SER CATÓLICO NO ES SER UN IMBÉCIL, II

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 21/12/19 en: http://gzanotti.blogspot.com/2019/12/ser-catolico-no-es-ser-un-imbecil-ii.html

 

Había una vez….. Un enorme grupo de católicos que defendíamos lo que considerábamos coherente con la Fe. No por seguimiento irracional a cualquier cosa que dijera el Papa, sino por la síntesis entre razón y Fe y el Sensus ecclesiae. Defendíamos al Magisterio de siempre en temas de vida y sexualidad, desde San Pedro hasta Benedicto XVI; defendíamos la Fe de siempre, seguíamos la enseñanzas de la Humanae generisla Veritatis splendor, la Evangelium vitae, la Fides et ratio, la Libertatis nuntius, porque nunca fuimos marxistas…………… Seguíamos las enseñanzas de Ratzinger sobre el Vaticano II ratificadas luego como pontífice…………….. Y no por papolatría, sino por la verdad y la Fe……………… Distinguíamos lo opinable de lo que no, aunque fuera difícil……………. Sabíamos que miles de teólogos, obispos y sacerdotes se oponían a todo ello pero nosotros seguíamos…. Creo que sencillamente “fieles”.

Algunos seguimos. No hemos abandonado nuestras convicciones. Simplemente nos damos cuenta de que las cosas han cambiado, y no para mejor. Pero muchos católicos que pensaban igual que nosotros, ahora nos retan, y públicamente. Ahora, por pensar todo ello, somos perseguidos y condenados como herejes. Somos acusados de infidelidad al magisterio y a la Iglesia. Pero por ESOS católicos, los que antes te mataban si preguntabas por una coma de la Veritatis splendor. Ellos, como si nada. Negando todo tipo de problemas. Todo bien. Cara de feliz cumpleaños. Nada por aquí, nada por ella. Vemos visiones. Alucinamos. No pasa nada. Es que parece que no tenemos Fe.

Que cada uno siga su conciencia. Si ellos quieren ser “estratégicos”, “políticos”, que lo sean. Si ellos saben manejarse “en las intrigas del Vaticano”, que sean felices. Si quieren callar, negar, mirar para otro lado, nadie los juzgará. Pero por favor, que no nos juzguen a nosotros. Que no nos tomen por imbéciles. Eso ya es inaceptable. Tienen derecho a hacerse los tontos. Pero no insulten la inteligencia de los demás.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación. Publica como @gabrielmises

HISTORIA Y SÍMBOLO DE UN CU CÚ.

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 25/8/19 en: http://gzanotti.blogspot.com/2019/08/historia-y-simbolo-de-un-cu-cu.html

 

Ya no me acuerdo cómo llegó el cu cú a la casa de Tacuarí. Recuerdo que el noni Vicente lo ponía en hora, pero mis recuerdos son borrosos, eso fue un año, 1973, tal vez Pablo me ayude.

Recuerdo sí que luego de la muerte del noni, mamá le daba cuerda todos los días. Creo que un viejo relojero la ayudó a ponerlo en hora hasta que falleció, luego de lo cual mamá me dijo que no me preocupara más por la hora exacta, bastaba que funcionara. Y afectivamente, así fue.

Cuando mamá murió, todas las veces que yo iba a Tacuarí encontraba sus pesas totalmente bajas con su tic tac ya apagado. Entonces yo las subía de vuelta y lo ponía en funcionamiento. Así hasta que Tacuarí se vendió.

El último día que terminábamos de sacar algunas cosas, Marcela me dijo: a vos el cu cú te gusta. Llevémoslo.

Lo puse entonces al lado del pequeño altarcito que hice en mi escritorio, combinando mi Fe con el shintoismo.  Es un lugar cuasi-sagrado, un sacramental. El piano es como si fuera el alma de mamá. De un lado, la foto de papá, del otro, la de má, y en el medio, arriba, la Virgen de Fátima (que rescaté de una mudanza, intuitivamente, sin saber que era la Virgen de Fátima). En el medio del piano, un tomo de la Catena Aurea de Santo Tomás y a su izquierda otra imagen de la Virgen de Fátima.

Y al lado, el cu cú, marcando la hora que Dios quiera. Todas las mañanas le doy cuerda, y a la noche también.

El cu cú simboliza algo especial.  Junto con el piano, es una de las pocas cosas que sigue funcionando cuando se corta la luz. Es un tic tac cuasi eterno, que escucho desde que tengo 13 años y que ha sido inalterable. No sé qué tiene que pasar para que cese. Que invadan la casa, un terremoto, etc., las posibilidades son pocas. Mientras yo viva, todas las mañanas le daré cuerda, como si fuera el sonido del corazón de mi pequeño altarcito. Pasarán gobiernos, subirá el dólar, la luz se apagará, pero el tic tac seguirá. Cada tanto, cuando quiere, sale el cu cú. Ahora son las 24 y marca 18,30. Me encanta que haga lo que quiera en medio de su peculiar regularidad. Hay silencio, él sigue. Hay ruidos, él sigue. Yo escribo, él sigue. Leo, él sigue. Marce y yo hablamos, él sigue. Pienso, luego existe.

Tic tac, tic tac. Una especial permanencia. Un eterno devenir. Un peculiar ser, conmovedor, casi uno, eterno e inmutable.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación. Síguelo en @gabrielmises 

SOBRE EL PECADO ORIGINAL:

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 4/1/15 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2015/01/sobre-el-pecado-original.html

 

Me llamó la atención en estos días la aparición en Facebook de un apasionado llamado a “no bautizar a su hijo”, que coincidió con otra entrada de un queridísimo amigo que decía que la doctrina del pecado original no le merecía ni siquiera respeto.

Así las cosas, yo quisiera explicar algo de cómo veo yo la cuestión.

Ante todo algunos recordatorios esenciales. Quien esto escribe intenta vivir la armonía entre la razón y la fe, según San Agustín: “creo para entender y creo para entender”, o al revés: es lo mismo, porque ni la una ni la otra son primeras o segundas. Son lo que hoy Gadamer llamaría un círculo hermenéutico.

De lo anterior se desprende una esencial distinción  entre misterio y absurdo. Este último es lo contradictorio, lo irracional. El misterio, en cambio, es lo revelado por Dios a nuestro intelecto, que lo supera pero no es CONTRA nuestro intelecto. Por ello la fe es una “gracia”, un regalo de Dios a nuestro intelecto, que le hace comprender, que le hace entender, que le hace razonar, que eleva la razón humana a su máxima expresión. La fe no elimina la razón, al contrario, la plenifica.

Las razones para la fe, por ende, de la Teología, hacen comprender la NO contradicción del misterio, la razonabilidad del misterio, sin eliminarlo como misterio, porque las explicaciones de la razón sobre la Fe son siempre una lejana visión del gran misterio, el misterio de Dios, lo in-finito. La oscuridad no procede de Dios, sino de nuestro intelecto, que no puede ver a Dios directamente ni siquiera con la fe, que no será ya necesaria en la vida eterna con El, donde sólo quedará, nada más ni nada menos, la Caridad.

Que el misterio del pecado original sea terrible para nuestra humana naturaleza ya lo dijo Pascal: “Cosa sorprendente, sin embargo, que el misterio más alejado de nuestro conocimiento, que es el de la transmisión del pasado, sea una cosa sin la cual no podemos tener ningún conocimiento de nosotros mismos. Porque no hay, sin duda, cosa que choque más a nuestra razón como decir que el pasado del primer hombre ha hecho culpables a los que siendo tan alejados de ese origen parecen incapaces de participar en él. Esta transfusión no sólo nos parece imposible, sino aún injusta; porque: qué hay más contrario a las reglas de nuestra miserable justicia como condenar eternamente a un niño incapaz de voluntad por un pecado en que parece tener tan poca parte, cometido seis mil años antes de haber nacido? Ciertamente, nada nos choca más rudamente que esta doctrina; y, no obstante, sin este misterio, el más incomprensible de todos, somos incomprensibles a nosotros mismos. El nudo de nuestra condición toma sus vueltas y revueltas en este abismo; de suerte que el hombre es más inconcebible sin este misterio, que este misterio sea inconcebible al hombre”.

Sin embargo, es esencial la comprensión de este misterio porque, de lo contrario, todo el Cristianismo queda sin explicación. ¿Qué significa la Primera Alianza, sino la promesa de un redentor precisamente por el pecado original? ¿Y qué significa la encarnación y la crucifixión de Cristo, sino la redención de la naturaleza humana herida por el pecado? Incluso la Virgen María, que fue concebida sin pecado original, lo fue por los méritos de Cristo en la Cruz, por los cuales fue preservada del pecado original. O sea, ¿qué significa la redención de Cristo, su infinito sacrificio, sino un infinito perdón a nuestro pecado original? Por eso nos cuesta tanto perdonar: si se entendiera que Dios perdona precisamente una deuda infinita, la del pecado original, comprenderíamos un poco más que la vida cristiana sin perdón es un absurdo………… Tal vez esta es la primera razón para el pecado original. Alguien podría decir: pues bien, entonces no estoy de acuerdo con el Cristianismo. Yo en cambio te propongo que lo pienses al revés. Si verdaderamente crees en Cristo y en lo que El significa, si verdaderamente comprendes qué hace clavado en la Cruz, entonces comprendes que te está salvando de tu naturaleza humana herida por el pecado original.

