Un autor extraordinario para nuestros días

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 13/6/2020 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/06/13/un-autor-extraordinario-para-nuestros-dias/

 

Hay autores cuyos escritos conservan actualidad por más que transcurra el tiempo. Como bien ha consignado Italo Calvino, “los libros clásicos son aquellos que nunca terminan de decir lo que tienen que decir”. Son aquellos que van al hueso de las cosas y no se entretienen con lo meramente coyuntural por lo que sus consideraciones abarcan períodos muy extensos puesto que ayudan a reflexionar a las mentes curiosas de cualquier época. Este es, por ejemplo, el caso de Richard Pipes (1923-2018), el eximio profesor de historia en la Universidad de Harvard, nacido en Polonia y radicado desde muy joven en Estados Unidos.

Tuve el privilegio de conocerlo en el congreso anual de la Mont Pelerin Society en Chatanooga (Tennesse) en septiembre de 2003, oportunidad en que ambos presentamos trabajos que expusimos ante el plenario por lo que pude intercambiar ideas durante un almuerzo muy bien organizado en el que participamos los panelistas. Un hombre de una versación formidable y, como todo intelectual de peso, siempre muy solícito para responder interrogatorios de muy variado tenor.

Sus obras son múltiples pero en esta nota periodística me limito a los tres libros que tengo de su autoría en mi biblioteca, traducidos al castellano. Se trata de Propiedad y libertad. Dos conceptos inseparables a lo largo de la historia (México, Fondo de Cultura Económica, 1999/2002), Historia del comunismo (Barcelona, Mondadori, 2001/2002) y La Revolución Rusa (Madrid, Debate, 1990/2016).

El primer libro está consubstanciado con lo mejor de la tradición de pensamiento liberal en el sentido que sin el uso y disposición de lo propio, comenzando por la vida, la exteriorización del propio pensamiento y la plena disposición de los bienes adquiridos legítimamente, sin estos atributos decimos, no hay libertad posible. La libertad es ausencia de coacción por parte de otros hombres ya que el uso de la fuerza agresiva no permite lo anterior.

En este contexto es del caso recordar que Ludwig von Mises ha demostrado en los años 20 que el socialismo es un imposible técnico ya que la abolición de la propiedad que propugna no permite la existencia de precios y, por ende, no resulta posible la evaluación de proyectos y la contabilidad con lo que no se conoce el grado de despilfarro de capital. En otros términos, no hay tal cosa como economía socialista. Y es importante recalcar que sin necesidad de abolir la propiedad, en la medida en que se daña esta institución crucial se producen efectos adversos en cuanto a desajustes y distorsión de los precios relativos que inexorablemente malguian los siempre escasos factores de producción con lo que los salarios e ingresos en términos reales disminuyen.

En aquella obra sobre la propiedad, Pipes pasa revista a los instintos de los animales en cuanto a la territorialidad y los correspondientes trabajos de etología, principalmente de Konrad Lorenz y de Nikolas Tinbergen, a la natural noción de propiedad entre los niños y entre los pueblos primitivos a pesar de no contar con registros de propiedad.

Se detiene a considerar el caso del fascismo y el nacionalsocialismo como sistemas en los que se permite “o más bien se tolera” el registro de la propiedad pero en verdad se trata de “una propiedad condicional, bajo la cual el Estado, el propietario en última instancia, se reserva el derecho a intervenir e incluso a confiscar los bienes que a su juicio se usan inadecuadamente”.

Subraya que en el llamado “estado de bienestar” donde “la agresión sobre los derechos de propiedad no siempre es evidente porque se lleva a cabo en nombre del ´bien común´, un concepto elástico, definido por aquellos cuyos intereses sirve”. En la era de las carreras desenfrenadas por los proyectos de ley, pondera al “gran estadista inglés de mediados del siglo XVIII, William Pitt el viejo, conde de Chatham, quien fue primer ministro durante ocho años, no elevó un solo proyecto de ley al Parlamento […] como apuntó Frederick Hayek, todo aumento del alcance del poder estatal, en si y de por si, amenaza la libertad”. Y muestra cómo las expropiaciones fundadas en ley “a menudo se asemejan a la confiscación” .

También puntualiza que “el verbo discriminar ha siso politizado hasta tal punto que casi ha perdido su sentido original” y se ha convertido en un ataque a la propiedad de cada cual al restringir la capacidad de elegir, optar y preferir confundiéndose con la discriminación por parte de los aparatos estatales al proceder en sentido contrario a la igualdad ante la ley.

Termina su obra, luego de analizar muy diversos casos históricos, con el tema educativo lamentándose de que “cada vez más las instituciones de la enseñanza superior se encuentran bajo la vigilancia de la burocracia federal”.

En el segundo libro sobre el historial del comunismo, Pipes estudia los casos cubano, chino, chileno de Allende, soviético, de Camboya, Etiopía, Corea del Norte con una documentación muy rigurosa donde pone de manifiesto los resultados calamitosos del sistema.

Explica que “el comunismo no es una buena idea que salió mal, sino una mala idea […] el marxismo, fundamento teórico del comunismo, lleva en sí la semilla de su propia destrucción, tal como Marx y Engels le habían atribuido erróneamente al capitalismo”. Finalmente subraya el tema tan importante de los incentivos perversos inherentes al comunismo por lo que “desarrolla los instintos más rapaces”.

Hago a esta altura una digresión para aludir a Eudocio Ravines (1897-1997), quien fuera Premio Mao y Premio Lenin y cuenta en su autobiografía que su primer paso hacia la conversión fue considerar que el problema radicaba en el mal manejo y el espíritu sanguinario de Stalin. Tardó mucho en percatarse que la raíz del problema estaba en el sistema y no en los administradores.

