¿De qué depende el valor de las cosas?

Por Gabriel Gasave. Publicado el 6/4/21 en: https://independent.typepad.com/elindependent/2021/04/de-qu%C3%A9-depende-el-valor-de-las-cosas-1.html

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“Solamente el necio confunde valor con precio”.

– Antonio Machado

El del valor ha sido desde siempre para la teoría económica uno de los puntos más relevantes a resolver. ¿De qué depende el valor de las cosas? ¿En dónde radica la fuente u origen del valor?

Es importante destacar que aquí estamos refiriéndonos al concepto de valor como el grado de satisfacción que una cosa o un bien nos brinda y no como sinónimo de costo o precio.

Aunque habitualmente se utilicen expresiones tales como ¿cuánto vale esa casa? a efectos de indicar que lo que deseamos saber es su precio en el mercado, no es ese el sentido de la palabra valor aquí.

Como veremos, el valor es algo previo al precio. Existe un precio para una bien debido a que previamente el mismo ha sido valorado.

A lo largo de la historia del pensamiento económico, se han ofrecido básicamente dos grandes tipos de respuestas a estos interrogantes, los que pueden agruparse en: a) las teorías objetivas del valor y b) la teoría subjetiva del valor.

a) Teorías objetivas del valor

Intentan descubrir qué característica o rasgo presente en las cosas constituye la fuente del valor. Sostienen que el valor se encuentra en las cosas y según la corriente de pensamiento correspondiente, esas características han sido la escasez, la utilidad, los costos de producción y el trabajo.

– Teoría de la escasez: Considera a la escasez como la fuente u origen del valor. Sin embargo, vemos que este rasgo no aporta ninguna solución. Existen infinidad de cosas que son escasas en nuestras vidas, pero que carecen de valor.

Si pensamos en las antiguas maquinas de telex, los televisores blanco y negro, los primigenios teléfonos celulares, para no mencionar a los carruajes tirados por caballos, notamos que todos ellos son hoy en día sumamente escasos, pero no por eso se han vuelto más valiosos.

En definitiva, al afirmar que algo es escaso debemos preguntarnos ¿para quién?.

– Teoría de la utilidad: Con respecto a la utilidad ocurre lo mismo que con la escasez. Por sí sola, esa característica que puede a llegar a tener un bien no nos resuelve el problema, es decir no nos explica la realidad, que es a lo que una sana teoría debe apuntar.

Por ejemplo, tal vez no exista nada más útil para nuestra vida que el agua potable, pero no obstante ello su provisión no es algo que nos preocupe de manera constante y a lo que le damos gran valor en circunstancias normales. Es más, a diario valoramos más otro tipo de bebidas menos saludables y esenciales que ella. Distinto es si nos encontramos intentando realizar una caminata a través del desierto de Atacama o emprendiendo una travesía a través del océano, circunstancias en las que el liquido elemento será sumamente apreciado.

Por tal motivo, cuando decimos que una cosa es útil hay dos interrogantes que deben ser respondidos ¿útil para quién? y ¿en qué circunstancias?.

– Teoría de los costos de producción: Intenta explicar el origen del valor de los bienes en virtud de los costos de producción de los mismos. Esta teoría tampoco nos ayuda a dilucidar el problema del valor.

Imaginemos el caso de alguien que gasta varios miles de dólares en comprar los mejores y más refinados elementos necesarios para pintar un cuadro. Si carece de talento, por más que le pruebe fehacientemente a quien contempla su obra cuáles han sido los costos que afrontó para su realización y aunque incluso le exhiba las correspondientes facturas, nadie por el mero hecho de contar con esa información ha de valorar dicha creación.

Posiblemente, un mero garabato dibujado sobre la servilleta de un bar realizado por alguien talentoso, con apenas centavos como costo, será más valorado que la obra pictórica de nuestro ejemplo.

En conclusión, los costos de producir una cosa no determinan su valor. Si la misma no representa algo para alguien, no vale nada.

– Teoría del valor-trabajo: Lo mismo que hemos expresado con relación a los costos de producción se aplica respecto del trabajo.

Siguiendo con nuestro ejemplo del cuadro, supongamos que además de los elevados costos en los que incurrió el artista, la obra le haya insumido tres años para terminarla. El esfuerzo invertido durante ese lapso no significa que la obra será luego de manera automática valiosa para alguien. Puede valer mucho más para el admirador de un artista o deportista famoso su autógrafo estampado en un simple trozo de papel, faena que posiblemente no le llevó más de 10 segundos, que el cuadro de nuestro aspirante a pintor con sus 36 meses “incorporados”.

¿Por qué sucede esto? Sencillamente porque el trabajo no es fuente de valor. Es más, diríamos que el valor es anterior al trabajo, ya que dedicamos esfuerzo a aquellas cosas que previamente valoramos. A la hora de valorar o no un bien, nos es indiferente la cantidad de horas de trabajo (el trabajo “socialmente necesario” en palabras de Marx) que el mismo precisó para su concreción.

b) La teoría subjetiva del valor

Vemos como aquellas cuatro teorías que resumimos muy rápidamente eran de carácter objetivo, es decir que según ellas el valor era algo intrínseco a las cosas.

Recién alrededor del año 1871, un grupo de intelectuales de la Universidad de Viena, algunos de los cuales dieron luego origen a la corriente de pensamiento que se conoció como la Escuela Austriaca de Economía, descubrió que el origen o la fuente del valor de las cosas no se encuentra en ellas, sino en la persona que en un determinado momento debe juzgar la relevancia de la misma para él o ella.

Ellos se referían a la utilidad y la escasez como algo subjetivo. Subjetivo significa en este caso la utilidad y la escasez que determinada cosa tiene para una determinada persona en una determinada circunstancia.

Ambas cualidades, la utilidad y la escasez en su carácter subjetivo, deben estar presentes para que un bien sea valorado.

Todo lo que nosotros valoramos es útil y es escaso. ¿Para quién y cuándo? Para nosotros y en este preciso instante.

Volviendo a nuestro ejemplo de más arriba, cuando estoy caminando en el desierto o navegando en altamar, el agua potable además de útil también se vuelve escasa, por lo tanto un litro de ella resulta muy valioso para mí en esas circunstancias.

¿Qué valor podría tener el autógrafo de una estrella de la NBA para una anciana que vive en un pueblito perdido en medio del Mato Grosso? Ninguno. El autógrafo indudablemente sería algo escaso para ella, pues no cuenta con otro, pero no sería útil, no le representaría nada. Distinto sería si se lo exhibimos a un niño de Nueva Jersey o Inglewood, para quien además de “escaso” ese autógrafo también será “útil”.

De igual manera, el mejor de los equipos de música carecería de valor para una persona que no puede oír, lo mismo que el más sofisticado de los televisores 4K para alguien que carezca del sentido de la vista.

Esto explica además como algo puede tener un alto precio en el mercado y carecer de valor para mí. Si yo no bebo, de que me sirve que me regalen una botella del mejor whisky y me aclaren que se pagaron por ella 500 dólares.

Y a la inversa, algo puede tener un valor subjetivo enorme para mí y en el mercado nadie estar dispuesto a dar un centavo por él. Un recuerdo de un ser querido, puede resultarme valiosísimo subjetivamente aunque se trate de una chuchería, pero si lo oferto en Mercado Libre es posible que nadie aparezca interesado en comprarlo.

Es de destacar que estos pensadores descubrieron la subjetividad del valor, no la inventaron. Las leyes económicas solamente pueden descubrirse observando la naturaleza humana.

Lamentablemente muchos, tal como los mercantilistas de los siglos 16 y 17, aún hoy consideran que esas leyes dependen exclusivamente de la voluntad de las mayorías o de la autoridad de quien circunstancialmente detenta el mando. Para ellos, las leyes económicas se inventan

Asimismo, aceptar la Teoría subjetiva del valor no implica sostener que dado que los valores son subjetivos, entonces todas nuestras opciones serán acertadas e infalibles y que nunca cometemos errores.

No significa tampoco que “todo es según el cristal con que se mire” y que la realidad esté determinada por nuestros gustos, caprichos y preferencias.

La Teoría subjetiva del valor tan solo explica de qué manera los seres humanos valoramos. Lo sensato y racional es tener presente que existe un valor por encima de todos los demás que es el de la vida humana. Así, siempre que valoremos algo tendríamos que tener en cuenta si ese algo ayuda a nuestra vida o si en cambio la amenaza, es decir si es bueno o malo para ella.

Tan trascendental ha sido el aporte austriaco a la dilucidación del problema del valor, que a modo de anécdota podemos señalar que para algunos su irrupción fue el motivo por el cual Marx decidió no publicar los dos últimos tomos de su obra El Capital, dado que veía derrumbada la falacia del trabajo como fuente de valor, base de toda su teoría, siendo finalmente su amigo Engels el encargado de hacer conocer esos escritos entre 1885 y 1894.

La utilidad marginal

Junto con la Teoría subjetiva del valor, el descubrimiento de la Ley de la utilidad marginal ha sido otro gran aporte a la ciencia económica que hiciera la Escuela Austriaca de Economía. Es por eso que a esta escuela también se la conoce como la Escuela Marginalista.

Se preguntará usted por qué diablos nos ponemos a analizar aquí la Ley de la utilidad marginal si lo que procuramos demostrar es qué causa la inflación. Le aseguro que no se trata de un capricho ni de algo fuera de contexto. Si realmente pretendemos llegar a comprender las causas de la inflación, su análisis es de gran relevancia.

Hasta aquí sabemos que el valor de los bienes es subjetivo y que depende de la utilidad y de la escasez pero desde un punto de vista individual, es decir, para una determinada persona en una determinada situación.

Una vez que valoramos un bien, por ser útil y escaso para nosotros en ese instante, ¿qué ocurre con esa valoración cuando de ese bien tenemos varias unidades disponibles? Aquí es donde aparece la cuestión de la utilidad marginal de ese bien.

Utilizaremos un ejemplo similar al que daba Carl Menger, pionero de la Escuela Austriaca. Imaginemos que un campesino para hacer frente a sus siempre infinitas necesidades, el único bien o recurso con que cuenta son cinco bolsas de trigo.

Esas bolsas de trigo son idénticas, exactamente iguales y brindan la misma satisfacción. Simplemente las enumeramos a fin de poder distinguirlas.

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Lo que hará el campesino es lo mismo que hacemos cada uno de nosotros a cada instante. Tenemos “x cantidad de billetes en nuestro bolsillo (medios) e infinitas necesidades (fines). Por lo tanto, debemos establecer un orden, una jerarquía, entre nuestras necesidades para determinar cuáles son las más urgentes e importantes, y asignarles esos “x” billetes de los que disponemos.

En esa lista imaginaria estableceremos de manera decreciente, según nuestras prioridades, cuál será nuestra primera necesidad (la más importante), la segunda, la tercera y así sucesivamente.

Este orden de prioridades es eminentemente subjetivo y personal y a la vez siempre dinámico.

Por ejemplo, podría ocurrir que al salir de su casa por la mañana alguien pensase en ir por la noche al cine, siendo esta su máxima prioridad en ese momento. Si en la mitad de la tarde esa persona cayese enferma, el orden de su lista de prioridades cambiaría de repente y el dinero destinado a la entrada ahora lo deberá utilizar para adquirir medicamentos. La importantísima necesidad de ver una película a las 9 am fue reemplazada a las 4 pm por la de curarse lo más pronto posible.

Constantemente en nuestra vida tenemos instantes en los cuales un acontecimiento inesperado cambia de un plumazo todas nuestras prioridades, haciendo que lo que hasta entonces era algo primordial se convierta en segundos en una nimiedad.

Volvamos a nuestro ejemplo. Supongamos que en el caso del campesino su primera necesidad, la más imperiosa, sea la de alimentarse. Por lo tanto, decide emplear a las Bolsas 1 y 2 para destinarlas a ese fin. Consideremos que su segunda necesidad es la de beber, y que entonces usará a la Bolsa 3 para la destilación de alguna bebida. Su tercera necesidad imaginemos que es la de distraerse, motivo por el cual destinará a la Bolsa 4 para alimentar a unos pajarracos que habitan la zona y lo mantienen entretenido durante buena parte del día. Finalmente, para él es importante contar con una reserva por si algo le ocurriese a las otras cuatro bolsas o para eventualmente intercambiarla por algún otro bien si el día de mañana llegase a cruzarse con alguien. Así es que a la Bolsa 5 la empleará con esa finalidad.

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Si el campesino tan solo contase con una bolsa de trigo, ¿a qué la destinaría?: A su alimentación, en virtud de que esa es su necesidad más importante.

Y si en lugar de cinco bolsas de trigo tuviese cuatro, ¿qué necesidad dejaría de satisfacer? La última obviamente. Si sus prioridades siguen siendo las mismas y de cinco bolsas le quedan cuatro, deberá privarse de tener una reserva “por las dudas”.

Esa necesidad era la última dentro de su escala valorativa, la que se encuentra “en el margen” y a la unidad destinada a satisfacerla (en el ejemplo la Bolsa 5) la denominamos unidad marginal.

Las cinco bolsas de trigo idénticas van a tener para el campesino un idéntico valor, pero ese valor análogo estará dado por lo que subjetivamente representa para él la satisfacción de su necesidad menos importante, más remota, más “marginal”, en su lista de prioridades. En el ejemplo, en función de lo que para él representa la Bolsa 5-con la cual satisface su necesidad menos importante-le asignará valor al lote completo de bolsas a su disposición.

No es que la Bolsa 3 valga menos que la 2 o que la 1 vale más que la 4. Recordemos que las mismas son exactamente iguales, que las que son distintas y en orden de importancia decreciente son las necesidades que con ellas satisface.

Y si el número de unidades se incrementase y el campesino pasase a tener a su disposición más de cinco bolsas de trigo ¿qué ocurre?

En ese caso, el valor para él de la unidad marginal será cada vez menor, dado que con esas nuevas unidades podrá comenzar a satisfacer necesidades cada vez menos importantes dentro de su escala de valores.

Así es que si en lugar de 5 bolsas tuviese 500, la necesidad que va satisfacer con la bolsa 500 es menos importante que aquella que atiende mediante el empleo de la bolsa 5.

De esta forma, la Ley de la utilidad marginal nos dirá que a medida que aumenta la cantidad de unidades de un mismo bien (al que valoramos subjetivamente según la dupla utilidad-escasez), el valor de la unidad marginal será cada vez menor. Y como el valor de cada una de las unidades es igual al valor de la unidad marginal, tenemos que si aumenta el número de unidades, el valor de cada unidad es menor.

Resumiendo, conforme la Ley de la utilidad marginal el valor de un bien es inversamente proporcional al número de unidades disponibles del mismo. En otras palabras, cuanto más tenemos de algo, menos vale para nosotros.

Téngase presente esta última definición. Si la entendemos correctamente, habremos dado un gran paso para empezar a entender el fenómeno de la inflación monetaria.

Gabriel Gasave es investigador para el  Center on Global Prosperity del The Independent Institute. Se graduó de Abogado en la Universidad de Buenos Aires, estudió Ciencias Políticas en Lock Haven State College en Pennsylvania, Y realizó una maestría en Economía y Administración en ESEADE. Ha sido secretario académico  de ESEADE.

Viviendas Colau

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 20/11/16 en: http://www.libremercado.com/2016-11-20/carlos-rodriguez-braun-viviendas-colau-80650/

 

La incoherente demagogia de Ada Colau y sus secuaces populistas a la hora de perseguir a los ciudadanos que alquilan sus viviendas ha sido subrayada hace unos meses con acierto por Juan Ramón Rallo en La Razón. Pero con posterioridad la alcaldesa de Barcelona ha añadido una perla más a su catálogo, al sostener que, como los propietarios de pisos eligen alquilárselos a los turistas, se reduce la oferta de viviendas en alquiler para los ciudadanos residentes o que aspiran a residir en la capital catalana, y por tanto aumentan los alquileres, lo que doña Ada quiere resolver controlando los precios a la fuerza. Cree que sus incursiones contra los propietarios se justifican porque las viviendas turísticas «vulneran los derechos básicos», porque hay personas que no pueden acceder a una vivienda.

Yendo de adelante hacia atrás, empecemos por este último punto, acaso el más patente y más absurdo: si yo soy propietario de una vivienda y elijo alquilársela a un turista, es incuestionable que no estoy violando ningún derecho de nadie, porque no hay ninguna relación entre ese acto y la posibilidad de que otra persona pueda alquilar una vivienda en Barcelona, o no. Habrá que recordarle a la alcaldesa que sus súbditos también tienen derecho a disponer de sus viviendas como juzguen conveniente… ¿o no?

El siguiente dislate de doña Ada es pretender resolver la escasez de viviendas en alquiler controlando su precio. No se trata sólo de que haya miles de años de análisis teórico y de experiencia práctica que prueban que el control de los precios de las cosas tiende a hacer desaparecer esas cosas. Desde Diocleciano hasta Nicolás Maduro, pasando por toda la historia del comunismo, la señora Colau podría entretenerse repasando episodios de escasez creada precisamente por la intervención de las autoridades en los precios.

Pero, incluso más, no es necesario que la alcaldesa repase la historia mundial: basta con que recuerde lo que sucedía en Cataluña y en el resto de España gracias al control de los alquileres. Porque lo mismo que quiere hacer ella, y por las mismas razones, lo hizo hace décadas la dictadura franquista. El resultado fue la reducción de la oferta de viviendas en alquiler, aparte de otras consecuencias nocivas, como la desatención en el mantenimiento de las viviendas cuyos alquileres, al estar controlados, caían por debajo del coste de dicho mantenimiento para los propietarios. Fue un desastre el control de los alquileres, y fue un desastre allí mismo, en su Barcelona, señora Colau.

Y, por fin, está la idea de que la reducción de la oferta encarece los alquileres. ¿Por qué cree la señora alcaldesa que es un hecho permanente y que exige su intervención, con las consecuencias negativas para el pueblo que acabo de reseñar? Es curioso que no piense que ello puede tener otro efecto, lógico y natural, que es, precisamente, atraer a más oferentes al mercado, aumentando así el parque de viviendas en alquiler para todos, siempre que las intrusiones de las Administraciones Públicas no lo impidan, dificulten o encarezcan artificialmente.

 

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

Los bienes económicos

Por Gabriel Boragina. Publicado el 19/3/16 en: http://www.accionhumana.com/2016/03/los-bienes-economicos.html

 

«No es tarea fácil imaginarse hoy que Menger haya sido el primer autor que basó la distinción entre bienes libres y bienes económicos en el concepto de la escasez. Como él mismo dice (Ver Capítulo II, nota 7), todos los autores alemanes que ya habían utilizado estos conceptos con anterioridad —y muy concretamente Harmann— intentaron explicar la diferencia por la presencia o ausencia de costes, en el sentido de esfuerzos, mientras que la literatura inglesa ni siquiera conocía esta expresión. Es un hecho muy característico que en la obra de Menger no figure ni una sola vez la sencilla palabra de “escasez”, aunque fundamentó todo su análisis en esta idea. “Cantidad insuficiente” o “relación económica de las cantidades” son las equivalencias más exactas y aproximadas —aunque ciertamente mucho más pesadas— utilizadas en sus escritos.»[1]

Antes de Menger, no era desconocida la expresión bienes económicos y libres, como dice la cita. Pero la diferencia se radicaba en lo que llamaríamos la «teoría del valor-costo» (o «costo-valor»), que a su vez se hacía afincar en la del «valor-trabajo» o también conocida como «teoría laboral del valor». Para aquellos autores, un «bien económico» merecía recibir dicho nombre siempre y cuando se hubiera demandado incurrir en costos para obtenerlo, caso contrario no correspondería dársele ese nombre, y -en su lugar- denominarlos como bienes no económicos, o más sencillamente, bienes libres. Es recién con Menger que esta apreciación cambia de enfoque, haciéndola recaer nuestro autor, ya no en el concepto de «costo» sino en el de escasez. Respecto a la observación de F. A. v. Hayek en cuanto a que Menger en su obra no emplearía «ni una sola vez» la palabra «escasez», hemos de hacer notar que, con toda seguridad, ha de estarse refiriendo al original alemán de tales escritos, habida cuenta que en la traducción española, en la que nos hemos basado para las consideraciones que seguirán, la palabra escasez aparece en un sinfín de lugares, probablemente –a estar a lo que F. A. v. Hayek ha advertido- por obra del traductor a este último idioma, y en busca de una mejor comprensión y síntesis de esas fórmulas «mucho más pesadas» empleadas por Menger. Pasemos ahora directamente al análisis de las elaboraciones que Menger ha hecho sobre el concepto de «bienes económicos».

«respecto de la relación cuantitativa de los bienes, los hombres pretenden con su actividad previsora, encaminada a la satisfacción de sus necesidades, los siguientes fines

  1. Hacer una elección entre las necesidades más importantes, que satisfacen con las cantidades de bienes de que disponen, y aquellas otras que tienen que resignarse a dejar insatisfechas.
  2. Alcanzar con una cantidad parcial dada dentro de la relación cuantitativa de bienes, y mediante un empleo racional, el mayor éxito posible, o bien, un éxito determinado con la menor cantidad posible. Dicho con otras palabras, utilizar las cantidades de bienes de consumo directo y sobre todo las cantidades de medios de producción de que disponen de una manera objetiva y racional, para satisfacer sus necesidades del mejor modo posible.

A la actividad humana encaminada a la consecución de los mencionados fines la denominamos, considerada en su conjunto, economía. A los bienes que se hallan en la relación cuantitativa antes descrita, y que constituyen su objeto exclusivo, los llamamos bienes económicos, en contraposición a aquellos otros de los que los hombres no tienen ninguna necesidad para su actividad económica y ello debido a razones que, como veremos más adelante, se explican de lleno en virtud de la relación cuantitativa tomada en su sentido más estricto, como acabamos de indicar a propósito de los bienes económicos.»[2]

Encontramos aquí una manera verdaderamente magistral con la cual Menger llega a su definición de economía. Lo hace en forma descriptiva, mediante una conclusión final que contiene la esencia del concepto. Como se observa, todas sus nociones giran en torno a lo que Menger llama «la relación cuantitativa de los bienes», es decir, y como F. A. v. Hayek apuntaba en su Introducción, la manera en que Menger aludía a lo que hoy expresaríamos bienes escasos. Esos son los «bienes de que disponen» los hombres. Esos bienes por sí mismos, carecen de significación alguna si no se los relaciona con «la satisfacción de sus necesidades», pero no es esta última característica la que define a un bien económico, porque los bienes libres también satisfacen necesidades humanas. Sólo la efectiva disposición en una determinada cuantía es la que determina el carácter económico o no económico de un bien. Llega pues a su definición de economía a través de dos pasos:

Por el primero, considera, teniendo en cuenta cierta cantidad de bienes disponibles, la selección de necesidades que hacen los hombres para determinar cuáles de ellas merecen ser satisfechas con prioridad a las subsiguientes. Por el segundo, y esta vez desde el ángulo cuantitativo o -en otros términos- dada la escasez de esos mismos bienes, fijar el objetivo a cumplir con estos, que puede estar entre la atención del mayor éxito posible, o bien un éxito dado (se sobreentiende inferior al mayor posible) con la menor cuantía también posible de esos bienes, englobando en este último punto tanto los bienes de consumo como los de producción. Es a la actividad encaminada a obtener estos propósitos a lo que Menger llama economía. Y es a los bienes escasos a los que llama bienes económicos, destacando que son estos el objeto exclusivo de la economía, diferenciándolos de los bienes libres a los que alude con la expresión «aquellos otros de los que los hombres no tienen ninguna necesidad para su actividad económica».

De alguna manera entonces, puede considerarse que, para Menger, los bienes económicos y todos los procesos que giran en torno de los mismos, ya sean con destino a su consumo o producción, constituyen el objeto central de la economía tal como él la interpreta.

[1] Carl Menger. Principios de economía política. Introducción de F. A. v. Hayek. Ediciones Orbis. Hyspamerica. pág. 7

[2] Menger Carl. Principios…ob. cit. pág. 67 tomo I

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Así funcionan los bazares (mercados). Comenzamos como Adam Smith, por la division del trabajo

Por Martín Krause. Publicado el 1/5/15 en:

 

Los alumnos de la materia Economía e Instituciones de OMMA-Madrid comienzan a leer el libro “El Foro y el Bazar”. En su primer capítulo se explica el funcionamiento de los “bazares”, esto es, de los mercados. Adam Smith, en su famoso libro La Riqueza de las Naciones, comienza a hacerlo destacando el fenómeno de la división del trabajo.

El primer capítulo de la obra Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, de Adam Smith, se titula “De la división del trabajo”. En él Smith explica los beneficios que de ello se obtienen y afirma que el origen de la riqueza se basa en ella. Ilustra su afirmación con un ejemplo muy sencillo, que nos ahorra la tarea de poner otro .

La división del trabajo aumenta la producción, que es, en definitiva, la riqueza ya que lo que realmente queremos es satisfacer ciertas necesidades, y los bienes y servicios son medios para alcanzar tales objetivos. Cuantos más medios se produzcan, más se reduce su escasez y se facilita la satisfacción de esas necesidades.

Smith dice que son tres las circunstancias que explican el aumento de la cantidad de productos obtenidos por el trabajo (hoy diríamos “la productividad del trabajo”):

  1. la mayor destreza de cada obrero en particular;
  2. el ahorro de tiempo que comúnmente se pierde al pasar de una tarea a otra;
  3. la invención de un gran número de máquinas, que facilitan y reducen el trabajo necesario.

Mises (2001, p. 189) cita otras tres circunstancias:

  1. La primera de ellas se refiere a las habilidades innatas que cada uno de nosotros tiene para realizar determinadas tareas: algunos son buenos para efectuar tareas que demandan una enorme destreza y otros, en cambio, lo son para realizar grandes esfuerzos.
  2. La segunda es que los recursos de la naturaleza se encuentran repartidos también en forma desigual sobre la superficie de nuestro planeta, por lo que algunos abundan en ciertas zonas y escasean en otras.
  3. La tercera se refiere a cierto tipo de tareas, cuya magnitud es tal que requieren el esfuerzo conjunto de más de una persona. Crusoe sabía bien de esto, pues había muchas tareas que no podía realizar cuando estaba solo.

Las diferencias de recursos y habilidades antes mencionadas llevan a la división del trabajo, y esta, a su vez, profundiza la especialización: a medida que una persona se dedica a una tarea, va aumentando su conocimiento sobre ella y descubriendo formas de realizarla de manera más eficiente.

La especialización originada en la división del trabajo permite el aumento de la productividad y, por lo tanto, libera a cada individuo de la pesada tarea de abastecerse en sus necesidades básicas, permitiéndole diversificar sus actividades hacia otras de su interés. El crecimiento de las actividades relacionadas con el ocio, tales como el “entretenimiento”, no es otra cosa que el resultado del incremento de la productividad, alcanzado gracias a la división del trabajo.

Crusoe aprende rápida y amargamente el alto costo de perder los beneficios de esta división. Un joven, de clase media londinense hasta ese momento, amanece en una isla inhabitada y se ha convertido en un pobre completo: tiene que comenzar a preocuparse por descubrir los satisfactores de sus necesidades más básicas —agua, comida, refugio— que podía satisfacer antes gracias, precisamente, a que otros se dedicaban a producir esos productos o servicios, y él podía intercambiarlos por lo que a su vez produjera.

El grado de división del trabajo lo va a determinar la extensión del mercado. La llegada de Viernes y la voluntad de cooperar entre ambos permitirá dividir las tareas que han de realizar, por lo que ahora podrán hacer más cosas y más diversas al mismo tiempo. Además, podrán aprovechar las habilidades específicas de cada uno. Si nos imaginamos la llegada de otras diez personas, podemos considerar las posibilidades adicionales que ahora se presentan para la extensión de la división del trabajo. Esta extensión del “mercado” no es otra cosa que el incremento de las actividades destinadas a producir con destino a los demás, a diferencia de las actividades destinadas simplemente a satisfacer las necesidades propias. Si los que ahora habitan esa isla establecen contacto y pueden realizar intercambios con los habitantes de otras islas o del continente, esas oportunidades se amplían aún más: pueden aprovecharse habilidades de otros para elaborar tejidos, forjar herramientas, etc. Lo que ahora llamamos “globalización” no es otra cosa que la extensión de la división del trabajo a nivel global.

Gracias a la división del trabajo podemos dedicarnos a muchas cosas, sin tener que ocuparnos de atender a las necesidades más elementales. Imaginemos por un momento que esto no fuera así; tendríamos que pensar en cosas que hoy ni se nos cruzan por la cabeza: ¿dónde conseguir agua?, ¿qué podremos comer esta noche?, ¿dónde habrá un refugio para dormir?.

La cooperación social es posible, porque es conveniente. Pero la sociedad no surge porque un día se hayan reunido los hombres y hayan decidido hacerla. Los hombres, persiguiendo sus objetivos personales, fueron creando un orden social, basado en la colaboración, en compartir sacrificios y esfuerzos, en la división del trabajo.

Esa colaboración no surge por sentimientos de simpatía, de amistad o de un innato sentido de la colaboración por parte de la especie. El hombre se ve impelido a abandonar las conductas salvajes y aisladas cuando llega a comprender que las acciones realizadas bajo la división del trabajo dan mejores frutos que el aislamiento. Si no hubieran advertido eso, los hombres habrían continuado como los peces, comiéndose unos a otros, viendo en el otro únicamente a un enemigo. Más que su causa, la simpatía y la amistad son el resultado de la cooperación.

El principio de la división del trabajo ha sido el motor de la cooperación social y convertido a los otros hombres de enemigos en potenciales colaboradores, pues es fácilmente demostrable que de la cooperación puede obtenerse un resultado muy superior al que se obtiene de las acciones aisladas. Pero de poco serviría esta división del trabajo si luego no intercambiáramos los resultados que cada uno obtiene de ella.

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

La caída del precio del petroleo, y sus consecuencias:

Por Guillermo Luis Covernton.  

 

La evolución de los precios del petróleo se ha convertido, en los últimos meses, en un tema que atrae la atención permanente de los medios de prensa. Es que, en promedio, el precio actual del crudo es levemente algo más de la mitad de lo que cotizaba hacen apenas meses.

Varias veces por semana encontramos artículos en los que se analizan sus causas y consecuencias y también, desde luego, las opiniones de expertos de todo tipo.

Lo interesante del caso es ver como las doctrinas económicas equivocadas, de los últimos 80 o 100 años, se han enraizado de tal modo en la opinión pública, que casi cualquier hipótesis puede ser dada por aceptable y casi cualquier interpretación puede generar dudas.

Estas reflexiones se me han presentado, a raíz de un reciente artículo de Moisés Naím, publicado en El País, de España: http://elpais.com/elpais/2015/01/02/opinion/1420219111_960203.html

En el mismo se hacen algunas reflexiones acertadas, otras son sencillamente opiniones y otras son hipótesis que, probablemente, con el paso de los meses, se revelarán como muy aventuradas y sin fundamento.

Se afirma, acertadamente;  que la crisis del petróleo de los años ´70 provocó cambios geopolíticos muy importantes, y que esta situación de precios actuales podría ser igualmente influyente.

Sin ánimo de polemizar con tan distinguido y reconocido analista, me atrevería a puntualizar que, como economistas profesionales tenemos la obligación de esclarecer a la opinión pública. Y de diferenciar lo diferente.

La primera diferenciación que creo pertinente destacar, es que la suba del precio del petróleo, durante los años ´70s se debió a una reducción programada de la producción, con motivos especulativos, programada por un “cartel” de exportadores. Los llamados “países de la OPEP” pretendieron hacer abuso de posición dominante en un mercado, actuando coordinadamente en detrimento de los consumidores. En cambio, la actual caída del precio del mismo commodity, parece deberse sencillamente a la maduración de una gran cantidad de proyectos de inversión, en general privados, y a la aplicación de nuevas tecnologías de producción, que abaratan los costos de explotación.

Parece haber un acuerdo importante en que las tecnologías que permiten explotar hidrocarburos alojados en rocas de esquisto, es decir, lo que se conoce como “shale gas” o también “shale oil”, ha logrado poner en producción grandes yacimientos que anteriormente, al no ser extraíbles, o solo a costos muy altos, hacían imposible su explotación económica. Y estaban preservados como reserva estratégica, para casos extremos, como pueden ser conflictos bélicos.

Hecha esta primera diferenciación, deberíamos luego analizar  si es correcto afirmar que algunos países saldrían beneficiados, (por ejemplo los grandes consumidores, que producen poco), y otros tantos saldrían perjudicados, (los grandes productores cuyo consumo es marginal, respecto a su volumen de producción, y por ende son grandes exportadores netos). O si, contrariamente, se puede afirmar que los beneficios serán para “todos”.

Hay una tentación muy grande en afirmar que pueda haber aquí una verdadera confabulación de ciertas naciones, (USA, Gran Bretaña, Holanda, Noruega), desarrolladas y de economías más maduras, en contra de otras tantas, (Venezuela, Irán, Rusia y los Países Árabes), para “dominarlas”…

Voy a tratar de analizar todo esto, al margen de las pasiones y con cierto grado de criterio científico, para tratar de sacar algunas conclusiones.

Si algunos salieran ganando y otros salieran perdiendo, podríamos decir que el fenómeno es neutral y va a ser valorado o condenado, de acuerdo a la posición particular de cada uno. Si esto trajera progreso y bienestar para todos, podríamos decir que es una conquista del progreso humano.

Por ello creo que es importante analizarlo desde la más elemental teoría económica, que en este caso, nos haría tomar conciencia de que el fenómeno es definitivamente beneficioso para “todo” el mundo. Y cuando digo “todo” el mundo me refiero para cualquier ciudadano del mundo que apele a la resolución de sus problemas desde la racionalidad económica y el respeto por sus semejantes. Es decir, “para todas las personas de buena voluntad”.

Volvamos  a las fuentes. Digamos, al dominio de “Economía 101″, es decir, los principios esenciales que se deben enseñar en el primer curso del primer año de una carrera de grado, en cualquier universidad.

Los bienes son aquellos entes materiales o incorpóreos que nos permiten satisfacer nuestras necesidades. Si disponemos de menos cantidad de las que precisamos, adquieren valor. Sino, son libres, es decir gratuitos, como el aire que respiramos, en la mayoría de los casos.

La posibilidad de disponer ahora de mayores cantidades de petróleo, que antes eran inaccesibles, a costos menores que sus precios de venta es el producto del avance tecnológico. Una forma de capital que se llama conocimiento científico o técnico nos pone entre manos algo que antes no existía. Eso es tan positivo como el aumento de los rendimientos de la agricultura, por el mejor dominio de prácticas agronómicas, o por la adecuación de cada especie o variedad a cada ecosistema.

Definitivamente, somos todos más ricos: Ahora sabemos hacer cosas que antes no conocíamos. Necesitaremos menos medios monetarios o enajenar menos cantidades de otros bienes, para conseguir la misma cantidad de energía que demandábamos antes.

¿No habrán ganadores y perdedores? La sana economía nos debe enseñar que el principal problema del ser humano es la asignación de los recursos. No la escasez de los recursos, como tantas veces, equivocadamente, han afirmado algunos que pasan por expertos.

Para un médico, el problema es mejorar la calidad y duración de la vida de sus pacientes. No la muerte. Porque sobre lo primero puede tomar decisiones conducentes. Sobre lo segundo, nada puede hacer. La muerte siempre estará presente. Nunca será eliminada ni vencida. Del mismo modo, para un aerodinamista, el problema no es la ley de la gravedad, que es imposible de neutralizar. Sino, como hacer para que vuelen las naves más pesadas que el aire.

Para el economista, la escasez no es el problema. En todo caso, un ingeniero que consiga obtener el mismo compuesto químico a partir de extraerlo de algún recurso sobre abundante y a bajo costo, hace mucho más por disminuir la escasez que un economista. Y si por alguna cuestión o descubrimiento, el petroleo se pudiera obtener, por hallazgos o por síntesis química, en cantidades mayores que las requeridas, podría pasar  a ser un “bien libre”, eventualmente, y conseguirse gratuitamente, como el agua potable en algunas regiones.

Para el economista, el problema es la asignación. Es como determinar cuanto, de ciertos insumos, debemos afectar a que tipo de producciones. Que dosis de capital conviene aplicar a cada sistema de producción. Que sistemas de producción alternativos elegir, entre los más capital intensivos y de más alta productividad, o los menos productivos, pero que afectan menos recursos a invertir, muchas veces escasos.

La caída del precio del petróleo, sin dudas generará que ciertas inversiones sean reasignadas. ¡Esa es la magia del capitalismo liberal! Que los empresarios ganan o pierdan en tanto y en cuanto aciertan en sus asignaciones de factores o se equivocan. No sabemos si el petróleo seguirá bajando o se estabilizará. Los proyectos de inversión seleccionados, para prosperidad o bancarrota de quienes los encaren a sus propios riesgos, serán los que lo determinen. Eso en un marco de economías de mercado, propiedad privada y cumplimiento de contratos. Que es el marco que impera en los países que han expandido sus producciones a partir de la implementación de estos sistemas avanzados de explotación de hidrocarburos, que antes no existían.

Como podemos ver, y si persistimos en tratar de determinar si los ganadores generarán perdedores o si todos ganaremos, es clave entender que la economía de mercado, con libre comercio y respeto por la propiedad y los contratos, no es un juego de suma cero. Se descubren sistemas y alternativas productivas. Que luego son adoptadas e imitadas, o en el peor de los casos, nos obligan a migrar a otras actividades, como empresarios que somos y a asignar de forma diferente nuestros recursos.

Es decir: Para todas aquellas personas que pretendan vivir en sistemas republicanos, con respeto por la propiedad privada y democracia, con respeto por el disenso, las minorías y los derechos individuales inherentes a la persona humana, estas son todas buenas noticias. A diferencia de lo que ocurría con la crisis del petróleo de los años ´70s.

Por supuesto: Si Ud. es un Yihadista de ISIS, que se financia robando el producto de los yacimientos desarrollados  y refinerías construídas con capitales ajenos, la baja del precio del petróleo va a ser una tragedia. Si Ud. es un dictador caribeño que se financia manejando como un títere a una dictadura de un país vecino, al que le ha impuesto su gobernante, para explotar sus ingentes reservas de petróleo en beneficio propio, mejor es que busque otro socio. Aunque ese socio haya sido su peor enemigo, mientras sea rico y próspero. Si Ud. es un dictador que al estilo de Saddam Husein, pretende invadir países vecinos y apoderarse de recursos naturales, está perdido.

El progreso tecnológico, el desarrollo de los sistemas avanzados de producción de alta tecnología, agrandan las brechas institucionales: Los países que tienen una gran riqueza institucional, acaparan inversiones y tecnología. Nadie invierte para que lo confisque un fundamentalista o un comunista. Pero, en cambio, los países cuya miseria y paupérrimo desarrollo institucional los hace inelegibles para la aplicación de estas tecnologías, tienen dos posibilidades: O cambian, o verán alejarse, cada vez más, a los capitales y tecnologías que les permitirían parecerse en el largo plazo y con trabajo, a los más prósperos y avanzados del mundo.

El progreso, la cultura, el avance tecnológico, y en resumen, los frutos del capitalismo obligan a dedicarnos a la paz, el trabajo esforzado y el estudio dedicado. Los tiranos, los demagogos, los impulsores del hipócrita estado de “bienestar”, que solo empobrece, los fundamentalistas y xenófobos, no tienen cabida en una sociedad que apoya sus cimientos en la colaboración social libre y voluntaria, con respeto por los contratos y por la propiedad privada de los medios de producción y de sus ganancias. Y de los sistemas de precios que generan los procesos de mercado.

En ese sentido, creo que la evolución del mercado del petróleo es una buena noticia para todas las personas de buena voluntad. Que por esa misma evolución, están siendo más ricas día a día. Aunque, en el camino, algunos tengan que redefinir sus planes de negocio, enhorabuena. Para mejorar la asignación de los siempre escasos bienes económicos.

 

Guillermo Luis Covernton es Dr. En Economía, (ESEADE). Magíster en Economía y Administración, (ESEADE). Es profesor de Macroeconomía, Microeconomía, Economía Política y de Finanzas Públicas en la Pontificia Universidad Católica Argentina, Santa María de los Buenos Aires, (UCA). Es director académico de la Fundación Bases. Preside la asociación de Ex alumnos de ESEADE.

Menger: bienes económicos y propiedad.

Por Gabriel Boragina. Publicado el 25/10/14 en: http://www.accionhumana.com/2014/10/menger-bienes-economicos-y-propiedad.html

 

«No es tarea fácil imaginarse hoy que Menger haya sido el primer autor que basó la distinción entre bienes libres y bienes económicos en el concepto de la escasez. Como él mismo dice (Ver Capítulo II, nota 7), todos los autores alemanes que ya habían utilizado estos conceptos con anterioridad —y muy concretamente Harmann— intentaron explicar la diferencia por la presencia o ausencia de costes, en el sentido de esfuerzos, mientras que la literatura inglesa ni siquiera conocía esta expresión. Es un hecho muy característico que en la obra de Menger no figure ni una sola vez la sencilla palabra de “escasez”, aunque fundamentó todo su análisis en esta idea. “Cantidad insuficiente” o “relación económica de las cantidades” son las equivalencias más exactas y aproximadas —aunque ciertamente mucho más pesadas— utilizadas en sus escritos.»[1]

Antes de Menger, no era desconocida la expresión bienes económicos y libres, como dice la cita. Pero la diferencia se radicaba en lo que llamaríamos la «teoría del valor-costo» (o «costo-valor»), que -a su vez- se hacía afincar en la del «valor-trabajo» o también conocida como «teoría laboral del valor». Para aquellos autores, un «bien económico» merecía recibir dicho nombre siempre y cuando se hubiera demandado incurrir en costos para obtenerlo, caso contrario no alcanzaría dársele ese nombre, y -en su lugar- denominarlos como bienes no económicos, o más sencillamente, bienes libres. Es recién con Menger que esta apreciación cambia de enfoque, haciéndola recaer nuestro autor, ya no en el concepto de «costo» sino en el de escasez. Respecto a la observación de F. A. v. Hayek en cuanto a que Menger en su obra no emplearía «ni una sola vez» la palabra «escasez», hemos de hacer notar que, con toda seguridad, ha de estarse refiriendo al original alemán de tales escritos, habida cuenta que en la traducción española, en la que nos hemos basado para las consideraciones que seguirán, la palabra escasez aparece en un sinfín de lugares, probablemente –a estar a lo que F. A. v. Hayek ha advertido- por obra del traductor a este último idioma, y en busca de una mejor comprensión y síntesis de esas fórmulas «mucho más pesadas» empleadas por Menger. Pasemos ahora directamente al análisis de las elaboraciones que Menger ha hecho sobre el concepto de «bienes económicos».

«respecto de la relación cuantitativa de los bienes, los hombres pretenden con su actividad previsora, encaminada a la satisfacción de sus necesidades, los siguientes fines

  1. Hacer una elección entre las necesidades más importantes, que satisfacen con las cantidades de bienes de que disponen, y aquellas otras que tienen que resignarse a dejar insatisfechas.
  2. Alcanzar con una cantidad parcial dada dentro de la relación cuantitativa de bienes, y mediante un empleo racional, el mayor éxito posible, o bien, un éxito determinado con la menor cantidad posible. Dicho con otras palabras, utilizar las cantidades de bienes de consumo directo y sobre todo las cantidades de medios de producción de que disponen de una manera objetiva y racional, para satisfacer sus necesidades del mejor modo posible.

A la actividad humana encaminada a la consecución de los mencionados fines la denominamos, considerada en su conjunto, economía. A los bienes que se hallan en la relación cuantitativa antes descrita, y que constituyen su objeto exclusivo, los llamamos bienes económicos, en contraposición a aquellos otros de los que los hombres no tienen ninguna necesidad para su actividad económica y ello debido a razones que, como veremos más adelante, se explican de lleno en virtud de la relación cuantitativa tomada en su sentido más estricto, como acabamos de indicar a propósito de los bienes económicos.»[2]

Encontramos aquí una manera verdaderamente magistral con la cual Menger llega a su definición de economía. Lo hace en forma descriptiva, mediante una conclusión final que contiene la esencia del concepto. Como se observa, todas sus nociones giran en torno a lo que Menger llama «la relación cuantitativa de los bienes», es decir, y como F. A. v. Hayek apuntaba en su Introducción, la manera en que Menger aludía a lo que hoy expresaríamos bienes escasos. Esos son los «bienes de que disponen» los hombres. Esos bienes por sí mismos, carecen de significación alguna si no se los relaciona con «la satisfacción de sus necesidades», pero no es esta última característica la que define a un bien económico, porque los bienes libres también satisfacen necesidades humanas. Sólo la efectiva disposición en una determinada cuantía es la que determina el carácter económico o no económico de un bien. Llega pues a su definición de economía a través de dos pasos:

Por el primero, considera, teniendo en cuenta cierta cantidad de bienes disponibles, la selección de necesidades que hacen los hombres para determinar cuáles de ellas merecen ser satisfechas con prioridad a las subsiguientes. Por el segundo, y esta vez desde el ángulo cuantitativo o -en otros términos- dada la escasez de esos mismos bienes, fijar el objetivo a cumplir con estos, que puede estar entre la atención del mayor éxito posible, o bien un éxito dado (se sobreentiende inferior al mayor posible) con la menor cuantía también posible de esos bienes, englobando en este último punto tanto los bienes de consumo como los de producción. Es a la actividad encaminada a obtener estos propósitos a lo que Menger llama economía. Y es a los bienes escasos a los que llama bienes económicos, destacando que son estos el objeto exclusivo de la economía, diferenciándolos de los bienes libres a los que alude con la expresión «aquellos otros de los que los hombres no tienen ninguna necesidad para su actividad económica». Seguidamente, traza la indisoluble relación entre economía y propiedad:

«Así pues, la economía humana y la propiedad tienen un mismo y común origen económico, ya que ambos se fundamentan, en definitiva, en el hecho de que la cantidad disponible de algunos bienes es inferior a la necesidad humana. Por consiguiente, la propiedad, al igual que la economía humana, no es una invención caprichosa, sino más bien la única solución práctica posible del problema con que nos enfrenta la naturaleza misma de las cosas, es decir, la antes mencionada defectuosa relación entre necesidad y masa de bienes disponibles en el ámbito de los bienes económicos.»[3]

[1] Carl Menger. Principios de economía política. Introducción de F. A. v. Hayek. Ediciones Orbis. Hyspamerica. Tomo I. pág. 7

[2] Menger Carl. Principios…ob. cit.  pág. 67 tomo I

[3] Menger Carl. Principios…ob. cit.  pág. 69

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Marx, el valor-trabajo y la plusvalía. La respuesta de Böhm-Bawerk

Por Martín Krause. Publicado el 5/5/14 en: http://bazar.ufm.edu/marx-el-valor-trabajo-y-la-plusvalia-la-respuesta-de-bohm-bawerk/

 

Luego de leer a distintos economistas clásicos, algunos alumnos plantean preguntas respecto a la teoría del valor. Y en cierta forma les llama la atención que se cuestione a dicha teoría. Ya veremos en más detalle la llamada “revolución marginalista” que dio definitivamente por tierra con esa teoría, señalando que el valor es subjetivo y determinado por su utilidad y escasez.

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El tema no es menor porque la teoría del “valor-trabajo” es la piedra fundamental sobre la que Marx edifica su modelo y su propuesta socialista.

Mientras tanto, los alumnos leyeron a Böhm-Bawerk, una parte de su libro Capital e Interés en la que critica distintas teorías del valor trabajo y en especial a Marx. Aquí van algunos de sus contundentes argumentos:

“Si el valor de uso (utilidad) de los bienes no es considerada, dice Marx, queda en ellos solamente una propiedad común, ser producto del trabajo. ¿Es esto verdad? ¿Hay solo una propiedad? En bienes que tienen valor de cambio, por ejemplo, ¿no está también la propiedad de ser escasos en relación a su demanda? ¿O de que son objeto de demanda y oferta? ¿O que son “apropiados”? ¿O que son productos de la naturaleza? Porque que son productos de la naturaleza tanto como del trabajo nadie lo dice tan claro como el mismo Marx, cuando dice: “los bienes son combinaciones de dos elementos, materias naturales y trabajo”, o cuando incidentalmente cita la expresión de Petty sobre la riqueza material: “el trabajo es el padre y la tierra es la madre”.

Entonces, me pregunto, ¿no podría ser que el valor residiera en cualquiera de esas propiedades comunes, como también la de ser producto del trabajo?.”

“¿Es la tierra producto del trabajo? ¿O una mina de oro? ¿O una veta natural de carbón? Y, sin embargo, como cualquiera sabe, tienen a menudo valor de cambio. ¿Pero cómo puede ser que un elemento que no entra para nada en cierta clase de bienes que poseen valor de cambio sea presentado como el principio común universal de ese valor?

“Que un día de trabajo de un escultor puede ser considerado equivalente a cinco días del trabajo de un minero en muchos respectos –por ejemplo, en su valoración monetaria-   no hay duda. Pero que doce horas de trabajo de un escultor son sesenta horas de trabajo común, nadie lo puede sostener. Y en cuestiones de teoría –por ejemplo, en la cuestión del principio del valor- no es cuestión de qué ficciones ideamos, sino de cómo son las cosas.”

“Compartiendo la errónea idea de Rodbertus de que el valor de las cosas proviene del trabajo, cae luego en casi todos los errores que he atribuido a Rodbertus. Encerrado en su teoría, Marx fracasa en considerar la idea de que el Tiempo también tiene influencia en el valor. En una ocasión dice expresamente que en cuanto al valor de un bien es lo mismo si parte del trabajo se realiza antes en el tiempo o no. En consecuencia, no observa que existe toda la diferencia del mundo si el trabajo recibe el valor final del producto al final del proceso de producción, o lo recibe un par de meses o de años antes, y repite el error de Rodbertus diciendo, en nombre de la justicia, el valor de un bien ahora es el mismo que tendrá luego.”

“La teoría de Marx es tan impotente como la de Rodbertus para dar una respuesta aproximadamente satisfactoria a una parte importante del fenómeno del interés. ¿A qué hora del día laboral comienza el trabajador a crear la plusvalía que se obtiene en el vino, digamos entre el quinto y décimo año de estar en el barril de roble? O es, hablando en serio, nada más que un robo –nada más que la explotación de trabajo no pagado- cuando el trabajador siembra una bellota en la tierra y no se le pagan las 20 libras que valdrá el roble cuando un día, sin más trabajo humano, haya crecido hasta ser un árbol?»

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

Origen de la economia moderna:

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 20/2/14 en: http://www.libertadyprogresonline.org/2014/02/20/origen-de-la-economia-moderna/

Es común sostener que los fundamentos medulares de la ciencia económica parieron con Adam Smith, lo cual constituye un error y una injusticia para con los precursores de un aspecto crucial de esta rama del conocimiento.

El eje central y el punto de partida de la economía estriban en la teoría subjetiva del valor. Como es sabido, este tema fue objeto de múltiples trifulcas. El tema consistía en poder explicar porque distintas personas atribuyen distinto valor al mismo bien o servicio e incluso porqué la misma persona en distintas circunstancias otorga valor distinto a la misma cosa.

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Primero se propuso la teoría de la reciprocidad en los cambios por la que se sostenía que en toda transacción justa lo que se entrega y lo que se recibe deben ser equivalentes, lo cual se daba de bruces con el hecho de que los arreglos contractuales libres significan una ganancia para ambas partes precisamente porque los juicios de valor de lo entregado y lo recibido son dispares.

Luego se expuso la teoría del valor basada en el trabajo hasta que se demostró que las cosas no valen por el hecho de haber sido trabajadas sino que se destina trabajo debido al valor de la cosa. Más adelante esta tesis se extendió a la sumatoria de los costos (sean históricos o de reposición) pero fue refutada en base al mismo razonamiento.

También se esgrimió la teoría de la escasez la que fue rechazada al comprobar que hay cosas inservibles que son muy escasas y no por ello se le asignaba valor. Por último, se adelantó la teoría de la utilidad que condujo a una antinomia de valores al descubrir que el pan es de una mayor utilidad que el diamante y sin embargo a éste se le atribuye mayor valor.

Estos debates consumieron siglos hasta que en 1870 Carl Menger dio en la tecla con la formulación de la teoría de la utilidad marginal o teoría subjetiva del valor que combina utilidad y escasez simultáneamente y que considera la escasez no como algo meramente cuantitativo sino en estrecha relación con la otra parte del binomio, es decir, que significado tiene determinada escasez para determinada persona en determinadas circunstancias.

Pues bien, esta teoría que fue desarrollada hasta sus últimas consecuencia por Menger (también iniciada por Jevons y Walras aunque estos dos autores desviaron sus estudios a otros territorios que en definitiva se apartaron de la teoría subjetiva) pero fue originalmente expuesta por varios de los integrantes de la Escolástica Tardía en el siglo XVI o Primera Escuela de Salamanca (la Segunda fue la que formó a muchos de los integrantes de las Cortes de Cádiz de 1812), principalmente por sacerdotes dominicos y jesuitas como Diego de Cobarrubias, Luis de Molina, Juan de Mariana, Luis de Saravia de la Calle, Tomás de Mercado, Francisco de Victoria, Domingo de Soto, Martín de Azpilcueta, Juan de Medina y Francisco Suárez. Es en verdad notable la precisión de los textos consignados por estos autores, no solo en la materia que comentamos sino en política monetaria y fiscal así como también en lo que se refiera a marcos institucionales consubstanciados con los principios de la sociedad abierta.

Para adentrarse en estos escritos, además de los originales, es de gran interés consultar, por ejemplo, a Majorie Grise-Hutchinson The School of Salamanca (Oxford, The Clarendon Press, 1952) y a Murray N. Rothbard Economic Thought Before Adam Smith (London, Edward Elgar Publishing, 1995, Vol. I). Por su parte, Friedrich Hayek escribe que “integrantes de la Escolástica Tardía desarrollaron los fundamentos de la génesis y el funcionamiento de las instituciones sociales espontáneas. Fue a través de preguntarse como funcionan las cosas si ningún acto deliberado de legislación interfiriera, así es que exitosamente se trataron los problemas sociales y específicamente emergió la teoría económica”.

Debe tenerse en cuenta que el mérito de los integrantes de la Escolástica Tardía es grande en vista del clima imperante debido a la impronta de los Papas más influyentes del mismo siglo XVI: León X que acentuó grandemente las ventas de indulgencias, Pablo III que convirtió los aposentos papales en un burdel (lo apodaron “el Papa faldero”) y el antisemita y entusiasta de la Inquisición Pablo IV con todos los atropellos brutales que significaban esas acciones inaceptables (dos de los pedidos de perdones de Juan Pablo II aluden precisamente al tratamiento horrendo contra los judíos por parte de la Iglesia y a sus tropelías criminales en la larga tradición de la Inquisición). También debe tenerse en cuenta que con todas las muy fértiles y notables contribuciones de Adam Smith, en el tema que tratamos de la teoría subjetiva del valor, retrocedió al insistir en la del trabajo, lo cual, en parte, dio pie a la tesis central marxista cuyo derivado es la plusvalía.

Ya hemos comentado antes que la conjetura sobre la honestidad intelectual de Marx pone de manifiesto que no reivindicó su tesis de la plusvalía y la consiguiente explotación una vez aparecida la teoría subjetiva del valor expuesta por el antes mencionado Carl Menger en 1870 que echaba por tierra con la teoría del valor-trabajo marxista. Por ello es que después de publicado el primer tomo de El capital en 1867 no publicó más sobre el tema, a pesar de que tenía redactados los otros dos tomos de esa obra tal como nos informa Engels en la introducción al segundo tomo veinte años después de la muerte de Marx y treinta después de la aparición del primer tomo. A pesar de contar con 49 años de edad cuando publicó el primer tomo y a pesar de ser un escritor muy prolífico se abstuvo de publicar sobre el tema central de su tesis de la explotación y solo publicó dos trabajos adicionales: sobre el programa Gotha y el folleto sobre la comuna de Paris.

La teoría subjetivista de más está decir en nada se contrapone a que las propiedades y atributos de las cosas son independientemente de la opinión que se tenga sobre ellas. El asunto se refiere a otro plano de análisis. El análisis económico parte de la base del estado mental subjetivo de las personas frente a su relación con sus semejantes y con los bienes presentes y futuros. En este contexto, carece de significado la referencia a bienes y servicios escindidos de la apreciación subjetiva de cada cual. Este marco de referencia resulta esencial para la comprensión de la formación de precios, los cuales no miden el valor sino que expresan estructuras valorativas que operan en direcciones opuestas entre compradores y vendedores.

No hay en este análisis factores “dados”,  son siempre la consecuencia de valorizaciones subjetivas y cambiantes. La visión contraria puede ilustrarse con el llamado modelo de competencia perfecta en la que uno de los supuestos es el de conocimiento perfecto de los factores relevantes, lo cual elimina el arbitraje, el rol del empresario y la misma competencia (al tiempo que en ese supuesto no habría necesidad de mantener saldos en caja para imprevistos, situación que convertiría en innecesario el dinero por lo que la economía se desplomaría junto a la contabilidad y la evaluación de proyectos). El mismo uso de agregados y la pretensión de nexos causales entre ellos obscurece el papel de las preferencias individuales y la función de la moneda en sociedad. Los propios partidarios del igualitarismo no se percatan de que, en rigor, esa meta es un imposible epistemológico ya que la subjetividad no permite asignar partidas iguales ni es posible las comparaciones intersubjetivas puesto que la importancia relativa de las respectivas apreciaciones son de carácter ordinal y no cardinal, al tiempo que la guillotina horizontal no permite que se reflejen los precios de mercado.

El subjetivismo hace posible entender el fenómeno del conocimiento como algo fraccionado y disperso entre personas que tienen diferentes apreciaciones respecto de su área de competencia (a veces, “conocimiento tácito” no articulable como señaló Michel Polanyi), a contracorriente de los que sostienen que es posible dirigir vidas y haciendas de terceros desde el vértice del poder.

Finalmente, el subjetivismo conduce al individualismo metodológico y a vislumbrar con mayor claridad la diferencia entre las ciencias naturales y las sociales. El positivismo asegura que nada es cierto en la ciencia si no es verificable, pero, por un lado, como nos enseña Morris Cohen, esa misma proposición no es verificable y, por otro, como explica Karl Popper, nada en la ciencia es verificable, solo hay corroboraciones provisorias sujetas a refutaciones. Por más que se repita un experimento no hay necesidad lógica que vuelva a repetirse el resultado (en eso consiste el problema de la inducción que en la vida diaria es suplido provisoriamente por lo que se conoce como Verstehen).

Asimismo, en ciencias sociales no hay experimentos de laboratorio, la experiencia es “desde adentro” a diferencia de las ciencias naturales que los datos vienen “desde afuera”. En ciencias naturales no hay propósito deliberado, hay reacción, en cambio, en las sociales, hay acción lo cual implica elección. En ciencias naturales los datos están disponibles ex ante del experimento, en cambio en ciencias sociales los datos no están disponibles antes del acto en cuestión. Por esto es que en el contexto subjetivista el método de las ciencias  sociales es empírico-deductivo, mientras que en las naturales es hipotético-deductivo. Estas reflexiones telegráficas pretenden subrayar la importancia de la subjetividad en el sentido apuntado, por lo que le rinden homenaje a los sacerdotes de la Primera Escuela de Salamanca quienes iniciaron con gran solvencia y calado un paso decisivo en el largo camino del estudio de la economía.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. En Administración. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.

Sea feliz, ¡es una orden!

Por Alejandro A. Tagliavini. Publicado el 30/10/13 en: http://www.elnuevoherald.com/2013/10/30/1603272/alejandro-a-tagliavini-sea-feliz.html

Se supone, a partir del cristianismo y los clásicos griegos, que los seres humanos somos iguales y todos de valor infinito… aunque que ni tan iguales ni tan infinitos… en fin, ¡si solo fuéramos coherentes! Algunos de los que rezan todos los días, luego apoyan guerras o conflictos, militares o civiles, que necesariamente implican la muerte… ¿no era que cada persona tiene un valor infinito porque es una criatura de Dios? ¿Cómo es que, si su valor no se acaba nunca puede, de repente, terminarse al punto de suprimirlo?

Sin llegar al homicidio, ¿no somos todos iguales, todos de valor infinito? Parece que no: unos flacos, altos; otros gordos, petisos; unos inteligentes y hasta genios; otros brutos; unos ingenieros, médicos y otros ni saben leer, así parece que unos valen más o están más “preparados”. Entonces, como no son todos iguales y no todas las vidas tienen valor infinito, cabe que los “mejores” se impongan.

A ver, una cosa es que una persona decida que no sabe reparar autos y pague el servicio de un mecánico y otra, muy distinta, es que le impongan impuestos para sostener un estado de cosas que no quiere, aunque esto lo determine la mayoría, aunque así lo estipulen las “leyes” surgidas de una supuesta “constitución” que también le impusieron. ¿Quiénes? La “mayoría democrática”, que no sería igual a cada persona sino mejor, por ello, tiene derecho a ser violenta, a imponerse vía el Estado (el monopolio de la violencia).

Viene al caso el concepto de eficiencia. ¿Qué es? Los encuestadores y los investigadores del mercado lo saben: es lo que satisface al cliente. Es decir, es el cliente, las personas, el que define la eficiencia. No es caprichoso, surge de que el orden de la naturaleza prevé que el crecimiento personal es un hecho intrínseco –como todo: nadie le dice a un árbol cómo tiene que desarrollarse– y que, por tanto, cada persona tiene la obligación de decidir su devenir. Por eso, dicen los griegos clásicos, la violencia destruye porque es un hecho extrínseco al desarrollo natural.

Así, créalo o no esta sociedad incoherente, la mayor eficiencia en el desarrollo personal y social se da cuando cada persona, igual al resto y de infinito valor, decide su rumbo. Por el contrario, toda imposición coactiva es ineficiente, y las personas intentan evadirla. Ahora, cuantos más recursos (económicos) tiene una persona, mayor capacidad para derivar las cargas fiscales hacia abajo, por ejemplo, un empresario paga impuestos subiendo precios, bajando salarios, etc.

Venezuela es un caso tragicómico. Ni alimentos quedan. En septiembre el índice de escasez llegó al 21.2% según el Banco Central, cuando lo normal sería 5%. Por eso el gobierno importará 400,000 toneladas hasta fin de año. Maduro ha decidido que la felicidad debe decretarse y ha creado el Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo para supervisar los programas sociales, las “Misiones”.

O sea que hará asistencialismo con el dinero de los más pobres (que son quienes terminan pagando las cargas fiscales) pero luego de dejar buena parte en la corrupción y la burocracia. Para que no queden dudas de que “ser feliz” es una orden, Maduro profundiza la militarización. Pretende que las “milicias bolivarianas” tengan un millón de miembros en 2019 a la vez que robustece las fuerzas armadas y amenaza y violenta a sus adversarios.

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Es Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.

 

RIQUEZA: ¿PRODUCIR O DISTRIBUIR?

Por Gabriel J. Zanotti.

Punto 6 del cap. I del libro: » Antropología cristiana y economía
de mercado», de Gabriel J. Zanotti (Unión Editorial, Madrid, 2011). ISBN: 978-84-7209-544-1
6. La escasez
A pesar de ser un supuesto básico de la economía, como actividad y como
ciencia, es habitualmente olvidada por una supuesta obviedad que de obvia tiene muy poco.
Desde muchos textos de economía se dice que un bien es escaso cuando su
cantidad es menor que las necesidades que hay de él. Ello no está mal, puedo puede dar la imagen de que los bienes están “dados”, e introduce un problema en torno a la naturaleza de las necesidades humanas.
Para aclarar estas cuestiones, vamos a recurrir a un texto de Santo Tomás. No acostumbramos utilizar a Santo Tomás para cuestiones de economía, pero en este caso, dados los objetivos del trabajo la universalidad del concepto que vamos a utilizar, lo haremos. El contexto es la sociabilidad natural del ser humano dentro del debate sobre las leyes y el libre albedrío, contra el determinismo astrológico1. El texto es el siguiente: “…El hombre es por naturaleza un animal político o social; cosa que ciertamente se pone de manifiesto en que un sólo hombre no se bastaría a sí mismo,
si viviese solo, en razón de que la naturaleza en muy pocas cosas ha provisto al hombre suficientemente, dándole una razón por la cual pueda procurarse las cosas necesarias para la vida, como ser el alimento, el vestido y otras semejantes, para obrar todas las cuales no basta un solo hombre; por lo cual ha sido naturalmente dispuesto que el hombre viva en sociedad”.
Analicemos lo siguiente: “…la naturaleza”…….. ¿A qué naturaleza se refiere Santo Tomás, que “…en muy pocas cosas ha provisto al hombre suficientemente”? Es de suponer que a la naturaleza física creada por Dios, y sabemos, como ya hemos dicho, que uno de los grandes “novedosos recuerdos” del aristotelismo cristiano de San Alberto Santo Tomás es considerar a esa naturaleza como totalmente buena al estar creada tal por Dios. Por ende, si esa naturaleza en relación a lo humano es escasa, no se puede decir que esa naturaleza como tal es un mal y por ende la escasez, así considerada, no es un mal: es una condición natural de la humanidad, en estado de naturaleza pura y por supuesto también de la redimida.
Pero no olvidemos que el texto dice “…la naturaleza en muy cosas ha provisto al hombre…”. Esto es, esa naturaleza es escasa en relación al ser humano, a su naturaleza inter-subjetiva, donde sus necesidades son pasadas por la cultura, dada esa naturaleza intelectual, libre, corporal e inter-subjetiva. Hasta sus necesidades más ligadas a sus potencias vegetativas y sensibles, como el alimento y etc., son pasadas, en todas las culturas, por ritos, roles y procesos simbólicos que implican una serie de
“bienes” que NO están dados (escasez) por esa naturaleza a la cual Santo Tomás se refiere. Desde el arco, la flecha, las vestimentas del sacerdote, hasta llegar a las computadoras y los transbordadores especiales, nada de ello está “dado” como los frutos de los árboles, porque derivan precisamente del carácter cultural e intersubjetivo en los cuales la naturaleza humana se manifiesta de manera plural
(analógicamente, no equívocamente). El ser humano, precisamente por ser tal, necesita bienes que no están dados por la naturaleza física, sino que son productos de su mundo de la vida, inter-subjetivos (Husserl), sanamente subjetivos en ese sentido (subjetivos, esto es del sub-yectum, de las personas).
Esa es la diferencia con el animal, que sufre la escasez pero la minimiza con la lucha entre las especies, donde cada una trata de ingerir a la otra y ese es su alimento, y en ese sentido sus necesidades son satisfechas por su medio ambiente fragmento2 y su dotación instintiva al respecto. El ser humano en cambio tiene mundo, mundo de la vida, cultura y de allí viene la posibilidad de la economía: minimizar la escasez por medio de la división del trabajo e instituciones tales como libre contrato,
precios y propiedad.
En ese sentido el ser humano no tiene necesidades reales y artificiales, sino
que todas son culturales en el sentido de mundo de la vida, y en ese sentido intersubjetivas y subjetivas. Ahora podemos entender mejor que los bienes sean escasos en relación a su demanda, que es demanda subjetiva porque es lo que las personas demandan en su mundo de la vida. Desde luego, algunas de esas demandas pueden estar marcadas por el mal moral, y en ese sentido ser “artificiales”. Lo bueno no es tal por ser apetecido, sino que es apetecido porque es bueno, pero a veces se apetece algo malo sub rationi boni, y lo que cuenta para el tema de la escasez es que lo
apetecido no está dado, sino que debe ser (“debe” como necesidad de medio) producido.
Esto nos introduce en el tema de la escasez antes y después del pecado
original. Podemos conjeturar (sabemos muy poco sobre ello) que de igual modo que los dones preternaturales, antes del pecado original, nos protegían de cuestiones a las cuales hubiéramos estado expuestos en estado de naturaleza pura3, de igual modo estábamos protegidos de la escasez; no, nuevamente, porque la escasez fuera mala en sí misma, sino porque el estado de gracia deiforme nos ponía en un estado de privilegio ontológico sobrenatural con respecto a las demás creaturas. Había,
efectivamente, trabajo, fuimos puestos en el paraíso “…para que lo labrase y cuidase”4 pero parecía más bien un trabajo lúdico5. Conocemos en cambio lo que es el trabajo “con sudor”, después del pecado original, sudor que representa el esfuerzo que la naturaleza humana cultural debe hacer para transformar la naturaleza física en bienes adecuados a esa naturaleza cultural. Por lo tanto, volviendo a una expresión que analizamos anteriormente, al “ser arrojados al mundo”, como expulsión del paraíso
originario, fuimos arrojados, por un lado “al mundo de nuestro pecado”, pero, como también ya dijimos, “al mundo como mundo creado con características de las cuales estábamos antes protegidos”. Y es ahí donde nos enfrentamos con la radical escasez de esa naturaleza creada respecto a nuestra naturaleza personal, co-personal y por ende cultural. Desde luego, la redención de Cristo borra la culpa del pecado pero no sus consecuencias en cuanto a la pérdida de los dones preternaturales, y por ende en estado de naturaleza elevada, redimida, también seguimos en situación de escasez.
Si, por supuesto que los bienes han sido creados por Dios con un destino universal6. Ello significa que la creación de Dios es para todos los seres humanos y no para un grupo en particular, pero no significa que los bienes en relación a lo humano están dados como los frutos de los árboles. Ni tampoco significa, por ende, que el destino universal de los bienes, después del pecado original, borre la escasez ni, tampoco, la dispersión del conocimiento humano, ya por naturaleza, ya por defecto, como ya
hemos visto. Allí surge una pregunta de “economía teológica”: ¿cómo podemos hacer para garantizar el destino universal de los bienes en esa situación de escasez de  ienes y conocimiento? La pregunta es de economía porque la respuesta pasa por 3Santo Tomás parece sugerir que en el Paraíso estábamos protegidos de lo que hoy llamamos orden ecológico, que es bueno en sí mismo; ver Summa Theologiae, op.cit., Q. 96, a. 1 ad 2.
cómo se minimiza la escasez, y la respuesta no forma parte de la revelación y por ende esa respuesta (que nosotros trataremos de dar SIN contradecirnos con la revelación) es opinable y no forma parte del depósito de la Fe. Pero es en parte teológica porque parte de un dato de la revelación: el destino universal de los bienes, la expulsión del paraíso y el sudor del trabajo.
En realidad, la razón por la cual es difícil, para el cristiano, concebir la escasez, es que una de las razones por las cuales podemos suponer que la escasez no nos molestaba en estado de naturaleza deiforme, en el paraíso originario, es la permanente sobre-abundancia de la Gracia de Dios. Si hay algo que NO es escaso, es
la Gracia. Precisamente, es gratis, surge de la misericordia infinita de Dios. No tenemos derecho a ella, es un don sobrenatural. El cristiano vive en la gratuidad del
don de Dios, y mucho más antes del pecado original, donde nuestra amistad originaria con Dios no había sido aún cortada por el pecado. Pero después del pecado original, esa gracia (ya cristiforme) sigue siendo gracia, y por ende infinita y super-abundante.
De allí las figuras de la gracia en el antiguo testamento (el maná del cielo7) y las manifestaciones “físicas” del poder infinito de la gracia de Dios en el nuevo testamento, como la conversión del agua en vino, la multiplicación de los peces, los panes, etc.; los relatos son impresionantes en cuanto a lo que aún sobraba después
de realizado el milagro8. Claro, son milagros no permanentes que anuncian el milagro permanente de la gracia de la redención de Dios, que queda en los siete sacramentos que son fuente inagotable de la gracia, que se manifiesta también en el Espíritu Santo
que se da en Pentecostés9.
Esto es aquello por lo cual, me parece, el mundo de la escasez y la economía (como decíamos en el prólogo) le es a veces extraño al cristiano, como algo que “choca demasiado” con la paradójica “economía del don” que se manifiesta en el cristianismo y en la Iglesia. Pero, precisamente por ello, el cristiano tiene que vivir como propio el tema del trabajo y el esfuerzo de hacer fructificar sus dones 10
precisamente después del pecado original, y vivir cristianamente una ética de la escasez, que es uno de los objetivos de este trabajo.
¿Es por ende mala la escasez? Ya hemos visto que no, es una condición
natural de la humanidad (bajo supuesto de naturaleza pura), de la cual estábamos 7Biblia de Jerusalén, op.cit., Ex. 16.

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protegidos antes del pecado original y con la cual tenemos que enfrentarnos una vez arrojados del paraíso. No es por ende fruto de todos los demás pecados y vicios que surgen después del pecado original, entre ellos, fundamentalmente, la codicia, la avaricia, el egoísmo, etc. Claro, después del pecado, esos vicios agravan la situación de escasez, pero no la causan. Demos una analogía y un ejemplo.
La analogía es el matrimonio. Antes del pecado original, la armonía entre lo racional y lo sensible era total pues estábamos protegidos por el don de inmunidad de concupiscencia, y por ende la pareja originaria vivía en plena armonía sexual la entrega mutua de su santo matrimonio. Después del pecado original, ello estuvo plagado de problemas, pero no por lo sexual en sí mismo, sino por el pecado que separa a lo sexual del don matrimonial. Sin embargo durante muchos siglos la praxis de los cristianos condenó a la sexualidad humana como algo casi perverso, y se
dieron deformaciones donde el matrimonio era incluso pecado (los cátaros, por ejemplo) o si no lo era se lo relegaba a un lugar inferior de la condición cristiana donde los que no habían sido “llamados” descargaban su animalidad. No citamos a nada ni a nadie porque estamos hablando de una praxis, no de una teoría o doctrina. Sin embargo en el s. XX la doctrina y la pastoral de lo sexual cambia sanamente: el
matrimonio es también una vocación donde la santidad puede realizarse plenamente11, y a pesar de sus múltiples dificultades, a ningún cristiano se le ocurre mirar con sospecha a la familia, a la Iglesia doméstica, marcada precisamente por el carácter sexuado de la persona.
De igual modo con la escasez y las manifestaciones que surgen de ella: el
intercambio, el mercado, los precios, etc. Las analogías son en parte igual, en parte diversas. La parte igual es que es natural al ser humano que los bienes sean escasos, de lo cual estábamos protegidos antes del pecado original, así como es natural el carácter sexuado de la persona humana, de cuyos de-fectos estábamos protegidos antes del pecado original. Y así como después del pecado lo sexuado se enfrenta con las consecuencias del pecado, también la escasez. La parte no igual es que antes del pecado la sexualidad de la pareja originaria se practicaba no igualmente que después, sino mejor, y otra diferencia es que el matrimonio es elevado por Cristo a sacramento y su ética forma parte de la revelación y la teología moral, mientras que la economía es buena pero no es sacramento y obviamente sus teorías no forman parte de la revelación (a este tema volveremos después). La pregunta que cabe hacernos es si los cristianos actuales no estamos ante la economía igual que los cristianos de siglos
anteriores respecto del matrimonio.
El ejemplo es el siguiente. Supongamos que San Francisco y Fr. Martín de Porres estuvieran caminando por el desierto del Sahara y se quedan absolutamente sin agua. Supongamos a su vez que Dios no hace ningún milagro y no los provee ni de maná del cielo ni convierte las piedras en pan y agua. Como son santos, morirían santamente. Su santidad los
protegería del pecado, pero no de la escasez. No se pelearían por la última gota de agua que les quedara, sino que tratarían de dársela el uno al otro. Y alabarían la voluntad de Dios. Pero morirían. La escasez seguiría estando. Sin codicia, sin egoísmo, allí está, o, mejor dicho, allí no hay aquello que es necesario para la vida natural.
Pero si el ejemplo fuera con cualquier de nosotros, que lejos estamos de esa
santidad, las cosas no se darían igual. Tal vez terminaríamos peleándonos mucho, pero ello no sería fruto de la escasez, sino de nuestro pecado.
Pero no es necesario ejemplificar con el desierto del Sahara. Si estamos en
una conferencia a las 18 hs, confortablemente alimentados y cómodos, estamos relativamente bien hasta eso de las 20, 21 o como mucho 22, y ¡qué buenos que parecemos todos! Pero supongamos que por una situación de emergencia, nos tenemos que quedar en el edificio y, para seguir con el guión de nuestra película imaginaria, toda provisión de agua y alimentos se interrumpe. Y supongamos que ello dura varios días. Al final del día 3, o 4, ¿cómo nos estaríamos tratando todos?
¿Seríamos un dechado de cordialidad y amabilidad? ¿O no aparecerían nuestras mejores y peores cosas?
Pero, como ya hemos visto, el ejemplo no implica, por ende, que si todos
fuéramos muy buenos la escasez, y por ende la economía, sería innecesaria. Lo que el ejemplo pone de manifiesto es que para salir de la escasez necesitamos incentivos normales para gente normal, que estimule a los NO santos a trabajar, ahorrar, intercambiar e invertir. A todo lo cual debemos volver más adelante. ¿Por qué? Porque si este capítulo ha servido para algo, es para ver con más simpatía los procesos
necesarios (con necesidad de medio) para la minimización de la escasez. Esto es, porque hay escasez, hay división del trabajo, intercambio, alguna forma de propiedad, mercado, precios, ahorro e inversión. Nada de ello es el resultado de la codicia, el egoísmo y la avaricia, sino de la escasez. Que todo ello puede estar ensombrecido de 7
todo ello, es obvio, como obvio es que el matrimonio puede ser ensombrecido y destruido por el egoísmo, sin que ello quite algo a la intrínseca bondad del matrimonio.
Con todo esto, volvemos a decir, seguiremos más adelante. Baste por ahora
con haber reenfocado el tema de la escasez desde una antropología cristiana.
Debemos pasar ahora a uno de los ejes centrales de la teología y de la economía: la racionalidad.

1Santo Tomás de Aquino, Suma Contra Gentiles, op.cit, Libro III, cap. 85.
2Ver al respecto Coreth, Emerich, ¿Qué es el hombre?, trad. C. Gancho, Barcelona: Herder,
1978.
4Biblia de Jerusalén, Gn., 2, 15.
5Summa Theologiae, op.cit., idem, ad 3.
6Pontificio Consejo Justicia y Paz, Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, Buenos Aires:
Conferencia Episcopal Argentina, 2005: Nº 171.
8Op.cit., Mt. 14, 20.
9Op.cit, Hch. 2.
10Ver al respecto Sirico, Robert, The Entrepreneurial Vocation, Grand Rapids: The Acton
Institute, 2000.

11Vaticano II, Gaudium et spes, op.cit., 1981: Nº 47-52. 6

Gabriel J. Zanotti es Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA).  Es profesor full time de la Universidad Austral y en ESEADE es Es Profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE.