Sobre las ganancias «excesivas»

Por Gabriel Boragina. Publicado el 10/4/16 en: http://www.accionhumana.com/2016/04/sobre-las-ganancias-excesivas.html

 

Desde tiempos inmemoriales las ganancias mercantiles no han sido vistas con buenos ojos. Y esto es porque han campeado doctrinas como la del «justo precio» por un lado, y la del «lucro excesivo» por el otro como antagónicas, aunque se las haya presentado con diferentes denominaciones a lo largo de la historia. El denominador común a todas estas teorías que dominaron la escena del pensamiento económico durante siglos, es que parten de consideraciones de orden subjetivo que denotan exclusivamente la escala de valores morales de la persona que emite la proposición de cuándo un precio «es justo» o cuándo «es excesivo». Sin embargo, tanto la condena al lucro como la renuncia voluntaria al mismo no tienen ningún sentido:

«Cabe admirar a quienes rehúyen el lucro que, produciendo armas o bebidas alcohólicas, podrían cosechar. Conducta tan laudable, sin embargo, no pasa de ser mero gesto carente de trascendencia, pues, aun cuando todos los empresarios y capitalistas adoptaran idéntica actitud, no por ello desaparecería la guerra ni la dipsomanía. Como acontecía en el mundo precapitalista, los gobernantes fabricarían armas en arsenales propios, mientras los bebedores destilarían privadamente sus brebajes»[1]

En otras palabras, no es el afán de lucro ni las ganancias «exageradas» las que provocan los graves males del mundo, como de ordinario se escucha o se lee por doquier. Sino que, como bien decía J. B. Say, toda oferta crea su propia demanda, y allí donde haya una necesidad se arbitrarán los medios que sean necesarios para poder satisfacerla. Frente a una concreta necesidad que carece de un proveedor, quien la experimente se proveerá a sí mismo. Esto quiere decir que, como sea, el consumidor buscará su ganancia, lo que desmiente el concepto erróneo de que «solamente» los productores o comerciantes buscan ganancias, ya que desconocen -lo que esto afirman- que todos somos productores, comerciantes o consumidores en sentido lato, variando solamente la cantidad de veces que desempeñamos dichos roles en las interacciones que tenemos con los demás. De tal suerte, un trabajador es consumidor de los artículos que adquiere para mantenerse a sí mismo y su familia, pero es además un productor cuando con su trabajo contribuye a la generación de un producto o servicio. Su ganancia será la diferencia en mas que exista entre los costos que su esfuerzo laboral le demande y el excedente que recibe por encima de dichos costos. La parte de su salario que supere sus costos laborales será su ganancia.

«Procede el beneficio, como se viene diciendo, de haber sido previamente variado, con acierto, el empleo dado a ciertos factores de producción, tanto materiales como humanos, acomodando su utilización a las mudadas circunstancias del mercado. Son precisamente las gentes a quienes tal reajuste de la producción favorece las que, compitiendo entre sí por hacer suyas las correspondientes mercancías, engendran el beneficio empresarial, al pagar precios superiores a los costos en que el productor ha incurrido. Dicho beneficio no es un «premio» abonado por los consumidores al empresario que más cumplidamente está atendiendo las apetencias de las masas; brota, al contrario, del actuar de esos afanosos compradores que, pagando mejores precios, desbancan a otros potenciales adquirentes que también hubieran querido hacer suyos unos bienes siempre en limitada cantidad producidos»[2]

A veces se dice que el consumidor «premia» con ganancias al empresario que lo beneficia con buenos productos o servicios. Pero con dicha alocución no se está sino aludiendo a una metáfora que esconde detrás una motivación ajena a otorgar deliberadamente un «premio» específico al mejor vendedor o fabricante. En realidad, como bien explica la cita, no hay ninguna motivación de «premiar» a los empresarios, sino que lo que existe en contexto es un fenómeno formado por la competencia desatada entre los propios consumidores para poder hacerse de los artículos o servicios que apetecen y -por ende- demandan. Es que al actuar así, los consumidores también persiguen su propio beneficio. Ellos tratarán de obtener la mejor calidad posible al precio más bajo también viable, pero lo que los obligará a subir la oferta será el mecanismo de competencia, allí -por supuesto- donde este rija (que hoy en día es en muy pocas partes del mundo y en algunos sectores o renglones del mercado más que en otros).

«La administración burocrática, contrapuesta a la administración que persigue el lucro, es aquella que se aplica en los departamentos públicos encargados de provocar efectos cuyo valor no puede ser monetariamente cifrado. El servicio de policía es de trascendencia suma para salvaguardar la cooperación social; beneficia a todos los miembros de la sociedad. Tal provecho, sin embargo, carece de precio en el mercado; no puede ser objeto de compra ni de venta; resulta, por tanto, imposible contrastar el resultado obtenido con los gastos efectuados. Hay, desde luego, ganancia; pero se trata de un beneficio que no cabe reflejar en términos monetarios. Ni el cálculo económico ni la contabilidad por partida doble pueden, en este supuesto, aplicarse. No es posible atestiguar el éxito o el fracaso de un departamento de policía mediante los procedimientos aritméticos que en el comercio con fin lucrativo se emplean. No hay contable alguno que pueda ponderar si la policía o determinada sección de la misma ha producido ganancia o pérdida»[3]

La ganancia, entonces, puede ser de dos tipos: monetaria o no monetaria, lo que es plenamente conforme con la teoría subjetiva del valor, de la que tanto nos hemos ocupado. En el caso que nos presenta L. v. Mises aquí se trata de un tipo caso de ganancia no monetaria. Pero procede considerar que, desde el punto de vista de específico individuo –por ejemplo, quien fuera víctima de un delito y que no obtuvo a tiempo o de ninguna manera asistencia policial- podría reputarse para él pura pérdida el servicio. La ganancia -en este caso- sería un mero presupuesto de carácter relativo, dependiendo del grado de satisfacción o insatisfacción del consumidor del servicio.

[1] Ludwig von Mises, La acción humana, tratado de economía. Unión Editorial, S.A., cuarta edición. Ídem. Pág. 457

[2] Ludwig von Mises, La acción humana, …ob. cit. Pág. 457

[3] Ludwig von Mises, La acción humana,…ob. cit. Pág. 469

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

EXPERIENCIAS INTERDICIPLINARIAS

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Hasta hace poco existía un tajo insalvable entre la economía y el derecho. El economista sostenía que le eran más o menos irrelevantes los marcos institucionales y el abogado mantenía que los procesos de mercado le eran ajenos. Afortunadamente, de un tiempo a esta parte, la tradición de Law & Economics ha impregnado ambas disciplinas y ha mostrado la estrecha interdependencia de estas dos áreas clave.

 

Ahora se hace necesario dar un paso más y mostrar la conexión de aquellos dos campos de estudio con la cultura, es decir, con los valores y principios de una sociedad abierta en la cual el rasgo central consiste en el respeto recíproco, situación en la que están interesados todos, no importa a que se dedique cada uno y no importa cual se su tradición de pensamiento preferida.

 

Se ha señalado con razón que con solo establecer constituciones y leyes que resguardan las vidas, las libertades y las propiedades de la gente no se resuelve el tema puesto que, antes de eso, se requiere una educación compatible con esos objetivos. Más aún, las metas mencionadas es probable que no se lleven a la práctica si previamente no hay una cultura basada en esos valores.

 

Entonces, es momento de revalorizar lo que genéricamente se ha dado en denominar las humanidades, a saber, el estudio de la filosofía moral y de la naturaleza humana en el contexto de subrayar la trascendencia del cumplimiento de la palabra empeñada, de la honestidad en general, de las virtudes, del sentido del bien, del significado del progreso y demás, todo lo cual en la enseñanza clásica era presentado a través de ensayos, de obras literarias y teatrales, del estudio de culturas comparadas, de trabajos lingüísticos, hermenéuticos y epistemológicos. Estas investigaciones entrecruzadas del aprendizaje clásico preparaban a las personas para los verdaderos avatares de la vida. De allí el aforismo “para novedades, los clásicos”.

 

En cambio, parecería que hoy esas enseñanzas son recibidas como si se estuviera perdiendo el tiempo en lugar de apreciar la verdadera dimensión del contenido, siempre acompañado con el refinamiento en las formas. Se ha dicho con razón que “el hábito no hace al monje, pero lo ayuda mucho”. Los modales y la valorización de lo estético dan un continente que protege y estimula al contenido de excelencia.

 

Dicho sea al pasar sobre los modales, siempre la argumentación debe ser cortés en las formas aunque resulte contundente en el fondo, los que “hablan en superlativo” como diría Ortega es porque cuentan con fundamentos escuálidos.

