LA DIMENSIÓN ÉTICA DEL LIBERALISMO

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

El término  más empleado es “capitalismo” pero personalmente prefiero el de “liberalismo” puesto que el primero remite a lo material, al capital, aunque hay quienes derivan la expresión de caput, es decir, de mente y de creatividad en todos los órdenes. Por otro lado, la aparición de esta palabra fue debida a Marx quien es el responsable del bautismo correspondiente, lo cual no me parece especialmente atractivo. De todas maneras, en la literatura corriente y en la especializada los dos vocablos se usan como sinónimos y, por ende, de modo indistinto (incluso en el mundo anglosajón -especialmente en Estados Unidos- se recurre con mucho más frecuencia a capitalismo ya que, con el tiempo, el liberalismo se dejó expropiar de contrabando y adquirió la significación opuesta a la original aunque los maestros de esa tradición del pensamiento la siguen utilizando (algunas veces con la aclaración de “in the classic sense, not in the American corrupted sense”).

La moral alude a lo prescriptivo y no a lo descriptivo, a lo que debe ser y no a lo que es. Si bien es una noción evolutiva como todo conocimiento humano, deriva de que la experiencia muestra que no es conducente para la cooperación social y la supervivencia de la especie que unos se estén matando a otros, que se estén robando, haciendo trampas y fraudes, incumpliendo la palabra empeñada y demás valores y principios que hacen a la sociedad civilizada. Incluso los relativistas éticos o los nihilistas morales se molestan cuando a ellos los asaltan o violan. La antedicha evolución procede del mismo modo en que lo hace el lenguaje y tantos otros fenómenos en el ámbito social.

El liberalismo abarca todos los aspectos del hombre que hacen a las relaciones sociales puesto que alude a la libertad como su condición distintiva y como pilar fundamental de su dignidad. No se refiere a lo intraindividual que es otro aspecto crucial de la vida humana reservada al fuero íntimo, hace alusión a lo interindivudual que se concreta en el respeto recíproco. Robert Nozick define muy bien lo dicho en su obra titulada Invariances. The Structure of the Objective World (Harvard University Press, 2001, p. 282) cuando escribe que “Todo lo que la sociedad debe  demandar coercitivamente es la adhesión a la ética del respeto. Los otros aspectos deben ser materia de la decisión individual”. Antes, en mi libro Liberalismo para liberales –cuya primera edición de EMECÉ fue en 1986- definí el liberalismo como “el respeto irrestricto a los proyectos de vida de otros” en la que respeto no implica adhesión sino la más absoluta abstensión de recurrir a la fuerza cuando no hay lesiones de derechos. Más aun, la prueba decisiva de lo que habitualmente se denomina tolerancia radica cuando no compartimos el proyecto de vida de terceros (en realidad los derechos no se toleran se respetan, en cambio la primera expresión arrastra cierto tufillo inquisitorial).

Todos los ingenieros sociales que pretenden manipular vidas y haciendas ajenas en el contexto de una arrogancia superlativa deberían repasar estas definiciones una y otra vez. Recordemos también que el último libro de Friedrich Hayek se titula  La arrogancia fatal. Los errores del socialismo (Madrid, Unión Editorial, 1988/1992) donde reitera que el conocimiento está disperso entre millones de personas y que inexorablemente se concentra ignorancia cuando los aparatos estatales se arrogan la pretensión de “planificar” aquello que se encuentre fuera de la órbita de la estricta protección a los derechos de las personas.

Además hay un asunto de suma importancia respecto a la llamada planificación gubernamental y es la formidable contribución de Ludwig von Mises de hace casi un siglo que está referida al insalvable problema del cálculo económico en  el sistema socialista (“Economic Calculation in the Socialist Commonwealth”, Kelley Publisher, 1929/1954). Esto significa que si no hay propiedad no hay precios y, por ende, no hay contabilidad ni evaluación de proyectos lo cual quiere a su vez decir que no hay tal cosa como “economía socialista”, es simplemente un sistema impuesto por la fuerza. Y esta contribución es aplicable a un sistema intervencionista: en la medida de la intervención se afecta la propiedad y, consiguientemente, los precios se desdibujan lo cual desfigura el cálculo económico que conduce al desperdicio que, a su turno, contrae salarios e ingresos en términos reales.

El derecho de propiedad está estrechamente vinculado a la ética del liberalismo puesto que se traduce en primer término en el uso y disposición de la propia mente, de su propio cuerpo (no el de otro como el pretendido homicidio en el seno materno, mal llamado “aborto”) y, luego, al uso y la disposición de lo adquirido lícitamente, es decir, del fruto del trabajo propio o de las personas que voluntariamente lo han donado. Esto implica la libertad de expresar el propio pensamiento, el derecho de reunión, el del debido proceso, el de peticionar, el de profesar la religión o no religión que se desee, el de elegir autoridades, todo en un ámbito de igualdad ante la ley que está íntimamente anclada al concepto de justicia en el sentido de su definición clásica de “dar a cada uno lo suyo” (de lo contrario puede interpretarse que la igualdad puede ser ante una ley perversa como que todos deben ir a la cámara de gas y salvajadas equivalentes).

Además, como los recursos son escasos en relación a las necesidades la forma en que se aprovechen es que sean administrados por quienes obtienen apoyo de sus semejantes debido a que, a sus juicios, atienden de la mejor manera sus demandas y los que no dan en la tecla deben incurrir en quebrantos como señales necesarias para asignar recursos de modo productivo. Todo lo cual en un contexto de normas y marcos institucionales que garanticen los derechos de todos.

Los derechos de propiedad incluyen el de intercambiarlos libremente que es lo mismo que aludir al mercado en un clima de competencia, es decir, una situación en la que no hay restricciones gubernamentales a la libre entrada para ofrecer bienes y servicios de todo tipo. En resumen, lo consignado en las Constituciones liberales: el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad.

La solidaridad y la caridad son por definición realizadas allí donde tiene vigencia el derecho de propiedad, puesto que entregar lo que no le pertenece a quien entrega no es en modo alguno una manifestación de caridad ni de solidaridad sino la expresión de un atraco.

En sociedades abiertas el interés personal coincide con el interés general ya que éste quiere decir que cada uno puede perseguir sus intereses particulares siempre y cuando no se lesionen iguales derechos de terceros. En sociedades abiertas,  se protege el individualismo lo cual es equivalente a preservar las autonomías individuales y las relaciones entre las personas, precisamente lo que es bloqueado por las distintas variantes de socialismos que apuntan a sistemas alambrados y autárquicos.

Es que las fuerzas socialistas siempre significan recurrir a la violencia institucionalizada para diseñar sociedades, a contramano de lo que prefiere la gente en libertad. De la idea original de contar con un  gobierno para garantizar derechos anteriores y superiores a su establecimiento se ha pasado a un Leviatán que atropella derechos en base a supuestas sabidurías de burócratas que no pueden resistir la tentación de fabricar “el hombre nuevo” en base a sus mentes calenturientas. Y esto lo hacen habitualmente alegando la imperiosa necesidad de “inversión pública”, un grosero oximoron puesto que la inversión significa abstensión de consumo para ahorrar cuyo destino es la inversión que por su naturaleza es una decisión privativa del sujeto actuante que estima que el valor futuro será mayor al presente (“inversión pública” es una expresión tan desatinada y contradictoria como “ahorro forzoso”).

Desafortunadamente, no se trata solo de socialistas sino de los denominados conservadores atados indisolublemente al statu quo que apuntan a gobernar sustentados en base a procedimientos del todo incompatibles con el respeto recíproco diseñados por estatistas que les han corrido el eje del debate y los acompleja encarar el fondo de los problemas al efecto de revertir aquellas políticas. No hace falta más que observar las propuestas de las llamadas oposiciones en diversos países para verificar lo infiltrada de estatismo que se encuentran las ideas. Se necesita un gran esfuerzo educativo para explicar las enormes ventajas de una sociedad abierta, no solo desde el punto de vista de la elemental consideración a la dignidad de las personas sino desde la perspectiva de su eficiencia para mejorar las condiciones de vida de todos, muy especialmente de los más necesitados.

Lo que antaño era democracia ha mutado en dictaduras electas en una carrera desenfrenada por ver quien le mete más la mano en el bolsillo al prójimo. Profesionales de la política que se enriquecen del poder y que compiten para la ejecución de sus planes siempre dirigidos a la imposición de medidas “para el bien de los demás”, falacia que ya fue nuevamente refutada por el Public Choice de James Buchanan y Gordon Tullock, entre otros. Por no prestar debida atención a estas refutaciones es que Fréderic Bastiat ha consignado que “el Estado es la ficción por la que todos pretenden vivir a expensas de todos los demás” (en “El Estado”, Journal des débats, septiembre 25, 1848). Es que cuando se dice que el aparato estatal debe hacer tal o cual cosa no se tiene en cuenta que es el vecino que lo hace por la fuerza ya que ningún gobernante sufraga esas actividades de su propio peculio.

Todas las manifestaciones culturales tan apreciadas en países que han superado lo puramente animal: libros, teatro, poesía, escultura, cine y música están vinculadas al espíritu de libertad y a las facilidades materiales. No tiene sentido declamar sobre “lo sublime” mientras se ataca la sociedad abierta, sea por parte de quien la juega de intelectual y luego pide jugosos aumentos en sus emolumentos o sea desde el púlpito de iglesias que despotrican contra el mercado y luego piden en la colecta y donaciones varias para adquirir lo que necesitan en el mercado.

En resumen,  la ética del liberalismo consiste en el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros, esto es, dejar en paz a la gente y no afectar su autoestima para que cada uno pueda seguir su camino asumiendo sus responsabilidades y no tener la petulancia de la omnisciencia aniquilando en el proceso el derecho, la libertad y la justicia con lo que se anula la posibilidad de progresar en cualquier sentido que fuere.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

En rigor, no es la ‘guerra comercial’ el problema

Por Alejandro Tagliavini. Publicado el 11/6/19 en:  https://www.noticiasdenavarra.com/2019/06/11/opinion/tribunas/en-rigor-no-es-la-guerra-comercial-el-problema?fbclid=IwAR0Mt1qbrG27d02U4ypMz9qgsHK8577OQ6-JR0ebSp55s1t45AVD-q6tp18

 

Luego de una tregua hasta el 1 de marzo, acordada en la reunión del G20 de Buenos Aires, las dos primeras economías globales retoman el conflicto con más virulencia.

En respuesta a la decisión de Washington de subir aranceles en US$ 200.000 millones a productos chinos, Beijing anunció otros por US$ 60.000 millones para bienes estadounidenses, son productos que, desde el 1 de junio, serán gravados con tarifas de entre 5% y 25%. Luego, Estados Unidos publicó otra lista de productos que podrían ser gravados con el 25% por un total de US$ 325.000 millones, aunque la decisión no está tomada.

EEUU exportó en 2018 por US$ 120.000 millones a China, e importó por 540.000 millones. Este déficit de US$ 420.000 millones es el invocado por Trump, que reclama a Beijing que aumente sus compras para equilibrar la balanza, que tome medidas para “proteger la propiedad intelectual”, para eliminar la transferencia forzosa de tecnología, y que permita el acceso a los mercados financieros chinos, entre otras cosas. China, por su lado, pretende que “se alineen con la posición general de reforma y apertura, y la necesidad de desarrollo de alta calidad”.

Trump y su homólogo chino, Xi Jinping, se reunirán el mes próximo en Osaka durante la cumbre del G20. Entretanto, el resto del mundo se prepara para una desaceleración del crecimiento global dado un conflicto con una escalada más dura y prolongada.

“Las iniciativas arancelarias estadounidenses… van a causar mucho daño autoinfligido…”, dice el periódico chino The Global Times. Y desde la televisión estatal aseguran que China “convertirá la crisis en una oportunidad”.

Ahora estos temores estarían justificados si fuera cierta la primitiva teoría mercantilista según la cual la riqueza de un país depende del comercio. Cuando, en rigor, depende de su producción y, sobre todo, de su creatividad: desarrollo tecnológico y científico. Y para maximizar esta creatividad y producción lo único necesario es que la sumatoria de los millones de cerebros humanos trabajen, y se sumen, sin ser coartados por regulaciones e impuestos estatales.

En definitiva, lo que enriquece a un país es la libertad de su mercado interno y no las condiciones externas ya que la creatividad, precisamente, sirve para saltar obstáculos. Así, no es realmente la guerra entre EEUU y China la base de los problemas de la economía global, sino el aumento del peso y las regulaciones de los estados sobre sus mercados, las personas. Así, como señalaba The Global Times, los aranceles a productos chinos -y viceversa- perjudicarán a quienes los tienen que pagar: los estadounidenses.

Como el déficit fiscal de EEUU, que ascendió a US$ 970.000 millones en 2018 (4,6% del PBI) y rondaría US$ 1 billón en julio de 2019, cuando termina el año fiscal. Nivel récord que lo cubren -además de con impuestos que son recursos extraídos del mercado- con deuda estatal que sube sideralmente quitando fondos al sector privado.

China va por el mismo camino. El Gobierno ensaya medidas que profundizarán la crisis: créditos e inversión en infraestructuras financiados por bancos y compañías estatales. Es decir, mayor peso del Estado abultando su estratosférica deuda que ronda el 300% del PBI. Zhang Weiying, de la Universidad de Beijing, advirtió que los problemas comenzaron antes de Trump. “Avanzar hacia un sector estatal más grande… llevará la economía al estancamiento”, dijo.

 

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Ex Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE. Síguelo como @alextagliavini 

ASALTOS EN NOMBRE DEL CAPITALISMO

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Como he consignado antes la expresión “capitalismo” no es la que más me entusiasma puesto que remite a lo material y la sociedad libre se base en valores que van mucho más allá de lo crematístico. Se base ante todo en principios éticos. Por eso prefiero la tan atractiva e ilustrativa palabra “liberalismo” que como lo he definido hace tiempo en uno de mis primeros libros es el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros. De todos modos autores como Michael Novak derivan de caput la idea de capitalismo en el sentido de creatividad, iniciativa, emprendimientos, imaginación y conceptos equivalentes.

 

En  cualquier caso lo que intento demostrar en esta nota periodística es que resulta esencial comprender que el capitalismo definido como la libertad contractual y la consiguiente preservación de los derechos de las personas, comenzando con su propia vida y siguiendo con la libertad de expresar sus ideas y usar y disponer de lo adquirido legítimamente, se contrapone en el sentido más riguroso a cualquier alianza entre el poder político y mal llamados empresarios (mal llamados porque no compiten en mercados abiertos sino que apuntan a mercados cautivos al efecto de esquilmar a sus semejantes).

 

En este sentido tienen razón los críticos del capitalismo cuando observan que en su nombre se cometen todo tipo de asaltos a los miembros de la comunidad. Por las razones expresadas, la crítica se dirige a un blanco equivocado puesto que no se trata de capitalismo sino de un aparato infame de intervencionismo estatal y una lesión grave a los procesos de mercado y a los marcos institucionales civilizados.

 

Ya Adam Smith proclamó en 1776 en su libro más conocido que “Siempre está en interés del comerciante ampliar su mercado y reducir la competencia. La ampliación del mercado es frecuentemente del agrado del público, pero reducir la competencia es contrario a sus intereses y sólo sirve para que los comerciantes aumenten sus ganancias sobre lo que naturalmente hubieran  sido  así imponer, para su propio beneficio, un impuesto absurdo sobre el resto de sus compatriotas”. Y más contundente aun en la misma obra Smith declara sobre el empresario prebendario “tiene generalmente interés en engañar e incluso en oprimir al público y que por ello lo han engañado y oprimido efectivamente en muchas ocasiones”.

 

En la actualidad, en pleno siglo xxi, tal vez el libro más gráfico sobre lo dicho sea Bought and Paid For de Charles Gasparino, periodista que escribe en el Wall Street Journal, en Newsweek y comentarista senior de Fox News. En este libro se detallan con nombre propios las empresas y los ejecutivos que reiteradamente se alían con el poder de turno en Estados Unidos para sacar tajada a expensas de su prójimo y tejer los más sucios negociados, algo que no puede menos que definirse como un pantano hediondo en perjuicio de los trabajadores que no tienen poder de lobby. Transcribo de esta obra una de las conclusiones más relevantes del autor: “Me he dado cuenta que a menos que algo cambie (y pronto), a menos que el contribuyente estadounidense – el votante ordinario- actúe para revertir la expansión sin precedentes del gobierno que está convirtiendo lo que solía ser el bastión del capitalismo en un estado intervencionista, a menos que esto ocurra el presente siglo no será el siglo estadounidense”.

 

Algo está muy podrido en Dinamarca diría Shakespeare. En la medida en que se generalice esta alianza infernal las bases de la sociedad libre se carcomen a pasos agigantados y, como queda dicho, se desdibuja y se confunde el capitalismo con su opuesto. Es realmente bochornoso que se critique el capitalismo en un mundo donde no solo avanzan los ladrones de guante blanco mal llamados comerciantes donde  se incrementa la deuda estatal, se hacen más pesadas las cargas tributarias, se manipula la moneda, se eleva el gasto público a niveles elefantiásicos y se incrementan las regulaciones en proporciones insostenibles.

 

Sin duda que todas las críticas no son inocentes, en muchos casos lo que se pretende es debilitar aun más el sistema que resulta claro hace agua por los cuatro costados debido al avance de las ideas socialistas.

 

En este último sentido, es del caso subrayar que el método más eficiente para la penetración socialista es el sistema fascista que significa que se permite el registro de la propiedad pero usa y dispone el gobierno, a diferencia del socialismo más abierto que usa y dispone la propiedad directamente el gobierno sin atajo alguno. El  fascismo hace de precalentamiento y prepara el camino a la socialización total. Esto es así no solo porque resulta en general más digerible para la gente la manipulación desde el gobierno respecto a la expropiación lisa y llana, sino que frente a los desaguisados que provoca el sistema el gobierno se escuda en el hecho de que los responsables son los titulares aunque se deba al intervencionismo.

 

Esto del fascismo puede aparecer como una receta alejada pero está encima nuestro diariamente. Veamos los sistemas educativos en los que las denominadas instituciones privadas en verdad están privadas de decidir en su totalidad la estructura curricular que debe ser aprobada por ministerios de educación y similares. Veamos algo tan pedestre como los taxis en la mayor parte de las ciudades: el color con que están pintados, los horarios de trabajo y las tarifas están determinadas por los gobiernos con lo que la propiedad es otra vez nominal y así sucesivamente en los sectores y áreas más importantes.

 

Mi libro titulado Las oligarquías reinantes, que lleva un muy generoso prólogo de Jean-François Revel que subraya la tesis que expongo, está prácticamente dedicado a las componendas de estos barones feudales y sus socios para el saqueo de sus semejantes con la careta del empresariado. A continuación voy a reproducir parte de un pequeño relato de este libro al efecto de ilustrar el tema grave que estamos comentando.

