Capitalismo, pobreza, riqueza, estatismo y controles

Por Gabriel Boragina Publicado  el 15/12/17 en: http://www.accionhumana.com/2017/12/capitalismo-pobreza-riqueza-estatismo-y.html

 

Suele decirse que los países del primer mundo son capitalistas. Y que esos países serían los Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, Alemania, Francia y algunos otros más.
Las economías -no obstante- de esos países no son «capitalistas» ni de «libre mercado», sino que son «intervencionistas» en el mejor de los casos. Uno de los índices que lo muestra es el de PERN (Participación del Estado en la Renta Nacional). Este indicador trata de determinar a cuánto asciende la intervención del «estado» en el PBI de cada país. Es bueno para describir el grado de injerencia estatal en la economía. Si se analiza esta relación cuidadosamente, puede advertirse que la PERN es del orden del 45/50 % promedio en la mayoría de los países. En EEUU y otras naciones un poco más bajo, pero no tanto. Como se ve, nada de «capitalismo» ni «libre mercado» sino mucho de estatismo.
Intervencionismo, estatismo, dirigismo, populismo, etc. son términos contrarios al capitalismo. La mera existencia de impuestos (que como su nombre lo indica se cobran coactivamente) denota que el capitalismo no existe, sino en muy escasa medida en el mundo. Se podría expresar que, a mayor tasa de imposición fiscal menor tasa de capitalismo, habida cuenta que sin libertad no hay capitalismo y en el caso fiscal el único que goza de libertad es el fisco que es libre de cobrarlos o no, pero no goza de igual derecho el contribuyente que no es libre de pagarlos o no. La libertad que se otorga el burócrata a sí mismo para cobrar tributos es lo más contrario al capitalismo. Y la locución tan usada de «capitalismo de estado» no es más que un oxímoron. No hay capitalismo sin libertad, y donde la única libertad que existe es la del gobierno contra los gobernados allí no hay nada de capitalismo.
También se afirma que la pobreza de los pobres es causa de la riqueza de los ricos (y viceversa), tal como sostenía Montaigne en el siglo XV, quien así construyó su famoso dogma.
Los gobernantes -sin embargo- son los hombres más ricos del mundo siempre, porque son los únicos que pueden crear el dinero que necesitan «de la nada». Ese es el objetivo -precisamente- de la «Casas de la Moneda» y de los bancos centrales, ambos (de más está decirlo) estatales. Perpetuamente son peligrosos porque, además de no tener moral, tienen todo el poder, lo que los hace más temibles aún.
Y en cuanto a los ricos que no forman parte de los gobiernos, o en apariencia no componen su estructura formal, cabe pensar que obtuvieron su patrimonio al amparo de leyes intervencionistas que atacando al libre mercado privilegian a unos empresarios a costa de otros empresarios. Muchas leyes actúan en ese sentido, creando monopolios, mercados cautivos y otras rigideces en la economía, que encumbra artificialmente a unos pseudoempresarios y destronan a los verdaderos emprendedores que buscan competir sin privilegios y ventajas. Difícilmente en países con legislaciones intervencionistas (la mayoría de hoy) podremos tener certeza de hasta qué punto las fortunas empresariales son consecuencia del libre juego de la oferta y la demanda y de la competencia de mercado. Donde no hay mercado, o donde el mercado está severamente ingerido, persistentemente cabrá la sospecha de capitales mal habidos.
Donde el mercado sea más libre que en otras partes, las ganancias de los empresarios serán consecuencia de su sometimiento a las leyes de la competencia libre (o más o menos libre), y allí nada cabrá reprocharles, porque sus lucros serán fruto de las libres decisiones de sus clientes y compradores eventuales, que los habrán preferido en lugar de sus competidores.
Podría darse el caso de un gobernante honesto que se abstenga de enriquecerse a costa de su pueblo. Pero dada que toda la legislación a nivel mundial esta armada de manera tal que sean los gobiernos los que controlen la emisión de dinero, cobren los impuestos, dirijan la producción, y dicten leyes que fijen precios (entre otras muchas restricciones) la tentación de echar mano a esos recursos perennemente será muy grande para el sujeto que eventualmente gobierne, ya que dispondrá continuamente de un poder enorme, que será muy difícil de controlarse o autocontrolarse. Basta que una ley habilite expoliar a un ciudadano (aunque se le dé visos de legalidad) para que la puerta del abuso estatal quede constantemente abierta, y sea discrecional para el poder de turno atravesarla o no.
Quizás, un presidente o líder honesto no se enriquezca porque dentro de sus normas morales está la de no robar. Pero ¿podría decirse lo mismo del resto de sus funcionarios? y, a niveles más bajos que el suyo ¿de los miles o más de burócratas que conforman la administración pública? ¿puede esperarse que un presidente o jefe de estado decente tenga el control y la vigilancia permanente de lo que hagan o no hagan -dentro o fuera de sus despachos- todos los funcionarios que jerárquicamente dependan de él? La respuesta es que es humanamente imposible esperar eso de una sola persona.
No hablo, por supuesto de los casos donde los jefes de estado son notoriamente partícipes o autores de ilícitos que son tan explícitos que están a la vista de todo el mundo. Tal por ejemplo el caso del matrimonio Kirchner en Argentina.
Por eso, no es cierto que el liberalismo aspira a una sociedad sin controles. Hay que diferenciar las cosas. La sociedad necesita -desde luego- controles, y esos vienen dados por las leyes, que en el marco de un orden constitucional republicano han de respetar los derechos individuales de todos por igual, lo que se llama igualdad ante la ley. Este control de tipo legislativo es el que se da la propia sociedad civilizada para garantizar -precisamente- su carácter de tal y, especialmente, el de civilizada. Sin este tipo de controles ninguna libertad de mercado resulta viable ni posible.
La economía de mercado tiene sus propios controles. Y sólo puede existir bajo el imperio de la ley. Sin ley no hay mercado y sin mercado no hay ley. Son dos caras de la misma moneda. Claro que no cualquier ley, sino leyes que respeten los derechos individuales y la propiedad privada de las personas.
Nuestras actuales economías no son de mercado, porque el que abusa del mercado es el gobernante y no al revés. Y el mercado no tiene secretos ni e entelequias, es simplemente la gente como el lector y yo.

 

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

DE LA DECLARACIÓN DE LA INDEPENDENCIA A LA INDEPENDENCIA DE LOS PEQUEÑOS SOVIETS

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 15/10/17 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2017/10/de-la-declaracion-de-la-independencia.html

 

Más allá de los extraordinarios intentos de Puigdemont, por superar a la lógica de Aristóteles –ser hegeliano en política tiene sus vueltas- las veleidades independentistas, últimamente –desde los catalanes hasta los mapuches- tienen otro hegeliano inspirador: Marx.

Claro, como siempre, no vaya a ser que pierden al alma leyendo a Mises, ese horrible autor al que sólo leemos los malos católicos y los malos filósofos. Entre sus pecados mortales, una de sus grandes y menos leídas obras es Nation, State en Economy, 1919 (https://mises.org/library/nation-state-and-economy ) donde, ante el desmembramiento de su amado Imperio Austro-Húgaro, Mises propone la distinción entre estado y nación como clave del problema y de la solución. Las naciones son unidades culturales definidas por el lenguaje (antes de Wiitgesntein, sí). Los estados, en cambio, son meras unidades administrativas, con el solo fin de custodiar las libertades individuales y mejorar la administración de los bienes públicos.

Las naciones, por ende, no tienen por qué estar unidas por otra nación. Son, en sí mismas, culturalmente independientes. Pero pueden convivir en un estado liberal clásico, que reconociendo sus autonomías federales, se limite a custodiar las libertades individuales de todos sus habitantes para que, a través de esas libertades, las diversidades culturales se manifiesten y se intercambien libremente.

Por ende, un estado liberal clásico no impone nada a ninguna nacionalidad, porque no es una nación. ¿Quiéres hablar catalán, cantar música country y bailar como los zulúes? ¿Quiénes fundar una institución que tenga su propio sistema educativo, en su propio idioma, etc.? Hazlo, está en tus libertades individuales, el estado liberal clásico no sólo te lo va a impedir, sino que va a custodiar tus derechos a la libre asociación y propiedad donde esas autonomías pueden funcionar. ¿Quieres tener tu propio parlamente, tu propio sistema de impuestos, y no depender del estado federal? No sólo el estado liberal clásico no te lo va a impedir, sino que esta vez te lo demandará como obligatorio en la organización federal. ¿Quieres que sea una confederación e irte cuando quieras?[1]Hazlo, porque cumplidos esos requisitos constitucionales, nadie se dará cuenta.

Pero ese es el sistema que Mises te propuso. Pero tú, lo que quieres, es otra cosa. Tú lo que quieres es vivir un en soviet y liberarte de él para hacer tu propio soviet. La Unión Europea –perdonen algunos amigos- ya es un soviet, y cualquier región que se quiera independizar será otro, y peor. Ya no existen libertades individuales. Lo que existen son grados diversos de planificación, donde, de vez en cuando, alguno dice “yo voy a planificar mejor” y proclama su independencia.

Pero el asunto no es ese. Moralmente, la clave es que cada persona sea independiente, en el sentido de que le sean reconocidas sus libertades individuales. Esa es la clave y no lo va a lograr porque viva en España, en Cataluña o en Marte: el asunto es que, llamemos como fuere a las naciones y a los estados, sean respepetadas esas libertades individuales sin las cuales las personas son oprimidas en nombre de la nación, el estado, la raza o los pueblos originarios.

Israel, Palestina, Malvinas, Inglaterra y Argentina, Cataluña, España, irlandeses, escoceses y vulcanos, norteamericanos y mexicanos,  todos conflictos inútiles y evitables. Abran las fronteras. Derriben los muros. Eliminen aduanas, pasaportes, tarifas aduaneras, aranceles y sellitos. Intercambien libremente mercancías, lenguajes, concepciones del mundo, discutan libremente si es mejor la jota o el pericón. Y únanse todos en una confederación con un estado cuya única misión será custodiar las libertades individuales bajo las cuales todo ello es posible.

Mm, pero no sé. Tal vez la pulsión de agresión, oh sabio Freud, es más fuerte que cualquier razonamiento:  “…A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si -y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción. En este sentido, la época actual quizá merezca nuestro particular interés. Nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena parte de su presente agitación, de su infelicidad y su angustia. Sólo nos queda esperar que la otra de ambas «potencias celestes», el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final?” (El malestar en la cultura, 1930).

 

 

[1] “….Como es evidente, el derecho de autodeterminación al que el liberal alude nada tiene que ver con ese supuesto “derecho de autodeterminación de las naciones”, porque el liberalismo lo que defiende es la autodeterminación de los individuos habitantes de toda zona geográfica suficientemente amplia para formar su propia entidad administrativa. Y esto hasta el punto de que, si fuera posible con – ceder el derecho de autodeterminación a cada individuo, el liberal entiende también habría de serle otorgado. No es posible, desde luego, en la práctica, estructurar tal planteamiento, por razones puramente técnicas, en razón de que a la zona de que se trate por fuerza ha de tener bastante entidad como para ser posible administrativamente gobernarla. La autodeterminación, por eso, no puede ir más allá de los habitantes de aquellas unidades territoriales que tengan cierto peso demográfico» (Liberalismo, 1927). Las itálicas son nuestras.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

JAPÓN: LA RESTAURACIÓN MEIJI, EL CONSTRUCTIVISMO OCCIDENTAL, EL SHINTOÍSMO NO NACIONALISTA Y EL CRISTIANISMO.

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 11/6/17 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2017/06/japon-la-restauracion-meiji-el.html

 

La historia de Japón es muy poco conocida excepto para sus estudiosos, pero el cine se ha encargado de mostrarnos un momento crucial, difícil de interpretar, a través del film El último Samurai –que repite fielmente el mismo esquema de Danza con Lobos; Avatar sigue el mismo argumento-. Todos seguramente se han conmovido cuando las ametralladoras occidentales arrasan con “los últimos samurai” que con honor y valentía atacan con su destreza, sus espadas y sus caballos a un ejército menos honorable pero, como siempre sucede en la historia humana, dotado con una capacidad técnica imposible de superar.

¿Pero qué había detrás de ello, más allá del soldado occidental que se convierte en samurai? Lo que vemos, lejanamente y entre sombras, es lo que fue la Restauración Meiji, un decidido empeño por parte de cierta aristocracia japonesa para sacar a su nación del auto-encerramiento cultural que duró de 1603 a 1868. O sea, un intento de hacer un Japón “moderno”, con instituciones occidentales, y que aparentemente tuvo éxito: Japón se convirtió en la potencia industrial, técnica y política más poderosa de Oriente desde fines del s. XIX hasta fines de la Primera Guerra, en la cual se sentó, en Versalles, como cuarta potencia después de los delegados de Francia, Inglaterra y EEUU.

Por ende los supuestos malos de la peli eran en realidad los buenos. Si, tal vez el imaginario Omura era un corrupto malo malo malo pero en realidad formaba parte de un gobierno que quería sacar a Japón de su feudalismo y llevarlo hacia una modernización occidental donde los samurai ya no tendrían cabida como servidores de los señores feudales del Japón.

¿Pero qué intenta copiar, de Occidente, la Restauración Meiji?

Aquí entra la clave de la cuestión: no el liberalismo clásico, sino el racionalismo constructivista explicado una y otra vez por F. Hayek.

Esto es, no las libertades individuales con un gobierno limitado a custodiarlas, sino la construcción de un estado centralizado e imperial, dispuesto a barrer con el Antiguo Régimen anterior. O sea, los estados napoleónicos posteriores a la Revolución Francesa.

Por lo tanto, bajo aparentes instituciones liberales tales como las cámaras de representantes, las supuestas divisiones de poderes, las vestimentas occidentales y, por supuesto, la ciencia occidental, estaba la visión constructivista, bajo la cual el imperialismo y el dominio de otras naciones era también su directiva. Pero eso, vuelvo a decir, directamente importado de esa visión occidental de planificación central que quebró la evolución del liberalismo clásico y llevó a Occidente a los nacionalismos e imperialismos europeos que terminaron en la Primera Guerra. La dinastía Meiji no hizo nada más ni nada menos que llevar eso a Japón.

El Japón feudal tenía por supuesto sus bellezas culturales. Entre ellas el Bushido, relativamente similar[1] (pero creo que superior) a la tradición caballeresca medieval occidental. Algunos de sus valores eran muy similares al Cristianismo, pero esa unión no se pudo concretar no sólo porque la Dinastía Edo vio en el cristianismo una pérdida de la identidad nacional japonesa, sino porque, si ya en el Cristianismo occidental la noción de persona y sus implicaciones morales tardaron mucho en florecer, mucho más en Japón.

La religión nacional japonesa, el Shintoísmo, es una conmovedora mitología animista-politeísta, con preciosas consecuencias artísticas y ceremoniales. Es en principio una mitología nacionalista, porque Japón como nación se origina con la pareja de dioses fundacionales, Izanami e Izanagi, cuyo amor y descendencia da origen a las islas y a los habitantes de Japón, sin distinción entre lo viviente y lo no viviente, o entre lo divino y lo no divino[2]. Una de las características más interesantes del Shinto es que lo individual no aparece, sino en red, en conjunto, casi como neuronas que individualmente no tendrían sentido sino sólo en sus millones de conexiones sinápticas. Por eso, para dar sólo un ejemplo, no hay plato principal en la comida japonesa, sino varios relativamente diminutos que en conjunto constituyen el alimento.

En esa tradición de casi 2000 años era muy difícil introducir la noción de libertades individuales, pero fue coherente que la modernización coincidiera entonces con el constructivismo occidental, esencialmente colectivista.

Por eso la dinastía Meiji es primero una restauración, porque tiene que basar la nueva nación japonesa moderna en el seguimiento del linaje de un emperador-dios, que, aunque no cumpliera funciones de gobierno, siempre había simbolizado en Japón la continuidad de su origen divino. Pero además esa restauración convierte al Shinto, más que en una religión, en un conjunto de ceremonias de estado[3]. No había libertad para no seguir ese ceremonial –análogo al culto a los símbolos nacionales que los occidentales, acríticamente, siguen practicando- pero sí había libertad para otras “religiones”. Pero no para el Shinto, que se convirtió más bien en un conjunto de ceremoniales parecidos a la pietas romana del Imperio. Esa pietas formó parte del contenido obligatoria de la educación pública japonesa hasta 1945.

Por ende, para comprender la acción internacional del Imperio Japonés después de la Primera Guerra, hay que entender que ellos no podían ver las alianzas o no alianzas con las potencias occidentales con el ojo crítico de un libertario, sino sencillamente con la mirada de una nación colectiva donde lo individual no contaba sino el éxito o no de un proyecto nacional en los cuales otros proyectos nacionales –sea Inglaterra, Alemania, o quienes fueren- no eran más que aliados o enemigos en el logro de la grandeza del Japón Divino e Imperial.

Por eso tiene razón W. G. Beasley cuando explica el triunfo de políticas nacionalistas, después de 1918, frente a partidos más de izquierda –o sea no nacionalistas- en Japón: “…el fracaso en lograr apoyo popular fue lo que condenó a ambas clases de partido a la guerra. Las razones de ésta no han de buscarse en ningún factor singular y ni siquiera enteramente en las deficiencias de los políticos. Estribaban más bien en aquellas ideas e instituciones que habían desviado al pueblo japonés de la persecución de las libertades individuales para dirigirlo hacia el alcance de metas colectivas: las presiones formativas del sistema educativo; una religión estatal centrada en el emperador; la conscripción con el adoctrinamiento que la acompañaba; y la persistencia de actitudes autoritarias y tradicionales en sectores importantes de la conducta burocrática y familiar”[4].

Desde aquí se entiende también que el fundador del Aikido, Morihei Ueshiba, haya tenido una concepción universalista y no-nacionalista del Shinto japonés: porque basó sus convicciones en la secta Omoto[5], que, con elementos budistas, mantenía las tradiciones shinto pero separadas del culto al Emperador, por lo cual fue severamente perseguida. Ueshiba se salvó por su prestigio personal pero todo esto explica también que se auto-exiliara en el “muy” interior de Japón durante la Segunda Guerra y que su Aikido haya surgido luego como una cuasi-religión sintoísta exo-térica, universalista, que predicaba a todas las naciones la paz y el amor universal. No de casualidad fue el primer arte marcial que los Aliados permitieron luego de la Segunda Guerra.

Dicho todo esto, la pregunta es de qué modo o cómo subsiste hoy en Japón toda esta historicidad. La historicidad no es la Historia estudiada, es más bien el horizonte cultural pasado que vive en el presente.

¿Es plausible que una bomba atómica, por técnicamente poderosa y horrorosa que fuera, y la posterior anexión de Japón, prácticamente, como un protectorado de los EEUU, logren borrar la tradición shinto nacionalista y la nostalgia de la Gran Nación Divina Imperial?

En la historia humana,1945 a 2017 es un casi nada para responder.

Por eso creo que la clave es la gran intuición que Morihei Ueshiba tuvo de un shinto universalista y pacífico. Ello tiene un potencial diálogo con el Cristianismo y su noción de persona, donde el samurai seguirá siendo servidor de su señor, pero el Señor será Cristo[6] y por ende el shinto ya no será un colectivo, “el borg”, sino un orden comunitario donde cada persona tendrá ante todo el mandato de su conciencia.

El futuro de Japón no está en una vuelta a su nacionalismo pero tampoco, desde luego, en su desaparición bajo las peores y más decadentes formas de indiferentismo religioso occidental. Está en una síntesis entre su historicidad sintoísta, el shinto universalista de Ueshiba y la noción de persona del Cristianismo.

En todo esto hay que seguir trabajando.

 

 

[1] Ver Nitobe, Inazo: Bushido: The Soul of Japan (1904); Layout and Cover Disign, 2010.

[2] No hay Sagradas Escrituras relativamente oficiales en el Shinto, pero uno de los textos fundacionales de la mitología japonesa es el Kojiki, crónica de antiguos hechos de Japón; (datada aproximadamente en el 712 D.C.); Trotta, Madrid, 2008; Introducción y traducción de Carlos Rubio y Rumi Tani Moratalla.

[3] Ver al respecto State Shinto: A Religion Interrupted, by Eryk, 2016, enhttps://www.tofugu.com/japan/state-shinto/

[4] Beasly, W.G.: Historia moderna del Japón, Sur, Buenos Aires, 1968, p. 246.

[5] Entre los biógrafos de Morihei Ueshiba, el que más se ocupó de esta crucial cuestión fue Stevens, J.: ver sus libros Invincible Warrior, Shambala, 1999, y Paz abundante, Kayrós, Barcelona, 1998.

[6] Es muy interesante al respecto la historia de Ukon Takayama, llamado el Samurai de Cristo (ver http://www.proyectoemaus.com/takayama-ukon-el-samurai-de-cristo/ ). Fue beatificado el 7 de Febrero de este año:http://es.catholic.net/op/articulos/61280/hoy-es-beatificado-justo-takayama-ukon-el-samurai-de-dios

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

¿LA CIUDAD DEL FUTURO?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Lo primero que hay que resaltar es que nadie conoce el futuro puesto que no pueden anticiparse los millones de sucesos que ocurren en el presente y han ocurrido en el pasado que influirán en el más adelante, además de  procesos nuevos que se acoplan en el devenir de los acontecimientos. De todos modos pueden conjeturarse ciertos fenómenos con las reservas del caso, en realidad de modo cotidiano es lo que se hace con la idea de preveer las consecuencias de nuestros actos que en ausencia de esas conjeturas quedaríamos paralizados.

 

En este contexto es que pueden formularse hipótesis respecto a las ciudades del futuro en vista de algunas tendencias y preferencias que benefician  a la gente al internalizar costos y no hacerles pagar coactivamente a quienes no recurren a tal o cual servicio (por ejemplo, cuando pagan por rutas quienes no tienen automóvil…ni por espacios y rutas aéreas si el día de mañana esos vehículos volaran o, como ha sugerido Elon Musk, capas de plataformas subterráneas de alta velocidad).

 

Últimamente se han publicado infinidad de trabajos imaginando asignación  de derechos de propiedad a todo lo que hoy se da por sentado que debe ser estatal, obras en la que se ejemplifica con casos muy relevantes que operan en la actualidad. En este sentido, se destacan muy especialmente The Voluntary City. Choice, Community and Civil Society que contiene valiosos y voluminosos  escritos editados por David. T. Beito, Peter Gordon y Alexander Tabarrok con un ponderado prólogo de Paul Johnson, y también el magnífico Public Goods and Private Communities. The Market Provision of Social Servicies por Fred Foldvary.

 

En una nota periodística no pueden abarcarse todas las aristas que ofrecen los temas inherentes al tema planteado por lo que nos concentraremos solo en las calles, avenidas y carreteras al efecto de ilustrar un aspecto del asunto que implícitamente abarca otras facetas. De entrada resaltamos que la aludida asignación de derechos de propiedad a las vías de comunicación terrestres no significa para nada la incomunicación del mismo modo que a nadie en su sano juicio se le ocurriría a esta altura del partido afirmar que la telefonía privada bloquea la comunicación cuando, muy al revés, la intervención estatal en el rubro obligaba a la gente a gritar puesto que la incomunicación estaba a la orden del día y el contar con un teléfono constituía un privilegio enorme.

 

Entonces veamos lo que ocurre en un centro comercial (shopping): calles internas bien iluminadas, sin baldozas destrozadas y donde la inseguridad es inexistente puesto que los incentivos operan  en  esa  dirección para proteger y atraer a clientes efectivos o potenciales en un contexto donde no se cobra el tránsito puesto que los comerciantes desean contar con la mayor clientela posible.

 

Lo que sugieren las obras mencionadas es que las zonas urbanísticas del futuro se concreten en barrios residenciales donde van los dueños, sus inquilinos y sus invitados, los barrios industriales donde se ubican las fábricas y oficinas y los antes mencionados barrios comerciales donde se agregan a los negocios habituales, las atenciones a la salud, los lugares bailables, los estudios profesionales, los espacios verdes, teatros, restaurantes y demás emprendimientos dirigidos al público en general.

 

Esta situación urbanística requiere calles interiores y avenidas sin cargo en los barrios residenciales (hoy denominados barrios cerrados) y los referidos barrios comerciales y pagos las rutas y carreteras privadas donde el costo lo abonan quienes las utilizan (donde puede concebirse que en algunos casos sean también sin cargo o privadamente subsidiados cuando el negocio es inmobiliario  a los costados de la ruta o carretera que, según el tráfico pueden ser de más de un piso).

 

En esta línea argumental aparecen dos supuestos contra-argumentos: las comunicaciones terrestres que son inviables por ser antieconómicas y la supuesta “exclusión” que significan los barrios residenciales a la manera de los barrios cerrados. En primer lugar, si ciertas comunicaciones terrestres son antieconómicas (lo cual no se limita a las rutas, accesos y carreteras sino a los ferrocarriles, colectivos, líneas aéreas y de navegación marítima) es porque significan consumo de capital, situación que, a su turno, se traduce en contracción de salarios en términos reales puesto que éstos son consecuencia de las tasas de capitalización. A su vez, este derroche implica que inexorablemente se extiendan las zonas inviables ya que la pobreza es mayor. Si al comienzo de cada país, los contribuyentes se ven forzados a financiar elefantes blancos, nunca despega. Se sostiene que aquella financiación forzosa es un acto de “solidaridad” lo cual rechaza la misma idea de caridad que, por definición, trata de actos voluntarios con recursos propios. Un acto de solidaridad no es arrancar las billeteras y las carteras de unos y entregar el fruto del trabajo ajeno a otros (sin contar lo que se queda en al camino cuando intervienen los aparatos estatales). Como se ha dicho “la primera regla de la economía es que los bienes son escasos y la primera regla de la política es desconocer la primera regla de la economía”.

 

En segundo lugar, la “exclusión” que se atribuye despectivamente a los llamados barrios cerrados no solo no excluye en el sentido peyorativo sino que incluye puesto que refuerza los incentivos por la seguridad jurídica que implica. En otro sentido, la asignación de derechos de propiedad naturalmente excluye a los no son propietarios del bien en cuestión de la misma manera que siempre incluye a los que son dueños de ropa, alimentación y  vivienda. Lo contrario se degrada en “la tragedia de los comunes” (lo que es de todos no es de nadie con el consiguiente uso desaprensivo del bien). Entonces, si lo que se quiere decir por “excluidos” en el sentido de marginados y empobrecidos, debe comprenderse que la receta más contundente para aumentar la insatisfacción consiste en atacar  las garantías a la propiedad, es decir, cuando alguien produce algo bloquear el uso y disposición por parte del titular.

 

Como hemos consignado en otra oportunidad, el origen de este análisis debe verse en los canales navegables más importantes en Inglaterra y Estados Unidos financiados privadamente por peajes en el siglo xviii donde se abrieron las puertas al progreso tecnológico en esta materia a través de sistemas de dragados, túneles, exclusas y puentes. Asimismo, los caminos siguieron en muchos países europeos el mismo derrotero:  los de tierra se convertían en puro lodo en épocas de lluvias y en un terragal insoportable en épocas de seca. En la antigüedad la construcción de caminos eran sinónimo de esclavitud pero con el tiempo la faena fue responsabilidad de los pobladores y de las parroquias (en tiempos de las Cruzadas había obispos que otorgaban indulgencias para constructores de caminos y su respectiva manutención).

 

Contemporáneamente, los canales de Suez y Panamá fueron financiados por medio de la venta de acciones y la colocación de títulos en los mercados de capitales mundiales. Hoy el Eurotúnel une el continente con Gran Bretaña  a través del Canal de la Mancha en un emprendimiento que cuenta con 560.000 accionistas.

 

Cuando se comenzó a utilizar el hierro, la invención de John McAdam y el asfalto hizo que los caminos pasaran al primer nivel de atención. Se utilizó el sistema de los turnpikes (peajes) como sistema de financiación en Inglaterra, Irlanda, Bélgica y Estados Unidos. Tal como sucedió en otras áreas, los gobiernos comenzaron a entrometerse en los negocios privados, en este caso, primero regulando precios, luego a través de shadow prices que simulaban peaje pero entregando diferencias directamente a los propietarios como una medida “política” hacia los usuarios y en algunos casos haciendo aparecer directamente como si no hubiera peaje (como si los caminos fueran “gratis”). La reiteración de estas políticas que disminuían las entregas gubernamentales, junto con la irrupción del ferrocarril mandaron a no pocos operadores a la quiebra lo cual, en lugar de corregir la situación, hizo que los gobiernos tomaran lo que fue un negocio en una gestión estatizada.

 

Después de un largo tiempo volvió a aparecer el sector privado en el negocio pero bajo la figura de “la concesión” lo cual mantiene la politización del área. Esto fue primero en varios países europeos, Estados Unidos y Japón, en este último caso eliminando el eminent domain, a saber, la eliminación de la expropiación para “causa de utilidad pública”, es decir, el trazado de la construcción de caminos sin afectar el derecho de propiedad. La nueva aplicación del peaje primero se llevó a cabo con tolltags y luego el cobro electrónico sin barreras.

 

La figura de la concesión, entre otras cosas al mantener la propiedad en manos estatales, no permite al operador recurrir al camino como colateral para recurrir al crédito y, en general, le resta autonomía financiera. Al mantener la propiedad en la órbita estatal se facilitan intromisiones y politizaciones del negocio y problemas cuando se acerca el vencimiento del contrato (salvando las distancias, también la concesión afecta gravemente la libertad de prensa al no vender el espectro electromagnético).

 

En el caso que venimos comentando, la asignación de derechos de propiedad no solo permite la mayor flexibilización del negocio y el mejor rendimiento en competencia (también con otros medios de transporte) sino que se resuelve el tema de la optimización de las normas de tránsito, la pornografía, la prostitución, el uso de estupefacientes, las protestas sociales, al tiempo que las quejas eventuales de usuarios son debidamente atendidas para prosperar.

 

No es que la eliminación del uso desaprensivo de la politización haga desaparecer errores, la imperfección es la característica del ser humano, de lo que se trata es de minimizar problemas pasando al campo de lo voluntario y pacífico y, en esta etapa del proceso evolutivo, mantener al aparato de la fuerza que denominamos gobierno en el terreno de la protección de los derechos de todos.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

¿Hay que preocuparse por el déficit comercial?

Por Iván Carrino. Publicado el 26/2/17 en: http://www.lanacion.com.ar/1987744-hay-que-preocuparse-por-el-deficit-comercial

 

-Donald Trump está preocupado por el déficit comercialcon México. ¿Tiene razón?

-El déficit de Estados Unidos con México en 2016 fue de casi US$ 60.000 millones y para el presidente norteamericano esto demuestra que el acuerdo de libre comercio entre los dos países «benefició a un solo lado». Sin embargo, Trump se equivoca y, en este tema, su pensamiento atrasa 241 años. Es que en 1776, Adam Smith publicó La riqueza de las Naciones, donde rechazó los argumentos de los mercantilistas, que buscaban tener una balanza comercial positiva. Para Smith, este argumento era «sofista», porque suponía que «aumentar la cantidad de metales preciosos requería más la atención del gobierno que preservar o aumentar la cantidad de cualquier otra mercancía útil que la libertad de comercio, sin tal atención, nunca no suministra en la cantidad adecuada». Según el pensador escocés, el dólar es un bien más de la economía y es la oferta y la demanda del mercado la que determina su cantidad.

-¿No hay que preocuparse por el saldo de la balanza comercial?

-No realmente. Cuando un país tiene déficit comercial y «pierde dólares», eso muestra que los ciudadanos en ese país tienen más dólares de los que demandan y que, por ello, deciden canjearlos por bienes y servicios en el mercado internacional. Concentrarse en el dinero que queda en México o en Estados Unidos es mirar un solo lado de la transacción. Del otro lado hay bienes y servicios y el comercio genera beneficios para ambas partes. En nuestros hogares, todos los años tenemos un déficit comercial con el supermercado. Le damos más dinero del que él nos da a nosotros. Sin embargo, a cambio de nuestro dinero recibimos los bienes que deseamos para vivir.

-¿Cómo está la Argentina con este tema?

-La Argentina tuvo un superávit comercial en 2016, pero con datos mixtos. Por el lado negativo, nuestras importaciones cayeron cerca de 7% anual, reflejando la recesión. Por el lado positivo, nuestras exportaciones avanzaron por primera vez en 5 años gracias al fin del cepo y las retenciones. Lo que verdaderamente importa para analizar una economía, en realidad, es el valor total del comercio. Es decir, la suma de las importaciones y exportaciones. En ese rubro, EE.UU. es el campeón mundial, ya que exporta e importa bienes y servicios por un valor total de US$ 5 billones. Le siguen China, Alemania, Inglaterra, Japón, Francia, Holanda, Hong Kong e Italia. O sea -salvo China- nada menos que las economías más desarrolladas y prósperas del mundo. Es una muestra más de que el comercio genera riqueza y que nosotros tenemos mucho camino por recorrer en este sentido.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano.

Des-industrializar la Argentina

Por Adrián Ravier. Publicado el 31/1/17 en: https://www.elcato.org/des-industrializar-la-argentina?utm_content=buffer8c1f5&utm_medium=social&utm_source=twitter.com&utm_campaign=buffer

 

Adrián Ravier explica que Argentina sufre de un exceso de industrialización producto de décadas de un modelo proteccionista con una alta carga tributaria.

Por Adrián Ravier

Desde 1930 Argentina abandonó el modelo agro-exportador y se propuso industrializar su economía. Dicen algunos historiadores que tal camino no fue elegido por los sucesivos gobiernos, sino que le fue impuesto desde afuera, una vez que Inglaterra dejó de jugar el rol de importador de nuestros insumos. Está hipótesis, sin embargo, es sumamente discutible. El mundo cambió, es cierto, pero Argentina pudo mantenerse abierta al mundo como lo hicieron EE.UU., Canadá, Australia o Nueva Zelanda, economías de características semejantes a la nuestra y que hoy muestran un desarrollo envidiable.

Sustituir importaciones y vivir de lo nuestro ha tenido su costo y sus batallas incluso hasta nuestros días. El péndulo de la política económica ha hecho, por ejemplo, que el gobierno anterior castigue fuertemente al sector agroexportador con retenciones y que el gobierno actual suspenda esas políticas para alentar el desarrollo de las economías regionales. El debate continúa.

Esta nota tiene como objetivo llamar la atención precisamente sobre el exceso de industrialización que tiene la Argentina, una vez que notamos que la estructura económica de nuestro país tiene una proporción de manufacturas en relación con el PIB bastante más elevadas que los países más desarrollados.

A continuación se presenta un cuadro donde hemos tomado una selección de 26 países para sintetizar su estructura económica, esto es, el peso relativo que el sector primario, la industria manufacturera, la construcción y los servicios tienen en relación con el PIB.

A modo de nota metodológica cabe señalar que la producción primaria incluye agricultura, ganadería, pesca, minería y explotación forestal, mientras que los servicios incorporan el comercio mayorista y minorista, transporte, almacenamiento, comunicaciones, intermediación financiera, actividades inmobiliarias y de alquiler, administración pública, defensa, salud, educación y servicio doméstico.

La primera observación que cabe hacer es que la producción de la industria manufacturera representa en nuestro país el 21,3 % del PIB, lo que supera ampliamente a la industria manufacturera de los países ya mencionados más arriba, y que tienen características similares a las nuestras. Es el caso de EE.UU. (13,3 %), Canadá (16,5 %), Australia (11,4 %) y Nueva Zelanda (14,5 %).

La segunda observación que podemos ofrecer es que precisamente Argentina presenta en su estructura económica un peso relativo en los servicios inferior a 25 de los 26 países seleccionados.

La tercera observación que surge del cuadro, es que sólo hay 5 países en la muestra que superan el 10% de producción primaria en relación con el PIB, destacándose Noruega (29,1 %) —por sus yacimientos de petróleo y gas—, y seguido por Argentina (15,6 %), Australia (12,2 %), Canadá (11,7 %) y Nueva Zelanda (10,4 %).

¿Qué otras observaciones podemos hacer sobre esta información básica? La historia económica mundial ha mostrado que a medida que los países se van desarrollando reducen la proporción de producción primaria en relación al PIB, pero no sólo producen manufacturas, sino que amplían fuertemente la producción de servicios.

Nótese, a modo de diagnóstico, que Argentina está “demasiado” industrializada. ¿A qué se debe ese afán por industrializar aun más la Argentina? La industria que supimos conseguir, como tituló a uno de sus libros un viejo profesor que tuve en la UBA, Jorge Schvarzer, jamás ha logrado exportar manufacturas. Ha sido una industria débil, caracterizada por un enorme proteccionismo, que ha creado puestos de trabajo y satisfecho el consumo local, y lo ha hecho —como es evidente— con productos de baja calidad y a un costo bastante superior al que los consumidores podrían haber adquirido en un marco de economía abierta.

Los defensores de esta industria manufacturera siempre reconocieron que su objetivo era el mercado local, pero enfatizan que la ventaja de su continuidad está representada en la creación y sostenimiento de millones de puestos de trabajo. ¡La alternativa sería un enorme desempleo!

Nuestra visión, sin embargo, muestra que sin esta débil industria esas personas ocuparían su tiempo en otros procesos más productivos, más eficientes y seguramente con mejores salarios que de hecho garantizaría la misma apertura económica. ¿Qué evita que esto ocurra hoy? La enorme presión tributaria que se requiere justamente para subsidiar el sostenimiento de esta débil industria. El alto nivel de economía informal es una muestra de estas consecuencias.

He titulado esta nota “des-industrializar la Argentina” con el objetivo de atraer la atención del lector. Pero no puedo afirmar a priori que la nueva estructura económica reducirá la producción de manufacturas. Esto es algo que los empresarios argentinos deben descubrir en el proceso, una vez que las reglas de juego que impone el Estado den lugar a la innovación y a la creatividad, reemplazando la planificación centralizada por una planificación des-centralizada, que sea más atenta a lo que el empresariado desea ofrecer, y los consumidores desean consumir.

La robotización está abriendo un nuevo debate por el grado de sustitución parcial o total que este proceso generará en los empleos formales que hoy conocemos. Este proceso se suma a la globalización y a la tercera revolución industrial que implicó la era digital. Argentina puede ocultarse detrás del proteccionismo para evitar una nueva revolución tecnológica, o puede abrirse a ella e intentar adaptarse. Nunca fue fácil para el hombre —si atendemos a la experiencia histórica— este proceso de adaptación a las nuevas tecnologías y a los nuevos empleos, pero tampoco fue una buena idea darle la espalda al cambio.

Necesitamos un poco de humildad en la dirigencia política para comprender que estos sucesos nos han superado a todos, y que el único orden que podemos alcanzar que sea consistente con una sociedad de hombres libres será descubierto en forma espontánea a través de su propia interacción. Los obstáculos gubernamentales, en forma de controles de precios y salarios, políticas arancelarias y para-arancelarias, regulaciones y subsidios, burocracia y corrupción sólo son palos en la rueda para la creatividad y la innovación. Debemos confiar en la función empresarial si queremos adaptarnos a este mundo volátil y de incertidumbre.

 

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.

Europa no se hizo rica gracias al Estado de Bienestar

Por Iván Carrino. Publicado el 20/11/16 en: http://www.ivancarrino.com/europa-no-se-hizo-rica-gracias-al-estado-de-bienestar/

 

El viernes pasado estuve debatiendo sobre la coyuntura económica en C5N con, entre otros, el economista y profesor de la Universidad de Buenos Aires, Andrés Asiain. (El debate completo puede verse en este link).

Cuando yo sugerí que los países ricos y desarrollados (como los europeos), no conocen la pobreza como la conocemos nosotros (34% de la población que no puede comprar una Canasta Básica), dije que eso era porque no habían tomado medidas intervencionistas como inflación, control de precios, y porque se habían enriquecido gracias al comercio internacional.

Frente a esto, Asiain respondió:

Europa tenía hasta la Segunda Guerra Mundial a su población en la miseria y el hambre, fue después que se instaló un estado que empezó a hacer políticas públicas de intervención, de seguridad social, de subsidios, de controles de precios, etc., que logró crear el Estado de Bienestar que mejoró la vida de los europeos y que hoy lo están destruyendo

Bien, lo que dice Asiain es básicamente el conocimiento popular en la materia, pero  parte del famoso error de confundir correlación con causalidad. Es decir, se piensa que dado que Europa Occidental es un continente rico, y que hay allí políticas “de Bienestar”, son esas políticas las que lo hacen rico.

El argumento, sin embargo, no es cierto. En realidad, la Segunda Guerra Mundial hundió a Europa Occidental en la miseria por unos años, pero éste ya era un continente rico en comparación con el resto del mundo desde principios de la década del 20. Eso puede verse con claridad en el gráfico de abajo, armado en base a los datos de PBI per cápita recopilados por Angus Maddison.

Gráfico 1. PBI per cápita de Europa Occidental vs. América Latina y la Unión Soviética

 

europa

Elaboración propia en base a Angus Maddison

 

Los 12 países de Europa Occidental son Austria, Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, Italia, Holanda, Noruega, Suecia, Suiza e Inglaterra. Estos países ya venían acumulando riqueza gracias a la Revolución industrial y su apertura al comercio internacional, cosa que evidencian los gigantescos puertos de Hamburgo en Alemania y Rotterdam en Holanda.

Como se ve, ya en 1920 eran mucho más ricos que los países de América Latina tomados como promedio y que la Unión Soviética, en datos disponibles comparables para la misma época y medidos en dólares constantes internacionales. Creo que el gráfico es suficiente para mostrar que la frase “Europa tenía hasta la Segunda Guerra Mundial a su población en la miseria y el hambre”  no se corresponde con la realidad. Es más, podríamos decir que Europa era rica hasta la SGM, y se hundió en la miseria gracias a ella. Esta situación la pudo superar después, pero no por el Estado de Bienestar, sino por el crecimiento económico derivado de la situación de estabilidad y paz posterior al conflicto.

El Estado de Bienestar redistribuye la riqueza, pero hay que crearla en primer lugar, y para eso se necesita libre comercio y capitalismo. Además, en cualquier índice de libertad económica los países europeos superan a nuestro país, por lo que podemos decir tranquilamente que, a pesar de su Estado de Bienestar, tienen mucha más confianza en el liberalismo que la política económica argentina.

¿Te preguntarás qué pasaba con Argentina en esos años?

Gráfico 2. PBI per cápita de Europa Occidental vs. América Latina,  la Unión Soviética y Argentina

europa

Elaboración propia en base a Angus Maddison

Sí, éramos casi tan ricos como Europa antes de la Segunda Guerra. Una vez que estalló el conflicto, ellos se empobrecieron y nosotros, al mantenernos neutrales, la sacamos barata. Pero ya el populismo estaba latente en el país y luego el camino fue siempre divergente.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano.

ATAQUES TERRORISTAS EN PARÍS

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Como es de público conocimiento se produjeron siete nuevos actos simultáneos de cobardía asesina en territorio francés. Horror, espanto y vergüenza son los adjetivos para el caso. El idioma queda corto para calificar a las bazofias humanas responsables de tamaña maldad. Puede aceptarse la calificación de insania y locura como una metáfora inocente pero no en sentido literal, del mismo modo que no puede hacerse con asesinos seriales como Hitler puesto que, entre otras cosas,  esos calificativos implican la ininputabilidad.

 

Hubo un video de ISIS (respondiendo a las siglas en inglés de estos facinerosos) donde un sujeto rodeado por encapuchados se atribuye los hechos espeluznantes de marras al efecto de poner de manifiesto que fueron perpetrados con cálculo en detalle, anticipación y alevosía. Esta banda es en cierto sentido un desprendimiento de Al-Quaeda ya que su líder -Abu Bakr al Baghadi- fue el jefe de esta última organización en Irak. Aunque según información belga, quien comandó esta catástrofe fue Abdelhaim Abaaoud desde Siria. Los asesinos-suicidas tenían pasaportes egipcios, franceses y sirio, en este último caso había entrado al país como refugiado.

 

Según aparece, se trató de tres comandos que perpetraron estos asaltos en siete lugares distintos que dejaron 129 muertos y 352 heridos, muchos de los cuales de gravedad. Hasta el momento de escribir estas líneas se han llevado a cabo 170 operativos por parte de la policía local.

 

Las primeras condolencias y condenas del extranjero fueron de los gobiernos de España, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, Uruguay, Colombia y Chile. En Francia hubieron numerosos homenajes, especialmente en la Plaza de la República y en universidades y centros varios donde las plegarias, las velas y las flores junto con otras manifestaciones de dolor y duelo, país en el que se decretó el “estado de emergencia” lo cual no ocurría desde la guerra con Argelia.

 

Fue muy emotivo el traslado de un piano a las puertas del teatro donde ocurrieron una de las masacres, oportunidad en la que se ejecutó la conocida “Imagine” de John Lennon, canción que más en este contexto arrancó lágrimas hasta al más insensible.

 

En la Universidad de California en Long Beach hubo un muy emotivo homenaje organizado por la presidente de esa casa de estudios -Jane Close Conely- a raíz del asesinato de una de sus estudiantes, Nohemí Gonzalez, que participaba de un programa de intercambio estudiantil en París.

 

Creo que lo peor que puede hacerse es vincular a estos energúmenos con una religión. Como he apuntado en otra oportunidad en este mismo medio, Guy Sorman y Gary Becker han dicho que el Corán es el libro de los hombres de negocios debido al respeto que muestra por los contratos y la propiedad. Allí se señala que el que mata a un hombre ha matado a la humanidad (5:23) y el jihad es “la guerra interior contra el pecado”.

 

Como también he puesto de manifiesto con anterioridad, los musulmanes en su paso de ocho siglos por España contribuyeron grandemente a la medicina, la economía, el derecho, la geometría, la música, la arquitectura y, sobre todo, demostraron gran tolerancia con los judíos y cristianos. Su traducción de textos aristotélicos ha promovido valores centrales de la civilización y sus sistemas educativos constituyeron un ejemplo de apertura y competencia.

 

Sin duda que las fatales vinculaciones del poder con la religión son una grave amenaza a la libertad y a la tolerancia. Es por ello que los Padres Fundadores en Estados Unidos establecieron la “doctrina de la muralla” para marcar la indispensable separación de las dos esferas mencionadas.

 

De más está decir que lo dicho no desconoce los fanatismos de quienes usan la religión para cometer todo tipo de barrabasadas inaceptables. Eso ocurrió durante la Inquisición del cristianismo por la que Juan Pablo II pidió perdón junto a las Cruzadas, los abusos en la conquista de América y el antisemitismo en el contexto de promover el ecumenismo. Las llamadas “guerras santas” han sido criminales, a través de la historia: en nombre de Dios, la misericordia y el amor se ha masacrado, torturado y amputado y sería muy injusto e inapropiado calificar esto como “terrorismo cristiano”. Del mismo modo es del todo desacertado hablar de “terrorismo islámico”. No le hagamos el favor a los responsables de los espantos como el sucedido ahora en Francia de vincularlos a la religión con lo que la mecha del fanatismo religioso se traduce en incendios imparables y desata conductas inadmisibles para cualquier mente civilizada. Todas las concelebraciones y reuniones oficiales entre judíos, cristianos y musulmanes nos recuerdan con enorme gratitud el sello profundo del ecumenismo de Juan Pablo II.

 

José Levy, corresponsal en Medio Oriente de CNN, al día siguiente del horror, consignó las muchas manifestaciones enfáticas de repudio por parte de numerosos musulmanes indignados porque se usa su religión y el Corán para cometer actos criminales (hay diez millones de musulmanes radicados en Francia). Destacó también con gran solvencia la interpretación espiritual del antes mencionado jihad.

 

Sin duda que hay pasajes confusos, contradictorios y a veces alarmantes en el Corán del mismo modo que los hay en la Biblia,  que las diversas hermenéuticas los pretenden resolver de modo diferente según las correspondientes tradiciones de pensamiento. La religión como el amor son temas privados que no deben ser politizados y, por supuesto, no puede aceptarse bajo ningún concepto lesionar derechos bajo el ropaje de la lucha contra “los no creyentes”, los “herejes” o los “infieles”.

 

Estos ataques terroristas lamentablemente sirven como un camino expedito para que se cercenen las libertades individuales en nombre de la seguridad, es decir, se tiende a establecer un estado orwelliano para protejerse del Gran Hermano terrorista. Es como ha escrito Benjamin Franklin: “aquellos que renuncian a libertades esenciales para obtener seguridad temporaria, no merecen ni la libertad ni la seguridad”.

 

En un plano muy distinto es pertinente recordar tres reflexiones atinadas en relación con este tema de los ataques a mansalva de los terroristas que proceden de modo que, como decimos, es inaceptable desde cualquier punto de vista de una persona decente y razonable.

 

En primer lugar, la declaración del general Washington en cuanto a que “mi ardiente deseo es, y siempre ha sido, cumplir estrictamente con todos nuestros compromisos en el exterior y en lo doméstico, pero mantener a Estados Unidos fuera de toda conexión política con otros países”. En segundo lugar y en  esta misma línea argumental, John Quincy Adams escribió que “América [del Norte] no va al extranjero en busca de monstruos para destruir. Desea la libertad y la independencia de todos. Es el campeón solamente de las suyas […] Alistándose bajo otras banderas podrá ser la directriz del mundo pero ya no será más la directriz de su propio espíritu”. Por último, es de interés tener presente lo manifestado por Ron Paul, el tres veces candidato a la presidencia de Estados Unidos, en el sentido de preguntarse como hubiera reaccionado el pueblo y el gobierno estadounidense si desde el mundo árabe se estuviera bombardeando, por ejemplo, California, Texas o New York, lo cual ilustra Paul con la patraña monstruosa tejida junto a sus alidados de la “invasión preventiva” en Irak.

 

Al debatir este tema con colegas economistas en una reunión del fin de semana próximo pasado en que ocurrieron los hechos bochornosos que comentamos, salió a relucir el interrogante de cómo debiera proceder un gobierno cuando en otra jurisdicción nacional se expropian propiedades de sus ciudadanos. Mi respuesta fue que entre privados debe recurrirse a la justicia del país en cuestión y si no puede resolverse por esa vía queda en pie el riesgo que asume el interesado al invertir en otro lugar pero nunca se justifica la intervención militar a menos que se trate de una agresión también militar en territorio ajeno. (Si no son ejércitos regulares es pertinente la operación comando)

 

En resumen, todos los procedimientos adecuados son permisibles para prevenir y castigar a los asesinos terroristas cualquiera sea su signo o denominación, pero debe tenerse en cuenta, por un lado, el peligro y la injusticia de vincularlos con religiones y, por otro, no perder de vista que el eje central de la sociedad civilizada consiste en el respeto recíproco de las autonomías y los consiguientes derechos individuales. Es necesario también tener muy presente que el combate a los terroristas nunca debe llevarse a cabo con los procedimientos de los criminales terroristas, de lo contrario se puede ganar en el terreno militar pero indefectiblemente se pierde en el terreno moral que es el relevante. Ya bastantes ejemplos hemos visto de esto último.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Más allá de la necesaria privatización de Aerolíneas Argentinas

Por Adrián O. Ravier. Publicado el 2/7/13 en http://opinion.infobae.com/adrian-ravier/2013/07/02/mas-alla-de-la-necesaria-privatizacion-de-aerolineas-argentinas/

Hay una discusión más relevante en el mercado aeronáutico argentino que discutir si Aerolíneas Argentinas (AA) tiene que estar en manos del Estado o no. En la medida en que sea la única empresa que ofrece el servicio, los argentinos no podrán gozar de vuelos de calidad a bajo costo.

Fundada por un decreto de Juan Domingo Perón en 1950, esta aerolínea es hoy la mayor de su país, concentrando —según un informe del Banco Ciudad— alrededor de un 90 % de la demanda de vuelos de cabotaje. Su único competidor, la empresa chilena LAN, concentra el 10% restante.

AA ha mostrado en su historia una dinámica poco frecuente. En 1979 se transformó en sociedad del Estado. En 1990, en el marco de una ola de privatizaciones de aerolíneas en toda Latinoamérica, fue privatizada, reteniendo el Estado la deuda, y cayendo la empresa bajo el consorcio español Iberia. En 2001, comenzó un proceso de ampliación de la participación en manos de funcionarios españoles, traspasando finalmente la aerolínea al Grupo Marsans. Finalmente, en julio de 2008, AA fue parte de la ola de renacionalizaciones del gobierno de los Kirchner, volviendo a la administración pública.

Los problemas sindicales continúan. Los subsidios a la aerolínea también. Los altos costos en este mercado siguen haciendo prohibitivo el acceso al servicio. La mala calidad de los viajes —representados en demoras y cancelaciones de vuelo— resulta en una consecuencia obvia. Sin embargo, debemos observar aquí dos problemas diferentes: por un lado, el de su privatización o nacionalización. Ya forma parte de la agenda pública argentina de 2015 qué hará el nuevo gobierno con una empresa que hoy es financiada en una alta proporción por recursos tributarios, y no precisamente por los pasajeros que gozan del servicio. Mauricio Macri es quizás el único candidato presidencial que disparó la intención de reprivatizar la compañía.

Por otro, la apertura y desregulación del mercado. Que AA sea pública o privada resulta irrelevante, en comparación con la necesidad de desregular el mercado e ir hacia una política de cielos abiertos. Basta observar que tanto en EEUU como en diversos países de Europa se cuenta con aerolíneas estatales o de bandera y, sin embargo, el servicio es superior tanto en costo como en calidad.

Alberto Benegas Lynch (h) y Martín Krause dan en la tecla cuando afirman que “el cambio no se circunscribe a la venta de una empresa estatal ni a su paso a manos privadas, sino al marco regulatorio de la actividad que permite o restringe el funcionamiento del mercado. Es la competencia real o potencial la que incentiva a los agentes del mercado, en este caso las compañías aéreas, a reducir tarifas, ofrecer más servicios y mejorar la eficiencia. En la Argentina, en particular, por ser un país de grandes extensiones, las alternativas de transporte aéreo accesibles resultan de fundamental importancia”.

Los mitos en este campo son numerosos. La desregulación, para los mal informados, traería aparejado: 1) “el caos, la confusión y la
incertidumbre”, 2) destruiría empleos, 3) resultaría en monopolios, 4) haría a los cielos menos seguros, 5) se incrementarían las pérdidas de equipaje, la sobreventa de asientos, las demoras en las salidas y llegadas de vuelos, 6) bajaría la calidad de las comidas y otros servicios en vuelo, y 7) habría una congestión en los aeropuertos.

La evidencia empírica, sin embargo, contradice estas hipótesis. Herbert G. Gruble desarrolla precisamente un estudio comparado de la desregulación americana y la regulación canadiense, durante el período 1979 y 1988, y muestra sus conclusiones: “La performance comparativa de las aerolíneas de Canadá y EEUU entre 1979 y 1988 otorga una muy rara oportunidad de estudiar los efectos de los cambios en una política económica importante. Casi como un experimento de laboratorio, la industria de un país ha continuado operando en un entorno regulado mientras que en el otro se enfrentó a políticas totalmente diferentes, […] Los datos apoyan fuertemente el análisis teórico de los efectos de la desregulación. La mayor competencia en EEUU llevó a una notable reducción de los costos y tarifas en relación con los de Canadá. Tan espectaculares son los resultados que otras diferencias entre los dos países no pueden explicarlos. Generalmente, la desregulación aérea provee mayores beneficios a los consumidores”.

El caso chileno, también puede ilustrar la cuestión. Un trabajo de Jorge Asecio, publicado por el Instituto Libertad y Desarrollo, explica: “La incorporación de nuevas empresas prestatarias de servicios, así como la incorporación al mercado de nuevos y más modernos equipos de vuelo, que se adaptan mejor a los requerimientos de la demanda y presentan costos medios más bajos, aseguran un incremento de los niveles de demanda conocidos”. Además, agrega Asecio, “Las características del mercado llevaron a la autoridad a aplicar una política que permitiera generar condiciones de competencia, con lo cual se han obtenido incrementos de frecuencia, servicios a más bajo costo y una mayor cobertura aérea de nuestro país”.

En el caso de Inglaterra, la privatización de la British Airways es todavía recordada por el prestigio alcanzado en la calidad de sus servicios. El hecho de que las aerolíneas británicas compitan entre sí, como con aerolíneas extranjeras, dio como resultado que las tarifas de los vuelos que se originan en el Reino Unido sean, en general, más bajas que en los demás países europeos.

Por último, una mención especial merece el “Tratado de Cielos Abiertos para Europa”. Los 24 países miembros se resistieron durante un tiempo bastante prolongado a la desregulación, pero hoy disfrutan de los beneficios de una política de cielos abiertos entre Europa y EEUU, pudiendo volar libremente de un país a otro, y en muchos casos, a menores costos que en automóvil, autobuses o ferrocarril.

A modo de conclusión, no debemos confundir la privatización de la aerolínea argentina de bandera con una política de cielos abiertos. La desregulación, y su consecuente competencia, muestran beneficios en todos los mercados en los que se le da lugar.

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.