 

La economía en gran medida se ha transformado en el estudio de cosas como si fuera algo mecánico, ajeno a la acción humana. La manía por lo cuantitativo en desmedro de lo cualitativo ha hecho estragos. El uso y abuso de las matemáticas es uno de los rasgos de la economía llamada “moderna”. Wilhelm Röpke ha escrito en Más allá de la oferta y la demanda que “Cuando uno trata de leer un journal de economía en estos días, frecuentemente uno se pregunta si uno no ha tomado inadvertidamente un journal de química o hidráulica […] Los asuntos cruciales en economía son tan matemáticamente abordables como una carta de amor o la celebración de Navidad […] No sorprende la cadena de derrotas humillantes que han sufrido las profecías econométricas. Lo que sorprendente es la negativa de los derrotados a admitir la derrota”.

 

A su vez, el premio Nobel en economía Ronald Coase afirmó que “En mi juventud se decía que cuando algo es tonto para hablarlo podía ser cantado. En la economía moderna aquello se pone en términos matemáticos” (citado por Kevin Down, en “Central Bank Stress Tests: Mad, Bad and Dangerous”) y hasta  el estatista John Maynard Keynes sostiene que “Una parte demasiado grande de la economía matemática reciente es una simple mixtura, tan imprecisa como los supuestos originales que la sustentan, que permiten al autor perder de vista las complejidades e interdependencias del mundo real en un laberinto de símbolos pretenciosos e inútiles” (en Teoría general…), lo cual en este punto coincide con lo expresado por Ludwig von Mises en cuanto a que “El problema de analizar el proceso, esto es, el único problema económico relevante, no permite el abordaje matemático” (en Human Action. A Treatise on Economics), conceptos que ya habían sido mencionados por J. B. Say, Nassau Senior, J.S. Mill y J. E. Cairnes.

 

Quienes tenemos entre nuestras tareas la supervisión de tesis doctorales comprobamos que hay una marcada tendencia a preparar esas monografías con un innecesario abarrotamiento de lenguaje matemático que se piensa debe introducirse para impresionar al jurado. Hay mucho escrito sobre la denominada economía matemática (por ejemplo, la difundida tesis doctoral en economía de Juan Carlos Cachanosky sobre La ciencia económica vs. la economía matemática) donde los problemas de presentar los fenómenos complejos y subjetivos de la acción humana quedan opacados con fórmulas matemáticas (entre otras cosas, agregamos que incluso lo impropio de aplicar el signo igual, el uso desaprensivo de la   función algebraica y la representación de curvas como si se tratara de variables continuas), pero el punto que hacemos en esta nota es más bien el peligro de dejar de lado las enormes ventajas del aprendizaje multidisciplinario.

 

Tal como ha expresado F. A. Hayek, otro premio Nobel en economía, “Nadie puede ser un gran economista si solo se queda en la economía y estoy tentado de agregar que un economista que solo es un economista es probable que se convierta en un estorbo cuando no un peligro público” (en “The Dilemma of Specialization”). En ese contexto y en la manía de referirse a agregados económicos es que Hayek en oportunidad de recibir la mencionada distinción dijo que “En esta instancia nuestra profesión tiene pocos motivos de orgullo: más bien hemos hecho un embrollo de las cosas” (en “The Pretence of Knowledge”).

 

En este sentido de los agregados económicos, me quiero referir nuevamente (ahora telegráficamente) al célebre producto bruto. Primero, es incorrecto decir que el producto bruto mide el bienestar puesto que mucho de lo más preciado no es susceptible de cuantificarse. Segundo, si se sostiene que solo pretende medir el bienestar material debe hacerse la importante salvedad de que no resulta de esa manera en la media en que intervenga el aparato estatal puesto que lo que decida producir el gobierno (excepto seguridad y justicia en la versión convencional) necesariamente será en un sentido distinto de lo que hubiera decidido la gente si hubiera podido elegir: nada ganamos con aumentar la producción de pirámides cuando la gente prefiere leche.

 

Tercero, una vez eliminada la parte gubernamental el remanente se destinará a lo que prefiera la gente con lo que cualquier resultado es óptimo. Cuarto, el manejo de agregados como los del producto y la renta nacional tiende a desdibujar el proceso económico en dos sentidos: hace aparecer como que producción y distribución son fenómenos independientes uno del otro y trasmite el espejismo que hay un “bulto” llamado producción que el ente gubernamental debe distribuir por la fuerza (o más bien redistribuir ya que la distribución original se realizó pacíficamente en el seno del mercado).