Pipes cita en esta segunda obra El libro negro del comunismo. Crímenes, terror y represión de Stephane Courtois y sus colegas, un volumen donde se contabilizan más de cien millones de masacrados por el comunismo de 1917 a 1989 además de las asfixias por las feroces represiones y las espantosas hambrunas provocadas por el régimen. Escribe Pipes: “Los movimientos y regímenes revolucionarios tienden, en cierta medida, a hacerse cada vez más radicales y más implacables. Esto sucede porque, después de sucesivos fracasos, sus dirigentes, en lugar de reexaminar sus premisas fundamentales -dado que son éstas las que proporcionan las bases lógicas de su existencia- prefieren ponerlas en práctica aun con mayor rigor”. Este es el resultado indefectible de la fantasía criminal de producir “el hombre nuevo” y “la felicidad eterna” en base a los aparatos estatales desbocados, cuando en verdad desde la primera restricción a la libertad por más inocente que pueda parecer al comienzo se están sentando las bases para la destrucción moral y material bajo las directivas implacables de los mandones de turno.

El tercer y último libro que comentamos aquí muy brevemente es el que se refiere a la revolución rusa (1045 páginas en la edición referida). Como he apuntado antes en base al monumental obra de Pipes, el régimen zarista implantado en 1547 por Iván IV (el terrible), con el tiempo se caracterizó por los atropellos de la policía política (Ojrana) con sus reiteradas requisas, prisiones y torturas, la censura, el antisemitismo, los siervos de la gleba en el contexto del uso y disposición de la tierra por los zares y sus acólitos sin ninguna representación de los gobernados en ninguna forma. Hasta que por presiones irresistibles y cuando ya era tarde debido a los constantes abusos, Nicolás II consintió la Duma (tres veces interrumpida) en medio de revueltas, cavilaciones varias y una influencia desmedida de Alejandra (“la alemana” al decir de la oposición en plena guerra) basada en consejos atrabiliarios de Rasputín. Finalmente, el zar abdicó primero y luego se constituyó un Gobierno Provisional que en última instancia comandaba Kerenski quien prometía “la instauración de la democracia” pero que finalmente se vio obligado a entregar el poder a los bolcheviques (cuando Hitler invadió la Unión Soviética en 1941, Kerenski, desde Nueva York, le ofreció ayuda a Stalin por correspondencia la cual no fue respondida, una señal de desprecio que merecen aquellos que pretenden actuar a dos puntas).

Imaginemos la situación de toda la población campesina en la Rusia de los zares, nada instruida que recibía de parte de las posiciones más radicalizadas del largo período desde 1905 que comenzaron las revueltas hasta 1917 en que estalló la revolución primero en febrero y luego en octubre cuando los soviets se alzaron con el poder bajo el mando de Lenin. Imaginemos a estas personas a quienes se les prometía entregarles todas las tierras de la nobleza frente a otros que proponían limitar el poder en un régimen de monarquía constitucional y parlamentaria. Sin duda para esa gente resultaba mucho más atractivo el primer camino y no el de “salvar a la monarquía del monarca”. Cuando hubo cesiones de algunas tierras se instauró el sistema comunal que algunos pocos dirigentes trataron sin éxito de sustituir por el de propiedad privada (en primer término debido a los denodados esfuerzos de Stolipin). Es que la tierra en manos de la nobleza como una imposición hacía creer que toda propiedad era una injusticia, extrapolando el privilegio a las adquisiciones legítimas.

De las cuatro revoluciones que más han influido hasta el momento sobre los acontecimientos en el mundo, la inglesa de 1688 que destronó a Jaime II por Maria y Guillermo de Orange donde con el tiempo se recogieron en grado creciente las ideas de autores como Algernon Sidney y John Locke, la norteamericana de 1776 que marcó un punto todavía más profundo y un ejemplo para todas las sociedades abiertas en cuanto al respeto a las autonomías individuales, la Revolución Francesa de 1789 que consagró las libertades del hombre, especialmente referidas a la igualdad de derechos (art. 1), esto es, la igualdad ante la ley y la propiedad (art. 2), aunque la contrarrevolución destrozó lo anterior y, por último la Revolución Rusa de 1917 que, desde la perspectiva de la demolición de la dignidad del ser humano, constituyó un golpe de proporciones mayúsculas que todavía perdura sin el aditamento de “comunismo” porque arrastra el recuerdo de cientos de millones de masacrados y otras tantas hambrunas. Del terror blanco pasar al terror rojo empeoró las cosas y, como es sabido, el sistema actual en Rusia es uno de mafias enquistadas en el poder.

Como queda dicho, la obra de Richard Pipes no se agota en los tres libros que hemos mencionado, pero da una idea de la dimensión de las faenas emprendidas por este notable historiador que permiten extraer valiosas enseñanzas para los momentos que actualmente vivimos, en los que con la etiqueta del nacionalismo se vuelven a repetir los errores del pasado.

La tarea para aquellos que pretenden vivir en una sociedad libre consiste en salir al encuentro de las falacias del estatismo, cualquiera sea la denominación a que se recurra para que el Leviatán atropelle los derechos de las personas. La obligación moral de todos quienes pretenden ser respetados es la de contribuir a enderezar y fortalecer los pilares de la libertad. No hay excusas para abstenerse de una misión de tamaña envergadura. En esta instancia del proceso de evolución cultural, es imperioso establecer límites adicionales al poder político para no correr el riesgo de convertir el planeta en un inmenso Gulag en nombre de una democracia que en verdad se está degradado en dirección a cleptocracias de distinto grado.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

China, por la ruta de la seda

Por Alejandro A. Tagliavini. Publicado el 26/7/18 en: https://www.elperiodico.com/es/entre-todos/participacion/china-por-ruta-seda-182469

 

Mientras Trump se dedica a sus tuitamenazas que, por suerte, luego no cumple, el gobierno chino, fiel a su milenaria historia, sigue sin prisa, pero sin pausa, el camino de la seda, la diplomacia sin estridencias que está dando sus buenos frutos al punto de que su influencia crece mientras que la de EEUU pareciera decaer.

Así, el Dragón Rojo demuestra que los métodos pacíficos -incluso en los casos de defensa propia y urgente- son los más eficientes, los únicos eficientes en rigor. Como cuando Trump se distiende encontrándose con el tirano norcoreano, luego de tantas amenazas inútiles.

Henry Kissinger fue el artífice de la histórica visita de Richard Nixon a Beijing en 1972 -y premio Nobel de la Paz 1973- que significó el principio del fin del peligro rojo, un auténtico trauma occidental que creía imparable el triunfo comunista violento sobre Occidente.

En su libro ‘China’, examina la estrategia de la diplomacia del país asiático y el cambio de un paisaje rural y atrasado a la actual potencia económica, al punto que hoy es la segunda economía del mundo, solo después de EEUU y no muy lejos de toda Europa junta.

El sábado 21 de julio, el presidente chino, Xi Jinping, comenzó su cuarto viaje por un continente olvidado por EEUU y Europa, África. Senegal fue la primera escala de una gira que seguiría también en Ruanda, Sudáfrica y Mauricio.

China es el primer socio comercial del continente africano desde hace una década tras desbancar a EE.UU. Tras años de creciente cooperación económica fijada en la obtención de recursos naturales, Beijing centra ahora sus esfuerzos en reforzar los lazos militares y financiar una explosión de proyectos de infraestructura.

Según datos oficiales, Beijing ha financiado la construcción o renovación de más de 6.000 kilómetros de ferrocarril en países como Angola, Etiopía, Kenia, Nigeria, Sudán o Yibuti. Y esto a pesar de las críticas sobre el impacto ambiental de sus proyectos, la opacidad de sus contratos ya que no hay un proceso de licitación abierto, o las consecuencias para los países más vulnerables en caso de no poder devolver los créditos otorgados.

De hecho, el Gobierno de Sri Lanka se vio obligado el año pasado a ceder a Beijing el control del puerto de Hambantota al no poder hacer frente a los préstamos.

Como era de esperarse, la derecha, sobre todo en EEUU, está poniendo el grito en el cielo por este imparable revival de la amenaza roja. Por caso, «China está subiendo. Es un desastre para el mundo, es una catástrofe potencialmente para EEUU. Es por lejos la mayor amenaza, no importa lo que te digan», ha dicho el comentarista Tucker Carlson.

Quizá sea cierto, pero en todo caso deberían tomar nota de que el crecimiento chino va de la mano de la liberación de su mercado, lo que le ha permitido potenciar extraordinariamente su economía, y deberían contratacar con la misma eficacia: con más libertad y con su correlato la paz.

 

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Ex Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.

El Fondo Monetario Internacional

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 14/5/18 en: https://www.cronista.com/columnistas/El-Fondo-Monetario-Internacional-20180514-0013.html

 

El FMI fue una creación de Bretton Woods inspirada por John Dexter White y John Maynard Keynes, primero como banquero de banqueros centrales y luego como prestamista. Entre otros, al decir de economistas de la talla de Peter Bauer, Doug Bandow, Robert Barro, Karl Brunner, Ronald Vauvel y Raymond Mickesell, esa institución sirve para financiar a gobernantes ineptos que cuando están por renunciar o, empujados por la realidad, revertir sus fracasadas políticas estatistas reciben cuantiosos recursos a bajas tasas de interés con períodos de gracia al efecto de continuar con aparatos estatales sobredimensionados a los que generalmente aconsejan incrementar aun más las cargas impositivas y otras medidas al efecto de equilibrar sus presupuestos, pero no reducir el tamaño del Leviatán.

 

 

Sostienen estos profesionales que ese ha sido el caso repetidamente en Argentina, México, Bolivia, Republica Dominicana, Haití, Indonesia, Irak, Pakistán, Tanzania, la ex Camboya, Filipinas, Ghana, Nigeria, Sri Lanka, Zambia, Uganda, El Salvador, Egipto y Etiopía. En este contexto Harry Johnson ha consignado que “el llamado nuevo orden internacional no es nuevo, ni orden ni internacional sino que es una copia del mercantilismo del siglo xvi”.

 

En su visita a Buenos Aires, Yuri Yarim Agaev, enviado por Vladimir Bukouvsky -uno de los más destacados disidentes de la ex Unión Soviética junto con Alexander Solzhenistin- informó que luego del derrumbe del Muro de la Vergüenza liberales rusos estuvieron a punto de acceder al gobierno “si no fuera por la apresurada irrupción del FMI que dotó de millones de dólares a miembros de la nomenclatura de donde finalmente surgió el actual gobierno mafioso”.

 

Fue muy difundido el caso del general Mobutu Sese Seko que usurpó el poder en Zaire que fue el mayor receptor de ayuda por parte del FMI en relación a su población. El poder de Mobutu fue absoluto condenando a la gente a los suplicios más horripilantes en un contexto de saqueo permanente que permitió que ese sátrapa acumulara una fortuna de ocho mil millones de dólares de esa época.

 

Como es sabido, el FMI se financia coactivamente con el fruto del trabajo ajeno aportado por los distintos países miembros. Entonces, debido a su antes referida trayectoria y a la fuente de recursos a la que echa mano es que autores como los mencionados al comienzo de esta nota sugieren la liquidación de esa entidad, a los que debe agregarse el jugoso ensayo de Anna Schwartz titulado “Es tiempo de terminar con el FMI y el Departamento de Estabilización del Tesoro” y  los suculentos libros, por una parte, de Melvyn Krauss titulado Development Without Aid y, por otra, el de Dambisa Moyo titulado Cuando la ayuda es el problema en los que se detallan innumerables casos patéticos de países que reciben cuantiosos recursos en medio de corrupciones alarmantes y dislates económicos fomentados por la ayuda que proviene coercitivamente de bolsillos ajenos.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

 

 

Sachs, o la arrogancia

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 1/9/17 en: http://www.carlosrodriguezbraun.com/articulos/la-razon/sachs-o-la-arrogancia/

 

En su reciente texto, La industria de las ideas, Daniel W. Drezner recuerda la interesante historia del célebre economista norteamericano Jeffrey D. Sachs. En su libro de 2005, El fin de la pobreza, Sachs presentó su solución a la pobreza en el mundo: gastar más.

Afirmó que la pobreza de África podía ser eliminada en 20 años si la ayuda exterior aumentaba en 150.000 millones de dólares. Había que invertirlos, entre otros capítulos, en mejorar el riego, los fertilizantes y las semillas. En esa época los economistas del desarrollo ya eran cada vez más escépticos sobre el papel de la ayuda exterior, pero a Sachs no le importó, y tenía el peso suficiente como para que personalidades políticas relevantes lo escucharan, como el secretario general de la ONU, del que fue asesor. Hasta la Universidad de Columbia mordió el anzuelo y le ofreció un contrato para que dejara Harvard, cosa que hizo.

Una vez en Columbia recibió mucho dinero para dirigir centros como el Earth Institute de la propia universidad, con un presupuesto operativo de 10 millones de dólares. “El buen profesor pasó a ser asesor de varios países del África subsahariana, como Etiopía, Kenia, Nigeria y Uganda”.

Con una inagotable confianza en sí mismo, el proselitismo de Sachs sobre Sachs fue constante. Y su exitoso libro llegó a ser portada de la revista Time, “lo que es algo muy poco usual para los libros sobre desarrollo económico, o incluso para los libros en general”.

Artistas y filántropos acudieron cual fidedigno séquito, como el cantante Bono, que escribió el prólogo a The end of Poverty, o Angelina Jolie, que calificó a Sachs como “una de las personas más inteligentes del mundo”. Atrajo a George Soros y Tommy Hilfiger, entre otros; y su proyecto Aldeas del Milenio recaudó cientos de millones de dólares de organismos públicos y privados. Y se puso en práctica en una serie de pueblos africanos.

El libro, comprensiblemente, llenó de entusiasmo a los economistas de izquierdas, y antiliberales en general, mientras que otros lo criticamos (puede verse “Nostalgia de Bauer” aquí: http://www.carlosrodriguezbraun.com/otras-publicaciones/). William Easterly, de la Universidad de Nueva York, apuntó que la ayuda exterior padece una “ilusión tecnocrática” que consiste en creer que la pobreza se supera con medidas técnicas como más fertilizantes, etc., y acusó al proyecto de Sachs de ser “peor que inútil si carece de instituciones propias del buen gobierno”.

También lo criticó la distinguida economista del MIT, Esther Duflo, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2015, quien, junto con otros especialistas, “advirtió que, si las intervenciones de Sachs no eran comparadas con un grupo de control de aldeas que no recibieron su ayuda, no había manera de demostrar que sus esfuerzos se concretaban en mejora alguna”.

The Economist publicó una crítica en 2012 en la que sostenía que el impacto del plan de Sachs no era decisivo. El propio autor, además, lo defendió recurriendo a unas cifras de descenso en la mortalidad infantil que después admitió que no eran robustas.

Sachs y su instituto pasaron a manejar el asunto desde Nueva York, lo que frustró a los representantes sobre el terreno, y finalmente sus resultados no fueron concluyentes. Al revés de lo que muchos piensan, en estos últimos tiempos África se desarrolló bastante, y Drezner apunta: “simplemente no había forma de determinar si el efecto positivo registrado en las aldeas del milenio se debía a las intervenciones de Sachs o al vigoroso crecimiento económico”.

Ya nadie toma en serio el proyecto de Sachs, dice Drezner, y una vez frustrada su ambición de presidir el Banco Mundial, el propio economista se ha ido alejando del tema, ha dejado de hablar tanto de las aldeas, y ahora está con otra bandera del gusto de políticos, burócratas y ONGs: la desigualdad y el desarrollo sostenible. A raíz del libro El Idealista, de Nina Munk, fue criticado por Bill Gates, lo que a Sachs le molestó bastante.

Si podemos extraer una moraleja de todo esto es que Sachs debió estudiar más a Adam Smith, y aprender de sus lecciones sobre la necesaria humildad que deberíamos tener las personas, y especialmente los economistas. Pero Sachs es muy inteligente, y además va y lo dice todo el rato.  Drezner lo cita: “Joven profesor universitario, di clases en muchos lugares con gran éxito, publiqué muchísimo, y estaba alcanzando rápidamente mi colocación permanente en la universidad, lo que logré en 1983 con veintiocho años”. Como dice Drezden, alguien que habla así “no padece la maldición de la modestia”.

Sachs claramente ignoró el consejo de Hayek: “La curiosa tarea de la economía es demostrar a los hombres lo poco que realmente saben sobre lo que imaginan que pueden diseñar”.

 

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

Acerca del “deterioro de los términos de intercambio”

Por Gabriel Boragina: Publicado el 17/7/16 en http://www.accionhumana.com/2016/07/acerca-del-deterioro-de-los-terminos-de.html

 

«Otro canal a través del que se filtra el complejo de culpa es por medio del llamado deterioro en los términos de intercambio. Con esto se quiere decir que los países pobres reciben cada vez menos a cambio de entregar cada vez más de lo que ellos producen. Es decir, habría un deterioro en la relación de cambio de productos manufacturados frente a los no-manufacturados en detrimento de estos últimos, con lo que tendría lugar una explotación sistemática.

Hay varias observaciones que hacer a este esquema. En primer lugar, término de intercambio quiere decir precio relativo, lo cual, en sí mismo, no significa nada respecto de mejoras o empeoramientos. Por ejemplo, en la época en que aparecieron los primeros automotores, éstos tenían cierta relación de cambio (términos de intercambio) con la cebada, hoy esa relación comparada con aquella época le es desfavorable al automotor ya que se ha convertido en un bien de uso popular y, sin embargo, los resultados operativos y los patrimonios de la industria automotriz son más favorables que en el período anterior.»[1]

Los primeros automóviles eran muchísimo más caros, no sólo en relación a la cebada sino también en la de muchos otros bienes de producción y de consumo. En consecuencia, si siguiéramos la absurda teoría del deterioro de los términos del intercambio (en adelante DTI) tendríamos que llegar a la también no menos irrazonable conclusión de que los bienes industriales estaban en una posición económica y patrimonial inicial muchísimo más ventajosa que la de los bienes no-industriales, precisamente la situación inversa que pretenden querer demostrar los defensores de esta desatinada tesis. En el ejemplo dado por el autor que ahora citamos, los coches eran mucho más caros que la cebada, pero como no hace falta demostrar más que por medio del sentido común y la simple observación de nuestro entorno, que con el tiempo, el progreso tecnológico y –fundamentalmente- la producción en serie, los automotores se han multiplicado y difundido de tal modo que se operó un fenómeno de masificación que, a su turno, determinó la paulatina baja del precio de adquisición de cada unidad automotriz, lo que a la luz de la teoría del DTI debería haber implicado una situación muy desfavorable para aquella industria, sin embargo –y como es evidente a todas luces- la realidad es que ha ocurrido todo lo contrario, empeoraron los términos de intercambio para el automotor, pero la situación patrimonial de las industrias automotrices mejoró cuantiosísimo.

«En las series estadísticas del “deterioro de los términos de intercambio” muchas veces se suelen comparar cosas distintas. Por ejemplo, en una columna se pone “trigo” y en otra “tractores” pero los tractores van cambiando de características según sean los cambiantes modelos, mientras que el trigo es el mismo y producido en mejores condiciones, en buena parte debido a los mejores tractores. Por último, si observamos la alta proporción de bienes no-manufacturados que comercian entre sí los países “desarrollados”, deberíamos concluir que los países más ricos se estarían explotando entre sí.»[2]

No se pueden comparar términos de intercambio entre bienes de características heterogéneas, el cotejo -para que adquiera alguna validez- debería hacerse entre productos homogéneos. Pero los partidarios de la «teoría de la dependencia» y del DTI no proceden de dicha manera lógica, sino que van por la vía ilógica. El ejemplo es altamente categórico en cuanto nos ilustra de qué manera ciertos tipo de bienes industriales (en el caso tractores) no solamente van cambiando a diferencia de productos como el trigo, sino que, a la par que los términos de intercambio se van deteriorando respecto de los tractores en la medida que sus costos se abaratan en función de mejoras tecnológicas y las señaladas también en el párrafo anterior de acuerdo a su mayor demanda, pese a todas dichas aparentes desventajas respecto del DTI, contribuyen a que productos de características muy diferentes (como la cebada del ejemplo anterior o el trigo del actual) respecto de los bienes que incorporan innovaciones tecnológicas, sean elaborados en mayor cantidad y en mejores condiciones que nunca antes, con lo que nuevamente se desmorona la tesis del DTI.

«Generalmente se sostiene que el deterioro de los términos de intercambio es especialmente alarmante en los casos de las ex-colonias ya que han sido, en todos los órdenes, las víctimas principales de la explotación. Pero esto último tampoco es cierto. No puede afirmarse que siempre las colonias se han retrasado por estar en esa condición. Pensemos en los casos de miseria de lugares tales como Nepal, Etiopía, Liberia, Tíbet y Afganistán que nunca fueron colonias frente a los casos, por ejemplo, de Hong-Kong y los Estados Unidos como colonias británicas. Por esto es que la entrega coactiva de recursos, principalmente por parte de los Estados Unidos, frecuentemente se han destinado a ex-colonias “para compensar” y de ese modo “ganar amigos” en las zonas más sensibles.»[3]

No son los «términos de intercambio», sino la filosofía y política económica imperantes las que determinan la riqueza o pobreza de las naciones tal como bien instruyen los casos que se nos ofrecen anteriormente. Para comenzar, ha quedado bien refutada en los párrafos precedentes la tesis o teoría del deterioro de los términos del intercambio (DTI). No hay tal. Y, por lo tanto, difícilmente pueda achacarse a dicha falacia la diferente suerte económica de un lugar respecto de otros. Como se comenzó diciendo, las paridades, precios o términos de intercambio –que, al fin de cuentas, vienen a ser todos, la misma cosa- varían en función de los diferentes intercambios, estados y procesos que se desarrollan en el mercado. Si el mercado es totalmente libre, todas las partes implicadas en la transacción van a salir beneficiadas. En contraposición, si el mercado está adulterado por el gobierno, los resultados serán más negativos. Por lo demás, y como bien lo recuerda el autor citado, la alta tasa de productos no-manufacturados que comercian «entre sí los países “desarrollados”, nos llevaría a que «deberíamos concluir que los países más ricos se estarían explotando entre sí».

[1] Alberto Benegas Lynch (h) Las oligarquías reinantes. Discurso sobre el doble discurso. Editorial Atlántida. Pág. 191 a 193.

[2] Alberto Benegas Lynch (h) Las oligarquías…ob. cit. Pág. 191 a 193.

[3] Alberto Benegas Lynch (h) Las oligarquías…ob. cit. Pág. 191 a 193.

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

La maldición de las armas químicas

Por Emilio Cárdenas. Publicado el 11/9/13 en: http://www.lanacion.com.ar/1618609-la-maldicion-de-las-armas-quimicas

En una de sus intervenciones durante la reciente reunión del G-20, nuestra Presidenta, con su habitual afán de protagonismo, se preguntó por qué es distinto matar con armas químicas, que con armas convencionales.

Más allá de que ciertamente debió haber sido previamente advertida sobre esa cuestión por sus asesores de política exterior, la mera formulación de semejante pregunta seguramente asombró, con razón, a muchos. Quizás todavía más que el insólito reconocimiento de las limitaciones y dificultades que le genera el idioma inglés.

Hace pocos días, Steven Erlanger, desde las columnas del The New York Times le contestó la pregunta, aunque sin mencionarla. Porque la condena universal del uso de armas de destrucción masiva es realmente de vieja data. Se remonta a 1675, cuando tanto Francia como el Sacro Imperio Romano acordaran no utilizar balas cargadas con venenos. Lo que fue seguido, algo más tarde, por la prohibición expresa contenida en la Convención de La Haya, de 1899.

 

Aunque, en rigor, el rechazo -inequívoco, absoluto y universal- de las armas químicas se produjo como consecuencia de los horrores provocados por su uso en la Primera Guerra Mundial, donde Alemania fue el primer beligerante en usarlas masivamente. En Ypres. En abril de 1915, en una acción militar en la que murieran más de 6000 soldados franceses y británicos.

Pese a que apenas un 2% de los muertos en esa guerra fallecieron como consecuencia del uso de armas químicas, la comprensible repulsión que ellas generaran trajo como consecuencia su prohibición, materializada a través del Protocolo de Ginebra de 1925, que fuera oportunamente suscripto por la propia Siria. Norma que pertenece al corazón mismo del derecho internacional de la guerra, que está en vigor desde 1928 y ha sido desde entonces de aceptación universal.

Durante la Segunda Guerra Mundial, ninguna de las partes combatientes utilizó armas químicas en las batallas que fueran libradas. Los nazis, no obstante, las usaron ciertamente en relación con el infame genocidio cometido contra los judíos y con las persecuciones despiadadas que ellos pusieran en marcha contra otros grupos, incluyendo a los gitanos.

El uso de las armas químicas se reiteró, no obstante en 1935, por parte del fascismo italiano, en Abisinia y Etiopía y, luego, por parte de Japón, en 1940-41, que recurriera a ellas en territorio chino.

Más tarde, en 1965-67, fueron usadas por el dictador egipcio Gamal Abdel Nasser durante la guerra de Yemen. Y también se las utilizó, en la guerra de Vietnam, con el recurso al uso masivo por parte de los norteamericanos del defoliante denominado «agente naranja», que tuvo ciertamente algún impacto colateral en la salud humana de todos aquellos que quedaran expuestos a sus consecuencias.

El peor incidente de los tiempos recientes provocado por las armas químicas ocurrió durante la guerra que enfrentara a Irán e Irak, a comienzos de la década de los 80. Sadam Hussein las utilizó entonces reiteradamente contra los iraníes, así como contra su propio pueblo. Más concretamente, contra los kurdos, en Halabja, una ciudad en una zona montañosa donde murieron cerca de 5000 personas, en su enorme mayoría civiles inocentes, incluyendo miles de mujeres y niños.

 

Este terrible episodio provocó la firma de la Convención sobre Armas Químicas de 1993, que ha estado en vigor desde 1997, que no sólo prohíbe el uso en cualquier circunstancia, sino la fabricación y la transferencia de este tipo de armas de destrucción masiva. Por ello se estructuró la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas, con sede en La Haya, que fuera -hasta no hace mucho- presidida por un embajador de nuestro país, Rogelio Pfirter, de excelente desempeño. La autoritaria Siria, cabe puntualizar, no forma parte de ella. Tampoco Corea del Norte, Angola, la recién nacida Sudán del Sur, ni Egipto.

Hablamos de armas letales de destrucción masiva que matan indiscriminadamente, a través del sistema nervioso, por asfixia o envenenamiento por la inhalación de las mismas. Se esté despierto o dormido. En casa o en la calle. Pero masivamente, siempre.

Algunas además continúan asesinando por un tiempo, aun después de haber sido utilizadas, cual sicarios invisibles.

Las armas químicas son, desgraciadamente, relativamente fáciles de producir sin que se requiera mayor esfuerzo económico, ni tecnológico, razón por la cual se las suele denominar las armas nucleares de los pobres.

Por todo esto hoy buena parte de la población israelí convive con máscaras de gas. Y por todo esto también, la comunidad internacional las prohíbe expresamente. Desde hace rato ya. Con normas convencionales universales, que son del dominio público. Con la más absoluta razón.

Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California.  Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.

Argentina, Canadá y Australia. Cris y creerse su propia mentira

Por Gustavo Lazzari. Publicado el 12/7/13 en: http://gustavolazzari.blogspot.com.ar/

En términos de política económica mucho más grave que mentir es creerse su propia mentira.

La Presidenta Cristina Fernández por varias vías (Discurso en Santa Cruz, su cuenta de Twitter, su blog personal, y el sitio de la Casa Rosada) ha insistido en comparar la performance de la Argentina con Australia y Canadá.

Utiliza una selección caprichosa e inconsistente de indicadores para señalar que la situación Argentina es mucho mejor que la de esos países mencionados.

Antes de discutir conceptualmente los indicadores seleccionados por la Presidenta conviene señalar que Australia y Canadá muestran indicadores bochornosamente mejores en los aspectos que hacen  a la vida de la gente.

Tanto es así, que en los últimos diez años solo 400 canadienses y 240 australianos pidieron radicación en la Argentina en tanto que 19500 argentinos viven y trabajan en Canadá y otros 15000 hacen lo propio en Australia.

Conforme a datos del Banco Mundial en los últimos cuatro años 200.000 argentinos decidieron emigrar en tanto que Canadá y Australia recibieron 1.000.000 de inmigrantes cada uno.

La comparación de la presidenta es petulante y sumamente engañosa.  El hecho de tomar indicadores macroeconómicos para demostrar que estamos mejor que los dos países señalados ignora el objetivo principal de la un sistema económico que es que sus habitantes puedan perseguir el sueño de vivir mejor.

Mas que un resultado macro ocasional y engañosamente interpretado como hizo la Presidenta el nivel  de vida de la gente tiene otras mediciones más precisas tales como:

·         El Indice de Desarrollo Humano elaborado anualmente por la ONU muestra que Australia ocupa el 2do lugar, Canadá el 11 y Argentina el 45.

·         Dicho Indice refleja que Canadá y Australia brinda a sus niños 30% más de tiempo escolar.  La escolaridad promedio es de 12 años contra 9 de la Argentina.

·         En términos de Competividad Global (elaborado por el World Economic Forum) Canadá ocupa el puesto 11, Australia el 20 y nuestro país el 94.   ( http://www.weforum.org/

·         El Indice de Corrupción elaborado por Transparency International  Argentina ocupa el puesto 102, Australia el 7 y Canadá el 9.  (sobre 144 países) (http://www.transparency.org/cpi2012/results )

·         El Indice Haciendo Negocios que elabora el Banco Mundial muestra que nuestro país ofrece un entorno poco amigable para hacer negocios, producir riqueza y mejorar, consecuentemente, el standart de vida. Detrás de Etiopía, Nepal, Pakistán y las famosas Seychelles, Argentina ocupa el puesto 114, muy lejos del puesto 13 de Canadá y el 115 de Australia.  (http://espanol.doingbusiness.org/reports/global-reports/doing-business-2012 )

 

No obstante estos datos demoledores de la pretensión de la Presidenta de intentar demostrar que estamos mejor que Australia y Canadá, es importante destacar los argumentos que utilizados.
La situación fiscal

Según la presidenta «es un mito que la situación fiscal sea endeble» . Para demostarlo muestra que el déficit fiscal es menor en la Argentina al igual que la deuda pública en relación al PIB. Además muestra que la deuda pública argentina es menos riesgosa pues la mayor parte es deuda «intra sector público».

Este argumento es falso por los siguientes motivos.

·         La situación fiscal endeble depende tanto del tamaño del déficit como de la capacidad de financiamiento y la historia fiscal formadora de expectativas.

·         Argentina no tiene acceso al financiamiento voluntario ni local ni externo.  De hecho la principal fuente de financiamiento del déficit fiscal es la emisión monetaria (record).  Por tanto un déficit del 3% en un país sin historia de default, sin confiscaciones, sin emisión monetaria desorbitada, con acceso al financiamiento es mucho más sostenible que un déficit menor en país con prontuario fiscal tenebroso.

·         En términos de borrachera. Una gota de vino en un alcohólico es mucho mas riesgoso que un cuerdo paseando por una vinería.

Las relaciones sobre la deuda son tan dudosas como los discursos del desendeudamiento.  Es cierto que en términos de PIB la deuda pública argentina se redujo.
 No obstante ¿podemos decir que estamos seguros que la cifra de deuda que informa el Ministerio de Economía es suficientemente creíble?  Como se computa la deuda que se está generando con los jubilados por haberes mal liquidados?, Cómo se computa la deuda con los Hold Outs?

Era esperable que tras el mayor default de la historia la deuda se reduzca en proporción a un PIB irremediablemente creciente debido al bajo punto de partida en 2002.

El argumento de «estamos fuertes porque la deuda es intrasector público» es extraño.  Supone que el riesgo de no pago es menor. Lo cual también es falso. Si eventualmente la Tesorería no pagara los bonos que tiene en cartera el Ansess, el default se trasladaría a los jubilados que actuando judicialmente transformarían la «deuda intra sector público» en una deuda «extra sector público» licuando el dibujo contable de la presidenta.

 

Tenemos más reservas que Australia y Canadá.

La presidenta convierte a 37 en un número mayor que 50 y que 69.  Lo hace a través de relacionar las reservas de los bancos centrales contra otros indicadores como PIB , importaciones y Deuda Externa.

Es cierto, pero eso no indica ni que Australia y Canadá estén en posición de reservas endebles ni que la Argentina esté en posición sólida.

Antes que nada la presidenta debió aclarar cuál es el número real de Reservas.  Pues si descontamos el stock de 95.000 millones de pesos en Lebac, las reservas de 37000 millones pasan a 20.000 millones.

No obstante el argumento también es falso.

·         El concepto de Reservas de los Bancos Centrales cobra relevancia cuando hay control de cambios pues es necesario saber si se podrán pagar las importaciones o si habrá suficientes dólares en caso de una corrida cambiaria.

·         También es relevante cuando los gobiernos no tienen fuentes de financiamiento puesto que la seguridad de pagar la deuda la da el uso de reservas.

·         Y también es necesario contar con un buen nivel de reservas cuando la moneda local no tiene relevancia ni siquiera para los propios habitantes.

 

·         Nada de ello sucede ni en Canadá ni en Australia.

·         Un importador canadiense o australiano puede pagar sus compras en el exterior comprando dólares libremente en los mercados y girándolos sin la firma de ningún secretario de comercio.

·         A su vez, las monedas locales son sólidas y generan incentivos al ahorro doméstico. No hay dolarización de carteras  pues en toda la historia, ni el gobierno de Canadá ni el gobierno australiano utilizó la emisión de dinero para esquilmar los ahorros de sus ciudadanos.

En los últimos cincuenta años en Australia sólo ocho veces la tasa de inflación superó el 10%. fue en la crisis petrolera  de 1973 y la segunda crisis del petróleo en 1979.  Desde 1990 la inflación no supera el 5%. En 2012, la tasa anual de inflación fue de 1,76%.

En Canadá sucedió algo similar. Solo en cinco años de los últimos 50 la tasa de inflación superó el 10%. desde 1991 que año tras año la inflación es menor al 5%. En 2012, fue de 1,52%.

(Fuente: Tasas de Inflacion http://datos.bancomundial.org/indicador/FP.CPI.TOTL.ZG/countries?display=default )

¿Qué  incentivo tiene un canadiense o un australiano para  huir del dinero local? Qué sentido tiene que el Banco central de dichos países tengan dólares?

La Presidenta Cristina comparó peras con manzanas.  La historia inflacionaria argentina explica a través de cinco décadas de confiscaciones monetarias que la decisión más racional de un argentino es dolarizar sus ahorros.  Por ello, se requiere al BCRA que tenga un nivel de reservas mucho más elevado que otros países que no han devaluado sus monedas.

Cabe recordar que un canadiense o un australiano que haya vivido los últimos 50 años habrá visto en sus manos siempre el mismo signo monetario.  Un argentino contabilizó pesos moneda nacional, pesos ley 18188, pesos argentinos, australes y ahora los moribundos pesos, con diferentes figuras para el mismo importe.

Argentina tiene mucho más para aprender de Australia y Canadá que para cancherear con datos de dudosa fiabilidad y caprichosa interpretación.

Gustavo Lazzari es Licenciado en Economía, (UCA), Director de Políticas Públicas de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre, y fue investigador del Proyecto de Políticas Públicas de ESEADE entre 1991-92, y profesor de Principios de Economía de 1993 a 1998 y en 2002. Es empresario.

Inflación: pan para hoy, hambre para mañana

Por Enrique Edmundo Aguilar. Publicado el 8/8/12 en http://www.elimparcial.es/america/inflacion-pan-para-hoy-hambre-para-manana-109399.html

 En su último editorial, la revista Criterio, de Buenos Aires, se refirió largamente al proceso inflacionario que sufre la Argentina que ha llevado al gobierno a cometer el imperdonable error de “falsear las estadísticas respectivas durante ya cinco años”. Se señala ahí que en nuestro país el aumento anual de los precios al consumidor “es el quinto más alto entre 187 países, de los que sólo seis tienen más de 20%; veinte, entre 10 y 20%; y 161, menos de 10%”. ¿Quiénes nos acompañan en ese que podríamos llamar selecto “grupo de los seis”? Bielorrusia, Etiopía, Venezuela, Uganda, Sudán (antes de su partición) e Irán. Finalmente, el editorial se detiene en el análisis de algunas posibles soluciones a este problema que es primariamente político y que, por lo mismo, no podrá remediarse en tanto perdure “el enconado ensimismamiento del Gobierno”.

Mientras avanzaba mi lectura, tenía a mano un ejemplar del libro de James Buchanan y Richard Wagner Democracy in Deficit. The Political Legacy of Lord Keynes (1977), en uno de cuyos capítulos los autores discuten con aquellos economistas de filiación keynesiana que sostienen que la inflación puede ser un pequeño y necesario precio a pagar como paliativo al desempleo. Entre otras cosas, explican además cómo la inflación, al destruir las expectativas mayoritarias, provoca reacciones cortoplacistas que son al cabo la respuesta racional a un escenario donde el mañana se revela incierto y las previsiones se malogran.

Se diría que en la Argentina nos hemos acostumbrado a la inflación y a la consiguiente depreciación de nuestra moneda. No es la primera vez que nos pasa y sabemos de sobra cómo termina esta historia asociada al control de cambios y otros arranques de intervencionismo estatal. Pero evidentemente nos falla la memoria. Mientras tanto, el gobierno parece decirnos: “¡Consuman, consuman! ¡El ahorro y la inversión son cosas de antaño!”

 Enrique Edmundo Aguilar es Doctor en Ciencias Políticas. Decano de la Facultad de Ciencias Sociales, Políticas y de la Comunicación de la UCA y Director, en esta misma casa de estudios, del Doctorado en Ciencias Políticas. Profesor titular de teoría política en UCA, UCEMA, Universidad Austral y FLACSO,  es profesor de ESEADE y miembro del consejo editorial y de referato de su revista RIIM.