Ese diabólico “neoliberalismo”

Por Gabriel Boragina Publicado el 1/4/18 en:   http://www.accionhumana.com/2018/03/ese-diabolico-neoliberalismo.html

 

 

Abordo nuevamente el examen de la voz “neoliberalismo” porque parece ser que otra vez se ha puesto de moda entre nosotros, y que persisten las confusiones en cuanto a su sentido correcto. Me veré obligado a citarme a mí mismo en algunos pasajes de esta exposición, para poder tener un mejor panorama del tema, ya que lo he explicado varias veces y, en este caso, es importante la reiteración.

Es de notar que, el término es empleado -mayoritariamente- por los enemigos declarados o no ostensibles del liberalismo. Los liberales tenemos en claro que el “neoliberalismo” no es liberalismo.

“Los antiliberales usan como sinónimos las palabras *liberalismo* y *neoliberalismo*. Pero en realidad, estas dos palabras no significan lo mismo. Esto se revela cuando se le pide al antiliberal que describa lo que según él es el *neoliberalismo*. Entonces citan como ejemplo países con monopolios, impuestos altos, salarios bajos, desempleo, elevado gasto público, inflación, etc. Sin embargo, todas estas cosas no son fruto del liberalismo sino de su contrario del antiliberalismo. Y es curiosamente al antiliberalismo al que se le llama *neoliberalismo*, con lo cual la confusión que tienen los antiliberales es mayor todavía, porque no se reconocen como culpables de las políticas que propician, ni de los resultados que ellas producen, que no son más que los nombrados antes en parte.”[1]

“Neoliberalismo” es pues -en definitiva- antiliberalismo.

En la cita que sigue tenemos un ejemplo de un desconocedor, tanto de liberalismo como del “neoliberalismo”. Veamos lo que dice:

“Si dejáramos a la sociedad a su suerte, sin nadie que planifique y dirija, tal vez llegáramos a la sociedad perfecta del neoliberalismo, pero creemos más bien que la entropía sería cada vez mayor.”[2]

El “neoliberalismo” no deja “a la sociedad a su suerte” sino todo lo contrario: interviene en la misma, la planifica y la dirige. Es decir, la cita llama “neoliberalismo” a las consecuencias prácticas del estatismo o dirigismo (contrarios al liberalismo). Demuestra ignorar mucho. Sobre todo, que, en el liberalismo, la sociedad -en rigor- no existe, sino que hay individuos que actúan en su nombre. Estos individuos (todos nosotros, incluyendo el autor criticado) son los que planifican y dirigen, no a la “sociedad” en sí misma, sino esas personas a cada una de sus propias vidas particulares, las que -en conjunto- simplemente denominamos “sociedad”. El liberalismo no aspira a una sociedad *perfecta*, toda vez que la perfección es ajena a lo humano. Desea una sociedad cada vez más justa, más abundante y rica en bienes y servicios para todos, gozando de liberad para producir lo que cada uno quiera, y para desempeñarse en lo que se encuentre más capacitado, enriqueciendo a sus semejantes para prosperar el mismo. Este es uno de los objetivos del liberalismo.

“A los partidarios del mercado libre nos acusan con asiduidad de defender al “neoliberalismo“. Vaya uno a saber “qué cosa” podría ser para nuestros detractores el famoso “neoliberalismo”, que -en rigor- no pasa de ser un término peyorativo que usan todos los que no saben nada del verdadero liberalismo, excepto que esta última palabra no les gusta.

Cuando se piden “ejemplos” de “neoliberalismo” se suelen citar países con altos impuestos; monopolios de diverso calibre pero, habitualmente, en manos privadas por decreto o por ley nacional; desempleo; estímulos a las exportaciones; endeudamiento público (en rigor, estatal) y privado y, muy en general, a las políticas económicas seguidas -con desemejantes variantes y grados- en EEUU y Gran Bretaña, y en otras naciones latinoamericanas, durante las décadas de los años 80 y 90 del siglo XX, según los casos. Pues bien, si es a esto lo que se considera “neoliberalismo” ha de saberse que -en lo personal- no soy defensor del “neoliberalismo”.[3]

El instrumento favorito del “neoliberalismo” es la suba de impuestos, con la excusa de ser el “único” medio disponible para reducir el déficit fiscal. A esto se le llama el “ajuste neoliberal”. En tanto, el liberalismo -en cambio- enseña que (por el contrario) los impuestos deben comprimirse, a la par de la baja del gasto público.

