¿Un portentoso milagro argentino?

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 13/3/2en: https://www.infobae.com/opinion/2021/03/13/un-portentoso-milagro-argentino/

El cumplimiento de la Carta Magna de 1853 hizo que nuestro país compitiera en el primer puesto del mundo libre con Estados Unidos

Justo José de Urquiza

Justo José de Urquiza

En la parla convencional se alude al “milagro alemán” que no fue ningún milagro sino la aplicación de políticas liberadoras que permitieron el resurgimiento de Alemania luego de la tragedia nazi. En el caso argentino es muy pertinente recurrir a esa alegoría o metáfora puesto que los sucesos irrumpieron con una firmeza notable los cuales generaron un progreso extraordinario en las condiciones de vida de la gente que fue la admiración del mundo.

Como ha escrito Juan Bautista Alberdi, a partir de 1810 “nos independizamos de España pero fuimos colonos de nuestros gobiernos” en un contexto de caudillajes y desórdenes mayúsculos solo interrumpidos muy de vez en cuando con intentos fallidos de establecer una sociedad civilizada.

En medio del batifondo y de la tiranía rosista comenzaron los esfuerzos por encaminarse, primero en reuniones para estudiar y debatir obras que apuntaban a los fundamentos de una sociedad libre en la denominada Jabonería de Vieytes, luego en la Librería de Marcos Sastre, finalmente en lo que se bautizó como Salón Literario (esto en 1837, de allí que a sus integrantes se los denominó como “la generación del 37”), más adelante todavía en la Asociación de Mayo.

Los personajes de marras eran en primer término Alberdi y también, entre otros, Esteban Echeverría, José María Gutiérrez, José Mármol, Gervasio Posadas, Jacinto Rodríguez Peña, José Antonio Wilde y Florencio Varela, muchos de los cuales habían sido introducidos a los principios liberales principalmente por el profesor Diego Alcorta en el Departamento de Jurisprudencia de la Universidad de Buenos Aires (que luego fue expulsado por Rosas) a través de autores como Benjamin Constant, John Locke, Adam Smith y Montaigne.

Como es sabido Alberdi no se recibió de abogado en nuestro país porque se negó a llevar a cabo el juramento impuesto por Rosas a favor de su gobierno y lo hizo en Uruguay para luego revalidar en Chile donde mantuvo un más largo autoexilio, nación en la que fundó el Club Constitucional para seguir con la difusión de ideas. También desde Valparaíso, en combinación con académicos locales lo convenció a su amigo Félix Frías -en ese momento corresponsal del El Mercurio en París- que lo contratara a Gustave Courcelle-Seneuil para la Universidad de Chile quien fue el primer profesor liberal en esas tierras trasandinas.

En todo caso, en esta nota periodística subrayó la extraordinaria sucesión de hechos -milagrosos dirían algunos- que arrancaron nuestro país del salvajismo y lo catapultaron a una de los más prósperos de orbe. El primero de mayo de 1851 se produce la proclama de Justo José de Urquiza con la idea de establecer un genuino federalismo en reemplazo del férreo unitarismo disfrazado de federal. El 3 de febrero de 1852 tiene lugar la batalla de Caseros donde se pone punto final a la tiranía, en mayo de 1852 Alberdi publica Bases y puntos de partida de la organización política de la República Argentina y el primero de mayo de 1853 se jura la flamante Constitución liberal.

El “milagro” no sólo tuvo lugar por la coincidencia del trabajo extraordinario de Alberdi y su estrecha relación epistolar con Urquiza en el contexto de los acuerdos de ambos (en este sentido véase especialmente Urquiza y Alberdi. Intimidades de una política donde Ramón J. Cárcano reproduce la correspondencia entre estas dos personalidades), sino también la decisión de los constituyentes de rechazar otras dos propuestas que se filtraron y pretendieron competir con el proyecto alberdiano en la Asamblea Constituyente: una de Pedro de Angelis (1784-1859) y otra de Mariano Fragueiro (1795-1872), ambas escritos de corte autoritario sin siquiera contemplar una sección de derechos y garantías. En lugar de eso predominó con mucho vigor la influencia de Alberdi que su vez se basó en los autores mencionados más arriba, en la Constitución estadounidense, en la de las Cortes de Cádiz de 1812 (dicho sea de paso en relación a este último documento se utilizó por vez primera la expresión “liberal” como sustantivo en oposición a los “serviles” que adherían a la tradición estatista de España) y a los trabajos del italiano Pellegrino Rossi que había sido profesor en la universidades de Bologna y París, un continuador de las exposiciones tan fértiles de Jean-Baptiste Say.

En la referida correspondencia que reproduce Cárcano, Alberdi le envía su libro a Urquiza con el siguiente mensaje: “Nuestra perpetua gratitud, por la heroicidad sin ejemplo con que ha sabido restablecer la libertad de la patria, anonadada por tantos años” y agrega que “he consagrado muchas noches a la redacción del libro, sobre las bases de la organización política para nuestro país, que tengo el honor de someter al excelente buen sentido de V.E.” (fechada en Valparaíso el 30 de mayo de 1852). A lo que Urquiza responde: “Su bien pensado libro es a mi juicio un medio de cooperación importantísimo. No ha podido ser escrito ni publicado en mejor oportunidad” (fechada en Palermo de San Benito, julio 22 de 1852).

Existe una muy nutrida bibliografía sobre Urquiza (especialmente por Juan González Calderón, Beatriz Bosch, Facundo Zuviría, Amancio Alcorta, José María Sarobe y el antes mencionado Cárcano) pero tal vez el mejor resumen de sus ideas, valores y principios se encuentra en la siguiente célebre declaración que recoge entre la mucha documentación exhibida por Isidoro J. Ruiz Moreno en Vida de Urquiza“Si alguna gloria he apetecido es la de ofrecer a mi patria un monumento sublime de instituciones liberales, levantado sobre los escombros de la tiranía”.

Como queda dicho, el cumplimiento de la Carta Magna de 1853 hizo que Argentina compitiera en el primer puesto del mundo libre con Estados Unidos. Los ingresos y salarios del peón rural y del obrero de la industria incipiente eran mayores que los de Suiza, Alemania, Francia, Italia y España por lo que las oleadas migratorias hicieron que la población se duplicara cada diez años, las exportaciones estaban a la par con las canadienses y las ofertas culturales, periodísticas, de seguridad y Justicia eran ponderadas en todas las latitudes. En el Centenario una comisión de la Academia Francesa comparó debates del Parlamento argentino con los que se llevaban a cabo en esa corporación académica debido a la versación y la independencia de criterio de los parlamentarios de nuestro país.

Luego vino el golpe fascista del 30 y peor aún el golpe militar del 43 cuyas consecuencias aún padecemos en grado sumo, lo cual ocurrió por lo que tan acertadamente vaticinó Alexis de Tocqueville: es frecuente que en las naciones que cuentan con gran progreso moral y material se de eso por sentado, lo cual constituye el momento fatal pues los espacios son ocupados por otras corrientes de pensamiento. Así fue en nuestro caso con el marxismo, el keynesianismo, distintas variantes de socialismo, los cepalinos y estatismos en general. De un tiempo a esta parte afortunadamente se nota un cambio lento pero muy vigoroso en la tendencia intelectual que es el primer anuncio de una posible mejora, a pesar del clima enrarecido que se vive: el poco respeto a instituciones fundamentales y una embestida feroz del chavismo local.

En aquella instancia había que primero terminar con al caudillaje representado en su máxima expresión por Juan Manuel de Rosas. Como hemos señalado antes, Bartolomé Mitre destaca que Rosas fundó “una de las más bárbaras y poderosas tiranías de todos los tiempos” (en Historia de Belgrano), Domingo Faustino Sarmiento: “Hoy todos esos caudillejos del interior, degradados, envilecidos, tiemblan de desagradarlo y no respiran sin su consentimiento” (en Facundo), Alberdi: “los decretos de Rosas contienen el catecismo del arte de someter despóticamente y enseñar a obedecer con sangre” (en La República Argentina 37 años después de su Revolución de Mayo). Y el propio José de San Martín lejos de su país al principio engañado por las promesas de Rosas de unificar y pacificar relata en una misiva que “Tú conoces mis sentimientos y por consiguiente yo no puedo aprobar la conducta del general Rosas cuando veo una persecución contra los hombres más honrados de nuestro país” (en Carta a Gregorio Gómez, septiembre 21 de 1839).

Tal como hemos apuntado al comienzo de esta nota, desde la irrupción del peronismo y sus imitadores con sus estragos estatistas nos obliga a navegar en la oscuridad en medio de una pobreza creciente y una exponencial degradación moral e institucional con lo que hemos caído de los primeros puestos en cuanto al progreso a ser uno de los últimos escalones en el concierto de las naciones. Jorge Luis Borges y Américo Ghioldi resumen el problema. El primero en 1986: “Pienso en Perón con horror, como pienso en Rosas con horror” y el segundo en 1952: “Como Encarnación Ezcurra de Rosas, Eva Duarte ocupará un lugar en la historia de la fuerza y la tiranía americana”. Abundantes son las referencias bibliográficas respecto a las tropelías del peronismo, por ejemplo, en las obras de Robert Potash, Félix Luna, Bernardo Gonzáles Arrili, Carlos García Martínez, Uki Goñi, Roberto Aizcorbe, Hugo Gambini, Ignacio Montes de Oca, Silvia Mercado, Rómulo Zemborain, Juan José Sebrelli, María Zaldívar, Nicolás Márquez y Silvano Santander.

Como también queda dicho, las fundaciones e instituciones liberales establecidas hoy en suelo argentino y los tantos referentes de esa tradición en distintos planos realizan una tarea educativa de gran calado que se traduce en una inmensa esperanza para revertir nuestros graves problemas y retomar la senda alberdiana que nunca debimos abandonar para de esta forma repetir “el milagro argentino”.

El caso de Urquiza fue un contragolpe en vista de los golpes sistemáticos propinados por Rosas como una ofensa a las elementales libertades ciudadanas, igual que el caso de Fidel Castro respecto a los latrocinios de Fulgencio Batista, solo que en el primer caso fue un éxito retundo en cuanto al establecimiento del respeto recíproco, mientras que en el segundo empeoraron astronómicamente los atropellos a la dignidad para convertir la isla en una cárcel infranqueable y pestilente.

Cierro este texto con cinco pensamientos clave de Juan Bautista Alberdi que resumen su posición respecto a la sociedad libre, tomados de Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853:

-”El ladrón privado es el más débil de los enemigos que la propiedad reconozca. Ella puede ser atacada por el Estado, en nombre de la utilidad pública.”

-”Después de ser máquinas del fisco español, hemos pasado a serlo del fisco nacional: he aquí todo la diferencia.”

-”¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra.”

-”Mientras el gobierno tenga el poder de fabricar moneda con simples tiras de papel que nada prometen, ni obligan a reembolso alguno, el ´poder omnímodo´ vivirá inalterable como un gusano roedor en el corazón de la Constitución.”

-”Si los derechos civiles del hombre pudiesen mantenerse por sí mismos al abrigo de todo ataque, es decir, si nadie atentara contra nuestra vida, persona, propiedad, libre acción, el gobierno del Estado sería inútil, su institución no tendría razón de existir”.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

A raíz de Domingo Faustino Sarmiento

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 11/9/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2017/09/15/a-raiz-de-domingo-faustino-sarmiento/

Pensamos que es oportuno aludir a Sarmiento, puesto que el 11 del corriente fue el Día del Maestro en su homenaje. Todos los que nos dedicamos a la docencia tomamos su ejemplo en cuanto a que, para enseñar bien y reducir en algo nuestra ignorancia, es indispensable contar permanentemente con espíritu de estudiante al efecto de preguntar, repreguntar, indagar y cuestionar.

He vuelto a releer sobre la civilización y la barbarie de Sarmiento. La primera vez ni remotamente le saqué jugo. Leí esa obra en el St. George’s College, donde estuve pupilo desde los nueve años hasta los quince que fui a un colegio en Estados Unidos. Creo que fue el único libro que abordé en esos largos años, puesto que mis obsesiones eran el deporte y cómo escaparme a Quilmes sin que los guardias y sus perros me denunciaran. Esa lectura debió ser muy superficial y conjeturo que incompleta. En esa época, no recuerdo haber aprendido seriamente una lección. Debido a que modifiqué mi actitud respecto al estudio desde que ingresé a la universidad, merced a valores trasmitidos subliminalmente en el colegio como memoria retroactiva, conjeturo que mis dos doctorados y faenas académicas hicieron que fuera designado presidente de la Comisión de Educación en el mencionado colegio, miembro del Consejo de Fiduciarios (Board of Trustees) y fuera invitado de honor para hacer uso de la palabra en un acto de graduación en la sede de Quilmes y otro en la sede de Polvorines.

Ahora me percato de la profundidad del trabajo en cuestión de Sarmiento. Escribió el primer texto a partir de 1845, en sucesivos ejemplares del diario El Progreso, mientras duró su estadía en Chile, en momentos que llegaba a Santiago el ministro de Rosas, Baldomero García, para protestar por la campaña de exiliados argentinos contra el tirano.

La cuarta edición la publicó en París, en 1874, con un cambio en la secuencia del título pero el eje central de su tesis apuntaba a mostrar que la civilización equivale a la libertad y la barbarie, a lo tribal y primitivo representados por el caudillismo; en este caso por Quiroga y por Aldao y, sobre todo, por Rosas, «el más despótico de todos». En este contexto describe de modo magistral las costumbres y los usos en la pampa argentina, con una pluma de gran calado y una construcción gramatical de gran potencia visual. Por el contrario, sus puntos de referencia para ilustrar la civilización los concretaba en Lavalle y en José María Paz.

Exagera las virtudes del iluminismo francés y por momentos se interna en un positivismo descarnado que ha sido refutado por numerosos autores, incluyendo a Juan Bautista Alberdi. Sin embargo, Sarmiento, además de su contacto epistolar y personal con la Generación del 37, lo apoyó a Alberdi cuando este le sugirió a Félix Frías, en aquel momento representante de El Mercurio en París, que les propusiera a chilenos interesados en la educación que lo contraten a Jean-Gustave Courcelle-Seneuil como el primer profesor liberal en la cátedra de Economía en la Universidad de Chile, lo cual ocurrió con gran éxito.        Digo al margen que en 2010 se publicó un libro de mi autoría sobre aquel autor francés (Jean-Gustave Courcelle-Seneuil. Un adelantado en Chile, Santiago, Universidad del Desarrollo).

Sarmiento ilustra la civilización con el modelo de Estados Unidos y Europa, excluyendo a España, que la consideraba por entonces como una extensión de África y cargaba las tintas con sus analogías orientalistas. En la obra que comentamos y, más aún en otras, se detiene en alabanzas al andamiaje institucional estadounidense, lo cual revela ajustado conocimiento de las ventajas de ese sistema basado en la libertad, es decir, en el respeto al prójimo y el dar rienda suelta a la creatividad de cada cual y, consecuentemente, al progreso.

Debido a que Sarmiento, con razón centraba sus diatribas contra Rosas como el máximo exponente de la barbarie y al consiguiente caudillismo (no lo conoció a Perón), a continuación recordamos citas de personalidades varias en cuanto a sus opiniones sobre ese tirano, al efecto de subrayar que estos juicios de Sarmiento sobre el máximo exponente del atropello a los derechos de las personas no es una arbitrariedad ni un desliz circunstancial.

Bartolomé Mitre destaca que Rosas fundó «una de las más bárbaras y poderosas tiranías de todos los tiempos» (en Historia de Belgrano). Esteban Echeverría: «Su voz es de espanto, venganza y exterminio. ¡Qué hombre! Ignorancia y ferocidad. Ninguna grandeza de alma; pequeñez de alma sí, y cobardía» (en Poderes extraordinarios acordados a Rosas). El citado Domingo Faustino Sarmiento: «Hoy todos esos caudillejos del interior, degradados, envilecidos, tiemblan de desagradarlo y no respiran sin su consentimiento [el de Rosas]» (en la obra que comentamos muy telegráficamente en esta nota periodística). Miguel Cané: «Salí de Buenos Aires, porque me pesaba sobre el alma la atmósfera política que la influencia de Rosas había formado en mi patria» (manuscrito citado en Miguel Cané y su tiempo, de Ricardo Sáenz Hayes).

Félix Frías: «Yo vi el espectáculo horrible de 60 indios fusilados por orden de Rosas en la plaza del Retiro en Buenos Aires. Los cadáveres de aquellos infelices, muchos de ellos con resto de vida, fueron amontonados en los carros, que los condujeron al panteón. Rosas se proponía por medio de esos espectáculos sangrientos enseñar la obediencia al pueblo de Buenos Aires. ¡Y cuántas veces ha sido preciso repetir aquella bárbara lección! […] En octubre del año 40 y abril del 42, la mazorca y los empleados de Rosas en bandas recorren día y noche las calles de Buenos Aires, degollando a los individuos cuyos nombres Rosas les ha dado. Cuando habían degollado 10 a 20 disparaban un cohete volador, señal a la policía para que mandase carros que llevasen al cementerio los cadáveres» (en La gloria del tirano Rosas).

Juan Bautista Alberdi: «Los decretos de Rosas contienen el catecismo del arte de someter despóticamente y enseñar a obedecer con sangre» (en La República Argentina 37 años después de su Revolución de Mayo). José Manuel Estrada: «Ahogó la ciudad con la campaña, la revolución liberal con la escoria colonial y apoderado del gobierno por primera vez en 1830, hizo gala de su ferocidad. En seguida […] la superabundante degradación llegó, el vaso rebosó su fetidez. La democracia bárbara, la soberanía numérica, la brutalidad moral exaltaron la encarnación más sombría de gaucho a una autocracia irresponsable» (en La política liberal bajo la tiranía de Rosas).

José Hernández: «Veinte años dominó Rosas esta tierra […] veinte años negó Rosas la oportunidad de constituir la República; veinte años tiranizó, despotizó y ensangrentó al país» (en «Discurso en la Legislatura de Buenos Aires»). Ricardo Levene: «La opinión general, el sentimiento de la sociedad, consagró a Rosas árbitro de los destinos de la provincia de Buenos Aires y de toda la República. El ambiente social se fue formando en el sentido de consolidar la dictadura […] Colocaban el retrato de Rosas en un carro triunfal que tiraban los magistrados y ciudadanos haciendo el papel de bestias. La imagen de Rosas era paseada por la cuidad y la imponían así al respeto y al miedo de la población. En las iglesias se colocaba el retrato en el altar, y los sacerdotes, desde el púlpito, exhortaban a la adoración y culto de Rosas» (en Lecciones de historia argentina).

José de San Martín: «Mi querido Goyo, es con verdadero sentimiento que veo el estado de nuestra desgraciada patria, y lo peor de todo es que no veo una vislumbre que mejore su suerte. Tú conoces mis sentimientos y por consiguiente yo no puedo aprobar la conducta del general Rosas cuando veo una persecución contra los hombres más honrados de nuestro país» (en carta a Gregorio Gómez, 21 de septiembre de 1839). Paul Groussac: «Lo que al pronto distinguía a Rosas de sus congéneres era la cobardía, y también la crueldad gratuita» (en La divisa punzó). Juan María Gutierrez: «La dominación de Rosas echó por raíces en el terreno viejo de la colonia, terreno que apenas comenzaba a desmalezarse cuando la reacción social hacia atrás se inició bajo los auspicios del oscurantismo intelectual que distinguía a los colaboradores letrados del régimen de las facultades extraordinarias» (en Obra de Echevarría).

José Ingenieros: «Rosas asoció las dos intolerancias; la política y la religiosa. Así encontró los resortes más íntimos de su dominación […] su política de reacción contra la democracia y el liberalismo necesitó del disfraz fanático que le traería como aliados todos los hombres de reposado espíritu colonial» (en «Las ideas coloniales y la dictadura de Rosas»).

Florencio Varela: «[El sistema rosista] consiste en que no tengamos hogar, ni propiedad, ni libertad individual; en que la mitad de de una generación se pase con las armas en la mano; en que los campos no se cultiven, y la educación se abandone, y ningún trabajo útil se emprenda, y los principios de la moral se vayan poco a poco abandonando, hasta desaparecer y dejar al hombre la sola vida estúpida y material que se asemeja a la bestia; sí, en eso consiste, mandones dementes y frenéticos» (en Rosas y su gobierno). Sin duda que esta selección de textos en parte compilados por el buen amigo Bernardo González Arrili es insignificante al lado de todo lo escrito sobre esta tiranía abyecta. Todavía resuenan las palabras condenatorias de escritores de la talla de José Mármol y de Jorge Luis Borges para mencionar sólo dos plumas adicionales de distintas épocas en una galería de opiniones que se extiende por doquier.

Sarmiento nos advierte de los esfuerzos descomunales que significa la civilización siempre basada en la cultura, la cual, a su vez, implica la comprensión de los valores y los principios de una sociedad libre. Asimismo, nos pone en guardia de lo fácil que es destruir la civilización a manos de los caudillos, ignorantes del significado y la trascendencia de la libertad. Es bueno repasar sus escritos para fortalecer anticuerpos, especialmente en momentos en que los dictadores de antaño están volcándose hoy, con o sin votos, al primitivismo nacionalista, siempre imbuidos de una superlativa megalomanía.

Cada vez que se enfrenta el totalitarismo con la libertad, cualquiera sea el país y cualquiera la variante totalitaria que ataca y se desliza bajo muy diversos disfraces, estamos colocados en la brutal encrucijada sarmientina de barbarie y civilización, y en esa situación de peligro mortal tenemos la obligación moral de reaccionar. Esto va en primer término para la atrocidad del terrorismo guerrillero y el horror del de esta época, el espanto del terrorismo de Estado de antes y el de ahora. En segundo lugar, para todos aquellos que con sus acciones y sus omisiones abren camino para que tengan lugar las mencionadas ponzoñas que destrozan la convivencia civilizada.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Justo José de Urquiza, un personaje singular

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 22/2/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/02/22/justo-jose-de-urquiza-un-personaje-singular/

 

Justo José de Urquiza 

Justo José de Urquiza

Estas líneas pretenden ilustrar al mundo lo que puede hacerse en cualquier nación donde se han estrangulado todas las libertades si hay las suficientes convicciones para derrotar al autoritarismo. De entrada, dado que Urquiza terminó con la tiranía rosista, es del caso reiterar que cuando un gobierno se arroga la suma del poder público da un golpe a las instituciones libres y por tanto es necesario un contragolpe a los efectos de ejercer el derecho inalienable a la resistencia inserto en todos los documentos republicanos desde John Locke en adelante y continuando por la clara definición en la Declaración de la Independencia estadounidense que reza así: “Cuando cualquier forma de gobierno es destructiva a esos fines [la preservación de las libertades] es el derecho de la gente el alterar o abolirlo y establecer un nuevo gobierno”. Y esto naturalmente va también para los casos en los que el nuevo gobierno ha resultado muchísimo peor que el anterior como sucedió, por ejemplo, con el castro-comunismo en su contragolpe a Batista.

En otras ocasiones he escrito en detalle sobre Rosas pero ahora me circunscribo a la declaración oficial del propio tirano que ilustra y resume el asunto a través de una ley sancionada por la Junta de Representantes el 26 de septiembre de 1851 luego del pronunciamiento de Urquiza, el primero de mayo del mismo año: “Todos los fondos de la Provincia, las fortunas, vidas, fama y porvenir de los Representantes de ella y de sus comitentes, quedan sin limitación ni reserva alguna a disposición de S.E., hasta dos años después de terminada gloriosamente la guerra contra el loco, traidor, salvaje unitario Urquiza”. (citado por Juan González Calderón en El general Urquiza y la organización nacional).

Tal como había escrito Juan Bautista Alberdi en cuanto a que la independencia de España mutó para ser colonos de los propios gobiernos denominados patrios, lo cual continuó en medio de reiterados fracasos de organización nacional a través de pactos incumplidos, constituciones fallidas y declaraciones inconducentes en el contexto de caudillos que una y otra vez obstaculizaban el establecimiento del estado de derecho. Todo esto sin solución de continuidad hasta la Constitución liberal de 1853-60 que permitió que los argentinos se ubicaran a la vanguardia de los países civilizados hasta el golpe fascista del 30 y con mucho mayor ímpetu a raíz del golpe del 43 que sumió al país en desventuras varias que perduran hasta el presente.

Hay mucha bibliografía vinculada al rol emancipador de Urquiza en la historia argentina pero cabe subrayar especialmente la de Isidoro Ruiz Moreno «Vida de Urquiza», Ramón Cárcano «Urquiza y Alberdi. Intimidades de una política», Beatriz Bosch «Urquiza y su tiempo», la antes mencionada obra de González Calderón, de José María Zuviría «Los constituyentes de 1853», de Amancio Alcorta «Las garantías constitucionales» y de José María Sarobe «El general Urquiza. La campaña de Caseros».

Como señalan los autores citados, la organización nacional fue posible merced a las ideas de Alberdi y a la ejecución de Urquiza. Ambos se profesaban gran admiración. En correspondencia del primero al segundo que se reproduce en la obra de Cárcano aquél le rinde homenaje al escribir sobre “nuestra perpetua gratitud, por la heroicidad sin ejemplo con que ha sabido restablecer la libertad de la patria, anonadada por tantos años”, oportunidad en la que le envía las Bases sobre lo cual comenta: “He consagrado muchas noches a la redacción del libro, sobre las bases de la organización política para nuestro país, que tengo el honor de someter al excelente buen sentido de V.E.” (correspondencia fechada en Valparaíso el 30 de mayo de 1852). A esta misiva Urquiza le responde a Alberdi en los siguientes términos: “Su bien pensado libro es a mi juicio un medio de cooperación importantísimo. No ha podido ser escrito ni publicado en mejor oportunidad”. Y más adelante concluye: “A su ilustrado criterio no se lo ocultará que en esta empresa deben encontrarse grandes obstáculos […] Después de haber vencido una tiranía poderosa, todos los demás me parecen menores.” (Palermo de San Benito, julio 22 de 1852).

Después de Caseros, se le encomendó a Bernardo de Irigoyen el contacto con gobernadores vía el Protocolo de Palermo que convocó a la reunión en San Nicolás donde se estableció el célebre acuerdo para sancionar una carta constitucional en Santa Fe (artículo 11 del Acuerdo de San Nicolás).

Uno de los obstáculos que se presentaron fue la reiterada tensión entre Buenos Aires y las provincias del interior principal aunque no exclusivamente por el pretendido monopolio comercial de los porteños que se manifestaron a través de las dos batallas de Cepeda, la segunda de las cuales, en 1859, se tradujo en el Pacto de San José de Flores y la consiguiente reforma constitucional de 1860 y la primera de 1820 resultó contundente a pesar de su corta duración (se conoció como la “batalla de los diez minutos” por la brevedad del combate), tuvo lugar también por el desconocimiento de Buenos Aires respecto al interior la cual se tradujo en la disolución del Directorio y el Congreso Nacional. Luego de Pavón finalmente privó la paz y se dio cumplimiento a los pactos preexistentes que menciona la Constitución de 1853 (Pacto Federal, Pacto de Pilar, Pacto Benegas y Tratado del Cuadrilátero, tal como apunta Francisco Arriola en Historia de las instituciones políticas y sociales argentinas y americanas).

El eje central del gobierno libre es la protección de los derechos individuales, es decir la libertad civil. Como escribe Amancio Alcorta en la obra citada: “La confusión de la libertad política y de la libertad civil y la preponderancia de la primera han producido graves perturbaciones en el orden social, porque ello ha importado la confusión del fin con el medio”. Beatriz Bosch -también en el libro de esta autora- cita un pensamiento clave de Urquiza: “El respeto a la persona y a la propiedad, base fundamental para la felicidad de la patria”.

Antes de proseguir con Urquiza, resumo lo que he consignado en otra oportunidad al efecto de ilustrar la catadura moral de Rosas en opinión de distinguidas personalidades. Estimo necesaria esta reiteración como consecuencia de las repetidas falsedades y muy recientes apologías inauditas de la tiranía. Bartolomé Mitre destaca que fundó “una de las más bárbaras y poderosas tiranías de todos los tiempos” (en Historia de Belgrano). Esteban Echeverría: “Su voz es de espanto, venganza y exterminio (en Poderes extraordinarios acordados a Rosas). Domingo Faustino Sarmiento: “Hoy todos esos caudillejos del interior, degradados, envilecidos, tiemblan de desagradarlo y no respiran sin su consentimiento [el de Rosas]” (en Facundo). Félix Frías escribió: “Rosas se proponía por medio de espectáculos sangrientos enseñar la obediencia al pueblo de Buenos Aires (en La gloria del tirano Rosas). Juan Bautista Alberdi: “Los decretos de Rosas contienen el catecismo del arte de someter despóticamente y enseñar a obedecer con sangre” (en La República Argentina 37 años después de su Revolución de Mayo). Por su parte, José Manuel Estrada afirmó: “Ahogó la revolución liberal con la escoria colonial” (en La política liberal bajo la tiranía de Rosas). José Hernández: “Veinte años dominó Rosas esta tierra […] veinte años tiranizó, despotizó y ensangrentó al país” (en Discurso en la Legislatura de Buenos Aires). José de San Martín relata en una misiva: “Tú conoces mis sentimientos y por consiguiente yo no puedo aprobar la conducta del general Rosas cuando veo una persecución contra los hombres más honrados de nuestro país” (en Carta a Gregorio Gómez, septiembre 21 de 1839) y Paul Groussac concluye: “Lo que distinguía a Rosas de sus congéneres, era la cobardía, y también la crueldad gratuita” (en La divisa punzó).

Volvamos entonces a Urquiza ya habiendo calibrado telegráficamente el significado y la trascendencia de haber derrotado a la tiranía. En este sentido Ruiz Moreno pronunció las siguientes palabras con motivo de la presentación de su mencionado libro que caracterizan muy bien el espíritu de Urquiza: “Encontrándose con todo el poder a la mano, decide hacer lo contrario a lo que estaban acostumbrados a hacer sus poderosos aliados y rivales. Urquiza, dueño de la situación luego de derrotar a Rosas en Caseros, decide autolimitarse y organizar constitucionalmente el país, en beneficio de la incipiente nación que se hallaba fatigada luego de largos y cruentos años de guerra civil”.

También Isidoro Ruiz Moreno cita en esa obra palabras de Urquiza que resultan sumamente ilustrativas. “Si alguna gloria he apetecido es la de ofrecer a mi patria un monumento sublime de instituciones liberales, levantado sobre los escombros de la tiranía […] Mi programa es la Constitución, mi programa es la fraternidad, es la paz, es la religiosidad en el cumplimiento de los compromisos nacionales, es el respeto a los derechos de los ciudadanos, a los derechos de los pueblos, es la protección al extranjero. Que no haya proscriptos, que el extranjero halle la seguridad y protección de nuestras leyes, un asilo tan querido como su patrio hogar […] Yo reuní los miembros dispersos de la gran familia argentina, acometiendo con resolución y fe la difícil empresa de ensayar el ejercicio de la libertad y de las instituciones más adelantadas del mundo, allí donde sólo había imperado la dictadura y el absolutismo”.

Juan González Calderón en el libro mencionado concluye: “Urquiza tiene en su haber el pronunciamiento de 1851 contra la dictadura, la batalla redentora de Monte Caseros, el Acuerdo de San Nicolás, la promulgación de nuestra Constitución federal, la primera presidencia constitucional con el histórico gobierno de la Confederación, la reincorporación de Buenos Aires en virtud de la batalla decisiva de Cepeda y, por fin, el sacrificio de su vida en aras de la unidad nacional y la paz interna”.

Estos hechos ilustrados por Urquiza con la célebre colocación de su sable bajo el texto constitucional como señal de subordinación de la fuerza al derecho parió una prosperidad y bienestar notables desde la promulgación de esa Constitución liberal hasta que irrumpieron los antes mencionados acontecimientos que inauguraron el populismo argentino del que aun no hemos podido zafar. En aquel período de esplendor los salarios e ingresos en términos reales del peón rural y del obrero de la incipiente industria eran superiores a los de Suiza, Alemania, Francia, Italia y España. Competíamos abiertamente con Estados Unidos en la atracción de los inmigrantes a nuestras playas y se duplicaban cada diez años. Es de esperar que la batalla cultural en marcha en pos de las ideas liberales logre cuanto antes sus frutos no solo para hacer honor a los Alberdi y Urquiza sino sobre todo para bien de todos quienes moran en la nación argentina.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

 

Mariquita Sánchez, la precursora

Por Alberto Benegas Lynch (h).

 

Sin la pretensión de hacer comparaciones de dotes intelectuales con  Madame de Staël y Victoria Ocampo, Mariquita Sánchez (se llamaba María Josefa Petrona de Todos los Santos, primero casada con Martín Thompson y luego con Jean-Baptiste Mendeville) ocupa un lugar preponderante en su relación con el ideario liberal.

Primero por sus tertulias en  su quinta de San Isidro a las que asistieron personalidades como Manuel Belgrano, Vicente López y Planes, Juan José Castelli, Juan Larrea,  Nicolás Rodríguez Peña, Hipólito Vieytes y Feliciano Chiclana, salones en donde se forjaron y consolidaron las ideas independentistas en lo que luego fue la República Argentina.

 

En esa quinta se cantó por vez primera la Marcha Patriótica (hoy Himno Nacional). Y mucho más adelante se discutieron los principios y valores liberales en su casa de la calle San José (actualmente Florida, en el centro de Buenos Aires) con Juan Bautista Alberdi, Esteban Echevarría, Juan María Gutiérrez, Félix Frías y Florencio Varela quienes también  participaron con Mariquita en su exilio de la tiranía rosista en Montevideo.

 

Sus escritos son pocos e incompletos (Diario Recuerdos del Buenos Aires virreinal junto a la resumida bibliografía de Pastor Obligado, la muy difundida obra de María Sáenz Quesada, la de Graciela Batticure y la compilación de Clara Vicaseca) pero la fecundidad de su organización y la calidez de su hospitalidad para las aludidas tertulias y debates fueron de una enorme fertilidad, realizadas en momentos que estaba muy mal visto que una mujer se involucrara en faenas intelectuales de esa envergadura y acompañada de tamañas personalidades.

 

Quería despegarse a toda costa de lo que había escrito como un clima en el que tres factores dominaban la situación en la que vivió tempranamente, “Tres cadenas sujetaron este gran continente de la Metrópoli: el terror, la ignorancia y la religión católica […donde] había una comisión del Santo Oficio para revisar todos los libros que venían, a pesar de que venían de España donde había las mismas persecuciones”.  Juan Bautista Alberdi escribió que Mariquita fue “la personalidad más importante de la sociedad de Buenos Aires, sin la cual es imposible explicar el desarrollo de su cultura y buen gusto”.

 

Después de Caseros vuelve a Buenos Aires desde su exilio en Montevideo y se ocupa principalmente de la Sociedad de Beneficencia que presidió durante un tiempo y especialmente dedicó su tiempo en esta institución a las niñas a los efectos de trasmitirles el sentido de independencia y dignidad en épocas en las que prevalecían criterios de machistas acomplejados y miedosos de la competencia, incompatibles con el sentido de una sociedad abierta.

 

Este estilo de comportamiento y las convicciones sobre los principios liberales, fue luego seguido y muy desarrollado por mujeres de la talla de Madame de Staël y Victoria Ocampo sobre las que he escrito antes y que ahora reitero solo en parte las observaciones entonces formuladas.

 

En esa misma línea entonces, Anne Louise Germanie Necker (Madame de Staël) fue tal vez de todos los tiempos la mujer que más contribuyó a establecer cenáculos y reuniones de gran jerarquía para el debate de ideas en la Europa decimonónica. Sus obras completas ocupan diecisiete tomos incluyendo su abultada correspondencia.

 

Mostró una muy especial reverencia por las libertades de las personas: “No hay valor mayor que el respeto por la libertad individual, lo cual constituye el principio moral supremo”. Consideraba que la tolerancia religiosa formaba parte de la columna vertebral de la sociedad civilizada: “La intolerancia religiosa es lo más peligroso que pueda concebirse para la convivencia pacifica”.

 

En prácticamente todas sus biografías que fueron muchas se destaca un dicho que recorría los distintos medios de la época: “Hay tres grandes poderes en Europa: Inglaterra, Rusia y Madame de Staël”.

 

Sus arraigados principios liberales, su carácter firme pero afable, sus cuidados modales, su sentido del humor y su don de gente la hacían especialmente propicia para el manejo de los encuentros intelectuales, todos ordenados con temas generalmente prefijados y tratados en profundidad en los que se hacía uso de la palabra por riguroso turno. Algunas de las figuras más prominentes que asistieron a sus encuentros fueron Gothe, Schiller, Chateaubriand, Edward Gibbon, Voltaire, Diderot, D´Alambert, Byron, Wilhem von Schelenger, Talleyrand y el más cercano y célebre de todos: Benjamin Constant.

 

Como buena liberal, Germanie Necker sostenía que las fronteras cumplían el solo propósito de delimitar países a los efectos de evitar la monumental concentración de poder que surgiría de un gobierno universal. Con razón mantenía que el fraccionamiento y la dispersión vía el federalismo dentro de las fronteras proporcionaba un reaseguro adicional a las extralimitaciones de los aparatos políticos y, a su vez, era una notable expositora de la libertad de comercio.  Asimismo, se hubiera disgustado mucho con la existencia de la figura del “inmigrante ilegal” propia de regimenes absurdos. Desde luego que nuestra autora no tuvo que vérselas con aquella contradicción en términos denominada “estado benefactor” cuyos “servicios gratuitos” naturalmente están siempre colapsados y demandan más recursos de los contribuyentes. Pero esto no debería servir de pretexto para bloquear los movimientos migratorios libres (salvo antecedentes delictivos). Si bien es cierto que el problema reside en el “estado benefactor” y no en los inmigrantes, se debería impedir que estos recurran a los referidos “servicios gratuitos” para no agravar la situación fiscal y simultáneamente debería eximírselos de aportes que impliquen el descuento del fruto de sus trabajos para mantener esas prestaciones (con lo que serían ciudadanos libres como muchos desearían ser). Por último, en aquellos tiempos tampoco se esgrimía la peregrina idea de que en un mundo donde los recursos son escasos y las necesidades ilimitadas, los inmigrantes restan posibilidades laborales a sus congéneres en lugar de ver que liberan ofertas de trabajo para otras tareas hasta ese momento imposibles de encarar (igual que ocurre cuando se introduce un método de producción más eficiente).

 

Luego de muchas y muy variadas experiencias europeas, Madame de Staël concluyó que las acciones bélicas siempre resultaban en graves prejuicios para todas las partes involucradas y que, lo mismo que sostuvieron enfáticamente los Padres Fundadores en Estados Unidos, tarde o temprano se traducirían en el desmesurado agrandamiento en el tamaño del Leviatán cuyas deudas y desórdenes de diversa naturaleza finalmente comprometerían severamente las libertades individuales por las que ella abogó toda su vida. Se inclinaba al principio civilizado de actuar como “ciudadanos del mundo” cuyos únicos enemigos declarados eran los que rechazaban la libertad, en cuanto al resto, le resultaba irrelevante la nacionalidad, el color de la piel o la religión siempre que el interlocutor se basara en los valores universales del respeto recíproco.

 

Por otro lado, no hay escritor hispanoparlante ni lector serio de ese mundo que no tenga conciencia del inmenso agradecimiento que se le debe a la editorial y a la revista Sur, que es lo mismo que decir Victoria Ocampo puesto que ella las sufragaba para beneficio de las letras y la cultura universales. Nació a fines del siglo diecinueve, épocas que en Buenos Aires se pretendía cargar a las criaturas con los nombres de buena parte de su árbol genealógico y del santoral: se llamaba Ramona Victoria Epifanía Rufina.

 

Victoria Ocampo reunió en sus salones a intelectuales como Otega y Gasset, Octavio Paz, Paul Valéry, Albert Camus, Victor Massuh, Eduardo Mallea, Aldous Huxley, Alfonso Reyes, Borges, Bioy Casares, Alicia Jurado, Igor Stravinsky, Carl Jung y Julián Marías.

 

Siempre estuvo del lado de quienes aclaman la libertad como un valor supremo. Sufrió persecución y cárcel durante la dictadura peronista por sus manifestaciones claramente liberales (“En la cárcel -escribe- uno tenía al fin la sensación de que tocaba fondo”). Los nacionalistas de la época intentaron por todos los medios de sabotear sus tareas, incluso, en 1933, la Curia Metropolitana la declaró persona non grata porque “Tagore y Krishnamurti, dos enemigos de la Iglesia, son amigos suyos”.

 

En momentos de escribir estas líneas en buena parte del mundo hay una crisis mayúscula de valores, parecería que en gran medida se ha perdido el sentido de dignidad y la autoestima y se ha abdicado en favor de los mandones de turno, pero en homenaje a personalidades como Victoria Ocampo en su lucha por la libertad y la cultura no debemos cejar en la trifulca de marras, porque como ha escrito Benedetto Croce “la libertad es la forjadora eterna de la historia” ya que “es el ideal moral de la humanidad” y por eso “el dar por muerta la libertad vale tanto como dar por muerta la vida”.

 

Doña Victoria abogó por los derechos de la mujer en igualdad con los de los hombres en línea con la gran Mary Wollstonecraft, la pionera en el genuino feminismo y no como algunas versiones degradadas modernas. Se rebelaba contra las imposiciones de machos incompetentes que no resisten las opiniones sesudas de mujeres porque se sienten disminuidos y, por ello, prefieren relegarlas a tareas puramente domésticas.

 

En su momento, Ocampo había escrito que “toda buena traducción es una manera de creación, jamás un trabajo mecánico ejecutado a golpes de diccionario […] Tanto una bella prosa como un bello poema no tienen más traducción que la de las equivalencias; equivalencias que a veces se alejan del texto para serle fiel”, del mismo modo que ella fue siempre fiel a si misma.

 

Mariquita Sánchez fue la precursora en estas faenas de reunir a personalidades al efecto de debatir las ideas de la libertad y así contribuir a despejar las falacias del autoritarismo. Es en este sentido es un ejemplo a seguir, especialmente para los apáticos e indolentes que consideran que el respeto recíproco es algo automático que no necesita ser defendido y cuidado.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es Asesor del Institute of Economic Affairs de Londres