinero en la inflación, Cantillon advirtió sobre las consecuencias redistributivas de la inyección de nuevo dinero en una economía. Y estos efectos ocurren tanto si el nuevo dinero es oro de reciente extracción, o papeles de reciente impresión.

A comienzos del Siglo XX llegó Irving Fisher, quien consagró en la historia una ecuación que todos los estudiantes de economía alguna vez tuvieron que estudiar: M*V=P*T. De acuerdo con Fisher, si M es la cantidad de dinero en circulación, si V es la velocidad de circulación del dinero, P es el nivel de precios y Q el índice de volumen físico de las transacciones, entonces de no moverse ni V ni T, un cambio en M impactará en P en la misma proporción. Ya John Stuart Mill había expresado lo mismo previamente, aunque sin la simbología matemática. Siguiendo a Ekelund (Ekelund Hébert, 2005), Mill decía que:

… para una cantidad de mercancías y un número de transacciones determinados, el valor del dinero es inversamente proporcional al producto de su cantidad por lo que se llama velocidad de circulación del mismo.

Fisher insistió en que ni Q ni T se verían impactados por los cambios en M, lo que dio origen a la llamada Teoría Cuantitativa del Dinero. El vínculo entre el dinero y la inflación estaba ahora plenamente establecido. La dirección de causalidad también.

Keynes, Friedman y la Escuela Austriaca

Durante los años ‘30, Estados Unidos experimentó la deflación, en el medio de un contexto de crisis, con aumento del desempleo y caída de la producción. En ese entonces, era esperable que nadie tuviera como primera preocupación la suba de los precios. Pero ni siquiera Keynes -el revolucionario padre de la Macroeconomía- negó que existiera una relación entre emisión e inflación. En una carta escrita al presidente Franklin D. Roosevelt y publicada en el New York Times, Keynes[3] exhortó al mandatario norteamericano a salir al rescate de la economía aumentando la demanda agregada.

De acuerdo con el economista inglés, este aumento debía generarse con un mayor gasto público, a financiarse con “dinero prestado o impreso”. Pocas líneas después admitió que esto pudiera tener un efecto en los precios, pero lo juzgó como algo positivo. “Los precios en alza deben ser bienvenidos porque generalmente son un síntoma del aumento de la producción y el empleo”, decía Keynes, motivo por el cual “es esencial asegurar que la recuperación no se vea frenada por la insuficiencia de la oferta de dinero para respaldar el aumento de la rotación monetaria”.

Después de Keynes, la inflación y sus orígenes pasaron a un segundo plano casi por 40 años. Hubo que esperar a un nuevo contexto global: el de la estanflación, para -digamos, “volver a las bases”. Y el retorno de la teoría cuantitativa del dinero estuvo a cargo de nada menos que Milton Friedman, académico de la Universidad de Chicago.

A través de numerosos estudios, conferencias y hasta documentales, el profesor Friedman se esforzó por difundir nuevamente la idea de que la inflación era un fenómeno siempre monetario y que la solución a la misma pasaba por un mayor control de la política monetaria y de la fiscal.

En palabras de Friedman (Friedman, 2012):

La causa próxima de la inflación es siempre y en todas partes la misma: un incremento demasiado rápido en la cantidad de dinero en circulación con respecto a la producción (…) Nunca ha habido un período de inflación dilatado y continuo que no haya sido acompañado de un crecimiento del circulante superior al de la producción.

Friedman sostenía que detrás del aumento de la cantidad de dinero, que generaba inflación, había tres causas finales: el aumento del déficit fiscal, la búsqueda del pleno empleo, y el intento por reprimir el aumento de las tasas de interés. Finalmente, concluía con firmeza que “la única manera de acabar con la inflación estriba en no permitir que el gasto público crezca tan rápidamente”.

Otro aporte que nos dejó el estadounidense fue su crítica a la Curva de Philips, donde añadió un factor de relevancia crucial para visiones contemporáneas sobre la inflación: el rol de las expectativas. Pero antes de llegar ahí, pasemos primero a la visión de la Escuela Austriaca de Economía sobre la relación entre el dinero, el poder de adquisitivo de la moneda y el aumento de los precios.

En sus conferencias en Buenos Aires[4], Ludwig von Mises reforzó la teoría cuantitativa del dinero al sostener que “si la oferta de caviar fuera tan abundante como la de patatas, el precio del caviar —es decir, la relación de intercambio entre caviar y dinero o caviar y otros productos— cambiaría considerablemente.”. Al considerar al dinero un bien económico como cualquier otro, la misma lógica cabía aplicarle.

No obstante, en La Acción Humana (Mises, 2011), dedicó algunos capítulos a tomar distancia de la ecuación cuantitativa del dinero. Es que para Mises, el establecimiento de una relación mecánica entre variables agregadas era una ofensa a su preciado individualismo metodológico.

Para Mises, la idea de un dinero que no tenga efectos reales (es decir, que no modifique la estructura productiva de la economía), es errónea. Y, además:

Tal idea indujo a muchos a creer que el «nivel» de los precios sube y baja proporcionalmente al incremento o disminución de la cantidad de dinero en circulación. Se olvidaba que ninguna variación de las existencias dinerarias puede afectar a los precios de todos los bienes y servicios al mismo tiempo y en idéntica proporción. (…) En orden a demostrar la doctrina según la cual la cantidad de dinero y los precios suben o bajan proporcionalmente, al abordar la teoría del dinero se adoptó un método totalmente distinto del que la economía moderna emplea en el estudio de todos los demás problemas.

Tiempo después, otro pope de la Escuela Austriaca, F.A. Hayek (Hayek, 1996), expresó que estaba de acuerdo con el enfoque monetarista de Milton Friedman de que toda inflación era inflación “de demanda”. Sin embargo, objetaba que la teoría:

… a causa del énfasis que pone en los efectos de las variaciones de la cantidad de dinero sobre el nivel general de precios, dirige una atención demasiado exclusiva a los perniciosos efectos de la inflación o deflación sobre la relación crediticia, pero pasa por alto los efectos, aún más importantes y dañinos, que tienen las inyecciones y retiradas de circulante sobre la estructura de los precios relativos y la consiguiente asignación errónea de recursos y, en particular, la mala dirección de las inversiones que causa.

Con las críticas de Mises y Hayek, y retomando aquellas enseñanzas de Cantillon, los economistas austriacos elaboraron una teoría del ciclo económico totalmente original. La emisión monetaria puede o no generar inflación (medida esta como el aumento sostenido del nivel de precios), pero sin dudas generará una distorsión de los precios relativos de la economía, que llevará a la misma a un sendero de crecimiento insostenible que -tarde o temprano- deberá terminarse. El final de este proceso tendrá dos alternativas: o bien una crisis económica con subas del desempleo y deflación, y bien una hiperinflación y el fin de la moneda (Mises, 2005).

O sea, los austriacos no negaron los efectos del dinero en el nivel de precios agregado de la economía, pero hicieron foco en un efecto considerado aún más dañino: la distorsión de la información que los precios de mercado saben transmitir mejor que nadie.

Es así que tras recibir el Premio Nobel de Economía, Friedrich Hayek publicó su “Desnacionalización del Dinero”, obra en la cual, tras afirmar que “la historia casi se reduce a la historia de las inflaciones y normalmente de las que las autoridades generan para su propio provecho”, propuso eliminar el monopolio de la emisión de dinero. Tras ello, sus seguidores, entre los más destacados George Selgin y Lawrence White, escribieron libros y artículos en defensa de un sistema monetario totalmente desregulado, con bancos de reserva fraccionaria y emisión de dinero privado por parte de estas instituciones.

El corto plazo, Macri y Olivera

Si me siguen hasta acá, tal vez haya varios convencidos de que efectivamente la relación entre el dinero y la inflación es una ampliamente conocida y aceptada por los economistas, y por tanto, una herramienta para entender y modificar la realidad. Me refiero a que si hay mucha inflación, podemos pensar que se debe a que se emitió mucho dinero y, por otro lado, que si queremos bajarla, podemos pensar que el mejor camino es dejar de emitir.

No obstante, algún escéptico todavía puede estar dudando. Y para reforzar sus inquietudes acaso vuelva al pasado reciente de la Argentina y se pregunte: ¿si todo lo que está diciendo Iván es cierto, cómo es posible que, durante el gobierno de Macri, la emisión monetaria se haya frenado por completo y, no obstante, hayamos tenido la inflación más elevada de los -hasta entonces- últimos treinta años?

Y es aquí donde el economista argentino, Julio Hipólito Guillermo Olivera, puede hacer su entrada triunfal.

Repasemos, ante todo, los datos. Después del 28 de diciembre de 2017, cuando el poder ejecutivo interfirió en la autonomía del manejo de la política monetaria y se decidió modificar las metas de inflación, el Banco Central accedió a reducir su tasa de interés. En una economía que estaba generando dudas en materia fiscal y de sostenibilidad de la deuda, este movimiento no fue bien leído por los inversores. El siguiente paso fue el acercamiento y posterior firma de un acuerdo con el FMI, y cuando eso no fue suficiente, el acuerdo se volvió a ajustar. Es así que en el 28 de septiembre de 2018 el BCRA anunció que modificaba su esquema de política monetaria “para implementar una meta de crecimiento nulo de la base monetaria hasta junio de 2019”[5]. Con algunos ajustes en esta meta, en concreto entre el mes de septiembre de 2018 y el mes de septiembre de 2019, la base monetaria aumentó solamente un 4,8%. En septiembre de 2018 la base monetaria había aumentado 43,9% anual. Un año más tarde el ritmo de aumento se había reducido a un décimo.

A pesar de estas medidas, la inflación anual de 2019 cerró en 53,8%, la más elevada de los 28 años precedentes.

Olivera (Olivera, 1960) explicaría este fenómeno en el marco de su “teoría no monetaria” de la inflación. Lo primero que debe decirse aquí es que Olivera no negaba que la inflación fuese un fenómeno monetario. El autor argentino asegura que “por cuanto entraña esencialmente un deterioro del valor del dinero, la inflación es en sí un fenómeno monetario.” No obstante, aclaraba después, que al hablar de teorías no monetarias, no se hacía referencia a la naturaleza del fenómeno, sino a las causas que lo producían. Entre estas causas, Olivera entontraba un cambio de precios relativos que ocurriera en el marco de un mundo con precios inflexibles a la baja.

Así las cosas, si el precio del bien B cae en términos relativos respecto del bien A, pero los precios nominales son inflexibles a la baja, entonces el sistema se resuelve con un aumento nominal del precio de A, manteniéndose constante el precio del bien B. Finalmente, esto tiene como resultado un aumento general del nivel de precios de la economía. La inflación, así, no fue causada por el aumento de la emisión monetaria, sino por un cambio de precios relativos que incrementó el valor del IPC.

La teoría de Olivera podría aplicarse y explicar en parte el fenómeno de la inflación de 2019. En efecto, el aumento del valor del dólar (que pasó de $ 38,8 En diciembre de 2018 a $ 63 en diciembre de 2019) puede explicar la modificación al alza de una serie de precios de la economía no compensada por una baja de otros productos, llevando esto a una suba del nivel de precios promedio.

Ahora el punto es si estas disrupciones de corto plazo pueden negar la teoría monetarista de la inflación. Y, desde nuestro punto de vista, esto no es suficiente. La visión de Olivera -y otros “estructuralistas”- puede ser útil para entender cambios de corto plazo en la tasa de inflación: pero para comprender el fenómeno de la inflación a largo plazo -como el que vive hoy Argentina-, debemos volver a la cantidad de dinero.

De Gregorio (De Gregorio, 2017) nos muestra este fenómeno con dos gráficos (ver gráfico 5 en el anexo) elocuentes que en el eje horizontal tienen la tasa de expansión de la cantidad de dinero y en el vertical la tasa de inflación. Un gráfico muestra cambios a corto y el otro las variaciones a un plazo más largo. El economista chileno concluye que:

… la relación entre dinero e inflación es muy débil en el corto plazo.  (…) Cuando se observa la evidencia de largo plazo, veinte años, la relación es más clara, y efectivamente hay una alta correlación entre la inflación y el crecimiento de M1. Esto es particularmente importante para inflaciones altas. (…)

En consecuencia podríamos concluir que la teoría cuantitativa, y por lo tanto, la neutralidad del dinero, se cumpliría en el largo plazo.

La evidencia también indica que, a corto plazo, la correlación entre emisión e inflación es débil, mientras que a largo se vuelve más robusta.

Milton Friedman no estaría en desacuerdo con esta afirmación, ya que en su decálogo del monetarismo (Ravier, 2012), explicaba que a corto plazo la emisión monetaria afectaba más al nivel de actividad que al nivel de precios; siendo el impacto sobre éste más importante luego del paso de un cierto tiempo.

Por último, y volviendo al éxito que los países Latinoamericanos han mostrado en el combate contra la inflación, vale destacar el análisis de Bernanke (Bernanke, 2005), quien afirmó que la responsabilidad fundamental en el éxito antiinflacionario recae en el abandono de las ideas estructuralistas y su reemplazo por “el consenso actual entre los economistas – que el crecimiento de la cantidad de dinero generado por el déficit fiscal es la fuerza motora detrás de casi todos los episodios de muy alta inflación”.

Tal vez los hechos más recientes, y las declaraciones de los banqueros centrales del día de hoy, junto con sus políticas monetarias, sea una nueva demostración de este dictum de Bernanke[6].

Por último, el rol de las expectativas

Como nos decía Bernanke, existe un consenso entre economistas acerca de que, en el origen de la inflación, está la política monetaria impulsada por la dominancia fiscal. Ahora a esto hay que sumarle el rol de las expectativas, un camino que comenzó Friedman pero que luego fue profundizado por autores de la talla de Robert Lucas y Thomas Sargent, entre otros.

La “revolución de las expectativas racionales”, como se ha llamado a esta nueva corriente del pensamiento económico, sostiene que los agentes económicos hacen el mejor uso de la información limitada de la que disponen y, en base a eso, buscan anticiparse y adaptarse racionalmente a los efectos esperados de las políticas gubernamentales. Así, el comportamiento de los individuos puede contrarrestar los efectos de las políticas y frustrar sus objetivos.

Un texto clásico en este sentido es el de Sargent y Wallace (Sargent & Wallace, 1981). Los autores sostuvieron en esa época la controvertida idea de que la política monetaria, por sí misma, no sería suficiente para reducir la inflación. Incluso más, que una política monetaria apuntada a bajar la inflación, si se empleaba en solitario, generaría más inflación en el futuro.

Esto era así porque, en un sistema donde el Banco Central dejara fija la tasa de expansión monetaria, por ejemplo, el déficit del gobierno sólo podría ser financiado en parte con el dinero emitido, teniendo el resto que financiarse en el mercado de bonos. Ahora bien, llegado el punto en que el mercado de bonos se saturase, entonces el Banco Central debería financiar ese déficit con “señoreaje, requiriendo la creación de dinero adicional. Más tarde o más temprano, en una economía monetaria, el resultado es inflación adicional”.

Sargent y Wallace enfatizaban su punto al considerar que, si la demanda de dinero dependía de la tasa esperada de inflación, entonces podría darse el caso de que la autoridad monetaria ni siquiera pudiera bajar la inflación en el corto plazo. Es que los agentes racionales, esperando una mayor expansión en el futuro, reducirían hoy su demanda de dinero, haciendo que la “dureza monetaria” tuviera poco efecto sobre la inflación presente.

En otro artículo sobre las hiperinflaciones europeas de los años ‘30, Sargent (Sargent, 1982) volvió a insistir en las expectativas de los agentes y, por tanto, en la credibilidad de las políticas implementadas para bajar la inflación:

Las medidas esenciales que pusieron fin a la hiperinflación en Alemania, Austria, Hungría y Polonia fueron, primero, la creación de un banco central independiente que estaba legalmente comprometido a rechazar la demanda de emisión por parte del gobierno y, segundo, una alteración simultánea en el régimen de política fiscal (…) una vez que se entendió ampliamente que el gobierno no dependería del banco central para sus finanzas, la inflación terminó y los tipos de cambio se estabilizaron.

Volviendo a 2019, esta hipótesis también podría obtener una ilustración en los hechos. Mientras los mercados creyeron en la política monetaria y la continuidad de una política fiscal gradualista hacia abajo, avalada por un organismo internacional como el Fondo Monetario Internacional, la inflación mostró cierta morigeración y el tipo de cambio se mantuvo estable. No obstante, una vez el escenario político se modificó, la expectativa de los agentes también lo hizo, de forma rápida y radical, y con ello vino el salto del tipo de cambio, una caída de la demanda de dinero, y un nuevo aumento en la tasa de inflación.

Conclusión

A lo largo de este trabajo hemos tratado de entrelazar los datos de la realidad con un conjunto de ideas que han mantenido su coherencia a lo largo de, al menos, seis siglos. Así, intentamos sostener que -si bien en economía, como en toda ciencia- las conclusiones son siempre provisionales y sujetas a refutación, la afirmación de que la emisión excesiva de dinero es la causante de la inflación es una que cuenta con un considerable consenso en la profesión y en la academia y que, además, ha sido suficientemente ilustrada por la evidencia empírica a lo largo de la historia.

Eso no impide, por supuesto, que podamos escuchar objeciones y críticas. No obstante, es la creencia de este servidor, que dichas críticas no podrán cambiar en mucho los puntos fundamentales aquí vertidos.

Anexo de Gráficos

Gráfico 1. Inflación anual promedio (2003-2022), países seleccionados de América del Sur.

Fuente: elaboración propia en base a FMI

Gráfico 2. Inflación anual promedio (2003-2022), países seleccionados de América del Sur con Argentina y Venezuela.

Fuente: elaboración propia en base a FMI

Gráfico 3. Base monetaria (promedio míovil 12 meses) y tasa de expansión anual.

Fuente: elaboración propia en base a BCRA.

Gráfico 4. Tasa de inflación anual (2002-2020), datos mensuales.

Fuente: elaboración propia en base a INDEC y fuentes privadas.

Gráfico 5. Emisión monetaria e inflación en el corto y largo plazo.

Fuente: De Gregorio (2007).

Gráfico 6. Tasa de interés de referencia para países seleccionados (2020-2022)

Fuente: elaboración propia en base a INDEC y Bancos Centrales.


[1] La página oficial del Banco Central de Venezuela se ocupa de aclarar que dicha institución es “integrante del Poder Público Nacional” y “que ejerce funciones gestoras de interés público en coordinación con la política económica general y se rige por los principios que gobiernan la Administración Pública.”. En el caso de Argentina, la reforma de la carta orgánica del 2012 modificó los objetivos, que quedaron establecidos en 5: “en el marco de las políticas establecidas por el gobierno nacional, 1) la estabilidad monetaria, 2) la estabilidad financiera, 3) el empleo y 4) el desarrollo económico 5) con equidad social. Véase BCV, Misión y Visión (http://www.bcv.org.ve/bcv/mision-y-vision) y BCRA, Carta Orgánica (http://www.bcra.gov.ar/pdfs/bcra/cartaorganica2012.pdf).

[2] La traducción es mía.

[3] John Maynard Keynes “An Open Letter to President Roosevelt” (1933). Disponible online en: http://www.la.utexas.edu/users/hcleaver/368/368KeynesOpenLetFDRtable.pdf (Versión en español traducida por Iván Carrino, en: https://www.ivancarrino.com/wp-content/uploads/2019/06/JM-Keynes-CARTA-ABIERTA-AL-PRESIDENTE-ROOSEVELT.pdf)

[4] El economista austriaco Ludwig von Mises bridó, en el año 1969, una serie de conferencias en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. En una de ellas se refirió a la inflación. Sus conferencias se encuentran publicadas por Unión Editorial, en un libro titulado “Política Económica”.

[5] El BCRA refuerza el sesgo contractivo de la política monetaria y adapta normas al nuevo esquema monetario. 28 de septiembre de 2018, disponible en: http://www.bcra.gov.ar/Noticias/BCRA-refuerza-esquema-politica-monetaria.asp

[6] En una entrevista para el programa “60 Minutos”, el actual presidente de la Fed, Jerome Powell admitió haber “inundado de dinero” el mercado. Véase Full Transcript: Fed Chair Jerome Powell’s 60 Minutes interview on economic recovery from the coronavirus pandemic https://www.cbsnews.com/news/full-transcript-fed-chair-jerome-powell-60-minutes-interview-economic-recovery-from-coronavirus-pandemic/

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano. Es Investigador Asociado del Centro FARO, de la Universidad del Desarrollo de ChileEs Sub Director de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE. Sigue a @ivancarrino

Chicago boys vs Columbia boys: la ingeniería social vs la «mano invisible»

Por Nicolás Cachanosky. Publicado el 30/04/21 en: https://www.perfil.com/noticias/economia/dos-formas-de-ver-la-economia-la-ingenieria-social-vs-la-mano-invisible.phtml

En ocasión de un encuentro por el Mercosur, esta semana se produjo un cruce de ideas entre el ministro de Economía Martín Guzmán y su par brasileño, Paulo Guedes. Aquí, un economista analiza ambas formas de ver la economía.

Mercosur 20210429Cruces con Brasil por los aranceles, en la reunión del Mercosur. | CEDOC PERFIL

Existen dos maneras diferentes de ver la economía. Por un lado, la economía es un proceso espontáneo, con vida propia que se autorregula. A esta visión se la suele asociar a la famosa “mano invisible” de Adam Smith. Para este punto de vista la mano invisible no es perfecta, pero sí es mejor que una economía fuertemente regulada.

Por el otro lado, la economía es vista como un problema de ingeniería social. Con raíces en Marx (explotación) y Keynes (irracionalidad), el estado debe controlar, regular, e incluso salvar a la economía de sus propias crisis.

Los Ministros de Economía Martín Guzmán (Argentina) y Paulo Guedes (Brasil) fueron protagonistas de este contrapunto. Ante la afirmación de Guzmán, de que “la mano invisible de Adam Smith es invisible porque no existe”, su par brasileño le recordó que la mitad de los Nobel de Economía fueron para economistas de la tradición de la Escuela de Chicago.

Más allá de las sorprendentes palabras de Guzmán, su expresión es un acto fallido que muestra que en el gobierno prevalece una visión de la economía como un problema de ingeniería social en lugar de una visión de la economía como un proceso espontáneo y natural.

En primer lugar, la respuesta de Guedes se queda corta. La visión de la economía como un proceso de mano invisible trasciende a la Escuela de Chicago ampliamente.

Tres ejemplos no asociados a la Escuela de Chicago dentro del listado de Nobel al que hace referencia el ministro brasileño son Elinor OstromVernon L. Smith, y Friedrich A. Hayek. Este último no sólo podría considerarse un Adam Smith del Siglo XX, sino que es uno de los Nobel más citado por otros galardonados con el Nobel.

Además, así como la mano invisible trasciende a la Escuela de Chicago, también trasciende a la economía. En filosofía, por ejemplo, autores de la talla de Robert Nozick y Karl Popper han tratado el tema. Mal que le pese a Guzmán, la mano invisible es parte del ADN del desarrollo de la teoría económica desde Adam Smith hasta la fecha.

La visión ingenieril de la economía por parte del gobierno está por todos lados. Está tan presente que la tomamos como natural y no tomamos nota de ella. Podemos pensar, por ejemplo, en la obsesión regulatoria del estado. O en la intención de controlar la inflación con gigantescas planillas Excel. Pero para no perdernos en anécdotas, podemos mirar los mismos indicadores que se usan en investigaciones científicas a nivel mundial.

Según el Índice de Libertad Económica del Fraser Institute (Canadá), con el kirchnerismo argentina descendió en el ranking de libertad económica al punto tal de ubicarse entre las 10 economías menos libres del mundo. El problema es que la economía no es una compleja pieza de relojería. La economía es más bien un ecosistema.

El economista de la mano invisible es más biólogo que ingeniero. Estudia un complejo ecosistema que él mismo es incapaz de reproducir, realizando intervenciones menores para garantizar su supervivencia, pero sin buscar regular su naturaleza. El ingeniero, en cambio, no aceptaría ningún cambio espontáneo del ecosistema que no esté apropiadamente regulado por alguna oficina gubernamental. Las trabas al progreso y desarrollo son obvias.

Así como la mano invisible trasciende a la Escuela de Chicago, la visión ingenieril de la economía trasciende al kirchnerismo. Recordemos que el lema de Cambiemos era el de estado presente, no el de un estado limitado. Importantes figuras de este movimiento han sostenido que Cambiemos era socialista o un movimiento de izquierda (recuerdo a Ivan Petrella, Federico Pinedo, Marcos Peña, y Durán Barba).

Con actitudes que hacen acordar a adolescentes, desde el gobierno se mofaban de los economistas de la mano invisible usando motes como el de “liberalote”. Podemos recordar también la persecución de Rodriguez Larreta en CABA a Uber y ciudadanos de bien intentando hacer algún ingreso extra (quizás para pagar los aumentos de impuesto de Larreta) mientras hacía la vista gorda a los violentos actos del sindicato de taxis. Todo este drama justificado en la falta de una regulación apropiada. La visión ingenieril es poco creativa. En lugar de adatar la regulación a los nuevos desarrollos del mercado prohíbe aquello que no es adaptable a una regulación anacrónica.

No hace falta especular, podemos ver los datos. A nivel mundial, al menos desde el 2000 a la fecha, la libertad económica viene en ascensoArgentina, una vez más, a contramano del mundo. El ingreso per cápita (ajustado por costo de vida) de las economías más libres del mundo es casi diez veces superior al de las economías menos libres del mundo.

La mano invisible es la mejor arma para eliminar la pobreza. Los datos también nos muestran que la distribución del ingreso es similar en economías libres y reprimidas. La diferencia es que la pobreza es mayor en las economías reprimidas. Un último dato, en las economías libres hay mayor igualdad de género que en las economías reprimidas.

Si uno mira la economía argentina, especialmente de Perón a la fecha, no vemos una alternancia entre la mano invisible y la ingeniería económica. Lo que vemos es una alternancia de ingenieros. Todos estos experimentos terminan de manera similar. Crisis económica con un retroceso relativo en la economía mundial.

Quizás para Guzmán y el kirchnerismo los beneficios de una economía libre sean invisibles. No hace falta que también lo sean para la oposición.

Nicolás Cachanosky es Doctor en Economía, (Suffolk University), Lic. en Economía, (UCA), Master en Economía y Ciencias Políticas, (ESEADE). Fué profesor de Finanzas Públicas en UCA y es Assistant Professor of Economics en Metropolitan State University of Denver. Es profesor de UCEMA. Publica en @n_cachanosky

CARTA ABIERTA A AXEL KICILOFF

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 16/8/20 en: http://gzanotti.blogspot.com/2020/08/carta-abierta-axel-kiciloff.html

Axel, nos conocimos en el 2005. Por intermedio de Adrián Ravier, quien fuera tu alumno, yo te invité al Departamento de Investigaciones del Eseade. Expusiste sobre Marx, Keynes y tus interpretaciones de la Escuela Austríaca. Nos quedamos todos con una excelente impresión. Eras todo un académico. Todo fue tranquilo, cordial, respetuoso, como debe ser. Cuando hablabas citabas tu bibliografía y te remitías a las fuentes. Fue una excelente exposición y luego un muy buen debate. Han pasado los años. It´s been a while….Hace muy poquito dijiste que estábamos todos muy angustiados por no poder ir a jugar al golf. Me hizo acordar a De Vicenzo, que cuando jugaba hacía un golf. Pero lo tuyo no fue precisamente un golazo. Axel, ¿dónde se ha ido el que podía saltar de Marx, a Keynes, a Mises, bien estudiados todos, en sólo una línea? Axel te voy a responder lo que muchos argentinos quisieran decirte.La angustia no consiste en no poder ir a jugar al golf. Tal vez algunos, sí, pero reconoceme que no la mayoría de gente que te votó. Axel, la angustia consiste en no poder salir a trabajar, en gente que vive al día, que no tiene departamentos en Puerto Madero ni dirige reuniones de directorio por zoom. Axel, lejos del golf, el problema está en miles y miles de pymes que se están fundiendo y miles, tal vez millones, de cuentapropistas en negro que se están muriendo de hambre, ellos y su familia, a los cuales persigue tu policía. Axel, el problema de salud consiste en las miles de personas con enfermedades graves (cáncer, corazón, diabetes, etc.) que ahora no pueden ser atendidas porque vos y muchos han colaborado en infundirles pánico y ni siquiera se atreven a estornudar en público. Axel, el problema no consiste en el nro. de casos, sobre todo en gente sana que se contagia pero ni desarrolla síntomas o apenas un resfrío de unos días. El problema consiste, sí en los inmunodrepesivos, en los que tienen enfermedades pre-existentes, que mueren CON Covid y no por Covid, pero a esas personas hace años que el sistema de salud de la Provincia no llega; hace años que ya está colapsado. Axcel, por favor, dejá salir a trabajar a todos pero sobre todo a los que más lo necesitan, a los que trabajan en negro porque no les queda otra, a esos que antes no les mandabas la policía pero ahora sí, que si se contagian van a desarrollar inmunidad ante un virus que sabés bien que tiene una tasa de letalidad infinitamente más baja que el dengue, la tuberculosos, la neumonía bacterial y etc., enfemedades de las cuales no estás contando los casos y parece que para vos no existen. Pero, Axel, lo peor es que todo esto lo sabés. Vamos, a mí no me mientas, en el fondo lo sabés, igual que te sabés de memoria todas las fuentes de lo que antes eran tus artículos académicos. Como ves no te pido que dejes de ser marxista ni keynesiano. Ni soñando. Ese es tu paradigma y lo respeto. Pero sabés perfectamente que ese paradigma no te permite perseguir con la policía a los trabajadores o ignorar cómo funciona el sistema inmunológico. No te atrevés, obviamente, a enfrentarte ni con Alberto y menos aún con Cristina.Eso lo comprendo también pero, qué lástima. El Axel Kiciloff que yo conocí, el académico, no había perdido su dignidad.

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación. Publica como @gabrielmises

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El “neoliberalismo” de Macri

Por Gabriel Boragina Publicado el 24/3/18 en: http://www.accionhumana.com/2018/03/el-neoliberalismo-de-macri.html

 

Respecto de la cuestión de si el gobierno del presidente Macri es neoliberal o no, caben hacer las siguientes reflexiones que tienen que ver con puntos que hemos desarrollado en muchas otras oportunidades.

En lo personal, trazo diferencias sustanciales entre los términos liberalismo y el más popular neoliberalismo. Dado que -en lo particular- adhiero al liberalismo y no el neoliberalismo volveré a precisar (lo más sintéticamente que me sea posible) que entiendo por esta filosofía a la que yo suscribo.

Lo que sigue son las respuestas que le di a un ocasional interlocutor español que sostenía que en Sudamérica y -especialmente- en la Argentina había un gobierno liberal o neoliberal. Voy a tratar de desarrollarlas en el mismo orden en que se dio el diálogo que mantuve con él.

Mis respuestas a sus “planteos” fueron las siguientes:

  1. El último vestigio de liberalismo que tuvimos por estos lares, tuvo su punto culminante en las décadas del 20 y del 30 del siglo pasado (variando en la región según cada país, claro). El “auge” del liberalismo en el curso de la historia mundial (ya no sólo sudamericana) fue relativamente breve en una perspectiva histórica que puede decirse comprendida entre fines del siglo XVIII hasta las dos o tres primeras décadas del siglo XX. Desde estas últimas fechas hasta la actualidad las ideas liberales fueron paulatinamente siendo desplazadas por la ideología socialista asumiendo distintos grados y proporciones según las épocas. En Sudamérica, característicamente, hallaron buena acogida las ideologías fascistas y sus variantes populistas que gozaron de gran predicamento desde mediados del siglo pasado hasta nuestros días. En el caso argentino, ello con el peronismo, e incluso con gobierno de diferentes denominaciones, inclusivamente militares. Desde esta última época hasta la actualidad puede decirse que los otros gobiernos argentinos han girado dentro de un círculo conformado por el populismo y la socialdemocracia (en el mejor de los casos). Pero, siempre en las fechas indicadas, ninguno ha rozado siquiera la esencia del ideario liberal, ni han puesto en ejecución sus más efectivas recetas.
  2. El proceso descripto tuvo su punto de partida a partir de la década del 30 del mismo siglo, donde se empezaron a introducir en Latinoamérica -importadas de Europa- las doctrinas fascistas y nazistas, y sus correlatos económicos: el nacionalismo y el proteccionismo. Las ideologías mencionadas, implantadas en la región con mucha fuerza hacia mediados del siglo pasado se mantuvieron hasta nuestros días oscilando entre un estatismo virulento hacia otro más atenuado. El gobierno del presidente Macri -en mi opinión- es un estatismo de bajo grado en comparación a los gobiernos precedentes argentinos. Nuevamente, nada de ello tiene siquiera punto de contacto con el liberalismo que se le achaca.
  3. En lo económico, estrictamente, se aplicó -durante los periodos antes enumerados- el keynesianismo. Keynes publicaba su “Teoría General…” en 1936, pero sus opiniones empiezan a colarse en Latinoamérica hacia fines de los años 50, y tienen su apogeo en los 70 del mismo siglo, en gran parte gracias a la CEPAL. Esas teorías se siguen aplicando más tenuemente en la actualidad. Como se observa…nada de “liberalismo” en todo un largo periodo…hasta hoy. Esta tendencia no lo fue solo en la Argentina, sino en la mayor parte de la región.
  4. En los años 80 y durante casi 20 años, en Chile se pusieron en marcha algunas tesis “monetaristas” con buen éxito. Sin embargo, como no se quiso abandonar de todo el keynesianismo, la mejoría no fue óptima. Pero fue un buen intento. Como se ha venido observando en las últimas décadas, México, Perú y Colombia mejoran sus economías en la medida que se apartan del intervencionismo keynesiano.
  5. En cuanto a llamar a todo lo anterior “neoliberalismo” puede aceptarse siempre y cuando -y en la medida que- se tenga en claro que “neoliberalismo” NO ES liberalismo. En otra oportunidad hemos llegado a la conclusión que el «neoliberalismo» no es otra cosa que lo que nosotros llamamos intervencionismo (quizás de bajo grado, pero intervencionismo al fin). Al “neoliberalismo” se le oponen el liberalismo, por un lado, y el colectivismo por el otro. Desde este punto de vista, el gobierno de Macri si seria “neoliberal”, es decir intervencionista de grado reducido o intermedio. Claramente No liberal. En esta línea, el keynesianismo también sería una vertiente “neoliberal”.
  6. Mas precisamente, el accionar del presidente Macri se orienta hacia una política desarrollista. El “desarrollismo” no es más que un derivado del keynesianismo. En estas latitudes se lo intentó a fines de la década del 50 y principios de la década del 60 del mismo siglo XX. Sus pilares son la obra «pública», tanto industrial, vial, como habitacional, financiada con inversiones privadas o estatales. Quizás esto sea «neoliberal», pero no es liberal de modo alguno, toda vez que el liberalismo no promueve (ni deja de hacerlo) actividad específica ninguna, sino que deja en libertad a todo el mundo para que encare la acción lícita que prefiera sin interferencias del gobierno.

El interlocutor español al que refuté con estas respuestas confesó -al fin de cuentas- no ser experto en economía (por cierto, le agradecí su honestidad intelectual al hacerlo), al tiempo que le respondí que, me gustaría saber en qué “fuentes” o autores serios se basaba para lo que venía afirmando. Y me remitió a la Wikipedia (lo que le agradecí de todos modos) no sin aclararle que tal remisión no es suficiente (ni muy académico que digamos), ya que se trata tan sólo de una simple enciclopedia, que, para peor, se escribe en forma anónima y en la que cualquiera puede entrar, escribir, modificar, borrar, editar los artículos, etc. (lo que es tanto peor).

Por último, le agregué que, sería bueno que nos indicara que economistas había leído, sus nombres y apellidos, o -al menos- sus apellidos, como se titulan sus libros, ediciones, etc. …tanto como para tener alguna base o referencia válida. Lo que sería útil también para estar al corriente en qué y cómo fundamentaba sus dichos, tales como que “el keynesianismo no fue totalmente aplicado” (afirmación sorprendente, por cierto), cuando hasta los mismos economistas keynesianos aseveran lo contrario a lo que tan tajantemente decía. Pero, lamentablemente, nunca conseguí que me contestara.

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

¿BENEFICIOS DE LA DESTRUCCIÓN?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Parece de ciencia ficción pero inmediatamente después de la catástrofe de los espantosos vientos huracanados en el sur de Estados Unidos, el presidente de la Reserva Federal de New York, William Dudley, declaró que el efecto neto de la destrucción desembocará en resultados positivos para la economía. Estas declaraciones trasnochadas fueron levantadas por varios medios estadounidenses de tirada nacional pero de modo acrítico. Dijo textualmente el personaje de marras que “El efecto a largo plazo de estos desastres en realidad eleva la actividad económica porque hay que reconstruir todas las cosas que han sido dañadas por las tormentas”.

 

Cualquier principiante en economía sabe que las antedichas declaraciones constituyen un dislate mayúsculo. Cualquiera que conozca la bibliografía elemental sobre estos temas hace que aquella manifestación patética lo remita al texto de la obra Economía en una lección de Henry Hazlitt en su segundo capítulo, titulado “La vidriera rota”.

 

En el primer capítulo de ese libro Hazlitt explica la falacia de los supuestos beneficios de la destrucción de activos. Comienza escribiendo el autor que la economía contiene más falacias que otras disciplinas donde se mezclan los efectos a largo plazo con los de corto plazo, por una parte, y por otra mezclan los efectos visibles de los que laten en la trastienda que, muchas veces resultan los más contundentes y decisivos. También señala la manía de centrar la atención en los efectos sobre un grupo sin ver los efectos sobre el conjunto.

 

Hasta el infante más distraído sabe por propia experiencia -sigue diciendo Hazlitt- sabe del disfrute de engullir caramelos pero también se percata de los efectos perniciosos si se excede en la cantidad. Sin embargo, el autor subraya la desaprensión de economistas considerados de renombre que proponen todo tipo de desatinos, como por ejemplo, aconsejar que todo el gasto vaya al consumo “para reactivar la economía” y en esa línea argumental desdeñan el ahorro y la consecuente inversión como si se pudiera consumir lo que no se produce revirtiendo la cadena causal.

 

En todo caso, en el antedicho segundo capítulo Hazlitt refuta de hecho las referidas declaraciones del presidente de la Reserva Federal de New York realizadas setenta años después de publicado el libro. Este capítulo emula algún escrito del decimonónico Frédéric Bastiat en el que alude al escenario siguiente.

 

Un chico rompe de una pedrada el vidrio del escaparate del un panadero del barrio. Los vecinos se reúnen y observan los vidrios rotos sobre los pasteles en la vidriera del panadero y comienzan a deliberar sobre el suceso. Al principio todos se lamentan y  condenan al malechor que se ha fugado, pero luego de transcurrido un rato alguien dice que las cosas no son tan negras puesto que el vidriero tendrá más trabajo y la suma correspondiente le dará la oportunidad de adquirir nuevos bienes y servicios y así sucesivamente con los que reciben el dinero, lo cual crea un proceso virtuoso de reactivación (que es lo que ha enfatizado el burócrata de la Reserva Federal).

 

Lo que no se ve, puntualiza la dupla Bastiat-Hazlitt, es que el panadero dispondrá de menos precisamente por la cantidad que destinó para reponer el vidrio en cuestión que lo tenía pensado para comprase un nuevo traje y así el sastre no podrá gastar el dinero correspondiente y así sucesivamente.

 

Ahora bien, ¿cual es el efecto neto de la destrucción del cuento?: se cuenta con un activo menos (el vidrio) y se podría haber ganado el traje (o mantener los ahorros del sastre) si no fuera por la pedrada. En lugar de contar con el vidrio y el traje, la economía solo cuenta con la reposición del vidrio que ya estaba antes de la rotura. La pérdida neta es el vidrio y, en nuestro ejemplo, mantener la inversión en dinero o adquirir el traje.

 

Días pasados uno de mis hijos -Bertie- publicó un artículo en Infobae (septiembre 15) donde explica detenidamente los efectos devastadores que produjeron las intervenciones gubernamentales en los precios a raíz de las tragedias de los huracanes en la zona de Florida, en Estados Unidos. Ahora, resulta que aparecen sujetos como el de la Reserva Federal que plantean el absurdo a que hemos hecho referencia, lo cual empeora notablemente el cuadro de situación y sienta un pésimo precedente para el futuro.

 

Desafortunadamente no está solo quien ponderó los supuestos efectos beneficiosos de la destrucción, los pioneros en este tipo de declaraciones y razonamientos han aparecido en la Primera Guerra Mundial y también en algunos textos que pretenden ser de economía.

 

En algunos textos se confunde lo dicho con la “destrucción creadora” de Schumpeter que nada tiene que ver con el  análisis que queda consignado en la presente nota. Este economista se refiere a la innovación permanente que tiene lugar en el capitalismo en un contexto evolutivo y creador en el que se dejan de lado bienes de consumo, bienes de capital y formas de producción obsoletas para reemplazarlas por nuevas perspectivas. “Este proceso de destrucción creadora -concluye Joseph Schumpeter en el séptimo capítulo de su Capitalismo, socialismo y democracia– constituye el dato de hecho esencial del capitalismo”.

 

Pero en los hechos hay otra forma de hace la apología de la destrucción y es recomendando políticas económicas desatinadas que a la postre consumen activos. A la cabeza de este tipo de destrucciones se ubica John Maynard Keyenes quien en el prólogo a la edición alemana de su teoría general en 1936 (a confesión de parte, relevo de prueba), en plena época nazi, escribió que “La teoría de la producción como un todo, que es a lo que apunta el presente libro, es mucho más fácilmente aplicable a las condiciones de un estado totalitario que la teoría de la producción y distribución de los resultados producidos bajo las condiciones de la libre competencia y del laissez-faire”.

 

En el capítulo 2 del segundo volumen de su Ensayos de persuasión, Keynes afirma que “Estamos siendo castigados con una nueva enfermedad, cuyo nombre quizás aun no han oído algunos de los que me lean, pero de la que oirán mucho en los años venideros, es decir el paro tecnológico”. Este comentario sobre “la nueva enfermedad” pone de relieve la incomprensión de Keynes sobre el tema del desempleo. Como se ha puntualizado en diversas ocasiones, en una sociedad abierta, es decir, en este caso, allí donde los salarios son el resultado de arreglos libres entre las partes nunca se produce sobrante de aquél factor que resulta esencial (el trabajo manual e intelectual) para la producción de bienes y para la prestación de servicios.  Y no es cuestión de centrar la atención en la transición puesto que la vida es una transición permanente. Cualquiera que cotidianamente en su oficina propone un cambio para mejorar está de hecho reasignando recursos hacia otros campos. La mayor productividad produce siempre ese resultado. Los empresarios en su propio interés están interesados en la capacitación en los nuevos emprendimientos.

 

G.R. Steele en su Keynes and Hayek resume bien el aspecto medular del autor a que nos venimos refiriendo al sostener que Keynes paradójicamente aparece como el salvador de un sistema que condena, es decir el capitalismo y concluye que “Keynes considera el capitalismo como estética y moralmente dañino por cuya razón justifica el aumento de las funciones gubernamentales” y afirma muy documentadamente que “Hayek tenía gran respeto por el hombre, pero muy poco respeto por Keynes como economista”. Su conocida visión de que las obras públicas en si mismas permiten activar la economía pasan por alto el hecho de que los recursos del presente son desviados de las preferencias de los consumidores para destinarlos a las preferencias políticas lo cual implica consumo de capital. Si las obras en cuestión son financiadas con deuda, se comprometen los recursos futuros de la gente.

 

Keynes, mucho más que Marx, ha influido negativamente en la destrucción que comentamos quien patrocinaba la liquidación de la sociedad abierta con recetas que, las más de las veces, resultaban mas sutiles y difíciles de detectar para el incauto que el marxismo debido a su lenguaje alambicado y tortuoso. Los ejes centrales de su obra mas difundida a la que hemos hecho referencia consisten en la alabanza del gasto estatal, el déficit fiscal y el recurrir a políticas monetarias inflacionistas para “reactivar la economía” y asegurar el “pleno empleo” ya que nos dice  en ese libro que “La prudencia financiera está expuesta a disminuir la demanda global».

Todos los estatistas de nuestro tiempo han adoptado aquellas políticas, unas veces de modo explícito y otras sin conocer su origen. Incluso en Estados Unidos irrumpió el keynesianismo mas crudo durante las presidencias de Roosevelt: eso era su “New Deal” que provocó un severo agravamiento de la crisis del treinta, generada por las anticipadas fórmulas de Keynes aplicadas ya en los Acuerdos de Génova y Bruselas donde se abandonó la disciplina monetaria.

En definitiva, Keynes apunta en su mencionada teoría general a “la eutanasia del rentista y, por consiguiente, la eutanasia del poder de opresión acumulativo de los capitalistas para explotar el valor de escasez del capital”. No quiero introducir consideraciones demasiado técnicas ni cansar al lector con las incoherencias y los galimatías de Keynes, pero veamos solo un caso que hemos apuntado en otra oportunidad y es el que bautizó como “el multiplicador” al efecto de disfrazar lo que en la práctica se traduce en destrucción neta a través del gasto estatal. Sostiene que si el ingreso fuera de 100, el consumo de 80 y el ahorro 20, habrá un efecto multiplicador que aparece como resultado de dividir 100 por 20, lo cual da 5. Y préstese atención porque aquí viene la magia de la acción estatal: afirma que si el Estado gasta 4 eso se convertirá en 20, puesto que 5 por 4 es 20 (sic). Ni el keynesiano más entusiasta ha explicado jamás como multiplica ese “multiplicador”

Resulta esencial percatarse de lo inexorablemente malsano de cualquier política monetaria del mismo modo que es altamente inconveniente la politización de la lechuga o de los libros. Este es el consejo, entre otros, de los premios Nobel en economía Hayek y Friedman en su última versión. Cualquier dirección que adopte la banca central ya sea para expandir, contraer o dejar la base monetaria inalterada, alterará los precios relativos con lo que las señales en el mercado quedan necesariamente distorsionadas y el consiguiente consumo de capital se torna inevitable que, a su turno, empobrece a todos.

En otras palabras, hay formas directas y formas indirectas de generar destrucción para lo cual quienes participan de los valores de una sociedad abierta deben estar en guardia…y no solo respecto a las declaraciones grotescas como las del presidente de la Reserva Federal de New York con que abrimos esta nota.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Todo lo que he aprendido con la psicología económica: de Richard H. Thaler

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 16/12/16 en: http://www.elcultural.com/revista/letras/Todo-lo-que-he-aprendido-con-la-psicologia-economica/38954

 

El Premio Nobel de Economía consagró la economía conductual en 2002, premiando a Daniel Kahneman y Vernon Smith. Colaborador del primero, Richard Thaler (East Orange, Nueva Jersey, 1945) cuenta en este libro cómo se fue abriendo camino la behavioral economics. Conviene ponderar el debate planteado por estos economistas, porque ha sido malinterpretado como si fuera un rechazo tajante a la economía convencional y a su supuesto liberalismo.

El origen de la economía conductual es la insatisfacción con el homo economicus neoclásico, porque el comportamiento de las personas reales no se ajustaba al que predecían los modelos de racionalidad y optimización. Siguiendo a pioneros como Herbert Simon, con su “racionalidad limitada”, y otros, los economistas conductuales empiezan a estudiar las reacciones aparentemente irracionales de mucha gente, que los economistas no pueden explicar. Thaler establece un irónico contraste entre los “Econs” y los “Humanos”, repasando situaciones de todo tipo, desde las finanzas, donde estos científicos se hicieron fuertes académicamente, hasta la contratación de jugadores en el mercado de fútbol americano.

Mientras desfilan interesantes y a veces chocantes análisis y experimentos sobre el efecto dotación, la contabilidad mental, la aversión a las pérdidas, y otros, Thaler consolida su argumento de fondo: entendemos mejor la conducta económica efectiva de las personas si incorporamos enfoques psicológicos, sociales y emocionales. Como dijo Amartya Sen: “El economista puro está muy cerca de ser un imbécil social, y la teoría económica ha prestado siempre demasiada atención a este zopenco racional”.

Dicho esto, Thaler y sus colegas no están en contra de los modelos, sino sólo de sus supuestos poco realistas. Por eso critica a Eugene Fama y sus “mercados eficientes”, pero admite que “la hipótesis de los mercados eficientes es lo mejor que tenemos en el campo de la economía del comportamiento” (p. 355).

Los defectos de los mercados entroncan con la cuestión del liberalismo, que este volumen aborda de manera insuficiente y confusa. Ante todo, identifica la economía neoclásica con la defensa del mercado libre, lo que está muy lejos de ser cierto, porque está claro que no son lo mismo Samuelson, Tobin o Solow que Stigler, Becker o Friedman, por mencionar sólo a algunos premios Nobel.

Este error se combina con otro igualmente grave, que es ignorar a los economistas que no son neoclásicos. Por ejemplo, asocia el value investing solo con la teoría neoclásica, con Fama y los mercados eficientes, cuando destacados inversores que siguen ese criterio, como el español Francisco García Paramés, se declaran abiertos partidarios de la Escuela Austriaca, opuesta al neoclasicismo, y que no cree en los mercados perfectos. Comete así la misma equivocación que Kahneman, cuando asegura que la fe en la racionalidad humana es fundamental para la crítica liberal al intervencionismo (cf. Pensar rápido, pensar despacio, Debate, 2012, pág. 535).

Dice Thaler que sus críticos los acusaron de “comunistas encubiertos” (p. 426). No lo parecen. Más bien su visión es ingenua, aunque secundada en la profesión, pero no abiertamente antiliberal. Cita elogiosamente a Adam Smith; el efecto dotación gira en torno al coste de oportunidad, y pocas escuelas lo han empleado más que la Austriaca, que no cita. Elogia a Keynes por su visión de las expectativas, y hace bien, pero no respalda su defensa del gasto público en las recesiones. Tampoco respalda a Samuelson y su elegante teoría de los bienes públicos de 1954. A propósito de los juegos como el dilema del prisionero, afirma que las soluciones cooperativas son más predominantes de lo que habitualmente se piensa.

En realidad, este libro analiza poco el Estado, y no lo hace bien. No menciona a Buchanan, e incurre en la incoherencia de pedir a la vez una política inflacionista (p. 200) y reclamar que las autoridades tomen medidas “preventivas” ante las burbujas (páginas 357-8). Reconoce que los burócratas pueden padecer “sesgos y prejuicios” (p. 377), pero el libro termina aludiendo a los impuestos, y parece que el único problema que plantean es cómo consiguen las autoridades modificar la conducta de quienes aún no pagan.

 

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

«Acabemos con el paro» de Daniel Lacalle

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 24/3/16 en: http://www.elcultural.com/revista/letras/Acabemos-con-el-paro/37806

 

Desde que, gracias al capitalismo, el empleo empezó a extenderse y los salarios a aumentar como nunca antes, los intelectuales y los políticos se empeñaron en acusar al capitalismo de lo contrario. Así, desde Marx hasta Keynes floreció la patraña conforme a la cual si hay desempleo y pobreza tiene que ser por culpa del mercado, al que conviene aniquilar, según pregonan los socialistas más carnívoros, o limitar, como aconsejan los más vegetarianos. El paro, sin embargo, no es producto del mercado libre sino de las interferencias con las que lo bloquea el poder político y legislativo, con el aplauso del pensamiento antiliberal hegemónico. El economista Daniel Lacalle (Madrid, 1967) refuta este embuste: “Si la rigidez del mercado laboral fuera una garantía de derechos, los países con mayor nivel de intervención tendrían mayores cotas de bienestar y menor desempleo. Sin embargo, ocurre lo contrario”.

Este libro resulta iluminador porque hace frente a grandes mentiras económicas, por ejemplo, la engañifa conforme a la cual el Estado ha sido reducido a su mínima expresión por el malvado “neoliberalismo”. La realidad, como sabemos, es muy distinta. El gasto público apenas se contuvo un 5% desde 2009, dice Lacalle, mientras que el irresponsable gobierno socialista de Zapatero lo aumentó entre 2004 y 2009 nada menos que en un 48%. Y nos hablan de una supuesta “austeridad”. Si hay alguien que no es austero, normalmente gasta dinero ajeno. Así sucede con los políticos. Hay a propósito de este tema unas páginas verdaderamente desopilantes sobre los socialistas en Andalucía, donde llevan desgobernando tres décadas, habiendo conseguido cotas inéditas de desempleo, corrupción y despilfarro. La Junta tiene nada menos que 36 “observatorios”, destino apetecido de políticos, sindicalistas, y enchufados varios. La lista incluye joyas como el Observatorio Andaluz de la Publicidad No Sexista, el Observatorio Andaluz de Participación Ciudadana, el Observatorio del Flamenco…

Acierta Lacalle en sus denuncias contra el intervencionismo, desde los dislates soviéticos de Podemos o Izquierda Unida, hasta los onerosos e ineficientes “buenismos” de los demás partidos. Desmonta asimismo el bulo que sostiene que nuestros problemas se arreglan aumentando la demanda y la inflación: “En España con una inflación creciente no se creaba empleo, y cuando los economistas neokeynesianos nos alertaban sobre el riesgo de deflación, se ha creado empleo al 3%”. También se opone al recelo frente a Alemania o los prestamistas: “Cuando no nos prestan, la culpa es de los mercados que nos atacan; y cuando nos prestan, la culpa es de los malvados prestamistas que nos dan dinero a pesar de ser insolventes”.

Una vieja bazofia es también objeto de crítica en este volumen: las ideas económicas presentes en los libros de texto, que son insólitas muestras de propaganda anticapitalista con la que se procura intoxicar a nuestros niños y jóvenes. Discrepo con el autor en su visión mejorada de Keynes, como si nunca hubiera aconsejado inversiones absurdas para resolver el paro. Sí que las aconseja, y nada menos que en su obra más importante, la Teoría General. Tampoco lo secundo en su alabanza del contrato único, esa arrogante muestra de ingeniería social típica de tantos economistas. Y yerra al decir que la trampa de la liquidez es un concepto creado recientemente por Richard Koo, cuando es tan viejo como Keynes, o Hicks.

Pero en líneas generales es un libro excelente que da buenos consejos a trabajadores y empresarios para evitar errores y maximizar el empleo, y también a los políticos, a quienes fundamentalmente les dice que procuren no fastidiar demasiado a los encargados de crear empleo, es decir, que hagan lo contrario de lo que llevan años haciendo.

 

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

JUAN CARLOS CACHANOSKY

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 10/1/16 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2016/01/juan-carlos-cachanosky.html

 

Conocí a Charly sin darme cuenta en 1974. Yo estaba asistiendo a los cursos que Enrique Loncán (otro santo) sobre economía en la famosa y entrañable Escuela de Educación Económica y Filosofía de la Libertad, dirigida por Carlos A. Sánchez Sañudo (otro héroe), y veía que adelante unos dos chicos con pinta de estudiantes hacían preguntas y comentarios cuyo sentido yo apenas comenzaba a barruntar. Después me enteré que eran Juan Carlos Cachanosky y Alejandro Chafuén, dos estudiantes de economía de la UCA que para entonces debían tener unos 20 años.

Lo vi de vuelta, ya con mayor uso de la razón :-), en 1979, cuando mi Delegación Juvenil del Centro de Estudios sobre la Libertad (formada 4 años antes, qué épocas) comenzó a asistir a ESEADE de Buenos Aires (dirigido por Alberto Benegas Lynch (h) y recién fundado en 1978) para recibir cursos que gratuitamente nos daban sus profesores de su Departamento de Investigaciones, dirigido por Ezequiel Gallo. Y el que más nos enseñó fue Juan Carlos. Y no fue poco. Un año entero de un curso completo sobre Keynes, con el libro original en mano, y otro año entero un curso sobre el libro I de El Capital de Marx, con el texto en mano. Ya para entonces Juan Carlos se perfilaba como uno de los mejores profesores de Historia del Pensamiento Económico, cosa que hubiera sido su destino académico permanente si algunos hubiera tenido mayor conciencia de la importancia de la investigación. Pero no puedo dejar de recordar que casi inmediatamente todos pudimos ver en él a un padre que generosamente prodigaba su alegría, su optimismo, su sabiduría, a todos nosotros. Y allí comencé con él una amistad muy, muy profunda que no se acabaría nunca.

Los años que siguieron estuvieron marcados por su presencia. En 1985 entré al Departamento de Investigaciones de Eseade, donde estuve hasta 1992. El compañerismo, la amistad, la donación mutua de conocimientos e inquietudes, fue permanente. Debatíamos, estudiábamos, salíamos a comer, hablábamos de Mises, Hayek, Rothbard, Sennholz, Israel Kirzner, etc., como marcianos en una Argentina que iba para cualquier otro lado y como lunáticos en un mundo académico que nos miraba con desprecio. Pero el optimismo de Juan Carlos hacía olvidar todo ello.

Desde 1993 hasta el 2000 nunca dejamos de vernos. Sobre todo, él siempre estaba allí, para aconsejar sobre cualquier problema que uno pudiera tener. En el difícil camino académico, hablar con Cacha era la generosa terapia que él nos dispensaba absolutamente, cubriendo con su mirada paternal las inexperiencias y los temores. En el 2000 él fue quien me propuso a la Universidad Francisco Marroquín como profesor visitante. No es poco, precisamente, lo que le debo. Con absoluta generosidad me incorporó a su cuerpo de profesores de Corporate Training y varias veces me intentó rescatar de caminos difíciles.  En la Marro, donde él llegó a ser decano de su Escuela de Negocios (el ESEADE de la UFM) fue la misma presencia paternal, para mí, para todos los argentinos que íbamos por allí y para cualquier marciano al que él viera solo y desvalido. Como Cristo, no se bancaba a los soberbios y a los hipócritas. Pero, como Cristo, sabía perdonar, algo raro en personas como él, porque me he dado cuenta, últimamente, de lo inmisericordes que pueden llegar a ser los genios.

El me decía San Ottis, patrono de los ascensores (ya ven quién me enseñó a hacer chistes………..), y luego, siempre, San Otti, pero yo le decía, en serio, San Francisco. Porque era igual. Su caridad, su preocupación por todos, no tenía parangón. Eso fue lo que ha conmovido a todos los que tuvimos el regalo de conocerlo.

Su muerte nos tomó muy de sorpresa. Mi vida había sido -para tomar la bella expresión de Cecilia Vázquez Ger- habitada por la suya y por mi amistad con sus hermanos, esposa e hijos. El 1ro. de Enero del 2016, a las 11 y media de la mañana, sonó el teléfono de casa y mi queridísima amiga, Angélica Cachanosky, sólo dijo una palabra, entre sus llantos:

Charly.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

Böhm-Bawerk anticipa a Keynes y discute que el ahorro reduzca la demanda y luego la producción

Por Martín Krause. Publicado el 12/9/15 en: http://bazar.ufm.edu/bohm-bawerk-anticipa-a-keynes-y-discute-que-el-ahorro-reduzca-la-demanda-y-luego-la-produccion/

 

Con los alumnos de Historia del Pensamiento Económico II (Escuela Austriaca), de Económicas UBA, vemos a Böhm-Bawerk, discutiendo con un desconocido hoy, L. G. Bostedo, quien criticara su libro Teoría Positiva del Capital en los Anales de la Academia Americana de Ciencias Políticas y Sociales. En su defensa, ya está discutiendo a Keynes y el papel del ahorro.

Bohm Bawerk

Sobre la “imposibilidad” de mi ejemplo, Mr. Bostedo intenta probarla mediante el siguiente silogismo: si todos los miembros de una comunidad ahorran simultáneamente una cuarta parte de sus ingresos, reducen consecuentemente en una cuarta parte la demanda de bienes de consumo. La menor demanda lleva a los productores a restringir la producción en la misma medida. Pero si la producción decae a la vez que el consumo, entonces es evidente que no habría demanda de los ahorros; llevar a cabo el ahorro supuesto de una cuarta parte de los ingresos de la comunidad se demuestra por tanto como imposible.

Sospecho que este silogismo hará aparecer en las mentes de la mayor parte de los lectores la sospecha de que se ha probado demasiado. Si fuera verdad, no sólo el ahorro simultáneo de una cuarta parte de los ingresos de la comunidad sería imposible, sino que cualquier ahorro real sería imposible. Si cada intento de restringir el consumo debe efectivamente ocasionar una restricción inmediata y proporcional de la producción, entonces no podría producirse ningún incremento a la riqueza acumulada de la sociedad a través del ahorro. Los individuos particulares podrían ahorrar parte de sus ingresos, pero sólo a condición de que otros individuos de la misma comunidad consuman el exceso de los mismos; la sociedad como un todo nunca podría dejar aparte porciones de su ingreso social y las acumulaciones que puedan realizar ciertas naciones como Francia u Holanda como consecuencia de de su mayor porcentaje de ahorro en comparación con España o Turquía debe ser descrito, aunque pueda parecer un fenómeno universal, como una mera ilusión. Creo que Mr. Bostedo estaría realmente dispuesto a adherirse a esta opinión con todas sus consecuencias; a cualquier nivel, sus conclusiones me parece que armonizan con esta perspectiva, puesto que dice con especial énfasis que cada ahorro es sólo una transferencia de poder de compra de los ahorradores a otros miembros de la comunidad. Sin embargo, tengo más confianza en que los lectores rechazarán aceptar este análisis como correspondiente a su experiencia y que en su lugar concluirán que hay algo incorrecto con la cadena de razonamientos que nos lleva a una conclusión tan improbable.

En realidad, el fallo en el razonamiento no es difícil de encontrar. Está en que una de las premisas, la que afirma que una restricción del “consumo para disfrute inmediato” debe implicar a su vez una restricción en la producción, es errónea. La verdad es que una restricción en el consumo implica, no una restricción en la producción en general, sino sólo, a través de la acción de la ley de la oferta y la demanda, una restricción en determinadas ramas de la misma. Si como consecuencia del ahorro, se compra y consume una menor cantidad de comida de lujo, vino y encajes, se producirá posteriormente –y quiero poner énfasis en esta palabra- una menor cantidad de estos bienes. Sin embargo, no habrá una menor producción de bienes en general, puesto que la menor producción de bienes listos para su consumo inmediato puede ser y será compensada por un incremento en la producción de bines “intermedios” o de capital.”

Este último punto de BB se explica porque si la gente ahorra, ahorra para algo, para tener un mayor consumo futuro. Entonces, el ahorro se traslada a la inversión en bienes más alejados del consumo en las distintas etapas de producción, para llegar con mayor producción cuando esa mayor demanda de consumo se haga presente.

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

¿Inversión pública?

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 21/3/15 en http://opinion.infobae.com/alberto-benegas-lynch/2015/03/21/inversion-publica/

 

Hay expresiones que por más que sean de uso corriente deben revisarse al efecto de no tergiversar conceptos clave. En este caso me refiero a la reiterada pero errónea expresión de “inversión pública”. La última vez que discutí el término en cuestión fue durante un congreso de economistas realizado a fines del año pasado.

Como es sabido, el ingreso no consumido es ahorro y el destino exclusivo del ahorro es la inversión. Estos dos últimos conceptos son correlativos e imposibles de escindir. Incluso cuando se ahorra en dinero se está invirtiendo, en este caso guardando efectivo. En todos los casos, la inversión tiene lugar porque se estima que el valor futuro será mayor que el valor presente. El ahorrar bajo el colchón, manteniendo los demás factores constantes, es lo que ocurre: al retirar parte del dinero de la circulación habrá menor cantidad de moneda persiguiendo la misma cantidad de bienes y servicios por lo que los precios  tenderán  a bajar que es lo mismo que decir que el poder adquisitivo de la unidad monetaria aumenta.

Se ha dicho equivocadamente que la inversión solo alude a que como resultado se incrementa la producción de bienes materiales, pero de lo que trata es de producción de valores no necesariamente materiales. Si alguien invierte sus ingresos no consumidos en un mirador desde donde disfruta de puestas de sol, ese es su rentabilidad y así sucesivamente. Si la gente prefiere la riqueza a la pobreza, la inversión primero se canalizará hacia la producción de bienes materiales con rentas también materiales para después eventualmente gozar de los culturales y espirituales.

Entonces, la inversión inexorablemente se refiere a las preferencias subjetivas donde, como queda dicho, se estiman mayores valores en el futuro que en el presente. Es naturalmente un proceso sujeto a las apreciaciones individuales, lo cual no es incompatible con que un grupo de personas reunidas en una empresa formal o no decidan distintos tipos de inversiones según los procedimientos establecidos en sus respectivos  estatutos o acuerdos.

Ahora bien, lo que carece de todo sentido es denominar “inversión” a lo realizado contra la voluntad de los titulares de los recursos. Si una persona le arranca la billetera a un transeúnte y le dice que invertirá lo robado en algo comunitario que el dueño no desea, evidentemente lo menos que puede decirse es que se está utilizando mal el término inversión.

Cuando el aparato estatal decreta la imposición de nuevos gravámenes y se los denomina “ahorro forzoso” tal como ocurrió durante el gobierno argentino de Raúl Alfonsín, se trata de una desfiguración mayúscula del lenguaje. No hay tal cosa como ahorro forzoso puesto que el ingreso no consumido es por su naturaleza voluntario, realizado con recursos propios para destinarlo a inversiones en rubros elegidos y preferidos por el dueño de los fondos.

En la misma línea argumental, la llamada “inversión pública” no es inversión puesto que no procede de estimaciones libres y voluntarias de los titulares respecto a la antedicha relación valor presente-valor futuro en rubros elegidos concretamente y en cada caso por ellos. Técnicamente se trata de gastos públicos. Nada se gana con sostener que la comunidad se beneficiará durante un período largo de tiempo con carreteras dado que si la gente hubiera podido disponer del fruto de su trabajo lo hubiera destinado a otras áreas y destinos (y si lo hubiera destinado a invertir en carreteras, la intromisión gubernamental se torna superflua con gastos administrativos inútiles).

Decimos que se trata de gastos públicos que pueden ser corrientes o en activos fijos, pero por las razones apuntadas resulta impropio recurrir a un término como la inversión que significa otra cosa completamente distinta.

Dicho sea al pasar, en este plano de discusión no estoy pronunciándome por determinado sistema para la construcción y operación de las carreteras (lo cual he hecho en otras oportunidades, por ejemplo, en mi libro Las oligarquías reinantes. Discurso sobre el doble discurso, Buenos Aires, Editorial Atlántida, 1999), en esta ocasión me circunscribo a elaborar sobre el concepto de inversión.

No resulta convincente que a una persona que atribuye prioridad y urgencia a la operación de cataratas de su madre, el gobierno le succione esos ingresos disponibles para “invertir” en carreteras alegando que le hará bien. A estos efectos lo dicho no discute que los aparatos estatales construyan carreteras solo estamos destacando que no se trata de inversiones sino de gastos públicos en activos fijos como contabilización y clasificación en las cuentas nacionales.

Sin duda Keynes ha influido decisivamente en la generalización de la idea de la  “inversión pública”. Especialmente aunque no exclusivamente en su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero este autor tiende a menospreciar el ahorro y a estimular y ponderar la “inversión” proveniente del gobierno la cual mantendría el pleno empleo aun a costa del déficit fiscal financiado con emisión monetaria, lo cual no solo desconoce el hecho de que se trata de una traslación de la fuerza laboral del sector privado al público con salarios nominales más altos pero menores en términos reales debido a los procesos inflacionarios, sino que la susodicha “inversión” detrae recursos de las áreas productivas.

Ya he comentado antes la peculiar noción keynesiana de un supuesto multiplicador que tendría lugar si el gobierno “invierte”. Disculpe el lector por el siguiente galimatías pero es lo que dice Keynes. Antes hemos escrito que sostiene que si el ingreso es de 100, el consumo 80 y el ahorro 20, cuando el aparato estatal “invierte”, por ejemplo, 4 se genera un “efecto multiplicador” ya que se convertiría en 20 puesto que 100 dividido por 20 da por resultado 5 y 5 multiplicado por 4 es 20. Realmente no se comprende el razonamiento que ni Keynes ni ningún keynesiano aclaró nunca. Sin embargo, queda mucho más clara y precisa su exposición en  la misma obra cuando sostiene que “La prudencia financiera está expuesta a disminuir la demanda global y, por tanto, a perjudicar el bienestar” y, sobre todo, cuando concluye que debe apuntarse a “la eutanasia del rentista y, por consiguiente, la eutanasia del poder de opresión acumulativo de los capitalistas para explotar el valor de escasez del capital”.

Nuevamente reitero lo citado también con anterioridad sobre lo escrito por el propio Keynes quien reconoce la filiación de sus propuestas, lo cual ha sido mencionado por el premio Nobel en economía F. A. Hayek en “The Keynes Centenary: The Austrian Critique”, The Economist, junio 11 de 1983, (recopilado en The Collected Works of  F. A. Hayek, en el volumen IX tituladoContra Keynes and Cambridge, Chicago, The University of Chicago Press, 1995). Así, en el prólogo que escribió Keynes para la edición alemana del libro mencionado, en 1936, en plena época nazi, escribió que “La teoría de la producción global, que es la meta del presente libro, puede aplicarse mucho mas fácilmente a las condiciones de un Estado totalitario que la producción y distribución de un determinado volumen de bienes obtenido en condiciones de libre concurrencia y un grado considerable de laissezfaire”.

Es muy común el mantener que como políticas anticíclicas o contracíclicas, el gobierno debe incrementar su gasto -muchas veces descripto como inversión- en épocas de recesión, sin percatarse que esto solo agudiza la mala situación económica puesto que se incrementa la succión de recursos del sector productivo. Es que en estos procesos no hay magia posible, la receta para maximizar el progreso consiste en contar con marcos institucionales civilizados que garanticen los derechos de las personas al efecto de liberar energía creadora.

También la peregrina idea de que la inversión privada es improductiva constituye parte de la fundamentación de la llamada “inversión pública” a los efectos de “hacerla productiva”, formulación que viene de los mercantilistas del siglo XVI y que se sigue repitiendo como si fuera una originalidad popularizada luego por Thorstein Veblen y más adelante por John Kenneth Galbraith. Este último autor insistió en que las inversiones de los particulares no son en necesidades reales puesto que están manipuladas por la publicidad ni son productivas porque el sujeto aislado no tiene la visión de conjunto que tienen los planificadores del gobierno. Sin duda, que Galbraith no considera irreal la compra de su best-seller La sociedad opulenta ni contempla que son precisamente los precios de mercado los que permiten coordinar información y conocimiento disperso, una situación que es dislocada una y otra vez cuando los megalómanos pretenden dirigir vidas y haciendas ajenas.

En resumen, la naturaleza de la inversión se asimila a lo subjetivo y voluntario en el contexto de la estimación de valores presentes y futuros, es por ende impropio aludir a la inversión pública o forzosa como lo sería aludir al amor forzoso. En nada cambia lo dicho si las mayorías en las legislaturas votan “inversiones públicas” puesto que el número no modifica la realidad. Siempre recuerdo que en la Convención Constituyente en Santa Fe (Argentina) de donde surgió la Carta Magna provincial en 1921, los constituyentes se embarcaron en una discusión paralela sobre la existencia de Dios, tema que fue sometido a votación en el recinto…la cual se pronunció por la negativa.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer rector de ESEADE.