Es hora de preguntarse para qué sirven los servicios de inteligencia

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 4/8/2006 en: https://www.lanacion.com.ar/opinion/es-hora-de-preguntarse-para-que-sirven-los-servicios-de-inteligencia-nid828727/

 

Tras las quejas por el espionaje político

Dice el adagio que si a uno lo engañan una vez, la vergüenza corresponde a quien engaña, pero si nos vuelven a engañar con lo mismo, la vergüenza es para uno. Resulta de interés preguntarse y repreguntarse qué grado de compatibilidad o incompatibilidad existe entre los llamados servicios de inteligencia y el sistema republicano de gobierno. Como es sabido, uno de los ejes centrales de esta forma de concebir el aparato político consiste en la transparencia de sus actos.

Conviene llevar a cabo el ejercicio de una mirada crítica sobre estas reparticiones tan peculiares. Prácticamente todos los gobiernos cuentan con servicios de inteligencia, lo cual no invalida el interrogante. Cuando menos, llama la atención que una sociedad libre se desplace simultáneamente por dos andariveles tan opuestos.

Por una parte, se insiste en la necesidad de que los funcionarios gubernamentales sean responsables de sus actos y que éstos estén en conocimiento de los gobernados y, por otro, se procede de modo clandestino, echando mano de fondos reservados para propósitos de espionaje y otros menesteres non sanctos que se mantienen en las sombras. Parecería que hay aquí un doble discurso y que se entroniza una hipocresía digna de mejor causa.

Agentes dobles, contrainteligencia, secretos de Estado, escuchas y detenciones sin orden de juez, violaciones de domicilio, asesinatos, sabotajes, movimientos subversivos programados y, frecuentemente, seguimiento de los movimientos de los dirigentes de partidos políticos de oposición son sólo algunos de los hechos que producen los más renombrados “servicios”. Esto es en el “mundo libre”, ya que en los países totalitarios se añaden la tortura y la implacable persecución a quienes no adhieren al poder de turno.

En los Estados Unidos, actualmente existen veinticuatro “oficinas de inteligencia”, entre las que se destaca la CIA, creada a fines de la década del 40. En Inglaterra, el M15 y el M16; en Canadá, la CSIS; la BND en Alemania; el Mossad en Israel, y la FSB, sucesora de la KGB, en Rusia son sólo algunas de las caras visibles de este entramado de espionaje, contraespionaje y guerra subterránea.

El periodista de la BBC de Londres Paul Reynolds pone en tela de juicio la eficiencia de los servicios de inteligencia más destacados del mundo a raíz de la invasión de Irak, en una columna titulada “¿Podemos confiar en los servicios de inteligencia?”. Por su parte, Harry Browne señala los fiascos de los servicios de inteligencia estadounidenses en Vietnam, Corea, Somalía y Haití, e incluso tiende un manto de sospechas sobre los que operaron durante la Segunda Guerra Mundial, en la que se terminó entregando a Stalin aproximadamente las tres cuartas partes de Europa.

Es que siempre los burócratas están tentados a utilizar este y otros departamentos y oficinas para fines políticos, y cuando no hay claros límites al poder y se permite recurrir a la clandestinidad los abusos no deben sorprender, sin contar con las traiciones, las falsas denuncias y las delaciones internas y ex amistades de la CIA, como Saddam Hussein y Ben Laden.

Por esto es que León Hadar, del Cato Institute, sugestivamente titula su ensayo Los servicios de inteligencia no son inteligentes. Allí muestra con profusión de datos cómo la alegada seguridad nacional está en riesgo con estos procedimientos oscuros en los que, por definición, no hay control de gestión propiamente dicho. Hadar se refiere a los Estados Unidos. Imaginemos qué le cabe, por ejemplo, a nuestra SIDE, creada por Perón…

David Canon, del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Indiana, en su trabajo titulado Inteligencia y ética, alude a las declaraciones de un agente de la CIA que explica que lo importante es lograr los objetivos sin detenerse en los medios: “Los temas legales, morales y éticos no me los planteo, igual que no lo hacen los otros [integrantes de la CIA]”, dice, y documenta la cantidad de “sobornos a funcionarios, derrocamiento de gobiernos, difusión deliberada de mentiras, experimentos con drogas que alteran la mente, utilización de sustancias venenosas, contaminación de alimentos, entrega de armas para operar contra líderes de otros países y, sobre todo, complotar para asesinar a otros gobernantes”.

En esta dirección ofrece ejemplos de operaciones de la CIA en Costa Rica, Corea, Colombia, Laos, Guatemala, Irán (ellos fueron los que organizaron la policía secreta del sha), China e Indonesia. Asimismo, reproduce las declaraciones del ex presidente Truman 15 años después del establecimiento de esta oficina de inteligencia: “Cuando establecí la CIA, nunca pensé que se entrometería en estas actividades de espionaje y operaciones de asesinato”.

Pero, como bien destaca Norman Cousins, el establecimiento de entidades de estas características “necesariamente tiene que terminar en un Frankenstein”. Idéntica preocupación revela Drexel Godfrey en la revista Foreign Affairs, en un artículo titulado “Ethics and Intelligence”, en el que añade las encrucijadas del célebre embajador Joseph Wilson, quien contradijo los informes de inteligencia ingleses y norteamericanos respecto de la patraña de las armas de destrucción masiva.

No se avanza mucho aunque se establezcan estrictos controles republicanos, división horizontal de poderes y, en general, los indispensables límites al poder político. Este puede deslizarse por la puerta trasera con todo tipo de abusos, sin rendir cuenta al público, por más que se tejan subterfugios más o menos elaborados a través de comisiones parlamentarias.

Los servicios de inteligencia son compatibles con regímenes totalitarios de factura diversa, pero parecen del todo inadecuados en el seno de una sociedad libre. No en vano en los Estados Unidos se extiende la utilización de la expresión rusa “zar” para el máximo capitoste del espionaje.

Es útil cuestionar y someter al análisis temas que habitualmente se dan por sentados. Si no se procede a esta revisión periódica, podemos encontrarnos con que estamos avalando ciertas políticas que resultan nocivas, pero que continúan en vigencia sólo por inercia, rutina o molicie. John Stuart Mill decía que todas las buenas ideas pasan invariablemente por tres etapas: la ridiculización, la discusión y la adopción. Este tema de los llamados servicios de inteligencia se vincula con muchos otros que también requieren limpieza de telarañas mentales para su mejor comprensión.

Menciono cuatro áreas al correr de la pluma. En primer término, la seguridad. Paradójicamente, en no pocos lugares para proteger este valor se lo conculca. Esto ocurre hoy, en gran medida, con la lucha antiterrorista. En última instancia, el terrorismo apunta a desmantelar y liquidar las libertades individuales. Pues lo curioso del asunto es que, por ejemplo, en lo que ha sido el baluarte del mundo libre –los Estados Unidos–, con el argumento de proteger aquellos derechos se los lesiona, con lo que en la práctica se otorga una victoria anticipada a los criminales del terror. Tal es el ejemplo de la vergonzosa ley denominada “patriótica”.

En segundo lugar, para mitigar las convulsiones que hoy tienen lugar, debería hacerse un esfuerzo mayor para no caer en la trampa mortal de las guerras religiosas y para distinguir un asesino de quien suscribe determinada religión. Hay que insistir en los graves peligros y acechanzas que aparecen al vincular el aparato estatal con una denominación confesional.

El tercer capítulo, emparentado con el surgimiento de los servicios de inteligencias para contrarrestar las guerras, son las epidemias de nacionalismos, xenofobias y racismos que toman los lugares de nacimiento como un valor y un disvalor para el extranjero, como si las fronteras tuvieran algún sentido fuera de la descentralización del poder y como si las razas no fueran un estereotipo carente de significado entre hermanos que provenimos todos de Africa.

Por último, no estaría mal revisar exhaustivamente el papel de las Naciones Unidas, de la que dependen innumerables oficinas que pregonan a los cuatro vientos, en sus publicaciones y en las declaraciones de sus directivos, políticas socializantes que conducen a la pobreza y a la guerra, al tiempo que muchas veces se constituyen durante largos períodos en observadores incompetentes, tal como ha ocurrido hasta el momento en el caso actual de Hezbollah e Israel.

Un comentarista de la televisión mexicana acaba de proclamar: “Nosotros también somos observadores, pero de la inoperancia de las Naciones Unidas”.

Entonces, no sólo debemos concentrar la atención en la naturaleza y los alegados servicios que prestan las estructuras de “inteligencia”, sino también prestar atención a las causas que dan lugar al debate que ahora pretendemos abrir, al efecto de seguir averiguando los inconvenientes y las eventuales ventajas de este tipo de organizaciones.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

 

¿QUE SERVICIOS PRESTAN LOS SERVICIOS DE INTELIGENCIA?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Nuevamente escribo sobre los contraproducentes y calamitosos servicios que prestan los “servicios” de inteligencia que reiteradamente se han usado para lesionar derechos, espiando y accionando con fines inconfensables, hoy bajo el pretexto del terrorismo, el secuestro y el narcotráfico, todos rubros en los que habitualmente están complicadas buena parte de las estructuras políticas. Por las razones que desarrollamos más abajo, la eventual eliminación de los así llamados “servicios” del aparato estatal dependientes directamente del Poder Ejecutivo no excluyen la posibilidad de que existan faenas que puedan averiguar y anticipar delitos de diversa envergadura pero fuera de jurisdicciones en las que se politizan asuntos tan delicados.

 

Para este análisis tomo parte de lo consignado en una columna de mi autoría publicada en “La Nación” de Buenos Aires en agosto 4 de 2006. Dice el adagio que si a uno lo engañan una vez, la vergüenza corresponde a quien engaña, pero si nos vuelven a engañar con lo mismo, la vergüenza es para uno. Resulta de interés preguntarse y repreguntarse que grado de compatibilidad o incompatibilidad existe entre los llamados servicios de inteligencia y el sistema republicano de gobierno. Como es sabido, uno de los ejes centrales de ésta forma de concebir el aparato político consiste en la transparencia de sus actos.

 

Conviene a esta altura llevar a cabo el ejercicio de una mirada crítica sobre estas reparticiones tan peculiares. Prácticamente todos los gobiernos cuentan con servicios de inteligencia, lo cual no invalida el interrogante de marras. Cuando menos, llama la atención que una sociedad libre se desplace simultáneamente por dos andariveles tan opuestos. Por una parte, se insiste en la necesidad de que los funcionarios gubernamentales sean responsables de sus actos y que estos estén en conocimiento de los gobernados y, por otro, se procede de modo clandestino echando mano a fondos reservados por parte de agentes con nombres supuestos y para propósitos de espionaje y otros menesteres non santos que se mantienen en las sombras. Parecería que hay aquí un doble discurso y se entroniza una hipocresía digna de mejor causa.

 

Agentes dobles, contrainteligencia, secretos de Estado, escuchas y detenciones sin orden de juez, violaciones de domicilio, asesinatos, suicidios inducidos, sabotajes y, frecuentemente, seguimiento de los movimientos de los dirigentes de partidos políticos de oposición, a personas que poseen informaciones que no agradan a los gobernantes, embates encubiertos contra instituciones republicanas y pretendidos recortes a la libertad de expresión, son solo algunos de los hechos que producen los aludidos “servicios”. Esto es en lo que denominamos el mundo libre ya que en los totalitarios se destaca la implacable persecución a quienes no adhieren al poder de turno por medio de la policía política y otros mecanismos perversos.

 

En los Estados Unidos actualmente existen veinticuatro oficinas de inteligencia entre las que se destaca la CIA creada a fines de la década de los cuarenta. En Inglaterra el M 15 y M 16, en Canadá la CSIS, la BND en Alemania, el Mossad en Israel y la FSB en Rusia (sucesora de la KGB) son solo algunas de las caras visibles de este entramado de espionaje, contraespionaje y guerra subterránea.

 

El periodista de la BBC de Londres Paul Reynolds pone en tela de juicio la eficiencia de los servicios de inteligencia mas destacados del mundo y ejemplifica con la patraña tejida en torno a “la invasión preventiva” a Irak. Por su parte, Harry Browne señala en detalle los fiascos de los servicios de inteligencia estadounidenses en  Vietnam, Corea, Somalía, Haití e incluso tiende un manto de sospechas sobre los que operaron durante la Segunda Guerra Mundial en la que se terminó entregando a Stalin aproximadamente las tres cuartas partes de Europa. Es que siempre los burócratas están tentados a utilizar estos departamentos para fines políticos y cuando no hay claros límites al poder y se permite recurrir a la clandestinidad , los abusos, traiciones, datos falsos, delaciones internas y  bochornos como por ejemplo las ex amistades de la CIA como son las de Saddam Hussein y Bin Laden.

 

Por esto es que León Hadar del Cato Institute de Washington DC sugestivamente titula su ensayo “Los servicios de inteligencia no son inteligentes” en el que muestra con profusión de datos como la alegada seguridad nacional está en riesgo con estos procedimientos oscuros en los que, por definición, no hay control de gestión propiamente dicho. Hadar se refiere a los Estados Unidos -tradicionalmente el mayor defensor de la libertad-  pero imaginemos que le cabe, por ejemplo, a la “inteligencia” del Estado argentino inaugurada por Perón en su primera presidencia a través del decreto 337/46 y, después de varios escándalos, continuada ahora bajo el proyecto de la Agencia Federal de Inteligencia la que, entre otras cosas, se ocupará de “delitos económicos y financieros” lo cual torna aun más grave la situación dado el contexto en que vivimos los argentinos de estatismo rampante, casi a la venezolana. Agencia de inteligencia ésta que constituye una tomada de pelo a la inteligencia de los ciudadanos debido a la camuflada extensión de sus funciones  y en medio de los acontecimientos vinculados a la masacre de la AMIA.

 

Por otro lado, David Canon del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Indiana, en su trabajo titulado “Inteligencia y ética”, alude a las declaraciones de un agente de la CIA que explica que lo importante es lograr los objetivos sin detenerse en los medios “los temas legales, morales y éticos no me los planteo igual que no lo hacen los otros [integrantes de la CIA]” y documenta la cantidad de “sobornos a funcionarios, derrocamiento de gobiernos, difusión deliberada de mentiras, experimentos con drogas que alteran la mente, utilización de sustancias venenosas, contaminación de alimentos, entrega de armas para operar contra líderes de otros países y, sobre todo, complotar para asesinar a otros gobernantes”. En esta dirección ofrece ejemplos de operaciones de la CIA en Costa Rica, Corea, Colombia, Laos, Guatemala, Irán (fueron los que organizaron la policía secreta del Shah), China e Indonesia. Asimismo, reproduce las declaraciones del ex Presidente Truman quince años después de que estableciera la oficina de inteligencia central, en el sentido de que  “cuando establecí la CIA, nunca pensé que se entrometería en actividades de espionaje y operaciones de asesinato”.

 

Pero como bien destaca Norman Cousins, el establecimiento de entidades de estas características “necesariamente tiene que terminar en un Frankenstein”. Idéntica preocupación revela Drexel Godfrey en la revista Foreign Affairs en un artículo titulado “Ethics and Intelligence” en el que añade las encrucijadas del célebre Embajador Joseph Wilson quien contradijo los informes de inteligencia ingleses y norteamericanos respecto al colosal engaño de las armas de destrucción masiva.

 

No se avanza mucho si se establecen estrictos contralores republicanos, división horizontal de poderes y, en general, los indispensables límites  al poder político si éste puede deslizarse por la puerta trasera con todo tipo de abusos sin rendir cuenta al público, por mas que se tejan subterfugios mas o menos elaborados a través de comisiones parlamentarias.

 

Los servicios de inteligencia son compatibles con regímenes totalitarios de factura diversa, pero aparecen del todo inadecuados en el seno de una sociedad libre. No en vano  en los Estados Unidos se extiende la utilización de la expresión rusa “zar” para el máximo capitoste del espionaje estatal, en lugar incluso de tercerizar y contratar servicios de averiguaciones privados al efecto de prevenir y castigar delitos con mayor eficiencia. Nuevamente reiteramos que si lo dicho ocurre en países llamados del primer mundo, pensemos que queda para el resto.

 

Es útil cuestionar y someter al análisis temas que habitualmente se dan por sentados. En este sentido, menciono dos áreas a vuelapluma. En primer término, la misma seguridad en la que, paradójicamente, para protegerla se la conculca vía los “servicios” que venimos comentando. Esto tiene lugar hoy, en gran medida en la lucha antiterrorista. En última instancia, el terrorismo apunta a desmantelar y liquidar las libertades individuales. Pues lo curioso del asunto es que, en la práctica, se otorga una victoria anticipada a los criminales del terror, precisamente conculcando las libertades individuales a través de espionajes, escuchas y procedimientos abiertamente reñidos con el debido proceso.

 

En segundo término, las epidemias de nacionalismos, xenofobias y racismos que toman los lugares de nacimiento como un valor y un desvalor al extranjero, como si las fronteras tuvieran algún sentido fuera de la descentralización del poder y como si las razas no fueran un estereotipo carente de significado entre hermanos que provenimos todos de África.

 

Entonces, no solo debemos concentrar la atención en la naturaleza y en los alegados servicios que prestan las estructuras de inteligencia, sino también atender debidamente a las causas que dan lugar al necesario debate en que ahora nos involucramos, al efecto de seguir indagando los graves inconvenientes de este tipo de inauditas e insólitas dependencias directas del Poder Ejecutivo el cual está supuesto de limitarse a ejecutar lo que promulga el Poder Legislativo con  el contralor del Poder Judicial. Mientras ganen la partida los genuflexos del monopolio de la fuerza que replican que esos aparatos de inteligencia (con cualquier nombre que sea) deben estar en las manos directas del Ejecutivo “pero bien manejados”, si me permiten la expresión, solo se me ocurre decir: a joderse.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer rector de ESEADE.