No es la economía, estúpido

Por Alejandro Tagliavini. Publicado el 23/1/20 en: https://alejandrotagliavini.com/2020/01/23/no-es-la-economia-estupido/?fbclid=IwAR05r1jiOdu1JhKeGyCcKlNodXzo7s-ifp3wQul3jn-RMlrKxzk9xXvXGNw

 

Cárcel es lo menos que una sorprendentemente enorme masa enardecida pide para los rugbiers de Villa Gesell por el irreparable homicidio de un joven. Por cierto, llama la atención que, por caso, en Rosario es asesinada una persona al día y nadie se preocupa.

Independientemente del código penal -y de los políticos peronistas, conservadores, etc. que lo redactaron- el nivel de violencia que existe en la sociedad argentina es altísimo, ya sea por parte de los delincuentes o de quienes exigen “justicia” sin siquiera esperar la opinión de peritos y jueces estatales, poniendo en evidencia una enardecida sed de venganza violenta.

Es “la economía, estúpido” fue una frase fuerte de la campaña electoral de Bill Clinton que lo llevó a la presidencia de EE.UU., demostrando que en política la agresividad y la mala educación da buenos resultados. Pero en el caso argentino, si bien la pésima performance económica fue lo que hizo que el oficialismo perdiera las últimas elecciones, el país tiene un problema moral de fondo muy grave.

El sol sale cada día a hora predeterminada, la lluvia riega los árboles que crecen y oxigenan, y demás. Es obvio que la naturaleza tiene un orden que se desarrolla espontáneamente -intrínsecamente- así “vemos que en las cosas naturales… se realiza lo mejor” y se dirigen al bien como fin, dice Tomás de Aquino.

Según Jacques Maritain el orden natural significa la existencia de leyes fenomenológicas que son las generatrices y que se repiten invariablemente. La ley científica, no hace otra cosa que extraer, de manera más o menos directa, la propiedad o la exigencia de un cierto indivisible ontológico, que no es otro que aquel que los filósofos llaman naturaleza o esencia.

Cabe remarcar que los fenómenos naturales son espontáneos, precisamente, porque son intrínsecos, surgen del interior, de la esencia. Por el contrario, los objetos artificiales, al no poseer principios intrínsecos, necesitan ser movidos por otra fuerza, extrínseca.

Y la moral, más allá del uso coloquial y deformado de la palabra, es la ciencia que estudia el comportamiento que le cabe al hombre de modo de adaptarse al orden natural y desarrollarse. O sea, la moral es el estudio del ordenamiento natural del ser humano.

Copiando a Aristóteles, el Aquinate escribió que: “La violencia se opone directamente a lo voluntario como también a lo natural, por cuanto es común a lo voluntario y a lo natural el que uno y otro vengan de un principio intrínseco, y lo violento emana de principio extrínseco”. Así, Etienne Gilson asegura que para Tomás de Aquino “lo natural y lo violento se excluyen recíprocamente”.

La violencia, en definitiva, destruye porque coarta el desarrollo espontáneo -y armónico- de la naturaleza y, por tanto, es inmoral. Es una reacción primaria disparada básicamente por el miedo, la inseguridad, aunque se disfrace de “machismo”. Pero, al contrario de los animales, el hombre tiene la capacidad de discernir, advertir que la violencia destruye y, en consecuencia, controlar esta reacción primaria y proceder con sabiduría.

Ahora, la teoría del mercado más difundida fue desarrollada a partir de la escuela escocesa liderada por Adam Smith, quién “En varios sentidos… desvió la economía de su recto camino, el representado por la tradición continental iniciada en los escolásticos medievales… “, asegura Murray Rothbard.

Esta tradición continental fue desarrollada por destacados tomistas, en su mayoría jesuitas y algunos dominicos, profesores de Moral y Teología en la Universidad de Salamanca. El premio Nobel Frederick Hayek asegura que ‘los principios básicos de la teoría del mercado…fueron establecidos por los escolásticos españoles del siglo XVI” como Bernardino de Siena, y Antonino de Florencia que escribe en 1449 la tomista Summa Moralis Theologiae, el primer tratado de la nueva ciencia de la Teología Moral.

En cualquier caso, la “economía” no era una ciencia -en todo caso una profesión- sino un derivado de la moral: el estudio del comportamiento del hombre en el mercado (la faz económica de la gente, el pueblo). Así, como la violencia es inmoral y destructiva, desde que desvía al hombre del desarrollo natural y espontáneo del cosmos, es contraria al desarrollo económico. Es decir, toda intervención del Estado –“policial”- sobre el mercado -el pueblo- forzando regulaciones, impuestos y leyes, destruye la economía.

O sea, que el problema argentino va más allá de la economía, es moral: sucede que existe un alto nivel generalizado de violencia en todos los órdenes y sectores del país, también en economía.

 

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Ex Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE. Síguelo como @alextagliavini

África mía

Por Alejandro A. Tagliavini. Publicado 3/12/15 en: http://opinion.infobae.com/alejandro-tagliavini/2015/12/03/africa-mia/

 

Para definir al gobierno moderno —el Estado— diríamos que es el monopolio de la violencia: condición necesaria y suficiente. Para empezar, sin el poder policial para forzar impuestos no subsistiría, a menos que compita en el mercado ofreciendo productos que la gente utilice y se convierta así en empresa privada. El estatismo sería el abuso de este monopolio de la violencia y su variante, el populismo, una exagerada diatriba demagógica.

Ahora, es imposible, de toda imposibilidad, que la violencia no destruya y desordene porque “se opone a lo voluntario y a lo natural, que vienen de un principio intrínseco, y lo violento emana de principio extrínseco”, dice Santo Tomás de Aquino (S. Th., I-II, q. 6, a. 5). Étienne Gilson asegura: “Lo natural y lo violento se excluyen recíprocamente” (El tomismo, segunda parte, capítulo VIII). Y “no hay violencia desde el momento que la causa es interior y que está en los seres mismos que obran”, indica Aristóteles (La Gran Moral, I, XIII).

La naturaleza tiene un orden interno para la vida —el Sol sale a la misma hora, los árboles crecen y dan oxígeno que respiran los animales—, así, si no lo violentamos, el mundo progresará. No es ideología o discurso, sino respetar en los hechos a la naturaleza. Por caso, algunos creen que Mauricio Macri, el electo presidente argentino, tiene un discurso no demagógico y que ha terminado el populismo, pero sus políticas de coacción estatal son casi las mismas.

Y, por cierto, la historia oficial —panegírico de la violencia— se encarga de lavar los cerebros, como cuando enseña que algún general es padre de la patria, cuando países progresistas como Australia han demostrado que las guerras de la independencia son innecesarias.

El origen de la violencia es el miedo. Una persona vencida por el miedo reacciona violentamente para defenderse y acaba perjudicándose. Como la guerra contra al terrorismo, que alimenta un monstruo —el ISIS—, o la guerra contra el narcotráfico, que ha creado al narcodelincuente, o el miedo al desamparo que da lugar al Estado de bienestar, que, irónicamente, crea pobreza, ya que se solventa con impuestos que se derivan vía baja de salarios o aumento de precios.

El papa Francisco no se deja vencer por el miedo en su tarea de evitar situaciones de violencia. Contra la opinión de los expertos en seguridad, volando a Nairobi, Kenia, en el primer viaje de su vida a África, dijo que la única preocupación respecto a la seguridad “son los mosquitos”. E insistió: “Usen el spray para los mosquitos”. Le indicó al piloto que lo llevaba: “Tiene que aterrizar en Centroáfrica o déjeme un paracaídas”.

Por la guerra, el 20% de la población centroafricana ha huido y, cuando Obama anduvo por tierras africanas menos peligrosas, se pidió a la gente no salir a las calles. El Estado moderno es el miedo, que trae violencia, liberticida. “Si transformo lo negativo en positivo, soy un ganador. ¿Están dispuestos a transformar el odio en amor y la guerra en paz?”, preguntó el Papa, que habló ante multitudes que tuvieron la libertad de acudir a verlo.

Como escribió José Manuel Vidal: “Sobre todo con su presencia, el Papa atrevido, pacificador y valiente pone las bases de una nueva era […] Porque, como dijo, ‘no hay futuro sin paz’”. El Estado moderno —violento— no es el salvador, es el pecador. Y los héroes no son homicidas armados, sino valientes que no llaman a la violencia.

 

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Es Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.

Francisco y el aborto

Por Alejandro A. Tagliavini. Publicado el 9/9/15 en: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/francisco-y-el-aborto/16356943

 

Al cierre del Sínodo Extraordinario de la Familia, el Papa afirmó que «esta es la Iglesia que no tiene miedo de comer y beber con las prostitutas y los publicanos. No se avergüenza del hermano caído, se siente implicada y casi obligada a levantarlo y animarlo a retomar el camino (…)”. ¿Es realista o son solo frases bonitas que se esperan de un sacerdote? Como no soy sacerdote, ni poeta, no me dedico a repetir frases que no tengan utilidad práctica, lo mío es el estudio del ser humano y su sociedad.

Castigar a una persona es propio de la soberbia humana. ¿Quién es “juez” para decidir qué estuvo mal y por qué? De hecho, la enorme mayoría de los “delitos” son inventados por los gobiernos. Por caso, como cuando con soberbia imponen aduanas -para “defender la industria nacional” y solo defienden a un grupo acomodado de industriales- crean al delito de “contrabando”. Y, así, inventan evasores al forzar el cobro de impuestos, narcos al imponer la “guerra contra las drogas”, y todos los delitos inducidos como quienes roban para poder drogarse.

Dice Santo Tomás (S.Th., I-II, q. 6, a. 5): «La violencia se opone directamente a lo voluntario como también a lo natural, (porque) lo violento emana de principio extrínseco». Y su mejor comentarista, Etienne Gilson (‘El tomismo’, Segunda Parte, Capítulo VIII), asegura que para el Aquinate «lo natural y lo violento se excluyen recíprocamente». Y aclara Aristóteles (‘La Gran Moral’, I, XIII): «Y así, siempre que fuera de los seres existe una causa que los obliga a ejecutar lo que contraría su naturaleza o su voluntad, se dice que hacen por fuerza lo que hacen. Hay violencia siempre que la causa que obliga a los seres a hacer lo que hacen es exterior a ellos».

Créase o no -no es solo una frase bonita- el día en que comprendamos que la violencia solo sirve para destruir y nunca para ordenar o defender, desde que impide el desarrollo espontáneo de la naturaleza, no solo desaparecerán las guerras y los conflictos violentos sino el hambre y la miseria. Empezando por cada uno de nosotros que, a no dudarlo, esto no solo no nos dejará indefensos sino todo lo contrario por cuanto los métodos eficientes (“omnipotentes”) de defensa son los pacíficos.

Dice la Teología –y tampoco esta es solo una frase bonita- que la omnipotencia de Dios se basa, precisamente, en su infinita misericordia: no es violento y por tanto nada destruye y arrima al culpable tan íntimamente que consigue convertirlo de inmediato, logrando así cualquier meta que se propone. Así, es lógico que Francisco haya dispuesto que, durante el Jubileo extraordinario de la Misericordia, los sacerdotes puedan absolver a quienes confiesen haber participado en un aborto –uno de los «pecados reservados a la sede apostólica»- aun con lo horrendo que es ya que impide a un indefenso su desarrollo natural como vida humana.

El corolario es que héroes no son generales homicidas en nombre de guerras “santas”, “libertadoras”, etc. sino personas como Ali, de 18 años, que entrevistado por la BBC cuenta que ha empujado la silla de ruedas de su abuela desde Afganistán para conseguir un futuro mejor en Europa. Empujando contra los políticos que armaron guerras, caos y destrucción en su país y que cierran las fronteras europeas perjudicando a todos como con las colas de hasta 25 kilómetros en la frontera austríaca con Hungría.

 

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Es Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.

Los grammy, daft punk y el espíritu cristiano

Por Alejandro Tagliavini. Publicado el 5/2/14 en: http://www.hoybolivia.com/Blog.php?IdBlog=39624&tit=los_grammy_daft_punk_y_el_espiritu_cristiano

¡Get Lucky! Me encanta, el tema que se llevó el Grammy a la Mejor Grabación del Año 2013 con el cual el dúo de música electrónica francés, Daft Punk, completó cinco premios incluido el de Mejor Disco por Random Access Memories. ¡Buenísimo! Toda la ceremonia -aunque algunas cosas no me convencieron- fue divertida y, como suele suceder en estos encuentros de artistas, hubo una carga social importante, una “onda” que los “hippies” de los 70 popularizaron pero que no era nuevo sino que, cuenta la leyenda, lo vivían las primeras comunidades cristianas. 
Este “espíritu cristiano”, durante los primeros años después de Cristo, suponía la sencillez del trabajo cotidiano, sin líderes mesiánicos, la familia y la cooperación voluntaria entre todos por el bien común. Ahora, dice la escolástica medieval, hay dos especies de justicia: la conmutativa, referida al intercambio pacífico y voluntario entre las personas como se da en el mercado cuando no interviene la coacción estatal, y la distributiva -que hace a la justicia social- y merece aclarase.

Recordemos que “justo es lo que le corresponde al sujeto según su naturaleza”. Por caso, un hombre tiene derecho a comer para poder ser tal, sobrevivir. Y, para que exista esta justicia, la distribución de los bienes queda confiada al mercado natural –las relaciones “económicas” del orden natural, creado por Dios según el tomismo aristotélico- es decir a las personas cooperando voluntariamente. Ahora, para santo Tomás de Aquino «La violencia se opone a lo voluntario y a lo natural, por cuanto lo voluntario y lo natural vienen de principio intrínseco, y lo violento de principio extrínseco» (S.Th., I-II, q. 6, a. 5).

Así, Etienne Gilson –el mejor comentarista del Doctor de la Iglesia- asegura que para el Aquinate «Lo natural y lo violento se excluyen recíprocamente» (‘El tomismo’, 2da. Parte, Capítulo VIII). Aristóteles aclara que «…se puede obligar a un caballo a que se separe de la línea por donde corre… Y así, siempre que fuera de los seres existe una causa que los obliga a ejecutar lo que contraría su naturaleza o su voluntad, se dice que estos seres hacen por fuerza lo que hacen… Esta será para nosotros la definición de la violencia y de la coacción: hay violencia siempre que la causa que obliga a los seres a hacer lo que hacen es exterior a ellos» (‘La Gran Moral’, I, XIII).

De modo que cuando el Estado, haciendo uso de su monopolio de la violencia, “regula” o impone “leyes” al mercado natural destruye este orden de cooperación voluntaria, creando desorden y pobreza como cuando cobra coactivamente impuestos que empobrecen a los más pobres porque los empresarios los pagan subiendo precios o bajando salarios. Así, tienen razón los críticos del capitalismo “regulado” al decir que “no son los pobres los que han aprovechado la riqueza sino los poderosos” porque la violencia siempre favorece a los más fuertes. Así, con esos impuestos coactivamente retirados del mercado, por caso, la Reserva Federal de EE.UU. ha transferido a los bancos astronómicos recursos de los pobres.

En definitiva, la “regulación” del Estado, en tanto monopolio de la violencia, en tanto que violencia, es contraria al espíritu cristiano y gravemente inmoral ya que la moral es el conjunto de normas que el hombre, la sociedad, deben respetar para adecuarse al orden natural, querido por Dios diría la escolástica medieval.

 

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Es Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.

Al mundo le bastaria con ser coherente

Por Alejandro A. Tagliavini. Publicado el 18/9/13 en: http://www.atlas.org.ar/index.php?m=art&s=286 

Solucionar los problemas del mundo es sencillo, bastaría con ser coherentes, sobretodo ejerciendo la virtud moral de la humildad para aceptar aquellas ideas que van contra nuestros intereses creados, y la sencillez para ver lo que la realidad, y el sentido común, nos muestra aunque sea contra nuestras ideas pre concebidas. Siendo que  la moral no es un ridículo listado de normas represivas dictadas por alguna “autoridad competente”, sino la adecuación del hombre a la naturaleza, al orden del cosmos, al orden natural, como ya lo sabían los griegos. Así, todo lo que es “pecado” (inmoral)  es delito y, la inversa, aquello que no es “pecado” no es delito sencillamente porque la ley moral y la natural coinciden.

Hoy la mayor incoherencia se da en la idea de violencia, sobre la que se basa la idea de “autoridad”. Un intelectual católico me aseguraba que podía “explicar las relaciones del poder político legítimo con la coacción y el uso de la fuerza, que no es violencia”. El “uso de la fuerza” y la violencia serían cosas distintas. Insólito y, por cierto, desmentido por la filosofía “clásica”, griega y escolástica. Santo Tomás de Aquino copia de Aristóteles que “La violencia se opone directamente a lo voluntario como también a lo natural, por cuanto es común a lo voluntario y a lo natural el que uno y otro vengan de un principio intrínseco, y lo violento emana de principio extrínseco”, en la Suma de Teología, I-II, q. 6, a. 5.

Así, Etienne Gilson asegura, en el Capítulo VIII de la Segunda Parte de “El Tomismo”, que para el Aquinate “Lo natural y lo violento se excluyen… “. Para redondear recordemos que Aristóteles en ‘La Gran Moral’ (I, XIII) señala que “… por ejemplo, se puede obligar a un caballo a que se separe de la línea recta por donde corre, haciéndole que cambie la dirección… Y así, siempre que fuera de los seres existe una causa que los obliga a ejecutar lo que contraría su naturaleza o su voluntad, se dice que estos seres hacen por fuerza lo que hacen… Esta será, pues, para nosotros la definición de la violencia y de la coacción: hay violencia siempre que la causa que obliga a los seres a hacer lo que hacen es exterior a ellos; y no hay violencia desde el momento que la causa es interior y que está en los seres mismos que obran”.

O sea, hacer una distinción entre “uso de la fuerza” y violencia es una burda incoherencia y, si es católico, además desdice a la más profunda teología cristiana que reafirma la Infinita Misericordia de Dios, esto es, que Dios perdona absolutamente y a ninguna falta penaliza ni memoriza. Esto termina con la idea del “uso de la fuerza” (la violencia) como castigo y queda por analizarla en el caso de prevención delictiva. Solo el hecho de que esto supone prejuzgar ya invalida el argumento, pero suponiendo que el prejuzgar la comisión de un delito fuera “justo” o necesario, “el fin no justifica”  los medios, no puede cometerse un acto inmoral (la violencia) para evitar otro.

Se dirá que un mundo así de coherente sería utópico, pues no lo sería porque hasta en los casos de defensa propia y urgente los métodos no violentos son los eficaces. Por el contrario la “autoridad” que se basa en el “uso de la fuerza” siempre destruye, como toda violencia, y por esto y no por otra cosa cuanto más estatista (cuanto más se abusa del monopolio estatal de la violencia para imponer “autoridad”) más destruido y pobre queda cualquier país.

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Es Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.