A LOS 224 AÑOS DE UNA OBRA CLAVE

Por Alberto Benegas Lynch (h).

Adam Smith retomó sin saberlo una tradición iniciada por la Escuela de Salamanca o Escolástica Tardía a través de Grotius, Cumberland, Hooker y Puffendorf y lo hizo con una fuerza notable asentando su esqueleto conceptual en su obra titulada La teoría de los sentimientos morales en 1759 que dio sustento a su trabajo posterior de economía. Este es el contexto por más que ciertos economistas modernos se nieguen a identificar las raíces de su propia disciplina.

Según uno de los biógrafos de Smith –William R. Scott- el secuestro que sufrió de niño a manos de un grupo que se identificó como gitano lo vacunó contra la asfixia de la libertad que quedó grabado en su subconsciente y “engendró una actitud de justificada antipatía a todos los procedimientos compulsivos y una receptividad a todo lo que estuviera en dirección a la libertad”. Edmund Burke consignó que aquella obra “constituye posiblemente una de las más bellas expresiones de la teoría moral que hayan aparecido.”

También han influido sobre Smith, Locke, Cantillion, Turgot, Voltaire, Helvetius, Mandeville, sus amigos Hume y Ferguson y muy especialmente su profesor Francis Hutcheson (y su predecesor en la cátedra de Glasgow, Gershom Carmichel). Los trabajos publicados de Hutcheson muestran sus sólidos fundamentos filosóficos en los que se destacan sus argumentos contra el materialismo (o determinismo físico para recurrir a una terminología más reciente de Popper), lo cual queda consignado en una magnifica edición de Liberty Fund titulada Logic, Metaphisics and the Natural Sociability of Mankind.

En las primeras líneas del primer capítulo de la primera sección de ese trabajo sobre moral, Smith se refiere al interés personal como el motor de las acciones que también mueve a hacer al bien a los demás. En el capítulo tercero de esa sección explica en consonancia con los estoicos la importancia y las ventajas del cosmopolitismo y el ser “ciudadano del mundo” (a contracorriente de los nacionalismos hoy en boga). Y en el segundo capítulo de la segunda sección se detiene a considerar lo que bautiza como “el hombre del sistema” que “con arrogancia, generalmente enamorado con la supuesta belleza de su plan ideal de gobierno del que no puede desviarse en lo más mínimo. Procede a implementarlo en todas sus partes sin consideración alguna a las fuertes oposiciones que existen: parece que imagina que puede arreglar a los diferentes miembros de la sociedad tan fácilmente como una mano puede arreglar las piezas en un tablero de ajedrez, como si esas supuestas piezas de ajedrez no tuvieran otro móvil aparte de la mano que las mueve, pero en el gran tablero de la sociedad humana cada pieza tiene un móvil propio totalmente diferente de lo que el legislador pretende imponer.”

En otras oportunidades me he referido al célebre trabajo de Smith sobre economía de 1776, la última vez en el libro titulado El liberal es paciente publicado en Caracas por CEDICE, por lo que ahora en esta nota periodística me limito a su referido escrito de 1759. En este sentido, aludo a un punto de gran importancia al que también me he referido antes parcialmente (en el post-sriptum de Hacia el autogobierno. Una crítica al poder político publicado en Buenos Aires por EMECÉ) y es el conclusión lógica que inexorablemente debe haber una primera causa para que se haga posible nuestra existencia, de lo contrario, si las causas fueran en regresión ad infinitum no podríamos existir ni nada de lo que nos rodea puesto que las causas que nos engendraron nunca habrían comenzado. Esto es lo que algunos denominan Dios, otros Yahvéh, otros Alá y otros simplemente la Primera Causa.

Smith varias veces en ese libro sobre moral se refiere al tema, pero el concepto puede condensarse en el tercer capítulo de la segunda sección en el párrafo donde escribe que “La idea del Ser divino cuya benevolencia y sabiduría ha concebido y conduce desde la eternidad la maquinaria del universo de modo que en todo tiempo produzca la mayor cantidad de felicidad, es ciertamente, de todos los objetos de contemplación, de lejos, el más sublime.” Esto también muestra la influencia de su maestro Hutcheson quien  desarrolla lo dicho  en la obra antes citada. Las más modernas teorías del Big-bang para nada contradicen lo expresado puesto que se trata de lo contingente, mientras que la referencia al Primer Motor (para usar nomenclatura aristotélica) lo hace en conexión a lo necesario. Tampoco como se ha hecho notar en distintas oportunidades la religiosidad tiene oposición alguna con el evolucionismo, más aun sin esta concepción se consideraría que el hombre es susceptible de la perfección y de llegar a una meta final en esta tierra, lo cual contradice abiertamente su naturaleza que obliga a transitar en un trámite difícil de prueba y error.

Alexis de Tocqueville ha dicho que “Yo dudo que el hombre pueda alguna vez soportar a un mismo tiempo una completa independencia religiosa y una entera libertad política y me inclino a pensar que si no tiene fe es preciso que sirva y si es libre que crea” (en La democracia en América). A propósito de fe nos parece más completa la respuesta de Carl Jung cuando le preguntaron si creía en Dios: “No creo en Dios, se que Dios existe” ( en The Undiscovered Self). Por su parte, el antes mencionado Burke ha escrito que “La religión es la base de la sociedad civil y la fuente de todo el bien y toda la prosperidad” (en The Philosophy of Edmund Burke- A Selection of his Writtings editado por L.I. Bredvold y R. G. Ross), lo cual no contradice la indispensable “doctrina de la muralla” estadounidense en cuanto a la tajante separación entre el poder político y la religión.

El premio Nobel en neurofisiología John Eccles apunta que “Me he esforzado en mostrar que la filosofía dualista-interaccionista conduce a la creencia en la primacía de la naturaleza espiritual del hombre, lo que a su vez conduce a Dios.” (en La psique humana) y el premio Nobel en física Max Plank ha señalado que “Jamás puede haber una verdadera oposición entre la religión y la ciencia, pues una es el complemento de la otra.” (en ¿Hacia donde va la ciencia?) y  Einstein ha enfatizado que “Mi religión consiste en una humilde admiración del ilimitado espíritu superior que se revela en los más mínimos detalles que podemos percibir con nuestras mentes frágiles y endebles. Mi idea de Dios se forma de la profunda emoción que proviene de la convicción que se revela en el universo incomprensible.” (cit. en Robert B. Downs Albert Einstein: Relativity the Special and General Theories),

Personalmente los dos pilares básicos de mi religiosidad descansan en lo mencionado respecto a la existencia de la Primera Causa y la demostración lógica de la psique, mente o estados de conciencia como sentido de trascendencia sobre lo cual he escrito, por ejemplo, “Una refutación al materialismo filosófico y al determinismo físico” publicado en Lima, Revista de Economía y Derecho de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Comprendo que muchos hayan abandonado religiones oficiales debido a los espantosos abusos y atropellos de representantes de ciertas iglesias, lo cual también ha contribuido a rechazar cualquier versión de la religatio, lo cual es incentivado en grado superlativo por los fanáticos tal como los explica, entre otros, Eric Hoffer en The True Beliver.

En todo caso, presento aquí lo que estimo es la columna vertebral de lo expresado por Adam Smith en su texto fundacional del que ahora celebramos su 224 aniversario.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

 

LA VERDAD OS HARÁ LIBERALES (sobre el debate por el artículo de Vanesa Vallejo).

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 2/7/17 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2017/07/la-verdad-os-hara-liberales-sobre-el.html

 

No es la primera vez que hay un debate interno sobre este tema entre los liberales (clásicos) pero ante este artículo de Vanesa Vallejo (https://es.panampost.com/vanessa-araujo/2017/07/01/conservadurismo-y-libertarismo/) y la crítica que recibió  (https://www.misescolombia.co/peligroso-coqueteo-vanesa-vallejo-conservadurismo/), el debate, que vengo escuchando hace ya casi 43 años, ha renacido nuevamente en las redes sociales liberales latinoamericanas.

El liberalismo clásico no es una ideología, no tiene dogmas ni pontífices, o autores sacrosantos e intocables.

Por lo tanto para resolver este tipo de cuestiones viene bien recurrir a la historia de las ideas políticas.

Creo que muchos podríamos estar de acuerdo en que el liberalismo político nace (y sigue) como un intento de limitar el poder de las autoridades políticas contra el abuso del poder. Desde Juan de Mariana hasta Francisco de Vitoria, pasando por Locke, Montesquieu, Tocqueville, los autores del El Federalista, Lord Acton, Mises, Hayek, y me quedo muy corto en una lista que es muy larga, todos coincidían en limitar el poder del estado.

¿Pero limitarlo por qué? Allí comienzan los problemas, porque si decimos “limitarlo en función de los derechos individuales”, parece que seguimos estando todos de acuerdo porque apenas rasgamos un poquito, el fundamento filosófico de los derechos individuales comienza a ser muy diverso.

Vamos a identificar, faliblemente, tres grandes corrientes.

Una, la neokantiana. En esta corriente (Popper, Mises, Hayek) la limitación del conocimiento es la clave de la sociedad libre, y la libertad individual tiene su obvio límite en los derechos de terceros.

Otra, la neoaristotélica. Con sus diferencias, autores como Rand, Rothbard y Hoppe (este último agregando a una ética del diálogo que en sí misma tiene origen en Habermas) plantean el eje central en la propiedad del propio cuerpo, como la propiedad de la persona, y por ende la moral se concentra en el principio de no agresión (no iniciar la fuerza contra terceros). Todos sabemos que Rothbard es anarcocapitalista y que los debates entre esta posición y la anterior suele ser muy duros y con excomuniones mutuas y frecuentes.

La tercera, la iusnaturalista tomista. Desde la segunda escolástica, pasando por Hooker, Locke, Tocqueville, Constant, Burke, Acton, Lacordaire, Montalembert, Ozanam, Rosmini, Sturzo, Maritain, Novak, y los actuales Sirico y Samuel Gregg (se podría perfectamente agregar a Joseph Ratzinger), estos autores fundamentan en Santo Tomás la laicidad del estado y la libertad religiosa, el derecho a la intimidad, los derechos a la libertad de expresión y de enseñanza como derivados de la libertad religiosa y por ende la limitación del poder político, con una fuerte admiración por las instituciones políticas anglosajonas. Es la corriente del Acton Institute.

Tanto en los autores como en los discípulos de la primera y segunda corriente, hay una tendencia a decir que la moral consiste en no atentar contra derechos de terceros pero, coherentes con el escepticismo kantiano en metafísica, y un aristotelismo que no llega al judeo-cristianismo de Santo Tomás, tienden a ser escépticos en la moral individual. Allí no habría normas morales objetivas, sino la sencilla decisión del individuo y nada más, siempre que no moleste derechos de terceros. Muchas veces su conducta individual puede ser heroicamente moral pero no la postulan como algo a nivel social. Pueden tener además cierta coincidencia con John Rawls (a quien rechazan obviamente pero por su intervencionismo económico) en que el estado debe ser moralmente neutro.

Para muchos de ellos, hablar de normas morales objetivas es un peligro para la libertad individual, pues los que así piensan tienen a imponerlas por la fuerza al resto de la sociedad.

Es comprensible, por ende, que frente a una Vanesa que ha afirmado firmemente sus principios morales SIN escepticismo y con fuerte convicción, se enfrentara con una respuesta que la coloca como un fuerte peligro contra el liberalismo que ella dice profesar.

Pero esa respuesta a Vanesa (no quiero hablar ahora por ella, sólo expreso mi opinión) deja de lado al iusnaturalismo tomista y su defensa de la libertad individual.

Los que sobre la base del derecho natural clásico hablamos de un orden moral objetivo, a nivel social e individual, afirmamos, precisamente sobre la base de ese orden moral objetivo, la laicidad del estado, y los derechos a la libertad religiosa y el derecho a la intimidad, pero NO como los derechos a hacer lo que se quiera mientras no se violen los derechos de terceros, sino como los derechos a la inmunidad de coacción sobre la conciencia. O sea que alguien tiene todo el derecho a pensar que la prostitución viola el orden moral objetivo pero ello no implica negar la libertad individual de quien decida (decimos “decida”, por eso la trata de blancas es otra cosa: un delito) ejercer el oficio más antiguo, sobre la base del respeto a su derecho a la intimidad personal. Y así con todo lo demás.

Por lo demás, muchos, actualmente, nos oponemos al lobby GBTB, pero NO porque NO respetemos la libertad individual de los gays, trans y etc., sino porque ellos están convirtiendo de su visión del mundo algo que quieren imponer coactivamente al resto, so pena de acusar a todo el mundo de delito de discriminación. Por ende la lucha de los liberales y libertarios contra el lobby GBTB NO se basa en que nosotros –y especialmente los que estamos en el iusnaturalismo- queremos negarles su libertad individual, sino porque defendemos la libertad individual de todos: la de ellos a vivir como les parezca, amparados en el derecho a la intimidad, y la de los demás, también a lo mismo, sobre la base de lo mismo. Por lo demás, no habría delitos de discriminación (me refiero a delitos, no al orden moral) si se respetaran los derechos de asociación, propiedad y contratación como siempre los planteó el liberalismo clásico.

Finalmente una pregunta a todos mis amigos liberales que piensan que la afirmación de un orden moral objetivo es un peligro para la libertad. Si la base para su liberalismo es el escepticismo sobre la moral individual, ¿qué va a pasar el día que dejen de ser escépticos en ese ámbito? ¿Se convertirán en autoritarios?

Es muy fácil respetar, por ejemplo, la libertad religiosa cuando consideran que no hay fundamento racional para la religión. Pero, ¿y si lo hubiera?

Si lo hubiera, es más, si lo hay, porque lo hay en Santo Tomás de Aquino, mejor para la libertad, porque en ese caso el respeto a la libertad del otro se basa en que no voy a invadir su conciencia, por más convencido que esté de que la otra posición es un error. Una sociedad libre no se basa en el escepticismo. Se basa en el respeto y la convivencia de todas las cosmovisiones sobre la base de no invadir coactivamente la conciencia de los demás. No se basa en el escepticismo sobre la verdad, sino en la certeza firme de que la verdad se basa sólo en la fuerza de la verdad y no en la fuerza física o verbal (aunque esta última no sea judiciable). Por eso muchos liberales que respetamos la libertad religiosa pedimos de igual modo que ni la Física, ni la Matemática ni nada de nada sea obligatorio, y por eso pedimos distinción entre Iglesia y estado, entre educación y estado, entre ciencia y estado (Feyerabend).

Así, la única cosmovisión del mundo que no podría convivir en una sociedad libre sería aquella que en su núcleo central implicara la acción de atentar contra los derechos de los demás. Ella se enfrentaría contra el legítimo poder de policía emanado del Estado de Derecho y de una Constitución liberal clásica. El liberalismo NO consiste en decir “vengan totalitarios del mundo y hagan con nosotros lo que quieran”.

Como siempre, estas aclaraciones no aclararán nada, porque los liberales se seguirán peleando, creo que por suerte. Pero ojalá se comprendieran un poco más y dejaran de excomulgarse mutuamente.  Lo dice alguien que sabe lo que es verdaderamente una excomunión y a qué ámbito pertenece.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

 

El Derecho natural

Por Gabriel Boragina. Publicado el 13/9/15 en: http://www.accionhumana.com/2015/09/el-derecho-natural.html

 

Luego de realizar una aguda y contundente critica al utilitarismo, explica el Profesor Dr. Alberto Benegas Lynch (h):

«La perspectiva del derecho natural es sustancialmente distinta. Natural en este contexto no alude a la condición primitiva del hombre ni a leyes físicas sino a las propiedades de la especie. Alude al orden natural circunscripto al ser humano. Las plantas, las piedras y los perros tienen propiedades que le son características. El hombre también posee propiedades exclusivas que lo distinguen. El derecho natural se refiere a las facultades de hacer o no hacer por parte del hombre sin obstaculizar iguales facultades de terceros. Si cada ser humano es único desde el punto de vista anatómico, fisiológico, bioquímico y, sobre todo, psicológico, para que pueda actualizar sus potencialidades hay que dejarlo que siga su camino. El hombre al actuar pretende pasar de una situación menos satisfactoria a una que le proporcione mayor satisfacción, lo cual implica hacer uso del análisis subjetivo basado en el libre albedrío y la consiguiente responsabilidad individual. Para que esto sea posible es menester respetar en primer término su vida y consecuentemente todo lo que adquiere de modo lícito. De esta manera se sustentan los derechos que, como queda dicho, son naturales porque no son consecuencia del invento ni del diseño del hombre sino que le preceden y emanan del antes mencionado orden natural.»[1]

A las criticas absurdas y pueriles que intentan decir que el derecho natural seria un derecho que «prescinde» de la sociedad o que sería antisocial no puede menos que contestársele de esta manera tan clara como la que resulta de la cita precedente. Va de suyo que, el derecho es una ciencia social, y la doctrina del derecho natural en modo alguno viene a desmentir que el derecho es por esencia social. Lo que sucede en realidad es que la doctrina del derecho natural violenta a los espíritus totalitarios y a esos tantos que pululan por todas partes que anhelan o quisieran imponer sus propios criterios, decisiones y -sobre todo- valores a la sociedad, y para hacerlo se escudan en el aparentemente inocente rótulo de «defensores de los derechos sociales, o de la sociedad». En realidad, lo que no confiesan es que bajo esa máscara, lo que verdaderamente sueñan es con someter a la sociedad a sus propios caprichos. Por eso, es absolutamente cierto que los derechos naturales están ínsitos en el hombre, es decir, en su propia naturaleza humana, y afirmar esto no implica negar ni desechar a la sociedad como acusan esos espíritus totalitarios, sino que -por el contrario- la palabra «hombre» en este contexto no alude jamás al hombre aislado. Ni tampoco esta indicando que existan hombres que tengan «derechos» por encima de los demás. El vocablo «hombre» apunta a todo el género humano por igual. Incluye a hombres y mujeres, y no solamente a específicas personas. Por supuesto, una mentalidad socialista o socialistoide no puede comprender nada de esto.

«El derecho natural o iusnaturalismo se opone al positivismo legal que sostiene que no hay norma alguna extramuros de la ley positiva, lo cual descalifica la posibilidad de que hubiera tal cosa como una ley injusta, con lo que el poder legislativo pretende justificar cualquier atropello a los derechos de las personas que son anteriores y superiores a la existencia misma del legislativo.»[2]

Hoy en día, nuestro mundo vive inmerso en el océano del positivismo legal donde «es ley» lo que una mayoría circunstancial desea que sea «ley» y donde esa mal llamada «ley» se traduce, en la generalidad de los casos, en violaciones al derecho de otras personas, y en que esa mal denominada «ley» responde ordinariamente al capricho de accidentales mayorías, que van mutando de gobierno en gobierno. Con lo cual, según quién gobierne, se dictan normas contra grupos opositores, y cuando estos finalmente llegan al poder, promulgan contranormas para vengarse de los que les precedieron en el mando. A esto, es a lo que debemos el caos jurídico en que el mundo hoy se encuentra sumergido.

«Estirando el concepto de utilitarismo puede decirse que resulta útil respetar el derecho natural, lo cual constituye una visión un tanto retorcida del utilitarismo que, así, de facto, se convierte en partidario del derecho natural.»[3]

En realidad, los partidarios del positivismo legal que hoy dominan el universo jurídico por doquier, invierten la fórmula, y pretenden convencernos que el «único derecho posible y existente» es el derecho legal (positivo), queriendo borrar del mapa el derecho natural que es el verdadero derecho, y que no es un derecho «antisocial», ni tampoco representa el «derecho» de un hombre aislado, y menos aun contrario al orden social. El orden social es resultado del derecho natural y no a la inversa.

«El primer registro escrito del orden natural se encuentra quinientos años antes de nuestra era, en una obra de Sófocles, cuando Antígona discute la decisión del gobernante de dejar a uno de sus hermanos insepulto. Tal vez resulte oportuno transcribir una breve cita de Cicerón que nos ilustra acerca de adónde apunta el proceso evolutivo del descubrimiento del derecho, aunque la idea antigua de «ley natural» difiere del «derecho natural» a partir de Locke quien, a su vez, fue influido en esta materia por Grotius, Pufendorf y Hooker. La cita nos dice que: «No es posible debilitar la ley natural con otras leyes ni derogar ningún precepto suyo, ni menos aún abrogarla por completo; ni el Senado ni el pueblo pueden libertarnos de su imperio; no necesita intérprete que la explique; no habrá una en Roma, otra en Atenas, una hoy y otra pasado un siglo, sino que una misma ley, eterna e inalterable rige a la vez todos los pueblos en todos los tiempos.» Por su parte, Montesquieu escribió en 1748 las primeras líneas Del espíritu de las leyes de este modo: «Las leyes, en su significación más extensa, no son más que relaciones naturales derivadas de la naturaleza de las cosas» y unos renglones más adelante afirmaba que «Decir que no hay nada justo ni injusto fuera de lo que ordenan o prohíben las leyes positivas, es tanto como decir que los radios de un círculo no eran iguales antes de trazarse la circunferencia»[4]

[1] El juicio crítico como progreso. Editorial Sudamericana. Pág. 663 664

[2] A. Benegas Lynch (h). El juicio… ob. Cit. Pág. 663-4

[3] A. Benegas Lynch (h). El juicio… ob. Cit. Pág. 663-4.

[4] A. Benegas Lynch (h). El juicio… ob. Cit. Pág. 665

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.