Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 1/7/18 en: http://gzanotti.blogspot.com/2018/07/de-que-planeta-vino-mi-padre.html
Siempre me he hecho esta pregunta. Siempre juego con que yo soy un marciano, pero claro, hay que ver los orígenes.
No sé por qué, a medida que pasan los años –murió en 1991- la imagen que más recuerdo es la de los días en los cuales volvía temprano de La Nación –eso era más o menos 9 de la noche-, se dejaba la corbata puesta, se ponía su “saco fumar” y se sentaba a leer a Pirandello, a Chejov, a Collete, a Unamuno, mientras mamá –una pianista eximia, una coreuta con oído absoluto- terminaba de preparar la cena. Entretanto él seguía con su libro y con sus discos 33 de música clásica, la única que escuchaba, preferentemente pianistas como Rubinstein, Gulda o Horowitz. Luego así, imperturbable, con la misma corbata y el mismo saco, se sentaba a cenar en la cabecera. Era muy afectuoso, sí, tenía una sonrisa pícara que compensaba su solemnidad, pero era como sentarse a cenar con Churchill.
¿De dónde salió ese caballero inglés en la Argentina? ¿De dónde salió esta combinación de Unamuno, Marías, Scciaca y C.S. Lewis? Mi padre superaba al chiste. No es que era un argentino que era italiano, hablaba Español y se creía inglés. Era inglés. Cómo, no lo sé. ¿Alguna nave extraterrestre abdujo a mi abuela en 1927?
Conocía perfectamente a la literatura española y argentina, había leído de primera fuente a constructores de países como Mitre o Sarmiento, pero cómo llegó él solo, a enamorarse de los EEUU, no lo sé.
El asunto es que nuestra familia era un mundo cultural propio que giraba entre Roma, Philadelphia y Buenos Aires. En la primera estaban tres hermanas de mamá, en la segunda dos hermanas de mi abuelo materno, que fundaron toda la rama norteamericana, y en ese otro extraño lugar del mundo, exiliados, estábamos nosotros.
El marco de referencia eran EEUU e Italia. Cuando mataron a Robert Kennedy yo tenía ocho años y mis padres lloraban amargamente. Yo subí al micro escolar, en un lejanísimo lugar llamado Ituzaingó, diciendo “mataron a Kennedy, mataron a Kennedy”, y comencé a descubrir entonces qué significaba vivir en otro planeta.
No levantaba nunca la voz. No pronunciaba regionalismos. No tenía los juegos del lenguaje del porteño. No usaba el che. Hablaba el Español de Ortega y Gasset y de Unamuno. Escribía un Español impecable sin corregir una sola vez, de primera mano, en tiempos donde no había Word ni nada por el estilo. Caminaba con un paso parecido al de Patton o de Gaulle. Era un aristócrata. Una vez el hijo medio loco, yo, le dije que Chejov era el piloto de Viaje a las Estrellas. Ni siquiera respondió. Mi miró con afecto, pero como quien mira a un irredimible.
La casa, para él, era su castillo, y él su señor. En la casa no entraba el exterior. No entraba lo mundano. “Afuera vas a escuchar muchas cosas”, me dijo una vez. “Pero en esta casa, no”. El no lo sabía, pero al entrar nos teníamos que sacar el mundo, como los japoneses los zapatos. La casa era su templo, y la intimidad de su hogar, su sagrario.
Era inmune a otras influencias. Guiraldes, Hernández, Estrada, sí entraban a casa. Nos llevó dos veces, a Pablo y a mí, a San Antonio de Areco a ver la estancia de Guiraldes. Fue mi máximo contacto con Argentina. Pero la televisión de los 70, no, y menos el cine argentino de entonces. Olmedo y Porcel eran para él el ejemplo máximo de la decadencia cultural. La chabacanería era para él una perversión inconcebible. Y los pobres Les Luthiers le parecían algo tan terrible como reírse de la liturgia un Viernes Santo.
Era un liberal orteguiano, un severo crítico al nacionalismo, un admirador de las formas republicanas: en el fondo, era un iluminista. Fue maestro normal nacional 10 años y verdaderamente fue para él un sacerdocio. Sólo desde allí pudo criticar luego al positivismo pedagógico. El peronismo y el sindicalismo argentino eran para él peor que cualquier pecado mortal. Propuso seriamente eliminar la obligatoriedad de los planes estatales de enseñanza, en la Argentina de los 80. Malvinas le pareció un horror. Alfonsín era para él la izquierda absoluta. No sé si hubiera resistido ser testigo de la Argentina posterior.
Era católico, pero la izquierda de los “sacerdotes para el tercer mundo” sencillamente lo destrozó.
De dónde, de dónde salió. ¿Será la Argentina sólo un caos informe del cual puede salir tanto mi padre como un Moyano? ¿Será eso o nada más que la infinita combinatoria casual del humano devenir?
Se quedó muy solo. Los católicos, aferrados al sistema de incorporación por gestión propia, no lo entendieron nunca. La izquierda le agradeció poniéndole una bomba en su (nuestra) casa de Ituzaingó. Los militares pensaron que por eso era uno de ellos, hasta que se dieron cuenta que tampoco. Los liberales de la Escuela Austríaca lo conocieron muy tarde. Tuvo muchos amigos y discípulos, pero su Instituto de Investigaciones Educativas fue discontinuado después de su muerte.
De dónde, de dónde salió. Y yo, recién ahora estoy sólo a la altura de sus zapatos. Y recién ahora podría hablar realmente con él.
Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.