Tal vez consideres que es una radical injusticia que se haya transmitido no sólo el conjunto de consecuencias del pecado original, sino también la culpa. Ten en cuenta entonces la esencial diferencia entre los pecados personales y el pecado original, explicada por Santo Tomás. Antes del pecado original, estábamos en una situación de “justicia original”, en un sentido análogo del término justicia. Esto es, estábamos en total armonía con Dios, con dones preternaturales que nos hacían estar en armonía con toda la naturaleza; corazón y razón nunca peleaban y nuestra inteligencia había sido “regalada” con la sabiduría de Dios, quien “bajaba al atardecer” para conversar con nosotros. Esa situación iba a ser transmitida a todo el género humano, a todos los descendientes de Adán y Eva, no por sus méritos personales. Esto es esencial: “no por sus méritos personales”. Esto es, iban a nacer ya en situación de “naturaleza elevada”, ya en plena gracia de Dios, más allá de las obras buenas personales que seguramente iban a realizar.

¿Era eso justo? Ten en cuenta que todo el Cristianismo consiste en superar la justicia SIN contradecirla. Te habrá llamado la atención la parábola de los viñadores, donde el viñador paga lo mismo a los que trabajaron desde la mañana y a los que trabajaron pocas horas desde la tarde. Ante el reclamo “sindical” J de los viñadores de la mañana, el dueño de la viña (que corresponde a Dios) dice “¿acaso no puedo disponer de lo mío como quiero?”. Todo el Cristianismo es esa super-abundancia de la gracia de Dios que siempre es la super-abundancia de un perdón que va más allá de la justicia humana pero que NO es injusto. “HOY mismo estarás conmigo en el paraíso”: ¡HOY mismo ¡!!!, dice Cristo al buen ladrón que se convierte en el último momento de su vida.

ESA es la “justicia” de Cristo.

Por ende, de la misma manera que sin pecado original todos íbamos a nacer, sin méritos personales, en situación de “justicia original”, de igual modo con pecado original todos nacimos, sin pecados personales, en situación de pecado original.

Edith Stein tiene otra manera de explicarlo, retrospectiva, con la famosa historia de la mujer adúltera: “…Dios previó en el primer pecado todos los pecados futuros y en los primeros hombres nos vio a todos, a nosotros que estamos bajo el imperio del pecado. Aquel de entre nosotros que tuviera la intención de acusar a nuestros primeros padres porque habrían atraído sobre nosotros el peso del pecado original, el Señor podría responder, como respondió a los acusadores de la mujer adúltera: ´que aquél que de entre vosotros esté limpio de pecado, arroje la primera piedra”.

Por eso dice Pascal que el ser humano se reconoce en este misterio. El motivo por el cual nunca, ninguno de nosotros, podría arrojar la primera piedra, no es que tuvimos pecados personales que, sin embargo, podríamos no haber tenido; el motivo es que nuestra naturaleza humana, esencialmente herida por el pecado original, es pecadora. El único ser humano librado de este sufrimiento –sí, porque el pecado es EL gran sufrimiento- es la Virgen María, pero lo fue –como dijimos- por los méritos de Cristo en la Cruz, y por ende ella también fue redimida del pecado original.

Por lo tanto, si, los cristianos bautizamos a nuestros hijos, creemos verdaderamente que tienen que crecer sin la culpa del pecado original, y confiamos en que Dios nos utilice como instrumentos para inculcarles la verdadera Fe, y no una serie de supersticiones, de infantilismos y de estupideces.

 

Todos, por ende, tenemos pecado original. Esto nos hace más humildes, nos hace comprender la necesidad de la Gracia de Dios; nos hace perdonarnos y perdonar más a los demás. No es poca cosa. Después del pecado original, el mundo no se divide en buenos o malos, sino en quienes se arrepienten –por Gracia de Dios- o no. Después del pecado original, Cristo tiene sentido: “Oh feliz culpa que nos mereció tan grande y excelente Redentor” (San Agustín).

