Contra la tiranía del statu quo

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 9/10/18 en: https://www.lanacion.com.ar/2179770-contra-tirania-del-statu-quo

 

Los beneficios sociales de eliminar el despilfarro son mayores que los costos, hay que usar la imaginación para salir del letargo en el que estamos desde hace 70 años

Los beneficios sociales de eliminar el despilfarro son mayores que los costos, hay que usar la imaginación para salir del letargo en el que estamos desde hace 70 años.

 

 

La cobertura por parte del FMI respecto a problemas que surgieron como consecuencia de la demora en adoptar medidas necesarias y urgentes por parte de la actual administración, brinda una oportunidad para meditar sobre el futuro de la economía de nuestro país aunque por el momento se pretenda paliar parte de lo que viene ocurriendo con tasas de interés explosivas.

 

En primer lugar subrayamos que tal como han señalado numerosos autores de la tradición de pensamiento liberal, el Fondo Monetario Internacional es una entidad financiada coactivamente con los recursos detraídos de los contribuyentes al efecto de brindar apoyo a gobiernos fallidos debido a políticas estatistas. Y cuando los gobernantes del caso están en plena crisis y a punto de verse obligados a rectificar sus conductas inapropiadas, irrumpe el FMI con carradas de dólares con préstamos a tasas de interés inferiores a las que corresponden al mercado y con períodos de gracias y eventualmente waivers lo cual en definitiva permite continuar con políticas desacertadas.

 

Estos han  sido los casos de Tanzania, Zaire, Sri Lanka, Nigeria, Mozambique, Indonesia, Rusia, Turquía, Haití, Bolivia, México, Rumania, Egipto y en repetidas ocasiones de Argentina. Es por ello que, por ejemplo, el premio Nobel  en economía James M. Buchanan junto a Anna Schwartz han sugerido la inmediata liquidación del FMI, una entidad que estiman sumamente contraproducente.

 

Es por eso que economistas de la talla de Doug Bandow y Ronald Vauvel destacan que esa organización internacional es responsable de fomentar la pobreza, en muy documentados ensayos que llevan respectivamente los sugestivos títulos “The IMF: A Record of Addiction and Failure” y “The Moral Hazard of IMF Lending”.

 

De todos modos en nuestro caso se trata de un hecho consumado por lo que,  como queda dicho,  dada la situación intentemos sacar partida del tiempo disponible para apuntar en una dirección que nos vuelva a colocar en las posiciones relevantes antes de que hicieran estragos los populismo vernáculos. Para este ejercicio sugiero no nos concentremos en los obstáculos para adoptar medidas de fondo -en muchos casos pretextos para la inacción- sino en su conveniencia puesto que elaborar sobre las vallas es un modo de obviar el debate. Por el contrario, es indispensable dar la discusión en primer término para luego esforzarnos en difundir la idea en dirección a su aplicación cuando le llegue el turno, pero nunca le llegará el turno si no enfrentamos el debate.

 

La banca central puede operar solo en una de tres direcciones: expandir, contraer o dejar inalterada la base monetaria. En cualquiera de estos caminos inexorablemente deteriorará los precios relativos, es decir, los únicos indicadores que tiene la economía para asignar los siempre escasos recursos, con lo que el consecuente derroche reduce salarios e ingresos en términos reales. No hay forma de salir del mencionado atolladero y si suponemos que los banqueros centrales tuvieran la bola de cristal y supieran que es lo que la gente prefiere en cuanto a oferta monetaria, no tendría tampoco sentido su existencia puesto que harían lo mismo que la gente reclama en cuanto a activos monetarios y no tendría sentido superponer decisiones con el consiguiente engrosamiento de gastos. Para saber que es lo que la gente demanda hay que dejarla que opere.

 

Resulta vital que la gente pueda elegir los instrumentos financieros con los que lleva a cabo todos sus contratos para lo cual, un primer paso consiste en abrogar el curso forzoso de la moneda local y si, además, se elimina el sistema bancario de reserva fraccional, la situación mejoraría grandemente al dejar sin efecto la producción secundaria de dinero.

 

No es pertinente ser arrastrados por declamaciones nacionalistas en cuanto a machacar con la idea de la denominada soberanía monetaria que no solo contiene una trampa letal para mantener presos a los ciudadanos a través de la apropiación del fruto del trabajo ajeno, sino que deja de lado que, en última instancia, la soberanía radica en las autonomías individuales y no en un trozo de papel con o sin respaldo.

 

Por su parte el tipo de cambio es un precio como cualquier otro y debe responder a las valorizaciones cruzadas de las partes contratantes y no decretar la flotación como si fuera una gracia que otorgan los aparatos estatales (dicho se de paso, generalmente flotación sucia).

 

Y resulta tragicómico cuando burócratas la emprenden contra la especulación sin percatarse que no hay acción humana que no sea especulativa,  esto es, que tenga como horizonte atender el interés personal del sujeto actuante cualquiera sea la naturaleza de los actos que se lleven a cabo. En el fondo se trata de una tautología puesto que no es concebible un acto que no esté en interés de quien lo ejecuta, con lo que se abre paso la especulación en el sentido de apuntar siempre a una situación más favorable que la anterior al acto desde el punto de vista de quien lo realiza.

 

En este contexto me parece de una importancia decisiva mostrar que estrictamente no hay tal cosa políticas monetarias y cambiarias adecuadas. Conviene reiterar lo que han escrito los premios Nobel en economía Friedrich Hayek y Milton Friedman.

 

El primero ha consignado que “Hemos tardado doscientos años en darnos cuenta del bochorno de unir a la religión con el poder político, es de desear que no demoremos otro tanto en darnos cuenta que la unión del dinero con el poder político es solo para succionar el fruto del trabajo ajeno” y  el segundo escribió que “El dinero es un asunto demasiado importante como para dejarlo en manos de banqueros centrales”.

 

El  paréntesis en el que entramos en esta etapa por las razones apuntadas, además de que es hora de comenzar la campaña para desmitificar aquello de “la autoridad monetaria” (ninguna banca central de la historia ha preservado el poder adquisitivo de la unidad monetaria), también nos permite sopesar la necesidad de liberar recursos esterilizados en actividades gubernamentales incompatibles con un sistema republicano, lo cual es otra manera de aludir a la necesidad de cortar el elefantiásico gasto público.

 

Sin duda que esta medida conlleva costos pero el engrosamiento de los bolsillos de los recipiendarios permite reasignar factores productivos con lo que los salarios se elevan puesto que las tasas de capitalización constituyen la única causa de enriquecimiento. Los beneficios sociales netos de eliminar el despilfarro son infinitamente mayores que los costos, por lo que no es cuestión de pontificar acerca de la enfermedad y negarse a aceptar los medicamentos.

 

La eliminación de funciones (y no simplemente podas y enroques circunstanciales de funcionarios) permitirán encarar reformas sustanciales en la insoportable presión tributaria y el colosal endeudamiento público.

 

Necesitamos subir la vara de la excelencia y dejar de lado el espíritu conservador en el peor sentido de la expresión, dejar de lado lo que el antes citado Friedman ha condenado una y otra vez: la tiranía del statu quo y usar la imaginación para salir del letargo en el que nos encontramos sumidos desde hace siete largas décadas. Todos tenemos que contribuir en esta batalla cultural al efecto de correr la agenda hacia temarios de una sociedad abierta, lo cual resulta trascendental para nuestro futuro.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es Miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid).

La tablita cambiaria de los 70 y la de hoy

Por Roberto Cachanosky. Publicado el 14/11/12 en:

 Según Aníbal Fernández,se debe «sostener un tipo de cambio con flotación administrada que garantice que podemos mantener la demanda». En realidad muy bien no se entiende la relación que hace entre flotación administrada y mantener la demanda, pero lo que sí queda claro, de acuerdo a la política cambiaria que lleva a cabo el Gobierno, es que está copiando la famosa tablita cambiaria de Martínez de Hoz en los 70. En ese entonces, aplicó una devaluación pautada, pero como la inflación, que en ese momento superó la tasa de inflación, el tipo de cambio real siguió cayendo hasta generar un serio problema en el sector externo a fines de 1980 y principios de 1981.

Si bien en los últimos meses el Banco Central aceleró un poco la tasa de devaluación del peso, claramente el aumento del dólar se encuentra muy por debajo de la tasa de inflación real, al igual que en la tablita cambiaria de los 70. Lo que nos dice Aníbal Fernández es que quiere anclar el tipo de cambio, al igual que se hizo con la tablita cambiaria, para desactivar la expectativas inflacionarias. El problema es que la gente no solo percibe la alta inflación. La gente no sigue la evolución de la emisión monetaria que está por arriba del 35% anual, pero sí sigue los precios internos y observa el desborde inflacionario que ha generado el Gobierno. A modo de ejemplo podemos citar el caso del stock de adelantos transitorios del BCRA al tesoro (pesos emitidos para financiar el déficit fiscal dado el desborde del gasto público). En octubre del año pasado ese stock era de $ 51.180 millones y en octubre de este año sumó $ 92.239 millones. Un incremento del 80% en un año. Es desborde de emisión por un gasto público creciente y cada vez más ineficientes se financia con el impuesto inflacionario.

 La diferencia entre la tablita cambiaria de los 70 y la actual es la forma de sostenerla. En los 70 se tomaba deuda pública y se subía la tasa de interés para ingresar dólares y evitar la suba del tipo de cambio. El mercado ajustaba por la cantidad de dólares de corto plazo que se obtenían. En la actualidad, por más que suban la tasa de interés ya nadie ingresa capitales en la Argentina. ¿Qué hacen entonces? Prohíben la compra de dólares para que la gente no pueda defenderse de la inflación que genera el Gobierno, aunque inicialmente habían dicho que la autorización previa de la AFIP era para justificar el origen de los fondos con que la gente compraba dólares. Es decir, fueron cambiando el discurso de acuerdo a la conveniencia del momento. Lo cierto es que en rigor, el problema de tipo de cambio real no lo resuelven ajustando el mercado por cantidad demanda de dólares. En todo caso lo postergan prohibiendo la compra de dólares. Es que en la medida que el BCRA siga empapelando de billetes la economía, la inflación continuará su curso inexorable, el tipo de cambio real caerá y, finalmente, el impacto sobre el sector externo se hará sentir por el lado de las exportaciones las que, por cierto, cayeron el 12% en septiembre pasado de acuerdo a datos del Indec.

El otro problema que tienen es que al deteriorar el tipo de cambio real afectan las exportaciones y, por lo tanto, para poder sostener algún nivel de saldo de balance comercial tienen que frenar cada vez más importaciones impactando en el nivel de actividad interna. Como dato a tener en cuenta hoy la demanda laboral en Capital Federal y el Gran Buenos Aires está un 10% por debajo de abril del 2002 que fue el peor mes del peor año de la crisis 2001/2002, la industria y la construcción llevan 6 meses consecutivos de caída y la actividad inmobiliaria cayó el 47% septiembre contra septiembre, solo por citar algunos sectores y no entrar en detalles con las economías regionales. De manera que Aníbal Fernández evita un problema social con la devaluación, pero genera otro problema social con la baja en el nivel de actividad (basta con ver la evolución de la recaudación de impuestos como el IVA DGI y el impuesto al cheque para advertir cómo se desacelera la economía).

Hoy la gente siente el impacto de menor demanda de trabajo y de la caída de su ingreso real por efecto de la inflación y la recesión que está generando el Gobierno, al tiempo que el sector externo se complica por la caída del tipo de cambio real. 

El mercado siempre ajusta por precio o por cantidad. Cuando a un producto el Gobierno le pone un precio artificialmente bajo, inevitablemente la demanda aumenta. Esa demanda que hacía la gente de dólares baratos en términos reales fue la que el Gobierno prohibió, pero no por eso soluciona el problema del comercio exterior. Con un dólar artificialmente barato, las exportaciones tienden a bajar y las importaciones a subir. Es más, con una brecha cambiaria del 30% se produce la subfacturación de exportaciones y las sobrefacturación de importaciones. El resultado es que como el Gobierno no puede solucionar el problema de la baja de las exportaciones, comprime más las importaciones y frena aún más la actividad económica por falta de insumos.

De manera que Fernández se equivoca al decir que quieren evitar un problema social. Lo están generando y en cantidades industriales. Y, encima, a pesar de prohibirle a la gente que compre dólares para defenderse de la inflación que genera el Central, la institución sigue perdiendo reservas. Al 31 de octubre pasado, las reservas del Central representaban menos del 40% del activo del banco, el resto son papeles sin valor que le entrega el tesoro al Central a cambio de las reservas que le quita. 

¿Cuál es el riesgo que se corre hacia el futuro? Varios, pero uno de ellos es que los pesos que emite y se quedan circulando en la economía y en los bancos, un día se transformen en una corrida financiera si la gente percibe que el dólar sigue estando cada vez más barato y la tasa de interés no la cubre de la tasa de inflación. Esta es una historia conocida por todos porque ya la vivimos varias veces. La apuesta de «te doy tasa dame dólares» fue la que llevó a la crisis del Plan Primavera en la década del 80. La gente devenga una ganancia en dólares colocándose en tasa de interés hasta que decide no jugar más y cambia pesos por dólares. Y cuando hace eso, retira su dinero de los bancos.

Digamos que la «solución» que propone el Gobierno es un doble sacrificio para la población. En el corto plazo le hace sentir el rigor de la inflación, la caída en el nivel de actividad y la menor demanda laboral. En el largo plazo el inevitable ajuste por precio del mercado de cambios y su impacto sobre el ingreso de la gente.

Antes de terminar deseo aclarar que no soy de los que creen que los problemas del sector real de la economía se resuelven con una devaluación. Por el contrario, una devaluación solo esconde, detrás de un tipo de cambio alto, las ineficiencias estructurales, pero esconderlas no es resolverlas. La solución pasa por reformas estructurales, disciplina monetaria y fiscal y respeto por los derechos de propiedad, algo que el Gobierno no va a hacer. Conclusión: mientras el Ejecutivo siga con estas políticas cambiaria, fiscal y monetaria inconsistentes, la gente sufrirá los efectos recesivos en el corto plazo y los más recesivos en el largo plazo cuando haya que hacer consistentes las tres políticas por imperio de la realidad.

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA)y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE.