El Estado presente hunde a la población en la pobreza

Por Roberto Cachanosky. Publicado el 11/8/2020 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/08/11/el-estado-presente-hunde-a-la-poblacion-en-la-pobreza/

Pese al crecimiento del gasto público social, organismos internacionales y estudios privados estimaron un fuerte aumento de la pobreza (EFE)

Pese al crecimiento del gasto público social, organismos internacionales y estudios privados estimaron un fuerte aumento de la pobreza (EFE)

Cuando se analiza la composición del gasto público tomando los datos de lo ejecutado hasta el 7 de agosto último se puede ver en primer término, claramente, que lo que se llama gasto social representa 67,5% del total, lo más alejado de un Estado liberal y lo más cercano a un estado “progresista”.

En segundo lugar, por importancia del gasto, está lo que se denominan servicios económicos, recursos que básicamente están destinados a tener tarifas de los servicios públicos artificialmente baratas para la población.

Y en tercer orden aparecen los intereses pagados de la deuda pública. Más allá de que no es bueno que el Estado tome deuda para financiar su gasto corriente, lo cierto es que Argentina no está colapsada por exceso de endeudamiento sino por el populismo que domina la economía que lleva a destruir la calidad institucional y condenarla al fracaso si no se cambia ese rumbo.

Dentro del rubro servicios sociales, el grueso corresponden a las jubilaciones y pensiones, donde la mayoría de los 7 millones de jubilados cobran la mínima; el gasto en salud no se refleja en el estado de los hospitales o en lo que se le paga a un médico y al resto del personal de la sanidad; el sistema educativo muestra los peores resultados; y la promoción y asistencia social se ha transformado en un gran clientelismo político, más que una situación transitoria para la reinserción laboral.

La mayoría de los argentinos creyeron que los políticos tenían el monopolio de la solidaridad y que, con ellos cuidando a la población todos tendrían una jubilación digna, salud, educación de calidad para sus hijos, etc. Es decir, con su infinita bondad iban a brindarle a la población la mejor condición de vida jamás vista.

Este perverso sistema del Estado presente, por el cual muchas veces se pretendió inculcar que los políticos tienen el monopolio de la solidaridad, ha transformado al Estado en algo inmanejable que destruyó las instituciones básicas del país, entendiendo como tales las reglas, normas, leyes, códigos, costumbres que regulan las relaciones de las personas entre sí y de las personas con el Estado.

Por un lado, Argentina dejó la cultura del trabajo y creó la cultura de la dádiva, dando lugar al clientelismo político por el cual los que reciben las dádivas se acostumbraron a vivir del trabajo ajeno. Empleo público y planes sociales de todo tipo suman millones de votos cautivos destruyendo el concepto de república.

Por ejemplo, a mayo pasado, había 5,8 millones de empleados privados en blanco en relación de dependencia y 3,2 millones de ocupados en la administración empleados estatales, es decir, los empleados públicos solos (nacionales, provinciales y municipales), representaban el 55% de los empleados privados.

La primera ruptura institucional viene por el lado del gasto. Gente que se acostumbra y se considera con derecho a ser mantenida por otros. Los políticos “solidarios” le vendieron a la gente el argumento de que ellos tienen derecho a vivir del fruto del trabajo ajeno. A que unos son pobres porque otros son ricos, por lo tanto hay que aplicar un impuesto a las grandes fortunas. Perseguir al que progresa porque invierte, trabaja y se esfuerza. Esta escalada de clientelismo político, sustentada en el resentimiento social, llevó el gasto público a niveles del 47% del PBI, en el agregado nación, provincias y municipios.Algunos políticos creen que unos son pobres porque otros son ricos, por lo tanto hay que aplicar un impuesto a las grandes fortunas, como proponen los diputados Carlos Heller y Máximo Kirchner (NA)Algunos políticos creen que unos son pobres porque otros son ricos, por lo tanto hay que aplicar un impuesto a las grandes fortunas, como proponen los diputados Carlos Heller y Máximo Kirchner (NA)

Todo ese aumento del gasto público condujo a buscar la forma de financiarlo. Y aquí se produce el segundo destrozo institucional. El Estado avanzando sobre los derechos individuales para apropiarse del trabajo ajeno y repartirlo.

La presión impositiva alcanzó niveles tan asfixiantes para las empresas y trabajadores que terminaron espantando inversiones y generando problemas de desocupación. Esta falta de trabajo condujo a un nuevo aumento del gasto público vía planes sociales para mantener a los que no tienen empleo remunerado, o bien nombrarlos en la administración pública para encubrir el desempleo real. Lo concreto es que hasta la Ley de Procedimiento Fiscal viola los derechos más elementales de los contribuyentes.

Así fue que para financiar la mala calidad institucional del gasto público en que se basa el populismo, derivó en más fuentes discrecionales. Llevó a niveles insospechados la carga tributaria en que casi la mitad del año hay que trabajar para pagar impuestos y, en el caso de las empresas, al punto que, de acuerdo a datos del Banco Mundial, Argentina es el país que más presión impositiva aplica sobre las empresas luego de Comoros, una isla frente a África.

No conforme con eso, el Estado vivió pidiendo prestado en el mercado internacional para financiar su déficit fiscal, creando el problema de la deuda externa, pero con la característica que luego consideran que los que quieren cobrar sus deudas son buitres; y de ese modo se transformó en un defaulteador serial.

También el Estado se cansó de confiscar ahorros internos. Plan Bonex 1989, corralito, corralón, pesificación asimétrica, fines de 2001 y principios de 2002; y confiscación de los ahorros en las AFJP a fines de 2009, que hicieron que el sistema financiero quedara reducido a la más mínima expresión y, para peor, el Banco Central se lleva el 50% de los escasos depósitos del sector privado para financiar el gasto público. De ahí que la gente no quiera ahorrar en el sistema financiero argentino.

Finalmente, el Estado abusó de la emisión monetaria como forma de financiar el gasto público destruyendo 5 signos monetarios, teniendo una de las inflaciones más altas del mundo. Hasta julio pasado, la emisión monetaria para financiar el gasto público representó el 66% de los ingresos tributarios del Sector Público Nacional.El Banco Central se lleva el 50% de los escasos depósitos del sector privado para financiar el gasto público (Reuters)El Banco Central se lleva el 50% de los escasos depósitos del sector privado para financiar el gasto público (Reuters)

Es decir, se destruyeron las reglas de juego de la cultura del trabajo y fueron reemplazadas por la cultura de la dádiva y el clientelismo político llevando el gasto a niveles insospechados y de pésima calidad. Y, por otro lado, se destruyó la seguridad jurídica con políticas tributarias expropiatorias, defaulteando la deuda tomada, confiscando depósitos y destruyendo una moneda detrás de otra.

