EL LIBERALISMO, ESA NOSTALGIA.

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 5/4/20 en: http://gzanotti.blogspot.com/2020/04/el-liberalismo-esa-nostalgia.html

 

El debate sobre la cuarentena obligatoria tiene tantos aspectos que creo que escapan a lo que una sola persona pueda conocer.

Hay temas biológicos, estadísticos, psicológicos, políticos, económicos, comunicativos, religiosos, etc.

Hay un tema, sin embargo, no tan popular, que quisiera, otra vez como una quijotada inútil, escribir.

Hay un terrible aspecto de la humanidad que me ha convertido en un liberal triste. La libertad es un valor importante, por el cual vale la pena perder todo, pero es extraño al ser humano después del pecado original. Hace tiempo que vengo repitiendo, con tristeza, que la historia de la humanidad es la historia de Caín. Es la historia de la crueldad, de una crueldad que va de la mano con la masificación casi absoluta de casi todos los seres humanos. En medio de eso, el surgimiento del liberalismo político y económico (no voy a aclarar de vuelta de qué liberalismo hablo) ha sido un cuasi-milagro, una excepción en la historia de la esclavitud. Una excepción por la cual vale la pena seguir luchando, sí, pero como un deber moral, que habitualmente no tiene ningún éxito hacia afuera, más allá de la conjetura de que esa quijotesca batalla es lo único que tal vez impide que el reino de Caín sea absoluto.

Ese ideal liberal tuvo sólo un imperfecto momento de “haberse convertido en horizonte” (esto es, cultura). Fue el surgimiento de los EEUU, muy imperfecto, por supuesto, del cual no participaron al principio ni afroamericanos, ni indígenas ni mujeres, pero algo misterioso guio la pluma de Jefferson cuando escribió “all men…”, dejando en la historia de Caín una espina clavada de Abel, para siempre, al menos como norte, como deber, como ideal regulativo.

Pero muy rápido entró en declinación. No sé si necesariamente, pero casi al ritmo de los temores de los anti-federalistas, la República se convirtió paulatinamente en un imperio. Fue un horror cuando después del 2001 se sanciona la Patriot Act, la cual suspende al arbitrio del Poder Ejecutivo cuanto Rule of Law se pudiera haber concebido. La Declaración de la Independencia fue guiada por el misterio. La Patriot Act, por el pánico.

En todas partes del mundo fue siempre así. Los EEUU –de la mano del Common Law británico- son los únicos que tienen una Declaración de Independencia cultural a la cual “no es imposible” (pero las excepciones no abundan) volver. En cualquier otro lado, no hay nada a donde volver. Hay que siempre comenzar.

Todo esto es así hace mucho tiempo. El mundo ya era cerrado antes de este virus. El mundo ya había renunciado a la libertad. El temor, la masificación, las ideologías autoritarias –racionalizaciones, tal vez, de la pulsión de agresión- ya lo dominaban todo. Ante eso, ya los quijotes decíamos: no se puede, nunca, violar los derechos esenciales de la persona. El fin no justificaba los medios. Las guerras no son excusas. El terrorismo tampoco. No se debe, nunca. Nada autoriza a asesinar. A robar. A encarcelar. A perseguir. A delatar. Nada, nunca. Nunca.

Pero era inútil, ¿no? Era inútil decirlo. El reino de Caín siguió avanzando, casi inexorable. La libertad ya se vivía, sólo, en la secreta resistencia de los voluntariamente débiles frente a las fuerzas de Caín.

Ante ese panorama, que la lucha contra un virus, por peligroso que fuere, justifique moralmente la Unión Soviética Universal, el encarcelamiento de todos, la voz única por los nuevos altoparlantes, la delación, la persecución al disidente y, dentro de muy poco, los disparos al disidente, no debe sorprendernos.

El mundo ya ha caído en la etapa más negra de su historia luego de la Segunda Guerra. Cuando salga la famosa vacuna puede ser que algunos se calmen, pero la pregunta será, ¿what´s next?

Todos los años planteo a mis alumnos qué harían ante una situación donde el único modo de salvar a 30.000 personas en un estadio deportivo es torturar al que puso la bomba. Se podrán imaginar la respuesta (era la respuesta de los militares del 76). Yo casi no digo nada. A veces digo “una vez que cruzas la línea, ya no hay vuelta atrás”.

Ya no hay vuelta atrás. El virus se hará masivo, habrá llegado la vacuna, los creyentes en la ciencia saldrán de vuelta a las calles y sus sacerdotes lo permitirán, pero el mundo habrá dado un nuevo salto hacia la esclavitud.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación. Publica como @gabrielmises

¿QUE ES SER LIBERAL?

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 11/1/20 en:  https://www.elobservador.com.uy/

 

Hace mucho tiempo fabriqué una definición de liberalismo que me place comprobar que colegas de peso la emplean a menudo: es el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros. Y cuando aludo al respeto no quiero decir que se adhiera al proyecto de vida del vecino, más aun a uno puede eventualmente resultarle repulsivo pero si no lesiona derechos de terceros no es posible -en el contexto de una sociedad abierta- recurrir a la fuerza para torcer el rumbo. Cada uno asume la responsabilidad por lo que hace y dice, el uso de la fuerza solo cabe cuando es de carácter defensivo, nunca agresivo.

A veces se recurre a la expresión tolerancia pero aquí se presentan dos problemas. En primer lugar, los derechos se respetan no se toleran y en segundo lugar aquél término aparece como que el que tolera posee la verdad y perdona al que procede de una manera distinta a la que considera apropiada el tolerante.

Y no es que con esto se esté patrocinando el relativismo moral, muy por el contrario la verdad consiste en la correspondencia entre el juicio y el objeto juzgado. Las cosas son independientemente de lo que se opine que son. El relativismo epistemológico eliminaría todo sentido de los departamentos de investigación en las universidades y en otros ámbitos puesto que no habría nada que investigar ya que todas las opiniones -aun contradictorias- serían valederas, además el relativismo hace que la misma afirmación de esa concepción sea necesariamente relativa.

El liberalismo centra su atención en las relaciones interpersonales que protegen la vida, la libertad y la propiedad, el resto es materia de acuerdos entre partes. Por otro lado, no se inmiscuye en lo intrapersonal. Cada cual adhiere a sus principios, algunos de los cuales son valores y otros desvalores pero, como queda dicho, no incumbe a los aparatos de la fuerza que denominamos gobierno el intervenir en esos ámbitos. Puede intentarse la persuasión si se estima que la conducta del prójimo no se ajusta a cánones adecuados para los propósitos del ser humano en cuanto a actualizar sus potencialidades en busca del bien, pero no puede traspasar esos umbrales sin provocar daño. En este sentido es que los maestros de la ciencia jurídica han repetido que “el derecho es un mínimo de ética”.

Este es también el sentido de sostener que no es susceptible de cortar en tajos al liberalismo: abarca aspectos éticos, institucionales, económicos, históricos y filosóficos que están íntimamente entrelazados. Y no es que en las filas liberales haya unanimidades, no se trata de una manada, cada uno tiene matices y diferencias que debate con sus colegas ya que no es una organización vertical. Por eso es que en general rechaza la expresión líder que más bien le recuerda al Duce o al Führer o dirigente que asimila al rebaño, prefiere el término referente para indicar quien abre caminos de conducta civilizada y ejemplificadora.

En la esfera crematística el liberalismo considera que dar rienda suelta a las energías creadoras hace posible la mejora en el nivel de vida de la gente en cuyo contexto los aparatos estatales se circunscriben a proteger los derechos de todos. Entiende por derecho la facultad de usar y disponer de lo propio y no el echar mano al fruto del trabajo ajeno en un ámbito de competencia lo cual excluye a pseudoempresarios que en alianza con el poder de turno explotan a sus congéneres a través de mercados cautivos y otras prebendas. En esta línea argumental el liberal subraya que en mercados libres el genuino empresario está obligado a atender las necesidades de su prójimo: si acierta obtiene ganancias y si yerra incurre en quebrantos.

Una de las mayores preocupaciones y ocupaciones del liberalismo consiste en mostrar las falacias graves de un pretendido igualitarismo puesto que aplicar la guillotina horizontal no solo reasigna los siempre escasos recursos a territorios distintos de los establecidos por la gente con sus compras y abstenciones de comprar en el supermercado y afines sino que, como consecuencia, reduce los salarios principalmente de los más necesitados ya que los ingresos solo provienen de las tasas de capitalización que es lo contrario al despilfarro.

El peso del Leviatán es lo que genera presiones impositivas insoportables, deudas gubernamentales inauditas que se ven obligados a pagar los contribuyentes y manipulaciones monetarias que esquilman lo obtenido lícitamente. La corriente de pensamiento liberal apunta a la limitación del poder  pues considera inviolables las autonomías individuales, en un proceso evolutivo que pone al descubierto que esa tradición no consiste en un puerto sino en una navegación en la que a cada instante surgen nuevas contribuciones y perspectivas que disminuyen la ignorancia en la que estamos embarcados.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

LIBERTAD Y PROGRESO: LOS EMPRESARIOS

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

No es necesario detenerse a considerar en detalle los problemas que se presentan en nuestro mundo. Uno de los aspectos álgidos del cual depende todo lo demás es la manifiesta incomprensión de los fundamentos éticos, económicos y jurídicos de la sociedad abierta.

 

Paradójicamente se critica a un capitalismo inexistente puesto que los aparatos estatales se han convertido en maquinarias infernales que cobran tributos insoportables, deudas públicas internas y externas astronómicas y regulaciones asfixiantes, todo financiado naturalmente con un nivel abultadísimo de gastos para alimentar a un insaciable Leviatán.

 

Aquí no es del caso analizar esta o aquella gestión gubernamental, el asunto son los resultados de décadas de populismo más o menos intenso y de uno u otro signo y etiqueta circunstancial. El hecho es que el mundo se debate hoy en esta situación.

 

Sin duda que el problema es la educación, es decir, la deficiencia en explicar las bases de la sociedad civilizada y, por ende, la decadencia de los valores y principios que la sustentan.

 

Afortunadamente hay casas de estudio, fundaciones e instituciones varias en diversos países que se dedican a contrarrestar esta malaria con presentaciones de rigor, argumentando las ventajas de una sociedad libre. Pero no es suficiente si a estas faenas muy meritorias se las compara con la catarata de falacias difundidas que dan apoyo a través de múltiples vías al engrosamiento de los referidos aparatos estatales que destrozan vidas y haciendas ajenas al tiempo que eliminan de cuajo los incentivos para proteger autonomías individuales.

 

De más está decir que aquellas entidades solo pueden recurrir a empresas privadas para obtener fondos que permitan financiar sus programas. No pueden buscarse recursos donde no existen y el empresariado es el grupo que necesita libertad para cumplir su rol específico de asignar recursos en el mercado.

 

Como es sabido, el empresario conjetura que los costos están subvaluados en términos de los precios finales al efecto de sacar partida del consiguiente arbitraje. Si acierta obtiene ganancias y si yerra incurre en quebrantos. El cuadro de resultados le marca si está bien o mal orientado en la satisfacción de las necesidades del consumidor.

 

En la medida en que los aparatos estatales intervienen en la economía, los precios se desdibujan y dejan de reflejar las estructuras valorativas y se asimilan a simples números dictados por los funcionarios de turno, con lo que la contabilidad, la evaluación de proyectos y el cálculo económico en general también dejan de expresar la situación real. En el extremo si se eliminan los precios, es decir, la propiedad, no se sabe si conviene construir carreteras con oro o con asfalto puesto que las consideraciones técnicas nada significan si no están referidos a precios. Sin llegar a este extremo de abolir la propiedad, como decimos, en la medida en que se intervenga en el proceso de mercado se distorsionan los precios que son las únicas señales para conocer si se está o no consumiendo capital.

 

Esto es así, pero henos aquí que ha habido y hay mal llamados empresarios que no solo no proceden de acuerdo a su antedicha misión específica sino que no ayudan a las instituciones que pretenden que las cosas vuelvan a su cauce e incluso critican el mercado libre. Se enriquecen fruto de las alianzas con el poder político del que reciben dádivas, privilegios y mercados cautivos que perjudican grandemente a la comunidad en la que trabajan.

 

Esto último es materia de otro debate, por el momento destacamos que aun procediendo como proceden algunos deberían buscar un reaseguro para su empresa, para sus hijos y nietos puesto que la lucha por el privilegio, esto es, el despojo cruzado recurriendo a la fuerza que impone el gobierno, tarde o temprano conduce al despeñadero.

 

Es cierto que no son pocos los “empresarios” que actúan del modo señalado porque estiman que de esta manera salvarán sus empresas y responderán bien ante los accionistas sin percatarse que si no modifican su actitud siempre el círculo se cierra y el gobierno termina de facto  manejando el flujo de fondos de la empresa con lo cual el así llamado empresario en la práctica pierde la empresa en el contexto de un sistema fascista donde se permite registrar la propiedad a nombre de particulares, pero, en los hechos, pertenece al gobierno.

 

Incluso el premio Nobel en economía George Stigler afirma que en Estados Unidos “han sido ellos [los empresarios prebendarios] quienes han convencido a la administración federal  y a la administración de los estados que iniciaran controles sobre las instituciones financieras, los sistemas de transporte, las comunicaciones, las industrias extractivas etc.” (en Placeres y dolores del capitalismo moderno). Por lo que Charles G. Koch, uno de los empresarios más prominentes de ese país, se pregunta: “¿Qué está pasando aquí? ¿Los dirigentes empresarios de Estados Unidos se han vuelto locos? ¿Por qué están autoaniquilándose debido a la voluntaria y sistemática entrega de ellos mismos y sus empresas a manos de reglamentaciones gubernamentales? […] La contestación, desde luego, es simple. No, estos empresarios y ejecutivos no comparten el deseo de suicidio colectivo. Ellos piensan que obtienen ventajas especiales para sus empresas […] En realidad están vendiendo su futuro” (en “A Letter from the Council for a Competitive Economy”).

 

Afortunadamente todos los empresarios no se comportan de aquella manera, muchos son respetuosos del mercado y ven las enormes ventajas de la libertad y encuentran un desafío en lograr objetivos dentro de las reglas del mercado libre y competitivo.

 

Esta larga introducción es para centrar la atención en un caso argentino que ilustra bien lo dicho, con total independencia ahora de quien sea el gobierno que circunstancialmente administra el Ejecutivo. El punto que hacemos se extiende a todos los empresarios locales en general en conexión con una entidad argentina de excelencia.

 

Se trata de la Fundación Libertad y Progreso de Buenos Aires, establecida como consecuencia a su vez de la fusión de tres destacadas fundaciones. Libertad y Progreso está dirigida por tres profesionales que dejaron sus respectivas empresas, negocios y estudios para abocarse a la tareas nobles de defender y difundir los antes mencionados valores de una sociedad libre, con la intención de retomar los consejos y principios de Juan Bautista Alberdi, el máximo inspirador de la Constitución liberal de 1853 que permitió a la Argentina disfrutar de los más altos niveles de prosperidad moral y material hasta que irrumpió el populismo bajo muy diversos signos políticos.

 

Libertad y Progreso ha desarrollado múltiples y muy jugosos programas en muy diversos frentes y tiene en carpeta otros tantos que ejecutaría si contara con los recursos suficientes. Los directivos de esta Fundación están sumamente agradecidos a todos los empresarios y personas de existencia física que brindan su apoyo financiero merced a lo cual se han podido llevar a la práctica tantos programas.

 

Pero, como queda dicho, los aportes no resultan suficientes si se tiene en cuenta la tarea ciclópea que debe llevarse a cabo para comenzar a revertir una tradición populista de hace más de siete décadas.

 

Es evidente que resulta una enorme bendición que esta institución se haya creado y una suerte mayúscula contar con la calidad moral y profesional de sus directores que han tenido el coraje, la honestidad intelectual y la decisión de dejar faenas lucrativas para encarar esto que han considerado su deber moral. En verdad un ejemplo para todos.

 

En estas circunstancias en realidad no resulta una exageración afirmar que los empresario debieran hacer cola para aportar a tan benéfica entidad, no para hacerle un favor a nadie sino en su propio beneficio y el de sus respectivas familias al efecto de contar con un país que vuelva a ser un faro en el camino y un punto de referencia para las naciones civilizadas.

 

Por supuesto que como en todo grupo humano puede disentirse aquí y allá con las opiniones de miembros de esa fundación, pero lo relevante es que en el balance neto los esfuerzos están dirigidos a que en nuestro país prime el respeto recíproco.

 

Hoy nos escribimos por correo electrónico con el director general, Agustín Etchebarne, y al pasar me contaba los denodados esfuerzos para el fund raising que deben realizarse casi cotidianamente. Su correo me recordó mi paso como rector de ESEADE durante los veintitrés años en los que estuve al frente de esa casa de estudios y del célebre fund raising que en verdad consumió más tiempo del que hubiera querido, pese a lo cual aprovecho para agradecer infinitamente a la comunidad empresaria por las muchas becas y aportes realizado en aquellas épocas.

 

Pero si nos quejamos con razón por esto o aquello que sucede en nuestro medio debemos tener en claro que no se trata de una casualidad, es el resultado de haber abandonado en gran medida y salvo honrosas excepciones la mencionada faena educativa. Y no se diga que esto produce resultados en el largo plazo, lo cual se viene machacando hace largas décadas, cuanto antes se empiece en este difícil pero muy gratificante trabajo, mejor. Ya estaríamos en el largo plazo si se hubieran redoblado esfuerzos con anterioridad. No hay que esperar milagros y poner manos a la obra cuanto antes. El equipo de Libertad y Progreso lo agradecerá y, sobre todo, las personas de bien de nuestro país.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

MÁS SOBRE COYUNTURA Y LAS IDEAS DE FONDO

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Parece una perogrullada insistir en el hecho de que para que se entiendan los fundamentos éticos, económicos y jurídicos de una sociedad de hombres libres es indispensable trasmitir con claridad esas fundamentaciones con todo el rigor que resulte posible ya que el receptor es en general hospitalario y sensible a la argumentación y no a las simples afirmaciones.

 

Es por ello que resulta indispensable contar con espacios para elaborar sobre ideas de fondo. Esa es la manera de correr el eje del debate al efecto de abrir plafones para que el político pueda articular discursos compatibles con la sociedad abierta ya que no puede proponer políticas que la opinión pública no entiende ni acepta.

 

Ahora bien, si nos dedicamos solo a la coyuntura nunca salimos del pantano. Más aun, con este procedimiento cada vez la coyuntura se hace más negra,  precisamente porque nadie se dedicó a explicar las ideas de fondo y se dejan terrenos abiertos para que el espíritu totalitario avance con sus ideas colectivistas.

 

Es cierto que a la gente en general le resulta más atractivo y más fácil leer sobre la coyuntura que bucear en ideas de fondo pero, como queda dicho, es necesario hacer que las raíces de la libertad se exhiban en todas sus facetas. El dedicarse exclusivamente a la coyuntura es poner el carro delante de los caballos, es ocuparse de los efectos sin prestar atención a las causas. Por ello es que con toda razón el marxista Antonio Gramsci ha reiterado “tomen la cultura y la educación y el resto se dará por añadidura”. La coyuntura es el resultado de las ideas de fondo que prevalecen para bien o para mal.

 

No hay conflicto ni incompatibilidad entre ideas e intereses que en no pocas ocasiones se suelen presentar en conflicto. Los intereses son también ideas, por lo que debe prestarse especial atención a este campo. En la mayor parte de las acciones y propuestas no hay maldad sino buena voluntad y las mejores intenciones, el tema estriba en la idea que se encuentra tras las conductas, es decir, como se conciben los nexos causales correspondientes, en otros términos, cual es la teoría que fundamenta tal o cual política. “Nada hay más práctico que una buena teoría” ha dicho con mucha razón Paul Painlavé.

 

Todo lo que ha creado el hombre se basa en una teoría, si el resultado en bueno quiere decir que la teoría es correcta si es malo significa que la teoría es equivocada. Esto va desde el método para sembrar y cosechar, la fabricación de una computadora, hasta la plataforma de un partido político.

 

Ideas y teorías son conceptos que interpretan diversos sucesos, como se ha apuntado tantas veces no se trata para nada de “ideologías” esa palabreja que en su acepción corriente significa propuestas cerradas e inexpugnables, por el contrario, se trata de procesos abiertos dado que el conocimiento tiene el carácter de la provisionalidad sujeto a refutaciones y en un contexto siempre evolutivo.

 

Entonces, si la raíz del asunto estriba en las ideas es allí donde debe concentrarse el trabajo: en debates abiertos y en el estudio desapasionado de diversas corrientes de pensamiento ya que la cultura forma parte de un entramado de préstamos y donativos, de recibos y entregas múltiples que se alimentan entre sí conformando una textura que no tiene término.

 

Sin embargo, se observa que la mayoría de quienes desean de buena fe terminar con la malaria paradójicamente se dedican a la coyuntura y a repetir lo que está en los diarios y que todo el mundo sabe. Los que comentan coyunturas son espectadores pasivos de la agenda que determinan otros, los que se preocupan y ocupan de las ideas de fondo marcan su propia agenda.

 

El relato de la coyuntura no escarba en el fondo del asunto, se limita a mostrar lo que ocurre lo cual ni siquiera puede interpretarse si no se dispone de un adecuando esqueleto conceptual. Más bien es pertinente subrayar que la buena coyuntura se dará por añadidura si se comprende y comparte la teoría que permite corregir lo que haya que corregir.

 

Por parte de los que se dicen partidarios de la sociedad abierta hay un gran descuido de las faenas educativas, muy especialmente en lo que hace a la gente joven en ámbitos universitarios que constituye el microclima del que parirá el futuro. En cambio, se dirigen a quienes al momento tienen posiciones de poder sin percatarse de la futilidad de la tarea. Se dice que no hay tiempo que perder y que el trabajo estudiantil es a muy largo plazo, lo cual se viene repitiendo desde tiempo inmemorial. Por otra parte, los espíritus totalitarios operan con notable éxito en colegios y casas de estudio universitarias desde siempre, con lo que han logrado un plafón intelectual de enormes proporciones que naturalmente empujan a la articulación de un discurso político en sintonía con esa tendencia.

 

Está bien ilustrar la idea algunas veces con la coyuntura como anclaje para algún ejemplo, pero sin perder de vista que es aquella la que marca el rumbo y nada se gana con inundar de series estadísticas si no se tiene clara la teoría que subyace. Es que son pocos los que se circunscriben a los datos de coyuntura  que conocen los fundamentos de la propia filosofía que dicen suscribir. Esto se percibe ni bien surgen en el debate temas de fondo de la tradición liberal.

 

La dedicación a la enseñanza es tanto más necesaria cuanto que los socialismos de diversas tonalidades apuntan a sentimientos de superficie y evitan hurgar en razonamientos que permiten vislumbrar las ventajas de la libertad. En este mismo sentido, el premio Nobel en economía Friedrich Hayek nos advierte que “la economía es contraintuitiva” y el decimonónico Bastiat insistía en que el buen analista hurga en “lo que se ve y lo que no se ve”, lo cual demanda esfuerzos adicionales.

 

Como la energía es limitada y los recursos disponibles también lo son, conviene establecer prioridades para enfrentar los crecientes desmanes de los gobiernos, supuestos defensores de las autonomías individuales. Correr tras las coyunturas es equivocar las prioridades, se requiere como el pan de cada día el prestar debida atención al debate de ideas ya que son éstas precisamente las que generan tal o cual coyuntura.

 

Debe subrayarse que en el plano político se requiere el consenso y la negociación entre posturas diferentes al efecto de permitir la convivencia, pero lo que destacamos en esta nota es la imperiosa necesidad de esforzarse en incentivar debates de ideas en la esperanza de que la comprensión de los beneficios de la libertad se hagan más patentes, para lo que el enfrascarse en  mediciones y estadísticas no contribuye al objetivo de marras.

 

Es clave comprender y compartir el esqueleto conceptual de la sociedad abierta puesto que las estadísticas favorables son el resultado. Por el contrario, si se tratara de demostrar las ventajas de la libertad a puro rigor de estadísticas ya hace mucho tiempo que se hubiera probado la superioridad del liberalismo, el asunto es que, en definitiva, con cifras no se prueba nada, las pruebas anteceden a las series estadísticas, el razonamiento adecuado es precisamente la base para interpretar correctamente las estadísticas. Es por eso que resulta tan esencial la educación y no perder el tiempo y consumir glándulas salivares y tinta con números que desprovistos del esquema conceptual adecuado son meras cifras arrojadas al vacío.

 

El oxígeno vital es la libertad, si los debates se centran exclusivamente en las cifras se está desviando la atención del verdadero eje y del aspecto medular de las relaciones sociales. Como bien ha escrito Wilhelm Röpke en Más allá de la oferta y la demanda: “La diferencia entre una sociedad abierta y una sociedad autoritaria no estriba en que en la primera haya más hamburguesas y refrigeradoras. Se trata de sistemas ético-institucionales opuestos. Si se pierde la brújula en el campo de la ética, además, entre otras muchas cosas, nos quedaremos sin hamburguesas y sin refrigeradoras”.

 

En otras palabras, correr tras la coyuntura es un certamen destinado al completo fracaso puesto que los números serán cada vez peores debido, precisamente, a que no se han comprendido las ideas que posibilitan la corrección de datos que constituyen la expresión de lo que ocurre. Comprendo que en la desesperación -porque la barranca abajo puede es muy empinada- haya quienes se empeñan en batallar con cifras con la pretensión de que se entienda el desastre pero, como queda dicho, es equivalente a correr tras la sombra de uno mismo con el sol a las espaldas que nunca se alcanza, hasta que en nuestro caso se decida “tomar el toro por las astas” y encarar el problema de fondo y aclarar las ideas que subyacen en los datos de coyuntura.

 

Sin duda que los diarios y equivalentes se alimentan de noticias, es decir, de coyuntura puesto que de eso se trata y las columnas de opinión en gran medida se focalizan en torno a ese material, lo cual no excluye que una proporción de esas columnas inviten a los lectores al ejercicio de pensar y abrir cauce con ideas de fondo al efecto asegurar un futuro más despejado rumbo a la sociedad libre, lo cual tiene lugar en los medios de mayor peso ya que son conscientes que no puede comenzarse por el final.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

EL ABC DE LA EDUCACIÓN SON LOS MODALES

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Recuerdo una de las tantas conversaciones que mantuve con el gran Leonard Read en su oficina de la Foundation for Economic Education, cuando trabajaba en la tesis para mi primer doctorado, becado por esa benemérita institución, en 1968. Siempre me beneficié enormemente con sus consejos y reflexiones.

 

En la oportunidad a que me refiero destacó la importancia y la necesidad de reiterar conceptos sobre los fundamentos éticos, económicos y jurídicos de la sociedad abierta hasta que se comprendieran y adoptaran. Al fin y al cabo -con humor traía a colación el conocido aforismo- “para novedades, los clásicos”, lo cual desde luego no desmerece las nuevas contribuciones que se acoplan a la línea argumental a favor de la libertad y el respeto recíproco. En esta misma dirección tengo presente que en ESEADE Pascal Salin entonces en la Universidad de París IV, comenzó una conferencia con una pregunta retórica “¿prefieren que sea original o que diga lo que creo es la verdad?”. En este sentido, ahora en gran medida vuelvo sobre lo que escribí hace años sobre la importancia de los buenos modales.

 

“El hábito no hace al monje” reza un conocido proverbio a lo que  Jacques Perriaux agregaba “pero lo ayuda mucho”. Las formas no necesariamente definen a la persona pero ayudan al buen comportamiento y hace la vida más agradable a los demás.

 

Hoy en día, en gran medida se ha perdido el sentido del buen hablar. En primer lugar, debido al uso reiterado de expresiones soeces. Las denominadas “malas palabras” remiten a lo grotesco, a lo íntimo, a lo repugnante y a lo escandaloso. Los que no recurren a esas expresiones no es porque carezcan de imaginación, es debido a la comprensión del hecho de que si se extiende esa terminología todo se convierte en un basural lo cual naturalmente se aleja de la excelencia y las conversaciones bajan al nivel del subsuelo. Por su parte, los términos obscenos empobrecen el lenguaje y como éste sirve para pensar y para la comunicación, ambos propósitos se ven encogidos y limitados a un radio estrecho.

 

Entonces, aquello de que “el hábito no hace al monje, pero lo ayuda mucho” pone en evidencia una gran verdad y es que las apariencias, los buenos modales y, en general, la estética, tienen una conexión subliminal con la ética. Cuanto más refinados y excelentes sean los comportamientos y más cuidados los ámbitos en los que la gente se desenvuelve, más proclive se estará a lograr buenos resultados en la cooperación social y el indispensable respeto recíproco como su condición central.

 

Esto  no significa que un asesino serial pueda estar encubierto y amurallado tras aparentes buenos modales, significa más bien que se tiende a reforzar y a abrir cauce al antes mencionado respeto recíproco. Se ha dicho en diversas oportunidades que en la era victoriana había mucho de hipocresía, lo cual es cierto de todas las épocas pero no cambia el hecho de que en esa etapa de la historia el ocultamiento de lo malo traducía un sentido de vergüenza que luego se perdió bajo el rótulo de la sinceridad que pusieron al descubierto las inmoralidades más superlativas con la pretensión de hacerlas pasar por acciones nobles.

 

Las normas morales aluden al autorrespeto y al respeto al prójimo en las respectivas preservaciones de las autonomías individuales basadas en la dignidad y autoestima. De más está decir que lo dicho nada tiene que ver con el dinero sino con la conducta, lo que ocurre es que en las sociedades abiertas los que mejor sirven los intereses de los demás son los que prosperan desde el punto de vista crematístico y, por ende, se espera de ellos el ejemplo, lo cual en los contextos contemporáneos ha mutado radicalmente puesto que en gran medida los patrimonios no son fruto del servicio al prójimo sino de la rapiña lograda con el concurso de gobernantes que se han extralimitado en sus funciones específicas de proteger derechos para, en su lugar, conculcarlos. Mal puede esperarse ejemplos de una banda de asaltantes.

 

La literatura, la escultura, la pintura y la música son evidentemente manifestaciones de cultura por antonomasia. Sin embargo, en la actualidad, tal como he consignado antes, por ejemplo, Carlos Grané apunta en El puño invisible: arte, revolución y un siglo de cambios culturales que el futurismo, el dadaísmo, el cubismo y similares son manifestaciones de banalidad, nihilismo, vulgaridad, escatología, violencia, ruido, insulto, pornografía y sadismo (en el epígrafe de su libro aparece una frase del fundador del futurismo Filippo Tomaso Marinetti que reza así: “El arte, efectivamente, no puede ser más que violencia, crueldad e injusticia”).

 

¿Qué ocurre en ámbitos cada vez más extendidos en aquello que se pasa de contrabando como arte? Es sencillamente otra manifestación adicional de la degradación de las estructuras axiológicas. Es una expresión más de la decadencia de valores. En este sentido, otra vez, se conecta la estética con la ética. No se necesitan descripciones acabadas de lo que se observa en muestras varias que a diario se exhiben sin pudor alguno: alarde de fealdad, personas desfiguradas, alteraciones procaces de la naturaleza, embustes de las formas, alaridos ensordecedores, luces que enceguecen, batifondos superlativos, incoherencias múltiples y mensajes disolventes. En el dictamen del jurado del libro mencionado de Grané -que obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco (presidido por Fernando Savater), en Guadalajara- se deja constancia de “los verdaderos escándalos que ha vivido el arte moderno”.

 

¿Qué puede hacerse para revertir semejante espectáculo? Solo trabajar con paciencia y perseverancia en la educación, es decir, en la trasmisión de principios y valores que dan sustento a todo aquello que puede en rigor denominarse un producto de la humanidad, alejándose de lo subhumano y lo puramente animal, en un proceso competitivo de corroboraciones y refutaciones que apunten a la excelencia y no burlarse de la gente con apologías de la fealdad y explotar el zócalo del hombre con elogios a la indecencia, la ordinariez y a la tropelía.

 

Incluso la forma en que nos vestimos trasmite nuestra interioridad. La elegancia y la distinción se dan de bruces con los piercing, los tatuajes, los pelos teñidos de colores chillones, estrambóticas pintarrajeadas del rostro y las uñas, la ropa zaparrastrosa y estudiados andrajos en el contexto de modales nauseabundos, ruidos guturales patéticos que sustituyen la fonética elemental. La bondad, lo sublime, lo noble y reconfortante al espíritu naturalmente hacen bien y fortalecen las sanas inclinaciones. El morbo, el sadismo, lo horripilante y tenebroso dañan la sensibilidad y afectan lo mejor de las potencialidades del ser humano.

 

Hace años con mi mujer observamos en un subterráneo londinense un enorme cartel con la figura de Michel Jackson con los labios pintados, cambios en la pigmentación y operaciones y estiramientos varios en el que se leía “If this is the outside, what goes on in the inside?”. También ingleses que trasmitían radio en el medio de la nada en África durante la Segunda Guerra Mundial lo hacían vestidos de smoking “to keep standards up”.

 

El deterioro en los modales que subestima la calidad de vida al endiosar la grosería y lo chabacano, también tiende a anular el sentido de las expresiones ilustrativas que se consideran pasadas de moda tal como cuando se aludía a una dama que se utilizaba para indicar conductas excelsas y cuando se afirmaba de un hombre que “es antes que nada un caballero” quería decir mucho de sus procederes y de su rectitud. Ya Confucio, quinientos años antes de Cristo, escribió que “Son los buenos modales los que hacen a la excelencia de un buen vecindario. Ninguna persona prudente se instalará donde aquellos no existan” y, en 1797, Edmund Burke sostenía que para la supervivencia de la sociedad civilizada “los modales son más importantes que las leyes”.

 

Estimo que antes de las respectivas especializaciones profesionales, debiera explorarse el sentido y la dimensión de la vida para lo cual hay una terna de libros extraordinarios que merecen incorporarse a la biblioteca: The Philosophy of Civilization de Albert Schweitzer, Adventures of Ideas de Alfred N. Whitehead y Human Destiny de Lecomte du Noüy. Después de esa lectura tan robusta y de gran calado, entre otras muchas cosas, se comprenderá mejor el apoyo logístico que brinda la cobertura de los modales al efecto de preservar las autonomías individuales.

 

Hasta donde mis elementos de juicio alcanzan, en medios argentinos radiales y televisivos (aparte de reuniones sociales) es donde se concentra la mayor dosis de lenguaje soez.  Hay quienes incluso se creen graciosos con estos bochornos haciendo gala de un sentido del humor por cierto bastante descompuesto. Afortunadamente este decir maleducado no se ha globalizado por el momento, por lo menos al nivel de la degradación argentina. Es de esperar que personas inteligentes y que también hacen aportes en diversos campos abandonen la grosería de sus expresiones al efecto de contribuir a la construcción una sociedad decente y se percaten que la cloaca verbal se encamina a la cloaca.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.