Podemos debatir…y quizá engañar

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 2/9/16 en: http://www.carlosrodriguezbraun.com/articulos/podemos-debatiry-quiza-enganar/

 

Cuando en Podemos dicen la verdad, procuran tapar sus consecuencias más ominosas. En el caso de los medios de comunicación, hace apenas tres años Pablo Iglesias afirmó: “que existan medios privados ataca la libertad de expresión”. Su respaldo al chavismo y al kirchnerismo, de abierta hostilidad a la prensa libre, es conocido. Y al final ya directamente señaló a un periodista de El Mundo con su nombre y apellido: Álvaro Carvajal. Se montó un lío, y en Podemos se apresuraron a exigir…¡un debate!

Es el truco más antiguo de la casta: cuando lo que dicen y hacen les puede representar un coste político, procuran disolverlo, y así lo hizo Carolina Bescansa en Espejo Público: “hay que abrir un debate sobre los medios de comunicación”, cuando es patente que su aversión a la libertad no requiere debate alguno, porque es diáfana.

Otro truco es el arrepentimiento en lo accesorio. Pablo Iglesias pidió disculpas porque había hecho algo malo: personalizar. No pidió disculpas por rechazar la libertad: “es un error personalizar una crítica…Está bien que yo pueda manifestar mi opinión sobre los propietarios de medios de comunicación que condicionan líneas editoriales, eso es justo, pero no está bien que yo diga eso y personalice con un redactor al que además tengo aprecio”.

Esto es bastante astuto, y quizá les salga bien, es decir, quizá les sirva para ocultar el censor que estos anticapitalistas llevan dentro. Pero quizá no les sirva, y no sólo porque se les puede escapar el ramalazo más totalitario, sino porque, aunque no se les escape, es difícil que no se note en alguna medida incluso cuando argumentan con más serenidad. Por ejemplo, cuando aseguran que la información es un “derecho” que no se puede “mercantilizar”, como si el mercado extinguiese los derechos, las libertades y el pluralismo y el Estado los promoviese. O cuando desvarían sosteniendo que hay que controlar a los medios para “proteger la libertad de los periodistas”. No es fácil que mucha gente crea semejantes patrañas, ni que en Podemos sólo les interesa la transparencia, “evitar la concentración”, imitar a los países de “nuestro entorno” y demás. Por cierto, hablando de países, en su campaña para evitar la propiedad cruzada de los medios, los de Podemos siguen la huella antiliberal del régimen de los Kirchner.

Ese es su problema fundamental: se les nota. Es demasiado espectacular la tomadura de pelo cuando alegan que su objetivo es “poner fin al control gubernamental” de la agencia EFE. Y nadie que aprecie ligeramente la libertad dejará de sentir un escalofrío cuando ve que Podemos quiere crear un Consejo Audiovisual que “supervise” los medios, y quiere obligar a que se estudie en los colegios la asignatura: “educación mediática”. Si esto no es el Gran Hermano, que venga Orwell y lo vea.

 

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

Los beneficios de la inmigración

Por Martín Krause. Publicada el 15/8/16 en: http://www.lanacion.com.ar/1928158-los-beneficios-de-la-inmigracion

 

Las migraciones se han convertido en un tema central de discusión en Europa. Más aún luego de los atentados terroristas ocurridos en Bélgica, Alemania y Francia, y del Brexit. También son motivo de debate en la campaña electoral en los Estados Unidos. Las imágenes de este fenómeno nos muestran situaciones dramáticas y esto ha ayudado a que se desaten todo tipo de pasiones sobre el asunto. Sin embargo, un análisis más profundo demuestra que el movimiento de personas, tal como el de bienes y capitales, trae beneficios muy superiores a los costos, aunque éstos puedan ser más visibles.

Los temas en discusión son muchos, y tienen que ver tanto con cuestiones de «derechos» como de los costos o beneficios que se generan y en quien recaen.

Lo primero es responder si existe un derecho a migrar. En general, todos estamos de acuerdo en que existe un derecho a la «salida» -aunque esto no se verifica en todos los casos, como en Corea del Norte o hasta hace poco en Cuba- y consideramos que poner barreras a esto es una violación del derecho a trasladarse que cada persona tiene. ¿Existe, sin embargo, un derecho a la entrada? Aquí el consenso es mucho menor y la constelación de opiniones que lo niegan va de un extremo al otro del espectro político-filosófico.

En principio, pareciera que una barrera a la inmigración violaría el derecho del ciudadano a «invitar» a un extranjero a su casa o a entrar en algún tipo de relación con él. Digamos que quiero contratar a un extranjero para que trabaje conmigo, ¿por qué no podría hacerlo? ¿No resulta violado mi derecho a establecer relaciones contractuales con quien desee?

Los contratos libres entre dos o más partes, sin embargo, pueden generar efectos «externos», o externalidades. En este caso, sin embargo, todo daño que pueda ocasionarse por estas circunstancias no es en nada diferente al que pudieran causar contratos similares entre nativos, cuyas consecuencias han de ser asumidas.

Existen otros efectos «externos» que suelen plantearse como originados por la inmigración. Uno de ellos es la cuestión de si la inmigración perjudica al empleo local.

Según una encuesta de Gallup, un 58% de los residentes de países de altos ingresos señalan que los inmigrantes ocupan empleos que esos mismos residentes no desean ocupar, y un 18% afirma lo opuesto. Esto mismo se repite en los diez principales países receptores de inmigrantes.

Un estudio de la OCDE (2014) informa que en los 10 años hasta 2012 los inmigrantes representaron un 47% del aumento de la fuerza laboral en los Estados Unidos y un 70% en Europa, y que representaron alrededor de un cuarto de todos los ingresos en las ocupaciones que más han declinado en los Estados Unidos (28%) y Europa (24%), básicamente operarios; ocuparon así funciones que, como lo confirma la encuesta, no son consideradas atractivos por los locales.

Un informe del Banco Mundial de 2005 encontró que si los 30 países de la OCDE permitieran un crecimiento del 3% en el tamaño de su fuerza laboral a través de reducir las restricciones a la inmigración, los beneficios para los ciudadanos de los países pobres serían de unos US$ 300.000 millones. Esto es US$ 230.000 millones más que la ayuda internacional que estos países destinan a los países pobres. Si hubiera fronteras abiertas por completo se duplicaría el PIB mundial en pocas décadas, virtualmente eliminando la pobreza global.

Pero no terminan aquí los debates que genera este complejo problema.

¿Son los inmigrantes una carga fiscal? El estudio de la OCDE sugiere que el impacto de olas sucesivas de migración en los últimos 50 años hacia los países más desarrollados es en promedio cercano a cero, rara vez excediendo 0,5% del PIB, tanto sea en términos positivos como negativos. El impacto es mayor en Suiza y Luxemburgo, donde los inmigrantes proveen un beneficio neto estimado de cerca de 2% del PIB a las finanzas públicas. «Contrariamente a la percepción general -dice el estudio-, los inmigrantes con baja educación tienen una posición fiscal [la diferencia entre sus contribuciones y los beneficios que reciben] mejor que sus pares locales. Y cuando los inmigrantes tienen una posición fiscal menos favorable, no es por tener una mayor dependencia de los beneficios sociales sino porque tienen a menudo salarios más bajos y tienden, entonces, a pagar menos».

¿Pueden los inmigrantes trastrocar la cultura local? La existencia de barrios enteros en algunas ciudades europeas y norteamericanas hace temer que esto ocurra, pero de ahí a afirmar que sea posible existe un largo trecho. La cultura occidental, la de los países que más inmigración reciben, es la que les permitió desarrollar las instituciones que permitieron su crecimiento y riqueza. Si han deteriorado sus instituciones ha sido más por modificaciones culturales propias que importadas a través de inmigrantes. Después de todo, las grandes ideologías totalitarias del siglo XX, que causaron estragos y catástrofes en todo el mundo son de origen europeo, no importadas por los inmigrantes. Argumentos similares pueden desarrollarse en relación con el temor que ingresen inmigrantes que cometerán crímenes. La evidencia empírica muestra la tasa de criminalidad de los inmigrantes no es superior a la de los locales, y el argumento se puede extender a todo tipo de migración interna o a la existencia de criminales en los barrios informales, pese a que sean nacionales.

¿Los que se van perjudican a los que se quedan? Este no es, en realidad, un tema de debate, sino la consideración de un hecho que debe ser tenido en cuenta. La llegada de los migrantes, tanto refugiados como laborales, acerca a quienes provienen de sociedades con baja productividad debido a la escasez de capital invertido a otras donde su productividad es mucho mayor. Esto les genera ingresos muy superiores a los de los lugares de origen, siendo éste uno de los principales incentivos para emigrar. Y esos mayores ingresos se han convertido en el programa de ayuda más importante y con mayor sustento moral que pueda imaginarse: las remesas.

El Banco Mundial estima que las remesas en 2015 alcanzaron la suma de US$ 588.199 millones, unas cuatro veces más que toda la ayuda internacional. Para algunos países se han convertido en su principal ingreso. Por ejemplo, las remesas son un 41,7% del PIB de Tayikistán y un 29,9% del de Nepal. En América latina, significan el 22,4% del PIB de Haití, el 17,8% del de Honduras y 16,8% en el caso de El Salvador.

Lentamente, se produce en el mundo un proceso de competencia entre las distintas jurisdicciones de la que la salida y entrada de migrantes es un efecto y un indicador. La calidad institucional es un elemento fundamental en esa competencia y pone presión sobre los países, porque aquellos con buena calidad atraen recursos y los de peor calidad los expulsan, como a los migrantes. Parece haber una tendencia hacia una mejora de esa calidad institucional, aunque muchos eventos presentes o de un pasado cercano generan ciertas dudas y retrocesos. Es un proceso impulsado por esa competencia. En el pasado, ésta tenía un contenido básicamente militar; con la llegada del capitalismo y la globalización es esencialmente comercial y económica. Aunque, como vemos, la primera no ha dejado de estar presente: los refugiados son el resultado de la competencia militar; los migrantes, de la económica.

Cerrar las puertas a ambos limita esa competencia y crea un riesgo: el reemplazo de la competencia económica por la militar. Por cierto, el proceso no está exento de costos, pero podemos razonablemente esperar que continúe ejerciendo presión para lograr una mejora institucional en los países donde hoy no existe y mejoren así las oportunidades de progreso para sus habitantes.

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

Inconformistas

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 18/2/15 en: http://www.carlosrodriguezbraun.com/articulos/la-razon/inconformistas/

 

Leí hace tiempo en El País Semanal una entrevista con Benicio del Toro, a cargo de Jesús Ruiz Mantilla, que nos aseguraba que el actor portorriqueño “derriba clichés”. A partir de ahí defendieron clichés tanto el entrevistado como el entrevistador. Daré sólo una muestra. Le pregunta Ruiz Mantilla: “A usted le van los inconformistas…el Ché Guevara”. El genial actor asiente y añade que él prefiere los “personajes que van contra la marea”.

El Ché Guevara fue un criminal que extendió la violencia terrorista en dos continentes y contribuyó a establecer y consolidar la más duradera dictadura de América Latina. Tan duradera que todavía dura. Convendría saber exactamente en qué elogia Ruiz Mantilla el “inconformismo” de Guevara: si en los fusilamientos que reconoció nada menos que desde la tribuna de la ONU, o quizás en la miseria y la opresión perpetrada por la tiranía castrista contra el pueblo, o en su crueldad contra los homosexuales, o en tantas y tantas fechorías. Si Benicio del Toro aplaude al Ché Guevara por ir contra la marea: ¿se refiere a las “mareas” de las libertades, los derechos y la vida de los ciudadanos?

Lógicamente, nos escandalizaríamos si en vez de hablar de un revolucionario latinoamericano hablasen de alguno europeo, y dijeran, por ejemplo, que Josu Ternera es un “inconformista”. Pero, en fin, ya se sabe, en el pintoresco mundo de los “sudacas” no se habla de terroristas sino de guerrilleros, inconformistas, etc.

 

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

Estudio responsabiliza a deformación del lenguaje del declive del liberalismo clásico

Por Belén Marty: Publicado el 9/7/14 en: http://es.panampost.com/belen-marty/2014/07/09/estudio-responsabiliza-a-deformacion-del-lenguaje-del-declive-del-liberalismo-clasico/

 

“Permitiendo a cada hombre perseguir su propio interés, a su manera, bajo la noción liberal de la igualdad, la libertad y la justicia”, decía Adam Smith. Pero, ¿las palabras libertad, igualdad y justicia significan hoy lo mismo que a finales del siglo XIX? Daniel Klein, profesor de economía de la George Mason University, lanzó ayer en conjunto con el Instituto Adam Smith el sitio web Lenguaje perdido, Liberalismo perdido (Lost Language, Lost Liberalism o 4L) para abordar el alcance de los cambios semánticos de estos conceptos en relación con el declive en la popularidad del liberalismo clásico.

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4L busca desentrañar el camino de la transformación que sufrió el discurso occidental especialmente entre 1880 y 1940. Desde el análisis de la evolución semántica de palabras claves como “liberal” (hoy en América del Norte este término alude a un “progresista”), “equidad”, “justicia” y “libertad”, el sitio web analiza con cuadros comparativos y evolutivos cómo el término fue modificando su sentido a lo largo de los años y en qué períodos se utilizaron con mayor frecuencia esas palabras. Por ejemplo, la palabra democracia—explica 4L—evolucionó hasta tener las miles de facetas que tiene ahora, pero tuvo su pico en menciones alrededor de 1945.

Los términos derechosigualdadpropiedad, o contratos, acuñados a finales del siglo XIX, guardaban el significado del arco clásico del liberalismo. Sin embargo, con el tiempo, su significado mutó hacia nociones colectivistas que favorecen un mayor rol del Estado, particularmente en cuanto a los asuntos sociales.

Según la investigación, el cambio fue impulsado principalmente por las nuevas generaciones que comenzaron a utilizar las viejas palabras pero con un nuevo capital simbólico.

Asimismo, la iniciativa describe que hubo autores colectivistas que le fueron “robando” el significado original a estos términos. Mientras algunos hacían alarde de esta innovación, otros rechazaron estas mutaciones semánticas. En el sitio web puede verse el debate de estas batallas lingüísticas.

“En Estados Unidos, la corriente principal de la cultura política —representada por, entre otras, las escuelas infantiles, colegios y universidades, otras instituciones gubernamentales, así como la mayor parte de los grandes medios de comunicación— no encuentra tracción en ideas y argumentos más profundos. Metafóricamente hablando, son cómplices de una gran traición que se remonta más de 100 años. Lo que se ha traicionado es, como decía Smith, ‘el plan liberal de la igualdad, la libertad y la justicia’”, cita el sitio en su introducción.

Ricardo Avelar, politólogo de la Universidad Francisco Marroquín, sostiene que “la batalla semántica es importantísima para quienes creemos en la libertad. Hay principios tan profundos y su contenido es vaciado cuando se prostituyen estas palabras.” Para Avelar, “los gobiernos populistas hablan de libertades, cuando realmente son ellos quienes quieren administrar para qué es libre un ciudadano”.

Libertad y justicia, dos de los términos redefinidos por los colectivistas

El sentido clásico de la palabra libertad, según describen en 4L, es el hecho de que otros no interfieran en tu vida (la libertad como contracara de la justicia) comprendida desde el punto de vista de un concepto de propiedad atomista e individualista. Por el contrario, en el sentido actual puede entenderse como una política estatal activa, o como los derechos establecidos por el gobierno (las “libertades civiles”).

“Obviamente, un individuo no va a entender el valor profundo de la libertad si cuando se la han vendido se la vendieron mal, limitada, sujeta al capricho de un político”, concluye Avelar.

Lo mismo sucede con justicia. La palabra original estaba relacionada con la abstención de violar la propiedad de otras personas mientras que hoy, dada su evolución, se condice con el término de justicia social con un sentido distributivo, cercano a la noción de la propiedad colectiva.

La batalla por recuperar los términos originales

Para Klein hoy estamos todavía atrapados en la turbulencia de estos cambios y debemos recobrar el significado y la cultura del liberalismo original. Para entender donde está parado el liberalismo, la clave está —sostiene el académico— en aproximarnos a las palabras y analizar su evolución semántica.

Mediante una profunda investigación de la situación actual, el docente invita a todos los defensores del liberalismo clásico a comenzar con la difusión del conocimiento de los significados originales para luego convertirlo en temas de discusión.

“Las personas deciden cómo se usa la semántica en la práctica. Tenemos que abordar a la gente y decirle: ¿Usted ha pensado en la semántica que usted practica cuando habla o escribe? Una vez que despertemos a la gente, van a poder ver la importancia de la semántica y empezar a pensar en ello”, le comentó Klein a PanAm Post.

Según explica el académico en sus reflexiones, hoy los conceptos de libertad y justicia son gran tabú en la arena socialista y colectivista, pero a pesar del sabotaje del que son víctimas diariamente, les es muy difícil socavar del todo el concepto original.

“Nuestra cultura no ha arrancado del todo los principios de la libertad; nuestra civilización no es una masa amorfa sin espinas. Pero es realmente una verdadera pena lo que se ha debilitado la espina dorsal de la civilización liberal, que ha sido fracturada y abusada”, concluyó.

 

Belén Marty es Lic. en Comunicación por la Universidad Austral. Actualmente cursa el Master en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE. Conduce el programa radial “Los Violinistas del Titanic”, por Radio Palermo, 94,7 FM.

Acemoglu dixit

Por Pablo Guido. Publicado el 27/6/13 en http://chh.ufm.edu/blogchh/

El economista Daron Acemoglu, especialista en temas de desarrollo e instituciones, estuvo en la Argentina dictando clases y conferencias. En una entrevista que le hicieron hace unos días dijo cosas muy interesantes como las siguientes:

 1. “Las instituciones son importantísimas en relación, por ejemplo, a que clase de incentivos presentan ante la sociedad. Cuando las instituciones de alguna manera alientan que te conviertas en un hombre de negocios haciendo negocios poco transparentes o corruptos en alianza con los políticos, eso tiene consecuencias”.

2. “Una sociedad donde los políticos violan los derechos de propiedad privada no puede funcionar”.

3. (En referencia a otras de las instituciones claves) “La clase correcta de regulaciones de negocios que desalienten la creación de monopolios protegidos con barreras de entrada y beneficiados por sus conexiones con el poder”

En síntesis, podemos decir que para Acemoglu hay un conjunto de instituciones fundamentales para que una sociedad progrese: derechos de propiedad, una justicia independiente y la libre entrada a los mercados para los empresarios. Parece simple, pero no lo es. Y no lo es porque el Estado tiene fuertes incentivos de ir en sentido contrario: los políticos tienen intereses en incrementar su poder, y para eso uno de los caminos es aumentar el gasto público. Y para aumentar el gasto público se deben incrementar los impuestos, reduciendo así los derechos de propiedad. Asimismo, los políticos tienen una fuerte inclinación a sobre-regular al proceso de mercado, anulando o disminuyendo las libertades económicas.

 

Adam Smith, a fines del siglo XVIII ya había afirmado que para que una sociedad pudiera progresar eran necesarios tres elementos: la paz, un sistema judicial independiente y bajos impuestos. Muchos fueron los filósofos políticos y economistas que analizaron, en los últimos dos siglos y medio, las causas del progreso económico. Pero parecería haber consenso en que los derechos de propiedad, la justicia independiente, un sistema tributario sencillo y pagable, mercados abiertos y con regulaciones eficientes, una moneda estable, son los principales factores que debería tener un “menú” que tenga el objetivo de establecer un marco institucional orientado a mejorar el bienestar de las personas. La dificultad de poner en marcha este “menu” para que el proceso de mercado maximice su potencialidad es justamente que el proceso politico la mayoria de las veces apunta a limitar la existencia o funcionamiento de aquellas instituciones.

Pablo Guido se graduó en la Maestría en Economía y Administración de Empresas en ESEADE. Es Doctor en Economía (Universidad Rey Juan Carlos-Madrid), profesor de Economía Superior (ESEADE) y profesor visitante de la Escuela de Negocios de la Universidad Francisco Marroquín (Guatemala). Investigador Fundación Nuevas Generaciones (Argentina). Director académico de la Fundación Progreso y Libertad.