 

Quinto, las estadísticas del producto bruto tarde o temprano conducen a que se construyan ratios con otras variables como, por ejemplo, el gasto público, con lo que aparece la ficción de que crecimientos en el producto justifican crecimientos en el gasto público (lo mismo va para el défict fiscal). Y, por último, en sexto lugar, la conclusión sobre el producto es que no es para nada pertinente que los gobiernos lleven estas estadísticas ya que surge la tentación de planificarlas y proyectarlas como si se tratara de una empresa cuyo gerente es el gobernante.  James M. Buchanan ha puntualizado que “mientras los intercambios se mantengan abiertos y mientras no exista fuerza y fraude, entonces los acuerdos logrados son, por definición, aquellos que se clasifican como eficientes” (en “Rights, Efficiency and Exchange: The Irrelevance of Transactions Costs”).

 

Si por alguna razón el sector privado considera útil compilar las estadísticas del producto bruto procederá en consecuencia pero es impropio que esa tarea esté a cargo del gobierno. Por los mismos motivos de que los gobierno se tienten a intervenir en el comercio internacional, Jacques Rueff mantiene que “si tuviera que decidirlo no dudaría en recomendar la eliminación de las estadísticas del comercio exterior debido al daño que han hecho en el pasado, el daño que siguen haciendo y, temo, que continuarán haciendo en el futuro” (en The Balance of Payments).

 

Cuando un gobernante se pavonea porque durante su gestión mejoraron las estadísticas de la producción de, por ejemplo, trigo es menester inquirir que hizo en tal sentido y si la respuesta se dirige a puntualizar las medidas que favorecieron al bien en cuestión debe destacarse que inexorablemente las llevó a cabo a expensas de otro u otros bienes.

 

La Escuela Austríaca se ha preocupado por insistir en los peligros de concebir la economía como mecanismos automáticos de asignación de recursos movidos por fuerzas que conducen ha llamados “equilibrios” en el contexto de “modelos de competencia perfecta” desarrollados principalmente por León Walras y sus múltiples seguidores de distintas vertientes (el propio Mark Blaug ha reconocido este error en su “Afterword” de Appraising Economic Theories y resaltado el acierto de la Escuela Austríaca).

 

Como se ha señalado, los llamados modelos de competencia perfecta implican el supuesto del “conocimiento perfecto” de todos los factores relevantes, lo cual significa que no hay posibilidad de arbitrajes ni de empresarios que precisamente intentan detectar conocimientos deficientes y conjeturar posibles diferencias en entre costos y precios. Por las mismas razones, tampoco en este modelo cabría la posibilidad de competencia.

 

En resumen, el economista no solo debe estar imbuido de una tradición sólida de pensamiento en su propia disciplina sino que es indispensable que se compenetre de otros andariveles culturales como los apuntados resumidamente en esta columna periodística (y no solo eso sino que debe tener presente que, como ha escrito en Todo comenzó con Marx el humorista Richard Armour, la obra cumbre de Karl Marx en lugar de titularse Das Kapital debería haber sido Quitas Kapital).

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

J.B. Say y ¿el método de la praxeología?

Por Adrián Ravier: Publicado el 22/8/14 en: http://puntodevistaeconomico.wordpress.com/2014/08/22/j-b-say-y-el-metodo-de-la-praxeologia/

 

Murray N. Rothbard concede a J. B. Say el mérito de ser “el primer economista en pensar profundamente acerca de la metodología apropiada para su disciplina y en basar su trabajo, hasta donde podía, en dicha metodología.”

De economistas anteriores y de su propio estudio, llegó al método único de la teoría económica, lo que Ludwig von Mises iba a llamar “praxeología” más de un siglo después. La economía, apreciaba Say, no se basaba en una masa de hechos estadísticos concretos desordenados. Se basaba, por el contrario, en hechos muy generales (fait généraux), hechos tan generales y universales y tan profundamente enraizados en la naturaleza del hombre y su mundo, que todos, aprendiéndolos o leyendo sobre ellos, darían su asentimiento. Estos hechos se basaban, por tanto, en la naturaleza de las cosas (la nature des choses) y en la implicaciones deductivas de estos hechos tan ampliamente enraizados en la naturaleza humana y el derecho natural. Como estos hechos generales eran verdaderos, sus implicaciones lógicas debían ser también verdaderas.

Aquí dejo el artículo completo reproducido en español por el Instituto Mises Hispano. Pero mi pregunta a los lectores es si los clásicos en general, incluido Adam Smith, no tenían esta forma de enmarcar su trabajo.

A su vez, recuerdo por ejemplo de los “Caminos abiertos” de Gabriel J. Zanotti que J. S. Mill, N. Senior y J. E. Cairnes habrían sido los primeros economistas en plantear la posibilidad de desarrollar teorías económicas de aplicación universal.

 

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.