“En realidad, las políticas económicas mencionadas anteriormente y que se atribuyen al “neoliberalismo“ no son otra cosa que lo que Ludwig von Mises (y con él la Escuela Austriaca de Economía habitualmente) designó con el nombre de intervencionismo, también llamado otras veces sistema “mixto”, “hibrido”, “dual”, “intermedio”, etc. que -en definitiva- poco o nada tienen que ver ni con el verdadero liberalismo ni con el capitalismo que, como hemos señalado en otras oportunidades, constituye este último “el anverso” económico de “la moneda” del liberalismo. No han faltado tampoco quienes han rotulado aquellas políticas con el nombre de mercantilismo, que -en resumidas cuentas- no viene a ser, a nuestro modo de ver, más que una especie del intervencionismo.

Tal ya se ha explicado, como corriente filosófica, moral, política o económica el “neo-liberalismo” no existe. Y el empleo de dicho término a nada conduce, si lo que se pretende con el mismo es atacar al liberalismo, habida cuenta que este último nada tiene en común con aquel. En el mejor de los casos, el “neoliberalismo” podría entenderse como un periodo de transición de una economía socialista a otra economía de tipo liberal/capitalista. Pero en la medida que la transición se detenga y no se opere, el “neoliberalismo” no obtendrá resultados diferentes a los que consigue el intervencionismo. El llamado “neoliberalismo” sólo tendría razón de ser si su meta es llegar al liberalismo y no en ningún otro caso.”[4]

Es preferible -en doctrina correcta- continuar usando las frases estatismo, intervencionismo, dirigismo, colectivismo, socialdemocracia, populismo, etc. y no “neoliberalismo”, ya que aquellas expresiones reflejan mucho mejor que este último lo que se quiere representar con él (las tremendas consecuencias ineludibles de aquellos sistemas).

El vocablo “neoliberalismo” sirve también para estos otros propósitos:

  1. Busca desprestigiar al verdadero liberalismo, atribuyéndole los fracasos de las políticas estatistas.
  2. Enmascara los magros resultados de estas políticas, recubriéndolas con un nombre distinto (“neoliberalismo”). Cuando los gobiernos socialistas fracasan o colapsan (como irremediablemente -a la larga o a la corta- termina siempre sucediendo) inmediatamente culpan de ello al “neoliberalismo”. Cuando -según sus particulares parámetros- obtienen algún “logro” lo atribuyen al socialismo que practican. Pero ambas terminologías traducen el mismo significado: el gobierno interfiriendo en los asuntos particulares, económicos y no económicos.
  3. Es una palabra cómoda para los estatistas de todo signo (izquierda, centro o derecha) para eludir sus sentimientos de culpa por sus yerros.

[1] http://www.accionhumana.com/2015/04/liberalismo-mano-invisible-y-mercados.html

[2] Javier Bellina de los Heros – memoriasdeofeo.blogspot.com

[3] http://www.accionhumana.com/2015/02/economia-neoliberalismo-y-capitalismo.html

[4] Ibidem.

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

El verso de la brecha del ingreso

Por Roberto H. Cachanosky. Publicado el 19/12/16 en: http://economiaparatodos.net/el-verso-de-la-brecha-del-ingreso/

 

No es casualidad que los países con menor seguridad jurídica, impuestos altos, gasto público elevado, regulaciones y estatismo, terminen generando condiciones de vida para el grueso de la población similares a la edad media

De acuerdo a los datos publicados por el INDEC la pobreza alcanza al 32,2% de los habitantes, dato que nuevamente se ha vuelto a publicar luego que el kirchnerismo escondiera la pobreza detrás del famoso argumento de Kicillof que era para no estigmatizar a los pobres. Aclaremos que el dato del INDEC está en línea con los datos que publica la UCA sobre pobreza, de manera que, si bien el ajuste parcial de algunos precios relativos que había dejado el kirchnerismo pudo haber aumentado un par de punto la pobreza heredada del kirchnerismo, es claro que 12 años de una economía cerrada, con sustitución de importaciones, estatizaciones, regulaciones de precio, control de cambios, aumento del gasto público, presión impositiva descomunal y planes sociales solo consiguieron aumentar la tasa de pobreza. El kirchnerismo es el ejemplo más categórico de lo letal que es el intervencionismo estatal, el estatismo y el estado benefactor para la calidad de vida de la población.

En este sentido, sería bueno que el macrismo reflexione y entienda que no es cuestión de administrar “bien” un sistema con incentivos perverso como el que dejó tantos pobres con el kirchnerismo. Tampoco tiene que concentrarse el gobierno en la distribución del ingreso. Hablar de la distribución del ingreso no tiene sentido, pero sí tiene sentido bajar la pobreza.

Respecto a la distribución del ingreso voy a dar un ejemplo de lo tramposo que puede ser el tema. Supongamos que en el momento 1 el sector que menos gana tiene un ingreso de 10.000 y el que más gana de 50.0000, la diferencia entre el que más gana y el que menos gana es de 5 veces.

Supongamos que vamos a una economía de mercado y el que, sin inflación, el que menos gana tiene un ingreso de 55.000 y el que más gana de 550.000. La diferencia entre ambos es de 10 veces. O sea, la distribución del ingreso empeoró respecto al momento 1 pero resulta que ahora el que menos gana multiplicó por 5,5 veces su ingreso respecto al que menos gana del momento 1 y encima gana más que el que más ganaba en el momento 1. ¿Cuál es, entonces, el problema que la distribución del ingreso haya “empeorado”? El problema no es la distribución del ingreso, que es en lo que se concentran los políticos populistas, sino el nivel de pobreza.

El problema es que los políticos, para conseguir más votos y retener el poder, apuestan siempre al corto plazo, esto es, suelen señalar como a los que más ganan como los responsables de la pobreza de los que menos ganan. Por eso hay que expoliarlos con impuestos. Hay que matar con impuestos a las empresas y a los que más ganan para redistribuir ese dinero entre los más pobres en nombre de la solidaridad social, la justicia social y todo lo que tenga como adjetivo social. Siempre queda bien para lucir sensible como político para conseguir más votos.

Ahora, ¿cuál es el resultado de este tipo de trampa política que se ocupa de perseguir a los que más ganan? Muy sencillo, al castigarse con mayor intensidad a los que invierten y son emprendedores se quitan los incentivos para invertir, generar más puestos de trabajo y mejorar la productividad, factores que permitirán aumentar el ingreso real de los que menos tienen. El progresismo y el populismo lo que logran es igualar hacia abajo. Que todos sean pobres en vez de que los más pobres sean cada vez más ricos y mejoren su calidad de vida.

Durante décadas Argentina ha tenido políticas de castigar impositivamente la inversión y perseguir a los innovadores obteniendo como resultado este 32% de pobreza. Porque, además, para poder incrementar la carga tributaria, el estado tiene que disponer cada vez de más poder arbitrario para expropiar impositivamente a la gente, creando inseguridad jurídica y espantando las inversiones.

Mucho bien le harían los políticos a los pobres si en vez de mirar a los ricos se miraran a sí mismos y se dieran cuenta que no es persiguiendo al innovador y al que invierte como se elimina la pobreza. Que el problema no es la distribución del ingreso, sino que el haber perseguido a las inversiones es lo que genera la pobreza.

No es casualidad que los países con menor seguridad jurídica, impuestos altos, gasto público elevado, regulaciones y estatismo, terminen generando condiciones de vida para el grueso de la población similares a la edad media, con gente sin agua potable, corriente eléctrica, ni cloacas, mala alimentación y sin un sistema de salud eficiente.

Vean la Venezuela chavista con su modelo socialista del siglo XXI. Ha sumergido al grueso de la población en la pobreza más aberrante. Los emprendedores y de mayor ingreso emigraron hace rato y la única gran diferencia en la distribución del ingreso es entre los jerarcas chavistas, que tienen todas las comodidades a punta de fusil (copiando el modelo de Fidel Castro) mientras el resto de la población revuelve la basura para encontrar comida y los saqueos están a la orden del día.

Con la historia de la distribución del ingreso, lo que se ha conseguido no es sacar a los pobres de la pobreza, sino bajar a la condición de pobres a la clase media, dejar a los pobres en la pobreza, hacer que los emprendedores emigren y ampliar la brecha entre los más ricos y los más pobres, pero con la característica que los más ricos pasaron a ser los dirigentes políticos que decían que iban a reducir la brecha entre ricos y pobres. En síntesis, el negocio de los políticos ha sido el hablar de la brecha entre ricos y pobres. La dirigencia política ha sido la gran ganadora del verso de la brecha entre ricos y pobres.

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE

Liberalismo, «mano invisible» y mercados «imperfectos»

Por Gabriel Boragina. Publicado el 18/4/15 en: http://www.accionhumana.com/2015/04/liberalismo-mano-invisible-y-mercados.html

 

Muchos antiliberales siguen pensando que el liberalismo cree como existente la famosa “mano invisible” de Adam Smith. Ignoran que el liberalismo no cree en la existencia de la famosa “mano invisible”, que no fue más que una metáfora del profesor escocés (quizás no expresada de manera afortunada) de cómo las personas persiguiendo sus propios intereses mejoran la condición de sus semejantes sin proponérselo siquiera, e inclusive, aun en contra de dicha intención. Pero la metáfora de la “mano invisible” fue sólo eso: una metáfora. La “mano invisible” no fue ni es una mano «real» sólo que no visible. Sin embargo, en 1871 en Viena nace la Escuela Austriaca de Economía con Carl Menger a la cabeza, que explica un liberalismo SIN “mano invisible” o, mejor expresado, donde la “mano invisible” se vuelve visible, materializándose en la acción de millones de personas, como lo ha explicado Ludwig von Mises. Es el liberalismo del que hablo.

Esos mismos antiliberales están tan confundidos, que hasta llegan a afirmar que esa fantasmal “mano invisible” impone desocupación a través del establecimiento de salarios mínimos.

Los salarios mínimos son de factura de los gobiernos, no de los mercados. El mercado genera salarios de mercado. No salarios mínimos. Estos siempre son obra de políticos, no de los mercados. Y mientras los salarios mínimos políticos generan desempleo, los salarios de mercado crean empleo. En suma, la única manera de construir empleo es a través de la libertad salarial, que es de donde surgen los salarios de mercado.

Es verdad que no existe un liberalismo «puro». ¡Ese es precisamente el problema! Y justamente por ausencia de un liberalismo puro es que tenemos las crisis económicas. También es cierto cuando afirman que conseguir un liberalismo puro es muy difícil, por no decir imposible. Pero desde el momento en que sabemos que si tuviéramos un liberalismo puro las crisis desaparecerían por completo, nuestros esfuerzos deberían concentrarse en tratar de conseguir la mayor aproximación posible hacia un liberalismo puro. La tendencia debería ser -en este caso- tratar de orientar todas nuestras energías en obtener el liberalismo más puro posible, aun cuando seamos conscientes que siempre van estar operando las fuerzas antiliberales, que harán que el objetivo de un liberalismo puro sea bastante difícil de lograr. Nuevamente, y como en otros casos, tomar conciencia de lo difícil o imposible que sería llegar a un liberalismo puro debería ser un aliciente para aproximarnos lo máximo posible a él, y no elegir el camino contrario, el del antiliberalismo.

En cuanto a que los mercados son “imperfectos”, no conozco a nadie que lo niegue, pero a este respecto son aplicables las mismas consideraciones que hemos hecho en el punto anterior en relación al liberalismo puro. Los mercados no van a ser “más perfectos” porque el gobierno los regule y controle, salvo que se piense que los gobiernos son «perfectos» cosa en la que yo en modo alguno creo. La experiencia histórica y cotidiana se han encargado de probar que los gobiernos son mucho más imperfectos que los mercados ¿cómo se espera que un enteimperfecto como es un gobierno pueda hacer “más perfectos” a los mercados, o fuera el mismo gobierno «más perfecto» que el mercado? Lo imperfecto no hace perfecto a nada ni a nadie. Sería un contrasentido afirmar lo contrario. Es imposible tal cosa.

Pero, simultáneamente, pensar o sugerir que los gobiernos puedan ser o actuar de manera “más perfecta” que los mercados es, además de empírica y teóricamente falso, un argumento antidemocrático. Presumamos que en un país tenemos los partidos políticos A, B, C, y D. Sigamos conjeturando que en el gobierno está -al momento- el partido B, que se cree “más perfecto” que el mercado (ya sea que se imagine a si mismo de esa manera, o así los supongan sus adeptos). Bajo esta hipótesis, ese partido no debería abandonar nunca el poder, porque no puede admitirse que los demás partidos también se consideraren “más perfectos” que el mercado. Si ya habría uno que «lo sería», y -para «mejor»- ya está en la cima del poder ¿por qué cambiarlo? Y si a los mercados se los reputan tan “malos” o tan “imperfectos”, el trillado estribillo antiliberal que los gobiernos son “más perfectos” (o, lo que es lo mismo, “menos imperfectos”) que los mercados sería suficiente para justificar cualquier tiranía. Ya que si el gobierno cambiara de partido en el poder, se correría el “riesgo” de que accediera al Ejecutivo algún otro partido “menos perfecto” que el mercado y que B, con el consiguiente “peligro” de que -en este caso- el mercado empiece a hacer todas las “maldades” que los antiliberales le atribuyen continuamente.

Ya hace tiempo que sostengo que las crisis económicas las originan los gobiernos, no el mercado, ni el capitalismo. Se han dado muchísimas pruebas de ello, pero entre las más importantes recordemos que el sistema económico capitalista no está vigente en el mundo de nuestros días desde hace varias décadas. En su lugar, el sistema económico mundial es el estatista, no el capitalista. Esto es muy fácil de comprobar. Si el sistema fuera capitalista, todas las firmas y empresas del mundo serian privadas, no reguladas ni restringidas por ningún tipo de legislación, todo el mundo pagaría impuestos mínimos, no existiría desempleo, el producto bruto interno no pararía de crecer, los bienes y servicios serían más abundantes, mientras los precios bajarían, los salarios aumentarían, etc. Este sería el escenario más parecido a un mundo capitalista. Sin embargo, todos sabemos que esto no es lo que está sucediendo en el mundo de nuestros días. Más bien ocurre todo lo contrario.

Los antiliberales usan como sinónimos las palabras “liberalismo” y “neoliberalismo”. Pero en realidad, ambas palabras no significan lo mismo. Esto se revela cuando se le pide al antiliberal que describa lo que según él es el “neoliberalismo”. Entonces, citan como ejemplo países con monopolios, oligopolios, impuestos altos, salarios bajos, desempleo, elevado gasto público, inflación, etc. No obstante, todas estas cosas no son fruto del liberalismo, sino de su contrario del antiliberalismo. Y es –curiosamente- al antiliberalismo al que se le llama “neoliberalismo”, con lo cual la confusión que tienen los antiliberales es mayor todavía, porque no se reconocen como culpables de las políticas que propician, ni de los resultados que ellas producen, que no son más que los nombrados antes en parte.

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.