Por Emilio Cárdenas. Publicado el 18/3/15 en: http://www.lanacion.com.ar/1777085-unasur-sale-al-rescate-de-nicolas-maduro
El tratado constitutivo de Unasur se suscribió el 23 de mayo de 2008. No obstante, entró en vigor dos años después. En noviembre de 2010. Sus objetivos incluyen «construir un espacio de integración y unión» entre sus Estados Miembros y «fortalecer la democracia». Unasur tiene -además- una larga lista de objetivos «específicos», donde se encuentra prácticamente todo lo imaginable, incluyendo algo bastante poco conocido: «la consolidación de una identidad suramericana, a fin de alcanzar una ciudadanía (común) suramericana».
De esto último quizás no se han enterado los dirigentes uruguayos del «Sindicato Único de la Construcción» que acaban de obligar a una veintena de trabajadores bolivianos que trabajaban en el montaje de la planta fotovoltaica de «La Jacinta», en Salto, a abandonar sus tareas, al grito de «mándense a mudar, no queremos extranjeros».
Unasur es un organismo regional sobreabundante supernumerario. Algo así como «la quinta rueda del carro». Pero ha copado la escena. Y desplazado a los demás. Especialmente a la OEA . Entre las razones políticas e ideológicas para su creación – en la que trabajaron incansablemente Hugo Chávez y Néstor Kirchner – aparecen el deseo de excluir completamente del diálogo regional a los EE.UU., Canadá y México y el propósito inicial de unificar la política exterior de la región, detrás del ideario bolivariano.
Prueba de esto último han sido tanto la torcida intervención de Unasur en la crisis de Pando, en Bolivia, protegiendo a Evo Morales con un informe lleno de falsedades que ha sido objeto de críticas devastadoras. Porque, por ejemplo, algunos de los muertos que allí se denunciaban aparecieron luego con vida. Como también la ilegal suspensión de Paraguay de Unasur, para permitir -con ella- el ingreso de la Venezuela de Hugo Chávez, que Paraguay -conforme era su derecho- vetaba.
En rigor, Unasur es un mecanismo de «protección recíproca» entre los gobiernos de sus Estados Miembros. Por esto ha sido recientemente calificado de «sociedad de socorros mutuos» y de «seguro de permanencia en el poder». Esto es, de mero instrumento político que hasta ahora, más allá de la retórica, poco y nada ha tenido que ver con una auténtica defensa de la democracia, de los derechos humanos y de las libertades civiles y políticas de los pueblos de sus Estados Miembros.
Su actuación en la crisis de Venezuela es simplemente más de lo mismo. En lugar de condenar a Nicolás Maduro por haber desfigurado totalmente la democracia de su país hasta hacerla irreconocible; reprimir las protestas callejeras con dureza inaceptable, generando un tendal de muertes y lesiones, incluyendo las de jóvenes estudiantes; detener y encarcelar a los líderes de la oposición, en violación abierta al debido proceso legal; desterrar las libertades de prensa y de opinión; posibilitar la extendida presencia del narcotráfico y la corrupción, que parecen haberse apoderado de Venezuela; y permitir la injerencia profunda de Cuba en sus asuntos internos, Unasur ha salido en su defensa, aprovechando un claro error estratégico en la política exterior de Barack Obama que, sin sentido alguno de oportunidad, ha definido a Venezuela como una «amenaza para la seguridad» de su país. Para así poder sancionar, no a Venezuela, sino a un grupo de generales y altos funcionarios que paradójicamente tienen sus dineros en jurisdicción de los Estados Unidos.
No obstante, el insolente Nicolás Maduro ha empezado a tener algunos problemas en la región. La que hasta ahora le rendía unánime pleitesía. Ocurre que acaba de tener un serio incidente con las nuevas autoridades de Uruguay, luego de que -con la falta de modales que lo caracteriza- tildara de «cobarde» al vicepresidente oriental Raúl Sendic, cuando éste señalara que «no hay elementos que demuestren que hay injerencia de los EEUU en Venezuela». Frente a lo cual, el gobierno de Uruguay convocó enseguida al embajador venezolano en Montevideo para expresarle que consideraba que los duros dichos de Maduro eran «inamistosos». Con toda razón.
Ante esto, el ex presidente «Pepe» Mujica cargó -cual Quijote- corriendo en apoyo de su correligionario Nicolás Maduro, sin advertir que, como dice Claudio Paolillo, «tiene que ponerse el traje de ex presidente». Y salir del centro de un escenario que ya no es suyo. Y sin advertir que el nuevo Canciller oriental, Rodolfo Nin Novoa, habla de un «cambio de rumbo» en la política exterior de su país, que presumiblemente dejará de ser apenas un «furgón de cola» de Venezuela. Porque esto es lo que se deduce de la afirmación de Nin Novoa, cuando dijo que no caerá «en afirmar sólo vínculos con países con gobiernos que tengan afinidad ideológica».
Mujica, escuchó asimismo -de boca del nuevo Canciller de su país- que «no se debe caer en la tentación de privilegiar la política sobre el derecho», en alusión directa a aquella lamentable frase del ex presidente cuando intentara justificar la ilegal suspensión de Paraguay del Mercosur , sosteniendo insólitamente que «lo político está por sobre lo jurídico». Frase que -ante el tradicional apego oriental al derecho- podría calificarse como la más desacertada -y menos uruguaya- jamás pronunciada por algún Jefe de Estado constitucional oriental.
Sumergido en el caótico pantano que el mismo ha creado, Nicolás Maduro, como suele suceder, se «victimiza» y busca «chivos emisarios» que disimulen sus errores y falta de capacidad para gobernar. Apela a las emociones. Para disimular. Para no hablar del gigantesco descalabro que hoy es su país -que sigue en viaje sin escalas hacia Cuba- respecto del cual no puede eludir su responsabilidad. Aprovechando las circunstancias, Maduro se ha hecho de más poder. Puede ahora, como Chávez, gobernar por decreto. Arbitrariamente y con total absolutismo. Sin límites, ni fronteras. Como supone «le corresponde».
Invocando presuntas conspiraciones y peligros externos, Maduro pidió a la sumisa Unasur una rápida expresión de endoso y solidaridad. De modo algo humillante, porque esto es lo que transmiten sus palabras, cuando dijo: «Gracias a Dios tenemos una Unasur que nos protege, nos acompaña». Palabras propias de quien se siente «dueño» de Unasur.
Es cierto, porque Unasur le permite no hacer los recuentos de votos comprometidos; encarcelar a estudiantes y opositores; violar impunemente las libertades civiles y políticas de sus conciudadanos; criminalizar la disidencia; y desvencijar al máximo la Constitución e instituciones de su país.
Unasur acaba de evitar, una vez más, salir claramente a defender la democracia, como si esto no fuera su responsabilidad. En su reunión extraordinaria, celebrada en Quito, definió a las sanciones norteamericanas como «amenaza injerencista», solicitando su derogación. Pero sin condenarlas expresamente, como insistentemente pretendía Maduro.
Pese a que esas sanciones -que son «personalizadas»- no se han tomado contra Venezuela, sino contra algunos militares y altos funcionarios de ese país que -acusados de violar los derechos humanos y de actos graves de corrupción- llevaron libremente, por alguna extraña razón, sus dineros a los Estados Unidos. Sometiéndose -y sometiéndolos- a la jurisdicción norteamericana. Voluntariamente. El tema está, entonces, lejos de conformar una violación norteamericana del derecho internacional, contra Venezuela. Los dineros embargados están bajo la ley norteamericana.
De paso, los Cancilleres suramericanos hicieron una velada (casi cínica) mención a la defensa regional de los derechos humanos, de modo de no provocar con ella disgusto alguno a Nicolás Maduro y poder sostener, al mismo tiempo, que realmente existe en la organización alguna preocupación por ese tema. Pero lo cierto es que el pueblo venezolano no ha sido defendido. Sólo el régimen de Nicolás Maduro.
Por esto, cuando se acerca ya la «Cumbre» regional de Panamá, el diálogo de la región con los Estados Unidos que, después de la «normalización» de sus relaciones con Cuba se suponía iba a ser fluido, creativo y positivo, volverá presumiblemente a ser duro, y hasta eventualmente ríspido.
La oportunidad genuina que existía para que Unasur, saliendo de su larga siesta, defendiera la democracia y las libertades civiles y políticas de los venezolanos se ha desaprovechado. En parte, por el mayúsculo error atribuible a la administración de Barack Obama, que sirve de excusa y biombo para Nicolás Maduro. Pero también -en gran medida- por la «solidaridad» mal entendida que Unasur, como siempre, ha mostrado respecto de un régimen que -como el de Nicolás Maduro- ha demolido la democracia venezolana y que ahora pisotea -impunemente- las libertades civiles y políticas de su pueblo. Todo ante el largo silencio cómplice de Unasur, que desgraciadamente se mantiene.
Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California. Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.