Proteccionismo y monopolios

Por Gabriel Boragina. Publicado en: http://www.accionhumana.com/2023/05/proteccionismo-y-monopolios.html

‘’Nadie, en su sano juicio, consumiría más recursos propios para producir unos bienes que puede comprar consumiendo menos recursos. Las tarifas o cuotas que no se establecen con fines fiscales, sino con el objeto de proteger (fomentar) alguna actividad industrial o agrícola, necesariamente causarán desviación antieconómica de recursos’’[1]

A veces, muy a menudo (sobre todo en la actualidad) se disfrazan de fines fiscales lo que no son más que tarifas o cuotas que esconden objetivos confiscatorios, pero que, obviamente, los gobiernos no pueden tener la franqueza de llamarlos de ese modo, porque perderían apoyo popular y les jugaría en contra.

Si yo decidiera hacer mis propios zapatos para no tener que comprarlos al zapatero, la inversión que tendría que realizar en tiempo y dinero sería tan grande que no me quedaría tiempo ni dinero para satisfacer mis muchas otras necesidades. Realimente sería muy estúpido de mi parte preferir la primera opción a la segunda: comprar mis zapatos al zapatero, lo que en mi caso (que soy profesor y no zapatero), representaría lo más económico.

‘’Ello porque artificialmente se fomenta la utilización de recursos en actividades que, sin el estímulo de la protección, no podrían competir en el mercado por esos mismos recursos’’[2]

Se suele llamar también protección a la industria incipiente. Pero ello no significa que se aplique únicamente a activadas industriales. No es más que una forma de subsidiar a pseudo empresarios amigos del poder de turno.

Como todo subsidio sigue la ‘’lógica’’ de Robín Hood: quitarles a unos para darles a otros. Políticamente se le denomina también como ‘’’justicia social’’ que -en los hechos- no es más que quitarle a unos lo que les pertenece para darles a otros lo que no les pertenece.

Los recursos son obtenidos por el gobierno mediante la expoliación legal como la definía el genial Fréderic Bastiat. Hoy en día, es la política que siguen los ‘’estados benefactores’’ o ‘’de bienestar’’.[3]

‘’No olvidemos que el mercado es una continua subasta en la que los usos más rentables desplazan a los de menor prioridad, los menos rentables’’[4]

Más rentables significa de mayor ganancia y costos menores. Estos usos son prioritarios, porque precisamente satisfacen más necesidades que los demás. Entonces el mercado los prefiere.

Por el principio de que Los recursos son escasos y las necesidades ilimitadas, no todo puede hacerse al mismo tiempo. Ergo, las necesidades deberán ser cubiertas con un orden de prioridad, desde las más urgentes a los menos.

‘’El estímulo que brinda la protección necesariamente tiene que ser lo suficientemente grande para lograr adquirir aquellos recursos, en el mercado de recursos; y nótese que esos recursos tienen precio precisamente porque tienen otros usos’’[5]

La protección, en los hechos, le está otorgando un monopolio al protegido. Es lo se llama un monopolio de tipo legal o (también denominado) artificial como opuesto al natural o de mercado.

Los recursos se obtienen extrayéndoselos al resto de los competidores de los protegidos y -sobre todo- a los consumidores que, de no ser por la protección, no hubieran adquirido la producción de los protegidos.

‘’Ahora bien, si debido exclusivamente a alguna disposición artificial, la rentabilidad de la actividad protegida no aumentase lo suficiente como para poder desplazar del mercado de recursos a otras actividades, evidentemente el fomento no lograría su propósito. Lo cual significa que, paradójicamente, si logra su propósito, es antieconómico’’[6]

¿A quién se protege? Y, sobre todo ¿qué protege esta protección? Sin el ánimo de hacer un juego de palabras, está claro que protege a ciertos productores (amigos del poder de turno) de sus competidores, ya sean estos más o menos eficientes que los protegidos. En dicho sentido, la protección no es tal sino que se trata de un privilegio. Los protegidos son los particulares privilegiados del gobierno. El discurso político no dice esto, obviamente, sino que esgrime en su favor la ‘’defensa de los intereses nacionales’’.

‘’Impedir que las personas aprovechen las ventajas de las importaciones más baratas es como impedirles que aprovechen la ventaja de los nuevos inventos y métodos ahorradores de trabajo, como, por ejemplo, las lavadoras para evitarse trabajo, ahorrar tiempo y disponer de recursos para otras cosas; la telefonía para evitar mensajeros; la tubería para llevar agua; la luz que nos regala el sol y economiza electricidad; 29 y así, todo lo que libera recursos’’[7]

Todos estos inventos y muchos más hacen la vida más fácil a millones de personas, y la mayoría de ellos provienen de países industrializados que, a su vez, son industrializados gracias a los inventos. Es lo que hoy llamamos el desarrollo tecnológico. Si en esos países se prohibieran las exportaciones y en los demás lugares del planeta se hiciera lo mismo con las importaciones, la mayoría de los habitantes de los países menos industrializados vivirían en forma muy semejante a lo que lo hacían sus ancestros siglos atrás.

Cerrar el comercio exterior es una invitación al subdesarrollo. La tecnología es progreso y el progreso se da en distintas partes del mundo. El comercio libre permite que ese progreso llegue a lugares donde el progreso no existe o es lento.

‘’Como vimos anteriormente, la jurisdicción política de residencia del proveedor de bienes no justifica negar a nadie un beneficio tangible derivado de una importación’’[8]

El proteccionismo, que las teorías nacionalistas abogan para, como decía un ex ministro de economía argentino ‘’vivir con lo nuestro’’, significan (como se lo ironizó) ‘’vivir con lo puesto’’. De manera humorística –pero con razón- se le contestó que sus propuestas de cerrar las fronteras implicarían volver a la época del taparrabo, el arco y la flecha.


[1] Manuel F. Ayau Cordón Un juego que no suma cero La lógica del intercambio y los derechos de propiedad Biblioteca Ludwig von Mises. Universidad Francisco Marroquín. Edición. ISBN: 99922-50-03-8. Centro de Estudios Económico-Sociales. Impreso en Guatemala. Pág. 51

[2] Ayau Cordón M. F. Un juego que…ibídem pág. 51

[3] Ver nuestro libro La meta de la sociedad superior

[4] Ayau Cordón M. F. Un juego que…ibídem pág. 51

[5] Ayau Cordón M. F. Un juego que…ibídem pág. 52

[6] Ayau Cordón M. F. Un juego que…ibídem pág. 52

[7] Ayau Cordón M. F. Un juego que…ibídem pág. 52

[8] Ayau Cordón M. F. Un juego que…ibídem pág. 52

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero. Síguelo en  @GBoragina

Un asunto complejo: la caridad y las ganancias

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 16/6/2020 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/06/20/un-asunto-complejo-la-caridad-y-las-ganancias/

 

Milton Friedman

Milton Friedman

Antes que nada es pertinente definir que se quiere decir cuando se reflexiona sobre la caridad y a que concretamente se alude cuando se elabora sobre las ganancias. Lo primero se refiere a lo entregado voluntariamente con lo propio. Se hace necesaria esta aclaración puesto que muy equivocadamente se suele asimilar la caridad y la consiguiente solidaridad cuando intervienen los aparatos estatales que arrancan el fruto del trabajo de unos para entregarlos graciosamente a otros con lo que no solo se vulnera la justicia de “dar a cada uno lo suyo” ya que, como queda dicho, se succionan recursos ajenos -lo suyo- por la fuerza. Esto no es un acto caritativo ni refleja solidaridad sino que se trata de un atraco, robo legal como entre otros ha explicado Fréderic Bastiat.

En este contexto, es del caso precisar que no hay tal cosa como altruismo puesto que según el diccionario significa “hacer el bien a costa del propio bien”. Toda acción humana se lleva a cabo en el interés personal del sujeto actuante. Es en realidad una tautología, ya que se realiza precisamente porque quien la concreta lo quiere de esa manera, de lo contrario hubiera actuado en otra dirección. En otros términos, actúa por su bien es decir por su satisfacción, por el bien de quien ejecuta la acción, en este caso al constatar el bien del prójimo

El que entrega todo su patrimonio a los pobres es porque prefiere hacerlo de esa manera pues, por ejemplo, le produce placer la sonrisa del pobre o eventualmente quiere verse reflejado en la foto cuando entrega el cheque o cualquier otro motivo que lo impulsa para esa preferencia. Cuando la Madre Teresa cuidaba a sus leprosos ponía en evidencia su escala de valores, su preferencia, su interés personal radicaba en el cuidado y la salud de esos enfermos. No es entonces una acción “a costa del propio bien” sino precisamente es por el propio bien ya que satisface al sujeto actuante. Por supuesto que el que asalta un banco también lo hace en su interés personal. Calificamos de buena o mala persona según en qué radique su interés personal.

Ahora también es del caso apuntar que la caridad no se circunscribe para nada en la entrega de bienes materiales. Más aun, es muchas veces más apropiado y fecunda la entrega de conocimientos al efecto de que el receptor pueda mejorar y no ser dependiente de la ayuda material de otros. En ese sentido, resulta muy aleccionador aquél dictum chino en cuanto a que “es mucho mejor enseñar a pescar que regalar un pescado”.

En esta línea argumental, como bien explica Michael Novak en El espíritu del capitalismo democrático, la generalización de la caridad entendida como la entrega de bienes materiales no se sostiene, conduce al derrumbe de la sociedad. Si cada uno entrega lo que tiene al vecino y nadie produce el destino inexorable es la muerte por inanición. El acto caritativo en este sentido refleja compasión y misericordia y hace de apoyo logístico invalorable en situaciones extremas pero no es para nada la solución de fondo y en algunos casos puede conducir a dependencias muy malsanas e incluso ser incentivos para la inmovilidad y el rechazo al esfuerzo personal, la inactividad y el abandono del hábito del trabajo.

La solución de fondo estriba en producir, es decir, en gran medida la actividad emprendedora y empresaria y de todos sus colaboradores, un proceso que apunta a obtener beneficios. En una sociedad libre las ganancias son reflejo de la satisfacción de las necesidades del prójimo, sea vendiendo vestido, comida, vivienda, fármacos, equipos electrónicos, libros, entretenimiento o lo que fuera. Los comerciantes que no aciertan en los gustos de los demás, incurren en quebrantos. Este es el modo en que los siempre escasos recursos están en las manos más eficientes a criterio de la gente en una sociedad libre. Subrayamos la relevancia de la sociedad libre pues la irrupción de empresarios prebendarios que se alían con el poder para obtener privilegios constituyen la antítesis de mercados competitivos y en toda circunstancia operan a contramano de los intereses de la gente puesto que son genuinos explotadores.

Y aquí viene una cuestión de la mayor importancia que se refiere a la denominada “responsabilidad social empresaria” que en verdad constituye un complejo de culpa de empresarios que no han entendido su misión y su rol y pretenden una inaudita “devolución de algo de lo que le han sacado a la sociedad”. Como bien ha explicado el premio Nobel en economía Milton Friedman, “la verdadera responsabilidad social del empresario es ganar dinero”, en su célebre ensayo publicado en The New Yorker Magazine (“The Social Responsability of Buisiness is to Increase Profits”, septiembre 13, 1970). Como hemos consignado, las ganancias en una sociedad libre ponen de manifiesto el grado de satisfacción de los congéneres, de más está decir que el empresario debe internalizar sus costos de lo contario estaría lesionando derechos de terceros. El tamaño de la empresa y las consiguientes inversiones están directamente vinculadas a los apoyos que pueda concitar en el mercado abierto sin privilegios de ninguna naturaleza.

Es por eso que autores como Herbert Spencer y Juan Bautista Alberdi sostenían que en las plazas públicas, en lugar de construir monumentos a políticos y militares que habitualmente son los que ponen palos en la rueda para el progreso, deberían emplazarse monumentos a empresarios puesto que gracias a ellos han surgido medios novedosos de transporte, diques y represas, sistemas de riego, medicamentos, procedimientos eficaces para obtener alimentos, construcciones de viviendas, procedimientos ingeniosos para las comunicaciones, ropa, producciones musicales y todo de cuanto disponemos.

Esto no quiere decir que el empresario comprenda los fundamentos de su propio actuar, como ha puesto de manifiesto Adam Smith en 1776, generalmente ocurre lo contrario. Por el hecho de que el comerciante cuente con un olfato refinado para detectar arbitrajes, es decir, la conjetura que los costos están subvaluados en términos de los precios finales al efecto de sacar partida de la diferencia, no por ello decimos el empresario es un conocedor de filosofía política, ni siquiera de la propia economía. Por eso es que los integrantes de la Escuela Escocesa desconfiaban del empresario como asesor de políticos y más bien había que circunscribir su acción al mercado y abstenerse de consultarlo en asuntos de política. Incluso en un extremo Adam Smith en su obra cumbre consigna que ni siquiera son convenientes las cámaras empresariales puesto que “suelen conspirar contra el público”.

Entonces, en el mundo en que vivimos lo que venimos comentando está generalmente dado vuelta y entreverado del modo más completo: se aplauden los zarpazos del Leviatán para entregar recursos sacados compulsivamente del bolsillo de terceros y se condena a los empresarios exitosos, o en todo caso a veces se ponderan los comercios chicos como si no fuera la ambición de ellos el ser grandes pero cuando logran tener éxito en su cometido, a saber, convertirse en grandes son denostados y censurados. El fundamento moral de las ganancias estriba en que son el producto de lo propio, adquirido de manera lícita para mejorar lo cual exige como condición indispensable la mejora del prójimo. En este contexto y en esta etapa del proceso de evolución cultural, la función del monopolio de la fuerza que llamamos gobierno es la protección a los derechos de las personas que naturalmente incluye el castigo a fraudes y engaños.

Tras estas condenas se esconde la envidia y una incomprensión fenomenal del significado de las desigualdades de rentas y patrimonios que tienen lugar en una sociedad libre. Como todos somos diferentes desde el punto de vista anatómico, bioquímico, fisiológico y sobre todo psicológico, las consecuencias de los diversos talentos y fuerzas físicas naturalmente se traducen en resultados también diversos. Y son una verdadera bendición las diferencias puesto que es lo que hace posible la cooperación social. Si todos tuviéramos las mismas inclinaciones y vocaciones, la división del trabajo se derrumbaría junto con la misma sociedad. El delta de los ingresos no resulta relevante, es la manifestación de las compras y abstenciones de comprar que cotidianamente se suceden en supermercados y afines. Lo trascendente es que todos mejoran, lo cual ocurre donde se maximizan las energías creadoras que se reflejan en las ganancias y en este contexto la caridad como entrega de bienes materiales -aunque noble- desempeña un rol secundario y, por su parte, la caridad como entrega de conocimientos constituye un pivote esencial para el progreso.

Por supuesto que los que usan a los pobres para sus diatribas a los mercados libres y sostienen que la pobreza es una virtud están descalificando la caridad material, puesto que con ella el receptor amortigua su pobreza que si es acompañada por esmerado trabajo puede constituir el primer paso para salir de esa situación siempre que opere en un clima de marcos institucionales liberales que siempre implican la firme protección de derechos.

A modo de nota al pie, consigno que no caben comparaciones como si estuvieran en un mismo plano las ayudas caritativas con la actividad comercial en cuanto a grados de nobleza. Son dos andariveles de naturaleza completamente distinta: en este contexto carece de sentido comparar la bondad de la madre que trasmite valores a su hijo o el beso que le da a una vecina por una parte, con el trabajo del mecánico o del panadero por otra. En el primer caso el interés radica solamente en el bien que se le hace a otro y en el segundo el interés radica en el dinero obtenido para lo cual debe satisfacerse al otro, pero para arreglar el motor de un automóvil o para comer no se requiere una lección sobre economía ni demostraciones de amor sino capacidad en mecánica o en panadería. Por tanto, la pobreza se resuelve con incentivos fuertes para la producción y el amor se demuestra con cariño y trasmisión de valores. Además, el ser humano es multidimensional: el buen mecánico o panadero también tienen sus afectos y la buena madre también puede ser una eficaz costurera profesional o gerenciar una institución bancaria.

Estos conceptos y otros entrelazados al ideario de la tradición de pensamiento liberal deben ser mantenidos, que no sea algo esporádico y pasajero al efecto de obtener buenos resultados. En este sentido, cierro esta nota con algo que dije cuando me invitaron a pronunciar un discurso dirigido a graduados en un acto de colación de grados de mi colegio -el St. George´s College en Quilmes- donde estuve pupilo. Aprendí el siguiente relato cuando estudiaba allí, se trata de un correlato fértil entre las personalidades de cada cual con los fósforos: unos se frotan y desaparecen sin éxito en el encendido, otros hacen una llamarada momentánea y se extinguen de inmediato, y los del tercer tipo mantienen la llama, son las personalidades constantes en sus nobles objetivos que deben imitarse.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

El foco en lo sanitario parece olvidar por completo el de la economía

Por Adrián Ravier.  Publicado el 29/3/20 en: https://www.infobae.com/economia/2020/03/29/el-foco-en-lo-sanitario-parece-olvidar-por-completo-el-de-la-economia/

 

Las medidas preventivas en materia de sanidad requieren ser complementadas con otras que contemplen más el plano de las actividad productiva y comercial de empresas y familias
Las calles del mundo cambiaron su fisonomía, como ahora se observa en la Argentina (Adrián Escandar)

Las calles del mundo cambiaron su fisonomía, como ahora se observa en la Argentina (Adrián Escandar)

El mundo está sufriendo pánico, al que se puede definir en una de sus acepciones como un miedo muy intenso y manifiesto, especialmente el que sobrecoge repentinamente a un colectivo en situación de peligro. Se lo observa en el vacío de las calles de todo el planeta, en el tráfico de información en las redes, en las bajas en los mercados bursátiles, en las proyecciones de las caídas que tendrá la producción en este 2020, y en particular en el segundo trimestre.

Los gobiernos han elaborado estrategias que atienden el corto plazo. Escuchan a los expertos en sanidad y reclaman un toque de queda. En algunos lugares se apunta a un cambio cultural pero voluntario; en otros se empiezan a practicar penas económicas y de prisión; en algunos países surge violencia ante la falta de solidaridad por no comprender los riesgos del contexto.

El aislamiento tiene consecuencias directas e inmediatas. Si bien reduce el número de contagios en el corto plazo (enfoque sanitario), también es cierto que reduce las libertades individuales (enfoque político y social) y complica los negocios de quienes buscan su sustento (enfoque económico).

La estrategia actual pondera el enfoque sanitario muy por encima del enfoque político, social y económico, y esto abre o debería abrir una serie de preguntas: ¿Es correcto hacer esto? ¿Es correcto moralmente? ¿Se puede desde el gobierno o cualquier colectivo imponerle a los individuos valores propios que atentan contra sus libertades y sus negocios? ¿Estamos al menos seguros de que la estrategia será exitosa en reducir el número de contagios y muertes? Y no me refiero aquí a las mediciones comparadas de las primeras semanas, sino una vez que se conozca el desenlace de la historia.

Desde el enfoque sanitario la respuesta es que sí, que si “aplanamos la curva” de infectados, el sistema nacional de sanidad podrá estar más cerca de atender al total de necesitados. Incluso en otras experiencias similares, ha quedado claro que la cuarentena ayudó a reducir el número de muertes. Esto justifica quizás el parate hasta el 31 de marzo. Incluso puede extenderse la medida hacia mediados de abril. Pero la pregunta que necesitamos hacernos es cómo seguirá el proceso.

De poco habrá servido esta estrategia si el 1 de abril se abandona y se vuelve a las calles. El éxito de esta estrategia radica en sostenerla al menos durante 40 días, y quizás, ya en el extremo del enfoque “sanitario”, hasta el 21 de septiembre, cuando ya la primavera eleve las temperaturas y quede atrás el clima frío que es un excelente complemento para un virus que se expande.

El costo político, social y económico de extender la cuarentena

¿Cuál es el efecto político, social y económico de interrumpir las libertades individuales y parar la economía hasta la primavera? ¿Es viable, es posible? Claro que puede parar el fútbol, los teatros, los cines y los espectáculos artísticos de toda clase. Claro que muchos pueden trabajar desde casa en un cambio estructural que lleva décadas, pero que ahora se acelera. Por supuesto que el teletrabajo y la educación en línea ganarán espacio en estos tiempos. Ese es un cambio cultural que ocurrirá de todos modos, y que incluso puede incrementar la productividad y ayudar a la economía.

El teletrabajo y la educación en línea ganarán espacio en estos tiempos. Ese es un cambio cultural que ocurrirá de todos modos, y que incluso puede incrementar la productividad y ayudar a la economía (Pixabay)
El teletrabajo y la educación en línea ganarán espacio en estos tiempos. Ese es un cambio cultural que ocurrirá de todos modos, y que incluso puede incrementar la productividad y ayudar a la economía (Pixabay)

Pero una cosa es un cambio espontáneo, productos de decisiones individuales, y otra es un cambio impuesto y coactivo. ¿Se ha pensado en la posibilidad de que el sostenimiento en el tiempo de esta estrategia generará un daño mayor que el propio virus? Incluso el lema de los médicos dicta que “lo primero es no hacer daño”. ¿Se han evaluado los costos y beneficios de mantener por meses la estrategia en curso? ¿No se ve que el beneficio es dudoso, mientras que el daño es manifiesto?

Mi respeto por las libertades individuales y la economía de cada persona me impiden imponer el toque de queda a todas las personas. Quizás la situación amerite esta política extrema por un plazo corto de tiempo para que cada uno se tome el tiempo de reflexionar cuán posible es continuar trabajando o estudiando desde su casa, ahorrando a la sociedad un costo externo elevado. Pero el foco en lo sanitario parece olvidar por completo el foco económico. Parecen olvidar que la economía son personas, somos nosotros, somos todos, y detenerla puede generar costos más elevados aun que el coronavirus.

El gobierno no puede ir apagando incendios. Se necesita un estadista que vea un poco más allá de lo que está ocurriendo, planificando la estrategia que sigue tras el 31 de marzo. En Estados Unidos se ha proyectado para el segundo trimestre una caída del PIB del 50 % y un desempleo del 30 %. ¿Qué proyecciones podemos construir para Argentina? ¿Podemos ponderar este efecto “económico” como menos nocivo que el efecto “sanitario” del virus?

Mi opinión es que la cuarentena no puede extenderse de forma obligada tras 30 ó 40 días, y que a partir de ahí habría que apuntar a un cambio cultural, donde sea cada individuo el que elija qué hacer con su vida, evaluando los costos y beneficios de sus acciones. No sólo eso. Es importante también hacer un llamado a cada individuo para que haga un esfuerzo por preservar su libertad individual, su libertad de expresión, sus libertades políticas, porque es en estos momentos de caos y emergencia donde los gobiernos reducen la libertad de las personas, y avanzan con medidas que en otros escenarios serían inaceptables.

