Mariquita Sánchez, la precursora

Por Alberto Benegas Lynch (h).

 

Sin la pretensión de hacer comparaciones de dotes intelectuales con  Madame de Staël y Victoria Ocampo, Mariquita Sánchez (se llamaba María Josefa Petrona de Todos los Santos, primero casada con Martín Thompson y luego con Jean-Baptiste Mendeville) ocupa un lugar preponderante en su relación con el ideario liberal.

Primero por sus tertulias en  su quinta de San Isidro a las que asistieron personalidades como Manuel Belgrano, Vicente López y Planes, Juan José Castelli, Juan Larrea,  Nicolás Rodríguez Peña, Hipólito Vieytes y Feliciano Chiclana, salones en donde se forjaron y consolidaron las ideas independentistas en lo que luego fue la República Argentina.

 

En esa quinta se cantó por vez primera la Marcha Patriótica (hoy Himno Nacional). Y mucho más adelante se discutieron los principios y valores liberales en su casa de la calle San José (actualmente Florida, en el centro de Buenos Aires) con Juan Bautista Alberdi, Esteban Echevarría, Juan María Gutiérrez, Félix Frías y Florencio Varela quienes también  participaron con Mariquita en su exilio de la tiranía rosista en Montevideo.

 

Sus escritos son pocos e incompletos (Diario Recuerdos del Buenos Aires virreinal junto a la resumida bibliografía de Pastor Obligado, la muy difundida obra de María Sáenz Quesada, la de Graciela Batticure y la compilación de Clara Vicaseca) pero la fecundidad de su organización y la calidez de su hospitalidad para las aludidas tertulias y debates fueron de una enorme fertilidad, realizadas en momentos que estaba muy mal visto que una mujer se involucrara en faenas intelectuales de esa envergadura y acompañada de tamañas personalidades.

 

Quería despegarse a toda costa de lo que había escrito como un clima en el que tres factores dominaban la situación en la que vivió tempranamente, “Tres cadenas sujetaron este gran continente de la Metrópoli: el terror, la ignorancia y la religión católica […donde] había una comisión del Santo Oficio para revisar todos los libros que venían, a pesar de que venían de España donde había las mismas persecuciones”.  Juan Bautista Alberdi escribió que Mariquita fue “la personalidad más importante de la sociedad de Buenos Aires, sin la cual es imposible explicar el desarrollo de su cultura y buen gusto”.

 

Después de Caseros vuelve a Buenos Aires desde su exilio en Montevideo y se ocupa principalmente de la Sociedad de Beneficencia que presidió durante un tiempo y especialmente dedicó su tiempo en esta institución a las niñas a los efectos de trasmitirles el sentido de independencia y dignidad en épocas en las que prevalecían criterios de machistas acomplejados y miedosos de la competencia, incompatibles con el sentido de una sociedad abierta.

 

Este estilo de comportamiento y las convicciones sobre los principios liberales, fue luego seguido y muy desarrollado por mujeres de la talla de Madame de Staël y Victoria Ocampo sobre las que he escrito antes y que ahora reitero solo en parte las observaciones entonces formuladas.

 

En esa misma línea entonces, Anne Louise Germanie Necker (Madame de Staël) fue tal vez de todos los tiempos la mujer que más contribuyó a establecer cenáculos y reuniones de gran jerarquía para el debate de ideas en la Europa decimonónica. Sus obras completas ocupan diecisiete tomos incluyendo su abultada correspondencia.

 

Mostró una muy especial reverencia por las libertades de las personas: “No hay valor mayor que el respeto por la libertad individual, lo cual constituye el principio moral supremo”. Consideraba que la tolerancia religiosa formaba parte de la columna vertebral de la sociedad civilizada: “La intolerancia religiosa es lo más peligroso que pueda concebirse para la convivencia pacifica”.

 

En prácticamente todas sus biografías que fueron muchas se destaca un dicho que recorría los distintos medios de la época: “Hay tres grandes poderes en Europa: Inglaterra, Rusia y Madame de Staël”.

 

Sus arraigados principios liberales, su carácter firme pero afable, sus cuidados modales, su sentido del humor y su don de gente la hacían especialmente propicia para el manejo de los encuentros intelectuales, todos ordenados con temas generalmente prefijados y tratados en profundidad en los que se hacía uso de la palabra por riguroso turno. Algunas de las figuras más prominentes que asistieron a sus encuentros fueron Gothe, Schiller, Chateaubriand, Edward Gibbon, Voltaire, Diderot, D´Alambert, Byron, Wilhem von Schelenger, Talleyrand y el más cercano y célebre de todos: Benjamin Constant.

 

Como buena liberal, Germanie Necker sostenía que las fronteras cumplían el solo propósito de delimitar países a los efectos de evitar la monumental concentración de poder que surgiría de un gobierno universal. Con razón mantenía que el fraccionamiento y la dispersión vía el federalismo dentro de las fronteras proporcionaba un reaseguro adicional a las extralimitaciones de los aparatos políticos y, a su vez, era una notable expositora de la libertad de comercio.  Asimismo, se hubiera disgustado mucho con la existencia de la figura del “inmigrante ilegal” propia de regimenes absurdos. Desde luego que nuestra autora no tuvo que vérselas con aquella contradicción en términos denominada “estado benefactor” cuyos “servicios gratuitos” naturalmente están siempre colapsados y demandan más recursos de los contribuyentes. Pero esto no debería servir de pretexto para bloquear los movimientos migratorios libres (salvo antecedentes delictivos). Si bien es cierto que el problema reside en el “estado benefactor” y no en los inmigrantes, se debería impedir que estos recurran a los referidos “servicios gratuitos” para no agravar la situación fiscal y simultáneamente debería eximírselos de aportes que impliquen el descuento del fruto de sus trabajos para mantener esas prestaciones (con lo que serían ciudadanos libres como muchos desearían ser). Por último, en aquellos tiempos tampoco se esgrimía la peregrina idea de que en un mundo donde los recursos son escasos y las necesidades ilimitadas, los inmigrantes restan posibilidades laborales a sus congéneres en lugar de ver que liberan ofertas de trabajo para otras tareas hasta ese momento imposibles de encarar (igual que ocurre cuando se introduce un método de producción más eficiente).

 

Luego de muchas y muy variadas experiencias europeas, Madame de Staël concluyó que las acciones bélicas siempre resultaban en graves prejuicios para todas las partes involucradas y que, lo mismo que sostuvieron enfáticamente los Padres Fundadores en Estados Unidos, tarde o temprano se traducirían en el desmesurado agrandamiento en el tamaño del Leviatán cuyas deudas y desórdenes de diversa naturaleza finalmente comprometerían severamente las libertades individuales por las que ella abogó toda su vida. Se inclinaba al principio civilizado de actuar como “ciudadanos del mundo” cuyos únicos enemigos declarados eran los que rechazaban la libertad, en cuanto al resto, le resultaba irrelevante la nacionalidad, el color de la piel o la religión siempre que el interlocutor se basara en los valores universales del respeto recíproco.

 

Por otro lado, no hay escritor hispanoparlante ni lector serio de ese mundo que no tenga conciencia del inmenso agradecimiento que se le debe a la editorial y a la revista Sur, que es lo mismo que decir Victoria Ocampo puesto que ella las sufragaba para beneficio de las letras y la cultura universales. Nació a fines del siglo diecinueve, épocas que en Buenos Aires se pretendía cargar a las criaturas con los nombres de buena parte de su árbol genealógico y del santoral: se llamaba Ramona Victoria Epifanía Rufina.

 

Victoria Ocampo reunió en sus salones a intelectuales como Otega y Gasset, Octavio Paz, Paul Valéry, Albert Camus, Victor Massuh, Eduardo Mallea, Aldous Huxley, Alfonso Reyes, Borges, Bioy Casares, Alicia Jurado, Igor Stravinsky, Carl Jung y Julián Marías.

 

Siempre estuvo del lado de quienes aclaman la libertad como un valor supremo. Sufrió persecución y cárcel durante la dictadura peronista por sus manifestaciones claramente liberales (“En la cárcel -escribe- uno tenía al fin la sensación de que tocaba fondo”). Los nacionalistas de la época intentaron por todos los medios de sabotear sus tareas, incluso, en 1933, la Curia Metropolitana la declaró persona non grata porque “Tagore y Krishnamurti, dos enemigos de la Iglesia, son amigos suyos”.

 

En momentos de escribir estas líneas en buena parte del mundo hay una crisis mayúscula de valores, parecería que en gran medida se ha perdido el sentido de dignidad y la autoestima y se ha abdicado en favor de los mandones de turno, pero en homenaje a personalidades como Victoria Ocampo en su lucha por la libertad y la cultura no debemos cejar en la trifulca de marras, porque como ha escrito Benedetto Croce “la libertad es la forjadora eterna de la historia” ya que “es el ideal moral de la humanidad” y por eso “el dar por muerta la libertad vale tanto como dar por muerta la vida”.

 

Doña Victoria abogó por los derechos de la mujer en igualdad con los de los hombres en línea con la gran Mary Wollstonecraft, la pionera en el genuino feminismo y no como algunas versiones degradadas modernas. Se rebelaba contra las imposiciones de machos incompetentes que no resisten las opiniones sesudas de mujeres porque se sienten disminuidos y, por ello, prefieren relegarlas a tareas puramente domésticas.

 

En su momento, Ocampo había escrito que “toda buena traducción es una manera de creación, jamás un trabajo mecánico ejecutado a golpes de diccionario […] Tanto una bella prosa como un bello poema no tienen más traducción que la de las equivalencias; equivalencias que a veces se alejan del texto para serle fiel”, del mismo modo que ella fue siempre fiel a si misma.

 

Mariquita Sánchez fue la precursora en estas faenas de reunir a personalidades al efecto de debatir las ideas de la libertad y así contribuir a despejar las falacias del autoritarismo. Es en este sentido es un ejemplo a seguir, especialmente para los apáticos e indolentes que consideran que el respeto recíproco es algo automático que no necesita ser defendido y cuidado.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es Asesor del Institute of Economic Affairs de Londres

EEUU: Colegio Electoral y portación de armas

Por Alberto Benegas Lynch (h).

 

A raíz del debate suscitado por el triunfo de la fórmula Trump-Pence como consecuencia de los votos del Colegio Electoral, en contraste con la fórmula Clinton-Kane que obtuvo la mayoría de los votos populares, es oportuno e interesante destacar el sentido de aquella institución.

 

Como la decadencia en el país del Norte es mayúscula, entre otras cosas, se ha perdido de vista el sentido del Colegio Electoral. Los Padres Fundadores lo establecieron con mucho cuidado. Como Estados Unidos se constituyó como una confederación de estados soberanos, en el voto para presidente y vice-presidente del gobierno nacional se decidió el procedimiento indirecto a través del mencionado Colegio al efecto de equilibrar el peso de los diversos integrantes de la Unión, de lo contrario, debido a lo populoso de estados como California y Texas, éstos arrasarían con los votos. Una de las fuentes que explican  el fundamento del Colegio Electoral se encuentra en el Papel 39 de Los Papeles Federalistas escrito por James Madison, el principal inspirador de la Constitución estadounidense.

 

Además de lo dicho quienes suscribieron la aludida Constitución pretendieron ponerle límites al peligro de la llamada democracia ilimitada, es decir, aquella en la que las mayorías circunstanciales lesionan los derechos de las minorías, por lo que la expresión “democracia” no figura en ninguna parte de dicha Carta Magna, sino República. Esta forma de gobierno contiene cinco ingredientes fundamentales: la alternancia en el poder, la responsabilidad de los gobernantes ante los gobernados por sus actos, la publicidad  y transparencia de las acciones gubernamental, la división de poderes y la igualdad ante la ley (entendida esta última anclada a la Justicia, en otras palabras el “dar a cada uno lo suyo” lo cual ata la idea a la institución de la propiedad, de lo contrario podría entenderse “igualdad ante la ley” como que todos deben ir al cadalso).

 

Las líneas centrales del gobierno original de Estados Unidos estaban asentadas en ocho principios básicos: la preservación de los derechos individuales garantizados por una sólida arquitectura de contralores y votaciones en períodos distintos para distintos cargos, segundo, el concepto restrictivo de la guerra y el rol de las Fuerzas Armadas, en tercer lugar la libertad irrestricta para la expresión del pensamiento, cuarto, la inexorable  instauración del debido proceso, quinto, la tajante separación entre las denominaciones religiosas y el poder político y también la libertad de cultos, sexto, el resguardo de la intimidad, séptimo, la tenencia y portación de armas y, octavo, el federalismo.

 

Como he escrito mucho sobre algunos de estos principios, me limito a comentar en esta ocasión sobre los dos últimos puntos: la portación de armas que figura en la segunda enmienda de la Constitución norteamericana cuyo significado es muy mal interpretado en otros lares y, brevemente, sobre la nota central del federalismo. De lo que se trata es de escribir sobre temas controvertidos, porque para repetir lo que todo el mundo sabe, dice y escribe, es mejor ahorrar teclado y tiempo.

 

La portación de armas es un tema especialmente incomprendido por el público latino tan afecto a tratar a sus gobernantes como “su excelencia” y otras sandeces y siempre desconfiar de la libertad y la responsabilidad individual y depositar su confianza en el caudillo de turno que termina por expoliar de la forma más brutal a los incrédulos.

 

Como ha escrito el pionero del derecho penal Cesare Beccaria en De los delitos y de las penas  referido a la prohibición de portar armas: “Sería lo mismo que prohibir el uso del fuego porque quema o del agua porque ahoga […] Las leyes que prohíben el uso de armas son de la misma naturaleza, desarma a quienes no están inclinados a cometer crímenes […] Leyes de ese tipo hacen las cosas más difíciles para los asaltados y más fáciles para los asaltantes, sirven para estimular el homicidio en lugar de prevenirlo ya que un hombre desarmado puede ser asaltado con más seguridad por el asaltante” .

 

Si uno no es un obseso y tiene un mínimo de apertura mental, debe tener en cuenta la talla de quienes se oponen a la prohibición de la portación y tenencia de armas, algunos de los cuales son a través de la historia: Cicerón, Ulpiano, Hugo Grotius, Algernon Sidney, Montesquieu, Edward Coke, Blackstone, George Washington, George Mason, Patrick Henry, Samuel Adams, Jefferson y Jellinek.

 

Más aun, con gran razón Leonard Read en Government: An Ideal Concept escribe que “fue un gran error de la Revolución estadounidense el recurrir a la expresión ´gobierno´  que significa mandar y dirigir, del mismo modo que no tiene sentido denominar ´gerente general´ de la empresa al guardián de la misma”. El enfoque del aparato estatal en el Norte fue radicalmente distinto al de las ex colonias españolas ya que aprendieron con las persecuciones y la intolerancia europea y apuntaron a ser libres y realmente independientes, y no como decía Juan Bautista Alberdi “independientes como colonia española para ser colonos de nuestro propios gobiernos”. Consecuentemente, en Estados Unidos miraban con gran desconfianza el desarmarse y el entregar todas las armas al monopolio de la fuerza (es decir, el peligro superlativo de entregarle todo el poder al mero “guardián”, tal como sostiene Read).

 

El servilismo latinoamericana machaca que si hay portación y tenencia de armas todos andarán a los tiros y creen que su seguridad estará mejor resguardada si las armas las tienen exclusivamente los gobiernos (no ven lo que suele ocurrir en las calles ni las bajas producidas de seres inocentes e indefensos en sus propios domicilios). De más está decir la enorme responsabilidad que implica el poseer armas de fuego. En Estados Unidos la pena es sumamente severa aunque haya habido un atisbo de amenaza de usar un arma que no fuera en defensa propia. Como se ha reiterado en valiosas documentaciones, los tiroteos a mansalva ocurridos en los episodios más relevantes en Estados Unidos son todos casos en los que los asesinos no tenían permiso de portación o tenencia. Desde luego que, igual que con el registro automotor, el alcohol o los lugares de pornografía, las restricciones a menores y equivalentes son estrictas.

 

Cuando se lee un inmenso cartel con la figura de un ser humano monstruoso con la leyenda de “¿Usted permitiría que este sujeto porte armas?” la respuesta es que precisamente ese personaje es el que tendrá un arma en sus manos de quien hay que defenderse en caso de ataque. La policía habitualmente llega al lugar del crimen cuando éste ya se ha perpetrado (si es que no está aliada con los asaltantes). John R. Lott en su The Bias Against Guns exhibe una formidable investigación en la que se demuestra como los asaltantes se ocupan de averiguar los lugares y las personas que están desarmadas que consideran blancos fáciles para sus crímenes. Dichos testimonios están expuestos con lujo de detalles, muchos de los cuales fueron recabados en la cárcel.

 

En otro plano, acontecimientos trágicos como los sucedidos el 11 de septiembre de 2001, probablemente no hubieran ocurrido si no fuera por una irresponsable ley federal que prohibía a la tripulación contar con armas que incluso varios estudios como los de United y American las habían concebido de tal manera que se minimizaran las detonación en vuelo, por lo que las atrocidades se llevaron a cabo básicamente con cuchillitos de plástico.

 

Es de esperar que se despejen los cerrojos mentales y se vea la conexión entre la inseguridad de nuestras familias y la indefensión. La segunda enmienda fue concebida como un complemento de todas las vallas impuestas para evitar la extralimitación al poder político como es el Colegio Electoral que, como queda dicho, constituye un medio para la elección indirecta al tiempo que asegura el federalismo que constituye un potente incentivo para la descentralización y el consecuente fraccionamiento del poder. Cuando un violador entra en un ascensor, lo pensará dos veces si su posible víctima puede llevar una Magnum en su cartera.

 

Stephen Halbrook en That Every Man Be Armed  incluso documenta en detalle los muy interesantes debates entre los inspiradores de la gesta de la libertad en Estados Unidos en el siglo xviii en cuanto a los recaudos que deben adoptarse y los peligros de contar con ejércitos permanentes (standing armies), por ejemplo, Jefferson en carta a Madison del 20 de diciembre de 1787 enfatiza la necesidad de “protección contra los ejércitos permanentes” de su propio país). Al margen recuerdo una vez más lo dicho por el general Eisenhower en su discurso de despedida de la presidencia en cuanto a que “uno de los mayores peligros para la libertad de nuestro pueblo radica en el complejo militar-industrial”. Por su parte, Robert Kukla en Gun Control muestra en base a interesante documentación como la primera medida de todos los dictadores y tiranos del planta consiste en confiscar las armas de sus súbitos (los Castro, Hitler y Stalin de nuestra época).

 

Como decimos, el tema del Colegio Electoral debe ser considerado para fortalecer el régimen federal pero ninguna limitación será efectiva cuando los ciudadanos se encuentran indefensos. Y cuando mencionamos el federalismo originalmente establecido en Estados Unidos nos referimos al “power of the purse”, es decir, a la capacidad real de los estados o las provincias de administrar los recursos en sus jurisdicciones, esquema en el que originalmente la coparticipación fiscal fue de los estados o provincias al gobierno nacional y no al revés, donde cada gobernador tiene el incentivo de reducir impuestos y, por ende, gastos, al efecto de atraer inversiones y para que la población no se mude a otras jurisdicciones. Lamentablemente en el caso de Estados Unidos, el federalismo se ha debilitado en pos de un gobierno nacional que tiende cada vez más a la omnipotencia.

 

La arquitectura gubernamental originariamente concebida en Estados Unidos no debe verse como una de departamentos estancos sino como un todo inseparable, por eso al hablar de un aspecto cual es el Colegio Electoral mostramos en este caso a vuelapluma la estrecha vinculación con la segunda enmienda y con el régimen federal, lo cual también puede hacerse con el resto de los puntos medulares del andamiaje original estadounidense pergeñado por los Padres Fundadores, visionarios de la libertad.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

¿QUÉ DIRÍA TOCQUEVILLE HOY SOBRE ESTADOS UNIDOS?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

A veces es de interés embarcarse en un ejercicio contrafactual y esforzarse en una mirada a la historia y al presente muñido de una lente que nos haga pensar que hubiera ocurrido si las cosas hubieran sido distintas de las que fueron. En nuestro caso sugiero una perspectiva para meditar sobre las posibles reflexiones de un gran cientista político sobre el que se conocen sus consideraciones y su filosofía pero extrapoladas al presente.

 

Esta gimnasia no es original puesto que otros la han llevado a cabo. Tal vez el autor más destacado en la historia contrafactual sea Niall Ferguson. En todo caso, en esta nota periodística me refiero al gran estudioso de los Estados Unidos, el decimonónico Alexis de Tocqueville. Como es sabido, el libro más conocido de este pensador de fuste es La democracia en América donde describe los aspectos medulares de la vida estadounidense en su época.

 

Tocqueville destaca la importancia que el pueblo de Estados Unidos le atribuye al esfuerzo y al mérito, la sabia separación entre el poder político y la religión (la “doctrina de la muralla” en palabras de Jefferson), el federalismo y el no ceder poderes al gobierno central por parte de las gobernaciones locales con la defensa de una posible secesión, las instituciones mixtas en la constitución del gobierno y la separación de poderes, la negación de “las mayorías omnipotentes” porque  “por encima de ella en el mundo moral, se encuentra la humanidad, la justicia y la razón” puesto que “en cuanto a mi cuando siento que la mano del poder pesa sobre mi frente, poco me importa saber quien me oprime, y por cierto que no me hallo más dispuesto a poner mi frente bajo el yugo porque me lo presentan un millón de brazos” ya que “el despotismo me parece particularmente temible en las edades democráticas. Me figuro que yo habría amado la libertad en todos los tiempos, pero en los que nos hallamos me inclino a adorarla”.

 

Pero también advierte de los peligros que observa en algunas tendencias en el pueblo norteamericano, especialmente referido  al igualitarismo que “conduce a la esclavitud”, al riesgo de olvidarse de los valores de la libertad cuando se “concentran sólo en los bienes materiales”  y las incipientes intervenciones de los aparatos estatales en los negocios privados sin detenerse a considerar que “en los detalles es donde es más peligroso esclavizar a los hombres. Por mi parte, me inclinaría a creer que la libertad es menos necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas, sin pensar que se puede asegurar la una sin poseer la otra”.

 

Gertrude Hilmmefarb lo cita a Tocqueville con otras de sus preocupaciones y es el asistencialismo estatal que denigra a las personas, las hace dependientes del poder en el contexto electoral y demuele la cultura del trabajo, a diferencia de la ayuda privada que hace el seguimiento de las personas, proceso ajeno a la politización y la busca de votos (en su conferencia de 1835 en la Academia Real de Cherbourg, en Francia). Y en El antiguo régimen y la Revolución Francesa concluye que “el hombre que le pide a la libertad más que ella misma, ha nacido para ser esclavo”, obra en la que también destaca que generalmente allí donde hay un gran progreso moral y material la gente de por sentado esa situación y no se ocupa de trabajar para sustentar las bases morales de ese progreso (“el costo de la libertad es su eterna  vigilancia” repetían los Padres Fundadores en Estados Unidos).

 

Este es el pensamiento de Tocqueville sobre el país del Norte puesto en una apretada cápsula pero ¿qué hubiera dicho si observara lo que ocurre hoy en el otrora baluarte del mundo libre? Estimo que se hubiera espantado junto a los Padres Fundadores al constatar la decadencia de ese país por el cercenamiento de libertades debido a regulaciones inauditas, por el endeudamiento público que excede el cien por cien del producto bruto interno. Por la maraña fiscal, por las guerras en  las que se ha involucrado, por los llamados “salvatajes” a empresas irresponsables o incompetentes o las dos cosas al mismo tiempo. Por el centralismo, por la eliminación de la privacidad al espiar a los ciudadanos,  por un sistema de “seguridad” social quebrado, por la intromisión gubernamental en  la educación, por la sangría al financiar a gobiernos extranjeros en base a succiones coactivas de recursos. Y ahora debido a candidatos a la presidencia impresentables por parte de los dos partidos tradicionales debido a razones diferentes, aunque en su programa televisivo “Liberty Report”, el tres veces candidato presidencial Ron Paul señala que, dejando de lado las apariencias, los dos coinciden en muchos temas cruciales, a su juicio muy mal tratados.

 

La manía de la igualdad que preocupaba tanto a Tocqueville no  permite ver que una de las cosas más atractivas de los seres humanos es que somos diferentes, lo cual, entre otras cosas, hace posible la división  del trabajo y la consiguiente cooperación social y, por ende, la mayor satisfacción de las necesidades culturales y materiales. Esto último debido a que asigna los siempre escasos recursos para que estén ubicados en las manos de quienes la gente considera mejor para satisfacer sus demandas, sin ser posiciones irrevocables sino cambiantes en relación a la capacidad de cada cual para ajustarse a las  preferencias de la gente.  Seguramente también Tocqueville hubiera rechazado con vehemencia a los llamados empresarios que se alían con el poder para obtener favores y privilegios a expensas de los ciudadanos.

 

Incluso Paul Johnson en A History of the American People reproduce una cita de las Obras Completas del  escritor francés quien ilustra la trascendencia de la responsabilidad individual. Así escribió Tocqueville «Una de las consecuencias mas felices de la ausencia de gobierno (cuando la gente tiene la suerte de poder operar sin el, lo cual es raro) consiste en el desarrollo de la fuerza individual que inevitablemente se sigue de ello. De este modo, cada hombre aprende a pensar, a actuar por si mismo. El hombre acostumbrado a lograr su bienestar a través de sus propios esfuerzos, se eleva ante la opinión de los demás y de la suya propia, su alma es así mas grande y mas fuerte al mismo tiempo».

 

¡Que lejos se encuentra este pensamiento de lo que hoy ocurre en Estados Unidos donde el aparato estatal es omnipresente! Y ¡que lejos se encuentra del reiterado pensamiento fundacional de que “el mejor gobierno es el que menos gobierna” al efecto de concentrarse en la protección de los derechos de todos y no convertir año tras año el balance presidencial de la gestión ante el Congreso en una minuta empresaria como si el Ejecutivo fuera el gerente, en lugar de permitir que cada uno se ocupe de sus pertenencias.

 

¡Que lejos se encuentra Estados Unidos del pensamiento del General Washington en el sentido de que “mi ardiente deseo es, y siempre ha sido cumplir estrictamente con todos nuestros compromisos en el exterior y en lo doméstico, pero mantener a los Estados Unidos fuera de toda conexión política con otros países”! En esta línea argumental es también de interés lo dicho por John Quincy Adams quien escribió que “América [del Norte] no va al extranjero en busca de monstruos para destruir. Desea la libertad y la independencia de todos. Es el campeón solamente de las suyas […] Alistándose bajo otras banderas podrá ser la directriz del mundo pero ya no será más la directriz de su propio espíritu”

 

En otra oportunidad hemos escrito sobre hechos sobresalientes de la pasada administración estadounidense que abren serios interrogantes respecto del futuro de aquel país como baluarte del mundo libre, como es el caso de la patraña que justificó la invasión “preventiva”  a Irak, conclusión ampliamente difundida con mucha antelación en el libro Against all Enemies, de Richard A. Clarke, asesor en temas de seguridad para cuatro presidentes incluyendo el gabinete del propio George W. Bush.
James Madison escribió: «De todos los enemigos de las libertades públicas, la guerra es lo que más debe ser temido porque compromete y desarrolla el germen para todo lo demás» (“Political Observations”, abril 20, 1795). Recordemos además que EEUU intervino en Somalia para poner orden y dejó caos, en Haití para establecer la democracia y dejó tiranía, en Vietnam para liberar al país que finalmente quedó en manos comunistas.

Recordemos también, por otra parte, que Ben Laden y Saddam Hussein eran lugartenientes preferidos de los Estados Unidos, uno en Afganistán con motivo de la invasión rusa y el otro con motivo de la guerra con Irán. Fueron entrenados y financiados con el fruto del trabajo de estadounidenses. También recordemos que en su discurso de despedida de la presidencia, el General Dwight Eisenhower declaró que “nada es más peligroso para las libertades individuales que el complejo militar-industrial”.

Todavía hay otro asunto más en este complicado tejido de denuncias. Se trata de la cuestión religiosa . En estas trifulcas con el terrorismo hay quienes pretenden endosar la responsabilidad a los musulmanes (por ejemplo, el hoy candidato a la presidencia por parte del Partido Republicano). En el mundo hay más de 1500 millones de musulmanes. Es muy injusto imputar estas tropelías a quienes adhieren al Corán en el que, entre otras cosas, leemos que «Quien mata, excepto para castigar el asesinato, será tratado como si hubiera matado a la humanidad y quien salva a uno será estimado como si salvara a la humanidad» (5:31). La misma expresión jihad que ha sido tan tergiversada, como explica Houston Smith, significa guerra interior contra el pecado. Ya bastante ha sufrido la humanidad por la intolerancia religiosa. En nombre de Dios, la misericordia y la bondad se ha quemado y mutilado. Identificar el Islam con el terrorismo es tan impropio y desatinado como asimilar el cristianismo a la Inquisición o la «guerra santa» aplicada en América en tiempo de la conquista. Hay, sin duda, quienes pretenden ese tipo de identificaciones y extrapolaciones clandestinas al efecto de enmascarar e inculcar el crimen con fervor religioso fundamentalista, pero caer en esa trampa no haría más que desviar la atención del ojo de la tormenta y agregar complicaciones a un cuadro de situación ya de por sí muy sombrío.

Estados Unidos, en consonancia con las célebres palabra de  Emma Lazarus inscriptas al pie de la Estatua de la Libertad, ha recibido con los brazos abiertos a inmigrantes de todas las latitudes. Hace algún tiempo que se observan síntomas que tienden a revertir aquellos valores y principios esenciales que hoy cuestionan quienes adhieren a la siempre cavernaria xenofobia.

 

En resumen, con estos pocos ejemplos al correr de la pluma pensamos que, después de todo, ha sido mejor que Tocqueville no haya sido contemporáneo puesto que sus ilusiones se hubieran desvanecido, aunque advirtió de algunos peligros en el horizonte que desafortunadamente se cumplieron.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Alberdi y el gasto público (II)

Por Gabriel Boragina: Publicado el 4/9/16 en: http://www.accionhumana.com/2016/09/alberdi-y-el-gasto-publico-ii.html

 

Alberdi creía que un gasto público elevado no constituía necesariamente un obstáculo a la producción, lo que comparado con otros pasajes de su obra denotan cierta ambigüedad suya en el tema. Prueba de lo anterior la encontramos, por ejemplo, en esta cita:

«Repartir bien el peso de las contribuciones no sólo es medio de aligerarse en favor de los contribuyentes, sino también de agrandar su producto en favor del Tesoro nacional. La contribución es más capaz de dañar por la desproporción y desigualdad que por la exorbitancia: tan verdadero es esto, que muchos han visto en las contribuciones elevadas un estímulo a la producción más que un ataque. Todos recuerdan lo que sucedió en Inglaterra antes de 1815: a medida que se elevó el gasto público y con él la tasa de las contribuciones, mayor fue la producción. Muchas explicaciones ha recibido ese fenómeno, y de las más sensatas resulta, que si los impuestos no fueron causa del aumento de producción, tampoco fueron un obstáculo. – ¿Por qué? Porque pesaron sobre todos los agentes y modos de producción, a la vez que a todos ellos se les aseguró campo y libertad de acción.»[1]

Ferviente partidario del impuesto proporcional que recayera sobre todos y cada uno de los ciudadanos, contaba que de tal modo la producción general no se vería afectada. Su argumento parecía hallar como toda apoyatura la experiencia de «Inglaterra antes de 1815». No podemos dejar de señalar que hay una cierta contradicción con lo que el insigne argentino había expuesto unas páginas antes (pág. 105). En su tesis, siempre y cuando el impuesto sea igualitario y proporcional la producción no sólo no disminuiría sino que hasta podría crecer. Hoy, desde una visión provista por la Escuela Austriaca de Economía, podríamos disentir con su enfoque. Indudablemente es positivo y hasta necesario que los impuestos sean proporcionales e igualitarios, pero al mismo tiempo es tan trascendente como que sean los menores posibles. Porque -como el mismo Alberdi parecía pensar en la pág. 105 de su obra-, el gasto privado y público son -en realidad- uno mismo, y no dos gastos de naturaleza distinta. En sus exactas palabras: «el gasto público y el gasto privado, pues no son gastos de dos naturalezas, sino dos modos de un mismo gasto, que tiene por único sufragante al hombre en sociedad». Pero hay una diferencia sustancial entre ambos, y es que no es la misma persona la que hace uno y otro gasto, si bien los recursos que se utilizan provienen de una misma fuente. En el gasto privado «A» gasta los recursos de «A», en tanto que en el gasto público «B» gasta los recursos de «A». Y, por cierto, nada garantiza que -en el segundo supuesto- «A» estuviera de acuerdo con «B» en cuanto a dos cosas: que se utilicen sus dineros para el gasto «C, D…etc.» (por caso) y en segundo lugar –suponiendo que ese consentimiento existiera- que también hubiera una segunda anuencia por la cual «A» estuviera conforme con el destino de ese gasto que «B» hace en «C».

«Más adelante, en el capítulo sobre los objetos del gasto público, estudiaremos la necesidad de dividir el presupuesto en tantos capítulos de gastos como el número de los ministerios que integran el despacho colectivo del gobierno, y de que los artículos de gastos y entradas sean discutidos y sancionados separadamente, sin que el gobierno pueda trasladar a un artículo fondos destinados a otro: cuyos requisitos son garantías prácticas de limpieza en la gestión del Tesoro nacional, y no meras y vanas formalidades».[2]

Aquí tenemos otro párrafo en el cual no parece preocuparle demasiado a Alberdi el tamaño del gasto público, dado que sigue poniendo el énfasis en dos aspectos: el equilibrio y el destino. Hoy objetaríamos, desde nuestra perspectiva actual, que el volumen del gasto público importa y mucho, si tenemos en cuenta algo que el propio Alberdi parecía aceptar páginas antes : que lo que el estado-nación gasta lo extrae de impuestos que, necesariamente, cobra al contribuyente, y que ello implica (simple operación aritmética mediante) que cada unidad monetaria que el «estado» gasta es una unidad memos que el particular tendrá disponible –pero- para diferentes propósitos : ya sea gastar, invertir, ahorrar, etc. Por lo que no resulta indiferente –repetimos- la cuantía de ese gasto «público» que, en rigor, es puro gasto estatal.

Un problema que Alberdi enfrentaba en su tiempo era el del federalismo frente al unitarismo, términos con los cuales se designaba en aquella época lo que hoy llamaríamos descentralización frente a centralización tanto del poder como de los recursos que ese poder maneja. Ello le hacía señalar con precisión que:

«Así los gastos de provincia no son del resorte del Tesoro nacional en la Confederación Argentina. Pero es preciso no confundir con los gastos de provincia propiamente dichos los gastos de carácter nacional ocasionados en provincia. En este sentido, los gastos nacionales de la Confederación, considerados dentro de sus límites excepcionales, son susceptibles de la división ordinaria en gastos generales y gastos locales de carácter federal. Los gastos del servicio de aduanas, del de correos, de la venta de las tierras públicas, los gastos del ejército, que son todos gastos nacionales, se dividirán naturalmente en tantas secciones locales como las provincias en que se ocasionen. Esa división será necesaria al buen método y claridad del cálculo de gastos y a la confección de la ley de presupuestos. Por otra parte, residiendo el gasto público al lado de la entrada fiscal en cada sección de la Confederación, y no habiendo necesidad de que el Tesoro percibido en provincia viaje a la capital para volver a la provincia en que haya de invertirse, la división de entradas y gastos en dos órdenes, uno general y otro local, servirá para distribuir los gastos locales que pertenecen a la Confederación en el orden en que están distribuidas las entradas, sin necesidad de sacar los caudales del lugar de su origen y destino en la parte que tiene de federal o nacional. Bajo el antiguo régimen español del virreinato argentino, se observaba un método semejante que se debe estudiar como antecedente nacido de la experiencia de siglos».[3]

[1] Alberdi, Juan Bautista. Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853. Pag. 168

[2] Alberdi….Ob. cit. pág 183

[3] Alberdi….Ob. cit. pág 198

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Federalistas y Anti-Federalistas: los límites al poder y el crecimiento (¿inevitable?) del Estado

Por Martín Krause. Publicada el 26/2/16 en: http://www.libertadyprogresonline.org/2016/02/26/federalistas-y-anti-federalistas-los-limites-al-poder-y-el-crecimiento-inevitable-del-estado/

 

Inicialmente las colonias (norteamericanas) se habían organizado como una confederación. Sus principales críticos fueron los autores de los Papeles Federalistas, Alexander Hamilton, James Madison y John Jay quienes publicaron setenta y siete artículos desde Octubre de 1787 hasta Mayo de 1788 en tres periódicos de la ciudad de Nueva York. Los problemas que aquejaban a la Confederación tendrían su origen en el colapso del sistema judicial real (Dietze, 1960, p. 130) y la debilidad del ejecutivo. El vacío había sido ocupado por las legislaturas creadas por las nuevas constituciones las que, influenciadas por los deudores, comenzaron a suspender acciones judiciales, modificar o anular sentencias y determinar los méritos de las disputas. Esta negación de los que Dietze llama “gobierno libre” (definido como el gobierno popular donde la mayoría es limitada por la constitución para proteger los derechos de las minorías y donde la participación popular en el gobierno es sólo un medio para protección de la vida, la libertad y la propiedad, nota p. 69) no podía, según los Federalistas, ser frenada por la confederación ya que la Unión era un mero tratado entre las partes y no hubiera podido impedir la tiranía de la mayoría en los estados[1].

El objetivo de los Papeles Federalistas fue el de proponer una “más perfecta UNION” (en mayúscula en los originales). No obstante, Dietze (p. 160) señala diferencias entre estos autores, ya que en el caso de Hamilton, si bien reconoce las bondades de la división territorial e institucional del poder, no deja dudas de que prefiere una concentración a una dispersión del poder. Esto implica la superioridad de la legislación federal sobre la estadual y la posibilidad de ejecutar esa ley federal dentro de los estados. Esa superioridad, a su vez necesita de la existencia de una autoridad federal que sea capaz de imponerla y alguna autoridad federal que resuelva las diferencias entre uno y los otros. Este sería el rol de Corte Suprema. Esta supremacía del poder central sería controlada de su abuso por la revisión judicial, para lo cual se requiere la absoluta independencia de la justicia.

Madison, por el contrario destaca las bondades de un gobierno federal principalmente porque crea balances de poder, es decir, enfatiza el valor de los estados miembros. Para él, el federalismo es una institución diseñada para proteger a los estados y aunque reconoce que la soberanía reside en última instancia en el gobierno central, el federalismo no sería compatible con la concentración de poder en manos de éste. Sostiene que una confederación tendería a reducir el poder del gobierno central. Señalando los casos de la liga aquea y la confederación lisia señala que ninguna de las dos mostró una tendencia a degenerar en un solo gobierno consolidado.

Esta era, precisamente, la preocupación de los Anti-Federalistas y se mantiene hoy como uno de los principales puntos de debate respecto al federalismo y la descentralización. Ya que si bien de Tocqueville ([1835] 1957, p. 86) pudo afirmar,

“Lo que más llama la atención al europeo que recorre los Estados Unidos es la ausencia de lo que se llama entre nosotros el gobierno o la administración. En Norteamérica, se ven leyes escritas, se palpa su ejecución cotidiana, todo se mueve en torno nuestro, y no se descubre en ninguna parte su motor. La mano que dirige la máquina social se oculta a cada instante”

Lo cierto es que a los anti-federalistas les preocupaba precisamente que la existencia de un poder central fuerte tendiera a eliminar o limitar el poder de los estados y los derechos de los individuos. Según Gordon (1998, p. 8) la Bill of Rights fue incorporada en la constitución no como la entrega masiva de poder al gobierno central para controlar supuestas violaciones de derechos individuales por parte de los estados sino para proteger a las comunidades de éstos de la inevitable tendencia del gobierno central a acumular poder, siendo el elemento esencial de la misma la 10ª. Enmienda que afirma la soberanía de los estados y define los poderes del gobierno central como “enumerados” y “delegados”. Opinión similar mantienen Wilson (1995) y Pilon (1995).

Este último afirma que la doctrina de los “poderes enumerados y delegados” ha sido abandonada por intermedio de dos cláusulas constitucionales: la comercial y la del bienestar general. La primera otorga al Congreso el poder de regular el comercio entre los estados, y tuvo su origen en la preocupación por la existencia de barreras comerciales entre ellos. Pero los constitucionalistas no habrían imaginado que ésta iba a ser utilizada (desde 1937: NLRB v. Jones & Laughlin Steel Corp., 301 U.S. 1) no ya como un escudo contra el abuso de los estados sino como un mecanismo que permitiría luego al Congreso pretender el logro de innumerables fines sociales y económicos. Ya que el Congreso ahora se atribuye el poder de regular cualquier cosa que afecte el comercio interestatal, es decir prácticamente todo. La segunda tenía el objetivo de prevenir que el Congreso actuara en defensa de algún beneficio particular pero en 1937 (Helvering v. Davis, 301 U.S. 619, 640) la Corte mantuvo que si bien había que mantener la diferencia entre interés particular e interés general no iba a controlar esa distinción, dejando al Congreso que se controle por sí mismo.

[1] Madison lo señala de esta forma en El Federalista XLV (Hamilton, et al, 1943, p. 196): “Hemos visto en todos los ejemplos de las confederaciones antiguas y modernas, que la tendencia más potente que continuamente se manifiesta en los miembros, es la de privar al gobierno general de sus facultades, en tanto que éste revela muy poca capacidad para defenderse contra estas extralimitaciones…

Los gobiernos de los estados tendrán siempre la ventaja sobre el gobierno federal, ya sea que los comparemos desde el punto de vista de la dependencia inmediata del uno respecto del otro, del peso de la influencia personal que cada lado poseerá, de los poderes respectivamente otorgados a ellos, de la predilección y el probable apoyo del pueblo, de la inclinación y facultad para resistir y frustrar las medidas del otro”.

[2] También en el “El Federalista” XLV afirma: “Hemos visto en todos los ejemplos de las confederaciones antiguas y modernas, que la tendencia más potente que continuamente se manifiesta en los miembros, es la de privar al gobierno general de sus facultades, en tanto que éste revela muy poca capacidad para defenderse contra estas extralimitaciones”.

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

El fracaso de los acuerdos de precios y salarios

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 4/1/16 en: http://www.lanacion.com.ar/1859088-el-fracaso-de-los-acuerdos-de-precios-y-salarios

 

Dado que el Presidente solicitó que se le adviertan sus errores, es bueno recordar que los controles de las variables del mercado por parte del Estado siempre han producido efectos negativos que postergan la recuperación de la economía.

 

Si realmente queremos ayudar al Gobierno que acaba de asumir, debemos seguir el consejo del Presidente en ejercicio que en su alocución inaugural afirmó que hay que alertar sobre posibles errores. De eso se trata, salimos de una degradación superlativa de las instituciones republicanas y los indicadores económicos más relevantes han quedado sumamente dañados.

Es muy saludable el espíritu de conciliación, de retomar relaciones normales con el mundo, rechazar políticas nefastas como el tristemente célebre caso iraní, sancionar debidamente la corrupción, tender al federalismo fiscal y asegurar la elemental seguridad de las vidas y las haciendas de todos. Es muy necesaria la referencia a la independencia de la Justicia y espero se confirme la idea que ahora se está considerando de rectificar el procedimiento inaceptable para cubrir dos vacantes en la Corte.

Pero para no remontarnos más atrás, desde Diocleciano hasta la fecha han fracasado rotundamente todos los intentos de establecer «precios cuidados» (un eufemismo para precios máximos). El pretendido control de precios, aunque sea circunstancial, siempre produce cuatro efectos centrales que no sólo postergan la recuperación sino que agravan la situación.

Primero, cuando el precio se establece a un nivel inferior al que hubiera estado en el mercado, naturalmente se expande la demanda. Segundo, en el instante inicial, por el hecho de que la demanda se expande no aparece una mayor oferta, por tanto se produce un faltante artificial. Tercero, los productores marginales, los menos eficientes, al reducirse su margen operativo desaparecen del mercado, con lo que se agudiza el referido faltante. Y cuarto, al alterarse los precios relativos y consecuentemente los indicadores de los diversos márgenes operativos, artificialmente surgen otros reglones como más atractivos y, por ende, se invierte en áreas que en verdad no son prioritarias, lo cual se traduce en derroche de capital que, a su vez afecta salarios e ingresos en términos reales.

Lo mismo va para el reiterado «acuerdo de precios y salarios» que se ha aplicado sin solución de continuidad en nuestro país desde el intento corporativo de los años 30. El tema consiste en arreglar los desaguisados fiscales y monetarios -en el contexto de reducir el tamaño del aparato estatal- a los efectos de transferir recursos a los bolsillos de la gente. En el interín, no se deben adoptar políticas que, como queda dicho, comprometen aún más la situación lamentable que recibe el nuevo gobierno ni dejarse tentar por tomar más deuda para mantener la gigantesca estructura gubernamental que carcome la productividad de todos.

En El espíritu de la Revolución Fascista, donde se recopilan los discursos de Mussolini, después de hacer una apología del corporativismo concretado en acuerdos de precios y salarios, el «Duce» sostiene que esa es la manera en que «hemos sepultado al Estado democrático [.]. A ese viejo Estado que enterramos con funerales de tercera, lo hemos sustituido por el Estado corporativo». Esos acuerdos «entre el capital y el trabajo» son reiterados en el manifiesto fascista de Verona y copiados por los populismos de toda laya con los resultados conocidos.

Es que la estructura de precios en un mercado libre y competitivo no depende de la voluntad de empresarios ni de gremialistas sino de las valorizaciones cruzadas de los consumidores que, a su turno, están vinculadas en términos nominales con el valor de la moneda, que mantiene un estrecho correlato con la expansión de la base monetaria provocada por la banca central.

Constituye una torpeza mayúscula el asignar un significado peyorativo a la especulación puesto que no hay ser humano que no especule, es decir, que pretenda pasar de una situación a su juicio desfavorable a una que le proporcione mayor satisfacción. La madre especula que su hijo estará mejor, el que estudia especula con que recibirá el título, el comerciante especula con una ganancia. No hay acción sin especulación.

Ahora bien, los precios no se incrementan a puro rigor de expectativa o especulación, se elevan debido a la antes mencionada expansión monetaria o debido a una caída en la productividad. Si un comerciante tiene la expectativa o especula que sus costos de reposición se elevarán debido a la inflación y, por ende, aumenta los precios, se producirá uno de dos resultados: o el comerciante tenía razón y la moneda convalidó esa suba o se equivocó, en cuyo caso, debe reducir sus precios si pretende mantener sus ventas, de lo contario verá que se contraen.

Es de interés aprender de la historia y no tropezar con la misma piedra, dados los repetidos antecedentes en materia de control de precios y absurdos acuerdos de precios y salarios, como si un grupo de capitostes reunidos en un cuarto, concentrando ignorancia, pudiera sustituir los millones de arreglos contractuales en un contexto de conocimiento disperso y fraccionado.

Y nada de machacar, como se ha hecho en el pasado, con que se trata de medidas transitorias mientras se sale del pozo, porque de ese modo se profundiza el pozo. Las leyes de asociaciones profesionales y convenios colectivos fue calcada por Perón de la Carta del Lavoro de Mussolini y, desde ese momento, ningún gobierno la abrogó con el propósito de usar el movimiento obrero en provecho propio. Los sindicatos son muy útiles en una sociedad abierta, pero la figura de la «personería gremial», a diferencia de la personería jurídica, conduce a todo tipo de abuso en perjuicio principal de los más necesitados.

La característica central del fascismo es permitir que los particulares registren la propiedad a su nombre, aunque la use y disponga de ella el gobierno, en la práctica, a través de regulaciones omnicomprensivas con que el aparato estatal maneja el flujo de fondos de las empresas «privadas» que en realidad están privadas de toda independencia.

Sabemos que el político no puede articular un discurso que la opinión pública no pueda digerir. Por eso, el problema medular es educativo. No puede pretenderse que se asuma la tradición alberdiana, pero por lo menos puede sugerirse que no se repitan errores gruesos para no darle la razón a Aldous Huxley en el sentido de que «la lección de la historia es que no se aprendió la lección de la historia».

Milton Friedman ha consignado en el primer capítulo de su libro La tiranía del status quo que lo que un gobierno no hace en los primeros seis/nueve meses no lo hace nunca. No hay tiempo que perder si es que deseamos fervientemente el éxito de la actual gestión gubernamental.

No se trata de quejarse cuando ya es tarde, sino de razonar con calma y ponderadamente.

Es pertinente subrayar lo dicho por el nuevo Presidente en su acto de asunción respecto de que apunta al logro de la «justicia social». Esta expresión tan manoseada puede tener sólo dos significados: o es una grotesca redundancia ya que los minerales, los vegetales o lo animales no son sujetos de derecho y, por ende, la justicia sólo es humana, léase social; o bien se traduce en sacarles a unos lo que les pertenece para entregarlos a quienes no les pertenece, lo cual constituye la antítesis de la justicia en el sentido de «dar a cada uno lo suyo».

En este último contexto es que el premio Nobel en economía Friedrich Hayek ha escrito que el adjetivo «social» aplicado a cualquier sustantivo lo convierte en su antónimo: justicia social, derechos sociales, constitucionalismo social, etc.

Es bueno que miembros del actual elenco gobernante se hayan pronunciado por la importancia de contar con marcos institucionales civilizados y será ardua la tarea parlamentaria en busca de los necesarios consensos para revertir lo sucedido hasta el momento, pero parte fundamental de esos marcos consiste en no enredarse en acuerdos corporativos que se encuentran en las antípodas de un sistema republicano, donde deben primar los arreglos contractuales entre las partes siempre que no lesionen derechos de terceros.

Nuestro país está agotado y consumido por décadas y décadas de populismo y demagogias que operaron bajo las más diversas denominaciones pero en todos los casos bajo el paraguas del común denominador de agrandar las funciones gubernamentales que no sólo se alejan sino que contradicen sus funciones primordiales de garantizar las libertades de todos. Evitemos las iniciativas archiconocidas y fracasadas estrepitosamente y que se apartan de los objetivos comunes del bienestar general.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Con estos impuestos no hay recuperación posible:

Por Roberto H. Cachanosky. Publicado el 15/3/15 en:

 

La reforma impositiva también es clave para recuperar el sistema republicano de gobierno

Sé que no es fácil, pero como tarea para el futuro gobierno queda implementar una profunda reforma tributaria. Este gobierno ha llevado la presión impositiva hasta niveles realmente confiscatorios, pero los disparates tributarios vienen desde hace rato.

Un primer problema que tenemos con el sistema tributario es no solo que es ineficiente, asfixiante e injusto, sino que además es invasivo de los derechos individuales. La información que hay que brindarle al ente recaudador, en un país que respeta los derechos individuales, solo podría pedirla un juez y con causa justificada. Es más, todavía no entiendo cómo no fue declarada inconstitucional la ley de procedimiento fiscal.

Algunas propuestas muy sólidas de reforma del sistema impositivo preparadas por el reconocido economista y tributarista Antonio Margariti les he acercado a algunos legisladores de la oposición, pero claramente no les ha interesado el tema. Nunca tuve respuesta ni siquiera para decirme que no les parecía bien.

El primer disparate que tiene nuestro procedimiento fiscal es que el contribuyente es culpable hasta que demuestre lo contrario. Lo he sufrido en carne propia a lo largo de la década k al punto que hasta la prestigiosa revista The Economist se encargó de citar mi caso entre otros casos emblemáticos (http://www.economist.com/node/21559384 ).

La realidad es que si yo reclamo que alguien me debe dinero, tengo que demostrarlo. En Argentina el sistema funciona al revés. El ente recaudador dice que alguien le debe dinero y el contribuyente tiene que demostrar que no lo debe.

En definitiva, hemos aceptado que en nombre de la santa recaudación se violen todos los derechos individuales, la propiedad privada y de procedimientos que garanticen la defensa del contribuyente. Un disparate inconstitucional.

El segundo disparate del sistema tributario que uno puede señalar es que se le pide a los impuestos que financian al fisco, que redistribuyan ingresos y que asignen los recursos productivos.

Cuando digo que se le pide al sistema tributario que redistribuya recursos me refiero, por ejemplo, al nefasto impuesto a las ganancias. Y es nefasto porque no solo viola los derechos individuales al pedir información reservadísima, sino que además castiga a los más eficientes. Al ser un impuesto progresivo, cuánto más gana una persona, y gana más porque es eficiente y satisface las necesidades de sus semejantes si estuviera un sistema de libre competencia, paga proporcionalmente más. Si gana un 10% más paga un 14% más. Se castiga al que mejor sirve a sus semejantes con su labor diaria produciendo aquellos bienes y servicios que demanda la gente, en los precios y calidades que el consumidor requiere. De manera que cambiar el impuesto a las ganancias por un flat tax no es el ideal, pero al menos es menos invasivo de los derechos individuales y mucho más sencillo de liquidar. El flat tax implica pagar un porcentaje igual para todos estableciendo un mínimo no imponible, y de ahí para arriba todos pagan el mismo porcentaje. Sencillo de liquidar y no pretende redistribuir ingresos.

Si alguien quiere redistribuir, entonces que lo haga vía el gasto público. Que diga a quién le va a dar un subsidio, por qué monto y por cuanto tiempo. Que se debata en el Congreso y que el que recibe un subsidio tenga nombre y apellido y que la gente sepa a quién y por qué le está dando parte de sus ingresos. Que la gente sepa por qué le quitan parte del fruto de su trabajo y se lo dan a otro.

En lo que hace a la asignación de recursos podemos citar, por ejemplo, el caso de los derechos de importación. Cuando el burócrata establece que se pague una tasa mayor por la importación de los bienes de consumo que los bienes de capital, en última instancia está diciendo que prefiere que se produzcan bienes de consumo y no bienes de capital. El burócrata reemplaza a la gente en la decisión de asignar los recursos. Propuesta: que los derechos de importación sean bajos y uniformes para todos los productos. Una tasa única de, digamos, el 3% para todos los productos solo tendría un fin recaudatorio.

Otro disparate que tenemos en funcionamiento es el impuesto al cheque. Es un nefasto impuesto que no solo expulsa a la gente del sistema formal sino que, además, implica pagar impuestos para pagar impuestos. Cuando uno hace un cheque para pagar el anticipo de ganancias, bienes personales, ingresos brutos o el impuesto que sea, paga el 0,6% del impuesto al cheque para pagar un impuesto. ¡Una locura!

De más está decir que los derechos de exportación son otra barbaridad que sin duda hay que eliminar y el listado sigue. Mi primera conclusión es que el actual sistema tributario es inviable. Imposible de corregir. Hay que meterlo en un tacho, tirarle nafta y prenderle fuego y establecer uno completamente nuevo que debe incluir el tema de la coparticipación federal, algo que en realidad no existía en nuestra Constitución de 1853. Esto de la coparticipación es un invento del siglo XX que terminó en un desastre económico y político, destruyendo el federalismo.

En rigor, llegamos a este estado de locura impositiva, en su estructura y su carga tributaria, porque el populismo se impuso en Argentina y como un cáncer está destruyendo el país.

Antiguamente los reyes mataban con impuestos a sus súbditos para financiar sus conquistas territoriales. Si mal no recuerdo, la revolución que dio lugar a la independencia norteamericana fue por la mayor carga tributaria que quiso imponerle el rey a los colonos para financiar los gastos de su guerra con Francia. Lo irónico es que finalmente los franceses terminaron ayudando a los colonos y al ejército continental contra el ejército inglés.

Hoy día los gobiernos nos matan con impuestos para financiar su populismo. Pero ese populismo llevó a la destrucción de la república. Los populistas buscan matar con impuestos a unos pocos para repartir entre muchos. Esa es su forma de conseguir votos.

Es lo que vemos hoy en día en Argentina. Muchos se preguntan cómo hacer para desarmar la maraña de subsidios llamados sociales que deja el kirchnerismo y que es infinanciable. Desarmar se puede desarmar, pero habrá que crear las condiciones para generar una fuerte corriente inversora.

Lo que me queda bastante claro es que la reforma del sistema tributario y de los procedimientos fiscales, no solo es necesario para poner en funcionamiento la economía. La reforma impositiva también es clave para recuperar el sistema republicano de gobierno.

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE.

Programa de extensión académica en ciencias sociales:

Programa

 
I. Introducción al liberalismo clásico
 
Fechas: Martes 13 y 20 de Agosto
Prof. Ezequiel Spector
 
Contenidos: El liberalismo clásico, sus conceptos y autores fundamentales: Smith, Madison. Aportes en el campo de la política y la economía. Aplicación al diseño institucional.  
 
II. Federalismo. El caso argentino
 
Fechas: Martes 27 de Agosto  y 3 de Septiembre
Prof. Marina Carbajal 
 
Contenidos: Las instituciones políticas y el liberalismo. El federalismo: actores y acción racional. El caso argentino. El poder fiscal como eje de la distribución de poder. El régimen de coparticipación de impuestos y sus consecuencias.  Evolución del federalismo real a partir de la imposición de un sistema fiscal centralizado.
 
III. Economía y liberalismo
 
Fechas: Martes 10 y 17 de Septiembre
Prof. Marcos Hilding Olsson
 
Contenidos: Las instituciones económicas internacionales y el liberalismo. El panorama desde 1970. El proteccionismo: sus efectos. El caso de las retenciones y los derechos de importación. Cuotas, cupos y prohibiciones. Propuestas de reformas.
 
IV. Filosofía de las ciencias sociales
 
Fechas: Martes 24 de Septiembre  y 1º de Octubre 
Prof. Eliana Santanatoglia
 
Contenidos: Los órdenes sociales espontáneos en Hayek. Introducción a las teorías evolucionistas actuales: debates, autores y relevancia para el orden social de la libertad. Algunas aplicaciones en el campo del Derecho.
 
V. Democracia y acción colectiva
 
Fechas: Martes 8 y 15  de Octubre
Prof. Pablo Iannello
 
Contenidos: Análisis del funcionamiento de mecanismos democráticos. Problemas de distribución, reglas de deliberación, problemas de incentivos en cuerpos políticos colegiados, etc. Estudios de casos.
 
VI. Derecho y economía 
 
Fechas: Lunes 21 y 28 de Octubre
Prof. Eduardo Stordeur (h)
 
Contenidos: Elementos del Análisis Económico del Derecho: maximización, precios y equilibrios.  Economía y Derecho de Propiedad. Derecho de propiedad y eficiencia. Tipos de derechos de propiedad: su explicación económica. El costo de cumplir la ley.
 
VII. El liberalismo hoy
 
Fechas: Martes 5 y 12 de Noviembre
Prof. Ezequiel Spector
 
Contenidos: El legado del liberalismo clásico, Robert Nozick y la filosofía analítica. Los temas del debate actual y sus aplicaciones a la realidad política nacional.
 
INSCRIPCIONES:  info@eseade.edu.ar

La antipolítica llega al poder

Por Alberto Benegas Lynch. Publicado el 29/3/13 en http://www.lanacion.com.ar/1567766-la-antipolitica-llega-al-poder

En las elecciones parlamentarias de Italia del mes pasado, Giuseppe Piero Grillo (Beppe) obtuvo un apoyo electoral realmente descomunal: un 25% de los sufragios, ocho millones de votos. Beppe es un contador devenido en cómico y destacado showman de la televisión que cataliza las frustraciones de los italianos, especialmente de la gente joven asqueada de la corrupción de los políticos, de sus privilegios, sus arrogancias descomunales y sus crecientes atropellos, todo a espaldas de ciudadanos absortos con el triste y reiterado espectáculo de un bochorno sin solución de continuidad.

The Economist lo tilda de «estrella naciente», la revista Times lo menciona como «uno de los héroes en la batalla contra la corrupción política», Businessweek sostiene que países como «Francia necesitan un Beppe Grillo» y el semanario Zona Crítica concluye que el personaje de marras «no es un cómico sino un desinfectante».

Beppe Grillo fundó el Movimiento Cinco Estrellas, al que Mario Di Giorgio -director de una señal de televisión digital en Milán- denomina «el movimiento antisistema», establecido para lograr su cometido de llamar la atención sobre los estropicios de la clase política y administra un blog consultado por millones de personas en italiano, inglés y japonés. Insiste en que «se está terminando una época» y pretende contribuir al nacimiento de otra algo más oxigenada.

Algunas de sus propuestas resultan confusas, como en materia de ecología y economía, y suele intercalar chanzas: «Si es cierto que en China todos son socialistas, ¿a quién pueden robar?». En definitiva, en línea con las palabras de Golda Meir -«Nada es tan escandaloso como cuando nada nos escandaliza»-, lo que vale del ahora célebre Beppe no son tanto sus propuestas sino, como queda dicho, el llamado de atención sobre la debacle de las estructuras políticas del momento.

La idea de la democracia complementada con la noción republicana implica el respeto a los derechos de las minorías, el recato y la sobriedad en la administración del poder, el federalismo, la transparencia, la división de poderes, la seguridad jurídica y la igualdad ante la ley en el contexto del afianzamiento de la justicia. Hoy se ha producido una peligrosa y extendida metamorfosis de la democracia que ha mutado en cleptocracia, es decir, en gobiernos de ladrones de libertades, de propiedades y de sueños de vida. En otros términos, una burla grotesca a la buena fe de los habitantes de los países del llamado mundo libre.

Cada vez más suben los impuestos para no entregar prácticamente nada como contrapartida, mientras los consabidos fariseos de las pseudofinanzas machacan con el equilibrio fiscal no importa si los contribuyentes sobreviven al reiterado experimento. Con un poco de imaginación para salirse del brete conservador, debería prohibirse el endeudamiento público por incompatible con la democracia, ya que compromete patrimonios de futuras generaciones que no participan en el proceso electoral del que resulta elegido el gobernante que contrajo la deuda. Debería también liquidarse la banca central que siempre destruye el valor del dinero y permitirse que la gente elija los activos monetarios de su preferencia tal como se ha fundamentado en múltiples ensayos de gran calado y, entonces, que se las arreglen los gobernantes con ingresos presentes formados por los impuestos, al tiempo que deben estimularse y aplaudirse las rebeliones fiscales como signo de dignidad y autoestima cuando los gobiernos se extralimitan.

Como una ilustración de las preocupaciones que surgen en el seno del Movimiento Cinco Estrellas, señalo que tal vez una de las primeras medidas de un gobierno razonable debería consistir en la eliminación de todas las embajadas con sus pompas, privilegios y mansiones principescas. La embajada es una idea de la época de las carretas, cuando las comunicaciones eran muy deficientes y había que adelantarse a los acontecimientos. Hoy, con las teleconferencias y demás herramientas extraordinarias que brinda la tecnología moderna, ese tipo anacrónico de diplomacia no tiene sentido. Con un modesto consulado es más que suficiente. Incluso para las relaciones comerciales resultan superfluas las embajadas. Guatemala no mantiene relaciones diplomáticas con China y sin embargo es el país latinoamericano que más comercio exhibe con los chinos en relación con su producto.

En su muy difundido discurso ante miles y miles de jóvenes en la Piazza San Giovanni titulado «El redescubrimiento de la condición humana», Grillo no sólo se refirió a la pompa de funcionarios -como los embajadores y sus cortes-, sino que la emprendió contra banqueros y economistas. No es para menos si se tiene en cuenta el fraude legal que significa el sistema de reserva fraccional manipulado por la banca central que permite el privilegio de usar recursos de terceros, y cuando se producen cambios en la demanda de dinero los desfases son cubiertos por las autoridades del momento. No es para menos si se tiene en cuenta que los economistas del establishment, con el apoyo de absurdas instituciones financieras internacionales, repiten a coro la necesidad de elevar la presión tributaria y la deuda, con lo que propinan golpe tras golpe a los azorados trabajadores de todos los ramos, quienes constatan una y otra vez las dádivas entregadas graciosamente a los amigos del poder, inaceptables a los ojos de cualquier persona decente. Esto así no resistirá mucho tiempo y siempre está al acecho el peligro de embestir contra un capitalismo inexistente y, por ende, acentuar los males que se pretende remediar. En este contexto es que Giovanni Sartori dice que Grillo «es un demagogo sin ideas».

De cualquier modo, debemos estar en guardia permanente si queremos preservar nuestras libertades. Para ello es menester trabajar las neuronas a efectos de limitar al poder. Son muchas las posibilidades, pero hay tres propuestas dirigidas a los tres poderes que son de interés debatir. Las tres propuestas pertenecen respectivamente a Friedrich Hayek, para el Poder Legislativo; a Bruno Leoni, para el Judicial, y a Montesquieu, aplicable al Ejecutivo, quien escribe que «el sufragio por sorteo está en la índole de la democracia», con lo que los incentivos operarán en dirección a proteger vidas y haciendas, dado que cualquiera puede ser elegido. Esto significa la preocupación por limitar las facultades de los gobernantes, es decir, limitar el poder que es precisamente lo que se requiere puesto que, como lo ha destacado Popper, el problema no radica en quién ha de gobernar sino en el establecimiento de instituciones «para que el gobierno haga el menor daño posible».

El antedicho proceso electoral parlamentario en Italia revela atisbos esperanzadores, en medio de la sucesión de dictadores electos como ocurre en Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia, para no decir nada de la fantochada cubana y lo que viene sucediendo con un Leviatán desbocado en la Argentina que deglute a pasos agigantados los restos de la tradición alberdiana que van quedando, muy especialmente después del desfachatado acuerdo con el gobierno terrorista de Irán.

La Stampa pone de manifiesto que «hemos votado el Parlamento más ingobernable de la historia», pero estas elecciones reflejan un hartazgo saludable, lo cual constituye el primer paso para una posible rectificación en el mundo de la política convencional de la época, por más que en este caso eventualmente haya que repetir las elecciones para formar gobierno.

Vivimos la crisis de aparatos estatales elefantiásicos que abandonan las funciones de brindar justicia y seguridad para internarse en faenas que auguran la demolición del derecho y pretenden convertir a la sociedad en un inmenso e insostenible círculo donde todos tienen las manos metidas en los bolsillos del prójimo.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía, Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.

 

El cepo a la palabra

Por Agustín Etchebarne. Publicado el 13/3/13 en http://opinion.infobae.com/agustin-etchebarne/2013/03/13/el-cepo-a-la-palabra/

La República es la forma de gobierno que divide el poder de manera que nadie sea demasiado poderoso. Es un sistema de pesos y contrapesos, primero se divide entre el Ejecutivo, la Justicia y el Legislativo; segundo se divide territorialmente (Nación, Provincias y Municipios), lo que se llama federalismo. Y finalmente aparece la prensa libre como un contrapeso indispensable de los demás poderes. Es decir, la prensa debe ser independiente. Esto no significa que sea independiente del dueño del diario o del canal de televisión, sino que los dueños de esos medios deben ser independientes del Gobierno. La prensa, entonces, sirve para escudriñar y sacar a luz ideas o hechos que un gobierno desea esconder, para iluminar y transparentar donde está oscuro, y combatir la corrupción. Eso les da cierto poder, y por eso se denomina “el cuarto poder”.

Nuestra Constitución garantiza magistralmente estos derechos: en el artículo 32 expresa literalmente: “El Congreso federal no dictará leyes que restrinjan la libertad de imprenta o establezcan sobre ella la jurisdicción federal” y en el artículo 14 garantiza el derecho de “publicar sus ideas por la prensa sin censura previa”.

Pero estas garantías y derechos se convierten en una fantasía cuando un funcionario de tercera categoría logra forzar a empresarios privados para que no publiquen avisos en determinados diarios. Basta con constatar que algunos medios han perdido un tercio de la facturación las últimas semanas. Cualquier empresa con altos costos fijos, como lo es un periódico, si pierde un tercio de la facturación está destinada a quebrar o vender.

Es el momento en que la Justicia debe restablecer el equilibro constitucional, de otro modo, sólo quedará el recurso de que la sociedad civil vuelva a enarbolar el viejo grito sagrado de nuestro himno nacional: “Libertad, Libertad, Libertad“.

Agustín Etchebarne es Lic en Economía (UBA); Máster en Desarrollo Económico (ISVE), posgrado en Comercialización Estratégica de la (UB). Ex profesor de Análisis Económico y Financiero en la Facultad de Derecho de la UBA y profesor de ESEADE.