Milei, vouchers y educación estatal

Por Martín Krause. Publicada el 25/1/22 en: https://www.lanacion.com.ar/opinion/milei-vouchers-y-educacion-estatal-nid25012022/

Si hay algo que está claro es que Javier Milei no necesita a nadie que salga en su defensa, tanto sea por su carácter como por la solidez de sus ideas, estén los demás de acuerdo con ellas o no. En un reciente reportaje es criticado en un punto específico: la educación pública.

La discusión sobre este tema suele convertirse en una típica polémica basada en chicanas, tan común entre nosotros, presentando como a Milei como un ogro sin sensibilidad social, quien no dudaría en dejar a todos los niños pobres en la calle. Equivalente a eso sería pedir a quienes lo critican que saquen la billetera y muestren cuán dispuestos están a financiar la educación de los pobres, siguiendo ese común dicho en inglés “put your money where your mouth is”. De otra forma es hacer beneficencia con el dinero de los demás, lo que no parece tener mucho sustento moral. No nos abre las “puertas del Cielo”, ni a nosotros ni a los funcionarios del Ministerio de Educación.

Milei plantea dos escenarios diferentes: uno, ideal, donde no habría Estado y todo se financiaría voluntariamente; otro, con un Estado pequeño, que llama “minarquista”. La idea de una sociedad sin Estado puede parecer estrafalaria para algunos y no digna de la menor atención cuando la dice Milei, pero no sé si dirían lo mismo cuando la decía nada menos que Jorge Luis Borges:

“…para mí el Estado es el enemigo común ahora; yo querría –eso lo he dicho muchas veces- un mínimo de Estado y un máximo de individuo. Pero, quizá sea preciso esperar… no sé si algunos decenios o algunos siglos –lo cual históricamente no es nada-, aunque yo, ciertamente no llegaré a ese mundo sin Estados. Para eso se necesitaría una humanidad ética, y además, una humanidad intelectualmente más fuerte de lo que es ahora, de lo que somos nosotros; ya que, sin duda, somos muy inmorales y muy poco inteligentes comparados con esos hombres del porvenir, por eso estoy de acuerdo con la frase: “Yo creo dogmáticamente en el progreso”. Jorge Luis Borges & Osvaldo Ferrari, En Diálogo I (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1998, p. 220.) “Creo que con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos.”, Jorge Luis Borges, El Informe de BrodieObras Completas II (Barcelona: Emecé Editores, 1996), p. 399.

En el escenario con un Estado pequeño, o para llegar a ese Estado pequeño, Milei plantea una solución conocida como “vouchers”, o vales, la cual tampoco es algo “extraterrestre”. Se la puede encontrar en países tan “políticamente correctos” como Suecia, Dinamarca, Holanda o la República Checa, donde quienes reciben esos vales pueden luego usarlos para pagar la escuela, pública o privada, que elijan. En Suecia están vigentes desde 1993, cuando se estableció que todos los gobiernos locales debían financiar las escuelas que eligieran los padres, sujetos a limitaciones de espacio, asignando un presupuesto por alumno del 85% del costo de las escuelas públicas. Pueden elegir entre cualquier escuela pública o privada que participe del sistema, incluyendo en estas últimas a empresas con fines de lucro. En caso de exceso de demanda, en las escuelas públicas se da prioridad a los alumnos vecinos; en las escuelas privadas se toma como base el orden de inscripción, con la excepción de Estocolmo, donde en las escuelas secundarias se admite con base en el desempeño. En 2016/17 el 20% de las escuelas primarias eran “independientes”. También el 32% de las escuelas secundarias. Dos empresas que administran escuelas de este tipo cotizan en la bolsa de Estocolmo.

Pero estos son vouchers financiados con impuestos. Los que propone Milei son “vouchers privados”, es decir, financiados con aportes voluntarios particulares. La idea tampoco es tan extraña y la conocemos aquí y en todo el mundo como “becas”, que otorgan personas o empresas para que otros puedan estudiar. No es nada más que eso.

Claro, quedan varios temas a discutir. Por ejemplo, si el dinero alcanzaría para cubrir los gastos, que claramente serían menores porque ahora todos los establecimientos educativos, públicos y privados, estarían sometidos a la competencia, y recibirían sus fondos no del ministerio, sino de su capacidad para convencer a padres y estudiantes sobre las ventajas de ese establecimiento en particular. Maestros y directivos podrían fijarse sus propios salarios, sin depender de un funcionario o un sindicato.

Si el monto de las becas es suficiente también tiene que ver si son “deducibles” de los impuestos que actualmente pagan los contribuyentes.

¿Acaso serían pocos los que optarían por ellos si tienen la opción entre pagar, por ejemplo, ganancias o bienes personales, o darle ese dinero como una beca a estudiantes pobres? Es su dinero, sólo que ahora tienen la posibilidad de elegir su destino, aunque todavía no la de liberarse de la imposición.

Ya en 1994, propusimos junto con Alberto Benegas Lynch (h) una reforma completa en ese sentido (El derecho de enseñar y aprender, Revista Libertas 20, 1994), convirtiendo a los actuales maestros y directivos en propietarios de las escuelas, pero ahora llamados a competir. Y no solamente en cuanto al precio o los servicios, sino fundamentalmente en cuanto a los contenidos, ya que no existiría ningún curriculum mínimo o máximo que adoctrine a los niños desde temprano y cada escuela sería libre de elegirlo, como también su metodología de enseñanza. En esa competencia podríamos ver cuál es mejor, cuál más adecuado para los tiempos modernos o para las preferencias de los padres y estudiantes.

En ese otro escenario borgiano, ya no habría Estado o impuestos y la educación se ofrecería al igual que hoy ocurre con tantos otros servicios, y con los avances de la tecnología moderna vaya a saber cómo serían, pero seguramente con mucha variedad: presenciales, virtuales, híbridos, con contenido religioso o no, con énfasis en los idiomas o la tecnología o el arte y la creatividad o la producción.

Mientras tanto, educación estatal es lo que tenemos (ya que toda la educación es “pública”, es decir, para el “público”, también la que llamamos “privada”). Es cara y no es buena, ha sido cooptada por los sindicatos en su beneficio, no el de los niños. No está mal, entonces, tener ideas osadas.

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

Bajan el Impuesto a las Ganancias para las personas, pero cada vez hay menos empresas que contratan personal

Por Roberto Cachanosky. Publicado el 31/3/2021 en: http://economiaparatodos.net/bajan-el-impuesto-a-las-ganancias-para-las-personas-pero-cada-vez-hay-menos-empresas-que-contratan-personal/

Los cambios tributarios y los efectos sobre el mercado de trabajo en un año que arrastra los efectos de la crisis sanitaria

Finalmente el sábado la Cámara de diputados le dio media sanción a los incrementos de las deducciones de ganancias para los ingresos de las personas en relación de dependencia.

De acuerdo a lo informado, el “costo fiscal” en pérdida de recaudación serían unos $ 48.000 millones, monto que vuelve a los bolsillos del contribuyente para reactivar el consumo.

Sin dudas que toda baja de la carga tributaria es muy bienvenida, pero luce raro que $ 48.000 millones vayan a reactivar el consumo interno. Ese monto representa el 0,2% del consumo privado de 2020. Literalmente nada.

Por otro lado, sin perjuicio de lo bueno que es reducir impuestos, la realidad es que la carga tributaria disminuye poco para “estimular” el consumo, pero sigue creciendo para las empresas y para la economía en su conjunto.

En los 29 años que van entre 1991 y 2020 la carga tributaria consolidada, es decir, sumando la presión impositiva de la nación y de las provincias, aumentó el 65,8%, aunque en realidad a nivel nacional subió el 63% y a nivel provincial el 81,5%. Es decir, la carga tributaria de los impuestos provinciales subió más que la carga tributaria que aplica la nación y, aun así, la mayoría de las provincias están económicamente colapsadas y con una pésima calidad del gasto público.

Los datos de la presión impositiva consolidada, sumando impuestos nacionales y provinciales pueden verse en el gráfico 1.

Gráfico 1

INFOBAE-29-DE-MARZO-DE-2021-GRAFICO-1

Lo que puede verse en el gráfico es que es a partir de la llegada del kirchnerismo en 2003, la carga tributaria, medida como recaudación impositiva/PBI, comienza a aumentar hasta llegar a un pico del 37,5% en 2013. Luego baja un par de puntos durante la gestión de Macri hasta el 28,8% y en 2020 vuelve a incrementarse. Lo concreto es que entre 1991, cuando se lanzó la convertibilidad, y 2020, aumentó 12 puntos porcentuales del PBI y sin embargo la salud pública es un desastre, la educación pública brilla por su ausencia y la seguridad casi no existe.

Tenemos un estado grande e ineficiente que genera, además de problemas fiscales, problemas de ineficiencia en la economía porque hay que pagar dos veces por todo. Se paga impuestos para tener salud pero cada uno se financia su medicina privada. Se pagan impuestos para tener educación pero crece la matrícula en los colegios privados y disminuye en los colegios públicos. Se paga impuestos para tener seguridad, pero todos ponemos cámaras de seguridad, alarmas, alambres electrificados, casillas de custodia en la esquina y demás medidas de seguridad.

Pero hay otro dato que también hay que tener en cuenta. Si uno toma la recaudación impositiva consolidada durante la era k, la recaudación/PBI crece 7,8 puntos porcentuales en tanto que el déficit fiscal consolidado pasa de un superávit consolidado de 1,59% del PBI en 2003 a un déficit fiscal de 7,24% del PBI. O sea un recorrido de deterioro fiscal consolidado de 8,83% del PBI a pesar de haberse incrementado la presión impositiva en 7,8 puntos del PBI. Algo totalmente delirante.

Gráfico 2

INFOBAE-29-DE-MARZO-DE-2021-GRAFICO-2

Es más, si se toma el año 2004 cuando se alcanza un superávit consolidado de 3,54% del PBI y se termina 2015 con un déficit de 7,24% del PBI, el recorrido de deterioro fiscal es de casi 11 puntos porcentuales a pesar del fenomenal viento de cola externo fruto de la suba de las commodities.

Es tal el grado de deterioro de la economía argentina que ni por casualidad van a resolver la caída en el nivel de actividad con la amarrete reducción de la carga impositiva sobre las personas que se acaba de aprobar en el Congreso, más allá de la necesidad de mucha gente de pagar menos impuesto a las ganancias.

El punto es que, mientras a algunas personas físicas se les reduce algo la carga impositiva, a las empresas las siguen liquidando con más impuesto y haciendo la vida imposible con regulaciones y controles. Si las empresas siguen siendo exprimidas como una naranja a la cual ya no le queda más jugo para exprimir, lo más probable es que veamos cada vez menos empresas en el país y más gente que pierde su trabajo. Esto quiere decir que podrán bajarle en forma amarrete la carga tributaria a los trabajadores en relación de dependencia, pero va a llegar un punto que esa rebaja va a resultar inútil porque va a haber pocas personas trabajando en relación de dependencia si las empresas se siguen yendo del país o cerrando.

Sin duda que hoy día bajar impuestos no es cosa sencilla sin reducción de gasto público, sin embargo, como muestra basta un botón: las organizaciones “sociales” vinculadas con el gobierno manejan planes sociales por $ 82.000 millones de acuerdo a INFOBAE. Es decir, estas organizaciones piqueteras manejan un 71% más de dinero que lo que se redujo de impuesto a las ganancias a las personas físicas en la ley que acaba de aprobar el parlamente.

Ni que hablar con la cantidad de ñoquis que existen en los tres niveles de gobiernos cuya masa salarial equivale a 6% del PBI aproximadamente cuando se quitan docentes, personal de la salud, fuerzas de seguridad y fueras armadas.

En síntesis, no está mal la ley que aprobaron, pero claramente luce más como jueguito para la tribuna que como un inicio de un camino de solución de los problemas económicos.

Argentina necesita un plan económica integral que incluya reformas monetaria, laboral, desregulación de la economía, reforma del estado con baja del gasto, reforma tributaria e integrarse al mundo, algo que espanta al presidente Fernández.

Bienvenida la baja de impuestos a las personas físicas, pero esa baja de impuestos no va a beneficiar a alguien si la gente se queda sin trabajo porque las empresas siguen yéndose del país.

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE. Síguelo en @RCachanosky

FEYERABEND Y EL CORONAVIRUS

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 15/3/20 en: http://gzanotti.blogspot.com/2020/03/feyerabend-y-el-coronavirus.html

 

Feyerabend tiene muchas cosas difíciles de aceptar, pero una de ellas es su noción de “Nueva Ilustración”. No se la entiende o, si se la entiende, obviamente se la rechaza, porque mueve totalmente el piso de nuestro actual paradigma cultural.

Feyerabend explica que la Ilustración separó al Estado de las iglesias (ahora no entremos en la distinción entre laicismo o laicidad), y eso lo ve como positivo, como un camino a respetar las decisiones de las personas en temas importantes de su vida. (Repárese: “importantes”). Lo considera un signo de madurez. Claro, se podría debatir qué es la madurez. Tal vez se podría interpretar que luego de las guerras religiosas entre católicos y protestantes, Occidente “maduró” sacando a lo religioso del ámbito de la coacción del estado. Claro, en ese caso hay que “separar”, también, a la Revolución norteamericana de la Revolución Francesa, pero Feyerabend no repara en esa distinción. Solo le interesa señalar que Occidente enfrenta un nuevo tipo de inmadurez: dejar en manos de funcionarios estatales las decisiones personales que tengan que ver con “lo científico”. Antes era el inquisidor, ahora es el “experto”. Pero para Feyerabend, así como debe haber libertad ante lo religioso, debería haber libertad ante la ciencia.

Pero no, no la hay. Por eso las nociones de educación pública y salud pública son sacrosantas en el Occidente actual, porque ocupan el lugar cultural que antes ocupaba la religión única en el Sacro Imperio. Sacro imperio que te protegía del error religioso, del “contagio” de las religiones falsas, y ello con plena aceptación de casi todos. Ahora es el sacro imperio científico, donde el estado protege tu salud corporal de lo que la ciencia diga que es malo para ella. Porque antes protegía la salud del alma, ahora, la del cuerpo. Un cambio de paradigma importante. Pero una continuidad: en lo que un horizonte considere importante, fundamental, esencial, probado, conocido, etc., coerción, por tu bien y por el de los demás. Era el argumento de los inquisidores.

Lo que está sucediendo con el coronavirus va más allá del debate biológico. Hay algo más allá de su grado de mortalidad o su grado de contagio. Allí ya entraron discusiones interminables: que si es más o menos grave que otras enfermedades, (con las cuales convivimos diariamente sin ningún pánico porque ya las tenemos asumidas), etc. La cuestión cultural de fondo es otra: casi todos demandan al estado la salud física pública. Y además, en una cultura que no asume la muerte, que no habla de ella, que la patea para adelante, la creencia en que hay un nuevo virus fatal dando vueltas dispara todos nuestros más atávicos temores. Las dos cosas se mezclan. Ante el temor, fundado o no, ante el virus, todos llaman al estado, que hace lo que sabe hacer: prohibir para evitar el contagio, de igual modo que el Sacro Impero Cristiano te protegía del contagio de los infieles.

¿Tiene esto solución? No. Feyerabend demanda una nueva Ilustración, que separe a la ciencia del estado, pero obviamente ello es hoy imposible. Es como si alguien hubiera escrito en el s. XIII la declaración de libertad religiosa del Vaticano II. Ni siquiera se hubiera entendido de qué se estaba hablando.