Quizás es tiempo de recordar las palabras de un clásico como Frédéric Bastiat en un escrito de 1850 titulado “Lo que se ve y lo que no se ve”. Allí escribía: “Yo, lo confieso, soy de los que piensan que la capacidad de elección y el impulso deben venir de abajo, no de arriba, y de los ciudadanos, no del legislador. La doctrina contraria me parece que conduce al aniquilamiento de la libertad y de la dignidad humanas.”

El autor es economista, especializado en teoría monetaria, el estudio de los ciclos económicos, las finanzas públicas y la historia del pensamiento económico.

 

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE. Es profesor de Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.

 

 

 

 

LA DIMENSIÓN ÉTICA DEL LIBERALISMO

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

El término  más empleado es “capitalismo” pero personalmente prefiero el de “liberalismo” puesto que el primero remite a lo material, al capital, aunque hay quienes derivan la expresión de caput, es decir, de mente y de creatividad en todos los órdenes. Por otro lado, la aparición de esta palabra fue debida a Marx quien es el responsable del bautismo correspondiente, lo cual no me parece especialmente atractivo. De todas maneras, en la literatura corriente y en la especializada los dos vocablos se usan como sinónimos y, por ende, de modo indistinto (incluso en el mundo anglosajón -especialmente en Estados Unidos- se recurre con mucho más frecuencia a capitalismo ya que, con el tiempo, el liberalismo se dejó expropiar de contrabando y adquirió la significación opuesta a la original aunque los maestros de esa tradición del pensamiento la siguen utilizando (algunas veces con la aclaración de “in the classic sense, not in the American corrupted sense”).

La moral alude a lo prescriptivo y no a lo descriptivo, a lo que debe ser y no a lo que es. Si bien es una noción evolutiva como todo conocimiento humano, deriva de que la experiencia muestra que no es conducente para la cooperación social y la supervivencia de la especie que unos se estén matando a otros, que se estén robando, haciendo trampas y fraudes, incumpliendo la palabra empeñada y demás valores y principios que hacen a la sociedad civilizada. Incluso los relativistas éticos o los nihilistas morales se molestan cuando a ellos los asaltan o violan. La antedicha evolución procede del mismo modo en que lo hace el lenguaje y tantos otros fenómenos en el ámbito social.

El liberalismo abarca todos los aspectos del hombre que hacen a las relaciones sociales puesto que alude a la libertad como su condición distintiva y como pilar fundamental de su dignidad. No se refiere a lo intraindividual que es otro aspecto crucial de la vida humana reservada al fuero íntimo, hace alusión a lo interindivudual que se concreta en el respeto recíproco. Robert Nozick define muy bien lo dicho en su obra titulada Invariances. The Structure of the Objective World (Harvard University Press, 2001, p. 282) cuando escribe que “Todo lo que la sociedad debe  demandar coercitivamente es la adhesión a la ética del respeto. Los otros aspectos deben ser materia de la decisión individual”. Antes, en mi libro Liberalismo para liberales –cuya primera edición de EMECÉ fue en 1986- definí el liberalismo como “el respeto irrestricto a los proyectos de vida de otros” en la que respeto no implica adhesión sino la más absoluta abstensión de recurrir a la fuerza cuando no hay lesiones de derechos. Más aun, la prueba decisiva de lo que habitualmente se denomina tolerancia radica cuando no compartimos el proyecto de vida de terceros (en realidad los derechos no se toleran se respetan, en cambio la primera expresión arrastra cierto tufillo inquisitorial).

Todos los ingenieros sociales que pretenden manipular vidas y haciendas ajenas en el contexto de una arrogancia superlativa deberían repasar estas definiciones una y otra vez. Recordemos también que el último libro de Friedrich Hayek se titula  La arrogancia fatal. Los errores del socialismo (Madrid, Unión Editorial, 1988/1992) donde reitera que el conocimiento está disperso entre millones de personas y que inexorablemente se concentra ignorancia cuando los aparatos estatales se arrogan la pretensión de “planificar” aquello que se encuentre fuera de la órbita de la estricta protección a los derechos de las personas.

Además hay un asunto de suma importancia respecto a la llamada planificación gubernamental y es la formidable contribución de Ludwig von Mises de hace casi un siglo que está referida al insalvable problema del cálculo económico en  el sistema socialista (“Economic Calculation in the Socialist Commonwealth”, Kelley Publisher, 1929/1954). Esto significa que si no hay propiedad no hay precios y, por ende, no hay contabilidad ni evaluación de proyectos lo cual quiere a su vez decir que no hay tal cosa como “economía socialista”, es simplemente un sistema impuesto por la fuerza. Y esta contribución es aplicable a un sistema intervencionista: en la medida de la intervención se afecta la propiedad y, consiguientemente, los precios se desdibujan lo cual desfigura el cálculo económico que conduce al desperdicio que, a su turno, contrae salarios e ingresos en términos reales.

El derecho de propiedad está estrechamente vinculado a la ética del liberalismo puesto que se traduce en primer término en el uso y disposición de la propia mente, de su propio cuerpo (no el de otro como el pretendido homicidio en el seno materno, mal llamado “aborto”) y, luego, al uso y la disposición de lo adquirido lícitamente, es decir, del fruto del trabajo propio o de las personas que voluntariamente lo han donado. Esto implica la libertad de expresar el propio pensamiento, el derecho de reunión, el del debido proceso, el de peticionar, el de profesar la religión o no religión que se desee, el de elegir autoridades, todo en un ámbito de igualdad ante la ley que está íntimamente anclada al concepto de justicia en el sentido de su definición clásica de “dar a cada uno lo suyo” (de lo contrario puede interpretarse que la igualdad puede ser ante una ley perversa como que todos deben ir a la cámara de gas y salvajadas equivalentes).

Además, como los recursos son escasos en relación a las necesidades la forma en que se aprovechen es que sean administrados por quienes obtienen apoyo de sus semejantes debido a que, a sus juicios, atienden de la mejor manera sus demandas y los que no dan en la tecla deben incurrir en quebrantos como señales necesarias para asignar recursos de modo productivo. Todo lo cual en un contexto de normas y marcos institucionales que garanticen los derechos de todos.

Los derechos de propiedad incluyen el de intercambiarlos libremente que es lo mismo que aludir al mercado en un clima de competencia, es decir, una situación en la que no hay restricciones gubernamentales a la libre entrada para ofrecer bienes y servicios de todo tipo. En resumen, lo consignado en las Constituciones liberales: el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad.

La solidaridad y la caridad son por definición realizadas allí donde tiene vigencia el derecho de propiedad, puesto que entregar lo que no le pertenece a quien entrega no es en modo alguno una manifestación de caridad ni de solidaridad sino la expresión de un atraco.

En sociedades abiertas el interés personal coincide con el interés general ya que éste quiere decir que cada uno puede perseguir sus intereses particulares siempre y cuando no se lesionen iguales derechos de terceros. En sociedades abiertas,  se protege el individualismo lo cual es equivalente a preservar las autonomías individuales y las relaciones entre las personas, precisamente lo que es bloqueado por las distintas variantes de socialismos que apuntan a sistemas alambrados y autárquicos.

Es que las fuerzas socialistas siempre significan recurrir a la violencia institucionalizada para diseñar sociedades, a contramano de lo que prefiere la gente en libertad. De la idea original de contar con un  gobierno para garantizar derechos anteriores y superiores a su establecimiento se ha pasado a un Leviatán que atropella derechos en base a supuestas sabidurías de burócratas que no pueden resistir la tentación de fabricar “el hombre nuevo” en base a sus mentes calenturientas. Y esto lo hacen habitualmente alegando la imperiosa necesidad de “inversión pública”, un grosero oximoron puesto que la inversión significa abstensión de consumo para ahorrar cuyo destino es la inversión que por su naturaleza es una decisión privativa del sujeto actuante que estima que el valor futuro será mayor al presente (“inversión pública” es una expresión tan desatinada y contradictoria como “ahorro forzoso”).

Desafortunadamente, no se trata solo de socialistas sino de los denominados conservadores atados indisolublemente al statu quo que apuntan a gobernar sustentados en base a procedimientos del todo incompatibles con el respeto recíproco diseñados por estatistas que les han corrido el eje del debate y los acompleja encarar el fondo de los problemas al efecto de revertir aquellas políticas. No hace falta más que observar las propuestas de las llamadas oposiciones en diversos países para verificar lo infiltrada de estatismo que se encuentran las ideas. Se necesita un gran esfuerzo educativo para explicar las enormes ventajas de una sociedad abierta, no solo desde el punto de vista de la elemental consideración a la dignidad de las personas sino desde la perspectiva de su eficiencia para mejorar las condiciones de vida de todos, muy especialmente de los más necesitados.

Lo que antaño era democracia ha mutado en dictaduras electas en una carrera desenfrenada por ver quien le mete más la mano en el bolsillo al prójimo. Profesionales de la política que se enriquecen del poder y que compiten para la ejecución de sus planes siempre dirigidos a la imposición de medidas “para el bien de los demás”, falacia que ya fue nuevamente refutada por el Public Choice de James Buchanan y Gordon Tullock, entre otros. Por no prestar debida atención a estas refutaciones es que Fréderic Bastiat ha consignado que “el Estado es la ficción por la que todos pretenden vivir a expensas de todos los demás” (en “El Estado”, Journal des débats, septiembre 25, 1848). Es que cuando se dice que el aparato estatal debe hacer tal o cual cosa no se tiene en cuenta que es el vecino que lo hace por la fuerza ya que ningún gobernante sufraga esas actividades de su propio peculio.

Todas las manifestaciones culturales tan apreciadas en países que han superado lo puramente animal: libros, teatro, poesía, escultura, cine y música están vinculadas al espíritu de libertad y a las facilidades materiales. No tiene sentido declamar sobre “lo sublime” mientras se ataca la sociedad abierta, sea por parte de quien la juega de intelectual y luego pide jugosos aumentos en sus emolumentos o sea desde el púlpito de iglesias que despotrican contra el mercado y luego piden en la colecta y donaciones varias para adquirir lo que necesitan en el mercado.

En resumen,  la ética del liberalismo consiste en el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros, esto es, dejar en paz a la gente y no afectar su autoestima para que cada uno pueda seguir su camino asumiendo sus responsabilidades y no tener la petulancia de la omnisciencia aniquilando en el proceso el derecho, la libertad y la justicia con lo que se anula la posibilidad de progresar en cualquier sentido que fuere.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

¿EL CISNE NEGRO METIDO EN LAS PRÓXIMAS ELECCIONES ARGENTINAS?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Antes he escrito sobre el magnífico libro de Nassim Nicholas Taleb donde elabora sobre el concepto de sucesos poco frecuentes e inesperados pero que ocurren. David Hume y Karl Popper lo vinculan al problema de la inducción, es decir, la manía de extrapolar lo pasado al futuro, la manía de la linealidad. El capítulo decimosexto Taleb lo titula de modo singular como “La estética de lo aleatorio” y antes, en el onceavo, había subtitulado “Siguen ignorando a Hayek” precisamente para destacar la aberración de los planificadores de vidas y haciendas ajenas que concentran ignorancia en lugar de premitir que aflore el conocimiento siempre disperso y fraccionado a través de procesos de mercado (y no digo mercado libre porque es una redundancia).

Antes de volver sobre el tema del cisne negro de un modo más riguroso, menciono que en las elecciones que los argentinos enfrentamos hay la remota o no tan remota posibilidad que se filtre un cisne negro: que triunfe la opción Consenso Federal bajo la apariencia de separarse de las otras dos opciones principales las que se han estado fogoneando recíprocamente con idea de sacar partida de la confrontación, en realidad entre el abismo y la inoperancia. Lo primero por el espíritu totalitario inherente a esa postura desde cualquier perspectiva que se la mire y lo segundo debido al aumento de la deuda, de los impuestos, del déficit total, del gasto consolidado y debido a que la inflación mensual equivale a la anual en un país civilizado, a lo que debe agregarse ahora su peronización (paradójicamente se trataba de “cambiemos”), aunque en el armado de listas hubo varias gatas paridas.

Esa tercera opción, según lo que se infiere de ciertas encuestas, por más que a esta altura pueda parecer inaudito, hay alguna posibilidad que finalmente triunfe debido, por una parte, a la cantidad de personas que mantienen que no votarán por ninguna de las dos que habitualmente se mencionan como las que marcan la grieta, por otra, la cantidad de indecisos que se definen de esa manera aun en esta instancia y, por último, posibles conclusiones sobre radiografías de reflexiones inquietantes de  algunos votantes potenciales en el sentido indicado. Sin embargo, debe notarse que en momentos de escribir estas líneas se ha producido cierto revuelo en esas filas debido a que se relegó en el diseño de cargos a quien últimamente se había convertido a criterio de muchos integrantes de ese espacio en una socia clave. Todo lo consignado para nada quiere decir que no haya otra variante que sea en verdad mejor para el país, estamos aludiendo a los malabarismos que se infieren de alguna parte de las pesquisas. Estamos aludiendo a eventuales cisnes negros dada la idiosincrasia argentina, por supuesto que el cisne negro podría aparecer en otra parte pero hay indicios que puede irrumpir en lo dicho.

A mi me gustaría ver el cisne negro en otro lugar pero esto es irrelevante, lo trascendente es lo que se deduce de lo que al momento existe. También hay quienes pronostican que en las próximas elecciones se le dará otra oportunidad al actual gobierno y otros, los menos (de los serios), aseguran que vencerán los representantes de la anterior gestión lo cual, agrego, sería una demostración de enorme irresponsabilidad.

En realidad, desde la perspectiva epistemológica, no tiene visos científicos el hecho de extrapolar una muestra al universo. No es lo mismo con los seres humanos individuales y cambiantes que con una muestra de tronillos en una línea de montaje donde es de rigor esa extrapolación pues cada tornillo es teóricamente igual al anterior. Por esto es que hay tantos yerros en encuestas de muy diverso calibre entre seres humanos y que las explicaciones ex post no sirven para cubrir los desaciertos. Lo dicho en modo alguno significa que las encuestas no sirven, bien administradas a veces exhiben ciertas tendencias cuando son varias las que confluyen,  lo que no es aceptable es que se las pretenda rodear de un áurea científica puesto que solo se trata de tantear algunos patrones o pautas de conducta en planos muy específicos.

Entonces, nada se sabe a ciencia cierta pero puede aparecer un cisne negro como los que en la práctica merodean en Australia al efecto de favorecer aquella tercera opción en cuya plataforma alardean que consiste en que no quieren caer en “los errores del pasado ni en los del presente”, aunque sus líderes se hayan inaugurado como controladores de precios de Perón y otros desaciertos de ciertas proporciones nada despreciables.

Es que en nuestro país estamos aun muy atrasados en la batalla cultural y, por tanto, se requiere mucho más educación y debate antes que llegue a la política una demanda sustancial en la buena dirección, por más que aparezca la posibilidad de un fragmento pequeño con ideas consistentes en ese plano. La faena que hay por delante es grande y sumamente desafiante y estimulante cuando se comprueba la cantidad y calidad de jóvenes que se deciden por estudiar los fundamentos de una sociedad abierta y abandonan aquél esperpento de “militar” que deriva de la soldadesca, de obedecer y no meditar ni deliberar. En esta misma dirección es de interés enfatizar que debido a la incomprensión del fenómeno que rodea al cisne negro los planificadores se empecinan en recurrir al término desarrollo que remite a más de lo mismo (un tumor se desarrolla) y eluden la expresión progreso puesto que refiere a lo desconocido, a la innovación y a lo nuevo y es imposible planificar lo que no se conoce.

Volvamos entonces a lo que he mencionado en otra oportunidad sobre el tan temido cisne negro. Se ilustra la idea con un ejemplo adaptado de Bertrand Russell: los pavos que son generosamente alimentados día tras día. Se acostumbran a esa rutina la que dan por sentada, entran en confianza con la mano que les da de comer hasta que llega el Día de Acción de Gracias en el que los pavos son engullidos y cambia abruptamente la tendencia.

Taleb nos muestra como en cada esquina de las calles del futuro nos deparan las más diversas sorpresas. Nos muestra como en realidad todos los grandes acontecimientos de la historia no fueron previstos por los “expertos” y los “futurólogos” (salvo algunos escritores de ciencia ficción). Nos invita a que nos detengamos a mirar “lo que se ve y lo que no se ve” siguiendo la clásica fórmula del decimonónico Frédéric Bastiat. Por ejemplo, nos aconseja liberarnos de la mala costumbre de encandilarnos con algunas de las cosas que realizan los gobiernos sin considerar lo que se hubiera realizado si no hubiera sido por la intromisión gubernamental que succiona recursos que los titulares les hubieran dado otro destino.

La obra de Taleb constituye un canto a la humildad y una embestida contra quienes asumen que saben más de lo que conocen (y de lo que es posible conocer), un alegato contra la soberbia gubernamental que pretende manejar el fruto del trabajo del prójimo en lugar de dejar en paz a la gente y abstenerse de proceder como si fueran los dueños de los países que gobiernan. En un campo más amplio, la obra está dirigida a todos los que posan de sabios poseedores de conocimientos preclaros del futuro cuando en verdad no pueden pronosticar a ciencia cierta que harán ellos mismos al día siguiente puesto que al modificarse las circunstancias naturalmente cambian sus propias conjeturas.

Pone en evidencia los problemas graves que se suscitan al subestimar la ignorancia y pontificar sobre aquello que no está al alcance de los mortales. Es que como escribe Taleb “la historia no gatea: da saltos” y lo improbable -fruto de contrafácticos y escenarios alternativos- no suele tomarse en cuenta, lo cual produce reiterados y extendidos “cementerios” ocultos tras ostentosos y aparatosos modelitos matemáticos y campanas de Gauss que resultan ser fraudes conscientes o inconscientes de diversa magnitud, al tiempo que no permite el desembarazarse del cemento mental que oprime e inflexibiliza la estructura cortical. Precisamente, el autor marca que Henri Poincaré ha dedicado mucho tiempo a refutar las predicciones basadas en la lineaidad construidas sobre la base de lo habitual a pesar de que “los sucesos casi siempre son estrafalarios”.

Explica también el rol de lo que habitualmente se denomina “suerte” (aunque estrictamente la suerte no existe, se trata de nexos causales no previstos), incluso en los grandes descubrimientos de la medicina como el de Alexander Fleming en el caso de la penicilina, aunque, como ha apuntado Pasteur, la llamada suerte favorece a los que trabajan con ahínco y están alertas. Después de todo, como también nos recuerda Taleb lo “empírico” proviene de Sextus Empiricus que inauguró, en Roma, doscientos años antes de Cristo, una escuela en medicina que no aceptaba teorías y para el tratamiento se basaba únicamente en la experiencia, lo cual, claro está, no abría cauces para lo nuevo.

Los intereses creados de los pronosticadores dificultan posiciones  modestas y razonables y son a veces como aquel agente fúnebre que decía: “yo no le deseo mal a nadie pero tampoco me quiero quedar sin trabajo”. Este tipo de conclusiones aplicadas a los planificadores de sociedades terminan haciendo que la gente coma igual que lo hacen los caballos de ajedrez (salteado). Estos resultados se repiten machaconamente y, sin embargo, debido a la demagogia, aceptar las advertencias se torna tan difícil como venderle hielo a un esquimal. En definitiva, nos explica Taleb que el aprendizaje y los consiguientes andamiajes teóricos se lleva a cabo a través de la prueba y el error y que deben establecerse sistemas que abran las máximas posibilidades para que este proceso tenga lugar. Podemos coincidir o no con todo lo que nos propone el autor, como que después de un tiempo no es infrecuente que también discrepamos con ciertos párrafos que nosotros mismos hemos escrito, pero, en todo caso, el prestar atención al “impacto de lo altamente improbable” resulta de gran fertilidad…al fin y al cabo, tal como concluye Taleb, cada uno de nosotros somos “cisnes negros” debido a la muy baja probabilidad de que hayamos nacido dado que cada uno es único e irrepetible en la historia de la humanidad. Al contrario, la probabilidad es alta de que otros sucesos se reiteren pero aun así hay que estar atentos a los desvíos.

En cualquier caso, en esta nota periodística alertamos sobre la posibilidad de un cisne negro en las elecciones que se aproximan, en el sentido y con las incógnitas y los contextos referidos más arriba.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Inseguridad jurídica (3° parte)

Por Gabriel Boragina. Publicado en: http://www.accionhumana.com/2019/02/inseguridad-juridica-3-parte.html

 

La regulación de los fenómenos económicos es una fuente de la inseguridad o inestabilidad jurídica. Se trata de un hecho que, lejos de esta localizado y ser extraño, se ha generalizado a nivel mundial:

«Ahora, año tras año, el gobierno expropia más de 40 por ciento de los ingresos de los productores privados, lo que hace que incluso la carga económica impuesta a los esclavos y siervos parezca moderada en comparación.»[1]

Si bien la cita alude a los Estados Unidos es dable imaginar que en el resto de los países -donde las regulaciones son mucho mayores que en el país del norte- la situación no puede ser mejor. Mas allá de la posible exageración en cuanto a la comparación con el régimen de esclavitud, debemos tener en cuenta que es bastante probable que el autor citado se esté refiriendo a los esclavos norteamericanos que, en comparación con el resto de los esclavos a nivel mundial, se encontraban en una posición relativamente mejor al de sus pares de otras latitudes.

«El oro y la plata han sido reemplazados por dinero de papel fabricado por el gobierno, y a los estadounidenses se les roba continuamente su dinero a través de la inflación.»[2]

Las monedas metálicas -especialmente durante la vigencia del patrón oro (hoy en día derogado en todo el mundo)- imponían severos límites a los gobiernos en su afán de manipular el dinero. Fueron, desde luego, también necesarios instrumentos legales para permitir semejante confiscación de activos. De tal suerte, los gobiernos dictaron legislaciones que derogaron el patrón oro e impusieron las tristemente célebres leyes de curso forzoso y legal para obligar a sus ciudadanos a aceptar dinero envilecido. Naturalmente el hecho de que el precio de la moneda quede al arbitrio de los bancos centrales mundiales es otra fuente de incertidumbre jurídica, porque implica que el gobierno se reserva la facultad de establecer el precio de las transacciones y su volumen.

«El significado de la propiedad privada, alguna vez aparentemente claro y fijo, se ha convertido en oscuro, flexible y fluido. De hecho, cada detalle de la vida privada, la propiedad, el comercio y la contratación está regulado y re-regulado por una creciente montaña de leyes de papel (la legislación).»[3]

Tal hemos adelantado, resulta inevitable que esta maraña de normas se superponga y se contradigan entre sí (como es lógico) si se tiene en cuenta que se estatuyen en el tiempo -y no instantáneamente- por diferentes gobiernos que -a su vez- se componen de distintas extracciones ideológicas, y que en oportunidad de ocupar el poder pujan por hacer valer en la legislatura sus proyectos, algunos de los cuales lucen como los más disparatados.

Estas leyes quedan sancionadas y promulgadas y perduran junto con las normas que prescribirá la próxima legislatura que, siguiendo el mismo patrón, vendrá a engrosar la lista de disposiciones legales que limitan, dificultan e impiden, en muchos casos, a los ciudadanos del llano disponer de sus bienes privados, los que pasarán a tener de privados únicamente el sentido retórico de la palabra.

«Con el aumento de la legislación, se ha creado cada vez más inseguridad jurídica y riesgos morales, y el caos ha sustituido a la ley y al orden.»[4]

 Resulta ser la tendencia mundial que, lejos de simplificar la legislación esta ha proliferado por donde se mire. Hay que agregar a la lista leyes que favorecen a ciertos grupos en detrimento de otros, por ejemplo, empresarios; sectores sociales considerados «marginales»; grupos de presión o de poder según alguna nomenclatura en boga, e incluso a algunos individuos determinados en perjuicio de otros. Todo lo cual nos lleva a recordar el famoso libro de Fréderic Bastiat que -titulado precisamente La Ley- daba cuenta tempranamente en el siglo XIX de este tipo de desastres, convirtiéndolo en un visionario de lo que estaba por venir. Y la temática de la seguridad jurídica va de la mano con lo que algunos autores dieron en llamar calidad institucional:

«Estados Unidos es un país que ocupa la novena posición en lo que se refiere a calidad institucional (ver cuadro 2, abajo) y muestra debilidades que son comunes a todos los países, ya que a partir de la eliminación del patrón-oro las instituciones monetarias implementaron políticas discrecionales o, en algunos casos, ataron sus monedas a otras de países que practicaban tales políticas.»[5]

Como dijimos, la inestabilidad monetaria -fruto de la inestabilidad jurídica- es la generadora de la mayor cuantía de los males sociales, porque de lo que se trata es del instrumento que permite o facilita la transacción de los derechos de propiedad de los particulares. Si la moneda está sujeta a la inestabilidad jurídica eso figura que toda la institución de la propiedad privada está afectada de la misma inestabilidad, lo que -en términos de Ludwig von Mises- simboliza lisa y llanamente su abolición. El caso de Estados Unidos se presenta como el más preocupante, porque en épocas no muy lejanas resultó ser un ejemplo de respeto irrestricto a la propiedad privada y un celoso defensor de las leyes que la protegían, situación que ha varado hasta la actualidad.

«Todo el sistema monetario internacional está sujeto a la discrecionalidad de las autoridades monetarias de los Estados Unidos, al ser el dólar la moneda internacional por excelencia y a las de otras monedas importantes como el euro, la libra esterlina o el yen. De la misma forma que la “discrecionalidad” jurídica significa inseguridad jurídica, la “discrecionalidad” monetaria significa inseguridad monetaria y financiera, lo cual representa una mala calidad institucional en esta área en particular.»[6]

En realidad, el sistema monetario mundial está regulado por leyes, por cuanto los conceptos de inseguridad o inestabilidad jurídica son enteramente aplicables a cualquier propiedad, incluyendo la monetaria. En un sistema donde los bienes se intercambian por dinero y este -a su vez- por bienes, que las leyes tengan la potestad de modificar a su antojo el precio del dinero (usualmente se habla del valor, pero esto no es técnicamente correcto) representa que esas mismas leyes deciden el precio de todos los bienes y servicios que componen una economía especifica donde las leyes confieran a las autoridades semejantes facultades.

[1] Hans-Hermann Hoppe. «Sobre la Imposibilidad de un Gobierno Limitado y Perspectivas de una Segunda Revolución en América». Artículo publicado en el Blog del Instituto Mises – Articulo Diario – junio 28 de 2008, Pág. 7

[2] Hoppe, H.H.  ibidem.

[3] Hoppe, H.H.  ibidem

[4] Hoppe, H-H. ibidem

[5] Martin Krause. Índice de calidad institucional 2009. Pág. 7

[6] Krause, M. ibidem.

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

LA BALANZA COMERCIAL NO ES RELEVANTE

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Una de las falacias más recalcitrantes de nuestra época consiste en sostener que es muy bueno para un país exportar y es inconveniente importar, o dicho en otros términos el objetivo debiera ser exportar más de lo que se importa al efecto de contar con un “balance comercial favorable”.  Esta conclusión deriva del mercantilismo del siglo xvi que seguía el rastro de las sumas dinerarias, sin percatarse que una empresa puede tener alto índice de liquidez y estar quebrada. Lo importante para valorar la empresa o el estado económico de una persona es su patrimonio neto actual y no su grado de liquidez.

 

En última instancia, el mercantilismo se resumía en que en una transacción el que gana es el que se lleva el dinero a expensas de quien obtiene a cambio un bien o un servicio. Esto en economía se conoce como el Dogma Montaigne pues ese autor (Michel Montaigne, 1532-92) desarrolló lo dicho en el contexto de la suma cero: “la pobreza de los pobres es consecuencia de la riqueza de los ricos”, sin comprender que en toda transacción libre y voluntaria ambas partes ganan y que la riqueza es un concepto dinámico y no estático. El que obtiene un servicio o se lleva un bien a cambio de su dinero  es porque valora en más lo primero que lo segundo, lo cual también sucede en valorizaciones cruzadas con el vendedor que valora en más la suma dineraria recibida a cambio.

 

Lo ideal para un país es que sus habitantes puedan comprar y comprar del exterior sin vender nada, pero lamentablemente esto se traduciría en que el resto del mundo le estaría regalando bienes y servicios al país en cuestión y en nuestras vidas apenas si podemos convencer a nuestros familiares que nos regalen para nuestros cumpleaños. Entonces, reiteramos, lo ideal es contar con el balance comercial más “desfavorable” posible pero las cosas no permiten proceder de esa manera por lo que no hay más remedio que exportar para poder importar o utilizar el balance neto de efectivo como veremos a continuación.  El objetivo de un país y el objetivo de cada persona es comprar no vender, la venta o la exportación es el costo de  comprar o importar.

 

Ahora bien, como reza nuestro título, lo relevante no es el balance comercial sino el balance de pagos que siempre está equilibrado en un mercado abierto tanto en un país como en cada persona. Veamos el asunto más de cerca, el balance de pagos significa que los ingresos por ventas o exportaciones son iguales a los gastos por compras o importaciones más/menos el balance neto de efectivo o cuenta de capital. Por ejemplo si una persona o un grupo de ellas (país) recibe en un período determinado ingresos o exportaciones por valor de 100 y sus compras o importaciones en ese mismo período fueron 400 quiere decir que su balance de efectivo o el uso de los capitales asciende a 300: 100 = 400 – 300 o si al ingresar o exportar por 200 sus gastos o importaciones fueron 50 el balance de pagos será 200 = 50 + 150 y así sucesivamente. Nunca hay desequilibrios en el balance de pagos.

 

Por lo dicho es que Jacques Rueff en su obra titulada The Balance of Payments concluye que “El deber de los gobiernos es permanecer ciegos frente alas estadísticas de comercio exterior, nunca preocuparse de ellas, y nunca adoptar políticas para alterarlas […] si tuviera que decidirlo no dudaría en recomendar la eliminación de las estadísticas del comercio exterior debido al daño que han hecho en el pasado, el daño que siguen haciendo y, me temo, que continuarán haciendo en el futuro”.

 

Veamos desde otro ángulo la sandez de los partidarios de los balances comerciales “favorables o desfavorables” con una ironía desplegada por el economista decimonónico Frédéric Bastiat en su ensayo sobre comercio exterior. Cuenta que un francés compra vino en su país por valor de un millón de francos (hoy denominados en euros) y lo transporta a Inglaterra donde lo vende por dos millones de francos con los que a su vez compra algodón que lleva de vuelta a Francia. Al salir de la aduana francesa el gobierno registra exportaciones por un millón de francos y al ingresar con el algodón el gobierno registra importaciones por dos millones de francos, con lo cual este personaje es condenado por contribuir a que Francia tenga un “balance comercial desfavorable”.

 

Bastiat continúa su relato diciendo que otro comerciante francés también compró vino por un millón de francos en su país y lo transportó a Inglaterra pero no le dio el cuidado que requería el vino en el transcurso del viaje, debido a lo cual pudo venderlo solo por medio millón de francos en aquél país con lo que adquirió algodón inglés que ingresó a Francia. Un negocio ruin, pero esta vez el gobierno francés contabilizó en la aduana una exportación por un millón de francos y una importación por medio millón de francos ¡ por lo que fue alabado porque contribuyó a generar un “balance comercial favorable” ! ¿Puede haber un dislate mayor en esta conclusión?

 

Más aun, el antes mencionado Rueff en el mismo libro citado dice que para seguir con el absurdo de los razonamientos sustentados en los mal llamados balances comerciales favorables y desfavorables habría que exportar todo y luego “mandar toda la producción nacional al fondo del mar” al efecto de reducir al máximo posible la posibilidad de comprar del exterior. Pero, como queda dicho, el objeto de la venta o exportación es la compra o importación y el tipo de cambio empuja incentivos en una u otra dirección: al exportar baja la relación de cambio respecto a la divisa extranjera lo cual, a su turno, incentiva a la importación pero al importar se encarece la divisa extranjera en términos de la local, situación que frena las importaciones y estimula la exportaciones.

 

Si alguien dijera que conviene solo exportar y evitar importaciones haría que el valor de la divisa extranjera se desplome con lo cual se frenan las mismas exportaciones que se desean promover. El mercado cambiario regula los brazos exportadores e importadores. Claro que si los gobiernos manipulan el tipo de cambio y las deudas externas gubernamentales sustituyen las entradas genuinas de capital, todo se trastoca.

 

Si un país fuera absolutamente inepto para vender al exterior y no es capaz de atraer capitales, nada tiene que temer en cuanto a desajustes en sus cuentas externas puesto que nada podrá comprar del exterior.

 

Pero en el fondo subyace otra falacia de peso y es que los aranceles puede promover la economía local. Muy por el contrario, todo arancel significa mayor erogación por unidad de producto lo cual se traduce en un nivel de vida menor para los locales puesto que la lista de lo que pueden adquirir inexorablemente se contrae. En realidad el “proteccionismo” desprotege a los consumidores en beneficio de empresarios prebendarios que explotan a sus congéneres.

 

En no pocas evaluaciones de proyectos hay quebrantos durante los primeros períodos que naturalmente se estima serán más que compensados en períodos ulteriores. Entonces si en un emprendimiento se comprueban pérdidas proyectadas durante las primeras etapas, son los empresarios en cuestión los que deben absorber los quebrantos del caso y no pretender endosarlos sobre las espaldas de los contribuyentes vía los aranceles. Y si esos empresarios no cuentan con los recursos suficientes pueden vender el proyecto para participar con otros socios locales o internacionales. A su vez si nadie en el mundo se quiere asociar al proyecto es por uno de dos motivos: o el proyecto es un cuento chino (lo cual es bastante habitual en el contexto de “industrias incipientes” mantenidas en el tiempo) o estando el proyecto bien evaluado aparecen otros más urgentes y como todo no puede llevarse a cabo simultáneamente, deberá esperar su turno o dejarlo sin efecto.

 

Reiteramos que parece increíble que todavía se siguen empleando los argumentos más retrógrados, primitivos y cavernarios al efecto de bloquear transacciones de bienes y servicios a través de las fronteras, como si éstas fueran delimitaciones mágicas que modifican todos los principios de sensatez y cordura en el contexto de culturas alambradas.

