El mutuo respeto de los derechos, esencia de la convicción liberal

Por Enrique Aguilar: Publicado el 1/12/21 en: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-mutuo-respeto-de-los-derechos-esencia-de-la-conviccion-liberal-nid01122021/

El liberalismo no inventa enemigos para definir sus contornos y considera que la política sirve para contener el conflicto, no para azuzarlo; valora el diálogo y el debate de las ideas

El liberalismo y su grieta

El liberalismo y su grieta Alfredo Sábat

Hace unos años, Hugh Brogan escribió que el liberalismo se caracteriza ante todo por su condición paradójica: “Es un credo con libros sagrados, nombres sagrados y una historia sagrada, pero sin una definición universalmente aceptable”. En efecto, entre el liberalismo clásico, que postula un gobierno limitado, y las corrientes que propician una sociedad sin gobierno, un abanico de expresiones se ofrece a la mirada del observador que quiera adentrarse en el estudio de esta tradición intelectual. Quizá por eso, como aconsejó J. G. Merquior, resulta más sencillo “describir” el liberalismo que intentar reducirlo a una definición breve.

Incluso hay quienes rechazan la posibilidad de un consenso liberal fundado en valores universales. Así, John Gray considera que no se requieren valores, sino instituciones comunes para permitir que muchas formas de vida puedan interactuar sin necesidad de conciliar sus respectivas concepciones de lo bueno o correcto. Esta distinción entre “dos caras” del liberalismo lleva a Gray a agrupar a Locke, Kant y Rawls, por un lado, y a Hobbes, Hume y Berlin, por otro, como exponentes de lo que en el fondo serían dos filosofías incompatibles. También se ha dicho (Kukathas) que el liberalismo no propone un acuerdo epistémico, sino práctico: sujetarnos a las normas que toleren el desacuerdo.

¿Qué rasgos caracterizan mi modo de ver el liberalismo? En primer lugar, la desconfianza hacia todo intento de transformar la naturaleza humana. Dado que no somos ángeles, el liberalismo considera que las instituciones se vuelven necesarias. También desconfía de los “proyectistas individuales”, del afán por la simetría y de toda pretensión de ajustar la organización social a las reglas de la lógica. Por eso asigna un rol esencial a la prudencia: circunscribir el lugar de los principios. No se aferra ciegamente a lo establecido y prefiere las innovaciones graduales a los cambios violentos.

Este liberalismo hace suya la tesis del conflicto, entendido como “catalizador del acuerdo” (Rosler). No inventa enemigos para definir mejor sus contornos y considera que la política sirve para contener el conflicto, no para azuzarlo, a partir del reconocimiento de la legitimidad parcial de las opiniones de los demás. Consciente de los aplazamientos y límites que nos impone la realidad, descree de las soluciones mágicas y de los profetas de la salvación que las prometen.

A estas alturas, no resulta concebible otro liberalismo que no sea democrático, esto es, que reconozca plenamente la soberanía popular como única fuente de legitimidad y adhiera al principio mayoritario como criterio rector en la toma de decisiones, cuyo límite son los derechos individuales, debidamente salvaguardados.

El liberalismo valora el diálogo y el debate de las ideas. Ve en el disenso un signo de salud intelectual, y en la crítica, una forma de compromiso. Los considera un insumo fundamental para el progreso del conocimiento y para la convivencia plural. Como decía Madame de Staël, “el despotismo, si no es la causa, es el resultado de la unanimidad”. Por tanto, a un liberal no podría resultarle ajena esta máxima del republicanismo clásico: audi alteram partem, “escuchad a la otra parte”. “Solo el pensamiento puede combatir el pensamiento –escribía Constant–, solo el razonamiento puede rectificar el razonamiento”. Siendo así, el insulto, la “cancelación” u otro medio de sustituir la labor de argumentar por la violencia verbal deberían ser ajenos al ethos liberal. Combatir a “los zurdos” no es una proclama liberal, sino maccarthysta. Por lo demás, un liberalismo cerrado ha sido y será siempre una contradicción en los términos.

A propósito de la república clásica, varios próceres del liberalismo valoraron el lugar de la virtud cívica como precondición de libertad. Para citar solamente a James Madison, “suponer que, sin ninguna virtud por parte del pueblo, cualquier forma de gobierno asegurará la libertad y la felicidad es una idea quimérica”. Por eso Madison apelaba también al espíritu “vigilante” del pueblo norteamericano como un elemento indispensable a los fines de evitar “la elevación de unos pocos sobre la ruina de muchos”.

El liberalismo respeta las formas y los controles horizontales, que contribuyen a preservarnos de la arbitrariedad. No rinde culto a la personalidad de nadie. Prefiere que los individuos hagan valer su independencia en lugar de prestarse a un proselitismo que los mimetiza. Tampoco es condescendiente con el autoritarismo político y la manipulación institucional. No puede avalar gobiernos que actúan por decreto, cooptando la justicia, maniatando al legislativo, o donde se robe para la corona. Ninguna reforma de mercado puede compensar esos excesos. Está de más agregar que nunca podría consentir la violación masiva de derechos humanos, el terrorismo de Estado o la ausencia del debido proceso. Con Montesquieu, sostiene que “si la inocencia de los ciudadanos no está asegurada, tampoco lo está la libertad”.

El liberalismo no puede aliarse con un ideario que conciba a la nación como una realidad irreductible o con voluntad propia. Con relación al populismo, no solo rechaza su macroeconomía, sino también otros elementos diseccionados por una amplia literatura. Por ejemplo, en la “anatomía” expuesta por Rosanvallon: a) la división del pueblo en dos campos antagónicos; b) una teoría de la democracia plebiscitaria, donde la categoría de followers califica el vínculo entre los individuos y el líder; c) un modelo de representación encarnada en ese liderazgo, y d) un régimen de pasiones y emociones que destila rabia, resentimiento y repulsión.

En una entrevista televisiva recogida luego bajo el título Le spectateur engagé, Raymond Aron recordó que fue en la década del 20 (había nacido en 1905) cuando comenzó a sentirse liberal “por temperamento”. Después llegaría el andamiaje teórico. Por su parte, Allan Bloom, al evocar al maestro admirado a ambos lados del océano, calificó de inusual esa suerte de “ascetismo espiritual” que consiste en “creer en el derecho que los demás tienen de pensar como les plazca”. El mutuo respeto de los derechos, agregaba, “es la esencia de la convicción liberal”.

Entre nosotros, el enfrentamiento entre distintas posiciones liberales trasciende el debate académico, pues involucra cuestiones personales, viejos enconos y acaso la pretensión de arrogarse un monopolio interpretativo de las ideas. Esa grieta se ha ahondado últimamente. Como si se tratara de una burla de la historia, el verticalismo, la intolerancia y un nivel de agresividad que pasma se han instalado en el interior del liberalismo.

No obstante, si convenimos en que el liberalismo es una suma de convicciones y también un temperamento, tal vez haya espacio para la búsqueda de diagonales y puntos de encuentro entre los que hoy parecen ser caminos divergentes. A este fin, sería necesario mirarse previamente al espejo para hurgar en los propios extravíos.

Enrique Edmundo Aguilar es Doctor en Ciencias Políticas. Ex Decano de la Facultad de Ciencias Sociales, Políticas y de la Comunicación de la UCA y Director, en esta misma casa de estudios, del Doctorado en Ciencias Políticas. Profesor titular de teoría política en UCA, UCEMA, Universidad Austral y FLACSO,  es profesor de ESEADE y miembro del consejo editorial y de referato de su revista RIIM. Es autor de libros sobre Ortega y Gasset y Tocqueville, y de artículos sobre actualidad política argentina.

SOBRE LA ENSEÑANZA

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 19/5/13. En http://gzanotti.blogspot.com.ar/2013/05/sobre-la-ensenanza.html?m=1

–         El enseñar no surge (como sí la creación de Dios) de la nada. Nace del apasionamiento por la verdad, por haberla buscado a fondo y seguirla buscando, nace de leer con ese espíritu, con un programa de investigación in mente. De allí surge el querer conversarlo con los demás, y ese acto de conversación es enseñar.

–         La seguridad del educador no nace, pues, de su soberbia, sino de la tranquilidad que tiene el que ha buscado la verdad y la sigue buscando. Ello, sencillamente, se nota, se expande como la luz.

–         Querer enseñar surge no sólo del propio entusiasmo, sino del amor a los demás, y no en forma abstracta, sino concreta, personal: amor a cada uno de los alumnos que tenemos delante. Amor que se expresa en todas las enseñanzas que sobre él nos dejó San Pablo.

–         Cuando entres al aula, entra entonces con esa seguridad, con ese entusiasmo, en ese afecto. No se adquieren por ningún método. O lo has vivido, o no.

–         Di tu nombre, y aclara que todos pueden estar en desacuerdo contigo, incluso, con eso último. Ello, para que todos se sientan invitados a expresar su propio pensamiento.

–         No se sabe para opinar, se opina para saber, esto es, esa libre expresión del pensamiento es la que el educador tiene que ir dirigiendo socráticamente hacia la verdad. Nunca digas no: reconduce, observa la parte de verdad, fíjate desde dónde el alumno habla, y desde allí sigues.

–         Si hay algún desacuerdo que no se soluciona, no forcejees. Déjalo como un tema que hay que seguir meditando entre todos.

–         No preguntes “alguien sabe qué es”, o “alguien sabe cómo se llama”, o “alguien sabe cómo se dice”………….. Etc. Porque cuando escuches las respuestas, tendrás que corregir, decir no, y entonces los demás tendrán miedo de equivocarse. Y lo peor es que el primer equivocado puedes ser tú.

–         Expone, sencillamente, tu posición sobre el tema, dejando claro que todos te pueden preguntar y disentir. Así el diálogo surge solo. La verdad os hará libres, sí, pero en este caso la libertad conducirá hacia la verdad. Si no admites desacuerdos, si sólo buscas que el otro repita lo que tú dices, y si lo repite bien lo premias y si no lo castigas, vivirás, tú y los demás, en una gran ilusión óptica. La verdad no emerge del que repite lo tuyo por premio o castigo. Solamente el propio convencimiento conduce a hacer propia la verdad. Y ese convencimiento surge sólo de argumentos.

–         Que tu apertura al diálogo sea verdadera. No es sólo un método, es un convencimiento de que no lo sabes todo y te puedes llevar una sorpresa.

–         No te preocupes por exponer “todo”. Siempre es algo. Es más, lo habitual es que una clase sea como abrir el ropero que conduce a narnias infinitas. Tú muestra con el entusiasmo del viajero los mundos que ya recorriste. Pero no los metas por la fuerza. Muestra las puertas abiertas del fascinante ropero, y deja que la única magia genuina, el entusiasmo del alumno, se introduzca. Y haces eso para que, precisamente, ellos recorran más que tú.

–         Si alguien, al ejercer el derecho al disenso que tú le respetas, te agrede, te insulta, se burla de ti o de los demás o sólo escupe su soberbia, deja pasar todo ello como el agua deja pasar la hoja del cuchillo. Haz como que nada pasa, protege, sí, a los demás, y sigue adelante. La humildad, por lo demás, también se transmite. En general si estás calmo, obtendrás calma. Como dice un proverbio oriental: si tocas suavemente un tambor, sonará suave, si lo golpeas con violencia, responderá con estruendo.

–         La única autoridad que tienes es la moral: la que surja de tu bondad y camino recorrido. No tienes otra. La tentación de obtenerla merced a premios, castigos y etc. es muy fuerte pero por favor no cedas, porque en ese mismo instante dejarás de ser educador para pasar a ser entrenador de animales.

–         Si “el sistema” ya “es” así, cuidado con entrar. Y si entras, mantén la fortaleza de ser educador o vete.

–         Tu “mundo” es tu aula. Eso es lo que puedes cambiar. Toda palabra que surja de ti es performativa: la palabra es tu herramienta fundamental. Las palabras construyen los imperios o los destruyen; las palabras forman personas o las destrozan.

–         Nada es fácil o difícil, todo es, sencillamente, fascinante, todo es algo que debe hacerte erizar el cabello, sea un poema de Borges, un texto de Santo Tomás de Aquino o un artículo de Plank sobre la física cuántica. Que sea fácil o difícil es una cuestión de hábito.

–         No los dejes solos con textos que no entiendan. Lee con ellos, y si no puedes, de vuelta, no los dejes solos.

–         Si alguien se siente demasiado cuidado por ti, y es partidario de otra filosofía de vida, donde hay que entrenarse para este mundo cruel, dile que tiene razón, pero que TU mundo no es cruel. Y que el mundo es lo que nosotros hacemos, pensamos, decimos.

–         Por lo demás, cada alumno es él mismo. Conócelo y singulariza lo que él necesita.

–         Tú no hablas sólo con tus palabras. Tú hablas, emites mensajes, desde que apareces, caminas y en el modo en que te diriges a ellos por primera vez. Tú hablas con tus miradas y gestos, con tus manos y con el tono de tu voz. Nada de ello se puede añadir artificialmente: los alumnos se dan cuenta en una milésima de segundo. Si algo de ello falla, es que algo de ti mismo está fallando.

–         Por lo demás, ¿quién dijo que tienes que ser Dios? Admite con sinceridad tus falencias, pide perdón si alguna de ellas daña a alguien; nunca hables de caminos que no has recorrido y que todo saber sea el fruto de tu vida, porque entonces tu saber será tan auténtico, limitado y falible como es tu vida misma, que es una luz finita, que ilumina no por su finitud sino por haber sido vivida con sinceridad y pasión.

–         Habría tanto más…………………………… Pero la enseñanza no es un método que se enchufa a un circuito de cualquier cerebro. La enseñanza es simplemente la irradiación de tu vida. Vive apasionado por la verdad y por tus alumnos, confía más en la misericordia que en la humana justicia, y todo lo demás se dará por añadidura.

Gabriel J. Zanotti es Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA).  Esprofesor full time de la Universidad Austral y en ESEADE es Es Profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE.

La clave es la educación:

Por Alberto Benegas Lynch. Publicado el 19/7/12 en: http://www.diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=7384

Me parece que es relevante destacar que deben diferenciarse nítidamente, por una parte, los proyectos de quienes se desempeñan en la órbita política y, por otro, los que actúan en el plano académico. En el primer caso, no resulta posible presentar planes de acción política con independencia de lo que reclama y puede digerir la opinión pública. Proceder de otro modo condena al fracaso la iniciativa política puesto que en esta instancia del proceso de evolución cultural se hace necesario contar con masivo apoyo electoral y también debe tenerse presente que el político debe conciliar diferentes posiciones. En cambio, en el segundo caso se trata de abrir caminos independientemente de lo que al momento piensa la opinión dominante. Son dos roles muy distintos: si un político pretendiera adoptar medidas con independencia de lo que comprende y acepta el electorado, estará perdido como político. Por el contrario, si para dictar una clase el profesor ausculta lo que reclama el alumnado durará poco en su cátedra (no hay papel más lastimoso que un intelectual que la juega de político haciendo equilibrios para adaptarse a lo “políticamente correcto” y así conseguirse un puestito en el elenco de algún gobierno). En realidad, la vinculación entre los dos roles se establece en cuanto a que las características de la opinión pública y, por tanto, del discurso político, dependerá de la honestidad, el coraje y la claridad con que se abran nuevas avenidas desde el plano intelectual.
 
Entonces, en base a estas consideraciones introductorias y teniendo en cuenta que todo lo que ocurre depende de una buena educación, formulo las siguientes reflexiones desde un ámbito que no pretende simular ni replicar una carrera electoral sino desde lo que se ha dado en llamar “el llano” (aunque en verdad en un ámbito republicano son los políticos los que están en el llano ya que son meros empleados de sus mandantes). En este contexto, formulo de modo muy telegráfico el siguiente decálogo al efecto de ir corriendo el eje del debate en pos de una sociedad abierta:
 
1. Dado que todos somos diferentes, no solo desde el punto de vista anatómico sino especialmente desde la perspectiva psicológica, los programas educativos deben operar en abierta competencia en cuanto a asignaturas, textos, métodos didácticos, horarios y todo lo que hace a una casa de estudio al efecto de sacar el máximo provecho no solo de las diferentes demandas sino del aprendizaje que surge de un proceso evolutivo en el contexto de un ambiente en donde las puertas y ventanas se encuentran abiertas de par en par al efecto de que ingrese la mayor cantidad de oxígeno posible. Las condiciones únicas e irrepetibles de cada estudiante desde luego incluyen las diferentes capacidades para distintas áreas, lo cual contradice la pretensión de establecer jerarquías de coeficientes intelectuales dadas las características multidimensionales que operan en este campo.
 
2. Los colegios y universidades deben ser privados en sentido real y no meramente nominal como suele ocurrir, puesto que los aparatos estatales se inmiscuyen y dictaminan acerca de las estructuras curriculares, lo cual constituye la esencia de una institución de enseñanza.
 
3. Las instalaciones de la llamada educación estatal (y no decimos pública puesto que esta categorización esconde la verdadera naturaleza de la entidad y, por otra parte, la educación privada también es para el público) debieran entregarse a la venta a profesores de esas reparticiones en base a que el sistema constituye una injusticia para los más pobres. Esto es así debido a que siempre todos pagan impuestos, especialmente aquellos que nunca vieron una planilla fiscal quienes tributan vía la reducción en sus salarios como consecuencia de los gravámenes que pagan los contribuyentes de jure, lo cual reduce las tasas de capitalización que son la causa del incremento de ingresos y salarios en términos reales. Imaginemos entonce la lamentable situación de quienes son tan pobres que ni siquiera pueden afrontar el costo de oportunidad de enviar a sus hijos al colegio porque perecerían por inanición si no trabajan con los padres: pues ellos se ven obligados a financiar los estudios de los más pudientes (y los que con gran sacrificio apenas pueden enviar a estudiar a la prole no pueden afrontar el pago doble, uno destinado a alimentar las instituciones estatales vía fiscal y otro para cubrir la matrícula y las cuotas de los privados, ergo, se ven forzados a recurrir a las estatales). Por otro lado, los estudios disponibles muestran que los costos por año por estudiante de las instituciones estatales, en relación con las privadas, resultan sustancialmente más elevadas debido a los naturales incentivos de cada sector (por más que en los documentos en los que se exhiben los costos de las entidades estatales habitualmente solo se computan gastos corrientes y se excluye el costo del capital por la inmovilización de activos inmobiliarios).
 
4. Los denominados “ministerios de educación” y equivalentes deben abrogarse al efecto de permitir la antes mencionada competencia, y allí donde se necesita la convalidación de títulos profesionales se procede con el aval de academias y equivalentes también en competencia entre si por asegurar los más altos niveles de formación y capacitación. La politización de algo tan crucial como el delicado proceso educativo y el concebirla como la fabricación de productos en serie desconoce por completo las individualidades y el valor y la trascendencia de las consiguientes potencialidades (de allí es la proliferación del home-schooling).
 
5. El procedimiento de los vouchers estatales resulta útil solamente para demostrar el non sequitur, es decir, para poner en evidencia que del hecho de que se sostenga que se debe financiar compulsivamente la educación de otros no se sigue que deban existir colegios y universidades estatales puesto que los receptores eligen la institución de su preferencia. Los vouchers estatales adolecen de los problemas económicos antes señalados que afectan especialmente a los más necesitados y a los que cuentan con menores capacidades para atender las ofertas educativas existentes. De más está decir que esto no invalida la existencia de vouchers privados ni las becas otorgadas por las casas de estudio y los valiosos emprendimientos filantrópicos.
 
6. Equivocadamente se ha sostenido que la educación es un bien público lo cual constituye un error puesto que no reúne las características de la no-rivalidad y la no-exclusión. Sin embargo, la enseñanza se traduce en externalidades (positivas cuando apunta a la excelencia) lo que explica la financiación de estudios por parte de terceras personas ajenas al candidato en cuestión.
 
7. Cuando se exhiben ejemplos del buen desempeño de instituciones estatales se deja de lado el hecho de lo que se hubiera realizado con el fruto de sus trabajos los titulares de los recursos, lo cual refleja los grados de eficiencia al tiempo que no se consideran para nada los efectos nocivos de desplazamientos forzosos de la educación privada al presentarse la variante aparentemente “gratuita” de las estatales.
 
8. Se suele hacer referencia al “derecho a la educación” sin percatarse que todo derecho implica la contrapartida de una obligación y si esta a su vez significa la lesión a un derecho, el alegado “derecho” se convierte en un pseudoderecho. Una cosa es el resguardo y la preservación de un derecho que se adquiere como consecuencia de arreglos contractuales con terceros o que posee la persona y otra bien distinta es la imposición basada en la sustracción de derechos del prójimo.
 
9. También se esgrime la “igualdad de oportunidades” para imponer las entidades estatales, pero esta figura es mutuamente excluyente con la igualdad ante la ley. Al ser todos diferentes, naturalmente se tienen oportunidades también diferentes. En una sociedad abierta de lo que se trata es que todos tengan mayores oportunidades pero nunca iguales, a menos que se proceda a la guillotina horizontal con lo que se habrá perdido la posibilidad de la división del trabajo y la consiguiente cooperación social. Debe tenerse muy presente que la igualdad es ante la ley, no mediante ella, puesto que en la media en que se sigue este último camino indefectiblemente las personas tendrán menores oportunidades, precisamente debido al deterioro en los marcos institucionales. Si, por ejemplo, se quisiera imponer la igualdad de oportunidades a un amateur en el tennis en un partido frente a un profesional habrá que obligarlo a este último a que juegue con una pierna, lo cual lesionaría su derecho y así sucesivamente.
 
10. Todos reconocen que más importante que educarse es mantenerse alimentado para poder sobrevivir, sin embargo, a esta altura de los acontecimientos, muy pocos son los que sugieren que los aparatos estatales se ocupen de sembrar, cosechar y comercializar alimentos porque las hambrunas son seguras. Esto es lo que precisamente ocurre con la educación estatal (mal llamada pública por las razones antes apuntadas): hambrunas espirituales en el contexto de barricadas y movimientos políticos en las así denominadas casas de estudio que no deben limitarse a contar con la buena voluntad de profesores sino que deben operar en un sistema abierto y competitivo con los incentivos necesarios que contengan y estimulen a los estudiantes en climas del mayor rigor, profundidad y calidad que las circunstancias permitan.

 Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía, Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.