La cárcel y la rehabilitación de los presos

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 15/11/2en: https://www.laprensa.com.ar/508922-La-carcel-y-la-rehabilitacion-de-los-presos.note.aspx

Hay una faena ejemplar que viene operando desde 2009 que ha producido resultados formidables. Se trata de la Fundación Los Espartanos constituida y piloteada por Eduardo Oderigo, abogado penalista de reconocida trayectoria. En resumidas cuentas, miembros de esa entidad visitan presidios y proponen que voluntariamente los presos adhieran a un programa que gira en torno al rugby pero que incluye charlas sobre valores desde muy diversos ángulos. Como es sabido, el deporte implica el respeto a reglas de juego, al compañerismo y la importancia del equipo, la condena a la trampa, saber perder y felicitar al adversario, saber ganar sin soberbias, ejercitar la disciplina, nunca darse por vencido y el correspondiente espíritu de superación.

Esta Fundación que comenzó en nuestro país, ahora tiene base en otros siete en todos los casos con igual éxito pues su influencia pone de manifiesto estadísticas extraordinarias en cuanto a la rehabilitación de ex presos, es decir, respecto a un cambio radical de actitud y por tanto a la no reincidencia. También la institución de marras facilita a los ex presidiarios contactos con empresas que están dispuestas a incorporarlos a sus plantas permanentes. Es notable el contraste con la situación de ex presos que no han accedido al programa que comentamos, en cuyos casos lamentablemente la reincidencia es muy grande.

Es que el tema de la rehabilitación siempre ha sido un asunto crucial. El encarcelamiento supone que por el mero hecho de que transcurra el tiempo la persona en cuestión modificará sus valores y prioridades. Este es a todas luces un supuesto falso. Como bien apunta el doctor en medicina Samuel Samenow en su obra Inside the Criminal Mind  constituye un error garrafal buscar causas fuera de las propias concepciones axiológicas de cada uno y no se trata de endosar responsabilidades fuera de la personalidad del delincuente. 

Constituye una grave ofensa a los pobres sostener que la pobreza produce delincuentes. Todos provenimos de las cuevas y de la miseria más espantosa de lo cual no se desprende que descendemos de criminales. Las familias, el medio ambiente y la educación influyen pero no determinan puesto que el ser humano no es un robot. Todos los que tuvieron éxito en la vida en los más diversos ámbitos -como queda dicho- descienden de la pobreza más extrema (cuando no del mono). Por otro lado, no hay más que ver las fortunas  colosales de los traficantes de drogas y los abultados patrimonios de empresarios prebendarios que aliados al poder de turno viven a expensas del prójimo y a contracorriente de lo que son mercados abiertos y competitivos. No hay correlato alguno entre ingresos y delito, la correlación es con el abandono de los principios morales de convivencia civilizada, a saber, el respeto recíproco.

También es frecuente intentar exculpar a los delincuentes al concluir que son “enfermos mentales”, falacia que explica muy bien el médico-psiquiatra Thomas Szasz en su libro El mito de la enfermedad mental al señalar que desde la perspectiva de la patología una enfermedad significa lesión de células, tejidos o cuerpos, pero las ideas no están enfermas.

A esta magnífica experiencia de la Fundación Los Espartanos habría que agregarle lo que hemos comentado en otras oportunidades, cual es la privatización de las cárceles en cuyo contexto los presos trabajan para mantenerse y para restituir lo restituible a las víctimas. Sin duda es una tremenda injusticia que las víctimas y el resto de la sociedad, además de haber recibido daños muchas veces irreparables deban mantener delincuentes. Estimamos que este agregado completaría la mejoría del cuadro de situación, en abierto contraste con la politiquería barata y peligrosa de soltar presos antes de haber cumplido con la condena, quienes suelen seguir el ejemplo de gobernantes corruptos.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Qué se espera después de la cumbre entre Corea del Norte y EE.UU.

Por Emilio Cárdenas. Publicado el 5/7/18 en: https://www.lanacion.com.ar/2150410-que-se-espera-despues-de-la-cumbre-entre-corea-del-norte-y-eeuu

 

La República Popular Democrática de Corea, a la que usualmente denominamos Corea del Norte, se autodefine todavía como «estado socialista autosuficiente». El resto del mundo la consideraba una nación pequeña, de apenas 24 millones de habitantes, con una extraña vocación de aislamiento, efectivamente separada de la comunidad internacional, quizás con la excepción importante de China, su socio comercial más activo, país con el que además comparte una larga frontera.

Está gobernada por un patológico régimen dinástico y autoritario a la vez, que hace del «culto a la personalidad» su evangelio y de sus líderes la columna vertebral de su pesada liturgia política.

Por décadas, los Estados Unidos y Corea del Norte mantuvieron un peligroso estado de desencuentro, en función del cual intercambiaron reiteradamente asperezas verbales y amenazas recíprocas. Por ello, en materia de paz y seguridad internacional, Corea del Norte ha estado en las últimas décadas siempre incluida entre las cuestiones abiertas de mayor peligrosidad.

Pero de pronto la agresividad del régimen que preside el joven Kim Jong-un se ha transformado -inesperadamente- en cortesía. El país ermitaño comenzó a buscar afanosamente una reunión entre su líder y el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Y lo logró. Presumiblemente, porque se trata de un país de conducta preocupante, que ha demostrado poseer no sólo misiles intercontinentales, sino también armas atómicas. Por esa razón precisa los EE.UU. han mantenido hasta ahora contingentes militares importantes en el territorio de Corea del Sur, a la manera de presencia disuasiva.

Finalmente, no sin vacilaciones, la reunión de los dos jefes de Estado tuvo lugar en Singapur. Fue la primera vez que los líderes de ambos países se sentaban a conversar, cara a cara.

Si bien la «Cumbre» no ha generado demasiadas consecuencias inmediatas, lo cierto es que las puertas que estaban cerradas se han abierto, lo que es trascendente. Sin diálogo, el espacio para la diplomacia se minimiza. Sin embargo, lo importante en materia de resultados tiene todavía que ocurrir. La «Cumbre» fue solo un indispensable primer paso. Ahora ambos países deberán confirmar, con actos, la progresiva distensión de la relación.

No es nada fácil confiar en Corea del Norte. Tres presidentes norteamericanos negociaron acuerdos con Corea del Norte en virtud de los cuales el país asiático convino en detener su programa atómico. Esos tres acuerdos no se cumplieron, lo que naturalmente provoca aprensión respecto del futuro efectivo del convenio recién suscripto.

En pocas palabras, el acuerdo de Singapur es sólo la obertura de un proceso que recién comienza. Es el primer movimiento de una sinfonía cuyas melodías todavía deben crearse, paso a paso. En conjunto. Esto requerirá compromiso, buena fe, coherencia y disciplina. Pero también buena comunicación, la que no podía edificarse sin el primer paso que acaba de darse.

Siempre se dice que las «Cumbres» combinan simbolismo con sustancia. El simbolismo ya ha sido proyectado. La sustancia -en cambio- aún está por verse. Para los Estados Unidos ella se tiene que ver con la «desnuclearización» efectiva de la península coreana. Para Corea del Norte, en cambio, lo sustantivo es el retiro de los contingentes militares norteamericanos de su vecindario inmediato.

Donald Trump viajó presuroso a través del mundo para concretar la reunión que presuntamente marcará el comienzo de la distensión de las relaciones entre los dos países involucrados. A estar a sus declaraciones, formuladas a la salida de la reciente reunión, la química personal entre ambos mandatarios resultó positiva. Pese a las notorias diferencias que existen entre las particulares personalidades de ambos interlocutores.

Cabe esperar que de ahora en más cesen las inquietantes amenazas, burlas e insultos que caracterizaron la difícil relación entre ambas naciones en los últimos años. Además, que la relación bilateral se consolide y que, paso a paso, se transforme en formas específicas de cooperación.

De alguna manera, lo sucedido tiene un cierto paralelo con el viaje de Richard Nixon a China, en 1972, que fuera el comienzo de un proceso de fortalecimiento de la confianza que luego derivó en la normalización de las relaciones diplomáticas.

Pero alcanzar el objetivo de la desnuclearización de la península coreana es ciertamente bastante más complejo que establecer y mantener relaciones diplomáticas con disposición a cooperar. Porque supone la buena fe en el proceder de las partes, incluyendo en la imprescindible verificación del cumplimiento de los compromisos que, respectivamente, sean asumidos.

En síntesis, se ha abierto una nueva etapa en una relación bilateral que generara angustia y desconfianza y que ahora está comenzando a proyectar la esperanza de poder conformar una relación normal que contribuya a que sus dos actores dejen atrás los desencuentros acumulados. No es poco. Pero está muy lejos de ser imposible.

Los EE.UU. están manejando la relación con Corea del Norte con gran diligencia. Cancelando una reunión previamente acordada con la India, el Secretario de Estado Mike Pompeo decidió viajar, sin pérdida de tiempo, a Pyongyang para continuar las conversaciones. La decisión, en sí misma, es una muestra de compromiso con la necesidad de resolver la desnuclearización de la península coreana. Además, los EEUU decidieron suspender los ejercicios militares en la región, previstos para el mes que viene.

Con Corea del Norte pasar del dicho al hecho es indispensable. Para ambas partes. Como bien dice mi amiga Madeleine Albright en su último libro («Fascismo»), «Corea del Norte es un Estado Islámico secular; su existencia genera evidencia adicional acerca de las tragedias que pueden resultar cuando el poder se concentra en manos de muy pocos por demasiado tiempo». Es efectivamente así.

De lo contrario -como alerta Albright- las provocaciones o la impaciencia de alguno, sumadas a la posibilidad de accidentes o errores de interpretación pueden derivar en violencia, poniendo en gravísimo peligro especialmente a los propios coreanos que viven a ambos lados del paralelo 38º que los separa.

 

Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California.  Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.

Discurso político y paternalismo

Por Gabriel Boragina Publicado  el 9/9/17 en: http://www.accionhumana.com/2017/09/discurso-politico-y-paternalismo.html

 

No deja de sorprenderme la fascinación que despierta en muchas personas el discurso político.

Se gasta mucha energía en discusiones banales propagandísticas.

El debate político es sano, pero en esa materia -como en tantas otras- lo que cuentan son los hechos, las acciones o las realizaciones.

Si la acción no se compadece con el discurso, si no lo acompaña, el discurso se queda en pura cháchara.

Quienes se entusiasman con un discurso político encendido son como niños que esperan ilusionados el cumplimento de las promesas de campaña. Resulta claramente una muestra de inmadurez cívica desde mi punto de vista.

En casos como el de Argentina, en el que la acción política -en una mirada retrospectiva- ha tenido efectos tan destructivos, sólo puede explicarse que la gente siga teniendo fe en políticos sobre la base de los razonamientos precedentes.

A veces, se ha dicho que la sociedad argentina es “adolescente” y que por eso no aprende de sus repetidos fracasos anteriores. Sin embargo, a la luz de los acontecimientos históricos de las últimas décadas, yo he sostenido (y lo sigo haciendo) que nuestra sociedad es infantil y no adolescente. Es decir, a mi juicio, la sociedad se encuentra en una etapa previa a lo que culturalmente en lenguaje habitual se denomina “adolescencia”.

Se acostumbra a rotular convencionalmente de esta manera a diferentes rangos de edades. La infantilidad, la adolescencia, la madurez, adultez, etc. no tienen que ver -a mi entender- con ninguna etapa biológica o etaria.

Son más bien actitudes, modos de comportamiento que adoptan las personas, y que tiene mayor vinculación -creo- con lo adquirido que con lo biológico. En otros trabajos míos he expuesto mis tesis acerca de este punto, por lo que no voy a extenderme demasiado ahora sobre tal aspecto.

Llamo, pues, infantil a la cualidad dependiente del niño, que se sabe indefenso, y que espera todo de sus padres o de otros adultos (ascendientes, o sus maestros y profesores).

Interpolando tal analogía, puede observarse que la relación entre los gobernados y los gobernantes en Argentina presenta estas características (posiblemente también se de en otras latitudes, pero -de momento- circunscribimos nuestro estudio al caso argentino por ser el que conocemos más de cerca).

