EL PAPA DEFIENDE AL PADRE MUGICA

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Lo vengo siguiendo a Jorge Bergoglio hace muchos años, en sus diversos destinos quien desde su participación en la llamada Guardia de Hierro peronista en adelante ha comulgado con ideas socialistas. Y esto no es un asunto menor dado que emprenderla contra la propiedad y el sistema capitalista, es decir, los mercados abiertos y competitivos en ausencia de privilegios, demuelen un aspecto medular del basamento moral de la sociedad civilizada y perjudica muy especialmente a los más necesitados.

 

En el caso que nos ocupa, se trata de una persona imbuida de las mejores intenciones pero, como es sabido, esto no resulta relevante, lo determinante son los resultados de los consejos y reflexiones que se ponen de manifiesto.

 

No repetiré aquí los argumentos que consigné en seis otras oportunidades en las que me expresé públicamente sobre las ideas económico-sociales del ahora Papa Francisco con consecuencias morales de envergadura, pero consigno los títulos de esas manifestaciones mías por si interesara ahondar en este delicado e importante asunto.  En diciembre de 2011 “Mensaje del Arzobispo de Buenos Aires” (New York, Diario de América), marzo de 2013 (reportaje de Xavier Serbia en CNN en español), octubre de 2013 “La malvinización del Papa” (Buenos Aires, La Nación), noviembre de 2013 “Teología de la Liberación” (Caracas, El Diario), diciembre de 2013 (nuevamente reportaje de Xavier  Serbia en CNN en español) y, también en diciembre de 2013, “Otra vez, el Papa Francisco” (Washington D.C., Cato Institute).

 

Ahora el actual Papa acaba de declarar “cuando se le preguntó su opinión sobre la obra de algunos curas que fueron a trabajar a las villas en los años 60 y 70, como Rodolfo Ricciardelli, Jorge Vernazza y Carlos Mugica. «Algunos dicen que son curas comunistas. No. Éstos eran grandes sacerdotes que luchaban por la justicia», afirmó. Y añadió que esos sacerdotes, muchos de los cuales integraban el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y fueron muy cuestionados por sectores conservadores o tradicionalistas de la Iglesia en la Argentina, eran «sacerdotes, hombres que rezaban, hombres que escuchaban al pueblo de Dios, hombres que enseñaban el catecismo y que luchaban por la justicia» (La Nación de Buenos Aires, marzo 14, 2014).

 

Demás está decir que el Papa conoce sobradamente las ideas de los sacerdotes tercermundistas que menciona y no se le escapa todo lo ocurrido en la Argentina en los años que cita pues la vivió igual que el que estas líneas escribe. Por razones de espacio me concentraré en lo que decía el Padre Carlos Mugica que, además, personalmente lo escuchaba en sus sermones en la iglesia del Socorro y la de Santiago Ápostol.

 

Antes de consideraciones y conclusiones finales, estimo pertinente recoger directamente de la fuente, es decir, del libro más difundido del Padre Mugica titulado Peronismo y cristianismo (Buenos Aires, Editorial Mierlin, 1967), al efecto de que el lector saque sus propias conclusiones.

 

–         “Para el rico la única posibilidad de salvación es dejar de serlo”

–         “Por eso el burgués o el que tiene mentalidad de burgués, es el menos capacitado para entender el mensaje de Jesucristo”

–         “Uno de los grandes daños que nos hace esta sociedad llamada de consumo, pero de consumo de unos pocos y hambre para muchos, es el de hacernos creer que el amor es una cosa dulce, más o menos afectuosa. No. Por amor, muchas veces me veo obligado a hacer sufrir mucho a los seres que amo”

–         “Que nos puede importar que nos acusen de comunistas, de subversivos, de violentos y todo lo demás. Además, si yo cristiano, en alguna medida no soy signo de contradicción y no suscito simultáneamente el amor y el odio, mala fariña”

–         “Jesucristo es mucho más ambicioso. No pretende crear una sociedad nueva, pretende crear un hombre nuevo y la categoría de hombre nuevo que asume el Che, sobre todo en su trabajo El socialismo y el hombre, es una categoría         netamente cristiana que San Pablo usa mucho”

–          “Marx y Lenin al postular la comunidad de bienes más que parafasear, copian el Evangelio. Cuando Marx habla de dar a cada uno según su trabajo o a cada uno según su necesidad, que para mí es profundamente evangélico, no hace más que asumir ese contenido”

–         “Si hoy todos los que se dicen católicos en la Argentina pusieran todas sus tierras en común, todas sus casas en común, no habría necesidad de reformas agrarias, no habría necesidad de construir una sola casa”

–         “Yo personalmente, como miembro del movimiento del Tercer Mundo, estoy convencido que en la Argentina solo hay una salida a través de una revolución, pero una revolución verdadera, es decir simultánea: cambio de estructuras y cambio de estructuras internas. Como decían los estudiantes franceses de mayo del 68, tenemos que matar al policía que tenemos adentro, al opresor que tenemos adentro […] El cristiano, entonces, tiene que estar dispuesto a dar la vida”

–         “Yo pienso que el sistema capitalista liberal que nosotros padecemos en un sistema netamente opresivo”

–         “Por eso, como norma los sacerdotes del Tercer Mundo propugnamos el socialismo en el cual se pueden dar relaciones de fraternidad entre los hombres”

–         “Los valores cristianos son propios de cualquier época, trascienden los movimientos políticos, en cambio el peronismo es un movimiento que asume los valores cristianos de determinada época”

 

Estas citas reflejan muy resumidamente el pensamiento del Padre Mugica que son más que suficientes para una nota periodística. Me parece de una gravedad inusitada la referida declaración de apoyo del Papa Francisco, no es que me extrañe pues, como queda dicho, conozco su pensamiento que viene cultivando desde hace mucho tiempo, es por el efecto devastador y el lamentable ejemplo para quienes lo escuchan y leen. No es que el Papa patrocine la violencia (muchos tercermundistas tampoco la suscriben), se trata de las ideas que apoya.

 

Incluso hay asuntos teológicos y de forma inadecuados sobre los que no me quiero involucrar puesto que ya bastante hay con sus reflexiones sobre los temas aquí telegráficamente mencionados. Por eso es que, por ejemplo, John Vennari, el editor de “Catholic Family News” declara con enorme pesar que “yo nunca permitiría que el Papa Francisco le enseñe religión a mis hijos” (Agencia Reuters, marzo de 2014).

 

Pero más alarmante aun que el jefe de la Iglesia católica se pronuncie del modo en que lo viene haciendo sobre los aspectos vitales que ahora apuntamos y que hemos consignado antes en los artículos y entrevistas referidas, nos preocupa sobremanera la actitud de no pocos católicos que cubren con manifestaciones varias estos desaciertos superlativos. La preocupación estriba en que los hijos y nietos observan estos comportamientos de doble discurso cuando del Papa se trata respecto a dichos similares de otras personas, lo cual, en el mejor de los casos, conduce a confusión.

 

Esto es lo mismo que ocurre en muchos centros católicos que, en definitiva, sin quererlo, se convierten en una fábrica de producir ateos y agnósticos. Porque hay solo tres avenidas que pueden tomarse frente a esta situación. Primero, abandonar la Iglesia con fastidio al extrapolar lo expresado a toda la institución. Segundo, el fanático que agacha la cabeza, lo cual abre las puertas para más episodios contrarios a las bases del catolicismo. Y tercero, los que se mantienen firmes y critican abiertamente lo incorrecto y peligroso, los que no son tibios en el sentido bíblico del término.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. En Administración. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.

ALINEAR INCENTIVOS

Por Alberto Benegas Lynch (h)

No se trata de fabricar seres humanos según el molde de algún megalómano ni “hombres nuevos”, sino de tomar a las personas como son y encontrar el mejor camino para que cada uno pueda seguir su proyecto de vida sin lesionar derechos del prójimo. Cada cual responderá ante su conciencia por sus actos, pero nadie debiera tener la facultad de entrometerse en la vida ni en las haciendas de otros a menos que se recurra al derecho de autodefensa en vista del uso de la fuerza agresiva.

En última instancia, se trata de una cuestión de incentivos que permitan la cooperación libre y pacífica. Independientemente de la bondad o la maldad de distintos individuos, los incentivos adecuados ponen límites estrictos a la invasión a los derechos de cada cual y estimulan el entendimiento de la gente en pos de sumas positivas. En este cuadro de situación se tenderá a sacar lo mejor de cada uno, a diferencia de incentivos perversos que tienden a sacar lo peor de las personas.

Los incentivos de todos operan en dirección a pasar de una situación menos favorable a una que le proporcione al sujeto actuante una situación más favorable. Esto es independiente de cuales sean las particulares y subjetivas metas de cada uno. Siempre será un incentivo este paso de una situación a otra y será un desincentivo lo contrario (a veces denominado contraincentivo). Para que esto ocurra es indispensable una atmósfera de libertad cuya contratara es la responsabilidad.

Como todo no puede realizarse al mismo tiempo, cada uno, de modo explícito o implícito establece una jerarquía de valores en cuyo contexto no resultan posibles las comparaciones intersubjetivas y siempre estarán presentes los costos de oportunidad (al proceder en determinada dirección debe renunciarse a otra).

Los arreglos contractuales ajustan distintas situaciones al efecto de alinear intereses, tal como sucede en los ejemplo elementales del empleado y el empleador o de los gerentes y los accionistas (respectivamente agente y principal en cada caso) o cuando aparece la posibilidad de selección adversa o el riesgo moral (por ejemplo cuando compañías de seguros que optan por asegurar en grupos para evitar primas elevadas y así distribuir riesgos).

El entramado de incentivos que permiten la armónica y productiva cooperación social está basado en la institución de la propiedad privada. Dado que los recursos son limitados en relación a las necesidades ilimitadas, la propiedad privada permite que se les de el uso más eficiente a los factores de producción disponibles. El cuadro de resultados establece un sistema de recompensas para quienes mejor atienden las necesidades del prójimo y de castigo para quienes se equivocan en el uso de sus recursos en cuanto a las preferencias de los demás. Asimismo, este aprovechamiento de los bienes existentes conduce a la maximización de las tasas de capitalización, lo cual, a su turno, hace que aumenten los salarios e ingresos en términos reales.

En cambio, cuando irrumpe “la tragedia de los comunes” donde no se asignan derechos de propiedad, el panorama de incentivos se modifica sustancialmente. El comportamiento de personas que viven en un mismo edificio es radicalmente distinto cuando cada uno posee un departamento respecto a cuando todo es de todos. El trato cambia, los modales y la convivencia operan de forma diferente. Como queda dicho, el derecho de propiedad hace florecer lo mejor de las personas, mientras que la colectivización muestra la peor cara. En cada intercambio libre y voluntario, es decir, en el contexto de la sociedad contractual, las partes se agradecen mutuamente, sea en una transacción comercial o en una simple conversación, por el contrario, cuando todos pelean por lo que existe sin que nadie tenga títulos de propiedad se traduce en la lucha de todos contra todos.

El derecho a la propiedad privada deriva del derecho a la vida: la posibilidad de usar y disponer el fruto del propio trabajo y muchos de los goces no crematísticos están también vinculados con esa institución, como la libertad de expresión atada a la propiedad de imprentas, periódicos, ondas electromagnéticas y equivalentes, la preservación de la intimidad presupone la inviolabilidad del domicilio, el matrimonio supone el respeto a los consiguientes arreglos contractuales, el teatro y el cine libres e independientes dependen de edificios y otras propiedades, y así sucesivamente.

Como ya he apuntado en otras ocasiones, el contrato implica la propiedad y la vida es una serie prácticamente sin interrupción de contratos. Nos levantamos a la mañana y tomamos el desayuno (estamos en contacto con transferencias de derechos de propiedad a través de la compra-venta, sea del refrigerador, el microondas, el pan, la leche, la mermelada, los cereales, el jugo de naranja o lo que fuere). Tomamos un taxi, un tren, un bus y llevamos los hijos al colegio (contratos de adquisición, de enseñanza, de transporte). Estamos en el trabajo (contrato laboral), encargamos a nuestra secretaria ciertas tareas (mandatos) y a un empleado un trámite bancario (contrato de depósito), para solicitar un crédito (contrato de mutuo) o para operar ante cierta repartición (gestión de negocios). Alquilamos un inmueble para las vacaciones (contrato de locación), ofrecemos garantías (contrato de fianza). Nos embarcamos en una obra filantrópica (contrato de donación). Resolvemos los modos de financiar las expensas de nuestra oficina o domicilio (contrato societario), etc. Este haz de contratos solo tiene sentido si no se dispone de los derechos que se intercambian. En esta trama de intercambios consiste la célebre figura de “la mano invisible”, no es que las cosas suceden arbitrariamente y por casualidad sino que procede cada cual con el acuerdo de su prójimo y no lo imponen los burócratas a su medida.

El objetivo en este clima de tolerancia recíproca estriba en contar con marcos institucionales que logren estos propósitos nobles para que cada uno pueda proseguir con su vida sin lesionar derechos de terceros. Entonces,  en este cuadro de situación, deben estudiarse cuidadosamente los incentivos inherentes al monopolio de la fuerza que denominamos gobierno al efecto de evitar tensiones y contradicciones de incentivos y compararlos con las posibles alineaciones que puedan surgir en los debates que se llevan a cabo respecto a las externalidades, los bienes públicos y el dilema del prisionero y proceder en un contexto evolutivo sin pretender la perfección que nunca estará al alcance de los mortales y sin pretender nunca introducir tajos abruptos en la historia sino a través de la comprensión de números suficientes de personas que estén persuadidas de los caminos a tomar con la plena conciencia de que nunca se llegará a una meta final y que las corroboraciones son provisorias sujetas a refutaciones.

Por último, debe destacarse que los incentivos a defenderse de situaciones difíciles y amenazantes abren las puertas a procesos que aun sin deliberadamente dirigirse a la filosofía de la sociedad abierta, de hecho la apuntalan vía órdenes espontáneos más complejos y ricos que los que cada uno podría concebir. Ejemplos de ello son los crecientes sistemas educativos digitales paralelos a las universidades establecidas (muy especialmente la excelencia del ahora muy difundido MOOC), el home-schooling, las escuelas virtuales y el correspondiente coaching  que elimina en estos rubros las autoridades gubernamentales de control, los barrios cerrados que disminuyen el peso de las calles y las iluminaciones estatales, la seguridad privada que minimiza el requerimiento de la policía oficial, los arbitrajes que en gran medida dejan de lado la justicia gubernamental y las mutuales de medicina que barren con los esquemas impuestos por los aparatos estatales, que pueden extenderse a públicos mucho más amplios en la medida en que los sindicatos no operen coactivamente en los monopolios denominados “obras sociales”.

Es importante prestar atención a procesos evolutivos abiertos sin la participación de los obstinados por manipular el fruto del trabajo ajeno, quienes se sienten con “derecho” sobre la vida del prójimo que todavía debe agradecerles sus sandeces, puesto que como escribe Norbert Bilbeny en El idiota moral “la necedad constituye un enemigo más peligroso que la maldad. Ante el mal podemos al menos protestar, dejando al descubierto y provocar en el que lo ha causado alguna sensación de malestar. Ante la necedad, en cambio, ni la protesta surte efecto. El necio deja de creer en los hechos e incluso los critica; se siente satisfecho de sí mismo y si se le irrita pasa al ataque”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. En Administración. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.