La revancha autocrática

Por Constanza Mazzina. Publicado el 7/6/21 en: https://www.demoamlat.com/la-revancha-autocratica/

La contraola autoritaria: signo y seña del populismo que amenaza con borrar del mapa las conquistas del estado de derecho que supone la democracia, las libertades individuales que plantea el liberalismo político, la separación y autonomía de poderes propia del republicanismo, la transparencia y rendición de cuentas, los límites a los mandatos. Las autocracias instalan un discurso único con que representar la realidad bajo la lógica paranoide de amigo-enemigo y proponen una versión verticalista de construir poder irradiado desde la figura del personalismo que lo centraliza.

La caída del Muro de Berlín trajo aparejada una gran ola de optimismo que nos llevó a creer la ilusión de que, ya al cierre del siglo XX, el mundo había aprendido una lección: si no habíamos llegado al fin de la historia —tal como escribía Fukuyama en aquel entonces —, cuanto menos, parecía el fin de una historia de confrontaciones mundiales entre modelos autoritarios y democráticos. 

Era la culminación de un proceso iniciado a mediados de los setenta, una oleada especialmente fuerte en pro de la democratización en el mundo: la tercera ola. Pensábamos entonces que el oleaje inundaría el planeta y que había llegado para quedarse. Pronto, muy pronto, el optimismo se fue desvaneciendo y comenzamos a hablar de recesión democrática y de la contraola autocrática. La tercera ola en América Latina ha cumplido sus 40 años y parece sumida en la “crisis de los 40”. Repitiendo viejas mañas y consolidando nuevas, las democracias de la región, son, en el mejor de los casos, “democracias con adjetivos”.

El término “democracia con adjetivos” fue desarrollado por Collier y Levitsky a finales de los años noventa, para calificar a las democracias de la tercera ola cuando, pasados unos años, mostraban ya signos preocupantes. Aquellos adjetivos iban al centro de los atributos de las democracias liberales: si el sufragio tenía problemas (las elecciones no eran libres, limpias o competitivas), configuraba una “democracia oligárquica”; si estaban restringidas o cercenadas las libertades civiles: se abrían paso las “democracias iliberales”; si la oposición era perseguida o limitada por diversos medios, entonces se llegaba a una “democracia controlada”.

¿Qué adjetivo ponerle a las democracias latinoamericanas en la actualidad? Patrones estructurales subyacen en la política regional que, combinados, pueden incluirse en todos los tipos de democracias con adjetivos. Es decir, el conjunto de problemas que muestran nuestras democracias atraviesan la historia de todos los Gobiernos de la tercera ola, y convierte a esos “adjetivos” en problemas sistémicos, no ya coyunturales: algunos Gobiernos limitan las libertades (fundamentalmente de prensa y expresión), en otros casos, el sufragio no es libre o no es competitivo; algunos, incluso, persiguen a la oposición. En el extremo, Cuba que, hasta el momento, no inició el proceso de democratización. Los casos de Venezuela y Nicaragua muestran el camino inverso: la desdemocratización y el regreso autoritario están siempre a la orden del día. Estos últimos también han mostrado que en la actualidad las democracias mueren en las manos de líderes electos que hacen uso y abuso del poder para subvertir los mecanismos democráticos a través de los cuales llegaron al poder; una a una van desmantelando instituciones, derechos y libertades. Como señaló el reconocido politólogo Andrés Malamud: “hasta la década de 1980, las democracias morían de golpe (breakdowns). Literalmente. Hoy no: ahora lo hacen de a poco, lentamente. Se desangran entre la indignación del electorado y la acción corrosiva de los demagogos.[1]”

En el año 2020, Latinoamérica se convirtió en una de las regiones más afectadas por la pandemia del virus COVID-19 a nivel internacional, enfrentar este desafío evidenció los grandes problemas sociales, políticos y económicos que,  en mayor o menor grado, todos los países de la región padecen. Era previsible que esta circunstancia pusiera al desnudo las debilidades estructurales de los Estados latinoamericanos: cuales gigantes de pies de barro, los problemas de infraestructura, desarrollo (o su ausencia) y calidad institucional quedaron expuestos y generaron un cóctel cuyas consecuencias aún no han terminado de cristalizarse. 

El Índice de Transparencia que mide la percepción de la corrupción muestra que los Gobiernos de la región tomaron medidas extraordinarias para combatir la pandemia en forma de varios estados de emergencia que restringieron los derechos civiles. Estas restricciones limitaron las libertades de expresión y reunión, debilitaron los controles y equilibrios institucionales y redujeron el espacio para la sociedad civil. Esto produjo una retracción de las instituciones de supervisión y control y, por lo tanto, un aumento en la percepción global de la corrupción. El informe de Transparencia señala: “Con una puntuación media de 43 por quinto año consecutivo, las Américas es un polo de corrupción y mala gestión de fondos siendo una de las regiones más afectadas por la crisis de la COVID-19. Canadá y Uruguay mantienen las puntuaciones más altas, con 77 y 71 puntos respectivamente. Nicaragua, Haití y Venezuela obtienen el peor desempeño, con 22, 18 y 15 puntos respectivamente”.

Pero para 2020, el Índice de Democracia de The Economist Intelligence Unit en su decimotercera edición, registraba el impacto del coronavirus (COVID-19) en la democracia y en la libertad en todo el mundo. Analizaba cómo la pandemia se tradujo en la retirada de las libertades civiles a gran escala y alimentó una tendencia existente de intolerancia y censura de la opinión disidente. Como se registra en el Índice en los últimos años la democracia no ha gozado de buena salud y, en 2020, su fortaleza fue puesta a prueba aún más por el brote de la pandemia de coronavirus. El puntaje global promedio en el Índice de Democracia 2020 cayó de 5.44 en 2019 a 5.37. Esta es por lejos la peor puntuación mundial desde que se elaboró ​​por primera vez el índice en 2006. El resultado de 2020 representa un deterioro y se produjo, en gran medida, pero no únicamente, debido a las restricciones impuestas por los Gobiernos sobre las libertades individuales y las libertades civiles que se produjeron en todo el mundo en respuesta a la pandemia. El deterioro en América Latina muestra la fragilidad de la democracia en tiempos de crisis y la voluntad de los Gobiernos de sacrificar las libertades civiles y el ejercicio de la autoridad sin control en una situación de emergencia.

La literatura sugiere que hay tres elementos que, combinados, dan lugar a una democracia moderna. Primero, el Estado tiene el monopolio del poder coercitivo en un territorio determinado y debe asegurar la paz. Segundo, el rule of law, que refleja valores comunitarios y está por sobre todos los ciudadanos, incluyendo a los propios gobernantes. Por último, la rendición de cuentas, que asegura la responsabilidad Estatal para con los intereses de la comunidad por medio de las elecciones. El error en el que caen las democracias actuales es asegurar solo elecciones mientras que se descuida la capacidad del Estado y el cumplimiento de la ley. Lo cierto es que democracia y liberalismo abordan dos cuestiones diferentes: la democracia es una respuesta a la pregunta de quién gobierna. Requiere que el pueblo sea soberano. Si no gobierna directamente, al menos deben poder elegir a sus representantes en elecciones libres, justas y competitivas. Por su parte, el liberalismo no prescribe cómo se eligen los gobernantes, sino cuáles son los límites de su poder una vez que están en el poder. Estos límites, que en última instancia están diseñados para proteger los derechos del individuo, exigen el Estado de derecho y generalmente se establecen en una constitución escrita e implica que a ella se sujeten gobernantes y gobernados. Los sucesivos cambios en la letra constitucional (las reglas de juego) de varios Gobiernos latinoamericanos en estos años [2] es muestra de la vulnerabilidad del Estado de derecho. La democracia requiere el respeto al Estado de derecho para garantizar los derechos políticos, las libertades civiles y los mecanismos de rendición de cuentas y limite los posibles abusos de poder. 

En esta línea, hacia el año 2013, el Dr. Mario Serrafero ofreció en una conferencia [3] una distinción entre dos formas de concebir, de definir la democracia que resulta pertinente en estos tiempos de tanta confusión y donde todo parece lo mismo y da lo mismo, pero no lo es: por un lado, la democracia liberal republicana, por el otro, la democracia populista. 

La democracia liberal republicana es heredera de las tradiciones que le dan su nombre, y de cada una de ellas recupera y precisa los elementos que la definen. Los elementos fundantes de la primera son el respeto por los derechos de los individuos, entendidos como libertades básicas (reunión, opinión, asociación, prensa), los mecanismos de frenos y contrapesos (check and balances), la temporalidad en el ejercicio del poder y la rotación en cargos públicos, la transparencia y rendición de cuentas (accountability) de los gobernantes. Si el liberalismo desconfía del poder, de allí su necesaria limitación, el republicanismo se define por oposición al cesarismo. En esta concepción de democracia ningún actor tiene jamás en sus manos todo el poder por un período de tiempo indefinido ni tiene la oportunidad de ejercerlo sin control ni contrapesos. En la genética de estas tradiciones está el respeto por quien piensa diferente (libertades) y la tolerancia. El Estado de derecho es la condición necesaria de este andamiaje y el Gobierno (y el gobernante) no puede hacer y deshacer la ley a su antojo, sino que la ley está por encima de aquel. 

La democracia populista, por su parte, precisa el mecanismo electoral para llegar al poder, pero una vez en el poder despliega cierto tipo de comportamientos diferentes. Empecemos por señalar que afecta primero la cultura pluralista (libertades, respeto, tolerancia) y las instituciones que promueven la limitación del poder y la rendición de cuentas. Así, Serrafero señalaba que la práctica de la democracia populista se centra en: la personalización del régimen, el predominio del poder ejecutivo en desmedro de los otros poderes, los que son subordinados, colonizados, redefinidos o cooptados por la centralidad presidencial; hay una permanente descalificación de la oposición y de los medios de comunicación no afines, la aplicación de la ley es desigual por lo que se desdibuja el Estado de derecho y hay un uso de la historia y de la conspiración como formas de relatar la realidad. El objetivo último es la refundación del Estado, del orden económico, político y social. De allí, las necesarias reformas constitucionales que den legitimidad a este nuevo orden. La violencia es una consecuencia de la omnipotencia de la mayoría y de la lógica pueblo-antipueblo. Como decía Serrafero “la lógica de la polarización y el conflicto reemplaza a la lógica de la negociación y la resolución pacífica de controversias entre los distintos sectores e intereses”. La ley política reemplaza el Estado de derecho.  

En este punto podemos entonces reconocer que la región atraviesa varias crisis: la primera, de los partidos políticos, del sistema representativo y del presidencialismo, ligado ello a la escasa cultura de rendición de cuentas. Desde el regreso a la democracia, la región ha vivido situaciones donde el “fusible” es la finalización anticipada del mandato presidencial. Ocurra esto por medio de su renuncia o de un juicio político, una cantidad de presidentes no han finalizado su mandato (desde Alfonsín, Collor de Mello, Abdalá Bucaram, Cubas Grau, Mahuad, Sánchez de Losada hasta Lugo o Dilma Rousseff). De alguna manera, esto destraba el juego y reencauza la institucionalidad política. Aunque es un cimbronazo con fuertes consecuencias políticas. 

Agreguemos a ello la cultura caudillista y personalista que persiste en la región: Dieter Nohlen (1994) entiende que el gen autoritario se encuentra “concebido constitucionalmente en América Latina” producto de un objetivo inicial que consistía en fortalecer, temporalmente, en los textos constitucionales al Poder Ejecutivo para reducir así la influencia de otros poderes, es decir, el gen autoritario se hace presente en la región como un elemento constitucional transitorio y fundamental para transitar  los primeros años de gobierno y conformación de la estatalidad. La tragedia en América Latina radica en que “el gen del autoritarismo que posee el constitucionalismo, ha tomado más fuerza que el propio constitucionalismo”, es decir, tanto el autoritarismo institucional como la presencia de liderazgos fuertes y personalistas en el Ejecutivo se han convertido en las claves políticas para entender el funcionamiento de los presidencialismos latinoamericanos. 

La segunda es la crisis de la democracia a la que hemos hecho referencia: hace años que la democracia no logra satisfacer a los ciudadanos latinoamericanos que están (y así lo expresan) cada vez más insatisfechos. Hasta ahora la insatisfacción se tradujo en apatía, desinterés, en “me da lo mismo”, pero también allana el camino al personalismo caudillista, a subtipos disminuidos de democracia que rayan el autoritarismo o son abiertamente autoritarios a plena luz del día, sin golpes de Estado, aferrándose a una fachada electoral pero con estrategias y prácticas indiscutiblemente autoritarias [4].

Finalmente, la crisis del Estado. El Estado-nación en América latina ha sido un problema desde sus orígenes. Estados truncos, incapaces de transformar un conjunto de instituciones en un proyecto de nación posible. Yace aquí la cuestión: el Estado es parte del problema, pero, para muchos, el Estado es también la solución. La demanda de más Estado en sociedades anómicas resulta en una trampa donde nadie quiere después pagar la cuenta. No debería importar el tamaño del Estado, sino sus capacidades. Un Estado eficaz, un mejor Estado. Este es un reclamo que no ha sido resuelto con las diversas fórmulas que se han intentado y que ha mostrado sus limitaciones a la hora de buscar resultados. La distancia ideológica que persiste en muchos países impide proyectos de largo plazo que involucren una institucionalidad estatal no sujeta a los cambios de partido de Gobierno. 

En todo caso, la pandemia facilitó la tendencia latinoamericana a la concentración del poder alrededor del poder ejecutivo y al excesivamente poco apego a la rendición de cuentas por parte de los gobernantes. Esta experiencia nos deja una pregunta latente: ¿necesita la democracia un conjunto de valores para funcionar? Si es así, ¿cuáles? ¿Qué valores son propios de la democracia y cómo fortalecerlos en nuestras aún muy débiles democracias? La democracia no es solo un ideal, sino que es el sistema de gobierno más adecuado para abordar una crisis de la magnitud y complejidad de la COVID-19. Como señala IDEA en su Llamado para defender la Democracia: en contraste con la propaganda autoritaria “los flujos de información libres y creíbles, el debate basado en hechos sobre las opciones políticas, la autoorganización voluntaria de la sociedad civil y el compromiso abierto entre el Gobierno y la sociedad son activos vitales para combatir la pandemia. Y todos son elementos claves de la democracia liberal. Solo a través de la democracia las sociedades pueden construir la confianza social que les permite perseverar en una crisis, mantener la resiliencia nacional frente a las dificultades, curar las profundas divisiones sociales mediante la participación y el diálogo inclusivos, y mantener la confianza en que el sacrificio será compartido y los  derechos de todos los ciudadanos serán respetados”. 

[1] https://nuso.org/articulo/se-esta-muriendo-la-democracia/

[2] Desde 1978, “para 2009, salvo Costa Rica, México, Panamá, República Dominicana y Uruguay, habían adoptado una nueva constitución, y algunos, como Ecuador, lo habían hecho en más de una ocasión.” (Negretto, G. 2015 La política de cambio constitucional en América Latina, p. 39)

[3] El texto completo puede consultarse en https://www.ancmyp.org.ar/user/files/13-Serrafero.pdf

[4] Según el último informe de Latinobarómetro: el promedio regional de satisfacción con la democracia es de 24%, el resultado más bajo para este indicador desde 1995, cuando comenzó a realizarse el estudio.

Constanza Mazzina es doctora en Ciencias Políticas (UCA), master en Economía y Ciencias Políticas (ESEADE). Fue investigadora de ESEADE, Fundación F. A. von Hayek y UADE. Fue docente de la Universidad del Salvador en grado y postgrado y en el postgrado en desarme y no proliferación de NPSGlobal. Es profesora de ciencia política en la Fundación UADE. Síguela en @CMazzina

Relato local vs Realidad global

Por Julián Obiglio. Publicado el 9/2/13 en http://www.julianobiglio.com.ar/obiglio2012/opinion/130207.php

El relato oficial nos cuenta que la pobreza global es cada día mayor, que la desigualdad económica mundial es escandalosa, que los pobres y los sectores medios del mundo vienen descendiendo en la escala social, que los derechos sociales son una conquista exclusivamente nacional, y que el desarrollo de las clases medias en nada se vincula a los avances de la democracia.

Los datos provenientes de fuentes oficiales internacionales (Banco Mundial, ONU, OMS, OIT, etc.) me permiten sostener que la realidad global de las últimas décadas es absolutamente opuesta al relato local. El mundo y sus habitantes están, en general, cada día mejor, y es justamente Argentina la que se encuentra rezagada en el combate contra la pobreza y la marginalidad. Veamos:

Entre 1975 y 2005 el PIB per cápita global se duplicó (a valores constantes), o sea, que cada persona en 2005 generó el doble de riqueza de lo que generaba en 1975.
El 43% de toda la riqueza producida por la humanidad en su historia, fue generada en los últimos 35 años.
En los países de ingresos altos, el PIB por habitante aumentó en dicho lapso, un 86%. En los de ingresos bajos, un 105%. Y en los de ingresos medianos, un 134%. La región donde más se incrementaron los ingresos per cápita fue en el sudeste asiático, con un 562% de variación.
Es cierto que muchas veces la medición de la riqueza a través del PIB puede mostrarnos resultados demasiado generales, por eso también debe ser analizado el otro lado de la moneda, el de la pobreza. Aunque como se verá, los resultados ratifican lo dicho:
En 1820 la pobreza global alcanzaba al 80% de la población mundial, pero en 1970 ya se había reducido al 35%. Al 2008 la pobreza se ha reducido al 22% de la población global.
Mirando más específicamente a los países en desarrollo, vemos que en 1981 el 40% de la población vivía en extrema pobreza, mientras que actualmente ese número ha bajado al 15%.
Si lo analizamos desde el punto de vista de la cantidad de personas, en 1981 casi 1.500 millones vivían en la extrema pobreza. Hoy esa cifra baja a 900 millones, pese a que en los últimos 40 años la población mundial creció en 2000 millones de personas.

Otro ejemplo claro de progreso lo registra el impresionante incremento en la expectativa de vida en el mundo, reflejando así los avances globales en términos de nutrición, atención médica y medicamentos: mientras que en el año 1900 la expectativa de vida llegaba a los 30 años, hoy supera los 70 años.

Ahora bien, si queremos analizar otras variables que nos grafiquen el progreso mundial de las últimas décadas, podemos mirar el acceso de las personas a los servicios básicos:

Mayor porcentaje de la población tiene hoy acceso a agua potable (en países de ingresos bajos y medianos se incrementó desde 1970 del 30% al 80%), mejor nutrición (en 1960 la cantidad de calorías consumidas en promedio en el mundo era de 2.254 y hoy llega a las 3.000), y mayor educación (desde 1970 el analfabetismo global cayó del 36% al 15%).
En los países de ingresos bajos y medianos, entre la década del 80 y la actualidad, se incrementó la cantidad de usuarios de telefonía fija del 16 a 135 cada 1000 habitantes. En telefonía celular se pasó de 0 usuarios a 247. Y en materia de internet, de 0 a 84 usuarios.

Un tema relevante es la relación directa que existe entre las mejores condiciones de vida de la población, y el avance de la democracia. El gran desarrollo económico logrado en las últimas décadas por vastas regiones del planeta (fundamentalmente el sudeste asiático, algunos países latinoamericanos y africanos, y otros de Europa del este) se debe, entre otras cosas, a que un mayor porcentaje de personas puede elegir a sus gobernantes democráticamente, a que hay mayor integración comercial en el planeta, menor inflación, mayores garantías a la propiedad privada, y mayor estabilidad macroeconómica, entre las más importantes.

No es cierto entonces que la humanidad no ha progresado en las últimas décadas y que los diez años del gobierno Kirchner puedan tomarse como ejemplo de inclusión y desarrollo. Cientos de millones de habitantes del planeta pueden dar testimonio en contra de aquello. La clave no reside en las diferencias de ingresos sino en la capacidad de los gobiernos para generar condiciones institucionales que brinden a sus habitantes mayores oportunidades para crear riqueza personal y alcanzar mayores niveles de consumo y bienestar.

Que los ricos sean más ricos, no es algo que debe preocupar a un gobernante. Lo que sí debe ocuparlo es la disminución de la pobreza de su sociedad, que se logra ayudando a aquellos que más lo precisan e igualando oportunidades para que todos los que quieran superarse y progresar puedan hacerlo.

Julián Obiglio es Diputado Nacional y egresado de ESEADE.

La Escuela Austriaca y el Public Choice sobre Desarrollo Económico y Pobreza

Por Adrián Ravier. Publicado el 15/8/12 en http://puntodevistaeconomico.wordpress.com/2012/08/15/leccion-2-la-escuela-austriaca-y-el-public-choice-sobre-desarrollo-economico-y-pobreza/#more-3289

 Hace unos días inicié una serie de comentarios en este blog acerca de mi experiencia en el seminario “Advanced Austrian Economics”, organizado por FEE.

Aquí va la segunda lección: “La ayuda internacional (en todas sus formas) que algunos países periféricos reciben de los países centrales para reducir la pobreza ha fracasado. La Escuela Austriaca y el Public Choice pueden explicar los motivos de este fracaso.”

 El desarrollo económico es uno de los campos que necesitan ser profundizados en los próximos años, y que de hecho recibe la mayor atención de parte de los jóvenes austriacos. En el seminario tanto Chris Coyne como Peter Leeson han trabajado el tema, pero en esta ocasión quisiera concentrarme en las aportaciones de Claudia Williamson, invitada especial al seminario.

En la primera parte de la presentación, la Dra. Williamson recorrió la historia de la ayuda internacional. Habló de Bretton Woods (1944), del Plan Marshall (1950), del intento de algunos países por alcanzar la industrialización a través de mejoras en la infraestructura (1960), de la ayuda otorgada a países pobres para solucionar la pobreza, identificando la teoría del círculo vicioso de la pobreza, y el Big Push Model, como teorías centrales (1970), las reformas institucionales conocidas hoy bajo el nombre del “consenso de Washington” (1990) y el conocido “Fixing Failed States” (MDGs) que combina ayuda internacional con intervención militar para alcanzar la paz, el desarrollo y la democracia (2000).

En la segunda parte, se presentó un video que se puede resumir con el siguiente lema o reclamo: “We can and must do something” [Podemos y debemos hacer algo].El video era excelente, puesto que reunía declaraciones de economistas como Jeffrey Sachs o Amartya Sen justificando desde el punto de vista económico y moral la ayuda internacional, pero además había músicos como Bono o la actrtiz Angelina Jolie, reclamando que el mundo se solidarice con la situación de mucha gente que vive en la más extrema pobreza. Este no es el video, pero puede ayudar a mostrar el punto:

http://www.youtube.com/watch?v=NG5pa4wds1U&feature=player_embedded

Mientras veía el video pensaba, qué insensible sería uno si no reaccionara de pie y con aplausos a semejante discurso.

La Dra. Williamson describió la extrema pobreza que uno puede encontrar en Etiopía, Ghana, Kenya, Malawi, Mali, Nigeria, Rwanda, Senegal, Tanzania y Uganda. Señaló que la ayuda internacional ha provisto de hospitales, medicamentos, agua pura, libros y muchas otras cosas para paliar la pobreza, y sin embargo, la ayuda no está funcionando, es marginal, y no existen estudios que demuestren que toda esta ayuda multi-millonaria está realmente ayudando a los pobres.

Williamson también presentó un informe del  Banco Mundial cuya conclusión era la siguiente:

“Despite the billions of dollars spent on development assistance each year, there is still very little known about the actual impact of projects on the poor.” “[A pesar de los miles de millones de dólares gastados en ayuda al desarrollo cada año, aun sabemos muy poco acerca del impacto real de los proyectos sobre la pobreza]

¿Qué explicación pueden ofrecer los economistas a este conclusión? Esta es la pregunta que la Dra. Williamson respondió en la tercera parte de su exposición. Citó a dos autores centrales en la materia: Peter Bauer [aquí uno de sus artículos, en inglés] y William Easterly [aquí los dos artículos en español que recomiendo a mis alumnos, Hayek versus los expertos en desarrollo y por qué no funciona la ayuda externa]. [En 2007, tanto J. Sachs y W. Easterly fueron entrevistados por el diario El Mundo de España, y mostraron abiertamente sus diferencias sobre el tema del desarrollo]

http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=vzy8dafM89E

Los lectores familiarizados con la literatura de la Escuela Austriaca y el Public Choice se imaginarán la respuesta, pero avancemos.

El primer problema con la ayuda internacional es el problema del conocimiento (al que han contribuido tanto Ludwig von Mises como Friedrich Hayek). Hoy la lucha contra la pobreza se identifica como un problema de ingeniería social con una solución técnica. Ej. Falta agua en Uganda o medicamentos en Nigeria, entonces tenemos que tomar esto de algún lugar y llevarlos en forma urgente a dichos lugares.

El segundo problema con la ayuda internacional es de incentivos. La Dra. Williamson, resumió el problema señalando que “el dinero de la ayuda internacional no se gasta sólo.”

Empecemos por este último. La presentación incluyó un cuadro, en dos columnas, que simplificaban los problemas desde el lado de los países que aportan la ayuda internacional, y luego, desde el lado de quienes la reciben. Sintéticamente, quienes aportan el dinero tienen intereses específicos (muchas veces alejados de la opinión pública o de los pobres a quienes se intenta ayudar). Además en medio de esto hay una enorme burocracia que se consume una porción de estos recursos. Por último, es difícil de monitorear el origen y destino de los fondos de ayuda. La conclusión es que en muchos casos, la ayuda no llega al destino esperado.

Pero el argumento central, proviene de los receptores del dinero. En general, quienes reciben la ayuda son los poderes concentrados que existen en cada país, los que justamente evitan el desarrollo de estas economías con enormes regulaciones, subsidios y prohibiciones a la inversión extranjera. De hecho, Williamson mostró que la mitad de la ayuda contra la pobreza la reciben hoy gobiernos autoritarios o dictatoriales (contrarios a la democracia).

Visto de este modo, la ayuda internacional profundiza el problema al ofrecer dinero precisamente a los burócratas que evitan una posible salida de la pobreza.

Williamson explica que la ayuda oculta las malas políticas públicas que se toman, además de crear dependencia y el conocido riesgo moral. Distorsiona la actividad productiva, incentiva los intereses especiales y particulares y cambia las reglas de juego.

Volviendo ahora sobre el primero de los problemas, el del conocimiento, Williamson cita a Easterly con la diferencia entre “Planners versus Searchers“. Lo que necesitan estos países no son soluciones planificadas desde afuera, sino personas que puedan construir y buscar soluciones a sus propios problemas desde dentro del sistema. Estos “buscadores” a través de su creatividad y aprovechando su conocimiento de tiempo y lugar, son los únicos que pueden resolver el problema de la pobreza. La ayuda internacional, de carácter socialista, ha evitado hasta ahora que estas soluciones “microeconómicas” puedan avanzar. En palabras de W. Easterly:

Hayek no escribió mucho acerca de desarrollo, pero su defensa de los mercados y la crítica a la planificación central fueron muy relevantes para estos debates. En un artículo clásico de 1945, Hayek indicó que ningún planificador central desde arriba podía de alguna manera tener suficiente información para asignar los recursos y provocar el funcionamiento de las fábricas. Un sistema descentralizado, con flujo de información de abajo hacia arriba, permitía que cada individuo utilice su conocimiento de cientos de diminutos factores locales y problemas imprevistos de tal forma que haga que su proyecto funcione y que sus acciones sean coordinadas con otros a través de los precios del mercado—que señalan a todos cuáles productos son abundantes y cuáles escasos. […]

El último intento que nosotros los expertos en desarrollo necesitamos para encontrar empleo es que aceptemos que la libertad individual es el mejor sistema, y también decir que se necesitan expertos en desarrollo para diseñar las reglas que permiten la libertad individual. Es cierto que la libertad necesita de las reglas gubernamentales que protejan la propiedad privada, hagan respetar los contratos, prevengan el fraude y el robo, y muchas otras normas de buen comportamiento que hacen posible el trato entre individuos. Pero eso no significa que los expertos necesitan diseñar las reglas gubernamentales desde arriba hacia abajo. El último y posiblemente el más importante descubrimiento de Hayek fue que las reglas gubernamentales en un libre mercado no son diseñadas, evolucionan de abajo hacia arriba. Como lo dijo Hayek: “El valor de la libertad consiste principalmente en la oportunidad para el crecimiento de aquello que no ha sido diseñado, y el funcionamiento beneficioso de una sociedad libre depende en gran parte de la existencia de instituciones creadas libremente”.

Como conclusión, la Dra. Williamson dijo que las ayuda puede ser útil, pero no provocará un milagro. Como ejemplo, señaló que la ayuda puede dar “escuelas”, pero no necesariamente “educación”. La ayuda puede resolver un problema puntual de una parte específica de la sociedad, pero no resolverá el problema del conocimiento que Hayek planteara en 1945 y que constituye el principal problema en cualquier economía.

Lo que Africa y los países más pobres necesitan es liberar sus mercados, reduciendo la burocracia y permitiendo que la inversión extranjera a través de su capital, su tecnología y su know how integre a estas comunidades en la sociedad global.

Para cerrar, y dado que puedo haber distorsionado la presentación en mi resumen, dejo un artículo de Claudia Williamson sobre este importantísimo tema.

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.