OTRA VEZ LAS GARRAS DEL NACIONALISMO

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

En sus memorias Stefan Sweig se entristece y alarma por el surgimiento del espíritu tribal de la cerrazón entre países que advertía conducen a estados de belicismo y confrontación que en el caso de Europa estimaba se trataba en verdad de una “guerra civil” debido a las estrechas relaciones entre las poblaciones.

Ahora resurge el nacionalismo sobre lo que he escrito en distintas oportunidades pero es el caso de repetir las advertencias. Dejando de lado la manifiesta incomprensión del actual presidente de Estados Unidos respecto a la falacia de lo que en economía se conoce como “el dogma Montaigne” (su ex Secretario de Estado, Rex Tillerson, consignó públicamente que Trump “no tiene idea del significado del comercio libre”) y de las barrabasadas extremas de gobiernos como los de Cuba, Venezuela, Nicaragua, y Bolivia en el continente americano, dejando de lado estos casos decimos, hoy en Europa el espectáculo es desolador.

Con suerte electoral diversa pero siempre con crecimientos llamativos, irrumpe el rostro desagradable de la referida tradición de pensamiento que tantos trastornos ha provocado y provoca. Así, ese caudal electoral ha exhibido resultados llamativos: en Francia el Frente Nacional, en Inglaterra el Partido Independiente del Reino Unido, en Alemania el Partido Alternativa para Alemania, en Dinamarca el Partido del Pueblo Danés, en Suecia los Demócratas Suecos, en España Podemos y Vox, en Austria el Partido de la Libertad, en Grecia el Amanecer Dorado, en Italia la Liga del Norte, en Hungría el Movimiento por una Hungría Mejor, todas propuestas trogloditas apuntan a implantar una cultura alambrada, es decir, la palmaria demostración deEstado Benefactor

la anticultura.

Es del caso recordar trabajos como los de J. F. Revel que muestran el vínculo estrechísimo entre el nacionalismo y el socialismo, aunque cual bandas de las mafias, en el campo de batalla han sido circunstancialmente aliados y circunstancialmente enemigos. El comunismo apunta a abolir la propiedad, mientras que el nacionalismo la permite nominalmente pero el aparato estatal usa y dispone de ella. Uno es más sincero que el otro que recurre a una estrategia que estima más aceptable para los incautos. Es curioso en verdad (y tragicómico) que muchos de los partidarios de esos gobiernos emplean  la expresión fascista para referirse a sus supuestos contrincantes cuando aplican esa política a diario puesto que mantienen el registro de la propiedad pero el flujo de fondos es manipulado desde la casa de gobierno.

En una sociedad abierta el término “inmigración ilegal” constituye un insulto a la inteligencia ya que todos debieran tener la facultad de ubicarse donde lo estimen conveniente y solo deben ser bloqueados los delincuentes, sean nativos o extranjeros. Como ha explicado Gary Becker, el pretexto para poner barreras a la inmigración debido al uso de lo que provee el mal llamado Estado Benefactor (mal llamado porque la beneficencia es realizada con recursos propios y de modo voluntario), lo cual puede incrementar el déficit fiscal, se resuelve al no dar acceso al uso a los inmigrantes al tiempo que no se les retiene del fruto de sus trabajos para mantener el sistema estatal.

Como ha puntualizado en sus múltiples obras Julian Simon, habitualmente el inmigrante aprecia especialmente el trabajo, es empeñoso en sus tareas, tiene gran flexibilidad para moverse a distintos lugares dentro del país anfitrión, realiza faenas que muchas veces los nativos no aceptan, sus hijos muestran excelentes calificaciones en sus estudios, exhiben gran capacidad de ahorro y algunos comienzan con empresas chicas de gran productividad.

Es llamativo y muy paradójico que muchos se rasgan  las vestiduras con  el drama que estamos viviendo a raíz de las fotografías horrorosas de refugiados, cuando no parece verse que se fugan de lugares donde en gran medida se aplican las recetas políticas que los que se dicen espantados aconsejan y se fugan a lugares donde algo queda de los sistemas libres que no hacen más que criticar. La hipocresía es alarmante por la actitud contradictoria de muchos que se dicen contrariados con la foto del niño muerto en las playas de otros lares en plena lucha por la libertad y, sin embargo,  cuando opinan sobre la inmigración defienden las posturas que provocan aquella muerte por la que dicen estar angustiados.

Tengamos en cuenta que, desde la perspectiva de la sociedad abierta, las fronteras (siempre consecuencia de acciones bélicas o de accidentes geológicos) son únicamente para evitar los riesgos graves de un gobierno universal. El fraccionamiento en naciones que a su vez se subdividen en provincias y municipalidades tienden a descentralizar el poder. A pesar de los problemas de abuso del poder, hay que mirar el contrafáctico si no hubiera el antedicho fraccionamiento. Hannah Arendt dice que «la misma noción de una fuerza soberana sobre toda la Tierra que detente el monopolio de los medios de violencia sin control ni limitación por parte de otros poderes, no sólo constituye una pesadilla de tiranía, sino que significa el fin de la vida política tal como la conocemos».

También debe tenerse siempre presente que la cultura es un proceso que significa permanentes donativos y recibos de lecturas, arquitecturas, músicas, vestimentas, gastronomías, costumbres que las personas aceptan o rechazan en un contexto evolutivo. La cultura no es estática sino cambiante y multidimensional. Si no somos momias, nuestra cultura no es la misma hoy que la de ayer. De allí la estupidez de la “cultura nacional y popular” el “ser nacional” y otras sandeces superlativas que podríamos catalogar como “los anti- Borges”, el ciudadano del mundo por antonomasia.

Buena parte de las propuestas nacionalistas se basan en el desconocimiento de aspectos económicos elementales. Se dice que la inmigración provocará desempleo puesto que la incorporación de nueva fuerza laboral desplazará a los nativos de sus puestos de trabajo, sean estos intelectuales o manuales.

Sin embargo, dado que las necesidades son ilimitadas y los recursos son escasos (de lo contrario estaríamos en Jauja), nunca sobran los recursos y el recurso central es el trabajo puesto que no puede generarse ningún bien o servicio sin el concurso del trabajo. Solo hay sobrante de trabajo (desocupación) cuando no se permiten arreglos salariales libres y voluntarios, es decir, cuando se imponen las también mal llamadas “conquistas sociales” concretadas en salarios superiores a las tasas de capitalización que son las únicas causas de ingresos en términos reales. Esa es la diferencia clave entre el Zimbabwe y Canadá, no es el clima, los recursos naturales o aquél galimatías denominado “raza” (las características físicas proceden de las ubicaciones geográficas, de allí es que los criminales nazis tatuaban y rapaban a sus víctimas para distinguirlas de sus victimarios). Lo que hace la diferencia son marcos institucionales civilizados que garantizan derechos. Sería muy atractivo que los salarios pudieran decidirse por decreto en cuyo caso podríamos ser todos millonarios pero las cosas no son así.

Al igual que la incorporación de nueva tecnología o la liberación de aranceles aduaneros, la inmigración libera recursos materiales y humanos para producir otras cosas en la lista infinita de necesidades a las que nos referíamos con el interés del mundo empresario de capacitar para nuevos emprendimientos. Es lo que ocurrió con el hombre de la barra de hielo antes de las heladeras y con los fogoneros antes de las locomotoras modernas.

Una gran cantidad de trabajadores inmigrantes y no inmigrantes operan en negro por el salario de mercado que, como queda dicho, se debe a la correspondiente inversión disponible  y trabajan  en negro para evitar los impuestos al trabajo como ocurre en otros muchos países donde provocan desempleo que también afecta a la economía general.

Aquellos que se las pasan declamando sobre “derechos humanos”,  una redundancia grotesca puesto que los minerales, los vegetales y los animales no aplican a la noción de derecho, tratan a los inmigrantes como si no fueran humanos, más bien se preguntan “¿qué debemos hacer con los inmigrantes?” como si estuvieran haciendo referencia a su estancia personal y no de un país donde debe primar el respeto recíproco, y en esta línea argumental no debiera haber bajo ningún concepto diferencias entre nativos y extranjeros. Es del caso subrayar que cuando se está haciendo alusión al derecho, se está aludiendo a la Justicia y ésta significa “dar a cada uno lo suyo”, lo cual remite a la propiedad que, a su vez, constituye el eje central del proceso de mercado.

Todos descendemos de inmigrantes, incluso los denominados pueblos originarios ya que el origen humano procede del continente africano.

La fertilidad de los esfuerzos del ser humano por cultivarse, es decir, por reducir su ignorancia, está en proporción directa a la posibilidad de contrastar sus conocimientos con otros. Eso es la cultura. Sólo es posible la incorporación de fragmentos de tierra fértil, en el mar de ignorancia en el que nos debatimos, en la medida en que tenga lugar una discusión abierta. Se requiere mucho oxígeno: muchas puertas y ventanas abiertas de par en par.

Aludir a la antedicha «cultura nacional» como un valor y contrastarla con lo foráneo como un desvalor es tan desatinado como referirse a la matemática asiática o a la física holandesa. La cultura no es de un lugar y mucho menos se puede atribuir a un ente colectivo imaginario. No cabe la hipóstasis. La nación no piensa, no crea, no razona ni produce nada. El antropomorfismo es del todo improcedente. Son específicos individuos los que contribuyen a agregar partículas de conocimiento en un arduo camino sembrado de refutaciones y correcciones que enriquecen los aportes originales. Como bien señala Arthur Koestler, «el progreso de la ciencia está sembrado, como una antigua ruta a través del desierto, con los esqueletos blanqueados de las teorías desechadas que alguna vez parecieron tener vida eterna».

Quienes necesitan de «la identidad nacional» ocultan su vacío interior y son presa de una despersonalización que pretenden disfrazar con la lealtad a una ficción. Desde esta perspectiva, quienes comparten el cosmopolitismo de Diógenes e insisten en ser «ciudadanos del mundo» aparecen como descastados y parias sin identidad. El afecto al «terruño», a los lugares en que uno ha vivido y han vivido los padres y el apego a las buenas tradiciones es natural, incluso la veneración a estas tradiciones es necesaria para el progreso, pero distinto es declamar un irrefrenable amor telúrico que abarcaría toda la tierra de un país y segregando otros lugares y otras personas que, mirados objetivamente, pueden tener mayor afinidad, pero se apartan sólo porque están del otro lado de una siempre artificial frontera política.

El nacionalismo está imbuido de relativismo ético, relativismo jurídico y, en última instancia, de relativismo epistemológico. «La verdad alemana», «la conciencia africana», «la justicia dinamarquesa» (en el sentido de que los parámetros suprapositivos serían inexistentes) y demás dislates presentan una situación como si la verdad sobre nexos causales que la ciencia se esmera en descubrir fuera distinta según la geografía, con lo cual sería también relativa la relatividad del nacionalismo, además de la contradicción de sostener simultáneamente que un juicio se corresponde y no se corresponde con el objeto juzgado. Julien Benda pone de manifiesto el relativismo inherente en la postura del nacionalismo, escribe que «desde el momento que aceptan la verdad están condenados a tomar conciencia de lo universal».

Alain Finkielkraut ilustra el espíritu nacionalista al afirmar que «replican a Descartes: yo pienso, luego soy de algún lugar». Juan José Sebreli muestra cómo incluso el folklore proviene de una intrincada mezcla de infinidad de contribuciones de personas provenientes de lugares remotos y distantes entre sí.

Estas visiones nacionalistas se traducen en una escandalosa pobreza material, ya que los aranceles aduaneros indefectiblemente significan mayor erogación por unidad de producto, lo cual hace que existan menos productos y de menor calidad. Este resultado lamentable contrae salarios e ingresos en términos reales, con el apoyo de pseudoempresarios que se alían con el poder al efecto de contar con mercados cautivos y así poder explotar a la gente.

En la historia de la humanidad hay quienes merecen ser recordados todos los días. Uno de esos casos es el de la maravillosa Sophie Scholl, quien se batió en soledad contra los secuaces y sicarios del sistema nacionalsocialista de Hitler. Fundó junto con su hermano Hans el movimiento estudiantil de resistencia denominado Rosa Blanca, a través del cual debatían las diversas maneras de deshacerse del régimen nazi, y publicaban artículos y panfletos para ser distribuidos con valentía y perseverancia en diversos medios estudiantiles y no estudiantiles.

La detuvieron y se montó una fantochada que hacía de tribunal de justicia, presidido por Ronald Freisler, que condenó a los célebres hermanos a la guillotina, orden que fue ejecutada el mismo día de la parodia de sentencia judicial, el 22 de febrero de 1943 para no dar tiempo a apelaciones. Hay una producción cinematográfica dirigida por Marc Rothemund, que lleva por título el nombre de esta joven quien en una conversación con su carcelero explica el valor de normas extramuros de la legislación escrita.

Es pertinente recordar a figuras como Sophie Scholl en estos momentos en que surgen signos de un nacionalsocialismo contemporáneo que invade hoy no pocos espíritus en Europa y en otras partes de nuestro atribulado mundo.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

OTRA PERSPECTVA DEL LLAMADO CONOCIMIENTO INÚTIL

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Hay un ensayo pionero en estas lides cuya autoría es de Abraham Flexner titulado “The Usefulness of Useless Knowledge” (Harpers. No. 179, junio/noviembre 1939). Otros escritos han abordado el tema aunque desde distintos ángulos. En este caso pretendo enfatizar una de las tantas aristas del asunto que me parece de interés para el mundo actual.

Es natural que cada uno intente buscar el modo de mantenerse y mantener a su familia por lo que no es para nada reprochable que se busque en los estudios y capacitaciones el mejor modo de lograr el objetivo. Es el medio de vida, pero tengamos presente que es el medio, queda abierta la elección de los fines. Si uno se concentra solo en los medios se pierde la brújula como ser humano, de la razón por la cual estamos en esta Tierra, ya que de hecho, habremos convertido los medios en fines con lo que alteramos las prioridades.

No podemos seriamente sostener que nacimos para alimentarnos, copular y hacer nuestras necesidades en el contexto del mayor confort posible con un buen automóvil y una buena casa. Cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles en la historia de la humanidad y, por ende, tenemos nuestras particulares potencialidades para el bien que al explorarlas y realizarlas somos mejores personas. También tenemos otras eventuales potencialidades, por ejemplo, el gatear e imitar ladridos pero eso no apunta a afirmar nuestra condición humana.

Si retomamos el tema de los estudios se hace necesario  para completar la formación el escudriñar muchos otros andariveles fuera de lo estrictamente necesario para ganar el sustento y esto otro es lo que en no pocas oportunidades se considera “conocimiento inútil”. Pero por el contrario, no solo no es inútil por las razones apuntadas sino que habitualmente sirve para completar una buena formación en el desempeño laboral para no decir nada de lo absolutamente indispensable que resulta para la labor académica. Por eso es que, por ejemplo, el premio Nobel en economía Hayek ha insistido que si el economista se queda en la economía no solo será un estorbo sino un peligro público debido a la necesidad de internarse en campos de la historia, el derecho y la filosofía.

 

Viene ahora un tema clave sobre el que he explorado en otra oportunidad  y sobre el que debemos meditar al efecto de sacar la mejor partida posible del conocimiento. Es siempre infinitamente mayor el desconocimiento que el conocimiento que podamos tener. También es cierto que disponemos de un tiempo limitado en nuestro tránsito por esta tierra. Dada esta situación imposible de modificar, se nos presentan  varios interrogantes referidos al hecho de que lo que hay por conocer trasciende en mucho nuestras posibilidades de aprehenderlo y entonces aparece el problema de como establecer prioridades.

 

En este contexto, por una parte, no parece prudente picotear en muchos temas y, por otra, si nos dedicamos solo a un área dejamos atrás otros conocimientos valiosos. Además, en este último caso, debemos tener presente el peligro del que sabe cada vez más y más de menos y menos. Es la tragedia del ultraespecialista. Incluso éste necesita para el enriquecimiento de su propio campo de conocimientos de otras áreas. También es del caso apuntar que el que explora de todo un poco corre el riesgo de ser un diletante que en concreto no sabe nada en particular. Si tenemos que entrar al quirófano, requerimos un buen cirujano o demandamos que sepa de cultura general y que sea un buen conversador. ¿Cómo resolver este aparente dilema?

Desde el punto de vista puramente crematístico, la mayor especialización y consiguiente división del trabajo resulta más rentable, lo cual significa cierta distribución del conocimiento. Eso es a lo que incentivan los procesos de mercado para el mejor abastecimiento de las necesidades de la gente. La información dispersa se coordina a través de los precios y va mostrando qué grados de especialización se requiere para el progreso social. A su vez, ese progreso y el consecuente aumento en el nivel de ingresos y salarios en términos reales hace posible que las jornadas laborales se acorten, lo cual, a su turno, brinda mayor tiempo disponible.

Ahora bien, ese mayor tiempo disponible -dejando de lado los espacios para la recreación- debe aprovecharse para seguir profundizando la especialización o para ampliar el horizonte de conocimientos ajenos a la propia profesión, no solo para enriquecerla sino para saber más del mundo que nos rodea y del sentido de nuestras vidas.

La clave para estos interrogantes se encuentra en el equilibrio en la distribución del conocimiento que desde luego será en concordancia con los deseos de cada uno, pero es bueno prestar atención al mencionado equilibrio, si se quiere ajeno a lo meramente subjetivo. El prestar atención al valor de mirar al campo debe balacearse con la importancia de escarbar más en el hoyo de la propia especialidad. Esto es más humano para no ser un bruto que solo entiende de cierto tipo de tornillos y nunca se dio tiempo para siquiera meditar para que está vivo.

Sin duda que primará la decisión individual. En economía nos referimos a la utilidad marginal como el factor valorativo determinante para la asignación de esfuerzos. A medida que se va disponiendo de una mayor cantidad de un bien, la utilidad marginal, es decir, la de la última unidad, va decreciendo puesto que es marginal el uso que se le da y, por ende, simultáneamente se van apreciando más otros bienes. Es lo que ocurre con el antedicho tiempo libre, tienden a igualarse las utilidades marginales, pero reiteramos que es un buen consejo a tener en cuenta la valorización equilibrada del conocimiento.

Antaño, en la época de las cavernas de nuestros ancestros, las personas eran una especie de hombres orquesta que para sobrevivir no concebían la especialización, literalmente andaban a salto de mata.

En otras palabras, se suele considerar que las lecturas y estudios que apuntan  a lograr lo crematístico son útiles e inútiles los conocimientos que genéricamente se denominan “humanistas” pero esto no es así. Más aun, estos últimos estudios forman a la persona e incluso permiten alcanzar otros objetivos lo cual queda reflejando cuando, por ejemplo, se invita a doctores en historia o en filosofía a reuniones con banqueros al efecto de proporcionar perspectivas enriquecedoras y fuera de lo habitual y rutinario.

En otra oportunidad he subrayado el rol decisivo del trabajo teórico y lo absurdo de resaltar la tarea práctica como se ésta no fuera una consecuencia directa del andamiaje teórico ya que nada de lo que existe hubiera podido concretarse “y practicarse” si previamente no hubo teóricos que concibieron lo que está hoy entre manos desde la medicina, las computadoras, los transportes terrestres, aéreos y marítimos, las formas de producir alimentos, la vestimenta, los libros y las ideas que conciben principios que permiten que la energía aflore, junto a todo los que nos rodea.

Pienso que en la educación de la juventud esta perspectiva que exponemos resulta de gran importancia trasmitirla para lograr personas adecuadamente formadas cuyas potencialidades sean bien logradas, de lo contrario,  el desprecio por áreas aparentemente disociadas a sus vidas y la valorización solamente de lo que puede atraer mayores patrimonios, es una visión  muy opaca de la realidad que, en última instancia, le da la espalda a la vida y a la condición propiamente humana.

Como queda consignado, lo dicho para nada niega la necesidad de proveerse de los mejores niveles de vida posibles, de lo que se trata es de ubicar el tema en perspectiva y dar espacio a los fines y relegar los medios como medios. Es a lo que apunta Donald Andrews en su The Symphony of Life respecto al disfrute de la música, las pinturas y esculturas que subraya son parte de una formación  de excelencia.

En general, la forma de establecer criterios valorativos extendidos consiste en dejar que transcurra el suficiente tiempo al efecto de recabar la mayor cantidad de opiniones que se estiman competentes para poder escoger y concluir en la respectiva materia, según sean nuestros conocimientos o la confianza que depositamos en otros opinantes que consideramos de valía.

En la ciencia o para el caso en cualquier contribución nueva o aporte al acervo cultural, en un primero momento el público desconfía. En la primera etapa puede aparecer como una idea estrafalaria que con el tiempo y los suficientes debates queda claro si se trata de una sandez o de un avance científico. En el momento en que aparece en escena lo nuevo no resulta posible juzgarlo con la debida ponderación ni con el debido detenimiento y perspectiva. Lo que si puede sostenerse es que el arte, la ciencia o una manifestación cualquiera de cultura no radica en cualquier cosa en cualquier sentido y que las valoraciones subjetivas en cuanto a los gustos y preferencias deben distinguirse de la objetividad de la cosa sujeta a juicio.

En todo caso, del mismo modo que Umberto Eco aplica el método popperiano a la interpretación de textos para acercarse lo más posible al sentido de lo que se lee, puede aplicarse esa metodología de refutaciones y corroboraciones provisorias a las nuevas contribuciones. Los elementos subjetivos y las características objetivas suelen ilustrarse en diversos ensayos con la temperatura que existe en una habitación: objetivamente es susceptible de medirse en el termómetro y subjetivamente, cada uno, puede pronunciarse de diferente manera según sienta más o menos calor o frío en concordancia con el contraste de la temperatura ambiente de donde proviene el sujeto y según el funcionamiento del termostato individual.

El notable J. F. Revel ha publicado un libro titulado El conocimiento inútil donde, entre muchas reflexiones de gran calado, plantea algo bien distinto de lo que dejamos dicho en esta nota periodística. De todos modos es muy relevante mencionar la preocupación de Revel que subraya la paradoja de que en un mundo de eficaces comunicaciones y por ende de notables posibilidades de contar con información, en ese mismo mundo hay sistemas que emplean “todas las maniobras y contorciones mentales y morales” posibles para distorsionar y desfigurar la información transformándola en escombros de conocimientos no solo inútiles sino del todo contraproducentes.

Termino con un  conocimiento que se trata como si fuera innecesario o inútil pero que es indispensable y que debe repasarse y profundizarse para que tenga lugar el respeto recíproco: la importancia de los fundamentos del ideario liberal al efecto de remover la pesada bota de los aparatos estatales y sus cómplices los empresarios prebendarios que se alían al poder político para asfixiar y aplastar al  individuo.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

EL VALOR DE LAS INSTITUCIONES: GIOVANNI SARTORI

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Ha muerto quien hasta ahora y en el contexto de esta etapa de la evolución puede considerarse uno de los representantes más destacados de la ciencia política desde Aristóteles. No es una exageración decir que ese pensador es Giovanni Sartori. No lo conocí personalmente pero conservo nuestra correspondencia a raíz de la presentación de mi ensayo «Toward a Theory of Autogovernment» en un seminario en Seúl, en agosto de 1995, patrocinado por la International Cultural Foundation, trabajo que tuvo la amabilidad de comentar (lo cual agradecí en mi libro El juicio crítico como progreso de 1996).

Por marcos institucionales Sartori entendía las normas que protegen los derechos individuales a la vida, a la libertad y a la propiedad de lo cual depende la civilización. Su recorrido intelectual lo dedicó a estudiar y enseñar acerca de los límites al poder político para que no se salga de sus funciones específicas a la protección a aquellos derechos y, asimismo, el señalar los graves peligros de que los aparatos estatales se conviertan de protectores en agresores con lo que los gobiernos a través del abuso de mayorías destrocen los valores y principios de una sociedad abierta.

Sin duda su obra de mayor calado es el multivolumen Teoría de la democracia . Subraya Sartori que la democracia ilimitada o degradada contradice su esencia y su etimología ya que no se trata de demos sino de antidemos. En palabras del autor «por tanto, el argumento es de que cuando la democracia se asimila a la regla de la mayoría pura y simple, esa asimilación convierte en un sector del demos en no-demos. A la inversa, la democracia concebida como el gobierno mayoritario limitado por los derechos de la minoría se corresponde con todo el pueblo, es decir, con la suma total de la mayoría y la minoría. Debido precisamente a que el gobierno está limitado, todo el pueblo (todos los que tienen derecho al voto) está siempre incluido en el demos«.

Esta preocupación y ocupación de Sartori se debe a lo que de un tiempo a esta parte viene sucediendo que la democracia se ha ido mutando en cleptocracia, es decir, el abandono de todo sentido de los valores y principios de la democracia convirtiéndose en una caricatura para de contrabando transformase en el gobierno de ladrones de libertades, propiedades y sueños de vida. No es cuestión que la libertad sucumba y se torne en un inmenso Gulag en nombre de la democracia. Por eso es de tanta relevancia prestar debida atención a propuestas que apuntan a introducir nuevos y más efectivos límites para frenar los abusos y atropellos del Leviatán cada vez más adiposo y agresivo.

Este enfoque enfatiza el serio inconveniente que suscribió Platón con su estropicio del «filósofo rey» que en lugar de resaltar los aspectos institucionales centra su atención en las personas que ocupan cargos públicos, exactamente lo contrario de lo que apuntaba Popper para que «los gobiernos hagan el menor daño posible».

Es en verdad sumamente curioso que hay quienes se declaran «liberales en la política» y niegan el liberalismo en la economía como si tuviera algún sentido suscribir el continente y negar el contenido cuando justamente el continente (la libertad política) es para que cada uno pueda usar y disponer libremente de lo propio.

Sartori enseño en su natal Florencia y en Yale, Standford, Harvard y Columbia y publicó numerosos ensayos y libros entre los cuales, a nuestro juicio, son criticables algunas de sus consideraciones sobre las «sociedades multiéticas» y sus percepciones del homo videns aunque sus reflexiones sobre el poder de las imágenes son de gran provecho puesto que éstas dan todo servido y anulan el pensamiento que, por ejemplo, brinda la lectura donde el ritmo y la imaginación están a cargo del lector.

En las épocas que corren es evidente que el mayor peligro para la supervivencia de la genuina democracia consiste en el nacionalismo como sello del populismo, es decir en las culturas alambradas habitualmente atadas al racismo, los caudillos («encantadores de serpientes» según Sartori) que usan la supuesta democracia en provecho propio y en los estatismos siempre empobrecedores.

Ya el magistral J. F. Revel demuestra en su libro La gran mascarada el estrecho parentesco entre el nacionalsocialismo y el comunismo (en este caso, resabios de la Nomenklatura). En esta oportunidad nos concentramos en uno de los aspectos xenófobos del nacionalismo lo cual para nada excluye los graves problemas económicos que producen los aranceles y demás controles y reglamentaciones que conducen a la miseria con el pretexto de «la economía nacional y popular»-

Como ha señalado Thomas Sowell, los sicarios nazis debían rapar y tatuar a sus víctimas para distinguirlas de sus victimarios. Hitler, después de mucho galimatías clasificatorio, finalmente sostuvo que «la raza es una cuestión mental», con lo que adhirió al polilogismo racista, bajo la absurda pretensión de que el ario y el semita tienen una estructura lógica distinta. Esto fue calcado del polilogismo marxista, por el que se arguye que el proletario y el burgués tienen distintas lógicas, aunque, como ha señalado Mises, nunca se explicó en qué se diferencian concretamente esas estructuras del pensamiento. Tampoco se explicó qué le ocurre en la cabeza a la hija de una burguesa y un proletario ni qué le ocurre a este último cuando se gana la lotería o comienza a tener éxito en los negocios.

Por otra parte, en estos embrollados ejercicios, se suele confundir el concepto de lengua con el de etnia. En este último sentido, la filología demuestra que el entronque del sánscrito con las llamadas lenguas europeas -como el griego, el latín, el celta, el alemán, el inglés y las lenguas eslavas- dio como resultado las lenguas denominadas indoeuropeas o indogermánicas, expresiones que más adelante se sustituyeron por la de ario, debido a que el pueblo que primitivamente hablaba el sánscrito en la India se denominaba arya. Max Müller (Biography of Words and the Home of the Aryans) dice: «En mi opinión un etnólogo que hable de la raza aria comete un error tan importante como el que cometería un lingüista que hablara de un diccionario dolicocéfalo o de una gramática braquicéfala.»

También, en este mismo contexto, es frecuente que se asimile la idea estereotipada de raza con religión, por ejemplo, en el caso de los judíos. Antiguamente, este pueblo provino de dos grupos muy disímiles: unos eran del Asia menor y otros de origen sudoriental de procedencia árabe. A esto deben agregarse los múltiples contactos con otras civilizaciones y poblaciones de distintas partes del planeta, lo cual ha producido las más variadas características (en última instancia, todos somos de todas partes, ya que nuestros ancestros son de orígenes muy mezclados).

Como ha dicho Darwin, hay tantas supuestas razas como clasificadores. En verdad produce congoja cuando -ingenuamente a veces, y otras no tan ingenuamente- se hace referencia a las «diversas sangres» que tendrían diferentes grupos étnicos. Vale la pena aclarar este dislate. Hay solamente cuatro grupos sanguíneos que están distribuidos entre todas las personas. La sangre está formada por glóbulos que están en un líquido llamado plasma. Los glóbulos son blancos (leucocitos) y rojos (hematíes), y el plasma es un suero compuesto de agua salada y sustancias albuminoides disueltas. La combinación de una sustancia que contiene los glóbulos rojos, denominada aglutinógeno, y otra conocida como aglutinina, que contiene el suero, da como resultado los antes mencionados cuatro grupos sanguíneos. Eso no tiene nada que ver con las respectivas evoluciones que van estableciendo diversas características exteriores. Y esos grupos sanguíneos no pueden modificarse ni siquiera con transfusiones.

Los rasgos físicos que hace que hablemos de etnias responden a procesos evolutivos. En el planeta tierra todos provenimos de Africa (y, eventualmente, del mono). Spencer Wells- biólogo molecular, egresado de las universidades de Oxford y Stanford- explica magníficamente bien nuestro origen africano (The Journey of Man) y las distintas migraciones que, según las diversas condiciones climáticas, hicieron que la piel y otros rasgos físicos exteriores vayan adquiriendo diferentes aspectos.

En este último sentido, siempre me ha llamado poderosamente la atención que muchas personas llamen en Estados Unidos a los negros «afroamericanos» como una manifestación un tanto atrabiliaria de lo que se ha dado en llamar political correctness. Curioso es en verdad que muchos negros se dejen llamar afroamericanos como si fuera algo distintivo. Esto no los diferencia del resto puesto que, por las razones apuntadas, por ejemplo, el que esto escribe es afroargentino.

Sin duda, el ejemplo más repugnante estriba en la criminal judeofobia alimentada por tanto mequetrefe que anda suelto por el mundo. Obras tales como Veintitrés siglos de antisemitismo, del sacerdote Edward Flannery, y la Historia de los judíos de Paul Johnson son suficiente testimonio de la barbarie racista.

Karl Popper muestra la fertilidad que se produce a través de los estrechos vínculos interculturales y ofrece, como ejemplo, la Viena del siglo de oro antes de que la hediondas botas nacionalsocialistas produjeran otra de las tantas diásporas características de los regímenes totalitarios. Ese caso se ilustra con las notables manifestaciones en el campo de la música, la literatura, la ciencia económica, el derecho y el psicoanálisis.

El oxígeno resulta indispensable y esto se logra abriendo puertas y ventanas de par en par. La guillotina horizontal que pretende nivelar y enclaustrar necesariamente empobrece. La cultura no es de esta o aquella latitud, del mismo modo que las matemáticas no son holandesas ni la física es asiática. Nada más absurdo que la troglodita noción del «ser nacional» y nada más truculento y tenebroso que las banderas de la «cultura nacional y popular».

En una sociedad abierta, las jurisdicciones territoriales tienen por única función evitar los peligros de la concentración de poder que significaría un gobierno universal. Pero de allí a tomarse seriamente las fronteras hay un salto lógico inaceptable. Obstaculizar cualquiera de las muchísimas maneras de intercambios culturales libres y voluntarios constituye una seria amenaza y una forma grotesca de contracultura.

El nacionalismo es una de las formas de ofender a la democracia que tanto desvelaron a Sartori que sostuvo que avanza merced al lenguaje de «lo políticamente correcto que resulta un procedimiento solapado para anular el pensamiento». La revalorización del derecho ha sido una labor muy fértil de Sartori en circunstancias que el positivismo legal ha hecho estragos en no pocas facultades de derecho.

Por último en esta nota periodística, transcribo una cita de Arnold Toynbee que se conecta con los temas de Sartori en cuanto a la razón de los esclavos modernos que piden ser esclavizados: «La gran ley de desarrollo social consiste en que el paso de la esclavitud a la libertad significa el paso de la seguridad a la inseguridad de ser mantenidos».

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

 

SE ACENTÚA EL PELIGRO NACIONALISTA

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

El caso de Austria vuelve a poner sobre el tapete el tremendo avance nacionalista, es decir, la xenofobia, la cultura alambrada, la obtusa y retrógrada desconfianza en el comercio internacional libre, el ataque a los inmigrantes y, en definitiva, la vuelta a los instintos más oscuros del hombre primitivo.

 

En este caso pongo de relieve el peligro del candidato presidencial austríaco Norbert G. Hofer que acaba de perder en la segunda vuelta por escasísimo margen (49.7 % frente a 50.3% de los sufragios del ganador en la contienda electoral). La primera vuelta en abril del corriente año la ganó Hofer por el mayor caudal de votos de un presidente desde 1945, momento en que fue efusivamente felicitado por los otros candidatos nacionalistas de Europa: Matteo Salvini de la Liga del Norte de Italia, Marine Le Pen del Frente Nacional francés, Frauke Pety de Alternativa para Alemania y Greet Wilders del Partido Holandés para la Libertad.

 

En este panorama siniestro de los cuasi-nazis europeos no hay que dejar de lado al candidato Donald Trump con el discurso por todos conocido del otro lado del Atlántico, para no mencionar a megalómanos como el venezolano del chavismo y sus imitadores (entre muchos otros autores, J.F. Revel nos muestra en detalle en La gran mascarada el íntimo parentesco y la comunión de ideales entre el nacionalismo y el comunismo).

 

Es en verdad muy triste que nada menos que en Austria sucedan estas cosas, la tierra del cosmpolitismo antes del advenimiento del asesino serial: Hitler.  Stefan Zweig nos cuenta es su magnífica autobiografía –El mundo de ayer- de los célebres cafés vieneses visitados permanentemente por contertulios de todas partes del mundo, donde se exhibían los periódicos más destacados de todos los puntos del planeta. Nos detalla las enormes ventajas del cosmopolitismo que permitieron a los austríacos gozar de progresos culturales notables en la literatura, la música, la economía, el derecho y el psicoanálisis. Nos muestra el clima en los colegios y en la universidad de Viena por el empeño por estudiar todo lo que se pudiera sin ni siquiera percatarse cual era el lugar de origen de tal o cual contribución que tomaban como patrimonio de la humanidad. Nos relata el valor de establecer marcos institucionales civilizados y de respeto recíproco en el contexto de la propiedad privada y la santidad de los contratos, así como también la importancia de contar con una moneda estable y segura.

 

El nacionalismo toma las fronteras como diques infranqueables en lugar de percibir que solo tienen sentido para evitar los enormes peligros de concentración de poder que significaría un gobierno universal. El fraccionamiento en estados y éstos en provincias que a su vez se subdividen en municipios fueron originalmente establecidos para minimizar el abuso de poder político y no para crear tensiones y actitudes confrontativas cuando no abiertamente bélicas entre si. En una sociedad abierta, el uso de la fuerza solo está permitida como recurso defensivo pero nunca ofensivo contra los propios ciudadanos o contra los que han nacido en otros lugares. Como es sabido, las fronteras nada tienen de natural, son fruto de trifulcas bélicas y de la geología.

 

La cultura y el progreso están ubicados en un proceso evolutivo de entregas y recibos recíprocos. En este sentido, los libros, las músicas, las arquitecturas y los estilos, el descubrimiento del derecho, los procesos económicos, la gastronomía, la medicina, la religión, los métodos agrícolas y tantas otra manifestaciones culturales no tienen patria, son fruto de los referidos procesos de donativos y de recepciones que no se extinguen en el tiempo. Solo debe bloquearse la lesión a derechos de terceros.

 

Mario Vargas Llosa nos dice en “Elefante y la cultura” que “considerar lo propio como un valor absoluto e incuestionable y lo extranjero un desvalor, es algo que amenaza, socava, empobrece o degenera la personalidad espiritual de un país. Aunque semejante tesis difícilmente resiste el más somero análisis y es fácil mostrar lo prejuiciado e ingenuo de sus argumentos, y la irrealidad de sus pretensión -la autarquía cultural-, la historia nos muestra que se arraiga con facilidad”.

 

Los nacionalistas apuntan principal aunque no exclusivamente a dos planos de análisis: a interferir con el movimiento de bienes y servicios con otros territorios y a intervenir en los movimientos migratorios, en cualquier caso recurriendo a léxicos horrendos como “el ser nacional” y otras sandeces equivalentes y con lenguaje siempre patriotero e incendiario. Veamos entonces aquellos dos aspectos cruciales por lo menos sumariamente en sus aspectos fundamentales.

 

En lo referente al primer punto, resulta clave comprender algo elemental y es que es mejor comprar barato y de alta calidad que comprar caro y de mala calidad. Esto que parece tan simple es negado por aranceles aduaneros, tarifas y manipulaciones del tipo de cambio en prácticamente todas partes.

 

Todo arancel inexorablemente significa mayor inversión por unidad de producto, a saber, obliga a destinar una suma mayor de dinero por cada producto ingresado al país en cuestión. Y, a su vez, dicha mayor inversión por unidad de producto naturalmente  hace que hayan menos productos, lo cual se traduce en un nivel de vida más bajo. Ergo, todo arancel siempre y bajo toda circunstancia empobrece.

 

Ahora bien, especialmente desde el decimonónico Friedrich List se ha difundido la peregrina teoría de “la industria incipiente” que reza más o menos así: estamos de acuerdo con el librecambio pero es necesario darle tiempo a las industrias recién instaladas (industrias incipientes) para que puedan ponerse a tono con la tecnología desarrollada por empresas extranjeras con mayor experiencia y tiempo en el mercado, de lo contrario, se sigue diciendo, sería injusto para la “industria nacional”.

 

Este pretendido argumento es falaz por donde se lo mire. Es correcto que la gran mayoría de las empresas no muestran ganancias en los primeros períodos, pero si la evaluación de proyectos está bien realizada, se supone que el retorno sobre la inversión más que compensará los quebrantos iniciales.

 

En el caso de la “industria incipiente” son los propios empresarios los que deben cubrir los primeros períodos de pérdidas y no pretender endosarle la carga sobre las espaldas de los consumidores. Si los empresarios del caso no tuvieran los suficientes fondos para encarar la situación de su negocio, pues venden la idea en el mercado local o internacional para obtener los recursos faltantes.

 

Si nadie en el mercado local o internacional se interesa por comprar el proyecto, es solo por uno de dos motivos. O se trata de un “cuento chino”, que es lo que muchos veces sucede cuando se eterniza la condición de industria incipiente, o si bien es un proyecto rentable se estima que hay otros que son prioritarios y como los recursos son limitados no puede encararse todo al mismo tiempo por lo que el proyecto debe esperar.

 

Respecto a las fuentes de trabajo debe enfatizarse que la mayor productividad libera recursos humanos y materiales para encarar otras faenas que al momento no se podían hacer debido a que los recursos en cuestión estaban esterilizados en las tareas anteriores. Como he dicho muchas veces, este fue el destino del hombre de la barra de hielo antes del refrigerador o del fogonero antes de la aparición del los motores Diesel. Si se forzara a retrotraerse a las condiciones anteriores eliminando la consiguiente productividad, los salarios en términos reales se reducirán.

 

Hay otras muchas falacias tejidas en torno al comercio exterior (que en su esencia no se diferencian del comercio interior) pero que en una nota periodística no cabe su análisis.

 

En cuanto al segundo punto de los movimientos migratorios, es pertinente subrayar que en una sociedad libre la expresión “inmigración ilegal” es del todo impertinente. Todos deberían tener la posibilidad de ubicarse donde lo estimen conveniente sin pedir permiso de ninguna naturaleza.

 

Solo los delincuentes deben ser bloqueados, pero eso no diferencia los nativos de los extranjeros. Todos los que no nos hemos mantenido en el continente africano somos inmigrantes dado que el origen del hombre es ese continente.

 

Por supuesto que, igual que en el librecambio de bienes, puede circunstancialmente disminuirse algún salario debido a la competencia, pero el mejor aprovechamiento del capital y la mayor productividad elevan las tasas de capitalización conjuntas lo que empuja todos los salarios e ingresos al alza. Lo que resulta indispensable para evitar la tragedia del desempleo es dejar de lado la peregrina idea de que los salarios pueden decidirse por decreto en lugar de comprender que se establecen según sea la inversión per capita fruto del ahorro interno y externo.

 

Se ha dicho que los inmigrantes significan un costo adicional al fisco (es decir, al contribuyente) debido a que recurren a servicios del llamado “estado benefactor”. En realidad este es un problema del “estado benefactor” y no un problema que presenta la inmigración. De todos modos, para que esto no sirva de pantalla al efecto de eliminar o limitar la inmigración, debe subrayarse que a los inmigrantes les debería estar vedado el uso de ese tipo de servicios pero, naturalmente, tampoco deberían estar obligados a aportar para mantenerlos con lo que serían personas libres tal como a muchos ciudadanos les gustaría ser y no verse compelidos a financiar servicios caros, deficitarios y de mala calidad.

 

En sus estudios Julian Simon alude a las motivaciones de los inmigrantes para dejar sus tierras y a los consiguientes comportamientos en sus nuevos destinos. En ese sentido, ha presentado trabajos sumamente medulosos sobre la inmigración, por ejemplo, su libro The Economic Consequences of Immigration y su ensayo “Are there Grounds for Limiting Immigration?” donde señala: a) los inmigrantes están más dispuestos a trabajar en tareas que los nativos no aceptan b) son más flexibles en el traslado a distintos lugares c) tienen menos hijos debido a la inseguridad y a las situaciones apremiantes por las que han debido pasar en sus países de origen d) muestran mayor propensión al ahorro d) revelan buen desempeño no solo en sus trabajos sino en sus estudios e) debido a sus edades muestran estados de salud sumamente satisfactorios y f) ponen de manifiesto su capacidad para encarar nuevos emprendimientos.

 

Estos dos capítulos revelan los dardos venenosos de los nacionalismos, es de esperar que con los suficientes esfuerzos educativos puedan prevalecer los valores y principios de una sociedad abierta para bien de todos, muy especialmente para los más necesitados.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

CUBA-ESTADOS UNIDOS

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

En mi artículo publicado el 14 de octubre de 2007, titulado “Mi primo, el Che” distribuido por LiberPress, me refería sucintamente  a la situación de Cuba antes del advenimiento del castrismo, así consignaba que a pesar de las barrabasadas de Batista, era la nación de mayor ingreso per capita de Latinoamérica, eran sobresalientes en el mundo las industrias del azúcar, refinerías de petróleo, cerveceras, plantas de minerales, destilerías de alcohol, licores de prestigio internacional; tenía televisores, radios y refrigeradores en relación a la población igual que en Estados Unidos, líneas férreas de gran confort y extensión, hospitales, universidades, teatros y periódicos de gran nivel, asociaciones científicas y culturales de renombre, fábricas de acero, alimentos, turbinas, porcelanas y textiles.

 

Ahora el gobierno estadounidense se prepara para reanudar las relaciones diplomáticas con la isla-cárcel que solo este año ha detenido a casi dos mil personas, la mayoría perteneciente a las Damas de Blanco, un acto simbólico aquél que trasmite la falsa idea de que en ese país ahora las cosas han cambiado y que merecen el reconocimiento del otrora baluarte del mundo libre.

 

Como el sistema comunista no es capaz de producir nada eficientemente (ahora, ¡ni azúcar!), Cuba primero se financiaba con el producto del saqueo en gran escala a los súbditos y los recursos naturales de la URSS y luego con parte de lo obtenido por el petróleo venezolano y las privaciones de ese pueblo. Ahora que el precio del oro negro se ha desplomando y el chavismo está agonizando, los sátrapas cubanos se dirigen a Estados Unidos al efecto de poder financiar a los carceleros para lo cual sirve el reconocimiento diplomático.

 

Por su parte, el embargo no es el problema,  más bien ha servido como pretexto para endosar todos los males de la isla cuando hipócritamente todas las operaciones se hacían y se hacen a través de triangulaciones. El problema es el antedicho reconocimiento ante el mundo y la consiguiente pretensión de usar a Estados Unidos para que el régimen totalitario no decaiga en el alimento para sustentarlo, del mismo modo que lo hacían antes con los criminales soviéticos y los payasos peligrosos del Orinoco.

 

Todas las personas con algún sentido de dignidad se entristecen frente a esta infamia porque no olvidan los alaridos de dolor de los presos atestados en mazmorras y las miserias espantosas por las que atraviesan los cubanos cotidianamente, las espantosas condiciones de las pocilgas que son los hospitales (solo se mantiene algún centro de salud en la vidriera para la gilada) y los sistemáticos lavados de cerebro que se dicen escuelas o universidades donde debe escribirse con lápiz en los cuadernos para que la próxima camada pueda borrar y escribir nuevamente debido a la escasez de papel.

 

Conozco de cerca aquellos imbéciles norteamericanos que dan la espalda a la extraordinaria tradición de libertad de su propio pueblo y se creen con cierta gracia al alabar al barbudo de la isla cubana diciendo que admiran la igualdad que impera y el amor que prima en el pueblo, mientras se alimentan, se visten y se atienden en Estados Unidos.

 

También están los llamados empresarios sedientos de hacer negocios con el aparato estatal sin importarles el sufrimiento y el padecimiento ajeno que se multiplica cada vez que los mandones reciben financiamiento. Y, por último, los snobs de siempre que apoyan movimientos socialistas mientras tienen a buen resguardo sus cuentas bancarias en lugares civilizados.

 

Por supuesto que esta noticia del “reencuentro” entre Cuba y Estados Unidos es celebrado por las izquierdas que se percatan de las maniobras del castrismo para seguir en las mismas. Por eso hay gobernantes que se han adelantado a decir que este acercamiento significa redoblar las posibilidades de que el espíritu de la Cuba del Che mantenga las banderas en alto. Ninguno de los cuales por cierto es consistente con sus declamadas profesiones de fe ya que son en general millonarios con fondos obtenidos por medio del robo descarado a las poblaciones que gobiernan, tal como sucede con los Castro cuyos patrimonios siempre presiden las auditorias internacionales.

 

Si duda que siguen los idiotas útiles que hacen de carne de cañón pero que festejan ruidosamente todos los zarpazos del Leviatán aunque, en definitiva, son perjudicados por el sistema que apoyan y algunos cristianos peculiares que traicionan abiertamente los mandamientos de no robar y no codiciar los bienes ajenos sin entender en lo más mínimo los pilares de la sociedad abierta de la responsabilidad individual, el respeto recíproco ni la caridad que, para que sea tal, siempre es realizada con recursos propios y de modo voluntario (dicho sea al pasar, como ha señalado muy documentadamente J. F. Revel, Estados Unidos, desde el siglo dieciocho hasta el presente ha sido el país donde el promedio ponderado de caridad por persona es la más alta del orbe).

 

Después están los tilingos superlativos que proclaman a los cuatro vientos que la reanudación de las relaciones diplomáticas son “un hecho histórico” por la mera circunstancia de que hace más de medio siglo que las botas comunistas vienen aplastando a los cubanos indefensos y ahora se revierten esas relaciones cortadas desde 1961, aunque no cesa el referido estrangulamiento y consecuente oprobio.

 

Invito a los lectores que meditemos juntos con detenimiento lo que escribe Carlos Alberto Montaner, como es sabido, un pensador de fuste al que leen más de dos millones de personas sus columnas semanales. Dice Montaner en su último artículo referido al asunto que venimos tratando en una nota titulada “La normalización”: “Para mi no hay duda de que se trata de un triunfo político total de la dictadura cubana”.

 

Por su parte, el senador estadounidense Marco Rubio ha escrito en el Wall Street Journal un artículo con el sugestivo título de “Una victoria para la opresión” que “El anuncio hecho por el presidente Obama el miércoles de dar legitimidad diplomática y acceso a dólares estadounidenses al régimen de Castro no solamente es malo para el oprimido pueblo cubano, o para los millones que viven en exilio y perdieron todo en las manos de la dictadura. La nueva política cubana de Obama es una victoria para los gobiernos opresivos de todo el mundo y tendrá consecuencias negativas reales para el pueblo estadounidense. Desde que Estados Unidos rompió sus relaciones diplomáticas en 1961, la familia Castro ha controlado el país y la economía con una mano de hierro que castiga a los cubanos que expresan su oposición y exigen un futuro mejor. Bajo los Castro, Cuba también ha sido una figura central en el terrorismo, el narcotráfico y todo tipo de miseria y caos en nuestro hemisferio”.

 

Asimismo, la célebre neurocirujana Hilda Molina radicada en Buenos Aires repite en cuanta entrevista le es solicitada y en cuanta conferencia se la invita que considera su deber desmentir la propaganda sobre Cuba y denunciar los crímenes atroces de la dictadura insoportable que se percibe en los más mínimos resquicios de la vida del sufrido pueblo cubano. Es ésta una persona de apariencia frágil pero que articula un discurso de gran fuerza y vigor espiritual, siempre pronunciado con respeto y en un tono educado (sabemos que los gritones ocultan bajo sus vociferaciones la sinrazón y la incapacidad de argumentar).  Me congratulo que esta luchadora incansable, que a veces se siente tan desamparada, hace un tiempo haya incorporado mi nombre entre los miembros del Consejo Consultivo de su institución Crecer en Libertad.

 

Lo de nuestros hermanos de Cuba no es un tema simplemente de solidaridad hacia sus padecimientos y para con las vidas de tantos exiliados que lo han perdido todo en su tierra natal, sino que es en interés propio puesto que todos estamos interesados en la vigencia de libertad. Por eso nuestro homenaje a las personas mencionadas a la que agregamos el recuerdo de Huber Matos que alguna vez nos visitó en Buenos Aires y al formidable defensor de la sociedad abierta, Armando Valladares.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. En Administración. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer rector de ESEADE.

Vuelve a Europa la sinrazón nacionalista

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 28/5/14 en http://www.lanacion.com.ar/1695062-vuelve-a-europa-la-sinrazon-nacionalista

 

Es  alarmante el parecido con los nazis que ponen de manifiesto las plataformas de los partidos políticos europeos que han obtenido éxitos electorales varios en los recientes comicios para lograr escaños en el Parlamento Europeo; esto ratifica las tendencias que se vienen observando de un tiempo a esta parte.

Todos los medios de comunicación mundiales informan acerca de estos hechos bochornosos para el futuro de la humanidad. Así, los recuentos de votos dan por resultado un espectáculo lamentable, sobrecogedor y realmente triste. Es como si la humanidad no hubiera padecido (y los padece) los estragos de la xenofobia nacionalista.

Con suerte diversa, pero siempre mostrando incrementos notables en el caudal electoral, el proceso electoral europeo ha exhibido resultados llamativos en favor de los nacionalismos: en Francia, el Frente Nacional; en Inglaterra, el Partido Independiente del Reino Unido; en Alemania, el Partido Alternativa para Alemania; en Dinamarca, el Partido del Pueblo Danés; en Suecia, los Demócratas Suecos; en España, Podemos; en Austria, el Partido de la Libertad; en Grecia, el Amanecer Dorado; en Italia, la Liga del Norte, y en Hungría, el Movimiento por una Hungría Mejor.

Ésta es la cara visible de la siempre nociva derecha que, aliada a veces con ciertas manifestaciones conservadoras, apunta a imponer una cultura alambrada (si es que se puede aludir a «cultura» en este contexto) sobre la base de esperpentos y dislates como los del «ser nacional» y la «cultura nacional y popular».

Desde la perspectiva de la sociedad abierta, el globo está fraccionado en naciones, y éstas a su vez en provincias y municipios, al solo efecto de evitar los riesgos descomunales que un gobierno universal supondría para los derechos individuales. Pero de allí a tomarse seriamente las fronteras (establecidas por contiendas bélicas y accidentes geológicos) hay un trecho insalvable. El comercio de bienes y servicios y los movimientos migratorios libres constituyen expresiones de progreso y, sobre todo, de respeto recíproco. El espíritu liberal sólo adhiere al uso de la fuerza cuando hay lesiones de derechos, pero nunca a recurrir a métodos agresivos cuando se trata de arreglos contractuales libres y voluntarios.

Hannah Arendt explica: «No importa cuál sea la forma que adopte un gobierno mundial que centralice el poder del globo, la misma noción de una fuerza soberana sobre toda la Tierra que detente el monopolio de la violencia sin control ni limitación por parte de otros poderes no sólo constituye una pesadilla de tiranía, sino que significa el fin de la vida política».

Los problemas que tienen lugar hoy en el planeta se deben a deudas públicas colosales (sean internas o externas), gastos gubernamentales astronómicos, déficits fiscales alarmantes, impuestos insoportables, regulaciones absurdas y asfixiantes, manipulaciones monetarias y cambiarias y otras restricciones persistentes al comercio libre. Sin embargo, como una manifestación tragicómica y grotesca, se endosan los problemas a un capitalismo inexistente o raquítico, situación en la que los mencionados partidos políticos (y muchísimos otros) reclaman la intensificación del estatismo y la xenofobia, esto es, más de lo mismo.

La cultura cercada de los nacionalismos se sustenta en la barbarie, es decir, en la premisa de que debe preservarse LA NACION de «la contaminación» que provocarían aquellos aportes generados fuera de las fronteras. Esta visión troglodita supone que lo local es siempre un valor, y un desvalor lo foráneo. Así se destroza la cultura, que siempre es el resultado de donativos y de incorporaciones cruzadas.

Quienes subrayan la «identidad nacional» no se percatan de que la cultura no es un concepto estático: nuestra cultura personal de hoy no es la misma que la de ayer. También ocultan un vacío interior y un marcado complejo de inferioridad. Éste es el motivo por el que la concepción tribal y antisemita del franquismo hacía que se proclamaran bellaquerías sobre la divinidad del caudillo, del mismo modo que lo han hecho todos los dictadores latinoamericanos.

El relativismo inserto en el nacionalismo condujo a sostener monstruosidades como «la verdad alemana». Como ha escrito Julien Benda, el concepto de verdad es un obstáculo para los nacionalistas, ya que en rigor se trata de una noción universal.

El afecto al terruño es natural, y es saludable el apego a las buenas tradiciones, pero muy distinto es el declamar un amor telúrico y agresivo para con otros países. Como destaca Fernando Savater, «cuanto más insignificante se es en lo personal, más razones se buscan de exaltación en lo patriótico», opinión que coincide con lo consignado por Juan Bautista Alberdi: «El entusiasmo patrio es un sentimiento peculiar de guerra, no de la libertad».

Como, por ejemplo, señalaron Darwin y Spencer Wells, la idea de «raza» deriva de estereotipos y abstracciones imposibles de concretar. En nuestros tiempos, los sicarios nazis, debido a que tatuaban y rapaban a las víctimas para distinguirlas de sus captores, sostuvieron que «la raza es una cuestión mental», calcando el polilogismo clasista de Marx para aplicarlo a un polilogismo racial.

Las raíces intelectuales del nacionalismo deben verse en quienes fomentaron la autarquía, la confrontación con toda manifestación de lo extranjero y el patrioterismo de la más baja estofa, que conduce a los antropomorfismos más ridículos y a «vivir con lo nuestro». También entre nosotros, los escritos de destacados nacionalistas abrieron las puertas a la revolución fascista del 30 y al advenimiento del peronismo.

En esta línea argumental, la tragedia mayúscula del desempleo se debe a regulaciones laborales que pretenden colocar por decreto los salarios y equivalentes en niveles superiores a las tasas de capitalización, en lugar de centrar la atención en la mejora de marcos institucionales que, al garantizar derechos de propiedad, facilitan la inversión, que es el único factor que al hacer de apoyo logístico al trabajo permite elevar su productividad y, consecuentemente, los salarios e ingresos en términos reales.

La expresión «inmigración ilegal» es contraria al cosmopolitismo inherente a la sociedad abierta y suscribe las mismas falacias del mal llamado «proteccionismo», que demanda mayor erogación por unidad de producto; así, naturalmente, hay menos productos, lo que se traduce en niveles de vida inferiores, especialmente para la gente que más necesita, en beneficio de empresarios prebendarios que asaltan al consumidor del modo más cruel. Es una vergüenza el muro construido en Estados Unidos con la idea de bloquear la entrada de inmigrantes que buscan mejorar sus situaciones y que, como han detallado autores como Julian Simon, benefician al país receptor.

Desafortunadamente, las izquierdas han abdicado de su rol en los prolegómenos de la Francia revolucionaria de oponerse a los abusos de poder, para aliarse a los megalómanos que apuntan a manejar vidas y haciendas ajenas exhibiendo una superlativa falta de respeto y, necesariamente, concentrando ignorancia, puesto que el conocimiento está fraccionado y disperso en millones de personas. Éste es el estrecho parentesco entre derechas e izquierdas al que, entre otros, se refiere extensamente J.F. Revel, quien subraya el enemigo común de estos primos hermanos: el liberalismo.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. En Administración. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.