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

 

ESPÍRITU NAVIDEÑO Y RESPETO A LA LIBERTAD

Por Gabriel J. Zanotti: Publicado en Diciembre de 2010 en http://www.institutoacton.com.ar/articulos/74artzanotti79.pdf

 

Había pensado un título como “Navidad y liberalismo”, pero sería un error. Nunca he
intentado derivar directamente de mi fe un sistema político determinado, ni he intentado
colocar a las Escrituras como la premisa de la cual se derivara directamente un sistema
político. Claro, he aclarado infinitas veces que el liberalismo (con todas las aclaraciones
pertinentes) no es contradictorio con mi fe, lo cual es muy diferente.
Habiendo hecho esta aclaración, voy a hacer una pequeña reflexión para creyentes y no
creyentes que compartan cierto espíritu liberal. Me refiero a la no agresión, a la no
invasión, a no iniciar la violencia contra otro. A veces eso se mezcla con la indiferencia
ante el prójimo, pero no es lo mismo. El fundamento para no invadir no debe ser la
expresión “es tu vida, morite si querés”, sino “respeto tu conciencia”, “no voy a invadir
la casa de tu existencia”, lo cual es muy diferente a no preocuparnos por la vida de los
demás. Muchos han deducido la invasión al otro como el resultado de la preocupación
por el otro, y ese es el grave error que el liberal siempre denuncia.
Para los que somos creyentes, Cristo es Dios, para los no cristianos, obviamente no.
Pero creo que ambos grupos coincidirán en algo: su nacimiento fue pacífico, una paz en
serio. No fue el hijo de un monarca o emperador autoritario de la época cuyo nacimiento
anunciaba quién era el próximo invasor de las vidas ajenas. Nació sin reclamar nada, sin
invadir a nadie. Cuando su madre recibió el anuncio de que iba a tener un hijo, ella
preguntó cómo podía ser eso, y la respuesta del ángel fue un diálogo respetuoso que
quedó como modelo de diálogo entre razón y fe. María no fue coaccionada. A partir de
su nacimiento, Cristo estuvo con sus padres 30 pacíficos años pacíficos viviendo de su
trabajo y de la co-propiedad con su padre. Luego afirmó que él era el Mesías, el Hijo de
Dios, Dios mismo, anunciando la llegada del mesías esperado por el pueblo judío. Pero
Cristo, que afirmaba ser Dios, no procedió como otros que se creen Dios. Predicó,
habló, no fundó un ejército ni obligó a nadie a seguirlo. Conversaba con todos, y muy
especialmente con los que procedían de modo diverso a lo que él predicaba. Hablaba,
estaba y comía con todos, sencillamente con todos, y sólo discutía –y se enojaba precisamente
con los que se consideraban muy pero muy buenos. Pero tampoco los
coaccionaba. El ser humano, cuando se cree Dios, piensa que puede invadir a los demás,
forzarlos; este ser humano, que afirmaba ser Dios, sólo mostró un Dios que dialoga.
Cuando lo vinieron a buscar para matarlo, le dijo a uno de sus discípulos “guarda la
espada”, y cuando afirmó ser Rey, dijo “mi reino no es de este mundo” (suerte para
Pilatos ☺ ). Desde su Cruz perdonó a todos.
Los creyentes, que a veces son autoritarios en su vida cotidiana y en sus opciones
políticas, deberían pensar en el Cristo al cual dicen seguir. Un Cristo que dialoga y no coacciona. Si Cristo, que según los creyentes es Dios, no usa la fuerza para imponer sus
ideas, ¿por qué sus “creyentes” sí lo hacen? ¿Tienen prerrogativas que Dios no tiene?
Y los no creyentes pueden quedarse meditando en este peculiar ser humano (que los
creyentes consideramos humano también). Si, tal vez tuvo razón el soldado romano que
le dijo que si era Dios, que se bajara de la cruz. No me van a negar que hubiera sido un
digno final de Hollywood. Cristo bajando victorioso de su cruz y derrotando a toda
Roma con sólo un soplido; sentándose en el mismo trono del emperador romano e
instaurando el Reino de Dios en la Tierra que, por supuesto, iba a tener ejércitos e iba a
coaccionar como cualquier gobierno. Pero no. ¿No porque no era Dios? ¿O no porque,
precisamente, lo era?
Navidad otorga a todos, creyentes y no creyentes, una especial oportunidad para meditar
todo esto. He allí un hombre que proclamó su divinidad y no invadió nunca a nadie. Es
interesante meditar el por qué.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

UNA LUZ QUE NO SE ESCUCHA

Por Gabriel J. Zanotti. Para el Instituto Acton Argentina. Julio de 2013.

1.      Introducción.

Evidentemente, la Fe no es noticia. Cuando Benedicto XVI escribió la Caritas in veritate[1][2], tal vez su documento menos importante, todo el mundo lo escuchó, todo el mundo hablaba de él. Pero de su discurso en el 2005 sobre la reforma y continuidad del Vaticano II[2][3], ni noticia; sobre el discurso en Ratisbona[3][4], nadie entendió nada; sobre su discurso enviado a La Sapienza[4][5], explícitamente no lo quisieron escuchar, de sus discursos en EEUU[5][6], en Inglaterra[6][7], en Alemania[7][8], ¿quién se acuerda? Y de sus otras dos encíclicas, Deus caritas est[8][9] y Spes salv[9][10]i, allí están, esperando que alguien las lea.

Es que así es la indiferencia u hostilidad del iluminismo contemporáneo (obsérvese que NO dije “modernidad”) ante todo lo que trascienda a este mundo. No decimos que muchos valores que ese iluminismo rescata –la igualdad, la libertad, la no discriminación, y la austeridad y el desprendimiento que enamora del Papa Francisco- no sean positivos. Ese modo de pensar puede valorar a San Francisco de Asís, no por religioso, sino por su actitud ante los bienes materiales, y eso es lo único que importa. Que además haya sido un santo de la Iglesia Católica no importa en absoluto o se ve como algo a pesar de lo cual fue una “buena persona” (cabría preguntar a este mundo que no ve más allá de lo inmanente: ¿por qué San Francisco no se fue de la Iglesia Católica?).

Es este contexto, la primera encíclica de Francisco, sobre la Fe, nada más ni nada menos, está pasando inadvertida. Curiosamente, uno de sus puntos fundamentales es que le fe es luz y escucha al mismo tiempo: pues bien, es obvio que esta encíclica no se “escucha”, porque habla de algo que puede ser extraño, indiferente o hasta quizás contradictorio con el Papa Francisco, que –felizmente- anda con zapatos viejos y vive austeramente. Este papa está hablando, directamente, de la Fe Católica, Apostólica, Romana, afirma su verdad, su integridad, su razonabilidad y la autoridad del Magisterio para confirmarla. ¡Oh! ¿Qué hacemos con eso? Mejor “………………………….”.

Veamos algunos aspectos de todo ello, dando por supuesta la lectura del texto.

 

2.      La fe no es ilusión.

Ya en su nro. 2 afirma que la Fe no es una ilusión (el citado no es Freud, sino Nietzsche): “…Sin embargo, al hablar de la fe como luz, podemos oír la objeción de muchos contemporáneos nuestros. En la época moderna se ha pensado que esa luz podía bastar para las sociedades antiguas, pero que ya no sirve para los tiempos nuevos, para el hombre adulto, ufano de su razón, ávido de explorar el futuro de una nueva forma. En este sentido, la fe se veía como una luz ilusoria, que impedía al hombre seguir la audacia del saber. El joven Nietzsche invitaba a su hermana Elisabeth a arriesgarse, a « emprender nuevos caminos… con la inseguridad de quien procede autónomamente ». Y añadía: « Aquí se dividen los caminos del hombre; si quieres alcanzar paz en el alma y felicidad, cree; pero si quieres ser discípulo de la verdad, indaga ». Con lo que creer sería lo contrario de buscar. A partir de aquí, Nietzsche critica al cristianismo por haber rebajado la existencia humana, quitando novedad y aventura a la vida. La fe sería entonces como un espejismo que nos impide avanzar como hombres libres hacia el futuro.” Por supuesto, si Nietzche está bien interpretado o no, no es la cuestión, el tema es que la Fe nos habla de una realidad, la realidad de la Revelación de Dios, que asumida desde la madurez de la relación entre razón y Fe –otro gran tema de esta encíclica- nada tiene que ver con una psicosis delirante.

 

3.      Fe y salvación.

Pero esta Fe, a su vez, ¿por qué? ¿Por qué los católicos afirmamos la importante de una Fe que nada parece tener que ver con los valores seculares que hacen a alguien ser una buena persona? Precisamente, porque este Fe es el camino de salvación de toda persona que, aunque no lo sepa, es concebida fuera de la Gracia en la cual Dios la creó. Y eso viene de Dios: “…La vida en la fe, en cuanto existencia filial, consiste en reconocer el don originario y radical, que está a la base de la existencia del hombre, y puede resumirse en la frase de san Pablo a los Corintios: « ¿Tienes algo que no hayas recibido? » (1 Co 4,7). Precisamente en este punto se sitúa el corazón de la polémica de san Pablo con los fariseos, la discusión sobre la salvación mediante la fe o mediante las obras de la ley. Lo que san Pablo rechaza es la actitud de quien pretende justificarse a sí mismo ante Dios mediante sus propias obras” (19). O sea, el reconocimiento de que las solas fuerzas del hombre no bastan para alcanzar el misterio insondable del in-finito de Dios, y menos aún después de la caída originaria. La gracia de Dios es indispensable para la plenitud de lo humano y, a su vez, don de Dios. Ante el hombre actual, que se siente tan solo y abandonado a su suerte, que reacciona a veces diciendo “yo puedo todo”, y se refugia en lo limitado de su tecno-ciencia, la Gracia de Dios es el mensajero en la actual alegoría de la caverna. Sin Fe, vemos sombras; sin Fe, vivimos, pero en nuestras cadenas.

 

4.      Fe, razón y verdad.

Por eso es tan importante la relación entre la razón y la Fe. “Si no creéis, no comprenderéis”, es el título del cap. 2 de la encíclica. Porque la Fe, al no ser una ilusión, es un mensaje sobre, nada más ni nada menos, la verdad. “…Leído a esta luz, el texto de Isaías lleva a una conclusión: el hombre tiene necesidad de conocimiento, tiene necesidad de verdad, porque sin ella no puede subsistir, no va adelante. La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula, proyección de nuestros deseos de felicidad, algo que nos satisface únicamente en la medida en que queramos hacernos una ilusión. O bien se reduce a un sentimiento hermoso, que consuela y entusiasma, pero dependiendo de los cambios en nuestro estado de ánimo o de la situación de los tiempos, e incapaz de dar continuidad al camino de la vida” (24). Observemos de qué modo directo la encíclica niega que la Fe sea lo que habitualmente “se cree” (gran paradoja: una fe humana sobre lo que la Fe no es) sobre ella: proyección de nuestros deseos, hermosos sentimientos, consuelo para nuestros sufrimientos. Pero no: la Fe es verdad. Pero para que sea verdad, tiene que tener un diálogo con lo más profundo del hombre: su inteligencia y su voluntad. La Fe no es un mensaje que el hombre acepta por miedo o por premios o por ilusiones infantiles, sino que es un fruto del diálogo de la Gracia de Dios con el corazón humano racional, que pregunta, que quiere comprender, y de ese modo hacer propio, personal, íntimo, un misterio que no puede abarcar pero sí abrazar en el “creo para entender y entiendo para creer” de San Agustín (autor muy citado en esta encíclica).

 

5.      La ilusión de la sola tecno-ciencia.

Por ello Francisco sigue diciendo: “…En la cultura contemporánea se tiende a menudo a aceptar como verdad sólo la verdad tecnológica: es verdad aquello que el hombre consigue construir y medir con su ciencia; es verdad porque funciona y así hace más cómoda y fácil la vida. Hoy parece que ésta es la única verdad cierta, la única que se puede compartir con otros, la única sobre la que es posible debatir y comprometerse juntos. Por otra parte, estarían después las verdades del individuo, que consisten en la autenticidad con lo que cada uno siente dentro de sí, válidas sólo para uno mismo, y que no se pueden proponer a los demás con la pretensión de contribuir al bien común. La verdad grande, la verdad que explica la vida personal y social en su conjunto, es vista con sospecha. ¿No ha sido esa verdad —se preguntan— la que han pretendido los grandes totalitarismos del siglo pasado, una verdad que imponía su propia concepción global para aplastar la historia concreta del individuo? Así, queda sólo un relativismo en el que la cuestión de la verdad completa, que es en el fondo la cuestión de Dios, ya no interesa. En esta perspectiva, es lógico que se pretenda deshacer la conexión de la religión con la verdad, porque este nexo estaría en la raíz del fanatismo, que intenta arrollar a quien no comparte las propias creencias” (25). Esto es, una cultura positivista ha logrado que se crea que la verdad está sólo en la tecno-ciencia. Ello sí que es una ilusión, sobre todo cuando después de Popper –no de un pontífice Romano- ha quedado claro que la ciencia es como mucho un conjunto de conjeturas sólo corroboradas hasta el momento, y además porque además el ser humano actual vive en la ilusión de una Matrix donde sus agentes –sus actuales Smiths, los “expertos” (Feyerabend)- lo sostienen en su mundo y le niegan la visión de que las verdades más importantes de la vida humana –Dios, la libertad, la ética, la relación con los otros- son las más importantes, las más dignas de verdad y las menos arrojadas a paradigmas cambiantes con el tiempo.

 

6.      Fe, tolerancia y diálogo.

Pero además, la Matrix iluminista nos ha convencido de que esas verdades llevarían al totalitarismo. Entonces Francisco responde:

a)      La Fe implica un asentimiento del amor, un amor que viene de la Gracia de Dios, que no es un sentimiento aislado de la razón, que como viene se va: “…En realidad, el amor no se puede reducir a un sentimiento que va y viene. Tiene que ver ciertamente con nuestra afectividad, pero para abrirla a la persona amada e iniciar un camino, que consiste en salir del aislamiento del propio yo para encaminarse hacia la otra persona, para construir una relación duradera; el amor tiende a la unión con la persona amada” (27). Un amor que, como vemos, implica el conocimiento y la verdad de la persona amada, en este caso Dios, que es el esposo (San Juan de la Cruz) que ha salido a nuestro encuentro, y no al revés.

b)     Pero ese encuentro, sin el logos, es imposible. Siguiendo con lo afirmado por Benedicto XVI en Ratisbona, Francisco afirma el encuentro de horizontes entre el logos antiguo y el mensaje evangélico como constitutivo de la Fe: “…El encuentro del mensaje evangélico con el pensamiento filosófico de la antigüedad fue un momento decisivo para que el Evangelio llegase a todos los pueblos, y favoreció una fecunda interacción entre la fe y la razón, que se ha ido desarrollando a lo largo de los siglos hasta nuestros días” (32). Y el ejemplo de ello es la vida de San Agustín: “…En la vida de san Agustín encontramos un ejemplo significativo de este camino en el que la búsqueda de la razón, con su deseo de verdad y claridad, se ha integrado en el horizonte de la fe, del que ha recibido una nueva inteligencia. Por una parte, san Agustín acepta la filosofía griega de la luz con su insistencia en la visión. Su encuentro con el neoplatonismo le había permitido conocer el paradigma de la luz, que desciende de lo alto para iluminar las cosas, y constituye así un símbolo de Dios. De este modo, san Agustín comprendió la trascendencia divina, y descubrió que todas las cosas tienen en sí una transparencia que pueden reflejar la bondad de Dios, el Bien. Así se desprendió del maniqueísmo en que estaba instalado y que le llevaba a pensar que el mal y el bien luchan continuamente entre sí, confundiéndose y mezclándose sin contornos claros. Comprender que Dios es luz dio a su existencia una nueva orientación, le permitió reconocer el mal que había cometido y volverse al bien” (33).

c)      Por lo tanto, esa Fe, en su matrimonio de Fe y razón, nunca puede ser intolerante, nunca puede ser fanática, porque ha sido dada el hombre en un diálogo con su corazón, y es predicada a los demás hombres de la misma manera: es un llamado, no una imposición, es un diálogo, no una orden: “…La luz del amor, propia de la fe, puede iluminar los interrogantes de nuestro tiempo en cuanto a la verdad. A menudo la verdad queda hoy reducida a la autenticidad subjetiva del individuo, válida sólo para la vida de cada uno. Una verdad común nos da miedo, porque la identificamos con la imposición intransigente de los totalitarismos. Sin embargo, si es la verdad del amor, si es la verdad que se desvela en el encuentro personal con el Otro y con los otros, entonces se libera de su clausura en el ámbito privado para formar parte del bien común. La verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta a la persona. Naciendo del amor puede llegar al corazón, al centro personal de cada hombre. Se ve claro así que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee. En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos” (34).

 

7.      Fe para todos desde la Iglesia.

Pero por más extraño que suene a los oídos de este mundo, esta Fe racional no es un círculo iniciático, esotérico, gnóstico, aristócrata, como abundan hoy en día las reacciones “irracionales” de la new age contra el iluminismo. Es una Fe para todos, filósofos, no filósofos, carpinteros, científicos y marcianos. Es una Fe que llega a todo corazón, mediante, precisamente, la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo que no anula la individualidad de nadie sino que asume a cada persona en una tarea permanente de enseñanza: “…San Ireneo de Lyon ha clarificado este punto contra los herejes gnósticos. Éstos distinguían dos tipos de fe, una fe ruda, la fe de los simples, imperfecta, que no iba más allá de la carne de Cristo y de la contemplación de sus misterios; y otro tipo de fe, más profundo y perfecto, la fe verdadera, reservada a un pequeño círculo de iniciados, que se eleva con el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida, más allá de la carne de Cristo. Ante este planteamiento, que sigue teniendo su atractivo y sus defensores también en nuestros días, san Ireneo defiende que la fe es una sola, porque pasa siempre por el punto concreto de la encarnación, sin superar nunca la carne y la historia de Cristo, ya que Dios se ha querido revelar plenamente en ella. Y, por eso, no hay diferencia entre la fe de « aquel que destaca por su elocuencia » y de « quien es más débil en la palabra », entre quien es superior y quien tiene menos capacidad: ni el primero puede ampliar la fe, ni el segundo reducirla (47).

 

8.      Fe y vida social.

El último capítulo de la encíclica trata un delicadísimo tema de un modo delicadísimo. Esta Fe, ¿tiene consecuencias para la ciudad del hombre? Claro que sí, sin por ello incurrir en teocracias, clericalismos o integrismos, porque el Reino de Dios no es de este mundo, y al mismo tiempo los que habitan este mundo lo transforman porque su corazón ha sido redimido. “…La fe revela hasta qué punto pueden ser sólidos los vínculos humanos cuando Dios se hace presente en medio de ellos. No se trata sólo de una solidez interior, una convicción firme del creyente; la fe ilumina también las relaciones humanas, porque nace del amor y sigue la dinámica del amor de Dios. El Dios digno de fe construye para los hombres una ciudad fiable” (50).

 Pero, a su vez, ¿de qué modo? ¿Dando respuestas directas a problemas temporales? No. Siguiendo con la línea de Benedicto XVI en Ratisbona, La Sapienza y sus discursos en Inglaterra y Alemania, Francisco afirma nada más ni nada menos que el Cristianismo constituye una ciudad que iluminada por el cristianismo toma conciencia de la dignidad del hombre: “…¡Cuántos beneficios ha aportado la mirada de la fe a la ciudad de los hombres para contribuir a su vida común! Gracias a la fe, hemos descubierto la dignidad única de cada persona, que no era tan evidente en el mundo antiguo…”. “Cuando se oscurece esta realidad, falta el criterio para distinguir lo que hace preciosa y única la vida del hombre. Éste pierde su puesto en el universo, se pierde en la naturaleza, renunciando a su responsabilidad moral, o bien pretende ser árbitro absoluto, atribuyéndose un poder de manipulación sin límites” (54).

Pero esta Fe cristiana influye también en el respeto a la naturaleza; nos ayuda en el discernimiento de la justicia versus la tiranía y en un punto que es la primera vez que es citado entre los principales de las consecuencias sociales del Cristianismo: el perdón. “…La fe, además, revelándonos el amor de Dios, nos hace respetar más la naturaleza, pues nos hace reconocer en ella una gramática escrita por él y una morada que nos ha confiado para cultivarla y salvaguardarla; nos invita a buscar modelos de desarrollo que no se basen sólo en la utilidad y el provecho, sino que consideren la creación como un don del que todos somos deudores; nos enseña a identificar formas de gobierno justas, reconociendo que la autoridad viene de Dios para estar al servicio del bien común. La fe afirma también la posibilidad del perdón, que muchas veces necesita tiempo, esfuerzo, paciencia y compromiso; perdón posible cuando se descubre que el bien es siempre más originario y más fuerte que el mal, que la palabra con la que Dios afirma nuestra vida es más profunda que todas nuestras negaciones. Por lo demás, incluso desde un punto de vista simplemente antropológico, la unidad es superior al conflicto; hemos de contar también con el conflicto, pero experimentarlo debe llevarnos a resolverlo, a superarlo, transformándolo en un eslabón de una cadena, en un paso más hacia la unidad” (55). La insistencia de Francisco en este punto, en momentos donde tantas sociedades atraviesan divisiones sin humano remedio, es peculiar. Nunca como hoy las heridas de las guerras y de las divisiones ideológicas requieren algo que no puede surgir de las solas fuerzas del hombre, y que a su vez no es sólo una cosa de la conducta individual. Nunca como hoy la Iglesia tiene una palabra que decir ante “lo social”, y esa palabra es, sencillamente, perdón.

 

9.      Conclusión.

Espero que todos sean coherentes. Que los que están entusiasmados con Francisco, que lean esta encíclica, que es uno de sus más importantes “gestos”. Y aquellos a los que la encíclica les parezca la insoportable expresión de una Fe que no soportan, que entonces sean sinceros y que no lo dividan a Francisco por la mitad. La luz de su Fe es una sola.


[9][10] http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20071130_spe-salvi_sp.html

Gabriel J. Zanotti es Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA).  Es profesor full time de la Universidad Austral y en ESEADE es Es Profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE.