Mauricio Macri consiguió el capital político para hacer las reformas

Por Roberto Cachanosky. Publicado el 24/10/17 en: http://economiaparatodos.net/mauricio-macri-consiguio-el-capital-politico-para-hacer-las-reformas/

 

Finalmente Cambiemos logró un resultado electoral realmente importante, no solo a nivel país, sino que, lo más relevante, consiguió la victoria en la provincia de Buenos Aires derrotando a Cristina Fernández, quien dentro del arco político argentino representa el populismo más crudo y con aspiraciones autoritarias.

No obstante, es importante que la victoria electoral no se transforme en una borrachera de continuemos con lo mismo. Quiero recordar que en 1983 Alfonsín ganó las presidenciales y luego de hacer agua con la política económica durante 2 años, lanza el plan austral en 1985 de la mano de Sourrouille generando un fuerte cambio en las expectativas de los agentes económicos, al punto que en las elecciones de medio término de ese año logra una victoria importante con el 42% de los votos, aplastando nuevamente al PJ que fue dividido. No obstante, dado que el plan austral tenía un diseño inconsistente, en 1987 el radicalismo pierde las elecciones.

Si bien se podrán marcar todas las diferencias históricas del caso, es bueno hacer un poco de ejercicio de memoria para advertir que lo que sirve para ganar una elección no necesariamente sirve para gobernar luego y mucho menos para hacer crecer la economía.

Imagino que Macri sabe perfectamente que no puede seguir eternamente tomando deuda para financiar el déficit fiscal. Encima esa deuda hay que transformar en pesos, es decir, el tesoro le entrega dólares al BCRA y éste le da a pesos para que haga los pagos, lo que implica un ingreso importante de pesos en el mercado que le exige al BCRA quitar parte de esos pesos de circulación mediante la colocación de LEBACs, stock de deuda del BCRA que, a su vez, devenga un interés que dispara el gasto público.

Mi impresión es que el gradualismo económico extremo que estuvo aplicando el gobierno pende de un hilo muy delgado que consiste en seguir consiguiendo financiamiento externo para financiar el rojo fiscal. Por lo tanto, luce muy arriesgado continuar con este esquema que se acerca más a parálisis que a gradualismo.

Poniéndolo negro sobre blanco, para evitar seguir apostando al endeudamiento hay que bajar el déficit fiscal, pero también hay que bajar la carga tributaria para atraer inversiones, esto implica inevitablemente comenzar con una reestructuración del estado para bajar el gasto público. Los tres rubros sobre los que se puede trabajar son: 1) los planes sociales. Hay que empezar a aplicar un plan serio de límite en el tiempo y en la cantidad de planes, 2) cantidad de empleados públicos y 3) seguir con la eliminación de subsidios a la energía, el gas, el agua, etc. Pero es importante resaltar que la eliminación de subsidios, que tiene como contrapartida la suba de tarifas, debe ser acompañada de una reducción de impuestos en las tarifas de los servicios públicos porque el sector privado no puede soportar un aumento de tarifas de los servicios y un impuestazo encubierto con la carga tributaria que tienen las cuentas de luz, gas, etc. La eliminación de esos impuestos aliviaría enormemente la presión sobre el sector privado. Es hora que sea el sector público el que soporte, de una vez por todas, el ajuste.

Al mes de agosto, la industria manufacturera estaba utilizando el 67% de su capacidad instalada, esto quiere decir que todavía queda margen para que aumente la producción sin hacer inversiones. Sin embargo, otros sectores ligados a los servicios sí tienen margen para aumentar sus inversiones pero con dos condiciones: 1) menor carga tributaria y 2) reforma laboral.

Menor carga tributaria implica bajar en serio los impuestos empezando por ingresos brutos y ajustando los balances por inflación para no pagar impuestos sobre utilidades ficticias.

Reforma laboral significa ponerle un techo a las indemnizaciones por despido. El problema básico es la industria del juicio por la cual alguien que es despedido luego de cobrar su indemnización le hace un juicio a la empresa por cualquier causa y la justicia, generalmente, le da la razón al empleado. Esta imprevisión sobre los costos laborales en caso de despidos hace que las PYMES piensen seriamente antes de tomar más personal. Puesto en otras palabras, una gran empresa pueda bancarse pagar el juicio, pero a una PYME directamente la destroza.

Según datos del Ministerio de Producción, en Argentina hay 650.000 empresas de las cuales el 99% son microemprendimientos y PYMES. Microemprendimientos son hasta 9 empleados y PYMES hasta 200 empleados. Como dice mi amigo y colega Gustavo Lazzari, basta con que cada una de esos microemprendimientos y PYMES tomen un empleado por año y en un año se crean 650.000 nuevos puestos de trabajo. En 5 años se resuelve el problema de la desocupación, se crean puestos de trabajo para que empleados del sector público pasen al sector privado y los 250.000 jóvenes que anualmente se incorporan al mercado laboral pueden encontrar trabajo.

La dirigencia política y sindical tiene que entender que reforma laboral no es para despedir gente, sino para incentivar a las empresas a tomar gente. Si se combina la baja de impuestos con reforma laboral, el proceso de creación de puestos de trabajo se acelera porque las 650.000 empresas actuales pueden pasar a ser 700.000 o más en poco tiempo. Hay que pensar la actual legislación laboral como el cepo cambiario. Nadie lleva sus capitales a un país del cual luego no pueda salir. El cepo cambiario es una barrera al ingreso de capitales. Bien, la actual legislación laboral es lo mismo. Es una inmensa barrera a la creación de nuevos puestos de trabajo.

En síntesis, Macri logró un segundo gran paso: derrotar directamente a Cristina Fernández y acumular un importante capital político. Ahora tiene que decidir si se lanza a un giro en la política económica para hacer sostenible el crecimiento de largo plazo o se limita a continuar tomando deuda creyendo que con el solo transcurrir del tiempo los problemas se resuelven solos.

No nos engañemos, tener acceso al crédito externo no es sustituto de reformas estructurales. Eso ya lo vivimos y sabemos que no funciona. Sí puede funcionar tomar deuda para reestructurar el sector público para aliviar la carga sobre el sector privado y de esa forma atraer inversiones.

Nadie pide cambiar 70 años de decadencia en 4 años de gobierno. Solo se pide girar el timón y enfilar la nave hacia aguas menos turbulentas que las que transitamos en el pasado por no querer hacer las reformas estructurales.

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE.

Des-industrializar la Argentina

Por Adrián Ravier. Publicado el 31/1/17 en: https://www.elcato.org/des-industrializar-la-argentina?utm_content=buffer8c1f5&utm_medium=social&utm_source=twitter.com&utm_campaign=buffer

 

Adrián Ravier explica que Argentina sufre de un exceso de industrialización producto de décadas de un modelo proteccionista con una alta carga tributaria.

Por Adrián Ravier

Desde 1930 Argentina abandonó el modelo agro-exportador y se propuso industrializar su economía. Dicen algunos historiadores que tal camino no fue elegido por los sucesivos gobiernos, sino que le fue impuesto desde afuera, una vez que Inglaterra dejó de jugar el rol de importador de nuestros insumos. Está hipótesis, sin embargo, es sumamente discutible. El mundo cambió, es cierto, pero Argentina pudo mantenerse abierta al mundo como lo hicieron EE.UU., Canadá, Australia o Nueva Zelanda, economías de características semejantes a la nuestra y que hoy muestran un desarrollo envidiable.

Sustituir importaciones y vivir de lo nuestro ha tenido su costo y sus batallas incluso hasta nuestros días. El péndulo de la política económica ha hecho, por ejemplo, que el gobierno anterior castigue fuertemente al sector agroexportador con retenciones y que el gobierno actual suspenda esas políticas para alentar el desarrollo de las economías regionales. El debate continúa.

Esta nota tiene como objetivo llamar la atención precisamente sobre el exceso de industrialización que tiene la Argentina, una vez que notamos que la estructura económica de nuestro país tiene una proporción de manufacturas en relación con el PIB bastante más elevadas que los países más desarrollados.

A continuación se presenta un cuadro donde hemos tomado una selección de 26 países para sintetizar su estructura económica, esto es, el peso relativo que el sector primario, la industria manufacturera, la construcción y los servicios tienen en relación con el PIB.

A modo de nota metodológica cabe señalar que la producción primaria incluye agricultura, ganadería, pesca, minería y explotación forestal, mientras que los servicios incorporan el comercio mayorista y minorista, transporte, almacenamiento, comunicaciones, intermediación financiera, actividades inmobiliarias y de alquiler, administración pública, defensa, salud, educación y servicio doméstico.

La primera observación que cabe hacer es que la producción de la industria manufacturera representa en nuestro país el 21,3 % del PIB, lo que supera ampliamente a la industria manufacturera de los países ya mencionados más arriba, y que tienen características similares a las nuestras. Es el caso de EE.UU. (13,3 %), Canadá (16,5 %), Australia (11,4 %) y Nueva Zelanda (14,5 %).

La segunda observación que podemos ofrecer es que precisamente Argentina presenta en su estructura económica un peso relativo en los servicios inferior a 25 de los 26 países seleccionados.

La tercera observación que surge del cuadro, es que sólo hay 5 países en la muestra que superan el 10% de producción primaria en relación con el PIB, destacándose Noruega (29,1 %) —por sus yacimientos de petróleo y gas—, y seguido por Argentina (15,6 %), Australia (12,2 %), Canadá (11,7 %) y Nueva Zelanda (10,4 %).

¿Qué otras observaciones podemos hacer sobre esta información básica? La historia económica mundial ha mostrado que a medida que los países se van desarrollando reducen la proporción de producción primaria en relación al PIB, pero no sólo producen manufacturas, sino que amplían fuertemente la producción de servicios.

Nótese, a modo de diagnóstico, que Argentina está “demasiado” industrializada. ¿A qué se debe ese afán por industrializar aun más la Argentina? La industria que supimos conseguir, como tituló a uno de sus libros un viejo profesor que tuve en la UBA, Jorge Schvarzer, jamás ha logrado exportar manufacturas. Ha sido una industria débil, caracterizada por un enorme proteccionismo, que ha creado puestos de trabajo y satisfecho el consumo local, y lo ha hecho —como es evidente— con productos de baja calidad y a un costo bastante superior al que los consumidores podrían haber adquirido en un marco de economía abierta.

Los defensores de esta industria manufacturera siempre reconocieron que su objetivo era el mercado local, pero enfatizan que la ventaja de su continuidad está representada en la creación y sostenimiento de millones de puestos de trabajo. ¡La alternativa sería un enorme desempleo!

Nuestra visión, sin embargo, muestra que sin esta débil industria esas personas ocuparían su tiempo en otros procesos más productivos, más eficientes y seguramente con mejores salarios que de hecho garantizaría la misma apertura económica. ¿Qué evita que esto ocurra hoy? La enorme presión tributaria que se requiere justamente para subsidiar el sostenimiento de esta débil industria. El alto nivel de economía informal es una muestra de estas consecuencias.

He titulado esta nota “des-industrializar la Argentina” con el objetivo de atraer la atención del lector. Pero no puedo afirmar a priori que la nueva estructura económica reducirá la producción de manufacturas. Esto es algo que los empresarios argentinos deben descubrir en el proceso, una vez que las reglas de juego que impone el Estado den lugar a la innovación y a la creatividad, reemplazando la planificación centralizada por una planificación des-centralizada, que sea más atenta a lo que el empresariado desea ofrecer, y los consumidores desean consumir.

La robotización está abriendo un nuevo debate por el grado de sustitución parcial o total que este proceso generará en los empleos formales que hoy conocemos. Este proceso se suma a la globalización y a la tercera revolución industrial que implicó la era digital. Argentina puede ocultarse detrás del proteccionismo para evitar una nueva revolución tecnológica, o puede abrirse a ella e intentar adaptarse. Nunca fue fácil para el hombre —si atendemos a la experiencia histórica— este proceso de adaptación a las nuevas tecnologías y a los nuevos empleos, pero tampoco fue una buena idea darle la espalda al cambio.

Necesitamos un poco de humildad en la dirigencia política para comprender que estos sucesos nos han superado a todos, y que el único orden que podemos alcanzar que sea consistente con una sociedad de hombres libres será descubierto en forma espontánea a través de su propia interacción. Los obstáculos gubernamentales, en forma de controles de precios y salarios, políticas arancelarias y para-arancelarias, regulaciones y subsidios, burocracia y corrupción sólo son palos en la rueda para la creatividad y la innovación. Debemos confiar en la función empresarial si queremos adaptarnos a este mundo volátil y de incertidumbre.

 

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.

Ni industria ni campo: libertad económica es el camino para Argentina

Por Iván Carrino. Publicado el 27/9/16 en: https://es.panampost.com/ivan-carrino/2016/09/27/argentina-libertad-economica/

 
La idea de que el país debe ser industrializado es, a grandes rasgos, pensar que el gobierno debe tomar políticas activas para que en la economía se desarrolle la industria manufacturera. 
Axel Kicillof es, junto con Yanis Varoufakis y Jorge Giordani, uno de los pocos ex ministros de economía del siglo XXI de profunda formación marxista. A juzgar por sus resultados, está claro que su cosmovisión del mundo no es la más adecuada para resolver los problemas actuales.

Varoufakis estuvo poco tiempo en funciones, pero fue suficiente para generar un pánico financiero en Grecia que terminó con la imposición de un corralito bancario. Jorge Giordani, quien saltó del barco de la economía venezolana en 2014, fue el artífice de la destrucción del país y cómplice de la hiperinflación y escasez que hoy asolan a su población.
Kicillof, por su parte, es responsable directo de la gestación de la bomba económica que el gobierno de Macri todavía está tratando de desactivar. Inflación, controles de precios, control de cambios, juicios sin pagar y déficit fiscal récord son solo alguna de las medallas que el joven exministro puede colgarse en su cuello. Otras son la economía frenada por 4 años, la caída del PBI per cápita y el aumento sostenido del nivel de pobreza. Nada para festejar.

Recientemente, Axel Kicillof fue entrevistado por el conocido periodista argentino Nelson Castro, en su programa “El Juego Limpio”. La entrevista se transformó en un cruce de acusaciones y tuvo momentos de contrapuntos picantes y tensos. Castro acusaba al exministro por su responsabilidad en la crisis actual, mientras que Kicillof intentó desligarse, echándole la culpa a la nueva política económica.

Al margen del cruce circunstancial entre el periodista y el economista, hubo un comentario al pasar sobre el que vale la pena reflexionar. En un momento de la conversación, Kicillof afirmó:

“Nuestro programa económico es un programa que se proponía una meta difícil: industrializar la Argentina”

En este momento de la charla, si bien hubo desacuerdo respecto de cómo lograr esa meta, nadie debatió el punto más importante. Es decir, si debe o no, darse dicha industrialización.

Analicemos este punto.

La idea de que el país debe ser industrializado es, a grandes rasgos, pensar que el gobierno debe tomar políticas activas para que en la economía se desarrolle la industria manufacturera. Trabas a las importaciones, subsidios directos, créditos blandos e inflación, todo vale para promover a los industriales del país. Si estas políticas dañan a otros sectores más competitivos o perjudican a los consumidores, eso no debería verse como un problema, ya que la industrialización es el camino para garantizar el progreso de todos.

Esta perspectiva sobre el rol que la industria manufacturera tiene en el desarrollo nacional puede provenir de una errónea interpretación de la historia de los Estados Unidos y otros países desarrollados. Durante el siglo XX, en Estados Unidos la industria tuvo un desarrollo muy marcado. Se estima que en 1840, solo representaba el 20% del PBI, mientras que a principios del Siglo XX ese porcentaje había llegado a superar el 40%. En paralelo a este verdadero proceso de industrialización, el nivel de vida de los americanos creció notablemente.

De ahí que muchos crean que la base de la riqueza se encuentra en la industria.

Sin embargo, hay dos puntos a destacar. El primero es que esta industrialización no fue producto de un deseo deliberado del gobierno de ese país, sino del desarrollo natural de las fuerzas del mercado, que fueron dejando el campo y llegaron a las ciudades en busca de mayores beneficios para sus inversiones. El segundo punto es que, a partir de la década del 70, la participación de la industria en el PBI cayó notablemente, sin que esto significara un problema para su economía. Hoy más del 70% de la producción norteamericana está en los servicios y el país sigue siendo uno de los que mejores niveles de vida tienen en el mundo.

En Argentina solemos enfrascarnos en una discusión anacrónica y obsoleta entre “industrialización” o “modelo agroexportador”, olvidando las bases verdaderas de la prosperidad económica de largo plazo. Es que no hace la diferencia si la economía tiene una mayor participación de un sector u otro, sino si ésta, como un todo, puede crecer de manera sostenible, generando progreso y bienestar para todos.

Estados Unidos no se convirtió en el primer país del mundo gracias a su industria, sino gracias a la libertad económica. Y fue esta libertad económica la que permitió a sus ciudadanos explorar un nuevo sector llamado industria a principios del siglo pasado. Fue la libertad la que industrializó al país. Y la misma libertad hoy permite el desarrollo del sector de servicios.

Para que nuestro país crezca, debemos dejar de lado viejas confrontaciones. La clave del desarrollo no está en la mano visible del estado, que decide qué sectores deben ser prioritarios, sino la mano invisible del mercado. Es ella, dejada a su libre albedrío, la que mejor garantiza el crecimiento de la producción, y en aquéllos sectores que más demandan los consumidores.

Si dejamos a la economía en libertad, no sabemos qué sectores se desarrollarán de manera más intensa, pero sí podemos pronosticar que todos viviremos mejor. Ése es el verdadero parámetro para medir el éxito de un programa económico.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano.