LA XENOFOBIA ENFERMIZA DE TRUMP

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

El otrora baluarte del mundo libre está en manos de un xenófobo que contradice todos los valores en su momento estipulados por los Padres Fundadores de esa nación que ha mantenido durante un largo período esos principios de apertura y respeto para con el extranjero. Ahora este megalómano coincide con esperpentos conocidos en otras latitudes como el “vivir con lo nuestro” y otras sandeces de tenor equivalente.

 

La xenofobia no es solo con respecto a la inmigración y sus declaraciones racistas, Trump agrede comercialmente a Europa, a México, Canadá y China con la pretensión de encerrarse dentro de sus fronteras lo cual es similar a que se establezcan aduanas interiores en cada barrio para “defenderse de la invasión” de productos más baratos y mejores de otros pueblos, un lenguaje militar del todo inapropiado como si se tratara de ejércitos de ocupación. Con estas actitudes se hace muy difícil la convivencia civilizada.

 

En el contexto xenófobo que impone Trump, nada se gana con reducir impuestos si a la vez se incrementa sideralmente el gasto público. Poco se gana con desregular algunas áreas si simultáneamente se arremete contra el Poder Judicial y el periodismo. Es típico de mente conservadora siempre comparar la situación con gestiones peores de otros mandatarios, lo cual es lo contrario de la actitud de las izquierdas que siempre reclaman más desde sus puntos de vista autoritarios por eso es que son éstos los que corren el eje del debate y marcan la agenda.

 

La “guerra comercial” iniciada por el actual morador de la Casa Blanca con su peculiar estilo capilar y bravuconadas varias debe poner en alerta a quienes forman parte de los países agredidos por la suba de aranceles a sus productos en el mercado estadounidense. Lo digo en el sentido de tener muy en cuenta que la denominada “reciprocidad” en esa trifulca no es tal. Si el país A impone aranceles a los productos que proceden del país B, este último haría muy mal en agregar también tarifas para los bienes que entran del primer país puesto que de ese modo estará perjudicando doblemente a sus ciudadanos: la primera vez por la contracción en las ventas al país A y la segunda por obligar a sus habitantes a comprar más caro de ese mismo país… vaya reciprocidad.

 

Otra vez se repite la situación ya anticipada por Adam Smith en el siglo xviii en cuanto al peligro de empresarios metidos en la política. Un empresario eficiente es aquel  que revela un talento especial para descubrir cuando los costos están subvaluados en términos de los precios finales y saca partida del arbitraje correspondiente, lo cual para nada significa que  conozca un ápice de los fundamentos éticos, jurídicos y económicos de una sociedad abierta.

 

No parece haber otra salida que reiterar lo dicho anteriormente sobre el tema arancelario. Parece increíble que a estas alturas del siglo xxi seguimos debatiendo si hay que imponer trabas o no al comercio entre países. Todavía se siguen empleando los argumentos más retrógrados, primitivos y cavernarios del mercantilismo que comenzaron a esgrimirse en el siglo xvi al efecto de bloquear transacciones de bienes y servicios a través de las fronteras, como si éstas fueran delimitaciones mágicas que modifican todos los principios de sensatez y cordura.

 

La base central para derribar las trabas al comercio exterior es que permite el ingreso de mercancías más baratas, de mejor calidad o las dos cosas al mismo tiempo. Es idéntico al fenómeno de incrementos en la productividad: hace menos onerosa las erogaciones por unidad de producto con lo que se liberan recursos humanos y materiales para poder dedicarlos a otros menesteres, lo cual, a su turno, significa estirar la lista de bienes y servicios disponibles que quiere decir mejorar el nivel de vida de los habitantes del país receptor.

 

Esto mismo es lo que sucedió cada vez que se inventó un procedimiento para mejorar la productividad con lo que, como queda dicho, se liberan recursos humanos y materiales para otros emprendimientos al efecto de satisfacer otras necesidades para lo que el empresario está atento en cuanto a capacitaciones y así lograr sus objetivos de aumentar ganancias. Ese es el progreso. Todo aprovechamiento de los siempre escasos recursos se traduce en aumento de salarios e ingresos en términos reales puesto que ello es consecuencia de las tasas de capitalización.

 

Si se comienza a preguntar cuales cosas se podrían fabricar como si estuviéramos en Jauja y todos estuvieran satisfechos, quiere decir que no hemos entendido nada de nada sobre economía. Reiteramos, en verdad la cuestión arancelaria no es diferente de los efectos que tendrían lugar si se impusieran aduanas interiores en un país o si un productor de cierto bien en el norte descubre un nuevo procedimiento para producirlo y consecuentemente lo puede vender más barato y mejor, pero en el sur lo bloquean debido a que los de la zona lo fabrican más caro y de peor calidad.

 

Este es el mensaje de los funcionarios de las aduanas de todas partes: “no vaya usted a traer algo mejor y de menor precio porque perjudicará gravemente a sus congéneres”. En un sentido contrario, este es el significado de los duty free que tanto fascinan a todo el mundo los cuales dejarían de existir si no se interpusieran los aranceles y tampoco viajarían pasajeros con medio mundo a cuestas en proporción a lo cerrado al comercio que sean sus países de origen puesto allí que podrían adquirir lo que necesitan en lugar de acarrear pesadas maletas y esconder productos en los lugares más increíbles del cuerpo para no ser detectados por los antedichos burócratas (por supuesto que los que imponen semejantes legislaciones ingresan mercaderías con pasaportes diplomáticos y otras prebendas).

 

A juzgar por los voluminosos “tratados de libre comercio” aún no se comprendió que la abolición de aranceles permite ajustar la relación exportación/importación a través del tipo de cambio libre. Al exportar ingresan divisas que se deprecian en relación a la moneda local, lo cual estimula las importaciones que, a su vez, aprecian la divisa extranjera debido a la salida de las mismas, lo cual frena las importaciones y estimula las exportaciones y así sucesivamente. Todo arancel a las importaciones afecta las exportaciones puesto que disminuye las demandas de divisas que es precisamente lo que incentiva las exportaciones y viceversa.

 

Sin duda que si los gobiernos introducen alquimias monetarias, manipulaciones del tipo de cambio, endeudamientos estatales que hacen las veces de entrada de capitales y se impone dispersión arancelaria se crea un embrollo que perjudica a las partes en las transacciones comerciales y, especialmente, a los consumidores. Este es especialmente el caso del endeudamiento: entran divisas del exterior que no son fruto de las exportaciones por lo que se deprecia el tipo de cambio, lo cual, a su turno,  incentiva artificialmente las importaciones que, a su vez, generan desbalances artificiales.

 

El francés decimonónico Frédéric Bastiat tiene infinidad de escritos en los que se burla del llamado “proteccionismo” que en verdad desprotege a los consumidores y le da cobertura a empresarios ineficientes que viven a costa de los demás. En este contexto, en su época sugería se obligue a tapiar todas las ventanas de las casas al efecto de proteger a los fabricantes de candelas de la “competencia desleal del sol”.

 

En aquellos tiempos del siglo xvi Montaigne escribió sobre el comercio de modo tal que luego lo dicho se conoció como “el dogma Montaigne” que consistía en la peregrina idea de que en toda transacción la parte que hace entrega de dinero pierde mientas que quien la recibe gana, situación que modernamente se denomina “suma cero” en el contexto de la teoría de los juegos. Pues bien, la miopía de Montaigne y sus seguidores no les permite ver que en toda transacción ambas partes ganan: el que entrega dinero es porque aprecia más el bien o servicio recibido que la suma que entrega a cambio, de lo contrario no hubiera realizado la operación. De aquella falacia deriva la noción la balanza comercial favorable si se exporta más de lo que se importa y la supuesta ventaja de acumular dinero.

 

En realidad lo ideal para un país sería solamente importar sin exportar nada, es decir arrasar con los bienes y servicios del mundo sin tener que llevar a cabo exportación alguna. Es lo mismo que sucede con cada uno de nosotros: es difícil de imaginar una situación más grata que la de comprar y comprar de todo sin necesidad de vender nada. Lamentablemente nos vemos obligados a vender bienes o servicios para poder adquirir lo que necesitamos, lo mismo ocurre con un conjunto de personas que viven en un país las cuales deben vender al extranjero para poder comprarles o, de lo contrario, deben ingresar capitales al país para poder financiar dichas adquisiciones. Por estas falacias es que Jacques Rueff en The Balance of Payments aconseja que los gobiernos no lleven las estadísticas del comercio exterior ya que constituyen una tentación para intervenir en el mercado que es cuando se suceden los desajustes mencionados.

 

Es paradójico que se hayan destinado años de investigación para reducir costos de transporte y llegados los bienes a la adunada se anulan esos tremendos esfuerzos a través de la imposición de aranceles, tarifas y cuotas. Kenneth Boulding en su clásico Análisis Económico concluye que “Así pues, un defensor razonable de los aranceles debe demostrar su lógica dispuesto a defender el retorno a los tiempos del caballo y la diligencia”.

 

En general los defensores de los aranceles son empresarios prebendarios con el apoyo logístico de intelectuales partidarios de esa contradicción en términos denominada “economía cerrada” (como lo es un círculo cuadrado), pero si se compara con los millones de consumidores perjudicados comprobamos lo que puede hacer una minoría decidida.

 

Vilfredo Pareto escribió que “el privilegio, incluso si debe costar 100 a la masa y no producir más que 50 a los privilegiados, perdiéndose el resto en falsos costes, será en general bien aceptado, puesto que la masa no comprende que está siendo despojada, mientras que los privilegiados se dan perfecta cuenta de las ventajas de las que gozan”.

 

Hay un dèjá vu en todo este pataleo estadounidense. Del mismo modo que ocurre con las personas, un grupo de ellas conocida como una nación tiene todo que ganar al abrirse al comercio, en este sentido resulta del todo irrelevante si las otras personas y países deciden hacer las del troglodita.

 

A este cuadro de situación se agregan las crisis en España y en Italia (ahora con Sánchez y Conte a la cabeza) para no decir nada de las lamentables economías de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia a las que se acoplan las ya destrozadas de Irán y Corea del Norte. Tal vez los signos más alentadores en América latina estén representados por Chile y por las perspectivas electorales en Colombia que afortunadamente van en dirección opuesta a los nubarrones electorales que se avecinan en México (es de esperar que Brasil y Argentina encuentren rumbos adecuados).

 

En resumen, respecto al tema arancelario, tal como señala Milton Friedman “La libertad de comercio, tanto dentro como fuera de las fronteras, es la mejor manera de que los países pobres puedan promover el bienestar de sus ciudadanos […] Hoy, como siempre, hay mucho apoyo para establecer tarifas denominadas eufemísticamente proteccionistas, una buena etiqueta para una mala causa”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

 

 

UNA CONEXIÓN INTERESANTE

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Hay dos andariveles que apuntan en la misma dirección de la sociedad abierta. Por un lado, la argumentación sobre las ventajas para el ser humano de vivir en libertad y la humillación y miseria de vivir en cautiverio a contramano de la condición propiamente humana de que se le respete a cada cual su proyecto de vida, con la única condición que se proceda de igual manera con los caminos que otros desean seguir, en otras palabras, con tal de que no se lesiones derechos de terceros.

 

Esta es la primera vertiente en la que el indagar en los fundamentos éticos, económicos y jurídicos de la sociedad abierta se hace necesaria para comprender las razones de adoptar esa forma de vida. El segundo andarivel consiste en la mera acción de seres humanos que persiguen su propia protección en los hechos sin escudriñar en las bases filosóficas de su comportamiento.

 

Por ejemplo, cuando leemos que en tal o cual zona los vecinos deciden cercar su barrio para resguardar sus propiedades y así sus familias encontrarse más seguros frente a posibles asaltos y acechanzas varias. Por ejemplo, cuando se establece un centro comercial en donde el estacionamiento de vehículos está cuidado por particulares, las sendas interiores para circular cuentan con buena iluminación, están en buenas condiciones y están protegidas por servicios privados. Por ejemplo, cuando las personas contratan seguridad no-estatal porque desconfían de la policía. Por ejemplo, cuando se efectúan arreglos contractuales en base a árbitros privados al efecto de dirimir cualquier incumplimiento. Por ejemplo, cuando aparecen servicios de taxis en competencia con los permitidos por la autoridad del momento. Por ejemplo, cuando se recurre a los mercados informales para obtener lo que no obtienen en los oficiales. Por ejemplo, cuando la gente prefiere aportar a mutuales de medicina privada, y así sucesivamente.

 

Esta segunda vertiente, en la enorme mayoría de los casos no se produce sobre la base de un análisis pormenorizado del asunto, ni siquiera se alegan las ventajas de la sociedad abierta. Por el contrario, se procede en base a la mera intuición, a lo que les sale de las entrañas a quienes actúan de esa manera, a lo que es conforme a su naturaleza, a lo que intuyen es justo. Son también ideas sin las cuales no se puede actuar (salvo los denominados actos reflejos) pero son muy rudimentarias.

 

Ahora bien, estas últimas acciones y procedimientos no pueden dejarse a la deriva puesto que a la primera de cambio al enfrentarse con quienes equivocadamente argumentan los inconvenientes que a su juicio producen aquellos resguardos individuales y sostienen los beneficios que generaría la estatización y colectivización de las áreas referidas sin percatarse de “la tragedia de los comunes”, a la primera de cambio decimos, se ven obligados a retroceder puesto que no cuentan con las necesarias argumentaciones.

 

Además, esos procederes en base a la intuición están prendidos con alfileres en otro plano: no es infrecuente que den apoyo a propuestas políticas que succionan recursos de los bolsillos de otros puesto que estiman que a ellos no los afectará, todo lo cual pone de relieve una enorme contradicción.

 

Entonces resulta indispensable contar con razones y motivos y no proceder a los tumbos. Por eso es que es tan importante dedicarle el suficiente tiempo para pensar, decantar y concluir sobre los referidos fundamentos. De allí es que resulten de tanta trascendencia los debates sobre ideas de fondo, siempre en un proceso de permanente aprendizaje puesto que no hay tal cosa como ideas definitivas, deben ser probadas y defendidas cotidianamente y cambiadas cuando se demuestre la validez de otros principios rectores. Es un proceso evolutivo que no tiene término para los mortales puesto que la perfección no está a su alcance.

 

En lo personal, insisto en la definición que formulé hace varias décadas sobre el liberalismo como “el respeto irrestricto a los proyectos de vida de otros”, en esta franja muy amplia caben todos los progresos y cambios que se consideren pertinentes y calza en la larga y fecunda secuencia de contribuciones formidables que han realizado destacados miembros de esta corriente de pensamiento, desde Cicerón, pasando por la Escolástica Tardía, Sidney y Locke, la Escuela Escocesa, la Escuela Austríaca, Nozick y Buchanan para citar solo lo más descollante de esta tradición.

 

Del otro lado del mostrador de las ideas se ubica la arrogancia de quienes pretenden dirigir vidas y haciendas ajenas en todos los planos que los tentáculos del Leviatán les resulte posible abarcar, con lo que convierten a las personas en súbditos en una especie de horripilante esclavitud moderna. En este contexto, se observa con tristeza y angustia a funcionarios gubernamentales y candidatos a serlo ostentando una soberbia supina con que se conducen megalómanos que se arrogan la facultad de imponer acerca de lo que deben hacer o no hacer los demás con el fruto de sus respectivos trabajos.

 

Hay mucho que anda muy mal si la constitución del gobierno ha sido concebido modernamente para proteger los derechos de los gobernados pero comprobamos que en la práctica se han vuelto los enemigos de la gente con lo que nos hemos retrotraído a las peores épocas de los sátrapas de la antigüedad solo que con la fachada de la democracia en verdad convertida en pura cleptocracia.

 

Desafortunadamente hay quienes pretenden ocuparse de sus negocios y asuntos personales sin destinar el tiempo suficiente para que el sistema le permita proceder en ese sentido, con lo que a la corta o a la larga ven sus proyectos frustrarse. Es que el clima de libertad y respeto no surge automáticamente. Es indispensable dedicarle tiempo y esfuerzo cotidiano para que aquello tenga vigencia. Por eso mismo es que los Padres Fundadores estadounidenses repetían que “el costo de la libertad es su eterna vigilancia”. Y no se trata de endosar a otros la faena, cada uno, independientemente de cuales sean sus intereses y vocaciones personales, tiene el deber ineludible de contribuir a que se entiendan y se comprendan las bases de la libertad. Solo así tendrá sentido el respeto recíproco. Solo así se dará lugar al progreso moral y material sobre bases sustentables. Solo en este contexto se podrá ser optimista con fundamento sólido.

 

Comportarse como simple free rider del trabajo de otros que se esmeran en explicar y difundir los valores de la sociedad abierta está condenado al fracaso. La tarea es de todos los que creen en la dignidad del ser humano, en la unicidad de cada uno y en la capacidad de cada cual de decidir por si mismo sin la prepotente imposición de otros.

 

Como he consignado en otra oportunidad, Herbert Spencer en su obra titulada El exceso de legislación apunta con énfasis lo mucho que la sociedad le debe a los emprendedores y los daños colosales que llevan a cabo gobiernos habitualmente descarriados que no son generadores de riqueza sino que siempre la succionan de la gente. Juan Bautista Alberdi, en sus Obras completas recoge ese pensamiento spenceriano para llegar a las mismas conclusiones que alarman a este pensador que siempre basó sus reflexiones en la siguiente consideración que también estampa en sus escritos y que he citado muchas veces porque resume la esencia de su receta para el progreso, “¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra”. Spencer y Alberdi señalan lo paradójico que resulta que todo lo que dispone la humanidad se debe a la creatividad empresaria y, sin embargo, las plazas y las calles están generalmente tapizadas con los nombres de quienes habitualmente ponen palos en la rueda: politicastros de diverso signo y especie.

 

No se trata de fabricar “un hombre nuevo” vía el uso de la violencia de los aparatos estatales. Ya hay bastante experiencia de la miseria y las muertes que estos experimentos han creado. Se trata de estudiar la naturaleza humana y comprobar que todos actuamos en nuestro interés personal (lo cual incluye la caridad que es muy bienvenida y los actos criminales que deben ser combatidos). De este modo es que en un clima de libertad cada uno al satisfacer las necesidades de su prójimo se beneficia a si mismo con el producto de la transacción siempre pacífica y voluntaria, mientras el emprendedor está atento a los cambios de preferencias al efecto de dar en la tecla.

 

Nada garantiza el éxito del emprendedor ya que sus conjeturas sobre lo que aprecian otros pueden estar erradas. De este modo, quien acierta obtiene ganancias y quien yerra incurre en quebrantos. El cuadro de resultados marca el camino, lo cual se diferencia radicalmente de los prebendarios que solo se ocupan de acercarse al poder político para obtener un privilegio en desmedro de los consumidores que deben pagar precios más elevados, obtener calidades inferiores o ambas cosas a la vez.

 

Gracias a los emprendedores, la civilización cuenta con agua potable, con alimentos, con medicinas, con medios de transporte, con diques y represas, con libros, teatro, vestimenta, equipos, mobiliario y todo lo que atiende las necesidades básicas y las culturales y de confort. Nada hay sin el emprendedor desde al arco y la flecha hasta nuestro días y todo esto a pesar de las regulaciones absurdas y las cargas fiscales de los gobiernos que habitualmente, como queda dicho, no se limitan a proteger derechos sino a lesionarlos y atropellarlos, estrangulando libertades que son anteriores y superiores a la existencia misma de las estructuras gubernamentales.

 

Desde luego que el emprendedor no se limita al ofrecimiento de activos materiales, por ejemplo, quienes inician nuevos programas educativos son también emprendedores y, más aun, son de una categoría de la cual dependen los emprendedores de lo crematístico-material puesto que, entre otras cosas, facilitan la existencia de valores y principios que hacen posible el surgimiento de aquellos.

 

En cualquier caso, el emprendedor está siempre al acecho de oportunidades, más técnicamente expresado está atento a lo que estima son costos subvaluados en términos de los precios finales para sacar partida del arbitraje correspondiente en el sentido más lato de la expresión.

 

La mejor descripción de lo que viene ocurriendo la consignó Aldous Huxley, pensamiento con que abro la introducción de mi nuevo libro Estampas liberales que publicará a principios del año próximo el Club de la Libertad de Corrientes y la filial argentina de Unión Editorial de Madrid. Huxley escribió: “En mayor o menor medida, entonces, todas las comunidades civilizadas del mundo moderno están hechas de una pequeña clase de gobernantes corruptos por demasiado poder y de una clase numerosa de súbditos, corruptos por demasiada e irresponsable obediencia pasiva” (Ends and Means).

 

En resumen, las dos vertientes o andariveles que mencionamos en esta nota periodística y que se conectan entre sí en la lucha por la protección de las autonomías individuales deben exponerse con claridad y rigor para que una de ellas no quede en una débil intuición que no se sostiene por si misma sino que se encuentre debidamente sustentada en argumentaciones fértiles al efecto de darle la protección adecuada a los derechos de cada cual.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

¿ESCRIBIR SOBRE LA COYUNTURA?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

En una amable reunión de días pasados donde di una charla sobre la Escuela Austríaca de Economía, entre los interrogatorios me preguntaron cual es la razón por la que habitualmente escribo en mis columnas semanales sobre ideas de fondo y no  sobre los sucesos de coyuntura. Mi respuesta es que las dos cosas son necesarias pero el análisis coyuntural está sobredimensionado mientras que las ideas de fondo son muy poco debatidas. Y es que la coyuntura irá para un lado o para otro según sea la compresión o incomprensión de las ideas que le dan sustento a los sucesos cotidianos.

 

Si nos concentramos solo en la coyuntura estamos comenzando por el final y, más aun, a media que se abandonan las ideas de fondo desde la perspectiva de la sociedad libre, se va encogiendo la posibilidad de debatir ideas porque se engrosa lo “políticamente correcto” que es cada vez más inclinado al estatismo dado que los partidarios de la libertad dejan el terreno inexplorado respecto a los fundamentos éticos, económicos y jurídicos de la sociedad abierta.

 

Ya se sabe que el político no puede ir más allá en la articulación de su discurso de lo que pueda digerir la opinión pública. Si se excede, indefectiblemente pierde apoyo electoral y finalmente es desplazado. ¿Cómo se hace entonces para revertir la situación? La respuesta debe verse en los tan necesarios debates respecto a ideas de fondo y en la medida en que se comprendan en los distintos estadios hasta llegar a la opinión pública el político podrá, recién en esa instancia, articular un discurso en línea con la sociedad libre que apunta a desmantelar un Leviatán engrosado desmedidamente y que todo lo atropella a su paso.

 

Las máquinas infernales de impuestos astronómicos, de gastos públicos siderales, de deudas estatales insoportables y de regulaciones asfixiantes no se revierten automáticamente, requieren explicaciones y debates. No se resuelven simplemente con descripciones de las ocurrencias cotidianas, se necesita fundamentación y argumentación adecuadas.

 

No es que no sea conveniente describir la coyuntura, se necesita saber que sucede, es necesario comentar sobre la noticia del momento, pero mi punto es que, dada la situación imperante, hay un manifiesto desbalance entre el análisis de las ideas de fondo que subyacen en esa coyuntura y la descripción de los sucesos diarios. Por supuesto que no he podido dejar de escribir sobre la coyuntura frente a sucesos tremendos como las Torres Gemelas, los ataques terroristas en Francia, los desvaríos espantosos del dictador venezolano, el significado del Brexit, las características de Donald Trump, el peligroso avance del nacionalismo en Europa, el caso argentino del desplazamiento  kirchnerista, en su momento la atolondrada invasión  a Irak, la deuda estadounidense, las barrabasadas de los Castro, declaraciones estridentes del Papa, las falsas apariencias del Mercosur, las compadradas del sátrapa de Corea del Norte, incluso la irrupción masiva del Pokémon y similares hechos de envergadura que no pueden soslayarse, pero el foco lo concentro en el debate de ideas de fondo por las razones apuntadas.

 

Antes he escrito sobre el significado de la teoría y la práctica pero es del caso volver sobre el asunto. En la mayor parte de las acciones y propuestas para aplicar en el terreno político no hay maldad sino buena voluntad y las mejores intenciones, el tema estriba en la idea que se encuentra tras las conductas, es decir, como se conciben los nexos causales correspondientes, en otros términos, cual es la teoría que fundamenta tal o cual política. “Nada hay más práctico que una buena teoría” ha dicho con mucha razón Paul Painlavé, por lo que se torna imperioso discutir la teoría.

 

Todo lo que ha creado el hombre se basa en una teoría, si el resultado es bueno quiere decir que la teoría es correcta si es malo significa que la teoría es equivocada. Esto va desde el método para sembrar y cosechar, la fabricación de una computadora, hasta la plataforma de un partido político.

 

Ideas y teorías son conceptos que interpretan diversos sucesos, como se ha apuntado tantas veces no se trata de “ideologías” en el sentido de propuestas cerradas e inexpugnables, por el contrario, se trata de procesos abiertos dado que el conocimiento tiene el carácter de la provisionalidad sujeto a refutaciones y en un contexto siempre evolutivo (es por eso que hace poco escribí una columna titulada “Contra la ideología”).

 

Entonces, si la raíz del asunto estriba en las ideas es allí donde debe concentrarse el trabajo: en debates abiertos y en el estudio desapasionado de diversas corrientes de pensamiento ya que la cultura forma parte de un entramado de préstamos y donativos, de recibos y entregas múltiples que se alimentan entre sí conformando una textura que no tiene término.

 

Sin embargo, se observa que la mayoría de quienes desean de buena fe terminar con la malaria paradójicamente se dedican a la coyuntura y a repetir lo que está en los noticieros y que todo el mundo sabe. El relato de la coyuntura no escarba en el fondo del asunto, se limita a mostrar lo que ocurre lo cual ni siquiera puede interpretarse si no se dispone de un adecuando esqueleto conceptual. Más bien, como se ha dicho, es pertinente subrayar que la buena coyuntura se dará por añadidura si se comprende y comparte la teoría que permite corregir lo que haya que corregir.

 

Por parte de los que se dicen partidarios de la sociedad abierta hay un gran descuido de las faenas educativas, muy especialmente en lo que hace a la gente joven en ámbitos universitarios que constituye el microclima del que parirá el futuro. Y no solo eso sino el referido desbalance entre la noticia y el análisis de ideas de fondo. Afortunadamente los medios de comunicación no se circunscriben a dar la noticia sino que se publican columnas de opinión.

 

Muchos son los bienintencionados que estiman que los problemas pueden resolverse dirigiéndose a quienes al momento tienen posiciones de poder sin percatarse de la futilidad de la tarea. Se dice que no hay tiempo que perder y que el trabajo intelecutal es a muy largo plazo, lo cual se viene repitiendo desde tiempo inmemorial. Por otra parte, los espíritus totalitarios operan con notable éxito en la difusión de sus ideas, con lo que han logrado un plafón intelectual de enormes proporciones que naturalmente empujan a discursos políticos en sintonía con esa tendencia. Tienen presente los dichos de Gramsci y Mao que respectivamente rezan de este modo: “tomen la cultura y la educación y el resto se dará por añadidura” y “la marcha más larga comienza con el primer paso”.

 

Está bien ilustrar la idea con la coyuntura como anclaje para algún ejemplo, pero sin perder de vista que es aquella la que marca el rumbo y nada se gana con inundar de series estadísticas si no se tiene clara la teoría que subyace. Es que no pocos de los que se circunscriben a los datos de coyuntura desconocen los fundamentos de la propia filosofía que dicen suscribir. Esto se nota ni bien salen a relucir temas de fondo.

 

La dedicación y los esfuerzos por explicar y argumentar la raíz de los problemas son tanto más necesarias cuanto que los socialismos de diversas tonalidades apuntan a sentimientos de superficie y evitan hurgar en razonamientos que permiten vislumbrar las ventajas de la libertad. En este mismo sentido, el premio Nobel en economía Friedrich Hayek nos advierte que “la economía es contraintuitiva” y el decimonónico Bastiat insistía en que el buen analista hurga en “lo que se ve y lo que no se ve”, lo cual demanda faenas adicionales.

 

Como la energía es limitada y los recursos disponibles también lo son, conviene establecer prioridades para enfrentar los crecientes desmanes de los gobiernos, supuestos defensores de las autonomías individuales. Como queda apuntado, correr tras las coyunturas es poner la carreta delante de los caballos, se requiere como el pan de cada día el prestar debida atención al debate de ideas ya que son éstas precisamente las que generan tal o cual coyuntura.

 

Finalmente, conviene precisar que por el momento no hay ningún mecanismo de gobierno que mejore la marca de la democracia, lo cual no significa rendirse ante espacios por los que se filtra el rostro del autoritarismo con la pretensión de que mayorías circunstanciales expriman y aplasten los derechos de las minorías, por eso se hace necesario estar alerta y reforzar procedimientos para maniatar al Leviatán. En esta línea de pensamiento, debe subrayarse que en el plano político se requiere el consenso y la negociación entre posturas diferentes al efecto de permitir la convivencia, pero lo que destacamos en esta nota periodística es la imperiosa necesidad de esforzarse en incentivar debates abiertos de ideas en la esperanza de que la comprensión de los beneficios de la libertad se hagan más patentes, para lo que el enfrascarse en  mediciones y gráficos de lo que ocurrió no contribuye al objetivo de marras.

 

En otras palabras, circunscribirse a correr tras la coyuntura es un certamen destinado al completo fracaso puesto que los números serán cada vez peores debido, precisamente, a que no se han comprendido las ideas que posibilitan la corrección de datos que constituyen la expresión de lo que ocurre. Comprendo que en la desesperación -porque la barranca abajo a veces es muy empinada- haya quienes se empeñan en batallar con cifras con la pretensión de que se entienda el desastre pero esta tarea es equivalente a correr tras la sombra de uno mismo con el sol a las espaldas que nunca se alcanza, hasta que se decida “tomar el toro por las astas” y encarar el problema de fondo y aclarar las ideas que subyacen a los datos de coyuntura.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

LIBERTAD Y PROGRESO: LOS EMPRESARIOS

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

No es necesario detenerse a considerar en detalle los problemas que se presentan en nuestro mundo. Uno de los aspectos álgidos del cual depende todo lo demás es la manifiesta incomprensión de los fundamentos éticos, económicos y jurídicos de la sociedad abierta.

 

Paradójicamente se critica a un capitalismo inexistente puesto que los aparatos estatales se han convertido en maquinarias infernales que cobran tributos insoportables, deudas públicas internas y externas astronómicas y regulaciones asfixiantes, todo financiado naturalmente con un nivel abultadísimo de gastos para alimentar a un insaciable Leviatán.

 

Aquí no es del caso analizar esta o aquella gestión gubernamental, el asunto son los resultados de décadas de populismo más o menos intenso y de uno u otro signo y etiqueta circunstancial. El hecho es que el mundo se debate hoy en esta situación.

 

Sin duda que el problema es la educación, es decir, la deficiencia en explicar las bases de la sociedad civilizada y, por ende, la decadencia de los valores y principios que la sustentan.

 

Afortunadamente hay casas de estudio, fundaciones e instituciones varias en diversos países que se dedican a contrarrestar esta malaria con presentaciones de rigor, argumentando las ventajas de una sociedad libre. Pero no es suficiente si a estas faenas muy meritorias se las compara con la catarata de falacias difundidas que dan apoyo a través de múltiples vías al engrosamiento de los referidos aparatos estatales que destrozan vidas y haciendas ajenas al tiempo que eliminan de cuajo los incentivos para proteger autonomías individuales.

 

De más está decir que aquellas entidades solo pueden recurrir a empresas privadas para obtener fondos que permitan financiar sus programas. No pueden buscarse recursos donde no existen y el empresariado es el grupo que necesita libertad para cumplir su rol específico de asignar recursos en el mercado.

 

Como es sabido, el empresario conjetura que los costos están subvaluados en términos de los precios finales al efecto de sacar partida del consiguiente arbitraje. Si acierta obtiene ganancias y si yerra incurre en quebrantos. El cuadro de resultados le marca si está bien o mal orientado en la satisfacción de las necesidades del consumidor.

 

En la medida en que los aparatos estatales intervienen en la economía, los precios se desdibujan y dejan de reflejar las estructuras valorativas y se asimilan a simples números dictados por los funcionarios de turno, con lo que la contabilidad, la evaluación de proyectos y el cálculo económico en general también dejan de expresar la situación real. En el extremo si se eliminan los precios, es decir, la propiedad, no se sabe si conviene construir carreteras con oro o con asfalto puesto que las consideraciones técnicas nada significan si no están referidos a precios. Sin llegar a este extremo de abolir la propiedad, como decimos, en la medida en que se intervenga en el proceso de mercado se distorsionan los precios que son las únicas señales para conocer si se está o no consumiendo capital.

 

Esto es así, pero henos aquí que ha habido y hay mal llamados empresarios que no solo no proceden de acuerdo a su antedicha misión específica sino que no ayudan a las instituciones que pretenden que las cosas vuelvan a su cauce e incluso critican el mercado libre. Se enriquecen fruto de las alianzas con el poder político del que reciben dádivas, privilegios y mercados cautivos que perjudican grandemente a la comunidad en la que trabajan.

 

Esto último es materia de otro debate, por el momento destacamos que aun procediendo como proceden algunos deberían buscar un reaseguro para su empresa, para sus hijos y nietos puesto que la lucha por el privilegio, esto es, el despojo cruzado recurriendo a la fuerza que impone el gobierno, tarde o temprano conduce al despeñadero.

 

Es cierto que no son pocos los “empresarios” que actúan del modo señalado porque estiman que de esta manera salvarán sus empresas y responderán bien ante los accionistas sin percatarse que si no modifican su actitud siempre el círculo se cierra y el gobierno termina de facto  manejando el flujo de fondos de la empresa con lo cual el así llamado empresario en la práctica pierde la empresa en el contexto de un sistema fascista donde se permite registrar la propiedad a nombre de particulares, pero, en los hechos, pertenece al gobierno.

 

Incluso el premio Nobel en economía George Stigler afirma que en Estados Unidos “han sido ellos [los empresarios prebendarios] quienes han convencido a la administración federal  y a la administración de los estados que iniciaran controles sobre las instituciones financieras, los sistemas de transporte, las comunicaciones, las industrias extractivas etc.” (en Placeres y dolores del capitalismo moderno). Por lo que Charles G. Koch, uno de los empresarios más prominentes de ese país, se pregunta: “¿Qué está pasando aquí? ¿Los dirigentes empresarios de Estados Unidos se han vuelto locos? ¿Por qué están autoaniquilándose debido a la voluntaria y sistemática entrega de ellos mismos y sus empresas a manos de reglamentaciones gubernamentales? […] La contestación, desde luego, es simple. No, estos empresarios y ejecutivos no comparten el deseo de suicidio colectivo. Ellos piensan que obtienen ventajas especiales para sus empresas […] En realidad están vendiendo su futuro” (en “A Letter from the Council for a Competitive Economy”).

 

Afortunadamente todos los empresarios no se comportan de aquella manera, muchos son respetuosos del mercado y ven las enormes ventajas de la libertad y encuentran un desafío en lograr objetivos dentro de las reglas del mercado libre y competitivo.

 

Esta larga introducción es para centrar la atención en un caso argentino que ilustra bien lo dicho, con total independencia ahora de quien sea el gobierno que circunstancialmente administra el Ejecutivo. El punto que hacemos se extiende a todos los empresarios locales en general en conexión con una entidad argentina de excelencia.

 

Se trata de la Fundación Libertad y Progreso de Buenos Aires, establecida como consecuencia a su vez de la fusión de tres destacadas fundaciones. Libertad y Progreso está dirigida por tres profesionales que dejaron sus respectivas empresas, negocios y estudios para abocarse a la tareas nobles de defender y difundir los antes mencionados valores de una sociedad libre, con la intención de retomar los consejos y principios de Juan Bautista Alberdi, el máximo inspirador de la Constitución liberal de 1853 que permitió a la Argentina disfrutar de los más altos niveles de prosperidad moral y material hasta que irrumpió el populismo bajo muy diversos signos políticos.

 

Libertad y Progreso ha desarrollado múltiples y muy jugosos programas en muy diversos frentes y tiene en carpeta otros tantos que ejecutaría si contara con los recursos suficientes. Los directivos de esta Fundación están sumamente agradecidos a todos los empresarios y personas de existencia física que brindan su apoyo financiero merced a lo cual se han podido llevar a la práctica tantos programas.

 

Pero, como queda dicho, los aportes no resultan suficientes si se tiene en cuenta la tarea ciclópea que debe llevarse a cabo para comenzar a revertir una tradición populista de hace más de siete décadas.

 

Es evidente que resulta una enorme bendición que esta institución se haya creado y una suerte mayúscula contar con la calidad moral y profesional de sus directores que han tenido el coraje, la honestidad intelectual y la decisión de dejar faenas lucrativas para encarar esto que han considerado su deber moral. En verdad un ejemplo para todos.

 

En estas circunstancias en realidad no resulta una exageración afirmar que los empresario debieran hacer cola para aportar a tan benéfica entidad, no para hacerle un favor a nadie sino en su propio beneficio y el de sus respectivas familias al efecto de contar con un país que vuelva a ser un faro en el camino y un punto de referencia para las naciones civilizadas.

 

Por supuesto que como en todo grupo humano puede disentirse aquí y allá con las opiniones de miembros de esa fundación, pero lo relevante es que en el balance neto los esfuerzos están dirigidos a que en nuestro país prime el respeto recíproco.

 

Hoy nos escribimos por correo electrónico con el director general, Agustín Etchebarne, y al pasar me contaba los denodados esfuerzos para el fund raising que deben realizarse casi cotidianamente. Su correo me recordó mi paso como rector de ESEADE durante los veintitrés años en los que estuve al frente de esa casa de estudios y del célebre fund raising que en verdad consumió más tiempo del que hubiera querido, pese a lo cual aprovecho para agradecer infinitamente a la comunidad empresaria por las muchas becas y aportes realizado en aquellas épocas.

 

Pero si nos quejamos con razón por esto o aquello que sucede en nuestro medio debemos tener en claro que no se trata de una casualidad, es el resultado de haber abandonado en gran medida y salvo honrosas excepciones la mencionada faena educativa. Y no se diga que esto produce resultados en el largo plazo, lo cual se viene machacando hace largas décadas, cuanto antes se empiece en este difícil pero muy gratificante trabajo, mejor. Ya estaríamos en el largo plazo si se hubieran redoblado esfuerzos con anterioridad. No hay que esperar milagros y poner manos a la obra cuanto antes. El equipo de Libertad y Progreso lo agradecerá y, sobre todo, las personas de bien de nuestro país.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

LA INMORALIDAD DEL SOCIALISMO

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Los sistemas sociales en última instancia debe ser juzgados por sus fundamentos éticos, es decir, por su capacidad de respetar la dignidad del ser humano, por la consideración a las sagradas autonomías individuales y, por consiguiente, a las mejores condiciones de vida posibles en este mundo, espirituales y materiales según sean las preferencias de cada cual dada la liberación máxima de las energías creativas.

 

Los socialismos en cualquiera de sus variantes significan quitar en mayor o menor medida la libertad de las personas por parte del monopolio de la fuerza que llamamos gobierno. No tiene sentido alguno hablar de moral cuando no hay libertad. No es moral ni inmoral aquél acto que se realizó por medio de la violencia y es pertinente recordar que la libertad significa ausencia de coacción por parte de otros hombres. No es correcto extrapolar la idea de libertad en el contexto de relaciones sociales a otros campos como la biología o la física. Como hemos subrayado antes, no se deja de ser libre en el sentido de las relaciones sociales cuando se comprueba el hecho de que hay personas que alegan no “son libres” de bajarse de un avión en pleno vuelo, o de ingerir arsénico sin sufrir las consecuencias, ni son “menos libres” los que están aferrados al tabaco. En este contexto carece de significación sostener que los pobres  “no son libres” para comprarse un automóvil de lujo con lo que se confunde la idea de la libertad con la de oportunidad. Sin duda que el lisiado no puede ganar una competencia de cien metros llanos, pero esto nada tiene que ver con la libertad en el contexto de las relaciones sociales.

 

Pero tal vez lo más relevante sea comprender que la libertad permite que cada uno se ocupe de sus asuntos sin que se le resulte posible lesionar derechos de otros y,  en ese ámbito, cada uno sepa que para prosperar debe inexorablemente mejorar la condición social de su prójimo sea en campos espirituales o materiales, sea brindando buenos consejos o brindando bienes y servicios que le agraden a sus congéneres. Así, en el terreno puramente material, los que aciertan obtienen ganancias y los que yerran incurren en quebrantos. Ese es el modo por medio del cual en una sociedad abierta se asignan derechos de propiedad. Los resultantes no son posiciones irrevocables, sino cambiantes siempre según la capacidad y dedicación de cada cual para atender los requerimientos de otros.

 

Hoy en día desafortunadamente tienen mucho predicamento las distintas manifestaciones de socialismo,  situación que al dañar el derecho de propiedad de la gente hace que la pobreza se extienda por doquier, a pesar de lo cual, cuando se presenta la posibilidad de pequeños islotes de libertad relativa, la consecuencia es un portentoso progreso.

 

Uno de los elementos centrales en este debate consiste en la igualdad. Ya en los albores de la Revolución Francesa, antes de los estropicios de la contrarrevolución jacobina, en los dos primeros artículos de la célebre Declaración se establecía la igualdad de derechos pero nunca la manía moderna del pretendido igualitarismo de ingresos y patrimonios que al imponer la guillotina horizontal empobrece a todos pero de modo especial a los más débiles. Esto es así porque los aparatos políticos al redistribuir compulsivamente lo que la gente ya distribuyó voluntariamente con sus compras en el supermercado y afines, provoca consumo de capital que, a su turno, necesariamente reduce salarios.

 

Este es un tema crucial: entender que el único modo de elevar salarios consiste en incrementar inversiones. No hay magias posibles en economía, lo contrario permitiría que se aumenten ingresos por decreto con lo que nos podrían hacer a todos millonarios. Pero las cosas no son así, hay que trabajar, ahorrar e invertir para elevar el nivel de vida. Y, a su vez, para atraer inversiones es indispensable contar con marcos institucionales civilizados de respeto recíproco.

 

En la medida que los gobiernos jueguen al Papá Noel con el fruto del trabajo ajeno (ningún gobernante pone a disposición su patrimonio), los resultados serán nefastos. Es inaceptable concebir una sociedad como un gran círculo donde cada uno tiene metidas las manos en los bolsillos del vecino. Esto es lo que se conoce en economía como “la tragedia de los comunes”: lo que es de todos no es de nadie y por tanto son nulos los incentivos para usar adecuadamente los siempre escasos recursos. La forma en que se prenden las luces y se toma café en el ámbito privado no es la misma en ámbitos estatales.

 

Por supuesto que lo dicho en cuanto a lo que ocurre en mercados abiertos y competitivos no sucede cuando pseudoempresarios se alían con el poder político de turno para conquistar privilegios y prebendas a espalda de la gente. En este caso sus ingresos y patrimonios no son el resultado de satisfacer a otros sino que son la consecuencia de una miserable explotación.

 

Es habitual que se vea a la riqueza como un proceso de suma cero, es decir que lo que tiene fulano es porque no lo tiene mengano. Esto no es correcto, la riqueza es un concepto dinámico no estático en el que nos pasamos de uno a otro los mismos bienes existentes. El que vende algo a cambio de dinero es porque aprecia en más el dinero que el bien que entrega a cambio y viceversa con el comprador. Ambas partes se enriquecen en la transacción donde hay intercambios libres.

 

No es cuestión de decir que se trata de contar con “visiones nobles y sublimes” y que por ende no se aceptan explicaciones pedestres basadas en la ciencia económica. Si se habla de pobreza material y de sufrimiento de quienes viven una vida miserable, es indispensable recurrir a la economía. Sin embargo, es frecuente que no se quieran oír las recetas económicas serias porque son “materialistas” y, simultáneamente, se alaban medidas económicas que arruinan a todos pero muy especialmente a los más necesitados puesto que cada vez que se sugieren dislates económicos de hecho se ataca a los más débiles por más buenas intenciones que se tengan (“los caminos del infierno están pavimentados con buenas intenciones”).

 

Hay además una cuestión básica referida a que el conocimiento está disperso y fraccionado entre millones de personas en la sociedad. La institución de la propiedad privada hace posible el sistema de precios que, a su vez, coordina ese conocimiento disperso y fraccionado al efecto de servir las preferencias y requerimientos de la gente.

 

He citado ad nauseam la ilustración que propone John Stossel y es que nos imaginemos un trozo de carne envuelto en celofán en la góndola de un supermercado y nos invita a cerrar los ojos y pensar en el largo y complejo proceso por el cual ese bien está finalmente a disposición masiva de los consumidores. Los agrimensores en los campos, los alambrados, los postes y sus antecedentes que significan emprendimientos de décadas para la forestación y reforestación junto a los transportes, las cartas de crédito, el personal y tantas otras facetas, el arado, las cosechas, los fertilizantes,  los pesticidas, el ganado, los peones y sus caballos, las empresas de riendas y monturas, en fin tantas actividades empresarias horizontal y verticalmente consideradas. Nadie está pensando en el trozo de carne en el supermercado sino en sus tareas específicas y, sin embargo, el producto está en la góndola debido a la coordinación de millares de operaciones debido al sistema de precios que trasmite información, como decimos, siempre dispersa y fraccionada.

 

Luego vienen los sabihondos que dicen que “no puede dejarse el proceso a la anarquía del mercado” e intervienen y producen desajustes mayúsculos en el celofán, la carne, la góndola y el supermercado hasta que no hay nada para nadie en los casos en los que la soberbia de los burócratas es grande.

 

Por esto es que no tiene el menor sentido afirmar que se es “liberal en lo político pero no en lo económico”, es lo mismo que sostener que se cree en la libertad en el continente (el marco) y no en el contenido (en las acciones diarias de la gente). De nada sirve la libertad política que establece ciertos derechos si cuando se actúa todos los días comprando y vendiendo se bloquea la libertad. Y tengamos en cuenta que la actividad diaria se enmarca en un abanico de contratos, unos explícitos y la mayoría implícitos. Desde que uno se levanta a la mañana y se lava los dientes y toma el desayuno hay contratos de compra-venta del dentífrico, la mermelada, el café, el microondas, la heladera etc., el viaje al trabajo (contrato de transporte), el trabajo mismo (contrato laboral) y así sucesivamente con la educación de los hijos en los colegios o universidades, los bancos, el estacionamiento de los vehículos y todo lo demás. Cuando los aparatos estatales se entrometen en estos millones y millones de arreglos contractuales se generan problemas graves de desajustes y crisis varias.

 

Por otra parte, al distorsionar precios, la contabilidad, la evaluación de proyectos y el cálculo económico en general quedan desdibujados. En rigor, eliminados los precios, no se sabe si conviene construir caminos con pavimento o con oro (si alguien manifiesta que con oro sería un derroche, es porque recordó los precios antes de eliminarlos). Pero lo relevante es mostrar que no es necesario  llegar a este extremo para que aparezcan  los problemas: en la medida de la intervención estatal, en esa medida surgen los cimbronazos.

 

Ya que estamos hablando de precios, es oportuno apuntar que cuando se imponen precios máximos a un producto, no solo se expande la demanda y se contrae la oferta con lo que aparecen faltantes, sino que los recursos tienden a volcarse a otros ramos con lo que los funcionarios habitualmente extienden los controles a esos otros sectores con lo que se van ampliando los efectos de las garras del Leviatán por todos los vericuetos de las relaciones sociales. Ese es el sentido del dictum de George Bernard Shaw al decir que “un comunista no es más que un socialista con convicciones”.

 

En otros términos, los socialismos recortan libertades y por más que los ingenuos se alarmen por los Gulag, los controles policiales contra fenómenos que son consubstanciales a la naturaleza humana como la especulación, terminan por ahogar aquello que muchos de ellos querían preservar. Dicho sea al pasar, especulación quiere decir conjeturar que se pasará de una situación menos satisfactoria a otra que le proporcionará mayor satisfacción a quien actúa, y esto va para todas las acciones posibles, no hay acción sin especulación, los gobiernos solo deben velar para que no se lesionen derechos.

 

Por eso concluye el premio Nobel en economía Friedrich Hayek en Los elementos morales de la libre empresa que “Está en la esencia de la sociedad libre que se debe recompensar materialmente no por hacer lo que otros nos ordenan hacer sino por hacer lo que necesitan […] La libre empresa ha desarrollado la única forma de sociedad que mientras nos provee con amplias medios materiales -si eso es lo que queremos- deja al individuo libre para elegir entre recompensas materiales y no materiales […] Es injusto culpar al sistema como materialista porque, en lugar de decidir por él, deja al individuo que decida si prefiere ganancias materiales a otro tipo de excelencias”. Por mi parte, por eso defino al liberalismo como el respeto irrestricto a los proyectos de vida de otros.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.