Así están las cosas. Depositamos nuestra salud en manos de otros porque pensamos que la ciencia los habilita para ello. Ellos también lo piensan. Todos lo suponen. Es el horizonte actual. He allí la desesperación y el pánico. Ese es el horizonte que retroalimenta a medios, estado y ciudadanos. Así es y durante mucho, mucho tiempo, así será.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación. Publica como @gabrielmises

Una vaca sagrada

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 7/3/20 en: https://www.elpais.com.uy/opinion/alberto-benegas-lynch/vaca-sagrada.html

 

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Uno de los textos que más me atraen es el inscripto por un graffiti del mayo francés: “seamos realistas, pidamos lo imposible”. Y las izquierdas son en verdad realistas pues de tanto empujar al fondo de los asuntos en gran medida marcan las agendas. Esto ocurre mientras muchos de los partidarios de la libertad son timoratos y en la práctica se adaptan a lo “políticamente correcto” con lo que ceden posiciones a grandes trancos.

En materia educativa, es interesante el ejemplo reciente de Polonia que exhibe un éxito rotundo al haber ascendido al primer puesto de las pruebas PISA preparadas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) debido a que luego de décadas de pésimos resultados, finalmente abrió la competencia y dejó de imponer estructuras curriculares desde el vértice del poder político y dio lugar a que cada institución educativa decida acerca del contenido de sus asignaturas.

Uno de los pilares de cualquier educación que se precie de tal consiste en fomentar el pensamiento independiente y en la capacidad de cuestionar el statu quo. Y no se trata de sostener que en las instituciones estatales no hay excelentes profesores y profesoras. Además no sería consistente con mi propia trayectoria fuera de las casas de estudio privadas si pensara que toda la enseñanza estatal es deficiente, puesto que fui profesor titular en cinco carreras en la Universidad de Buenos Aires. También fui director del Departamento de Doctorado en Economía de la Universidad Nacional de La Plata.

En primer lugar un asunto terminológico: no es pertinente aludir a la “educación pública” puesto que la educación privada es también para el público, se trata de educación estatal lo cual de entrada suena mal del mismo modo que lo es el periodismo estatal, el arte estatal y equivalentes.

En la mayor parte de los países hoy, la denominada educación privada no es en rigor privada puesto que las secretarías y ministerios de educación están encargados de aprobar las respectivas estructuras curriculares. Estos procedimientos ilustran la columna vertebral del fascismo: se permite que la propiedad quede registrada a nombre de privados pero el gobierno usa y dispone de ella. En un país civilizado, los ministerios y las secretarías de educación deberían dejarse sin efecto y las acreditaciones, en los casos en los que se requieren, serían realizadas, tal como sucedía originalmente, a través de academias e instituciones privadas que, en el proceso, además, sirven de auditorías cruzadas y en competencia de responsabilidades por la calidad de los programas desarrollados en colegios y universidades.

Debe comprenderse que todos pagamos impuestos, especialmente los más pobres que pueden no haber visto nunca un formulario fiscal. Esto es así porque aquellos que son contribuyentes de jure reducen sus inversiones, lo cual, a su turno, contrae salarios e ingresos en términos reales, una secuencia que tiene lugar debido a que las tasas de capitalización constituyen la única explicación por la que se eleva el nivel de vida. Desde otra perspectiva, los costos por estudiante en las entidades estatales de educación son en general más elevados que en instituciones privadas, por la misma razón que opera “la tragedia de los comunes” ya que lo que es de todos no es de nadie.

Se ha sugerido el sistema de vouchers. Es cierto que este sistema exhibe un non sequitr : esto significa que de la premisa de que otras personas debieran ser forzadas a financiar la educación de terceros no se sigue que deban existir instituciones estatales de educación, ya que el voucher (subsidios a la demanda) permite que el candidato en cuestión elija la entidad privada que prefiere. En cualquier caso, los vouchers también significan que principalmente son los pobres los que se ven obligados a financiar los estudios de los más pudientes por las razones antes apuntadas.

Se ha dicho repetidamente que la educación es un bien público, pero esta afirmación no resiste un análisis técnico ya que no calza en los principios de no-rivalidad y no-exclusión propios de los bienes públicos.

Una misma línea argumental es aplicable al “derecho a la educación”. No hay tal cosa. Un derecho implica que como contrapartida hay una obligación. Si alguien obtiene como salario 100 en el mercado laboral, hay una obligación universal de respetar ese ingreso. Pero si la misma persona alega que tiene “derecho” a obtener 200 que no obtiene con su trabajo lo cual es sin embargo garantizado por el aparato estatal, esto significa que otras personas serán compelidas a financiar la diferencia, lo cual lesionará sus derechos. Esta es la razón por la que el “derecho a la educación” -el reclamo sobre el bolsillo ajeno- es un pseudoderecho.

Por último, es muy cierto que la educación es fundamental pero más importante aun es el estar bien alimentado y ninguna persona de sentido común, a esta altura, propondrá que la producción de alimentos esté en manos del estado porque la hambruna es segura.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

El drama educativo argentino: de los maestros a los trabajadores de la educación

Por Roberto Cachanosky. Publicado el 5/2/2020 en: http://economiaparatodos.net/el-drama-educativo-argentino-de-los-maestros-a-los-trabajadores-de-la-educacion/

 

El promedio de las provincias argentinas registra en la escuela primaria estatal 12,4 alumnos por docente (NA)
El promedio de las provincias argentinas registra en la escuela primaria estatal 12,4 alumnos por docente (NA)

En su momento se decía: “con una buena cosecha nos salvamos”. Ahora se puso de moda preguntar por Vaca Muerta, esperando que, milagrosamente, ese yacimiento gasífero nos salve de la decadencia. La mente de buena parte de la población argentina y de la mayoría de la dirigencia política está puesta en creer que los recursos naturales son riqueza.

Tenemos que tener en claro que ni la pampa húmeda, ni Vaca Muerta van a sacarnos de nuestra decadencia si previamente no tenemos instituciones, es decir reglas de juego que generen los incentivos para invertir y trabajar. Pero esas instituciones se basan en los valores que imperan en una sociedad. ¿Cultura de la dádiva o cultura del trabajo? ¿Competencia o proteccionismo para vender productos de mala calidad y a precios más altos que en condiciones de competencia? ¿Vivir del trabajo propio o del trabajo ajeno?

La realidad es que, además de tener los valores necesarios para poder sostener instituciones que induzcan la inversión, también hay que preparar a las nuevas generaciones para enfrentar los cambios tecnológicos que vemos día a día. De manera que tener un pueblo preparado, con un buen sistema educativo, va a ser clave para lograr una tasa de crecimiento sostenida y con altos niveles de ingreso.

La generación del 80 apostó a la educación. Domingo Faustino Sarmiento fue su gran impulsor pero Julio Roca fue el que más escuelas construyó. Ambos vieron en un pueblo educado las bases para tener un país que pudiera progresar.

En Argentina muchos se llenan la boca hablando de educación pero lamentablemente, desde que los maestros dejaron de llamarse maestros y pasaron a llamarse trabajadores de la educación, la educación pública es cada vez de menor calidad, y tampoco sobresale la privada.

El sindicalismo pasó a copar el manejo de la educación y los contenidos son propios de un populismo que enaltece al líder político al tiempo que deliberadamente distorsiona nuestra historia. Pueden hacer la prueba preguntándole a un chico de 12, 14 o 15 años quién fue Juan Baustista Alberdi y verán que no lo conocen. Y si se les pregunta qué se festeja el 25 de Mayo suelen contestar “la Independencia de Argentina”. Y si se le repregunta y les dice: ¿y el 9 de Julio, que se conmemora?, no sabrán qué responder. Finalmente, están las pruebas PISA que muestran lo mal que viene la educación en Argentina.

