Liberalismo, «mano invisible» y mercados «imperfectos»

Por Gabriel Boragina. Publicado el 18/4/15 en: http://www.accionhumana.com/2015/04/liberalismo-mano-invisible-y-mercados.html

 

Muchos antiliberales siguen pensando que el liberalismo cree como existente la famosa “mano invisible” de Adam Smith. Ignoran que el liberalismo no cree en la existencia de la famosa “mano invisible”, que no fue más que una metáfora del profesor escocés (quizás no expresada de manera afortunada) de cómo las personas persiguiendo sus propios intereses mejoran la condición de sus semejantes sin proponérselo siquiera, e inclusive, aun en contra de dicha intención. Pero la metáfora de la “mano invisible” fue sólo eso: una metáfora. La “mano invisible” no fue ni es una mano «real» sólo que no visible. Sin embargo, en 1871 en Viena nace la Escuela Austriaca de Economía con Carl Menger a la cabeza, que explica un liberalismo SIN “mano invisible” o, mejor expresado, donde la “mano invisible” se vuelve visible, materializándose en la acción de millones de personas, como lo ha explicado Ludwig von Mises. Es el liberalismo del que hablo.

Esos mismos antiliberales están tan confundidos, que hasta llegan a afirmar que esa fantasmal “mano invisible” impone desocupación a través del establecimiento de salarios mínimos.

Los salarios mínimos son de factura de los gobiernos, no de los mercados. El mercado genera salarios de mercado. No salarios mínimos. Estos siempre son obra de políticos, no de los mercados. Y mientras los salarios mínimos políticos generan desempleo, los salarios de mercado crean empleo. En suma, la única manera de construir empleo es a través de la libertad salarial, que es de donde surgen los salarios de mercado.

Es verdad que no existe un liberalismo «puro». ¡Ese es precisamente el problema! Y justamente por ausencia de un liberalismo puro es que tenemos las crisis económicas. También es cierto cuando afirman que conseguir un liberalismo puro es muy difícil, por no decir imposible. Pero desde el momento en que sabemos que si tuviéramos un liberalismo puro las crisis desaparecerían por completo, nuestros esfuerzos deberían concentrarse en tratar de conseguir la mayor aproximación posible hacia un liberalismo puro. La tendencia debería ser -en este caso- tratar de orientar todas nuestras energías en obtener el liberalismo más puro posible, aun cuando seamos conscientes que siempre van estar operando las fuerzas antiliberales, que harán que el objetivo de un liberalismo puro sea bastante difícil de lograr. Nuevamente, y como en otros casos, tomar conciencia de lo difícil o imposible que sería llegar a un liberalismo puro debería ser un aliciente para aproximarnos lo máximo posible a él, y no elegir el camino contrario, el del antiliberalismo.

En cuanto a que los mercados son “imperfectos”, no conozco a nadie que lo niegue, pero a este respecto son aplicables las mismas consideraciones que hemos hecho en el punto anterior en relación al liberalismo puro. Los mercados no van a ser “más perfectos” porque el gobierno los regule y controle, salvo que se piense que los gobiernos son «perfectos» cosa en la que yo en modo alguno creo. La experiencia histórica y cotidiana se han encargado de probar que los gobiernos son mucho más imperfectos que los mercados ¿cómo se espera que un enteimperfecto como es un gobierno pueda hacer “más perfectos” a los mercados, o fuera el mismo gobierno «más perfecto» que el mercado? Lo imperfecto no hace perfecto a nada ni a nadie. Sería un contrasentido afirmar lo contrario. Es imposible tal cosa.

Pero, simultáneamente, pensar o sugerir que los gobiernos puedan ser o actuar de manera “más perfecta” que los mercados es, además de empírica y teóricamente falso, un argumento antidemocrático. Presumamos que en un país tenemos los partidos políticos A, B, C, y D. Sigamos conjeturando que en el gobierno está -al momento- el partido B, que se cree “más perfecto” que el mercado (ya sea que se imagine a si mismo de esa manera, o así los supongan sus adeptos). Bajo esta hipótesis, ese partido no debería abandonar nunca el poder, porque no puede admitirse que los demás partidos también se consideraren “más perfectos” que el mercado. Si ya habría uno que «lo sería», y -para «mejor»- ya está en la cima del poder ¿por qué cambiarlo? Y si a los mercados se los reputan tan “malos” o tan “imperfectos”, el trillado estribillo antiliberal que los gobiernos son “más perfectos” (o, lo que es lo mismo, “menos imperfectos”) que los mercados sería suficiente para justificar cualquier tiranía. Ya que si el gobierno cambiara de partido en el poder, se correría el “riesgo” de que accediera al Ejecutivo algún otro partido “menos perfecto” que el mercado y que B, con el consiguiente “peligro” de que -en este caso- el mercado empiece a hacer todas las “maldades” que los antiliberales le atribuyen continuamente.

Ya hace tiempo que sostengo que las crisis económicas las originan los gobiernos, no el mercado, ni el capitalismo. Se han dado muchísimas pruebas de ello, pero entre las más importantes recordemos que el sistema económico capitalista no está vigente en el mundo de nuestros días desde hace varias décadas. En su lugar, el sistema económico mundial es el estatista, no el capitalista. Esto es muy fácil de comprobar. Si el sistema fuera capitalista, todas las firmas y empresas del mundo serian privadas, no reguladas ni restringidas por ningún tipo de legislación, todo el mundo pagaría impuestos mínimos, no existiría desempleo, el producto bruto interno no pararía de crecer, los bienes y servicios serían más abundantes, mientras los precios bajarían, los salarios aumentarían, etc. Este sería el escenario más parecido a un mundo capitalista. Sin embargo, todos sabemos que esto no es lo que está sucediendo en el mundo de nuestros días. Más bien ocurre todo lo contrario.

Los antiliberales usan como sinónimos las palabras “liberalismo” y “neoliberalismo”. Pero en realidad, ambas palabras no significan lo mismo. Esto se revela cuando se le pide al antiliberal que describa lo que según él es el “neoliberalismo”. Entonces, citan como ejemplo países con monopolios, oligopolios, impuestos altos, salarios bajos, desempleo, elevado gasto público, inflación, etc. No obstante, todas estas cosas no son fruto del liberalismo, sino de su contrario del antiliberalismo. Y es –curiosamente- al antiliberalismo al que se le llama “neoliberalismo”, con lo cual la confusión que tienen los antiliberales es mayor todavía, porque no se reconocen como culpables de las políticas que propician, ni de los resultados que ellas producen, que no son más que los nombrados antes en parte.

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Una sociedad que cosecha lo que siembra:

Por Sergio Sinay: Publicado en http://www.sergiosinay.com/Reflexion.aspx?id=2511

 

Se suele decir que los países tienen los gobiernos que se merecen. Quizás sea más apropiado sostener que tienen los gobiernos que ellos mismos producen. Si se dice que son los gobiernos merecidos, parecería que alguien externo a ellos (un juez, un tribunal) les aplica un castigo o les da una recompensa. Si, en cambio, decimos que son gobiernos producidos, aparece la idea de la generación por mano propia. No es otro quien decide el merecimiento, se trata de una responsabilidad exclusiva e indelegable de la sociedad.
Desde hace largas y penosas décadas, una masa crítica de la sociedad argentina es responsable absoluta de los gobiernos rigen al país. Primero, porque los vota. Y, segundo, porque los va conformando en muchos aspectos a su propia imagen y semejanza. Una sociedad que finge tiene gobiernos mentirosos, una sociedad dada a la corruptelas cotidianas (coimas, palancas, atajos pseudolegales, evasiones impositivas, etc.) termina pariendo gobiernos corruptos, una sociedad hipócrita vive bajo gobiernos que crean relatos cínicos y falsos, una sociedad intolerante es una fábrica de gobiernos autoritarios (a propósito, negar la intolerancia de esta sociedad es, en sí, una forma de hipocresía), una sociedad violenta consigue gobiernos que acrecientan la inseguridad, una sociedad adictiva (a drogas, alcohol, psicofármacos, tarjetas de crédito) vivirá anestesiada por el consumismo con gobiernos que alientan el narcotráfico, una sociedad indiferente tendrá un gobierno que la trata con indiferencia, una sociedad anómica producirá gobiernos que se burlen de la ley y sus instituciones.
Una significativa mayoría de la sociedad argentina responde a las características enumeradas. Y esto se manifiesta en todos los niveles sociales, económicos y culturales y en todas las ideologías políticas. Es una verdadera transversalidad, palabra que tanto gusta a los políticos oportunistas.

Al ocupar el cargo que él ocupaba, al ocurrir en el momento en que ocurrió, al tener la información de la disponía, al acusar a quienes acusó  y al producirse del modo en que se produjo, aun si la muerte del fiscal Alberto Nisman  fuera técnicamente un suicidio, no dejaría de ser un asesinato. Real o metafórico, es un asesinato. Cuando se busque a los asesinos no hay que olvidarse de esa masa crítica de la sociedad, autora e instigadora intelectual al haber creado las condiciones para esta atmósfera mafiosa con su indiferencia, con su oportunismo, con su vista gorda, con su pancismo. La sociedad del “yo no fui”, del “por algo será”, del “yo no sabía”, del “a mí me va bien”, del “no es mi problema”, del nacionalismo de ocasión (que desempolva para los campeonatos mundiales y para las nominaciones de Oscares a la mejor película extranjera), la sociedad que se desentiende del futuro colectivo y de las visiones comunes y nada hace por ellos, termina tarde o temprano viviendo bajo los códigos de la mafia, códigos que se instalan en el poder, desarticulan los restos de las instituciones republicanas, carcomidas por la mala praxis, y convierten a los mecanismos democráticos en un simulacro. Mientras la mayoría silenciosa calla sus responsabilidades y sigue calentando el caldo en el que cuece sus gobiernos, una minoría arrinconada vive indefensa y desesperanzada en un clima que ni merece ni produce.

 

 

Sergio Sinay es periodista y escritor, columnista de los diarios La Nación y Perfil. Se ha enfocado en temas relacionados con los vínculos humanos y con la ética y la moral. Entre sus libros se cuentan “La falta de respeto”, “¿Para qué trabajamos?”, “El apagón moral”, “La sociedad de los hijos huérfanos”, “En busca de la libertad” y “La masculinidad tóxica”. Es docente de cursos de extensión en ESEADE.