 

La base central para derribar las trabas al comercio exterior es que permite el ingreso de mercancías más baratas, de mejor calidad o las dos cosas al mismo tiempo. Es idéntico al fenómeno de incrementos en la productividad: hace menos onerosa las operaciones con lo que se liberan recursos humanos y materiales para poder dedicarlos a otros menesteres, lo cual, a su turno, significa estirar la lista de bienes y servicios disponibles que quiere decir mejorar el nivel de vida de los habitantes del país receptor.

 

Este es el progreso. Todo aprovechamiento de los siempre escasos recursos se traduce en aumento de salarios e ingresos en términos reales puesto que ello es exclusiva consecuencia de las tasas de capitalización.

 

Si se comienza a preguntar cuales cosas se podrían fabricar como si estuviéramos en Jauja y todos estuvieran satisfechos, quiere decir que no hemos entendido nada de nada sobre economía. En verdad la cuestión arancelaria no es diferente de los efectos que tendrían lugar si se impusieran aduanas interiores en un país o si un productor de cierto bien en el norte descubre un nuevo procedimiento para producirlo y consecuentemente lo puede vender más barato y mejor, pero en el sur lo bloquean debido a que los de la zona lo fabrican más caro y de peor calidad. Este es el mensaje de los funcionarios de las aduanas de todas partes: “no vaya usted a traer algo mejor y de menor precio porque perjudicará gravemente a sus congéneres”.

 

En un sentido contrario, este es el significado de los duty free que tanto fascinan a todo el mundo los cuales dejarían de existir si no se interpusieran los aranceles y tampoco viajarían pasajeros con medio mundo a cuestas en proporción a lo cerrado al comercio que sean sus países de origen puesto allí podrían adquirir lo que necesitan en lugar de acarrear pesadas maletas y esconder productos en los lugares más increíbles del cuerpo para no ser detectados por los antedichos burócratas (por supuesto que los que imponen semejantes legislaciones ingresan mercaderías con pasaportes diplomáticos y otras prebendas).

 

A juzgar por los voluminosos “tratados de libre comercio” aún no se comprendió que las cerrazones perjudican especialmente a los países más pobres puesto que el delta en productividad es mayor respecto a los más eficientes. Resulta tragicómico que se sostenga que los referidos tratados deben realizarse entre países iguales, cuando precisamente como en todo comercio la ventaja estriba en la desigualdad puesto que entre iguales no hay nada que comerciar.

 

Sin duda que si los gobiernos introducen dispersiones arancelarias se crea un embrollo que conduce a cuellos de botella insalvables entre las industrias finales y sus respectivos insumos. El antes citado  Bastiat también se burla del llamado “proteccionismo” al sugerir que en su época se obligara a tapiar todas las ventanas de las casas al efecto de proteger a los fabricantes de candelas de la “competencia desleal del sol”.

 

Entre otros despropósitos se argumenta que el control arancelario debe establecerse para evitar el dumping, lo cual significa venta bajo el costo que se dice exterminaría la industria local sin percatarse que el empresario, si el bien en cuestión es apreciado y la situación no se debe a quebrantos impuestos por el mercado, saca partida de semejante arbitraje comprando a quien vende bajo el costo y revende al precio de mercado. Pero generalmente nadie se toma siquiera el trabajo de verificar la contabilidad del proveedor en cuestión, lo único que preocupa a comerciantes ineficientes es que se colocan productos y servicios a precios menores que lo que con capaces de hacer ellos. Lo peligroso es el dumping gubernamental puesto que se realiza forzosamente con los recursos del contribuyente (por ejemplo el déficit de las mal llamadas empresas estatales), de todos modos, en este caso, los perjudicados son los residentes en el país que impone esta medida pero son beneficiarios quienes reciben en el exterior regalos a través de bienes más baratos que los que se ofrecen en el mercado.

 

Es paradójico que se hayan destinado años de investigación para reducir costos de transporte y llegados los bienes a la adunada se anulan esos tremendos esfuerzos a través de la imposición de aranceles, tarifas y cuotas. Hay un dèjá vu en todo esto. En resumen, respecto al tema arancelario, tal como señala Milton Friedman “La libertad de comercio, tanto dentro como fuera de las fronteras, es la mejor manera de que los países pobres puedan promover el bienestar de sus ciudadanos […] Hoy, como siempre, hay mucho apoyo para establecer tarifas denominadas eufemísticamente proteccionistas, una buena etiqueta para una mala causa”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

LA XENOFOBIA ENFERMIZA DE TRUMP

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

El otrora baluarte del mundo libre está en manos de un xenófobo que contradice todos los valores en su momento estipulados por los Padres Fundadores de esa nación que ha mantenido durante un largo período esos principios de apertura y respeto para con el extranjero. Ahora este megalómano coincide con esperpentos conocidos en otras latitudes como el “vivir con lo nuestro” y otras sandeces de tenor equivalente.

 

La xenofobia no es solo con respecto a la inmigración y sus declaraciones racistas, Trump agrede comercialmente a Europa, a México, Canadá y China con la pretensión de encerrarse dentro de sus fronteras lo cual es similar a que se establezcan aduanas interiores en cada barrio para “defenderse de la invasión” de productos más baratos y mejores de otros pueblos, un lenguaje militar del todo inapropiado como si se tratara de ejércitos de ocupación. Con estas actitudes se hace muy difícil la convivencia civilizada.

 

En el contexto xenófobo que impone Trump, nada se gana con reducir impuestos si a la vez se incrementa sideralmente el gasto público. Poco se gana con desregular algunas áreas si simultáneamente se arremete contra el Poder Judicial y el periodismo. Es típico de mente conservadora siempre comparar la situación con gestiones peores de otros mandatarios, lo cual es lo contrario de la actitud de las izquierdas que siempre reclaman más desde sus puntos de vista autoritarios por eso es que son éstos los que corren el eje del debate y marcan la agenda.

 

La “guerra comercial” iniciada por el actual morador de la Casa Blanca con su peculiar estilo capilar y bravuconadas varias debe poner en alerta a quienes forman parte de los países agredidos por la suba de aranceles a sus productos en el mercado estadounidense. Lo digo en el sentido de tener muy en cuenta que la denominada “reciprocidad” en esa trifulca no es tal. Si el país A impone aranceles a los productos que proceden del país B, este último haría muy mal en agregar también tarifas para los bienes que entran del primer país puesto que de ese modo estará perjudicando doblemente a sus ciudadanos: la primera vez por la contracción en las ventas al país A y la segunda por obligar a sus habitantes a comprar más caro de ese mismo país… vaya reciprocidad.

 

Otra vez se repite la situación ya anticipada por Adam Smith en el siglo xviii en cuanto al peligro de empresarios metidos en la política. Un empresario eficiente es aquel  que revela un talento especial para descubrir cuando los costos están subvaluados en términos de los precios finales y saca partida del arbitraje correspondiente, lo cual para nada significa que  conozca un ápice de los fundamentos éticos, jurídicos y económicos de una sociedad abierta.

 

No parece haber otra salida que reiterar lo dicho anteriormente sobre el tema arancelario. Parece increíble que a estas alturas del siglo xxi seguimos debatiendo si hay que imponer trabas o no al comercio entre países. Todavía se siguen empleando los argumentos más retrógrados, primitivos y cavernarios del mercantilismo que comenzaron a esgrimirse en el siglo xvi al efecto de bloquear transacciones de bienes y servicios a través de las fronteras, como si éstas fueran delimitaciones mágicas que modifican todos los principios de sensatez y cordura.

 

La base central para derribar las trabas al comercio exterior es que permite el ingreso de mercancías más baratas, de mejor calidad o las dos cosas al mismo tiempo. Es idéntico al fenómeno de incrementos en la productividad: hace menos onerosa las erogaciones por unidad de producto con lo que se liberan recursos humanos y materiales para poder dedicarlos a otros menesteres, lo cual, a su turno, significa estirar la lista de bienes y servicios disponibles que quiere decir mejorar el nivel de vida de los habitantes del país receptor.

 

Esto mismo es lo que sucedió cada vez que se inventó un procedimiento para mejorar la productividad con lo que, como queda dicho, se liberan recursos humanos y materiales para otros emprendimientos al efecto de satisfacer otras necesidades para lo que el empresario está atento en cuanto a capacitaciones y así lograr sus objetivos de aumentar ganancias. Ese es el progreso. Todo aprovechamiento de los siempre escasos recursos se traduce en aumento de salarios e ingresos en términos reales puesto que ello es consecuencia de las tasas de capitalización.

 

Si se comienza a preguntar cuales cosas se podrían fabricar como si estuviéramos en Jauja y todos estuvieran satisfechos, quiere decir que no hemos entendido nada de nada sobre economía. Reiteramos, en verdad la cuestión arancelaria no es diferente de los efectos que tendrían lugar si se impusieran aduanas interiores en un país o si un productor de cierto bien en el norte descubre un nuevo procedimiento para producirlo y consecuentemente lo puede vender más barato y mejor, pero en el sur lo bloquean debido a que los de la zona lo fabrican más caro y de peor calidad.

 

Este es el mensaje de los funcionarios de las aduanas de todas partes: “no vaya usted a traer algo mejor y de menor precio porque perjudicará gravemente a sus congéneres”. En un sentido contrario, este es el significado de los duty free que tanto fascinan a todo el mundo los cuales dejarían de existir si no se interpusieran los aranceles y tampoco viajarían pasajeros con medio mundo a cuestas en proporción a lo cerrado al comercio que sean sus países de origen puesto allí que podrían adquirir lo que necesitan en lugar de acarrear pesadas maletas y esconder productos en los lugares más increíbles del cuerpo para no ser detectados por los antedichos burócratas (por supuesto que los que imponen semejantes legislaciones ingresan mercaderías con pasaportes diplomáticos y otras prebendas).

 

A juzgar por los voluminosos “tratados de libre comercio” aún no se comprendió que la abolición de aranceles permite ajustar la relación exportación/importación a través del tipo de cambio libre. Al exportar ingresan divisas que se deprecian en relación a la moneda local, lo cual estimula las importaciones que, a su vez, aprecian la divisa extranjera debido a la salida de las mismas, lo cual frena las importaciones y estimula las exportaciones y así sucesivamente. Todo arancel a las importaciones afecta las exportaciones puesto que disminuye las demandas de divisas que es precisamente lo que incentiva las exportaciones y viceversa.

 

Sin duda que si los gobiernos introducen alquimias monetarias, manipulaciones del tipo de cambio, endeudamientos estatales que hacen las veces de entrada de capitales y se impone dispersión arancelaria se crea un embrollo que perjudica a las partes en las transacciones comerciales y, especialmente, a los consumidores. Este es especialmente el caso del endeudamiento: entran divisas del exterior que no son fruto de las exportaciones por lo que se deprecia el tipo de cambio, lo cual, a su turno,  incentiva artificialmente las importaciones que, a su vez, generan desbalances artificiales.

 

El francés decimonónico Frédéric Bastiat tiene infinidad de escritos en los que se burla del llamado “proteccionismo” que en verdad desprotege a los consumidores y le da cobertura a empresarios ineficientes que viven a costa de los demás. En este contexto, en su época sugería se obligue a tapiar todas las ventanas de las casas al efecto de proteger a los fabricantes de candelas de la “competencia desleal del sol”.

 

En aquellos tiempos del siglo xvi Montaigne escribió sobre el comercio de modo tal que luego lo dicho se conoció como “el dogma Montaigne” que consistía en la peregrina idea de que en toda transacción la parte que hace entrega de dinero pierde mientas que quien la recibe gana, situación que modernamente se denomina “suma cero” en el contexto de la teoría de los juegos. Pues bien, la miopía de Montaigne y sus seguidores no les permite ver que en toda transacción ambas partes ganan: el que entrega dinero es porque aprecia más el bien o servicio recibido que la suma que entrega a cambio, de lo contrario no hubiera realizado la operación. De aquella falacia deriva la noción la balanza comercial favorable si se exporta más de lo que se importa y la supuesta ventaja de acumular dinero.

 

En realidad lo ideal para un país sería solamente importar sin exportar nada, es decir arrasar con los bienes y servicios del mundo sin tener que llevar a cabo exportación alguna. Es lo mismo que sucede con cada uno de nosotros: es difícil de imaginar una situación más grata que la de comprar y comprar de todo sin necesidad de vender nada. Lamentablemente nos vemos obligados a vender bienes o servicios para poder adquirir lo que necesitamos, lo mismo ocurre con un conjunto de personas que viven en un país las cuales deben vender al extranjero para poder comprarles o, de lo contrario, deben ingresar capitales al país para poder financiar dichas adquisiciones. Por estas falacias es que Jacques Rueff en The Balance of Payments aconseja que los gobiernos no lleven las estadísticas del comercio exterior ya que constituyen una tentación para intervenir en el mercado que es cuando se suceden los desajustes mencionados.

 

Es paradójico que se hayan destinado años de investigación para reducir costos de transporte y llegados los bienes a la adunada se anulan esos tremendos esfuerzos a través de la imposición de aranceles, tarifas y cuotas. Kenneth Boulding en su clásico Análisis Económico concluye que “Así pues, un defensor razonable de los aranceles debe demostrar su lógica dispuesto a defender el retorno a los tiempos del caballo y la diligencia”.

 

En general los defensores de los aranceles son empresarios prebendarios con el apoyo logístico de intelectuales partidarios de esa contradicción en términos denominada “economía cerrada” (como lo es un círculo cuadrado), pero si se compara con los millones de consumidores perjudicados comprobamos lo que puede hacer una minoría decidida.

 

Vilfredo Pareto escribió que “el privilegio, incluso si debe costar 100 a la masa y no producir más que 50 a los privilegiados, perdiéndose el resto en falsos costes, será en general bien aceptado, puesto que la masa no comprende que está siendo despojada, mientras que los privilegiados se dan perfecta cuenta de las ventajas de las que gozan”.

 

Hay un dèjá vu en todo este pataleo estadounidense. Del mismo modo que ocurre con las personas, un grupo de ellas conocida como una nación tiene todo que ganar al abrirse al comercio, en este sentido resulta del todo irrelevante si las otras personas y países deciden hacer las del troglodita.

 

A este cuadro de situación se agregan las crisis en España y en Italia (ahora con Sánchez y Conte a la cabeza) para no decir nada de las lamentables economías de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia a las que se acoplan las ya destrozadas de Irán y Corea del Norte. Tal vez los signos más alentadores en América latina estén representados por Chile y por las perspectivas electorales en Colombia que afortunadamente van en dirección opuesta a los nubarrones electorales que se avecinan en México (es de esperar que Brasil y Argentina encuentren rumbos adecuados).

 

En resumen, respecto al tema arancelario, tal como señala Milton Friedman “La libertad de comercio, tanto dentro como fuera de las fronteras, es la mejor manera de que los países pobres puedan promover el bienestar de sus ciudadanos […] Hoy, como siempre, hay mucho apoyo para establecer tarifas denominadas eufemísticamente proteccionistas, una buena etiqueta para una mala causa”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

 

 

Gradualismo: una discusión absurda

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 16/5/18 en: http://independent.typepad.com/elindependent/2018/05/gradualismo-una-discusi%C3%B3n-absurda.html

 

Todo en la vida es gradual. Como no está al alcance de los mortales la perfección, el proceso vital consiste en uno de prueba y error en el contexto del evolucionismo ya que el conocimiento es siempre provisorio sujeto a refutaciones. Nada hay entonces fuera del gradualismo. En esta Tierra no alcanzamos un punto final. Estamos siempre en tránsito.

En materia política el asunto consiste en establecer el ritmo de lo gradual en base a la comprensión de que la lentitud demora los beneficios para todos pero muy especialmente  para los más necesitados puesto que la demora en cortar gastos públicos inútiles agrava la pobreza. Por el contrario, la rapidez en eliminar erogaciones improductivas libera recursos que indefectiblemente se colocan en manos privadas que inexorablemente consumen o invierten,  en  cualquier caso reasignan valiosos recursos humanos para llevar a cabo tareas que apuntan a socorrer necesidades insatisfechas.

El empresario, siempre atento a la  posibilidad de nuevos arbitrajes al efecto de incrementar sus ganancias, es el primer interesado en capacitar recursos humanos que permitan lograr esos objetivos. Las necesidades son ilimitadas y los factores de producción escasos, de allí la imperiosa necesidad de economizar. Si estuviéramos en Jauja, si hubiera de todo para todos todo el tiempo, no habría que esforzarse en producir.

Claro que todo  en la vida tiene un costo. El que va al cine tiene que dejar de lado su segunda prioridad, es lo que los economistas denominamos costo de oportunidad. Nada puede hacerse sin incurrir en costos. En el caso que nos  ocupa, quienes dejan de percibir en el primer momento ingresos, por ejemplo, empleados públicos innecesarios,  esto es más que compensado por el efecto global sobre la economía al evitar el derroche, lo cual incluso beneficiará a los funcionarios despedidos como consecuencia de una economía más robusta.

Pero lo más importante es el efecto sobre los trabajadores marginales quienes son los principales beneficiarios del aumento en las tasas  de capitalización merced a los consecuentes ahorros, situación que se traduce en la única causa de aumentos en salarios e ingresos en términos reales.

Como he consignado en otras oportunidades, me parece del todo inadecuado proponer políticas de shock como remedio a una situación económica difícil puesto que precisamente de lo que se trata es de evitar shocks en los que está inmerso el ciudadano cuando se arrastran largos momentos de crisis recurrentes.

Tampoco estimo pertinente aludir a la necesidad de ajustes puesto, que por la mismas razones, las personas viven ajustadas en medio de tormentas periódicas, lo que en verdad se requiere es la eliminación de ajustes.

Es que los gobernantes suelen replicar la mentalidad que prevalece en la opinión pública y si ésta se encuentra en un marasmo de confusiones en cuanto al rol de los aparatos estatales, no resulta posible una parición en niveles gubernamentales que resulten  de una factura diferente. Si prevalece la confusión es raro que los gobernantes sean los iluminados.

La educación en valores y principios compatibles con una sociedad abierta constituye la faena central si se quieren obtener consecuencias perdurables, es decir, progresos morales y materiales sustentables.

La demora en adoptar medidas de fondo conspira contra la posibilidad de revertir situaciones complicadas. En realidad, las dificultades en la comprensión  de lo dicho se debe a que muchos piensan  que el asistencialismo por parte de los aparatos estatales, esto es, el uso de dineros coactivamente  detraídos del fruto del trabajo ajeno, pueden en verdad ayudar cuando significan colocar en los destinatarios y a sus compatriotas piedras en sus cuellos y tirarlos al río de la desesperanza y la negación de la autoestima, amén de los daños muchas veces irreparables que provocan a sus semejantes.

No hay magias en economía, dos más dos son cuatro. El voluntarismo y la demagogia siempre conducen a fracasos estrepitosos. Circunstancialmente se podrán ganar elecciones, pero a la larga surgen los estropicios con todos los vahos hediondos que provocan los despilfarros y las cuentas públicas desordenadas, las manipulaciones monetarias y los endeudamientos  crónicos.

Como escribe Michael Polanyi, ningún mapa puede leerse a si mismo, para saber el rumbo se torna necesario consultar el mapa, de lo contrario, la improvisación asegura el extravío. Igual ocurre con las bibliotecas, si no se consultan resultan superfluas.

Entonces paremos el debate inútil del gradualismo y no dejemos que gobernantes se escuden en esa fachada sin significado alguno y apuntemos a concretar medidas que saquen a la gente de problemas graves. Cuando los gobernantes se postulan  para el cargo es porque piensan  que pueden resolver problemas y no pasarse el tiempo buscando excusas, explicaciones infantiles y fabricar embates contra enemigos inexistentes.

Tal vez el daño más severo que se infringe en estos contexto parte de los aplaudidores de siempre que buscan justificativos inauditos para apañar errores garrafales de funcionarios públicos ineptos. Son, sin  embargo, estos personajes inefables los primeros en traicionar la causa y ubicarse rápidamente en la vereda de los próximos gobernantes.

Los hay también aquellos que hacen de cortesanos del poder de turno pero cuando se hunden sus favoritos circunstanciales declaman que el país en cuestión es invivible y que, por tanto, anuncian que se mudarán de país. Son los infantables garroneros que pretendieron vivir a expensas de quienes se esforzaron en difundir los valores de la libertad en su país de origen y ahora quieren repetir la operación instalados en nuevos horizontes. Si todos  actuaran como estos tilingos, solo queda el mar con los tiburones al acecho.

Todos hemos escuchado a quines se pronuncian diciendo que quieren vivir en paz con sus familias, su trabajo, preservar sus domicilios y pertenencias varias, deportes, viajes y recreaciones como si todo eso viviera de la  estratósfera y de modo automático. No se percatan que el respeto que se merecen no viene por casualidad y que la libertad es una causa que hay que defender cotidianamente. Con  mucha razón ha sentenciado Jefferson que “el costo de la libertad es su eterna vigilancia”. Las manifestaciones anteriores revelan una irresponsabilidad a prueba de balas.

Muy acertado Ortega y Gasset cuando escribió en su obra más conocida que “Si usted quiere aprovecharse de las ventajas de la civilización, pero no se preocupa usted por sostener la civilización… se ha fastidiado usted. En un dos por tres se queda usted sin civilización. Un descuido y cuando mira usted a su derredor todo se ha volatilizado”.

No es extraño que se pregunte que puede hacerse para contribuir a que se nos respete, a lo cual todos estamos interesados independientemente de a que nos dediquemos, sea a la jardinería, la pintura, la danza, la economía, el derecho, la arquitectura, la medicina, el ama de casa, el deporte o  lo que fuera. Desde luego que nada más fértil que la cátedra, el libro, el ensayo y el artículo pero no es ni remotamente lo único posible. Las reuniones con formatos de ateneos en casas de familia en grupos chicos para debatir periódicamente un libro provechoso constituye unas de las vías más productivas fuera de lo expuesto en primer término, ya que se traduce en efectos multiplicadores en los trabajos, las reuniones sociales, en los  propios núcleos familiares y similares.

Una forma más sistemática y abarcativa es el establecimiento de fundaciones e instituciones al efecto de publicar y dictar seminarios que congregan a públicos más amplios y toda otra forma de estudiar y hacer conocer los principios de una sociedad libre en sus aspectos filosóficos, jurídicos, históricos y económicos. Y para el que de una manera u otra no participa en esas actividades, donar de su propio peculio para que otros puedan dedicarse a esas faenas nobles. En otros términos, no hay pretexto posible para zafar del deber irrenunciable de la defensa propia y de los seres queridos.

En todo caso, las  trifulcas en torno al gradualismo no conducen a ninguna  parte puesto que, como queda dicho, todo  en  la vida es gradual, el asunto es arremangarse y proceder en consecuencia para resolver problemas lo antes  posible y nunca confundir  los pasos en la ejecución de una medida con la inacción, el apoltronamiento y las telarañas mentales. Y mucho menos con el gradualismo al revés como sucede en no pocos casos en  los que se agravan los problemas que generalmente residen en gastos públicos elefantiásicos, cargas impositivas insoportables, déficit fiscales astronómicos, inflaciones imparables, regulaciones asfixiantes y deudas estatales internas y externas exorbitantes.

Como ha explicado en detalle el sacerdote James Sadowsky, la caridad consiste en la ayuda material y en el apostolado y de las dos es mucho más efectiva y duradera la segunda por aquello de que “es mejor enseñar a pescar que regalar un pescado” puesto que como consigna Michael Novak “es preciso subrayar que la sociedad no operará bien si todos sus miembros siempre actuaran basados en intenciones benevolentes”, es decir, si todo el sistema se basara en la caridad respecto a bienes materiales. Por otra parte como destaca Tibor Machan “solo se puede ser generoso si previamente existe el derecho de propiedad” ya que la solidaridad tiene sentido con recursos propios, por ello es que el mal llamado “Estado benefactor” es una contradicción en términos, entregar recursos de terceros por la fuerza no es beneficencia sino que constituye un atraco, “robo legal” como lo definía el decimonónico Frédéric Bastiat.

En resumen, el gradualismo está fuera de la cuestión, lo trascendente es limitar  el poder político a sus funciones primordiales de asegurar los derechos de cada cual a través de justicia y seguridad, misiones que habitualmente no cumplen los gobiernos por ocuparse de tareas que no le competen en un sistema republicano con la pretensión de administrar por la fuerza vidas y haciendas ajenas. Una cosa es el gradualismo, como decimos inherente a la condición humana, y otra son tortugas incompetentes que “hacen la plancha” en los temas que realmente importan.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Más sobre el cisne negro

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 18/4/18 en: http://economiaparatodos.net/mas-sobre-el-cisne-negro/

 

En realidad el problema central de las sociedades consiste básicamente en el deseo irrefrenable de gobernantes por manejar vidas y haciendas ajenas.

Por introspección sabemos lo que queremos y, sobre todo, somos también concientes de los cambios que operan en nuestro interior y en el medio que nos rodea. No somos la misma persona hoy que la  que fuimos ayer ni seremos la misma mañana debido a que incorporamos otros conocimientos, otras perspectivas y otras preferencias. Seguimos manteniendo la misma identidad pero nuestros horizontes no son los mismos si hemos aprovechado el proceso de prueba y error en nuestras vidas. Las circunstancias y situaciones son permanentemente cambiantes, lo cual nos hace modificar decisiones previas. Esto es lo que precisamente no toman en cuanta lo burócratas que pretenden administrar lo que concierne a otros.

La interacción libre y voluntaria entre las partes permite un proceso de win-win en el contexto del óptimo Pareto, esto es que cada uno de los participantes en una sociedad abierta mejora su posición respecto a la que tenía antes de la transacción. Esto es lo que no entienden llamados líderes del mundo libre como hoy Donald Trump que ha iniciado una “guerra comercial” en verdad un oxímoron puesto que, como queda dicho, por definición, el comercio apunta a la obtención de ganancias para todas las partes involucradas. Nadie interviene en una actividad comercial si no es con la idea de ganar. La terminología de las así denominadas “guerras comerciales” no figura en los diccionarios fuera de los aparatos estatales que ponen palos en las ruedas.

Y como también se ha apuntado, en el  contexto del mercado el sistema de precios basado en la propiedad privada trasmite información sobre que hacer y que no hacer. En esta situación los empresarios están incentivados para satisfacer al prójimo al efecto de incrementar su patrimonio, de lo  contrario incurre en quebrantos.

Si los aparatos estatales se inmiscuyen en el mercado se distorsionan los precios y, por lo tanto, la contabilidad y la evaluación de proyectos también quedan desdibujados con lo que la asignación de los siempre escasos recursos se dirigen a áreas distintas de las que se hubieran aplicado si no hubiera habido la antedicha intromisión, cosa que se traduce en derroche de capital que, a su vez, implica una contracción en los salarios  e ingresos en términos reales.

En otros términos, la intervención gubernamental en los negocios privados no solo bloquea la referida información sino que concentra ignorancia en los así llamados planificadores estatales, en lugar de abrir cauce al aprovechamiento del conocimiento siempre disperso y fraccionado. Como ha apuntado Michael Polanyi, cada uno en el spot tiene sus habilidades, a veces “conocimiento tácito” cuando no lo puede explicitar pero en todo caso ninguno de los operadores en el mercado tiene la visión de conjunto. Como también se ha subrayado desde la Escuela Escocesa en adelante, este proceso produce un resultado que no ha sido previsto por ninguno de los participantes. Solo en las mentes afiebradas de los megalómanos cabe la posibilidad de improvisar perspectivas omnicomprensivas que intentan manejar con los resultados catastróficos por todos conocidos.

Antes he escrito sobre lo que a continuación expongo, pero estimo que es del caso reiterar aspectos de lo dicho. De tanto en tanto aparecen libros cuyos autores revelan gran creatividad que significan verdaderos desafíos para el pensamiento. Son obras que se apartan de los moldes convencionales, se deslizan por avenidas poco exploradas y, por ende, nada tienen que ver con estereotipos y lugares comunes tanto en el fondo como en la forma en que son presentadas las respuestas a los mas variados enigmas intelectuales.

Este es el caso del libro de Nassim Nicholas Taleb titulado El cisne negro, publicado por Paidós en Barcelona (el cual me fue recomendado en su momento por mi amigo y ex alumno Enrique Pochat). El eje central del trabajo de marras gira en trono al problema de la inducción tratado por autores como Hume y Popper, es decir, la manía de extrapolar los casos conocidos del pasado al futuro como si la vida fuera algo inexorablemente lineal. Lo que se estima como poco probable -ilustrado en este libro con la figura del cisne negro- al fin y al cabo ocurre con frecuencia.

Ilustra la idea con un ejemplo adaptado de Bertrand Russell: los pavos que son generosamente alimentados día tras día. Se acostumbran a esa rutina la que dan por sentada, entran en confianza con la mano que les da de comer hasta que llega el Día de Acción de Gracias en el que los pavos son engullidos y cambia abruptamente la tendencia.

Taleb nos muestra como en cada esquina de las calles del futuro nos deparan las más diversas sorpresas. Nos muestra como en realidad todos los grandes acontecimientos de la historia no fueron previstos por los “expertos” y los “futurólogos” (salvo algunos escritores de ciencia ficción). Nos invita a que nos detengamos a mirar “lo que se ve y lo que no se ve” siguiendo la clásica fórmula del decimonónico Frédéric Bastiat. Por ejemplo, nos aconseja liberarnos de la mala costumbre de encandilarnos con algunas de las cosas que realizan los gobiernos sin considerar lo que se hubiera realizado si no hubiera sido por la intromisión gubernamental que succiona recursos que los titulares les hubieran dado otro destino.

Uno de los apartados del libro se titula “Suguimos ingnorando a Hayek” para aludir a las contribuciones de aquel premio Nobel en Economía y destacar que la coordinación social no surge del decreto del aparato estatal sino, como queda dicho, a través de millones de arreglos contractuales libres y voluntarios que conforman la organización social espontánea y que las ciencias de la acción humana no pueden recurrir a la misma metodología de las ciencias naturales donde no hay propósito deliberado sino que hay reacción mecánica a determinados estímulos.

La obra constituye un canto a la humildad y una embestida contra quienes asumen que saben más de lo que conocen (y de lo que es posible conocer), un alegato contra la soberbia gubernamental que pretende manejar administrar el fruto del trabajo ajeno en lugar de dejar en paz a la gente y abstenerse de proceder como si fueran los dueños de los países que gobiernan. En un campo más amplio, la obra está dirigida a todos los que posan de sabios poseedores de conocimientos preclaros del futuro. Y no se trata de memoria insuficiente para almacenar datos, como ha puntualizado Thomas Sowell el problema medular radica en que la información no está disponible antes de haberse llevado a cabo la acción correspondiente.

Por su parte Teleb pone en evidencia los problemas graves que se suscitan al subestimar la ignorancia y pontificar sobre aquello que no está al alcance de los mortales. Es que como escribe “la historia no gatea: da saltos” y lo improbable -fruto de contrafácticos y escenarios alternativos- no suele tomarse en cuenta, lo cual produce reiterados y extendidos “cementerios” ocultos tras ostentosos y aparatosos modelitos matemáticos y campanas de Gauss que resultan ser fraudes conscientes o inconscientes de diversa magnitud, al tiempo que no permite el desembarazarse del cemento mental que oprime e inflexibiliza la estructura cortical. Precisamente, el autor marca que Henri Poincaré ha dedicado mucho tiempo a refutar predicciones basadas en la lineaidad construidas sobre la base de lo habitual a pesar de que “los sucesos casi siempre son estrafalarios”.

Explica también el rol de la suerte, incluso en los grandes descubrimientos de la medicina como el de Alexander Fleming en el caso de la penicilina, aunque, como ha apuntado Pasteur, la suerte favorece a los que trabajan con ahínco y están alertas. Después de todo, como también nos recuerda el autor, “lo empírico” proviene de Sextus Empiricus que inauguró, en Roma, doscientos años antes de Cristo, una escuela en medicina que no aceptaba teorías y para el tratamiento se basaba únicamente en la experiencia, lo cual, claro está, no abría cauces para lo nuevo.

El positivismo ha hecho mucho daño a la ciencia al sostener que no hay verdad si no es verificable a lo que, por una parte, Morris Cohen responde que esa proposición no es verificable y, por otra, Karl Popper ha demostrado que nada en la ciencia es verificable es solo corroborable provisoriamente que debe estar abierta a posibles refutaciones.

Los intereses creados de los pronosticadores dificultan posiciones modestas y razonables y son a veces como aquel agente fúnebre que decía: “yo no le deseo mal a nadie pero tampoco me quiero quedar sin trabajo”. Este tipo de conclusiones aplicadas a los planificadores de sociedades terminan haciendo que la gente se alimente igual que lo hacen los caballos de ajedrez (salteado). Estos resultados se repiten machaconamente y, sin embargo, debido a la demagogia, aceptar las advertencias se torna tan difícil como venderle hielo a un esquimal.

En definitiva, nos explica Taleb que el aprendizaje y los consiguientes andamiajes teóricos se lleva a cabo a través de la prueba y el error y que deben establecerse sistemas que abran las máximas posibilidades para que este proceso tenga lugar. Podemos coincidir o no con todo lo que nos propone el autor, como que después de un tiempo no es infrecuente que también discrepamos con ciertos párrafos que nosotros mismos hemos escrito, pero, en todo caso, el prestar atención al “impacto de lo altamente improbable” resulta de gran fertilidad…al fin y al cabo, tal como concluye Taleb, cada uno de nosotros somos “cisnes negros” debido a la muy baja probabilidad de que hayamos nacido.

Por último y en tren de no desperdiciar el tiempo, para actualizar nuestras potencialidades en busca del bien y en lo posible evitar sorpresas de nuevos cisnes negros debemos bucear en nuestros propios interiores. En este sentido consignamos al margen que también resulta de interés prestar atención a tantos autores que conjeturan sobre lo que ocurre mientras dormimos en cuanto al significado de los sueños puesto que no es menor el hecho de que durante una tercera parte de nuestra vida no estamos despiertos, por lo que una persona de 75 años ha dormido 25 años. Un tiempo tan prolongado que no justifica desentenderse de lo que allí sucede.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.