Por Carlos Alberto Salguero. Publicado el 10/12/15 en: http://esblog.panampost.com/editor/2015/12/10/funcionarios-universitarios-etica-o-ideologia/
El comportamiento del kirchnerismo hacia las universidades ha sido como el del resto de las estructuras sociales: Dar recursos esperando el retorno en forma de apoyo
Durante el siglo posterior a la aparición de Una Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones, de Adam Smith, el progreso económico se aceleró hasta niveles nunca antes vistos en la historia de la humanidad.
El desarrollo tecnológico, la economía, la vida de las personas e incluso la política del mundo occidental produjeron cambios profundos y permanentes en términos de calidad. Los estándares de vida se situaron en umbrales mucho más altos: la educación se extendió a toda la sociedad y se incrementó en grande la expectativa de vida.
En la actualidad, se sabe que es el lucro −a nivel social− lo que actúa como elemento orientador y produce efectos de acuerdo con lo que es económicamente más rentable. Sin embargo, con cierta lentitud y en forma gradual fue advirtiéndose que el proceso de mercado permitió disponer del conocimiento personal para alcanzar sus propios objetivos. Solo así se hizo posible incrementar de manera sostenida mejores condiciones para todos los ciudadanos.
No era de esperar, entonces, que los cambios que acompañaron tan extraordinario crecimiento económico suscitaran profundas críticas y áspera oposición por parte de algunos sectores. Dando la espalda a los grandes avances intelectuales de Smith, una mirada sesgada, tendenciosa y elemental de la sociedad emergió de entre las sombras de las ciencias sociales y ha servido de fundamento de lo que se ha dado en llamar el ideario populista.
El populismo –término no registrado por la Real Academia Española− tiene ciertos rasgos característicos, tales como: oponerse a las élites (esgrime una presunta paternidad social hacia los más débiles, pero, en verdad, desde la élite se busca domeñarlos), el predominio de la emoción sobre la razón, la simplificación dicotómica, la corrupción, el liderazgo carismático, la imprevisibilidad económica, el oportunismo, la completa ausencia de una conducta moral y ética entre otras peculiaridades.
Frente a los abultados presupuestos que financian estructuras sin contrapesos institucionales, solo queda apelar a una palabra: ética
El primer rasgo del populismo surge a simple vista, busca extenderse e imponerse de modo absoluto. Las elecciones populares, que sirven de presentación a los futuros líderes populistas, se caracterizan por su marcado tono personalista. No se discuten ideas ni proyectos de país, el debate electoral se circunscribe casi con exclusividad a consignas o eslóganes que exaltan la figura del cabecilla, procuran simplificar la realidad política y manipular la historia. Solo se trata de un conjunto de frases tan altisonantes como carentes de contenido. Las campañas electorales no tardan en convertirse en un culto al candidato, y las estructuras políticas que habilitan legalmente la candidatura son simples medios para un fin: el acceso al poder.
El entorno cercano del líder, un compuesto de seguidores pusilánimes, destaca a un grupo de laderos (circunstanciales cómplices de sus tropelías). Entre ellos se ha de citar al conjunto del cual proviene el repertorio de las principales ideas en la Argentina de hoy, quizás el portavoz menos esperado: ¡la “intelectualidad”! Deliberadamente, el énfasis añadido esconde el sentido real, pues el fin es llamar la atención de quienes con su actitud apenas rozan el mote de “pseudointelectuales”.
No se propone ninguna insinuación sobre la deficiencia de rectitud de los intelectuales, la cual, en una mirada personal, se cree que es tan alta como lo permite el mercado de ideas. Porque es muy pequeño el número de los mal llamados intelectuales o, en rigor de verdad, pseudocientíficos (a los que se hace alusión en el presente artículo), que cambian de posición después de mojar un dedo y exponerlo al viento.
Aquí se distingue a un intelectual de alguien que se hace pasar por tal sin serlo. Se debe comprender que cuando las características de uno y otro se llevan al extremo, se puede distinguir mejor lo que define y separa a cada uno.
El intelectual, consciente de su ignorancia relativa, se motiva en la búsqueda de la verdad; en cambio, el pseudocientífico está seguro que ya la posee y su interés principal es la predicación, la propaganda y adoctrinamiento de los seguidores.
El intelectual estudia los puntos de vista opuestos, prescindiendo de juicios personales, y hace un esfuerzo consciente por no tergiversarlos; pero el “pseudointelectual” crea una caricatura tergiversada de las opiniones y doctrinas de las que difiere, para rebatirlas más fácilmente y mostrar así su superioridad ante los demás. Unos defienden ideales; los otros, al mejor postor.
Con el fin de exaltar el rol del segundo grupo −los pseudocientíficos− el Estado nacional ha reducido el coste relativo de la educación superior para el estudiante individual, pero ha causado un fuerte incremento en el coste relativo para la sociedad. Análogamente, la inmensa armadura de políticas reguladoras ha generada un empleo público desmesurado y sin precedentes, creando nuevas universidades y nacionalizando otras, todas con el mismo fin.
En síntesis, los funcionarios políticos que dirigen las universidades o centros de educación superior son los verdaderos beneficiarios del rol económico del Gobierno (“Polémica por los sueldos de hasta AR$200.000 en la Universidad del Comahue”, Clarín.com 14/10/15).+
Los mismos funcionarios se han mostrado desdeñosos contra la economía competitiva y las dificultades experimentadas por aquellas actividades culturales que no se encuentran con la prueba del mercado, curiosamente la causa de su oposición: “el materialismo hostil frente a los valores éticos estimados por las clases intelectuales”. Aún cuando el crecimiento del Gobierno en relación con la actividad económica privada está condicionado a la productividad de la economía, el interés propio de esos funcionarios está en la expansión del gasto gubernamental.
Prueba de ello es el apoyo explícito recibido por Daniel Scioli por 28 rectores de universidades de cara al balotaje pasado 22 de noviembre. De igual tenor fue el comunicado que emitieron las autoridades de la Universidad Nacional de La Plata para votar en favor del candidato oficialista, entre ellos Fernando Tauber, ex rector y hoy vicerrector de la UNLP, “entendemos la necesidad de sostener políticas sociales, educativas y científicas inclusivas que han permitido la recuperación y jerarquización del sistema público de educación superior y de ciencia y tecnología, así como recuperar y consolidar el vínculo de la universidad con el Estado y la Sociedad”.+
Las elecciones en esta dirección son ciertamente tan variadas y arbitrarias como la selección de sistemas éticos (o abyectos). Tal vez nadie tiene derecho a despreciar esos sistemas, pero sí a expresar escepticismos sobre su coherencia y contenido, y, sobre todo, sobre los aspectos de la actual aceptación −a gran escala− de cualquier ideología semejante.+
Pues bien, los hechos ofrecen luz a la interpretación. En abril del año pasado, Cristina Fernández de Kirchner regresó a la UNLP y recibió el título de Doctora Honoris Causa de la mano de Tauber. Todo ello, en medio de una agitada controversia sobre el título de abogado de la presidente que, a pesar de grotescas tachaduras y enmiendas en datos sensibles, fue bendecido por el juez federal Norberto Mario Oyarbide, el mismo que sobreseyó al matrimonio presidencial en la causa de enriquecimiento ilícito.
Finalmente, frente a los abultados presupuestos que financian estructuras sin contrapesos institucionales, solo queda apelar a una palabra extrañamente ausente en las centenarias cadenas nacionales de la presidente, la ética (o el conjunto de normas con respecto a las relaciones con otras personas que custodian los beneficios generales), y a un argumento esencial de los intelectuales: su integridad.
Carlos Alberto Salguero es Doctor en Economía y Máster en Economía y Administración de Empresas (ESEADE), Lic. en Economía (UCALP), Profesor Titular e Investigador en la Universidad Católica de La Plata y egresado de la Escuela Naval Militar.