La política y sus traidores

Por Sergio Sinay: Publicado el 3/9/18 en: http://sergiosinay.blogspot.com/2018/09/la-politica-y-sus-traidores-por-sergio.html

 

 

Un general avanza peligrosamente mientras el gobierno empantana al país con sus dislates y furcios económicos y la oposición peronista (toda) protege a la jefa espiritual de los corruptos. El que avanza es el general descontento. Sus tropas incluyen el enojo, el malestar, la decepción y la desesperanza. Varios estudios y encuestas conocidos en los últimos días indican que la imagen de gobernantes, funcionarios, opositores, virtuales candidatos y demás ejemplares de la fauna política no cesa de caer. En algunos casos más, en otros menos pero, como el peso, cotizan a la baja. Diecisiete años después de 2001, el descontento de hoy no aparenta ser explosivo como el de entonces. Por una parte, la realidad demostró cómo “que se vayan todos” se traduce en que todos se quedan, envueltos en sus trajes de amianto y confiados en la dureza de sus caras. Se quedan, transmutan (muchos ni eso) y reinciden. Según una de esas encuestas (Grupo de Opinión Pública) un 45% de los consultados busca en vano una alternativa fuera de las caras conocidas. Según otra (Opinaia), un 70% cree que todos los políticos son corruptos y no confía en la política. “Allí donde los hombres conviven en un sentido histórico-civilizatorio, hay y ha habido siempre política”, afirma la ineludible Hannah Arendt (1906-1975), en La promesa de la política (Paidós). Desconfiar de la política sería, entonces, como abdicar de la posibilidad humana de convivir. Desde el momento en que la diversidad es característica esencial de la especie, naturalmente habrá siempre ideas, opiniones, prioridades, intereses, creencias y cosmovisiones distintas. La supervivencia dependerá de la posibilidad de articularlas. Eso es la política. Su misión y su fin “es asegurar la vida en el sentido más amplio”, dice Arendt. “Es ella quien permite al individuo perseguir en paz y tranquilidad sus fines”. No puede haber libertad sin política y viceversa, señala la pensadora. La política es un ámbito que permite dar durabilidad a los asuntos humanos, continúa. Esto significa un ámbito que permita la trascendencia, ir más allá de lo inmediato, andar en dirección de una visión. La promesa de la política es la de aprender a vivir juntos en lo diverso, de organizar comunidades esenciales a partir del caos absoluto de las diferencias, Arendt dixit. Todo ámbito compartido (la pareja, la familia, un consorcio, el trabajo, un barrio, todo tipo de organización, independientemente de su fin) es un ámbito político en el que se toman decisiones políticas. Desentenderse de la política o no creer en ella es como autoexiliarse de lo humano o no creer en su posibilidad. Por esto es muy grave la traición a la promesa de la política. La corrupción es una traición imperdonable. La manipulación de los instrumentos políticos en función de intereses personales, corporativos o sectoriales también lo es. El sometimiento de la política a la economía (al totalitarismo de mercado) es una traición de alto grado. Del mismo modo que el desprecio por la política o el asumir funciones de gobierno (incluso las más altas) siendo políticamente ignorante y, más aún, exhibiendo esa ignorancia como un mérito. El general descontento avanza con sus tropas sobre el terreno previamente depredado por quienes traicionan y vienen traicionando a la política, desvirtuando su promesa, usando su nombre en vano. O peor, valiéndose de su nombre para empeorar y envilecer la vida de la comunidad. Quienes traicionan a la política no tienen pudor en usar palabras como “pueblo”, “felicidad”, “patria”, “gente”, “futuro”, “verdad”. Para ellos estas palabras son solo cebos, carnadas. Hay quienes pican porque, como dice Arendt, “sufrimos menos cuando quedamos atrapados en los movimientos totalitarios o en los ajustes de la psicología moderna”. O cuando compramos promesas de brotes verdes que nunca florecen. Pero, advertía la filósofa, con la facultad de sufrir se pierde también la virtud de resistir. Y perdida esa virtud, todo el campo es de los traidores a la política.

 

Sergio Sinay es periodista y escritor, columnista de los diarios La Nación y Perfil. Se ha enfocado en temas relacionados con los vínculos humanos y con la ética y la moral. Entre sus libros se cuentan “La falta de respeto”, “¿Para qué trabajamos?”, “El apagón moral”, “La sociedad de los hijos huérfanos”, “En busca de la libertad” y “La masculinidad tóxica”. Es docente de cursos de extensión en ESEADE.

 

El terrible horror de la renta financiera

Por Martín Krause. Publicado el 1/9/17 en: https://www.cronista.com/columnistas/El-terrible-horror-de-la-renta-financiera-20170901-0012.html

 

El terrible horror de la renta financiera

En el mercado de las ideas, algunos debates están resueltos antes de que comiencen a presentarse los argumentos, tan sólo con la definición de las palabras que se van a utilizar. Esto ya es bien conocido, y el próximo caso que tenemos a la vista tiene que ver con la próxima reforma impositiva.

Algunos comentarios señalan que la misma incluirá algún impuesto a la renta financiera. Planteada de esa forma se asegura la aprobación de todo el arco populista y de la izquierda, ya que…¿puede haber algo peor que la renta financiera? Incluso parece peor que el mismo populismo.

La palabra financiera parece desatar en los votantes imágenes de banqueros gordos, fumando habanos, responsables del corralito y el corralón, veraneando en Miami con nuestro dinero. La palabra renta sugiere una ganancia para la cual no se ha hecho nada. Una combinación letal.

Y no ya entre los políticos, incluso en el área de la economía que estudia la política, conocida como Public Choice, se usa la palabra renta para indicar ganancias empresarias que son el resultado del contubernio con los políticos y funcionarios y no de la competencia en el mercado. Se lo llama rent seeking.

Los políticos saben esto muy bien (no Public Choice, por supuesto). Ponerle ese nombre es garantizarle buena parte de su éxito, con un seguro apoyo popular. Pero a poco que la gente se dé cuenta de lo que estamos hablando, tal vez comience a cambiar de opinión. Muy diferente sería su visión si se hablara de un impuesto al ahorro.

Ya que, aparentemente, el nuevo impuesto gravaría a los plazos fijos y la tenencia de bonos en manos de particulares. Ahora bien, de la misma forma en que la gente odia la renta financiera, tiene en alta valoración al ahorro. Sabe muy bien que, pese a todas las canciones de sirena respecto al consumo, ya sea que vengan de propagandas o de políticas económicas que buscan impulsar la demanda, su futuro, y el de sus hijos, está en el trabajo, la producción y el ahorro. Hace duros esfuerzos para conseguir una vivienda y busca tener un colchón para esas situaciones a las que el país nos tiene acostumbrados. Todo el mundo sabe que no se progresa dándole a la tarjeta de crédito por sobre lo que podemos pagar, solamente los gobiernos creen que esa es una buena idea.

La gente cree que un impuesto a la renta financiera no recae sobre ellos sino sobre las ganancias de los grandes grupos financieros; pero los bancos y entidades financieras tienen que pagar ganancias como cualquiera, así que su renta ya está gravada. Todo el mundo va a salir a festejar pero será el equivalente de festejar un gol pegándose con un martillo en la mano.

Además, el castigo al ahorro es un castigo a la inversión, por lo que incluso aquellos que no ahorran se verán perjudicados porque la única forma de que los salarios crezcan en términos reales es a través de la mayor inversión de capital que necesita del ahorro, interno o externo, para realizarse. Si la izquierda entendiera algo de economía, y quisiera beneficiar a los pobres, debería promover la acumulación de capital, como lo hacían forzadamente los gobiernos comunistas. Claro, que, el que entendiera eso, no sería de izquierda.

Y el resto de la propuesta de reforma impositiva no parece estar mal. Si bien no reduce impuestos, al menos busca ordenarlos, eliminando serias distorsiones y los más aberrantes como ingresos brutos.

Sería mucho más preocupante que el gobierno realizara la propuesta de gravar el ahorro por convicción. Mucho más elegante es plantear que se trata de la moneda de cambio, o la carnada para que el populismo muerda el anzuelo y se trague el resto. Pero muchas veces ya nos hemos quedado sin el pan y sin la torta.

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados. (Ciima-Eseade). Es profesor de Historia del Pensamiento Económico en UBA.

Gasto público: enemigo del crecimiento económico

Por Iván Carrino. Publicado el 1/6/17 en: http://www.libertadyprogresonline.org/2017/06/01/gasto-publico-enemigo-del-crecimiento-economico/#.WTAbyCGSXX4.facebook

 

Suele argumentarse que el mayor gasto del estado estimula la demanda y, con ella, el crecimiento de la economía. Esta teoría se choca con la realidad.

Imaginemos que tenemos un primo lejano. Nuestro primo vive a 5 mil kilómetros de distancia, pero se da la particularidad que se apropia del 50% de nuestros ingresos y es el encargado de realizar el 50% del gasto de nuestro hogar.

Viviendo tan lejos, y con poco interés en que nuestra calidad de vida mejore, los resultados esperables de tal esquema son fáciles de predecir. El hogar tendrá problemas de mantenimiento y nosotros estaremos bastante desmotivados para producir, sabiendo que hay que mantener a este primo bobo que vive de nosotros.

Algo similar ocurre con el estado.

El gobierno toma dinero del sector privado y gasta buscando supuestamente generar bienes públicos. Desde el punto de vista keynesiano, este sistema es beneficioso para la economía, puesto que el gasto estimula la demanda y eso genera crecimiento económico por la vía del famoso “multiplicador”.

Sin embargo, la realidad es más parecida a la de nuestro primo. El gasto del gobierno es de mala calidad y, dado que hay que pagarlo con mayor carga tributaria, desincentiva el ahorro, el trabajo y la inversión.

Un caso paradigmático es el de la economía argentina. Entre 2004 y 2015, el gasto consolidado de nación, provincias y municipios pasó de 26,6% del PBI a 47,1%. Durante los últimos 4 años, donde el promedio del gasto fue de 44,1% del PBI, la economía no solo no creció, sino que cayó en términos per cápita. Es decir, nos empobrecimos como sociedad.

Pero el caso argentino no es una anomalía de la economía global. Un reciente análisis divulgado por la consultora Oikos Buenos Aires a través de su cuenta de Twitter, muestra que existe una relación inversa entre el tamaño del gasto del estado y el crecimiento económico.

Con datos del FMI y a partir de una muestra de 168 países para los últimos 16 años, llegaron a la conclusión de que a mayor gasto estatal, menor es la tasa de crecimiento de la economía. Limpiando el análisis y dejando solo a los países ricos, la relación es similar.

Más gasto es menos crecimiento.

Problemas de incentivos

La relación negativa entre gasto público y crecimiento tiene varias explicaciones. La primera es que el gobierno, enfrenta un problema de incentivos. Como explicaba de manera sencilla Milton Friedman, existen cuatro formas de gastar. O se gasta el dinero propio en uno mismo; o se gasta el dinero propio en un tercero; o se gasta el dinero de un tercero en uno mismo; o se gasta el dinero de un tercero en un tercero.

Para Friedman, la forma más eficiente de gastar es la primera. Ahí, uno se preocupa por el costo de lo que compra, y también por la calidad. La última forma, en cambio, es la menos eficiente. El comprador no cuida los recursos, porque no son propios, y además no mira mucho la calidad de lo que compra. El resultado es una compra cara y de mala calidad.

Cuando el gobierno gasta, emplea una combinación de las formas 3 y 4, generando ineficiencia en la economía. Gasta dinero ajeno (de los impuestos) en bienes ajenos (subsidios, por ejemplo); o usa dinero ajeno para beneficio propio, como campañas electorales o asignando obras públicas a grupos conectados con el poder que nada tienen que ver con la maximización del bienestar social.

Otro tema relacionado son los incentivos que el propio gasto genera. De acuerdo a una reciente publicación del Institute of Economic Affairs de Londres:

“El gasto de consumo del gobierno tiende a disminuir el crecimiento. El gasto en programas sociales mal diseñados puede ser especialmente dañino, ya que reduce los incentivos al trabajo.”

El gobierno no tiene los incentivos correctos para gastar de manera de maximizar el crecimiento económico. Además, su gasto distorsiona los incentivos de la sociedad, reduciéndolo.

Problemas de información

Un segundo punto a considerar es la diferencia de información con la que se maneja el sector privado y el sector público.

En el sector privado prevalece el sistema de precios, lo que ayuda a los empresarios a asignar de manera eficiente los recursos. Si un precio es demasiado alto, esto refleja que los consumidores están necesitando mayor cantidad de ese bien, lo que estimula a los empresarios a incrementar la producción. En este esquema, se produce lo que genera beneficio económico, y ese beneficio es el reflejo de la mejor satisfacción de las necesidades de los consumidores.

El sector público no produce con criterio de beneficio económico. De hecho, si en cualquier emprendimiento público se pierde dinero, eso está justificado porque el gobierno persigue “objetivos sociales”. Esto puede estar bien de acuerdo a criterios de solidaridad o igualdad, pero refleja ineficiencia económica y, por tanto, reduce el crecimiento.

Por ejemplo, debido a que el gobierno no se guía por el sistema de precios, es probable que termine construyendo un puente que no dirija a ninguna parte y que se haga con materiales demasiado onerosos. En ese caso, es claro que dichos recursos podrían haber sido mejor utilizados por el sector privado.

Por el problema de información al que se enfrenta el gobierno, su gasto es menos eficiente y asigna peor los recursos de la sociedad. La consecuencia es un menor crecimiento de la economía.

Más gasto es más impuestos

La última cuestión a considerar es que un mayor gasto público significa, a corto o largo plazo, mayor carga tributaria. El gobierno no gasta nada sin antes tomar dinero de la sociedad en la forma de impuestos. Si incurre en déficit y se endeuda por ello, entonces en algún momento deberá cobrar más impuestos para pagar esa deuda.

Así, los impuestos son la contrapartida del gasto y su efecto sobre los incentivos para ahorrar, trabajar y crear empresas es destructivo. Los impuestos son una mochila pesada para todos los creadores de riqueza de la sociedad, e incrementarlos subiendo el gasto público es la receta perfecta para que la economía se estanque.

En conclusión, el gasto público es el enemigo del crecimiento económico. Y tanto argumentos teóricos como empíricos sostienen esta afirmación. Para que la economía se reactive, el gobierno debería considerar seriamente reducir el gasto.

De lo contrario, seguiremos festejando los pequeños brotes verdes, sin jamás ver ningún bosque.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano.