Valores, crisis económicas y Cambiemos

Por Roberto H. Cachanosky. Publicado el 28/9/16 en: http://www.lanacion.com.ar/1942038-valores-crisis-economicas-y-cambiemos

 

Enlos últimos 70 años la economía argentina ha sufrido infinidad de crisis económicas, la mayoría generadas en desbordes fiscales. Niveles de déficit fiscal que forzaban devaluaciones, tarifazos, impuestazos y medidas por el estilo.

Es más, la larga decadencia económica argentina no solo está plagada de agudos procesos inflacionarios, megainflacionarios e hiperinflacionarios y defaults de la deuda pública, sino que también tiene un largo listado de confiscaciones de activos privados.

Ya en el gobierno del Dr. Arturo Illia se pesificaron los depósitos del sector privado. Ocurrió en 1964. Los US$ 200 millones depositados en los bancos fueron devueltos en pesos. Esos US$ 200 millones eran equivalentes a unos US$ 1.600 millones actuales indexados por IPC EE.UU.

El listado de confiscaciones sigue con el ahorro forzoso de Alfonsín en 1988, el plan Bonex en diciembre de 1989, el corralito de 2001, el corralón y la pesificación asimétrica de 2002, la confiscación de nuestros ahorros en las AFJP en 2008, el cepo cambiario y tantos otros actos que violaron la propiedad privada en nombre de la solidaridad social.

El largo listado de confiscaciones de activos, saltos inflacionarios, incrementos de la carga tributaria, defaults y demás destrozos económicos tienen que ver, entre otras cosas, con el continuo aumento del gasto público que en la era K llegó a niveles récord.

Pero la pregunta es: ¿Por qué se ha desbocado tanto el gasto público en la Argentina a lo largo de décadas que llevó a incrementar la presión tributaria hasta niveles asfixiantes y a diferentes acciones de confiscaciones de activos privados?

El gasto público se disparó porque, si bien hay una demanda de populismo, pareciera ser que la democracia se ha transformado en una competencia populista para ver quién es el que ofrece la mayor cantidad de medidas populistas que no pueden cumplirse y que, inevitablemente, terminan en crisis económicas. Podríamos decir que las recurrentes crisis económicas son consecuencia de esa oferta y demanda de populismo.

Pero al mismo tiempo, la demanda de populismo y la oferta de populismo obedecen a los valores que hoy imperan en la sociedad. Si la mayoría de la población demanda vivir a costa del trabajo ajeno, el empresario pide protección para no competir, el Estado crea puestos públicos innecesarios a nivel nacional, provincial y municipal para lograr ese clientelismo político que acerca votos. En fin, una sociedad cuyas reglas de juego consisten en vivir del trabajo ajeno, violando los derechos de propiedad y pidiéndole al Estado que use el monopolio de la fuerza para quitarle el fruto del trabajo a los que trabajan para transferirlos a los que no quieren trabajar ni competir como empresarios, entonces, es inevitable concluir que si hay una gran demanda de populismo (saqueo de la riqueza ajena por parte del Estado), es porque los valores que hoy imperan en la Argentina son esos. No son los valores de la cultura del trabajo, de competir e innovar, de tener la dignidad de querer trabajar para progresar. En fin, esos valores que hicieron que la Argentina fuera un gran país a fines del siglo XIX y principios del siglo XX.

Si se acepta que nuestras crisis económicas se originan en comportamientos populistas, lamentablemente las declaraciones de Federico Pinedo diciendo que el gobierno de Macri tiene que hacer un gobierno de izquierda, enorgulleciéndose de que Cambiemos tiene mayor cantidad de planes sociales que el kirchnerismo, muestra que más que Cambiemos es «Profundicemos» la crisis de valores que están destruyendo la Argentina.

Si hoy el Gobierno tiene que aumentar la cantidad de planes sociales, ese dato nos indica que la economía hoy está peor. En todo caso sería para mostrar como un logro que el Gobierno no tuvo que incrementar la cantidad de planes sociales. Que no aumentó la cantidad de gente que vive de los recursos que el Estado le quita al contribuyente.

Argentina necesita desesperadamente un gran flujo de inversiones, para eso hay que, entre otras cosas, disminuir la presión impositiva, algo que el Gobierno no va a hacer en la medida que tenga más gasto público porque otorga más planes sociales. El resultado está a la vista: el sector público nacional solo redujo su planta de personal en 10.900 empleados, mientras que el sector privado perdió 115.000 puestos de trabajo entre diciembre 2015 y junio de este año. El sector que genera riqueza para sostener al sector público sufre un brutal ajuste en nombre de las políticas sociales de izquierda que pregona Pinedo.

Nadie pide que el gobierno de Macri solucione la pesada herencia que recibió del kirchnerismo en solo 8 meses. Ni siquiera va a poder resolverla en 4 años. Es más, 70 años de desaforado populismo y políticas de vivir del trabajo ajeno no se hace desaparecer en unos pocos años de gobierno sensatos.

Lo preocupante de todo esto es que si Pinedo representa la voz de Cambiemos, su discurso está profundizando la cultura de no trabajar y no competir y tener un estado saqueador y confiscador. Porque para otorgar más «planes sociales» hay que saquear al sector privado con más impuestos.

Esperemos que realmente sea Cambiemos y no terminemos en un «Profundicemos el populismo» que destruyó a la Argentina, cayendo en una nueva desilusión.

Gobernar también es transmitir un discurso de decencia, cultura del trabajo, esfuerzo personal, competir, desarrollar la capacidad de innovación y crear riqueza. Lo otro es solo buscar los votos necesarios para mantenerse en el poder.

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE

Entre el engaño y el disimulo, el fracaso:

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 15/11/14 en: http://opinion.infobae.com/alberto-benegas-lynch/2014/11/15/entre-el-engano-y-el-disimulo-el-fracaso/

 

Dos de las políticas más frecuentes instaladas en los países que andan a los tumbos (que son casi todos) consisten en las devaluaciones y los ajustes. De tanto en tanto aparecen indefectiblemente en escena debido a manipulaciones monetarias y desórdenes fiscales propiciados por gobiernos irresponsables (que, otra vez, son casi todos).

Milton Friedman se burla de lo primero en Dólares y déficit insistiendo en la imperiosa necesidad de liberar el mercado cambiario y “hacer que el gobierno desaparezca sencillamente de la escena” . Por su parte, Friedrich Hayek en Toward a Free-Market Monetary System subraya que “Siempre, desde que el privilegio de emitir moneda fue explícitamente representado como una prerrogativa real ha sido patrocinado porque el poder de emitir moneda era esencial para las finanzas del gobierno, no para brindar una moneda sólida sino para otorgarle al gobierno acceso al barril de donde puede obtener dinero por medio de su fabricación”.

Es curioso que haya economistas profesionales que entren por la variante si debe o no debe devaluarse y, más llamativo aun, es que se lancen a patrocinar el valor en que debería situarse la divisa en cuestión. Es similar a que el debate se suscitara respecto al valor que debería fijarse a los pollos en lugar de liberar los precios luego del tristemente célebre “control de precios” que desde Diocleciano en la antigua Roma han demostrado su reiterado fracaso. Pues con el dinero ocurre lo mismo, los precios máximos a la divisa extranjera y mínimos a la local invariablemente conducen al mismo callejón sin salida.

Incluso de mantienen calurosas discusiones sobre cual debería ser el nuevo valor después de la devaluación, lo cual resulta tragicómico. También los hay que niegan que sean partidarios de la devaluación en vista de los efectos que esa medida provoca.

Es inútil, la manía por incrementar el gasto público en un contexto en el que la presión tributaria resulta insoportable se financia con emisión monetaria si es que no puede disimularse el déficit fiscal con endeudamiento externo. He aquí otra postura incomprensible: la de los economistas que suscriben la supuesta necesidad de financiarse con préstamos internacionales sin percatarse que ese canal no solo compromete patrimonios de futuras generaciones que no han participado en el proceso electoral que eligió al gobernante que contrajo la deuda, sino que facilita grandemente el derroche y en agrandamiento del aparato estatal.

Se suele esgrimir la conveniencia de la deuda pública externa para “la inversión” gubernamental. Pues, en primer lugar, no hay tal cosa como “inversión” por la fuerza ya que por su naturaleza significa abstención voluntaria de consumo para ahorrar cuyo destino es la inversión que opera debido a la preferencia temporal: la preferencia de lo futuro a lo presente. Ahorro forzoso o inversión por la fuerza constituyen contradicciones en los términos. En nuestro ejemplo, se trata de gastos no corrientes en el mejor de los casos.

Para no cargar tanto las tintas con nuestra profesión, tal vez debiera destacarse que muchos de los opinantes no son en verdad economistas. Usan esa etiqueta solo porque, por ejemplo, han opinado sobre la ley de la oferta y la demanda (generalmente mal formulada), es como si el que estas líneas escribe se autotitulara arquitecto porque alguna vez intentó levantar una pared (que, además, se derrumbó). Se trata de usurpación de título. En realidad es por eso que prefiero identificarme con mi grado de doctor en economía y no como economista.

En fin, dejando de lado esta digresión, la devaluación no es para nada una salida a los problemas creados por el Leviatán, se trata de un engaño transitorio. La solución en el mercado cambiario es liberarlo lisa y llanamente, lo cual reflejará la situación real de las paridades cambiarias. En realidad al aumentar la base monetaria, la banca central devaluó de facto lo cual se refleja en el mercado negro, solo que las exportaciones tienden a contraerse debido a que el “precio oficial” queda artificialmente rezagado y cuando no se lo quiere liberar se cambia la cotización de jure que naturalmente sigue atrasada. Esa es la devaluación.

El segundo tema de esta nota alude a lo que ha dado en llamarse “ajuste” que inexorablemente produce inmensos sufrimientos absolutamente inútiles (sea aquel solapado o explícito). Esto es así porque se trata de un parche que disimula el problema. Como he dicho antes, igual que en la jardinería la poda hace que la planta crezca con mayor vigor, el ajuste esconde la basura bajo la alfombra en lugar de erradicar de cuajo funciones estatales inútiles. Es como colocarle un corset a los efectos de ajustarle el abdomen a una persona excedida en su peso en lugar de encarar una dieta de fondo o de recurrir a la cirugía. Ajustar no es encarar el problema de fondo ya que el mal reaparecerá en el corto plazo.

Los padecimientos que se sufren por los ajustes son infinitamente mayores que los que ocurren cuando se adoptan con coraje y decisión las medias de fondo para desprenderse de reparticiones inconvenientes, las cuales sin duda generarán costos para algunos pero serán mucho más que compensados por el saneamiento perdurable.

Es lo mismo que si al enfermo grave en lugar de llevarlo al quirófano se le aplican inyecciones dolorosas que lo aliviarán temporalmente mientras el tumor crece.

En resumen, la extendida aplicación de las devaluaciones y los ajustes debieran sustituirse por la libertad cambiaria (no digo flotación porque está atada a la noción de “flotación administrada” o “sucia”) y por la eliminación de las funciones incompatibles con un gobierno republicano.

En relación a lo consignado, conviene tener presente lo escrito por Octavio Paz en El ogro filantrópico en cuanto a que lo establecido por los aparatos estatales se traduce en “un arte oficial y una literatura de propaganda […] Hay que decirlo una y otra vez: el Estado burocrático totalitario ha perseguido y castigado [es el] cáncer del estatismo […] Las tentaciones faraónicas de la alta burocracia, contagiada de la manía planificadora de nuestro siglo […] ¿Cómo evitaremos la proliferación de proyectos gigantescos y ruinosos, hijos de la megalomanía de tecnócratas borrachos de cifras y estadísticas?”. Esto último deber resaltarse: no se trata de un concurso de estadísticas sino de contar con libertad para que cada uno pueda seguir su proyecto de vida como mejor le plazca sin lesionar derechos de terceros, puesto que como ha escrito Tocqueville, “el que le pide a la libertad más que ella misma tiene alma de esclavo”.

Y para que pueda revertirse la situación y salir del marasmo de devaluaciones y ajustes, los intelectuales que se dicen partidarios de la sociedad abierta deben apuntar a erradicar los sistemas estatistas, lo cual significa alejarse de medidas timoratas que pretenden solo cambiar el decorado con hombres distintos y cambios menores. Precisamente, en este sentido es que Octavio Paz en la obra mencionada concluye respecto a nuestra región (pero aplicable a todos lados) que “Si los intelectuales latinoamericanos desean realmente contribuir a la transformación política y social de nuestros pueblos, deberían ejercer la crítica”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. En Administración. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer rector de ESEADE.

Cepo a la “libertad”

Por Aldo Abram. Publicado el 28/10/12 en http://www.lanacion.com.ar/1521170-cepo-a-la-libertad

Según Wikipedia, «el cepo es un artefacto ingenioso, ideado para sujetar, retener o inmovilizar algo, o alguien, como consecuencia de alguna determinada conducta del inmovilizado, para la que ha sido ideado, y de la que deriva su forma o el estado de sujeción, la cual puede ser planificada o espontánea, incluso sorpresiva y pícara». Entonces, pese a los reclamos de la Presidenta, la definición de «cepo cambiario» parece ajustarse a la realidad del régimen implementado por el Gobierno.

Es cierto que puede discutirse que el actual control del mercado de divisas sea ingenioso, ya que en los últimos 70 años se utilizó en más de 20 programas económicos, todos los cuales terminaron con fuertes devaluaciones y la gran mayoría, en crisis cambiarias e incluso bancarias. Sin embargo, le ha servido al Gobierno para retener las divisas de aquellos que están obligados a liquidar en el mercado oficial y sujetar el valor del dólar para pagarles menos de lo que vale, para lo cual inmoviliza a los particulares y las empresas evitando que puedan competir por la demanda de dichos activos extranjeros. Es más, podríamos agregar que la medida fue sorpresiva y pícara, ya que se tomó después de que los argentinos emitimos nuestro voto en las elecciones presidenciales, a sabiendas del costo político que la medida hubiera tenido para la reelección de la Presidenta.

Públicamente, los funcionarios del Gobierno y del Banco Central justifican las restricciones a la compra de divisa (aunque nuestra mandataria las niega) en que son necesarias para priorizar el crecimiento industrial y económico, que demanda importaciones de insumos y de capital. Sin embargo, desde la aplicación del control de cambios reforzado con medidas que cerraron la economía, las importaciones de todo tipo se desmoronaron, pero particularmente las de insumos y bienes de capital. Es que a nadie le puede atraer invertir y producir en un país donde se cambian las reglas de juego, no se puede disponer de las ganancias y se debe acomodar el manejo de los negocios propios según convenga al gobierno de turno.

Es falso el argumento de que lo que faltan son dólares, y por ello hay que cuidarlos. Si cualquiera tiene que pagar la cuota de un crédito en moneda extranjera, analiza cuánto gana, resta lo que necesita para comprar las divisas y ajusta el resto de sus gastos a lo que le queda como saldo. En cambio, desde hace años, el Gobierno se gasta todo lo que le ingresa e incluso más. Luego, cuando no tiene con qué pagar sus compromisos, le pide al Banco Central (BCRA) que lo haga por él, para lo cual les cobra a los argentinos el famoso «impuesto inflacionario», que es la otra cara de la depreciación de la moneda local y también se refleja en el alza del tipo de cambio. Es decir, no faltan dólares, sobra gasto público.

De hecho, si se hubiera mantenido la libertad cambiaria y el Banco Central hubiera emitido para financiar al Gobierno todo lo que efectivamente lo hizo hasta ahora, el tipo de cambio estaría entre $ 5,80 y $ 6,20. Es decir, no es que vamos a tener que devaluar, es que el Gobierno ya lo hizo y busca ocultarlo con un «cepo cambiario», instrumentado con medidas que son ilegales e inconstitucionales. No hay ninguna norma que le haya delegado a la AFIP la facultad de exigir a los argentinos que le pidan permiso para comprar divisas.

Tampoco existe una que le permita al Banco Central prohibir a los particulares y las empresas comprar divisas para aquello que deseen. De hecho, el decreto 260/02 vigente da origen a un mercado cambiario único y libre. No hace falta consultar Wikipedia o la Real Academia Española para darse cuenta de que actualmente el sistema no es libre.

Hoy vivimos la humillante situación de tener la Fragata Libertad retenida en Ghana, debido a una medida judicial que deriva de una demanda por deuda pública impaga. Sin duda es una imagen que representa claramente el creciente cepo a las libertades que padecemos los argentinos.

Nos hemos resignado a que los funcionarios, a quienes elegimos con nuestro voto, asuman sus cargos con poderes absolutos, ubicándose por encima de las leyes y la Constitución Nacional. De esta forma derivamos en una monarquía absoluta electiva, ya que votamos un rey o reina a quien nos sujetaremos como fieles vasallos por cuatro años.

Una democracia republicana es otra cosa, se basa en el respeto de las normas, la división de poderes y los límites para su ejercicio que manda la Carta Magna, lo que garantiza que los funcionarios no usarán sus cargos para poner en jaque las libertades y los derechos de los argentinos. Es decir, nos da la posibilidad de ser ciudadanos y no súbditos, pero para hacerlo realidad es necesario que cada uno asuma su responsabilidad cívica, en particular la dirigencia intelectual, empresarial y profesional, que en los últimos años estuvo tan ausente en la Argentina.

 Aldo Abram es Lic. en Economía y director del Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados de Argentina (Ciima-Eseade) .