El culto al líder, propio de los sistemas fascistas o populistas, es un síndrome que denota elevadas dosis de infantilismo en sus cultores y una demanda de paternalismo dirigida al jefe de turno. Si el que se vislumbra como jefe no revela tener atributos paternalistas sus chances de ser elegido por los votantes caen. De la misma manera que el niño anhela confiar en una autoridad fuerte, que le inspire respeto y la protección que demanda, idénticamente el pueblo infantilista exigirá líderes que lo conduzcan con firmeza, disciplina y decisión. De poseer estos requisitos y de ser suficientemente demostrativo a ese respecto, será elegido jefe y se asegurará una masa de seguidores. Al pueblo infantilista le bastará un discurso encendido, vibrante y convincente, aun cuando carezca de contenido concreto y no sea acompañado por acciones específicas.

Puede ocurrir que un pueblo de estas características carezca de políticos con perfiles paternalistas. En tales supuestos, aquellos que más se aproximen al mismo serán aceptados y elevados al poder. En Argentina, por ejemplo, los Kirchner nunca fueron líderes, pero el enorme vacío de poder que imperaba en el país al tiempo de sus elecciones, sumado a la ausencia de verdadera oposición de los partidos restantes, los ubicó fortuitamente al mando con tan sólo un 22% (primera elección)[1] y un 36,6% y 35,9% (2° y 3° elección) de los votos reales (la prensa de entonces difundió otros guarismos irreales notoriamente inflados)[2]

El padre autoritario y el padre dialogante

Tal como sucede en muchas familias, en las sociedades paternalistas se dan dos contornos diferentes de dirigentes políticos que reproducen -a nivel social y a gran escala -los roles del padre autoritario y el del padre dialogante que suelen manifestarse en el orden doméstico. En Argentina, los gobiernos peronistas y militares cumplieron el primer rol. Los gobiernos radicales el segundo, y en algunos tramos, el primero también. Dado que los primeros gobernaron más tiempo y más veces que los últimos, este hecho nos da con precisión el rasgo socio-político de la sociedad argentina, a saber: la de un paternalismo autoritario. El gobierno de Macri se proyecta como un caso atípico en el marco del folklore político, aunque -por momentos- encuadra dentro del esquema del padre dialogante. Un dirigente que manda, pero, al mismo tiempo dialoga, explica y busca el consenso de su “familia” (los gobernados). Es “padre”, “amigo” y “maestro” a la vez.

De más está decir que, esta postura socio-política está muy lejos del de un espíritu republicano, en el que quien gobierna es el pueblo por medio de sus representantes, sistema al que también se le denomina democracia representativa.

En este, el representante cumple el rol que su misma denominación indica, a saber: se limita a representar a su mandante y ejecutar el mandato que le fuera conferido por este. No dirige, sino que es dirigido. Es precisamente lo contrario al paternalismo en el que votante entiende estar eligiendo a un “político-padre”.

La evolución de un régimen paternalista hacia otro republicano democrático depende de un sinnúmero de factores, pero entre ellos destacan el educativo-cultural como el más significativo.

Hemos hablado muchas veces del legado paternalista derivado del colonialismo de la época de la conquista española y portuguesa en lo que hoy es Centro y Sudamérica, y la parte de Norteamérica que ocupa México. Dispar -y en mucho- al de las colonias instaladas en los hoy Estados Unidos.

Esto implicó que el estilo paternalista europeo fue exportado hacia todos los territorios conquistados. Y este legadocultural-educativo -con las mayoría de sus instituciones- se prolongó a través del tiempo hasta nuestros días en la que dicha cultura ha arraigado y, a pesar de los esfuerzos de notables políticos e intelectuales del siglo XIX en tratar de incorporar instituciones y leyes inspiradas en el liberalismo verdaderamente progresista de John Locke, J. Stuart Mill, Adam Smith, Edmund Burke y los que -en general- se conocen como los representantes de la Escuela de Manchester, no han podido conciliar del todo el paternalismo cultural que domina a sus anchas estas latitudes y el liberalismo democrático y republicano que tanto ha hecho progresar a todos los países que -en mayor o menor grado- lo han adoptado.

[1] El escrutinio real y definitivo -no publicitado masivamente en los medios- arrojaba en realidad un 16% final.

[2] Ver mi nota Gobernar a través de un mito

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.