¿DEBEMOS LOS CATÓLICOS FESTEJAR LOS 500 AÑOS DE LA REFORMA?

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 26/2/17 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2017/02/debemos-los-catolicos-festejar-los-500.html

 

Hay acolarados debates hoy en los católicos sobre si debemos o no festejar junto con nuestros hermanos protestantes los 500 años de la Reforma.

En realidad habría que ajustar bien los términos. La reforma de ciertos usos y costumbres de la Iglesia, que nada tenían que ver con ella, había comenzado con San Francisco y Santo Domingo en el s. XII y se había continuado con el movimiento humanista católico de los s. XIV y XV que reaccionaban ya contra , contra un aristotelismo muy poco cristiano y contra un semi-pelagianismo como tentación permanente en la ascética católica.

Por lo tanto había mucho por lo que “protestar”, y era justo. El caso Lutero fue mal llevado. Si un Ratzinger hubiera sido Papa entonces, en 1516 lo habría invitado a cenar y Lutero habría quedado como mucho como otro audaz Erasmo de Rotterdam.

¿Cómo puede ser que nos hayamos dividido por el tema de la Fe y las obras? Es obvio que ningún esfuerzo humano puede conseguir la Gracia de Dios. Es obvio que la Gracia es la causa, y no el efecto, de las obras meritorias. Y con las buenas obras que no lo sean, pues quedan en el misterio de la misericordia de Dios. Y el libre albedrío, en el caso de la Gracia, no es una preparación humana para recibirla, porque ello viene de la Gracia también. Es un dramático “no” reservado esta vez sí a lo solamente humano.

Por ende no hay motivos teológicos de fondo que dividan a los católicos y a los protestantes. Fue un espantoso malentendido que aún estamos a tiempo de reparar.

Festejar una división, en tanto separación, no, porque las discordias, las condenas, recelos, odios y guerras espantosas entre católicos y protestantes no se festejan de ningún modo. Pero si los protestantes conmemoran su reforma luego de 500 años, estar junto con ellos no es festejar una división. Es un gesto que les dice: no había motivos para la separación. Podemos estar juntos de vuelta. ¿Que sería un milagro? ¿Ah si? ¿Y qué es, si no, la Gracia de Dios?

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

EL SIGNIFICADO DE LA NAVIDAD

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 25/12/16 en:

 

http://gzanotti.blogspot.com.ar/2016/12/el-significado-de-la-navidad.html

En esta época de cristianismo difuso, concentrado casi todo el tiempo en temas sociales opinables, y diluido y olvidado de la Fe, conviene recordar el significado de la Navidad.

El pecado original, el nacimiento, la crucifixión y la resurrección de Cristo tienen una ilación necesaria.

Dios nos creó, sin merecimiento de nuestra parte, en situación de “justicia originaria”, con Gracia deiforme, con los dones preternaturales, en un estado de unión con El tan intenso que “bajaba a hablar con nosotros al atardecer”. La Fe no consiste en creer las representaciones populares de un paraíso similar a La laguna Azul. La Fe consiste en creer que verdaderamente hubo una situación de Gracia originaria con Dios, aunque no sepamos ni cómo ni dónde. La Fe comienza precisamente por comprender la Gracia de Dios, ese hábito entitativo sobrenatural que sólo por misericordia, y no por nuestros méritos, estaba en nosotros desde el inicio de la creación.

Sólo así se entiende el drama del pecado original: en haber querido ser como Dios. El que recibe la gracia se sabe finito; pero haber querido ser infinito –un pecado de soberbia, intelectual- eliminó la Gracia. Dios no fue el causante de un castigo arbitrario: el haber perdido la Gracia originaria, el haber sido “arrojados al mundo” fue el resultado necesario de haber querido ser infinitos. Cómo fue que hayamos cometido ese pecado, inicia el misterio de la libertad y la Gracia, que sólo se entiende cuando comprendemos que incluso cuando damos el sí a la Gracia, estamos movidos por la Gracia, y por ende lo único que queda a nuestra naturaleza es el “no”. Sólo el “no”, ser humano, te pertenece: dolorosa condición que sin embargo no es sino otro resultado de tu finitud.

Como este castigo es un acto de justicia, así podríamos haber seguido, siempre. El acto de redención fue totalmente un acto de misericordia, no de justicia, pero tampoco injusto, pues en Dios, justicia y misericordia son una sola: no precisamente como en nosotros, que las vivimos en conflicto.

Dios, entonces, con total misericordia, sin ningún merecimiento de nuestra parte (de vuelta) promete un redentor, ya desde el Génesis. Ese es el origen de la primera alianza, del pueblo elegido, el pueblo de Israel, pre-figura de la Iglesia. El nacimiento del mesías, sólo barruntado como tal por los pobres de Yahvé, fue el cumplimiento de una promesa que Dios se hizo a sí mismo y nos hizo. Jesús es el Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad encarnada, dos naturalezas, divina y humana, y una sola persona, la divina. Nosotros, finitos, no podíamos perdonar nuestro pecado, no podíamos saldar la deuda infinita contraída con Dios por el pecado. Sólo Dios podía saldar la deuda, sólo lo infinito podía saldar una deuda infinita, y por eso Dios, en su Segunda Persona, se encarna, se hace hombre, para que ese hombre, ese nuevo Adán, pudiera encarnar el sacrificio para el perdón de nuestros pecados. Conmueve saber que cuando Cristo está clavado en la Cruz, tiene in mente a cada uno de nosotros, con nuestro nombre: no muere por una humanidad in abstracto sino por cada uno de nosotros in concreto.

Lo que celebramos en Navidad, por ende, es el nacimiento del Redentor, de aquél que se va a sacrificar por nosotros para devolvernos la amistad con Dios y la Gracia perdida, convertida ahora en Gracia Cristiforme. O sea, para estar con Dios, sin el cual nuestra naturaleza queda radicalmente cortada a su fin. Si lográramos ver cómo es nuestra naturaleza sin Dios, quedaríamos horrorizados al ver cada uno su propio retrato de Dorian Gray.

Por eso el nacimiento del redentor es el nacimiento de Cristo en la Cruz, Jesucristo. Que nos libera del pecado original y nos permite volver con Dios y por ende ser plenamente nosotros mismos. Que nos convierte en el Hombre Nuevo; que nos libera de nuestra vanidad y nos revierte de la Caridad que cura, que cauteriza, a la naturaleza herida por el pecado llevándola entonces a su absoluta plenitud.

Todo esto lo entendemos por la Gracia de Dios. Antes de pentecostés, sólo los pobres de Yahvé lo barruntaban entre sombras: María, José, José de Arimatea. Otros creían, y aún creen, que Cristo los iba a liberar del Imperio Romano. Algunos discípulos se ponen a debatir quién será el primero en el Reino de Israel, y hasta Pedro intenta disuadir a Cristo de su sacrificio. Sólo en Pentecostés, bajo el ala de María, ya redimida por los méritos de Cristo, todo se aclara. Los ignorantes se vuelven sabios, los cobardes, en valientes, los tímidos, en predicadores: predicadores del Reino que no es de este mundo, predicadores de la Buena Nueva, de la salvación, para todos los seres humanos, para todos los que, movidos ya por la Gracia, miren la Cruz de Cristo con los misteriosos ojos nuevos de la Gracia.

Todo esto es Navidad. Si parece que no, es una buena oportunidad de conversión, otra palabra olvidada, otra palabra esencial.

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación

SOBRE EL PECADO ORIGINAL:

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 4/1/15 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2015/01/sobre-el-pecado-original.html

 

Me llamó la atención en estos días la aparición en Facebook de un apasionado llamado a “no bautizar a su hijo”, que coincidió con otra entrada de un queridísimo amigo que decía que la doctrina del pecado original no le merecía ni siquiera respeto.

Así las cosas, yo quisiera explicar algo de cómo veo yo la cuestión.

Ante todo algunos recordatorios esenciales. Quien esto escribe intenta vivir la armonía entre la razón y la fe, según San Agustín: “creo para entender y creo para entender”, o al revés: es lo mismo, porque ni la una ni la otra son primeras o segundas. Son lo que hoy Gadamer llamaría un círculo hermenéutico.

De lo anterior se desprende una esencial distinción  entre misterio y absurdo. Este último es lo contradictorio, lo irracional. El misterio, en cambio, es lo revelado por Dios a nuestro intelecto, que lo supera pero no es CONTRA nuestro intelecto. Por ello la fe es una “gracia”, un regalo de Dios a nuestro intelecto, que le hace comprender, que le hace entender, que le hace razonar, que eleva la razón humana a su máxima expresión. La fe no elimina la razón, al contrario, la plenifica.

Las razones para la fe, por ende, de la Teología, hacen comprender la NO contradicción del misterio, la razonabilidad del misterio, sin eliminarlo como misterio, porque las explicaciones de la razón sobre la Fe son siempre una lejana visión del gran misterio, el misterio de Dios, lo in-finito. La oscuridad no procede de Dios, sino de nuestro intelecto, que no puede ver a Dios directamente ni siquiera con la fe, que no será ya necesaria en la vida eterna con El, donde sólo quedará, nada más ni nada menos, la Caridad.

Que el misterio del pecado original sea terrible para nuestra humana naturaleza ya lo dijo Pascal: “Cosa sorprendente, sin embargo, que el misterio más alejado de nuestro conocimiento, que es el de la transmisión del pasado, sea una cosa sin la cual no podemos tener ningún conocimiento de nosotros mismos. Porque no hay, sin duda, cosa que choque más a nuestra razón como decir que el pasado del primer hombre ha hecho culpables a los que siendo tan alejados de ese origen parecen incapaces de participar en él. Esta transfusión no sólo nos parece imposible, sino aún injusta; porque: qué hay más contrario a las reglas de nuestra miserable justicia como condenar eternamente a un niño incapaz de voluntad por un pecado en que parece tener tan poca parte, cometido seis mil años antes de haber nacido? Ciertamente, nada nos choca más rudamente que esta doctrina; y, no obstante, sin este misterio, el más incomprensible de todos, somos incomprensibles a nosotros mismos. El nudo de nuestra condición toma sus vueltas y revueltas en este abismo; de suerte que el hombre es más inconcebible sin este misterio, que este misterio sea inconcebible al hombre”.

Sin embargo, es esencial la comprensión de este misterio porque, de lo contrario, todo el Cristianismo queda sin explicación. ¿Qué significa la Primera Alianza, sino la promesa de un redentor precisamente por el pecado original? ¿Y qué significa la encarnación y la crucifixión de Cristo, sino la redención de la naturaleza humana herida por el pecado? Incluso la Virgen María, que fue concebida sin pecado original, lo fue por los méritos de Cristo en la Cruz, por los cuales fue preservada del pecado original. O sea, ¿qué significa la redención de Cristo, su infinito sacrificio, sino un infinito perdón a nuestro pecado original? Por eso nos cuesta tanto perdonar: si se entendiera que Dios perdona precisamente una deuda infinita, la del pecado original, comprenderíamos un poco más que la vida cristiana sin perdón es un absurdo………… Tal vez esta es la primera razón para el pecado original. Alguien podría decir: pues bien, entonces no estoy de acuerdo con el Cristianismo. Yo en cambio te propongo que lo pienses al revés. Si verdaderamente crees en Cristo y en lo que El significa, si verdaderamente comprendes qué hace clavado en la Cruz, entonces comprendes que te está salvando de tu naturaleza humana herida por el pecado original.

Tal vez consideres que es una radical injusticia que se haya transmitido no sólo el conjunto de consecuencias del pecado original, sino también la culpa. Ten en cuenta entonces la esencial diferencia entre los pecados personales y el pecado original, explicada por Santo Tomás. Antes del pecado original, estábamos en una situación de “justicia original”, en un sentido análogo del término justicia. Esto es, estábamos en total armonía con Dios, con dones preternaturales que nos hacían estar en armonía con toda la naturaleza; corazón y razón nunca peleaban y nuestra inteligencia había sido “regalada” con la sabiduría de Dios, quien “bajaba al atardecer” para conversar con nosotros. Esa situación iba a ser transmitida a todo el género humano, a todos los descendientes de Adán y Eva, no por sus méritos personales. Esto es esencial: “no por sus méritos personales”. Esto es, iban a nacer ya en situación de “naturaleza elevada”, ya en plena gracia de Dios, más allá de las obras buenas personales que seguramente iban a realizar.

¿Era eso justo? Ten en cuenta que todo el Cristianismo consiste en superar la justicia SIN contradecirla. Te habrá llamado la atención la parábola de los viñadores, donde el viñador paga lo mismo a los que trabajaron desde la mañana y a los que trabajaron pocas horas desde la tarde. Ante el reclamo “sindical” J de los viñadores de la mañana, el dueño de la viña (que corresponde a Dios) dice “¿acaso no puedo disponer de lo mío como quiero?”. Todo el Cristianismo es esa super-abundancia de la gracia de Dios que siempre es la super-abundancia de un perdón que va más allá de la justicia humana pero que NO es injusto. “HOY mismo estarás conmigo en el paraíso”: ¡HOY mismo ¡!!!, dice Cristo al buen ladrón que se convierte en el último momento de su vida.

ESA es la “justicia” de Cristo.

Por ende, de la misma manera que sin pecado original todos íbamos a nacer, sin méritos personales, en situación de “justicia original”, de igual modo con pecado original todos nacimos, sin pecados personales, en situación de pecado original.

Edith Stein tiene otra manera de explicarlo, retrospectiva, con la famosa historia de la mujer adúltera: “…Dios previó en el primer pecado todos los pecados futuros y en los primeros hombres nos vio a todos, a nosotros que estamos bajo el imperio del pecado. Aquel de entre nosotros que tuviera la intención de acusar a nuestros primeros padres porque habrían atraído sobre nosotros el peso del pecado original, el Señor podría responder, como respondió a los acusadores de la mujer adúltera: ´que aquél que de entre vosotros esté limpio de pecado, arroje la primera piedra”.

Por eso dice Pascal que el ser humano se reconoce en este misterio. El motivo por el cual nunca, ninguno de nosotros, podría arrojar la primera piedra, no es que tuvimos pecados personales que, sin embargo, podríamos no haber tenido; el motivo es que nuestra naturaleza humana, esencialmente herida por el pecado original, es pecadora. El único ser humano librado de este sufrimiento –sí, porque el pecado es EL gran sufrimiento- es la Virgen María, pero lo fue –como dijimos- por los méritos de Cristo en la Cruz, y por ende ella también fue redimida del pecado original.

Por lo tanto, si, los cristianos bautizamos a nuestros hijos, creemos verdaderamente que tienen que crecer sin la culpa del pecado original, y confiamos en que Dios nos utilice como instrumentos para inculcarles la verdadera Fe, y no una serie de supersticiones, de infantilismos y de estupideces.

 

Todos, por ende, tenemos pecado original. Esto nos hace más humildes, nos hace comprender la necesidad de la Gracia de Dios; nos hace perdonarnos y perdonar más a los demás. No es poca cosa. Después del pecado original, el mundo no se divide en buenos o malos, sino en quienes se arrepienten –por Gracia de Dios- o no. Después del pecado original, Cristo tiene sentido: “Oh feliz culpa que nos mereció tan grande y excelente Redentor” (San Agustín).

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.