El gráfico anterior muestra el gasto público consolidado provincial destinado a la educación básica desde 1980 hasta 2017 como porcentaje del PBI. En 1980 se destinaba a educación básica el 1,26% del PBI y en 2017 se destinó el 3,63%, de acuerdo a los datos del Ministerio de Economía. Es decir, los recursos se multiplicaron casi por 3. ¿Dónde fueron a parar tantos recursos?

La relación entre cantidad de alumnos de colegios primarios estatales respecto de la cantidad de docentes, según datos del anuario estadístico del Ministerio de Cultura para 2018, revela que para el promedio país da 12,4, con provincias que prácticamente tienen una educación personalizada como pueden ser los casos de Catamarca, La Pampa, Río Negro, entre otras.

Como comparación se pueden tomar dos referencias. Los colegios privados argentinos y la misma relación para la UE.

En el primer caso, la estadística una relación promedio que duplica a la observada en la escuela estatal: da 24,1 alumnos por docente. A pesar del Estatuto Docente, hay una relación promedio bastante potable, considerando que lo ideal es tener por aula entre 25 a 30 alumnos máximo para poder hacer un intercambio adecuado entre el maestro y los alumnos.

Esto vale para todos los niveles de enseñanza, incluso para postgrados, si entendemos cómo enseñar el intercambio entre el alumno y el docente, de manera que el docente pueda generar inquietudes intelectuales entre sus alumnos.

Mientras que en segundo caso, la relación alumno sobre docente en países europeos, de acuerdo a los datos de Eurostat, el promedio arroja 14,7 alumnos por docente pero con países como Francia que tienen una relación de 16,9, en Reino Unido 19,5 y Dinamarca 16,7, entre otros.

Uso poco eficiente de los recursos

Todo parece indicar que Argentina no es que esté destinando pocos recursos a la educación, sino que está dilapidando recursos por el Estatuto del Docente que ha generado una acumulación de “noquis” en el sistema.

A modo de ejemplo, en CABA había, en 2016 más docentes interinos: 43.761, que titulares: 38.328. Además, se sumaban 30.218 suplentes, representaban 79% de los titulares. Y 11.122 transitorios. Un verdadero delirio donde se privilegia al “trabajador de la educación” en vez de privilegiar la educación.

No es casualidad que en 2011 el 24,8% de los alumnos de colegios primarios se pasaron a colegios privados, aumentando al 27,1% en 2018, de acuerdo al boletín estadístico del Ministerio de Educación. La gente hace el esfuerzo de mandar a sus hijos a colegios privados porque la educación pública cayó en manos de dirigentes sindicales que se asemejan más a dirigentes políticos y el tema educativo queda relegado a último plano.

En síntesis, para poder progresar, cualquier país va a necesitar un sistema educativo de excelencia en que prime la calidad educativa. Sin eso no hay chances que las nuevas generaciones puedan adaptarse al trabajo cerebro intensivo que se da a raíz de los avances tecnológicos.

Si encima a los chicos se les enseña en las escuelas que unos son pobres porque otros son ricos, creamos las condiciones ideales para que el éxito, el esfuerzo personal y la capacidad de innovación sean rechazadas por las nuevas generaciones e impere la envidia al éxito ajeno.

La mezcla de ignorancia de muchos docentes, de dilapidación de recursos y del sindicalismo de los trabajadores de la educación está condicionando el futuro de la Argentina, llevándola a perpetuar la pobreza. Y la pobreza y la ignorancia es tierra fértil para que broten las tiranías.

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE. Síguelo en @RCachanosky

Cuestionando la educación estatal

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 21/12/19 en: https://www.infobae.com/opinion/2019/12/21/cuestionando-la-educacion-estatal/

 

Uno de los pilares de cualquier educación que se precie de tal consiste en fomentar el pensamiento independiente y en la capacidad de cuestionar el statu quo. En esta nota hago precisamente eso y espero como devolución el debate con argumentos y no “cajas destempladas” enojadas porque se pone en tela de juicio lo que la mayoría acepta sin capacidad de contradecir, de hurgar y de explorar otras variantes.

No se trata de sostener que en las instituciones estatales no hay excelentes profesores y profesoras. Además no sería consistente con mi propia trayectoria fuera de las casas de estudio privadas si pensara que toda la enseñanza estatal es deficiente, puesto que fui profesor titular en cinco carreras en la Universidad de Buenos Aires: en el doctorado en ciencias económicas, en grado y maestría en derecho, en ingeniería, en sociología y en el departamento de historia de filosofía y letras. También fui director del Departamento de Doctorado en Economía de la Universidad Nacional de La Plata. No se trata de refutar el hecho de lo mucho y bueno aprendido en entidades gubernamentales de enseñanza merced a las esforzadas y meritorias tareas de maestras y maestros de escuela. Salvando las distancias, tampoco es el caso de discutir la faena formidable de Sarmiento en un territorio virgen (aunque hay trabajos que muestran que en gran medida muchas de las instituciones privadas de la época fueron barridas por la oferta “gratuita”).

A esta altura de los acontecimientos, se trata de revisar el fondo del asunto y no para circunscribirlo al caso argentino sino para formular un análisis global que cabe a todas las instituciones estatales de educación en todas latitudes. No es un asunto de mala voluntad sino de conclusiones ineludibles, ni se trata de contradecir el hecho del notable desempeño en cátedras magistrales en instituciones estatales en todas partes del mundo.

Veamos esto por partes en un análisis que tomo parcialmente de mi conferencia en el European Center for Austrian Economic Foundation de la Universidad del Lietchenstein. En primer lugar, un asunto terminológico: no es pertinente aludir a la “educación pública”, puesto que la educación privada es también para el público, se trata de educación estatal, lo cual de entrada suena mal del mismo modo que lo es el periodismo estatal, el arte estatal y equivalentes.

En la mayor parte de los países hoy, la denominada educación privada no es en rigor privada puesto que las secretarías y ministerios de educación están encargados de aprobar las respectivas estructuras curriculares.

Estos procedimientos ilustran la columna vertebral del fascismo: se permite que la propiedad quede registrada a nombre de privados pero el Gobierno usa y dispone de ella, en contraste con el comunismo que de una manera abierta decide la abolición de la propiedad. Lo primero entonces es comprender que por más buena voluntad, en última instancia resulta difícil enseñar criterios independientes y libres en base a la compulsión.

En un país civilizado, los ministerios y las secretarías de educación deberían dejarse sin efecto y las acreditaciones, en los casos en los que se requieren, serían realizadas, tal como sucedía originalmente, a través de academias e instituciones privadas que, en el proceso, además, sirven de auditorías cruzadas y en competencia de responsabilidades por la calidad de los programas desarrollados en colegios y universidades.

La politización debería estar completamente ausente en un tema tan delicado e importante como la educación. Dado que todos somos diferentes en la mayor parte de los aspectos clave, especialmente desde la perspectiva psicológica, los respectivos programas ofrecidos deben ser distintos al efecto de calzar con las diferentes potencialidades de las múltiples demandas. Por otra parte, debe tenerse en cuenta que esas diferenciaciones lo son de un modo multidimensional en la misma persona por lo que se requiere un proceso dinámico y cambiante. En todo caso, la educación demanda sistemas abiertos y competitivos donde nadie debería tener la facultad de imponer programas desde el vértice del poder, puesto que nadie puede dictaminar lo que deben estudiar otros en el contexto de un proceso evolutivo de prueba y error.

Debe comprenderse que todos pagamos impuestos, especialmente los más pobres que pueden no haber visto nunca un formulario fiscal. Esto es así porque aquellos que son contribuyentes de jure reducen sus inversiones, lo cual, a su turno, reduce salarios e ingresos en términos reales, una secuencia que tiene lugar debido a que las tasas de capitalización constituyen la única explicación por la que se eleva el nivel de vida.

Más aun, si tomamos en cuenta el concepto de utilidad marginal resulta claro que una unidad monetaria -a pesar de que no son posibles las comparaciones intersubjetivas de utilidad ni tampoco pueden referirse a números cardinales- en general no es lo mismo para una persona pobre que lo es para una persona rica. En el primer caso, manteniendo los demás factores constantes, el efecto negativo del tributo será mayor, lo cual hace que el impacto impositivo recaiga en definitiva con mayor peso en los más pobres como consecuencia de la antedicha contracción en las inversiones.

Imaginemos una familia muy pobre que no está en condiciones de afrontar los costos de oportunidad que significa enviar a sus hijos a estudiar. En este caso, los impuestos, como queda dicho, se afrontan de facto vía la contracción de los salarios de los relativamente más pobres que están de hecho financiando los estudios de alumnos más pudientes.

Y si otra familia, con gran esfuerzo, puede enviar a sus hijos a estudiar, si realiza un análisis fiscal correcto los enviarán a instituciones estatales puesto que, de enviarlos a colegios y universidades privadas, estarían pagando un costo doble: uno a través de los impuestos para mantener la educación estatal y otro al financiar la matrícula y las cuotas en el ámbito privado.

Desde otra perspectiva, los costos por estudiante en las entidades estatales de educación son en general más elevados que en instituciones privadas, por la misma razón que opera “la tragedia de los comunes” en cuanto a incentivos que hacen que las mal llamadas “empresas estatales” sean ineficientes.

Se ha sugerido el sistema de vouchers en repetidas ocasiones. Es cierto que este sistema exhibe un non sequitr: esto significa que de la premisa de que otras personas debieran ser forzadas a financiar la educación de terceros no se sigue que deban existir instituciones estatales de educación, ya que el voucher (subsidios a la demanda) permite que el candidato en cuestión elija la entidad privada que prefiera.

En cualquier caso, los vouchers también significan que principalmente son los pobres los que se ven obligados a financiar los estudios de los más pudientes y también, a pesar de que las mediciones de IQ son irrelevantes (como se ha demostrado, todos somos inteligentes pero para temas y campos muy diferentes), aquellos que no califican para las ofertas disponibles deben pagar los estudios de los mejor calificados, lo cual constituye también una injusticia flagrante.

Se ha dicho repetidamente que la educación es un bien público, pero esta afirmación no resiste un análisis técnico ya que no calza en los principios de no-rivalidad y no-exclusión propios de los bienes públicos.

También se ha dicho una y otra vez que la educación estatal debe incorporarse porque le da sustento a la idea de la “igualdad de oportunidades”. Esta figura, prima facie parece atractiva pero es del todo incompatible y mutuamente excluyente con la igualdad ante la ley. El liberalismo y la sociedad abierta promueven que la gente disponga de mayores oportunidades no iguales debido a que las personas son distintas.

Una misma línea argumental es aplicable al “derecho a la educación”. No hay tal cosa. Un derecho implica que como contrapartida hay una obligación. Si alguien obtiene como salario 100 en el mercado laboral, hay una obligación universal de respetar ese ingreso. Pero si la misma persona alega que tiene “derecho” a obtener 200 que no obtiene con su trabajo lo cual es sin embargo garantizado por el aparato estatal, esto significa que otras personas serán compelidas a financiar la diferencia, lo cual lesionará sus derechos. Esta es la razón por la que el “derecho a la educación” -el reclamo sobre el bolsillo ajeno- es un pseudoderecho.

Se ha afirmado que debería ayudarse a aquellos que cuentan con las condiciones intelectuales para aplicar a las ofertas educativas disponibles pero que no disponen de los ingresos suficientes. Esta es una aseveración indudablemente muy bien inspirada, pero para ello debería recurrirse a la primera persona del singular y no pretender el endoso a otros recurriendo a la tercera persona del plural. En la misma dirección, debe considerarse que la solidaridad y la caridad nunca pueden ser provistas por el estado ya que, por definición, se trata de actos voluntarios y realizados con recursos propios.

En varios países el home schooling es utilizado como una defensa contra la invasión de la educación estatal. Hace un tiempo, The Economist estudió esta forma de educar desde los domicilios de los interesados de manera extensa, donde consignó las opiniones de los oficiales de admisión de varias de las universidades del Ivy League en Estados Unidos respecto a los candidatos a ingresar en esas casas de estudios provenientes del home schooling. Las opiniones eran coincidentes en señalar no solo las excelentes condiciones académicas de los candidatos sino que subrayaron el cuidado y la precisión en la forma de expresarse y la prolijidad en sus vestimentas.

Algunas personas han objetado el home schooling en base a la creencia de que este sistema no permite la socialización de unos alumnos con otros, lo cual no es cierto porque, precisamente, la preocupación y ocupación es mucha por programar reuniones sociales entre los jóvenes a través de deportes, bailes, certámenes de ajedrez, asociaciones varias, actividades en parroquias y equivalentes. Es notable el apoyo logístico que presentan los programas de estudio en Internet, lo cual no requiere que los padres conozcan los contenidos de las diversas asignaturas, solo se necesita que hagan el seguimiento de los estudios de su prole directamente o lo hagan a través de personas contratadas a tal efecto.

Cuando tiene lugar la educación estatal, en mayor o menor medida, tarde o temprano, aparece el adoctrinamiento debido a la necesaria intromisión del gobierno. Si los burócratas están a cargo de la educación de alguna manera inexorablemente influyen sobre los programas, los textos y las pautas a su cargo.

Se mantiene que los niños deberían contar con un minimum de enseñanza tal como el aprendizaje de la lectura y la escritura, pero si los padres de familia consideran que eso es importante, es eso a lo que se le otorgará prioridad tal como ha ocurrido a través de la historia por medio de pagos directos o por medio de becas.

Es muy cierto que la educación es fundamental pero más importante aun es el estar bien alimentado y ninguna persona de sentido común, a esta altura, propondrá que la producción de alimentos esté en manos del Estado porque la hambruna es segura. Cuando la política se hace cargo de la educación, aparece otro tipo de hambruna que es la espiritual y cultural.

Si prestamos atención a los escritos de historiadores, comprobaremos que, comenzando con Atenas, la Roma de la República antes del Imperio, el mundo árabe en España y en el comienzo de las colonias estadounidenses no había interferencia estatal en materia educativa. Cualquiera podía instalar un colegio y competir para atraer alumnos a muy diferentes precios y condiciones, lo cual produjo como resultado la mejor educación del mundo de entonces.

Debido a que el control gubernamental poco a poco se fue apropiando de la educación, desde el siglo XVII se instaló el primer sistema estatal en Alemania y en Francia. Ya en el siglo XVIII la mayor parte de Europa estuvo bajo la influencia de este sistema (excepto Bélgica que lo impuso en 1920).

Es errado suponer que cuanto más gaste el gobierno en educación la situación mejorará. Antes al contrario, a través de la politización la situación educativa se torna más difícil si es que se pretende contar con personas con criterios independientes. Es curioso que haya quienes se quejan airadamente de la politización y en muchos casos la baja calidad de la educación y, sin embargo, son los primeros en sugerir que los aparatos estatales intervengan en los procesos educativos.

Por último destaco que en una sociedad abierta cuando se estima que padres lesionan derechos de sus hijos sea en materia educativa, alimentaria o física, quienes detectan esas conductas pueden actuar como subrogantes ante la Justicia.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Liberalismo, derecha, izquierda y Hayek

Por Iván Carrino. Publicado el 16/5/19 en: https://www.ivancarrino.com/liberalismo-derecha-izquierda-y-hayek/

 

Si uno se guía por lo que dicen “en la tele”, el liberalismo es la derecha,  y los más liberales, la ultraderecha. Esto obviamente es problemático, ya que de ultraderecha también se cataloga a corrientes como el fascismo y el nazismo, y nada más alejado de las ideas de la libertad que eso.

Otras etiquetas que suelen utilizarse para dividir el espectro de las ideas es socialista y conservador. Para un socialista, un liberal es sin duda un conservador. Sin embargo, la mayoría de los liberales no aceptaría este mote. O, por lo menos, exigiría más precisiones. Si lo que se quiere “conservar” es un mercado libre, el liberal será conservador. Pero si se quiere “conservar” un statu quo que frene el progreso o restrinja la libertad, el liberal será un radical por el cambio.

Friedrich A. Hayek escribió en 1959 sobre esta cuestión y, como liberal que decía ser, sostuvo que su pensamiento estaba alejando tanto del socialismo como del conservadurismo.

El premio Nobel de economía sostenía que si bien “en el terreno político” los defensores de la libertad “no tienen más alternativa” que apoyar a los partidos conservadores, convenía “tra­zar una clara separación entre la filosofía que propugno y la que tradicional­mente defienden los conservadores.”

En este sentido, se preocupó por aclarar:

… los radicales y los socialistas americanos comenzaron a atribuirse el apelativo de liberales. Pese a ello, yo continúo calificando de liberal mi postura, que estimo difiere tanto del conservadurismo como del socialismo.

Se suele suponer que, sobre una hipotética línea, los socialistas ocupan la extrema izquierda y los conservadores la opuesta derecha, mientras los liberales quedan ubica­dos más o menos en el centro; pero tal representación encierra una grave equivocación. A este respecto, sería más exacto hablar de un triángulo, uno de cuyos vértices estaría ocupado por los conservadores, mientras socialistas y liberales, respectivamente, ocuparían los otros dos. 

La diferencia entre eagrarios

l liberal y el conservador es, para Hayek, la actitud de uno y otro frente al cambio. Como su nombre lo indica, el conservador es reacio a los cambios sociales, mientras que el liberal solo lo es en la medida que dicho cambio afecta las libertades individuales.

Por ejemplo, si se quiere imponer un control de precios en un mercado, liberales y conservadores estarán en contra del socialista partidario de la intervención. Ahora si el cambio es sobre la apertura de un determinado mercado a la competencia internacional, ¿qué ocurrirá?

Los conservadores aquí muestran una tendencia a ser nacionalistas que desprecian lo extranjero, por lo que aparece una tentación proteccionista, algo que podemos ver bien en la figura de Donald Trump. Según Hayek:

Los conservadores rechazan, por lo general, las medidas socializantes y dirigistas cuando del terreno industrial se trata, postura ésta a la que se suma el liberal. Ello no impide que al propio tiempo suelan ser proteccionistas en los sectores agrarios.

(…)

Esa repugnancia que el conservador siente por todo lo nuevo y desusa­do parece guardar cierta relación con su hostilidad hacia lo internacional y su tendencia al nacionalismo patriotero. (…) Sólo agregaré que esa predisposición nacionalista que nos ocupa es con frecuencia lo que induce al conservador a emprender la vía colecti­vista. Después de calificar como nuestra tal industria o tal riqueza, sólo falta un paso para demandar que dichos recursos sean puestos al servicio de los intereses nacionales.

Generalizando la cuestión:

He aquí la primera gran diferencia que separa a liberales y conservado­res. Lo típico del conservador, según una y otra vez se ha hecho notar, es el temor a la mutación, el miedo a lo nuevo simplemente por ser nuevo; la postura liberal, por el contrario, es abierta y confiada, atrayéndole, en prin­cipio, todo lo que sea libre transformación y evolución, aun constándole que, a veces, se procede un poco a ciegas (…)

Jamás, cuando [los conservadores] avizoran el futuro, piensan que puede haber fuerzas desco­nocidas que espontáneamente arreglen las cosas; mentalidad ésta en abierta contraposición con la filosofía de los liberales, quienes, sin complejos ni recelos, aceptan la libre evolución, aun ignorando a veces hasta dónde pue­de llevarles el proceso.

Estas palabras de Hayek son perfectamente compatibles con su idea del conocimiento disperso en la sociedad. El cambio no puede controlarse “desde arriba” porque los nuevos descubrimientos que dan lugar al progreso se encuentran dispersos en las millones de mentes y acciones individuales que conforman el planeta. La clave es ir hacia un sistema donde esas mentes y acciones puedan desarrollarse sin restricciones. En palabras de Hayek: “lo que hoy con mayor urgencia precisa el mundo es suprimir, sin respetar nada ni a nadie, esos innumerables obstáculos con que se impide el libre desarrollo.”

Esto aplica fácilmente a la economía y hace que los liberales siempre le demos la bienvenida al avance tecnológico o a la llegada de importaciones desde el exterior. Pero también puede extenderse a otras áreas, como a la no discriminación por raza, religión, nacionalidad u orientación sexual. Los liberales también le damos la bienvenida a la diversidad en esta materia, a diferencia de al menos algunos conservadores.

Conservadores, autoritarismo y educación pública

El texto de Hayek nos hace reflexionar también sobre dos cuestiones. En primer lugar, sugiere que los conservadores tienen afición por el autoritarismo, ya que confían en que alguien “desde arriba” monitoree permanentemente los cambios, sin dejarlos librados al azar:

Los conservadores sólo se sienten tranquilos si piensan que hay una mente superior que todo lo vigila y supervisa; ha de haber siempre alguna autoridad que vele por que los cambios y las muta­ciones se lleven a cabo “ordenadamente”.

 Ese temor a que operen unas fuerzas sociales aparentemente incontrola­das explica otras dos características del conservador: su afición al autorita­rismo y su incapacidad para comprender el mecanismo de las fuerzas que regulan el mercado. (…) Para el conservador el orden es, en todo caso, fruto de la permanente atención y vigilancia ejercida por las autoridades.

En la actualidad no se observan casos de autoritarismos o dictaduras de derecha o conservadoras, como sí los hubo en el pasado. Sin embargo, las críticas de Trump a los desequilibrios comerciales (resultado de acciones individuales no controladas por ningún gobierno) serían un ejemplo de lo que Hayek describe.

En otro orden de cosas, Hayek sugiere que los conservadores están siempre listos para criticar la coacción estatal si ella implica perseguir objetivos que no le son afines, pero que miran para otro lado si dicha intervención es compatible con sus juicios morales:

El conservador, por lo general, no se opone a la coacción ni a la arbitrariedad estatal cuando los gobernantes persiguen aquellos objetivos que él considera acertados. No se debe coartar –piensa– con normas rígidas y prefijadas la acción de quienes están en el poder, si son gentes honradas y rectas. (…) Al conservador, como al socialista, lo que le preocupa es quién gobierna,desentendiéndose del problema relativo a la limitación de las facultades atribuidas al gobernante; y, como el marxista, considera natural imponer a los demás sus valoraciones personales.

Esto tal vez sea patente en el caso argentino y en la polémica por la Educación Sexual Integral.

Parecería que a ciertos conservadores lo que molesta no es que se imparta un plan único de educación desde el gobierno,  sino cuál se imparte. Si es la ESI, se oponen, si es la NO educación sexual, entonces está todo bien. Pero en ambos casos se está eligiendo desde la poltrona oficial qué contenido se enseña a los alumnos.

El problema para los liberales es el uso del poder, más allá del contenido específico de ese poder. He ahí otra diferencia sustancial.

Contrapunto en Twitter

En Twitter Francisco Peláez hizo un divertido comentario acerca de este tema. Según él, el liberal que dice no ser de derecha ni de izquierda (Hayek, de alguna manera, en este artículo), es en realidad de izquierda.

El comentario me pareció divertido, pero le pasé el link al artículo de Hayek para que vea que es posible que haya un liberalismo equidistante de ambas corrientes. Rápidamente, el usuario “Juan Doe”, Juan Pablo Carreira, me contestó que el artículo no aplicaba a la situación porque Hayek:

… se refiere al conservador europeo. Conservador europeo en la década del ’50 era Franco y los vestigios fascistas. No el “conservative” de derecha yankee.

Ahora en realidad no es relevante para la discusión ese matiz.

En definitiva, Hayek se refiere a cualquier conservador que por oponerse al cambio vaya en contra de la libertad. No es un artículo específico para criticar a conservadores europeos, sino una reflexión general sobre lo que él entiende por conservadurismo. Así, por ejemplo, cuando habla del nacionalismo patriotero, da lo mismo si ese nacionalismo patriotero es defendido por un yankee, un europeo o un sudamericano. Cabe el mote de conservador nacionalista de cualquier manera.

De hecho, Hayek mismo lo aclara en el artículo:

No oscurece la diferencia entre liberalismo y conservadurismo el que en los Estados Unidos sea posible abogar por la libertad individual defendien­do tradicionales instituciones formadas hace tiempo. Tales instituciones, para el liberal, no resultan valiosas por ser antiguas o americanas, sino porque convienen y apuntan hacia aquellos objetivos que él desea conseguir.

Finalmente, hay puntos de contacto entre conservadores y liberales, cierto. Pero también hay enormes diferencias. Por eso a veces es necesario aclarar. Un liberal que dice no ser de derecha seguramente esté pensando en algo de esto.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano. Es Sub Director de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE. Sigue a @ivancarrino

Las razones por las que Sarmiento entró en la Historia

Por Alejandro O. Gomez. Publicado el 11/9/2015 en: http://www.infobae.com/2015/09/11/1754417-las-razones-las-que-sarmiento-entro-la-historia

 

Escritor, estadista, político, polemista, viajero, militante… Intelectual y hombre de acción a la vez, así fue el prócer de cuya muerte hoy se cumplen 127 años. Qué destacar de uno de los hombres que pensó y diseñó nuestro país

En la iconografía patria, y especialmente escolar, su imagen está casi excluyentemente identificada con la del maestro y fundador de la instrucción pública argentina. Queda así en un segundo plano otro Sarmiento, tanto o más apasionante que el primero: ese que, percibiendo los desafíos de su tiempo –construir «una Nación en el desierto argentino», como tituló Tulio Halperín Donghi su ensayo sobre el periodo previo al 80- se puso a pensar pero también a hacer; recorrió el mundo buscando alternativas importables a nuestra realidad, se trenzó en apasionados debates sobre modelos y soluciones y, cuando el destino le dio la oportunidad, aceptó el desafío de intentar llevarlos él mismo a la práctica.

En consecuencia, si bien se lo recuerda como educador, su figura impregnó casi todos los ámbitos de la vida pública argentina en los últimos dos tercios del siglo XIX. Su personalidad inquieta y emprendedora lo llevó a incursionar en múltiples áreas: la diplomacia y el ejército, el ensayo y la divulgación, los viajes y el periodismo, la política; en todas ellas, se volcó de manera apasionada. No era hombre de medias tintas. Decía lo que pensaba y sentía sin la impostura de lo que hoy llamamos corrección política. Es por ello que también se pueden encontrar muchas contradicciones en su extensa obra. Sarmiento vivió tiempos de cambio y asumió los riesgos de las posiciones que tomaba. Fue una persona comprometida con su país, y casi toda su vida la dedicó a contribuir con el progreso de su patria.

En plena época rosista, comenzó a reflexionar sobre las causas del atraso argentino y cuáles serían las soluciones a implementar para convertirnos en un país desarrollado. Fue en su exilio chileno donde desarrolló una intensa actividad como escritor, con el objetivo de ayudar a aquellos políticos e intelectuales que liderarían el país, una vez lograda la Organización Nacional. El desafío era superar la antinomia federales-unitarios y encauzar al país hacia un futuro de progreso y civilización, tema que obsesionaba a Sarmiento desde que comenzó a involucrarse en la vida pública.

Sus trabajos más destacados de ese período son Civilización y Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga (1845), Viajes por Europa, África y América, 1845-1847 (1849-51),Recuerdos de Provincia (1850) y Argirópolis o la Capital de los Estados Confederados del Río de la Plata (1850). En Facundo, Sarmiento busca develar el «enigma argentino», explorando las raíces de la dualidad que dio en llamar «civilización y barbarie». En su análisis la civilización representa el valor a promover. En contraposición, la región pampeana representaba el pasado colonial asociado a una sociedad feudal atrasada. Así las cosas, la civilización sarmientina se traduce en el establecimiento de un orden republicano reflejado en ideas liberales, y en el imperio de la ley y la movilidad social en sentido ascendente. Su propuesta se vio reflejada en el programa de gobierno que Sarmiento sugiere a lo largo del Facundo; el fomento de la inmigración, la libre navegación de los ríos, la nacionalización de las rentas de aduana (que hasta ese momento estaban en manos de Buenos Aires), la libertad de prensa, la educación pública, el gobierno representativo, la religión como agente moralizador, la protección a la seguridad individual y la institucionalización de la propiedad privada.

En Viajes, Sarmiento dejaría de mirar hacia Europa como había hecho en el Facundo para volverse hacia Estados Unidos. En su primera visita al país del Norte, tomó nota del progreso y el potencial de crecimiento que tenía aquel país gracias al impulso del ferrocarril, la educación y el orden institucional. Las semejanzas geográficas que observó con respecto a Argentina, le hicieron pensar que nos podríamos convertir en una nación de granjeros propietarios como lo era la sociedad norteamericana de aquel tiempo. Sarmiento enfatizaba especialmente el valor del trabajo en la agricultura como agente civilizador, en contraposición a la ganadería extensiva que se venía practicando en Argentina desde la época colonial (el mismo enfoque ya había sido explicitado por Manuel Belgrano cuando era secretario del Consulado). En este sentido, el desarrollo de la agricultura quedaba asociado directamente con el sistema republicano ya que, según Sarmiento, la agricultura promueve la cultura del trabajo. Por eso fue un firme impulsor de una «civilización agrícola» basada en el acceso masivo a la propiedad de la tierra, a través del sistema de colonias agrícolas, que tendría su apogeo entre 1870 y 1890. Este sistema debía ser complementado con el desarrollo del ferrocarril, los barcos a vapor, el telégrafo y el correo, que servirían para potenciar la comercialización y bajar los costos del transporte.

Pero sin lugar a dudas, su principal interés residía en el establecimiento de un sistema de educación pública y de calidad para todos los habitantes. Este era el mejor medio para alcanzar el progreso a largo plazo. De acuerdo a su visión, el desarrollo económico no bastaba para que el país se convirtiera en una república de ciudadanos civilizados. Por eso, en su proyecto de Nación, la educación era un pilar fundamental. Esto también lo había visto de primera mano en Estados Unidos cuando fue embajador argentino durante un par de años en la presidencia de Bartolomé Mitre. Allí mantuvo un fluido contacto con un destacado educador de Boston, Horace Mann y su esposa Mary. De hecho, con el paso del tiempo esa área de Massachusetts se convirtió en una de las regiones con mayor coeficiente intelectual por metro cuadrado.

Sarmiento dejó huella de su paso por allí y del impacto de su obra posterior, puesto que, cerca del English Garden, en la Commonwealth Avenue de esa ciudad de la Costa Este norteamericana, está emplazada una estatua de unos tres metros de altura que recuerda la figura del sanjuanino.

Monumento a Domingo Faustino Sarmiento emplazado en la Commonwealth Avenue de Boston, Estados Unidos

En su proyecto educativo, la instrucción no sólo debía ser cívica sino también práctica, ya que su idea era promover el surgimiento de ciudadanos y trabajadores. Sarmiento consideraba que la educación serviría para desarrollar en los jóvenes hábitos de orden y disciplina. A su vez, consideraba que la educación cumpliría un rol armonizador en las diferentes regiones de un país que había estado fragmentado desde la época de la independencia.

Como se dijo más arriba, sus ideas no quedaron en el papel. A diferencia de otros intelectuales cuyo aporte se limita a lo teórico, Sarmiento era un hombre de acción, y desde cada uno de los puestos que ocupó impulsó muchos de sus proyectos. Solo en los seis años de su mandato presidencial, de 1868 a 1874, se crearon 800 escuelas, que pasaron de recibir 30.000 alumnos a tener casi 100.000. La ley de Educación 1420, que establecería finalmente la Educación pública, obligatoria, gratuita y laica en el país –votada en 1884, bajo la presidencia de Julio A. Roca- tuvo en Sarmiento a su ideólogo e impulsor.

Además, durante su gestión, Sarmiento también propició la fundación de Escuelas Normales formadoras de docentes –para lo cual se empeñó y logró importar cierta cantidad de maestras de los Estados Unidos-, complementadas con la creación de observatorios, bibliotecas e institutos educativos. También durante su mandato se realizó el primer censo nacional en 1869 y se impulsó la llegada de 280.000 inmigrantes, en un país que en ese momento apenas superaba el millón y medio de habitantes.

Bajo su presidencia, se completó la redacción del Código Civil; obra de Dalmacio Vélez Sarsfield –para la anécdota, el padre de quien fue el gran amor de Sarmiento, su amante, Aurelia Vélez-.

Fue también la época del crecimiento exponencial del telégrafo, del ferrocarril y de los servicios postales; en síntesis, empezaba la modernización del país.

En su vida también hubo pérdidas –un hijo muerto en batalla-, momentos geopolíticos extremadamente graves –Guerra del Paraguay-, decepciones y fracasos –su gestión en la gobernación de San Juan-, pero nunca depuso sus armas favoritas que eran la pluma y la palabra.

El futuro lo construimos nosotros, y por más que las cosas no parezcan muy prometedoras, siempre hay una luz para mirar el futuro con optimismo: esa es tal vez la enseñanza que deja su trayectoria, en momentos en que los argentinos nuevamente debemos reflexionar sobre las opciones que tenemos por delante.

Qué hubiera sido de la Argentina si los sarmientos de mediados del siglo XIX se hubieran dejado abrumar por el atraso en el que se encontraba el país… Seguramente aquella época parecía mucho más complicada que la actual, sin Constitución, con un gobierno que ejercía la suma del poder público desde Buenos Aires e ignorando la voluntad del resto de las provincias, sin inversiones, sin ferrocarriles, y con una población todavía escuálida para el inmenso territorio del país. Sin embargo, los hombres públicos de aquellas generaciones desarrollaron un proyecto de país y lo pusieron en marcha. Miraron a las naciones más desarrolladas y trataron de adaptar sus instituciones a nuestra idiosincrasia, llevando al país a ser una de las naciones que más progresaron en la segunda mitad del siglo XIX.

Después de haber sido Presidente, Sarmiento aceptó ejercer la posición de Superintendente de Escuelas durante los primeros años de la presidencia de Julio A. Roca (1880-1886). Además de ser un signo de humildad y vocación de servir, quizás este ejemplo, que vale más que mil palabras, es uno de los mensajes más fuertes que nos legó sobre la importancia que le atribuía a la educación.

 

 

Alejandro O. Gomez se graduó de Profesor de Historia en la Universidad de Belgrano, en el Programa de Maestría en Economía y Administración de Empresas en ESEADE. Es Master of Arts in Latin American Studies por la University of Chicago y Doctor en Historia por la Universidad Torcuato Di Tella. Es profesor de Historia Económica en la Universidad del CEMA.

Los resultados se parecen a las dirigencias

Por Alejandro Alle. Publicado el 27/8/12 en: http://www.elsalvador.com/mwedh/nota/nota_opinion.asp?idCat=50839&idArt=7201463

Alguien podría agregar que «las dirigencias se parecen a la ciudadanía»…, que sería difícil de refutar pues quienes nos dirigen no llegaron en un plato volador. Surgieron de la ciudadanía. Algo de lo cual, por cierto, los latinoamericanos tendríamos motivo de sobra para estar avergonzados.

Lo concreto es que ninguna sociedad puede progresar si sus dirigentes en general, y los dirigentes políticos en particular, ocupan su tiempo en resolver problemas urgentes…, que ellos mismos se inventaron.

Ignoran, o pretenden ignorar, que vivir en permanente zozobra institucional tiene un costo muy alto para la sociedad.

Los datos económicos de El Salvador, implacables, muestran que ese costo se está pagando en términos de bajo crecimiento, de poca generación de empleo, de carencia de infraestructura, de débil calidad en educación pública, y de tantos otros problemas crónicos que El Salvador siempre padeció. Porque no son nuevos.

Quizás la dirigencia política inventa problemas urgentes para que la sociedad no piense en los problemas importantes…, pues descubriría que para resolverlos hace falta otra dirigencia.

El camino de las urgencias inventadas, y de las zozobras manipuladas, jamás generó riqueza. Un objetivo que debiera ser prioritario en toda sociedad económicamente subdesarrollada. Como El Salvador.

La semana pasada Fusades reportaba en su Informe de Coyuntura que ya son 18 los trimestres de clima de inversión adverso. Y que en el primer trimestre de 2012 la inversión extranjera directa (IED) fue de apenas US$ 59 millones. Anualizados representan apenas US$ 240 millones. Una miseria.

En efecto, el número es muy malo considerando que en 2011 Chile recibió US$ 17,299 millones de IED. Y Colombia US$ 13,234 millones. Aún llevado a valores per cápita, El Salvador sale muy maltrecho en la comparación con esos dos países, con los cuales en algún momento compartió la categoría de grado de inversión.

Incluso si la comparación se hiciera con los países más cercanos, veríamos que en 2011 Panamá recibió US$ 2,790 millones de IED; Costa Rica US$ 2,104 millones; Honduras US$ 1,014 millones; Guatemala US$ 985 millones; y Nicaragua US$ 968.

Ya ni la nefasta autocomplacencia de compararse sólo con vecinos pobres, siempre de desempeño mediocre, sirve de bálsamo.

Quienes pretendan politizar estos datos, sean de un color o del otro…, carecerán de argumentos: el promedio de IED recibida por El Salvador en el período 2000-2005 había sido de apenas US$ 325 millones. Otra miseria.

Para que el crecimiento económico se transforme en desarrollo económico y humano, que al fin de cuentas es lo importante, debe funcionar el «efecto derrame». Ese por el cual los beneficios de liberar los mercados llegarían a toda la población en términos de mejor calidad de vida. Sin institucionalidad nunca habrá derrame.

Otras dirigencias también debieran reflexionar. No es aceptable que un alto ejecutivo de cierta gremial empresarial alegue desconocimiento sobre los intereses de algunos de sus directores, manifiestamente incompatibles con las funciones que dicha gremial ejercía en una autónoma. Sean serios.

Los fríos números económicos reflejan las consecuencias de malas dirigencias. Pero para corregirlos hay que pensar en las causas. Y pensar es una actividad peligrosa…, que las dirigencias de nuestros barrios latinos siempre evitarán que los ciudadanos practiquemos.

Hablando de pensar…, dicha actividad exige cierto nivel de escolaridad. Y contando El Salvador con una población mayoritariamente joven, la educación pública debería ser abordada con verdadera responsabilidad.

Sin embargo, los vientos que soplan son desalentadores: la larga competencia populista que se avecina entre el «pura sangre» de los unos y el «hueso colorado» de los otros, augura una discusión superficial: el énfasis estará en el tamaño del vaso de leche, en la cantidad de zapatos que regalarán, o en los beneficios que otorgarán a los maestros.

Sería bueno que explicasen qué harán para mejorar la calidad de la educación. Y qué harán por las neuronas de los niños. Porque el futuro de esos niños, que es el futuro de El Salvador, merece total seriedad.

Hasta la próxima.

Alejandro Alle es Ingeniero. Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires). Columnista de El Diario de Hoy.