Hará falta que varios gobiernos y la mayoría de la dirigencia política muestre un mínimo de seriedad en el manejo de la cosa pública como para recuperar la confianza para atraer inversiones y empezar a crecer. Y cuánto más se tarde en llegar la seriedad, más larga será la agonía argentina, porque más difícil será bajar los índices de pobreza.

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE. Síguelo en @RCachanosky

CARTA ABIERTA AL PRESIDENTE MACRI

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 3/12/17 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2017/12/carta-abierta-al-presidente-macri.html

 

Al Sr. Presidente de la Nación,

Ing. Mauricio Macri:

Sé que en este momento tiene temas más urgentes que el que le voy a plantear. El submarino y el problema de los Mapuches son temas que demandan su atención ya, sin dilación, y no quisiera yo distraerlo de su concentración. Por eso, por suerte para usted, lo más probable es que esta carta, despachada a la nueva y aleatoria nube que nos rodea, nunca le llegue. Pero, si así sucediera, le aseguro que no es mi intención molestarlo.

Yo voté por usted sin mayores expectativas, sabiendo que iba a seguir la Argentina de siempre, excepto por la salida de los psicópatas del poder más peligrosos con los que se enfrentó la Argentina en toda su historia. Lo único que yo esperaba, usted lo hizo: sacarnos del camino a Venezuela. Por ende, gracias. No espero nada más.

Pero no esperar no es igual a no deber. Y debo decir ante usted y ante todos que, por favor, nos escuche.

Los liberales hemos recibido todo tipo de epítetos a lo largo de la historia argentina. Bueno, en realidad habría que ver quiénes son los liberales. Al menos yo, un liberal clásico, partidario de la democracia constitucional anglosajona y la economía de mercado fundada en la Escuela Austríaca (y, para colmo, católico) he recibido todo tipo de elogios. Fascista, demente, utópico, esquizofrénico, neoliberal y, el último que se ha puesto de moda, también: liberalote.

Usted, Señor Presidente, no confía en nosotros. Le asiste algo de razón: contrariamente a lo que piensan muchos, nunca hemos sido gobierno. La primera y última vez fue con la Constitución de 1853. Luego, hubo de todo, desde lo parecido hasta lo grotesco: conservadores, antiperonistas, autoritarios, menemistas, y se me acabaron los adjetivos. Así que tiene razón: ¿qué esperar de quienes nunca se embarraron las manos en la política concreta? La única respuesta a eso puede ser la esperanza de lo nuevo. Como dice un famoso título de un famoso autor: ¿por qué no probar la libertad?

Señor presidente, escúchenos. Sé que sus asesores más cercanos le dirán que no lo haga, pero, finalmente, uno de los dramas del poder es que usted, finalmente, está solo. Solo con su conciencia. Finalmente, es esta última la que tiene que escuchar.

Usted juega el papel, aunque no lo haya buscado, de ser una esperanza. Eso no es raro en una Argentina bipolar que siempre cae tan bajo. El autoritarismo de los conservadores. El golpe del 30, casi nazi. El ascenso del Mussolini argentino. El peronismo sin Perón del 56 en adelante. El golpe del 66, con toda su rudeza. Las guerrillas que ya se estaban preparando. La guerra de los 70, con la corrupción, bajeza y banalidad del gobierno de Isabelita. El golpe del 76. La guerra sucia. Su tristísimo final. Pero ahora, escuche más: el Alfonsín cuya economía no le deja terminar su mandato. El Menem que sigue con el gasto público, la deuda pública y la presión impositiva. Su enorme corrupción. Y de vuelta, la esperanza democrática. El gobierno de la Alianza. Que sigue, sin embargo, con lo mismo. La explosión de la deuda pública y la deuda externa. El default. Otra vez, el tristísimo final, y lo que sigue es tan sencillamente horroroso que no quiero, ni hace falta, que se lo recuerde.

Usted tiene ahora dos alternativas. O dentro de algunos años es uno más en esta lista de fracasos, o pasa a la historia como el estadista que quiere ser.

Yo, Señor Presidente, no soy nadie como para explicarle de política concreta. Yo jamás podría haber hecho lo que usted hizo: vencer al kirchnerismo en las elecciones. Jamás. Soy sólo un profesor de filosofía, pero me atrevo a seguir porque sé distinguir entre el corto y el largo plazo.

A corto plazo está haciendo lo que puede y lo que pudo. Pero permítame hablarle del largo. Si, sé que es un largo camino, pero es usted el presidente.

Usted sabe perfectamente que el gasto no puede seguir como está. Lo sabe en su conciencia, aunque mucho no lo pueda decir. Usted sabe que no puede emitir moneda para financiarlo. Usted sabe que no puede elevar más la presión impositiva. Y usted sabe que, según fuentes serias, la deuda pública llega en estos momentos a 293.789,3 (¿importa que sea 790) millones de dólares.

Usted no confía en nosotros porque lo han convencido de que somos unos locos e insensibles que en lo único que pensamos es en echar a todo el mundo a la calle. No. No es verdad, aunque injusto es que los argentinos en general miren bien a los que engañan sumando al estado la desocupación real de la economía en subdesarrollo. Pero no se trata de echar gente y que luego le incendien la Casa Rosada. Aunque, recuerde, a De la Rúa se le incendió. Nunca lo olvide.

Por favor le pido que piense en las funciones del estado. Usted tiene más o menos unos 35 organismos, entre ministerios y secretarías, sin contar las sub, sub y sub y etc. Tiene todo ello porque cree que todo ello es necesario. Ha sacado a los corruptos y ha puesto a gente honesta, pero cree que todo ello es necesario. No. Si usted sabe cómo funciona una economía de mercado y una sociedad libre, y creo que lo sabe, usted puede quedarse con una Secretaría de Hacienda y un Ministerio de Relaciones Exteriores. No mucho más.

Todo lo demás, usted lo puede eliminar. Y al mismo tiempo, eliminar todas las legislaciones y reglamentaciones que esos organismos se encargan de controlar. Piense en todo el gasto que se reduciría ipso facto. Piense en todos los impuestos que podría bajar y eliminar, comenzando con el de la renta. ¿Y qué sucedería? Que todos los emprendedores de los que usted siempre habla, quedarían libres para emprender todas esas funciones, que burócratas detrás de sus escritorios creen que pueden ejercer cuando, claro, no tienen nada que perder.

Al mismo tiempo, formalizaría ipso facto a todos esos sectores carenciados que no pueden pasar a la economía formal porque esas reglamentaciones y organismos se lo impiden.

Así sí, a mediano plazo, las cuentas públicas podrían comenzar a reordenarse. ¿Y los empleados públicos? Mantenga a todos los de planta, aunque no vayan a ejercer funciones. Déjelos si es necesario tres años cobrando sus sueldos, mientras amortiza las cuentas públicas con el ahorro que implica todo el conjunto de medidas anteriores. Las cuentas dan. Reúnase con los directores de la Fundación Libertad y Progreso (Agustín Etchebarne, Aldo Abram, Manuel Solanet) y haga las cuentas. Dan. Porque no es sólo cuestión de calculadora, sino de concepción del estado.

¿Y las provincias? Olvídese de la coparticipación. Prepare una reforma de mediano plazo. Las provincias no deben depender más de Nación. Pero no todas las provincias son económicamente auto-sustentables. Divida al país en 6, no muchas más, regiones administrativas autosustentables, que comiencen a financiarse solas, y suspenda toda relación económica entre Nación y Provincias. El estudio fue hecho por Roberto Dania y Constanza Mazzina en el 2008. Será la primera vez, además, que habrá un federalismo genuino, con gobernadores realmente autónomos del poder ejecutivo nacional.

Y el estado no tiene por qué dejarse de ocupar de salud, educación y seguridad social. Sencillamente, una vez hecha esta transformación, delegue todo ello en las seis regiones mencionadas. No tiene por qué ponerles un nombre, son sólo regiones administrativas. Y desregule totalmente al sector privado en materia de salud, educación y seguridad social. O sea, des-monopolice, quite las regulaciones nacionales, abra al país a la diversidad, tan nombrada, y tan poco practicada en un país monopólico y unitario.

Y hable con la CGT. Usted sabe cómo, yo no. Pero explique ante la opinión pública que nuestro sistema sindical es el de la Italia Fascista de Mussolini. La gente no lo sabe. Vaya, dígalo, explíquelo. Y elimine el sindicato único por actividad.

¿Le parece mucho? Creo que es poco, pero si no, usted sabe cuál es la alternativa. Usted puede seguir con todo como está, y puede ser que los organismos internacionales le sigan prestando. Como si la escasez no existiera. Pero usted sabe, en conciencia, en esa conciencia a la que estoy apelando –jamás podría apelar, por ejemplo, a la de una nueva senadora muy conocida- que ello no es posible. Si usted no hace estas reformas estructurales de fondo, va camino al default. Tal vez no ahora, pero sí dentro de unos años. Lo sabe, lo sabe perfectamente. No hay salida. Se le acabarán los dólares, terminará en el control de cambios, será como Kicillof pero le terminarán diciendo Macrillof. ¿Quiere usted eso? ¿No? ¿Y entonces?

Señor presidente, hay una diferencia entre un simple político y un estadista. El político sigue a la opinión pública, el estadista, en cambio, la cura. Le hace una especie de terapia social, y eso sólo se logra con auténtico liderazgo moral e intelectual. Mandela, Gandhi, educaron a su pueblo. No fueron demagogos, ni siguieron lo que todos pedían, ni engañaron: tenían un norte, sabían a donde iban, tenían un sólido fundamento moral y lo supieron decir. Su decir fue resultado de su ser, y no al revés, como le recomiendan algunos. Señor presidente, sea estadista. Mire para adelante, mire al largo plazo, y entonces sabrá AHORA qué hacer y cómo decirlo.

La verdad, no creo, en mi interior, que nada de esto suceda, pero sí creo que tenía que decirlo. Mientras tanto, no estoy desilusionado, porque yo no me ilusioné con usted. Seguiré con mi docencia, en la Argentina de siempre, con sus males de siempre, si es que un piquete no me mata antes o algún otro joven idealista no me pone otra bomba. Pero qué hermoso sería que me sorprendiera. No por mí: sorpresas, casi todas buenas, me dan mis alumnos. Pienso en la extrema pobreza, en las zonas más subdesarrolladas, en los niños desnutridos del Chaco y de 3 km a mi redonda. Contrariamente a la mayoría de los argentinos, sé que el mercado, para ellos, no es lo que sobra, sino lo que les falta. Vamos. En Venezuela ya no estamos. Gente honesta ya tenemos. Vamos. Sólo falta visión. La suya. La argentina sigue siendo presidencialista.

No hay otra salida.

Su liberalote amigo

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

Alberdi y el gasto público

Por Gabriel Boragina: Publicado el 15/8/16 en: http://www.accionhumana.com/2016/08/alberdi-y-el-gasto-publico.html

 

El notable inspirador de la Constitución de la Nación Argentina, el prócer Juan Bautista Alberdi, fue quizás el primero en haber hecho un estudio meduloso de la naturaleza, función y el objetivo del gasto público argentino, que siempre ha dado tanto que hablar a los economistas de todos los tiempos. Y así, nos dice en su obra:

«En el estudio de las disposiciones de la Constitución argentina, que se refieren al consumo de las riquezas, vamos a examinar: …. A qué se destina, qué objetos tiene, qué principios respeta el gasto público según la Constitución argentina.»[1]

Rescatamos la noción alberdiana del gasto público como consumo de las riquezas, lo que difiere de la concepción en boga, que ve en el gasto público no una función de consumo sino de inversión. Este trastrocamiento de los conceptos y de los diferentes significados que se le asignan a los vocablos gasto, consumo e inversión resulta de importancia vital para poder comprender de qué hablaba el eminente argentino, y captar en toda su dimensión lo nuclear de su mensaje.

«Si el hombre sabe gastar por el mismo instinto de conservación que le enseña a producir y enriquecer, ¿qué apoyo exige de la ley a este respecto? – En el gasto privado, el de su abstención completa; un apoyo negativo que no le estorbe, que no le restrinja su libertad de gastar o consumir, de que su juicio propio y el instinto de su conservación son los mejores legisladores. En el gasto público, todo el apoyo que exige de la ley, es que ella intervenga sólo para impedir que se distraiga de su verdadero destino, que es el bien general; para impedir que exceda este objeto, y para cuidar que el impuesto levantado para sufragarlo no atropelle la libertad, ni esterilice la riqueza.»[2]

Lamentablemente, las previsiones del insigne en este segundo aspecto no se vieron cumplidas. Fue, justamente, en nombre de ese «bien general» que los gobiernos argentinos -sobre todo desde la segunda década del siglo XX en adelante y hasta nuestros días- se lanzaron cada vez mas desenfrenadamente a lo que hoy conocemos como una incesante expansión del gasto publico. Lo que -en términos de Alberdi- seria el exceso de ese mismo objeto (bien general). De igual manera -y como también esperaba Alberdi que no sucediera- a ese crecimiento casi indefinido del gasto estatal se le sumó (como no podía ser de otro modo) un consiguiente incremento fiscal. A los impuestos directos se le añadieron los indirectos, no sólo en cantidad de ellos, sino asimismo en sus alícuotas, que de proporcionales –como además lo aconsejaba el ilustre Alberdi- rápidamente pasaron a ser progresivas

«En el interés de la libertad, conviene no olvidar que son unos mismos los principios que gobiernan el gasto público y el gasto privado, pues no son gastos de dos naturalezas, sino dos modos de un mismo gasto, que tiene por único sufragante al hombre en sociedad. Como miembro de varias sociedades a la vez, en cada una tiene exigencias y deberes, que se derivan del objeto de la asociación. Llámase gasto o consumo privado el que hace el hombre en satisfacción de sus necesidades de familia, téngala propia o sea soltero; y se llama gasto o consumo público el que ese mismo hombre efectúa por el intermedio del gobierno, en satisfacción de las necesidades de su existencia colectiva, que consiste en verse defendido, respetado, protegido en el goce de su persona, bienes y derechos naturales.»[3]

Estamos aquí frente a uno de los párrafos mas importantes de la obra de este gran erudito, donde nos enseña -con ejemplar maestría- que ya se lo denomine gasto público o gasto privado, en definitiva, estamos hablando de una misma cosa. Lo que denota la unidad entre ambos conceptos es, no otra cuestión, que la fuente de financiamiento de uno o del otro. Y este origen coincide recurrentemente en el mismo punto: quien sufraga ambos tipos de gastos perpetuamente es la misma persona: el contribuyente, o como a veces igualmente se lo denomina: el ciudadano «de a pie». Todavía, es trascedente observar que -hasta donde hemos podido advertir- Alberdi no identifica plenamente el gasto público con el gasto estatal. Más bien, parece tener en mente que el gasto público persistentemente se encuentra compuesto por gastos privados, pero que tienen un destino público, tal como Alberdi lo entendió como «bien general». El gobierno -en este párrafo- vendría a ser un simple intermediario, un proveedor liso y llano de servicios que el hombre no podría (o no debería) procurarse por sí mismo. Claramente se delimitan cuales serian esos servicios: consisten «en verse defendido, respetado, protegido en el goce de su persona, bienes y derechos naturales.»[4]

«Luego que se organiza o erige un gobierno, es menester darle medios de existir, formarle un Tesoro nacional. El gobierno ocupa hombres en el servicio de la administración civil, a quienes debe sueldos en cambio de su tiempo; necesita edificios para las oficinas del servicio, cuya adquisición y sostén cuesta dinero; necesita soldados para hacer respetar y obedecer las leyes y su autoridad; estos soldados viven de su sueldo, consumen municiones de guerra y de boca, y necesitan armas, todo a expensas del Estado, a quien dedican su tiempo y su servicio. Necesita de otras mil cosas que detallaremos al estudiar los objetos del gasto público, pero indudablemente no puede haber gobierno gratis, ni debe haberle por ser el más caro de los gobiernos. Donde se sabe lo que es gobierno, por ejemplo, en Estados Unidos, ni los empleos concejiles o municipales son gratuitos. El sueldo es la mejor garantía contra el peculado, pues el Estado que quiere explotar al empleado no hace más que entregarle sus arcas a una represalia merecida.»[5]

Subyace en este párrafo la idea de un gasto equilibrado y que cumpla con los objetivos que tiene en mente Alberdi al exponer sus ideas sobre la naturaleza y el destino del gasto público. El énfasis contra la gratuidad indica quizás algún debate de su época que apoyara esta última postura. Lo cierto es que -en su pensar- la mejor garantía contra la defraudación hacia el estado Alberdi la hacía afincar en una retribución adecuada al empleo público.

[1] Alberdi, Juan Bautista. Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853.

Pág. 104

[2] Alberdi….Ob. cit. pág. 105

[3] Alberdi….Ob. cit. pág. 105-106

[4] Alberdi….Ob. cit. pág. 105-106

[5] Alberdi….Ob. cit. Pág. 109

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Mirando el Presupuesto 2015.

Por Nicolás Cachanosky. Publicado el 17/9/14 en: http://opinion.infobae.com/nicolas-cachanosky/2014/09/17/mirando-el-presupuesto-2015/

 

El lunes 15 el Poder Ejecutivo presentó el proyecto de presupuesto para el año próximo. Como ya es costumbre, las críticas a las estimaciones del gobierno no tardaron en aparecer. Como ya es también costumbre, los datos muestran que estas críticas han estado bien fundadas; no hay motivos para creer que el presupuesto del 2015 sea una excepción. La gravedad institucional de lo que el kirchnerismo hace con el presupuesto es difícil de exagerar. La Ley de Presupuesto no es una mera ley más, es la “Ley de Leyes” justamente porque le especifica al Poder Ejecutivo qué es lo que debe ejecutar. Si bien el presupuesto es inicialmente preparado por el Ejectutivo, es al Legislativo al que le corresponde modificar y aprobar el presupuesto final. El rol del Poder Ejecutivo no es ni manejarle la vida al ciudadano ni comandar al Poder Legislativo. Como su nombre indica, el Poder Ejecutivo debe “ejecutar” el mandato que el pueblo le hace a llegar a través de sus representantes. Ese “mandato” es justamente el presupuesto a través del cual se le indica al Gobierno en qué debe gastar los recursos públicos (que pertenecen al pueblo, no al gobierno) y cómo es que esos gastos serán financiados.

El kirchnerismo ha hecho ya una costumbre del vicio de subestimar los recursos que tendrá a disposición. Dado que en el presupuesto se define cómo deben asignarse los recursos, subestimar los mismos genera recursos ociosos que el Gobierno luego utiliza a discreción (facilitado por la delegación año tras año de facultades en la Ley de Emergencia Económica.) El uso discrecional de recursos termina siendo un caldo de cultivo para la corrupción dado que el uso de fondos no está pre definido. No sorprende que a este gobierno no le falten serias sospechas de corrupción.

Los errores de cálculo del Gobierno no son menores, como lo señala un informe reproducido por Infobae.  Por ejemplo, en el 2014 se estimó un crecimiento del PBI del 6.2% mientras que la economía se contrajo un 1.6%. Un “error” de 7.8 puntos. Las estimaciones de inflación, basadas en el Indec, claramente se encuentran también fuertemente sesgadas. Al subestimar la inflación, los ingresos tributarios que dependen de valores de mercado se ven subestimados. Para ser un gobierno al que tan fácil le resulta criticar las estimaciones económicas de privados y dar lecciones de economía en foros internacionales, las dificultades para estimar a tan sólo un año variables centrales del país son preocupantes. Imagine que este tipo de errores son crónicamente cometidos por un piloto; ¿qué tan seguro se sentiría viajando en el avión de este piloto? Al ver los repetidos errores en las proyecciones de los distintos presupuestos, sumada a la delicada situación económica y social, es lícito preguntarse si el kirchnerismo está capacitado para manejar la economía del país. La sociedad y la dirigencia política en particular deben tener presente que legitimidad y capacidad de gestión son dos cosas distintas y que ninguna implica la otra.

Al mirar el presupuesto para el 2015 resaltan algunas inconsistencias así como algunas lecturas de cómo se utilizan los fondos públicos. Veamos tres inconsistencias y una lectura que surge del uso de fondos públicos.

Inflación: el gobierno estima una inflación del 15% (o del 1.2% anual) para el 2015. Las estimaciones privadas se encuentran en un 40% (la más alta desde la diciembre del 2001). Esto quiere decir que la tasa de inflación mensual debe bajar  de un 2.8% a un 1.2% mensual. ¿Dónde está el plan anti-inflacionario que va a lograr bajar la inflación a la mitad en el plazo de un año? ¿Está dispuesto el gobierno a reducir la financiación del BCRA y por lo tanto el gasto lo necesario para reducir la emisión monetaria al punto de cortar la inflación a la mitad? ¿O el gobierno piensa “bajar” la inflación bajando el indicador IPCNu?

Tipo de Cambio: el gobierno estima un tipo de cambio de 9.50 a fin del 2015. El gobierno también asume que la inflación a fin del 2014 será del 21.3%. La inflación oficial acumulada en lo que va del año es del 18.2% (lo que quiere decir que la inflación sólo será de un 3% en los últimos cuatro meses del año.) El gobierno también asume que en el 2015 el tipo de cambio evoluciona igual que la inflación. Esto es inconsistente con asumir que en lo que queda del 2014 el tipo de cambio caerá de 8.40 a 8.20 cuando aún queda sumar en el 2014 un 3% de inflación según lo asumido en el presupuesto. Si de aquí en adelante la inflación (oficial) evoluciona según el presupuesto (como se asume para el 2015), entonces el tipo de cambio debe ubicarse en 8.70, no en 8.20. Si en cambio la inflación de aquí a fin de año evoluciona al mismo ritmo que la inflación que ha tenido en el 2014, entonces a fin de año el tipo de cambio oficial debe ubicarse en 9.10. Se abren, entonces, dos posibilidades. Para mantener un tipo de cambio a fin del 2015 de 9.50 la inflación anual debe ser del 9.7% o 4.3% según el tipo de cambio a fin del 2014 sea del 8.7 o 9.1 respectivamente. Notablemente menor al 15% asumido por el gobierno. Si en cambio mantenemos el supuesto del 15% de inflación, entonces el tipo de cambio debe aumentar en el 2015 de 8.7 a 10.00 o de 9.10 a 10.47. En otras palabras, sin una apreciación del peso de 8.40 a 8.20 (recordemos que estamos en un contexto con una inflación interanual del 40%) los supuestos del presupuesto no son consistentes entre sí.

Déficit fiscal: los datos de déficit fiscal, central en todo proyecto de presupuesto, también presentan inconsistencias. El presupuesto asume un incremento nominal del 28% en los recursos tributarios. Esto implica un aumento del 7% por arriba de la inflación asumida en el presupuesto o un 12% por debajo de una inflación del 40%. O el gobierno está sumiendo un fuerte aumento impositivo o está admitiendo una notable caída en términos reales de los recursos tributarios. El gasto corriente muestra un aumento del 18.5%, pasando de 920.000 a fines del 2014 a 1.090.000 millones de pesos a fines del 2015. Desde el 2008 el aumento nominal del gasto corriente no baja del 27% anual. Sin embargo, si asumimos que el gasto corriente evoluciona en lo que resta del 2014 al mismo ritmo promedio que los últimos tres años, entonces a fines del 2014 se ubicará en 1.040.000 millones de pesos, 13% más del estimado en el presupuesto. Si el gobierno mantiene un 18.5% de incremento del gasto corriente, entonces a fin de año el gasto corriente se ubica en 1.230.000 millones de pesos llevando el déficit financiero estimado de 49.600 millones a 190.000 millones; casi cuatro veces el déficit financiero estimado en el presupuesto. Es decir, el gobierno está sobrestimando recursos ociosos al subestimar gastos más que subestimar ingresos. La estimación de la cuenta ahorro también muestra que las transferencias del BCRA y ANSES (rentas de la propiedad) estarían creciendo un 25% respecto al 2014. Otro dato que se contradice con una estimación a la baja de la inflación. Si descontamos este “maquillaje contable”, entonces el déficit financiero del presupuesto 2015 asciende a 205.440 millones de pesos en lugar de los asumidos 49.600 millones de pesos. Este número, que no corrige por transferencias del BCRA y ANSES, es mayor al déficit del 2014 neto del “maquillaje financiero.”

Como se puede apreciar, el presupuesto presentado por el Gobierno al Congreso adolece no sólo de serias inconsistencias, sino de supuestos irreales. Lamentablemente esto ya es costumbre en el kirchnerismo.

La estructura de gastos también deja extraer algunas conclusiones que no estarían recibiendo la atención debida. Mientras Seguridad se lleva un 5.5% del presupuesto, los servicios sociales representan el 59% del total del gasto público,del cual el 70% se destina a seguridad social. Estos programas sociales se iniciaron como necesarios paliativos en la crisis del 2001. ¿Por qué siguen creciendo luego de una década, la “década ganada” según el oficialismo? El hecho de que aún hoy se necesite asignar tantos recursos a seguridad social muestra que los distintos planes sociales han sido mal diseñados o por lo menos mal aplicados. Un plan social exitoso no es aquel que crece en recursos porque cada vez hay más necesidad del mismo. Por el contrario, un plan social exitoso es aquel que logra reinserción en el mercado laboral llevando a la extinción de dichos programas. Quiero ser claro en que no estoy sosteniendo que no sean necesarios planes sociales, basta con mirar los indicadores de pobreza como los estimados por la UCA. Lo que sí estoy sugiriendo es que la mala aplicación o el mal diseño de los planes sociales que no logran reinserción laboral son parte importante del ya casi descontrolado déficit fiscal en el que se encuentra el Estado. Los dirigentes políticos se deben un serio debate sobre cómo reformar la estructura y gastos del Estado para lograr una transición de un esquema insostenible a uno virtuoso.

 

Nicolás Cachanosky es Doctor en Economía, (Suffolk University), Lic. en Economía, (UCA), Master en Economía y Ciencias Políticas, (ESEADE) y Assistant Professor of Economics en Metropolitan State University of Denver. 

La deuda y el default no son problemas del capitalismo

Por Iván Carrino. Publicado el 10/7/14 en: http://opinion.infobae.com/ivan-carrino/2014/07/10/la-deuda-y-el-default-no-son-problemas-del-capitalismo/

 

Un día después de conocida la decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos de no tomar el caso de los holdouts contra el gobierno argentino, el ministro Kicillof se quejó porque debía “pagar los platos rotos de la fiesta neoliberal”. Hace pocos días, en la OEA, volvió sobre la idea al afirmar que las restructuraciones de deuda y los defaults soberanos “no son sólo un problema de la Argentina sino de todo el capitalismo mundial”.

Haciendo la enorme concesión de seguirle la terminología a Kicillof, lo que quiere decir es que todo este problema del gobierno-que-se-endeuda-y-termina-mal es una más de las supuestamente indeseables consecuencias de vivir en un sistema capitalista. El problema de esta afirmación, sin embargo, es que es totalmente errónea.

Si se puede definir al sistema capitalista en pocas palabras, tenemos que decir que es el sistema institucional basado en el respeto por los derechos de propiedad. En este sistema, el rol del Estado se limita precisamente a proteger esos derechos, y un Estado que se limita “solo a eso” no puede gastar mucha plata. En consecuencia, no tiene necesidades de endeudarse. De esta forma, un sistema capitalista también exige equilibrio presupuestario, dado que si este se viola y los gastos del Estado son persistentemente superiores a los ingresos, la diferencia terminará siendo cubierta con nuevos impuestos, inflación o endeudamiento, todas formas de gravar (a corto o a largo plazo) a la población, lo que la priva de disponer libremente de su propiedad.

Hasta aquí, como puede observarse, es poca la responsabilidad que el capitalismo pueda tener en el tamaño y la dinámica de la deuda estatal. Si hay equilibrio presupuestario y los gastos no superan los ingresos, no hay necesidad de endeudarse.

Fue Keynes, sin embargo, el que en su momento ridiculizó la austeridad y son los keynesianos los que hoy insisten en que el gasto y el déficit fiscal son un arma poderosa para sacar a los países de las recesiones. Si bien esta postura aplicada estrictamente a un contexto de crisis puede debatirse, lo cierto es que los políticos no tardaron en encontrar en dichas ideas un soporte intelectual a su natural inclinación hacia el gasto y hacia la ausencia de tributación.

En el paradigma keynesiano, el ahorro es vicio y el gasto es virtud, con lo que el equilibrio presupuestario pasa a un lejano segundo plano. Así, la deuda aparece como la mejor alternativa para financiar el déficit sin tener que lidiar con el costo político de cobrar más impuestos. Es evidente, entonces, que la deuda no es hija del capitalismo o del “neoliberalismo” sino del keynesianismo más básico, casualmente la tradición económica que nuestro ministro admira y a cuyo estudio ha dedicado parte de su vida.

Finalmente, se entiende que los funcionarios del Gobierno actual intenten desligarse de la responsabilidad por el problema de la deuda pública, pero no es admisible que, en aras de hacerlo, acusen al capitalismo, el único inocente de toda esta larga novela.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Trabaja como Analista Económico de la Fundación Libertad y Progreso, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y profesor asistente de Economía en la Universidad de Belgrano.

¿Qué país dejará el kirchnerismo?

Por Nicolás Cachanosky. Publicado el 28/4/14 en http://economiaparatodos.net/que-pais-dejara-el-kirchnerismo/

 

¿Debe el gobierno de CFK compararse con el 2001, con el 2003, o con el 2006?

En una de sus últimas apariciones por cadena nacional, Cristina Kirchner dijo que estaba dejando un país mejor del que recibió a sus sucesores. Las reacciones no se hicieron esperar. ¿Debe el gobierno de CFK compararse con el 2001, con el 2003, o con el 2006? La trampa estadística de referirse a la peor situación de la crisis no sólo vicia los resultados de cualquier indicador económico, sino que Néstor Kirchner no fue presidente recién hasta mayo del 2003. El panorama no es tan alentador para CFK si en lugar de tomar el inicio del Kirchnerismo, se toma el inicio de su presidencia en el 2007. La mayoría de las reacciones a los dichos de CFK, sin embargo, pasaron por alto el ámbito institucional, justamente donde más daño se hecho en la última década.

Antes de hacer un breve comentario sobre el deterioro institucional, es oportuno recordar algunos de los problemas de evaluar una presidencia única (o principalmente) en base a indicadores económicos. En primer lugar, no deja de ser curioso que este sea el punto de referencia no sólo del Kirchnerismo, sino también de la oposición cuando la credibilidad del INDEC es casi nula. Como si esto fuera poco, en las últimas semanas se han corregido sustancialmente indicadores centrales como el PBI, la inflación, se alegaron “problemas de empalme” para calcular pobreza e indigencia, y recientemente también se corrigieron los resultados de comercio exterior. Todos indicadores que el Kirchnerismo y autoridades del INDEC defendieron frente a estimaciones privadas que ahora, con una notable amnesia, reconocen al corregir los propios indicadores del INDEC.

En segundo lugar, la importante distinción conceptual entre crecimiento y recuperación. En economía no todo aumento del PBI es crecimiento. Crecimiento es un aumento en la capacidad productiva. Recuperación, en cambio, es un aumento del PBI luego de una caída hasta que alcanza su nivel potencial nuevamente. Crecer es ser más alto. Recuperarse es pararse luego de tropezarnos y caernos. Interpretar las tasas chinas de aumento del PBI como si fuesen únicamente crecimiento económico es un serio error de diagnóstico. Empujar con política monetaria (canalizado a través de política fiscal) el PBI confundiendo recuperación con crecimiento lleva a que, una vez alcanzado el nivel potencial de producción, comiencen a surgir presiones inflacionarias y pérdida de reservas por tener que importar la energía que no se puede producir localmente. Como ya he dicho en otra ocasión, esto no quiere decir que no haya habido crecimiento en Argentina, pero sí anestesia el entusiasmo ciego con el que el Kirchnerismo se refiere a las tasas chinas de aumento del PBI. Por lo tanto, bien podría afirmarse que la economía Argentina durante el Kirchnerismo se recuperó a pesar del Kirchnerismo, no gracias al Kirchnerismo. De lo contrario, ¿por qué tantos desequilibrios económicos?

Finalmente, es importante no confundir mejora en los indicadores económicos con tener una economía saludable. Que una economía saludable produzca buenos indicadores económicos no quiere decir que al ver buenos indicadores económicos podamos concluir que la economía se encuentra en buen estado. Aumentar el gasto y empleo público pueden mejorar estos indicadores, pero sería un error de diagnóstico concluir que la economía se encuentra sana y pujante. Lo importante no es la dirección que toman los indicadores económicos, sino el por qué se mueven. Estos problemas hacen que evaluar el desempeño económico del Kirchnerismo sea por lo menos ambiguo. Cualquier evaluación, a favor o en contra, puede encontrar sustento en dudosos indicadores económicos libres de ser interpretados de distinta manera.

En al ámbito institucional, sin embargo, hay pocas dudas del deterioro que ha producido el Kirchnerismo. Los indicadores institucionales cumplen un rol informativo distinto al de las variables económicas como el PBI o el desempleo. El marco institucional de un país (respeto a los derechos de propiedad, división de poderes, estado de derecho, etc.) determinan la situación económica de un país a largo plazo. Es decir, mientras la política económica puede tener efectos en el corto y mediano plazo, en el largo plazo lo que diferencia a las naciones ricas de las pobres no son sus políticas económias, son sus instituciones. Corea del Norte no tiene el desarrollo de Corea del Sur por problemas de política económica, el problema es institucional. Esto también quiere decir que los indicadores institucionales no marcan la situación económica presente de un país, marcan el camino que el país está tomando a largo plazo. Mientras el marco institucional define el nivel de desarrollo al que se converge, la política económica puede producir oscilaciones alrededor de esa tendencia, pero no definen la tendencia. No es casualidad ni capricho que los economistas insistamos tanto en los problemas institucionales de Argentina.

Es en esta materia donde el daño del Kirchnerismo es inequívoco. Existen distintas mediciones (lo más objetivas posibles) que ofrecen estimaciones y rankings sobre distintas áreas de calidad institucional. El siguiente gráfico muestra la posición relativa de Argentina entre los países rankeados de cinco indicadores. Es decir, cuál es la posición de Argentina en la tabla de posiciones donde 0 corresponde al primer ranking y 100 a estar en el último lugar. En el gráfico se puede ver la evolución del ranking en (1) el Index of Economic Freedom (Heritage Foundation and Wall Street Journal), (2) Economic Freedom of the World (Fraser Institute), (3) Índice de Calidad Institucional (Fundación Libertad y Progreso), (4) Corruption Perception Index (Transparency International) y (5) los tres resultados PISA [matemática, ciencia, y comprensión de texto] (OECD).

Ya sea que se CFK se quiera comprar con el inicio de su presidencia en el 2007 o con el inicio del Kirchnerismo en el 2003, los resultados dejan mucho que desar. En los indicadores económicos se ve que Nestor Kirchner no logró mejorar el ranking del país, ya ubicado en la mitad inferior de la tabla. Se aprecia, sin embago, un colapso a partir del 2007 cuando CFK asume su mandato. Actualmente Argentina rankea entre el 10% de los países con menor libertad económica. Nuevamente, esto no quiere decir que Argentina sea hoy un país pobre, pero sí marca tendencia de largo plazo. Esto también sugiere que la pérdida de libertad económica comezó antes del Kirchnerismo. El rechazo a las libertades económicas en la clase política trascienden al Kirchnerismo.

El Índice de Calidad Institucional (comienza en el 2007) también muestra un acelerado deterioro. La calidad institucional tampoco es un área donde CFK pueda alegar dejar un país mejor del que recibió.

Por último, la percepción de corrupción y el desempeño educativo en los exámenes PISA tampoco muestran mejoras importantes. Ni Nestor Kirchner ni CFK han logrado disminuir la percepción de corrupción. Se hacec dificil defender un gobierno que se mantienen en la mitad inferior del ranking en cuanto a percepción de corrupción. Los casos de Skanka, Ricardo Jaime, Ciccone, administración de trenes, y un sin número de situaciones patrimoniales inexplicables no contribuyen a la autoridad moral del gobierno que impone una presión fiscal cercana al 50% del PBI. Que el Kirchnerismo haya gobernado una décad con largo períodos de mayoría en ambas cámaras del Congreso les impone una responsabilidad mayúscula en este problema.

Los resultados PISA tampoco son alentadores. Ciertamente hay una mejora en la posición relativa en el 2009. Sin embargo, cuando se está tan abajo sólo se puede subir. Este aumento puede deberse a la incorporación de nuevos países que mejora la posicion relativa del país en la muestra sin que por ello haya mejoras educativas. Una buena política educativa no hubiese producido la caída en el ranking que se ve en el 2012.

El evaluar el gobierno Kirchnerista en base a indicadores económicas es quedarse con el árbol y perderse el bosque. Un país está formado por sus instituciones primero y por su economía después. Los efectos de las mejoras y de los deterioros institucionales llevan tiempo, pero no por ello son menos reales. Más allá de los costos económicos de corto plazo, el Kirhnerismo está dejando costos institucionales de largo plazo. La oposición que busca ser gobierno luego del Kirchnerismo no debe confundir movimientos económicos de corto palzo (convenientemente contrastados contra una crisis como la del 2001) con la tendencia a largo plazo que el marco institucional. El Kirchnerismo deja un país con un marco institucional en clara oposición al país que Argentina quiere y puede ser.

 

Nicolás Cachanosky es Doctor en Economía, (Suffolk University), Lic. en Economía, (UCA), Master en Economía y Ciencias Políticas, (ESEADE) y Assistant Professor of Economics en Metropolitan State University of Denver.

España necesita un presupuesto base cero… y ¡Argentina también!

Por Adrián Ravier. Publicado en http://economiaparatodos.net/espana-necesita-un-presupuesto-base-cero-y-argentina-tambien/

 La crisis del Estado de Bienestar español

Con matices, el caso de España se puede resumir en unos pocos párrafos. España ingresó a la Unión Europea en 1993 y desde entonces se esforzó por equilibrar sus cuentas y cumplir con el Tratado de Maaestricht. Este tratado imponía a los países miembros cierta disciplina fiscal, limitando el déficit público y los niveles de endeudamiento.

España no lo hizo mal en un comienzo. Sus cuentas estaban prácticamente equilibradas. Pero la burbuja inmobiliaria llegó, y muy pocos analistas comprendieron su naturaleza. Zapatero se encontró entonces con elevados niveles de recaudación tributaria, que a su vez crecían cada año, y decidió entonces elevar los niveles de gasto que el pueblo siempre demanda. El Estado de Bienestar encontró en Zapatero, ¡su máxima expresión!

Pero la burbuja inmobiliaria se desinfló y con ello la recaudación tributaria cayó en picada. Ante la atenta mirada de Zapatero y el pueblo español lo que era una “economía sana y equilibrada” se convirtió en una “economía deficitaria”.
El gobierno de Zapatero comenzó un tibio ajuste, pero la situación lo desbordó y el pueblo lo castigó en las elecciones.

Llegó Rajoy prometiendo más ajuste y la gente avaló su propuesta. Pero al llegar al gobierno, no tuvo el coraje para avanzar lo necesario. Distintos analistas muestran que no hubo ajuste, graficando que el gasto y el déficit no ceden.

Cada discurso del nuevo Presidente transmite aun más dudas, y la actividad económica se resiente, continuando con la baja en la recaudación fiscal. El déficit permanece.
“Indignado” el pueblo sale a la calle, pero nadie comprende el mensaje, porque la solicitud es tan heterogénea como los individuos que gritan ¡basta!

El fin del Estado de Bienestar y el Presupuesto Base Cero

España no puede sostener hoy el Estado de Bienestar desarrollado por Zapatero. Alemania “ayuda” en una transición hacia la normalización de las cuentas, pero sin ajuste, el objetivo no se alcanza. El desempleo sigue aumentando, y por ello muchos españoles hacen sus valijas y abandonan su tierra, migrando hacia América y otros destinos, tal como ocurrió hace alrededor de un siglo.

Pero hay una gran diferencia. Hoy no hay guerra. Hoy sólo hay un ilusorio Estado de Bienestar que pide a gritos ser corregido. Se necesita para ello una reforma integral del Estado que permita ordenar las finanzas públicas y terminar con los desequilibrios.

Está claro que el ajuste es doloroso, pero la fiesta de gasto no puede continuar. Es por ello que propongo que volvamos sobre una herramienta poco estudiada, aun por los economistas. Se trata del “Presupuesto Base Cero” o el “Zero Based Budgeting” (ZBB).

El presupuesto base cero tiene su origen en el mundo de la empresa, específicamente en 1970, cuando Peter Pyhrr, su creador, lo introdujo en la empresa americana Texas Instruments. El caso fue exitoso, y poco a poco se extrapoló a otras empresas, hasta que en 1971, Jimmy Carter contrató a su creador para aplicar la herramienta a la administración estatal. Primero como gobernador del Estado de Georgia, luego como Presidente de los Estados Unidos, Carter utilizó esta herramienta para enfrentar el proceso inflacionario de los años 1970.

Con el tiempo la práctica se extendió exitosamente al Reino Unido, Singapur, Nueva Zelanda y algunos otros estados de Norteamérica.

La mayor ventaja de este sistema, es que ignora la práctica habitual de considerar el gasto del año anterior y sumar algo más de dinero a cada partida. En este caso, se ignora la historia presupuestaria del gobierno municipal, provincial o nacional, y se reconsidera, o reevalúa, la necesidad de cada partida, tanto histórica como nueva. En otras palabras, se busca que se vuelva a justificar cada una de las partidas del nuevo presupuesto.

Algunos analistas insisten en que esta propuesta requiere de mucho tiempo, puesto que se debe reelaborar todo el presupuesto, o más bien, volver a discutir cada función del estado.

Mi impresión es que esta herramienta debieran utilizarla todos los gobiernos, al menos una vez cada década, justamente para mejorar la calidad del Estado, pero especialmente en casos de crisis fiscales como la del Estado de Bienestar Europeo de hoy.

Ya es demasiado tarde para reelaborar el presupuesto 2013. Pero existe la oportunidad de empezar a debatir el cambio que España necesita para el presupuesto 2014. Rajoy tiene en sus manos la posibilidad de pasar a la historia como el Presidente que resolvió la crisis, o bien, si mira para otro lado, observar como España abandona la Unión Europea y vuelve a los procesos inflacionarios que la han caracterizado durante gran parte de su historia.

Argentina también lo necesita

Uno de los aspectos económicos fundamentales del kichnerismo 2003-2012 es la expansión del gasto público consolidado, que pasó del 30 al 45 % en menos de una década. Esto fue posible por varios factores, desde la re-estatización del sistema de pensiones hasta el precio de los commodities que no ceden. Pero los recursos se agotan, y al igual que Zapatero el déficit se incrementa, junto con su monetización y su consecuente inflación.

Es muy difícil pensar que el kirchnerismo vuelva hacia atrás en este proceso de expansión de gasto. Pero la oposición debiera destacar este punto y comenzar a plantear la necesidad de una reestructuración del gasto y una reforma integral del Estado para lo que vendrá post-2015.

El presupuesto base cero, de nuevo, se vuelve una herramienta fundamental. Por supuesto que es costoso y que habrá dificultades políticas y sociales en su implementación. Pero como científicos sociales, debemos destacar que mirar para otro lado, no resolverá los problemas.

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.