 

Estaba caminando por un terragal en Chichicastenango, era un día de feria de modo que incluso las calles alejadas estaban abarrotadas (casi más turistas que locales). En Guatemala cada pueblito tiene sus atuendos particulares. Los más vistosos y atractivos son los huípiles, una especie de poncho de largo variado con coloridos y dibujos trabajados cuidadosamente en telares caseros y que usan las mujeres en combinación con faldas más bien lisas. En el huípil de Chichicastenango predomina el violeta, matizado con verdes fuertes y un negro retinto con algunos bordados de pájaros de la zona. Algunos turistas recalcitrantes los ponen en bastidores y los cuelgan en sus livings iluminados por las consabidas dicroicas.

 

El aire en ese lugar es de una pureza que acaricia los pulmones, probablemente debido a la altura y, en esa época del año, el cielo está casi siempre azul sin nubes a la vista. La temperatura acoge a los transeúntes con la más amable de las hospitalidades. En realidad estaba yo en busca de un San Juan Bautista tallado en un palo de procesión. Pero no logré mi cometido, puesto que ni siquiera llegué a la plaza principal donde se desplegaban las largas mesas con los cachivaches de la feria (mucho más adelante mi María me consiguió lo que ese día andaba buscando).

 

Confieso que el turismo más bien me disgusta y que los tumultos me trasmiten una mezcla de desconcierto y de temor irrefrenable. En cualquier caso, me llamó la atención la cara de un hombre mayor que estaba conversando con un chiquito en una de las maltrechas veredas del lugar por donde se filtraba pasto y algún arbusto que tozudamente se abría paso empujando piedras y otros materiales de construcción evidentemente colocados sin escuadra y, aparentemente, sin mucho esmero. No soy muy afecto a la conversación con extraños (incluso en mis viajes en avión si me toca de vecino un entusiasta de lo cotorril, de inmediato alego problemas en las cuerdas vocales), pero en este caso no sé si por la mirada tierna de esta persona o por la gracia que me hizo el chico, el hecho es que me detuve frente a la solicitud del anciano para que lo atendiera. Hablaba un español por momentos atravesado con su dialecto maya (Chomsky dice que la diferencia entre un dialecto y una lengua estriba en que esta última es impuesta por las armas).

 

No soy bueno para calcular edades pero tendría poco más de ochenta primaveras sobre los hombros. Pude constatar un cuadro de situación que no es nuevo pero al recibirlo de primera mano se torna más patético. Más dramático resultaba el cuento cuando uno miraba los profundos y significativos surcos cincelados por una vida ruda en el rostro de este indito anciano y anfitrión de la jornada.

 

Según parece este personaje, en sus épocas mozas, trabajaba mediodía en casa de un conocido empresario en la ciudad. Por ese entonces no vivía en Chichicastenango sino a unos diez kilómetros al sur de Guatemala. Tenía otros compinches que hacían diariamente el mismo recorrido. Todos en bicicleta. Entre algunos pobladores estaba muy generalizado este medio de locomoción. Si mal no recuerdo, las bicicletas costaban poco menos de ciento veinte quetzales hasta que se produjo el desastre para esta gente laboriosa y cumplidora: los rodados de ese tipo subieron a bastante más del doble del precio. Al principio las reposiciones se fueron estirando con arreglos en general precarios, pero finalmente la situación se hizo insostenible especialmente para las nuevas generaciones que debían trabajar y no les resultaba posible mudarse a la ciudad. Aquel instrumento de trabajo se tornaba inaccesible. Antes de la abrupta suba, las bicicletas eran en su mayoría importadas de Taiwan. Ahora una de las cámaras locales de empresarios convenció al gobierno que prohibiera la importación a los efectos de permitir que los guatemaltecos abastecieran sus propios requerimientos y así “promover la industria nacional y el pleno empleo”.

 

Además se recurrió al anzuelo envenenado al argüir que de ese modo el país podría contribuir a su independencia y, pasado un tiempo, después de acumular experiencia, la industria local podría mostrar su competitividad y consolidar beneficios para todos.

 

¿Cuáles beneficios? Si antes compraban un artículo más barato y de calidad superior evidentemente estarán peor. Si había empresarios que consideraban que podían mejorar la marca, nada les impedía poner manos a la obra y si la evaluación de ese proyecto mostraba que habría pérdidas en los primeros períodos que serían más que compensadas en los siguientes, debieron darse cuenta que nada justifica que los referidos quebrantos sean trasladados, a través de aranceles, sobre las espaldas de los consumidores ajenos al negocio. Lo que sucede es que resulta más cómodo que buscar socios para financiar el emprendimiento y más provechoso contar con un mercado cautivo que facilita las más ambiciosas aventuras, ya que si se toma como parámetro la rentabilidad frecuentemente resulta en un cuento chino (con perdón de los chinos).

 

Ocurre que para esos fantoches como los de nuestra historia -acotada para esta nota periodística- resulta más atractivo explotar a los demás que servirlos en competencia. Esta acrobacia verbal de la que hacen alarde estos pseudoempresarios está en alguna medida sustentada por algunos ingenuos capaces de tragarse cualquier sapo y por quienes despliegan ideas que con desfachatez llaman “proteccionistas”.

 

Aquel tipo de empresarios requiere de estos apoyos, puesto que sería insostenible la argumentación basada en que necesitan mejores mansiones, automóviles más confortables y adornar con joyas a sus mujeres o amantes. El apoyo logístico es indispensable. Los intereses creados tienen que escudarse en presentaciones de apariencia filosófica para poder prosperar. Sin duda que allí donde se ofrecen privilegios habrá largas filas para solicitarlos. De lo que se trata es de producir cambios institucionales de características tales que imposibiliten o por lo menos obstaculicen en grado sumo la dádiva. Para ser ecuánimes debemos cargar más las tintas en el clima de ideas que hace posible el mercado cautivo que en la voracidad empresarial que sólo responde a los accionistas quienes no demandan filosofía sino retorno sobre la inversión, en este caso mal habido.

 

Esta parte del relato que estampo en el mencionado libro muestra apenas un rincón de los avatares de los bandidos que se refugian en la figura del empresario que nada tiene que ver con el significado del empresario en una sociedad libre donde cada uno debe esforzarse por atender a su prójimo y si da en la tecla obtiene ganancias y si yerra incurre en quebrantos, siempre sin privilegio alguno. Es obligación moral de todos desenmascarar aquellos filibusteros que arruinan nuestras vidas aunque el costo resulte alto porque como ha dicho José Martí con volcánica temperatura moral: “mas vale un minuto de pie que una vida de rodillas”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba.

El posmodernismo feminista contra la mujer.

Por Bertie Benegas Lynch. Publicado el 4/4/18 en: https://www.infobae.com/opinion/2018/04/04/el-posmodernismo-feminista-contra-la-mujer/

 

En nuestro contexto, han tomado fuerza varios temas cuyas derivaciones y enfoques periodísticos, en la mayoría de los casos, causa preocupación. Los cimientos más elementales de una sociedad civilizada deben ser, el principio de igualdad ante la ley y el respeto irrestricto a los derechos que toda persona tiene sobre su vida, su propiedad y su libertad. Sin embargo, es alarmante notar cómo el concepto de “derecho” se tergiversa y se corrompe sistemáticamente de forma creciente. A diario somos testigos de innumerables reclamos quiméricos vestidos de justos que, en realidad, no son más que pseudo derechos promovidos por quienes apuntan al poder para así disponer de la vida, la propiedad y la libertad de otros.

Aquella conocida expresión de Eva Perón que dice “donde existe una necesidad, nace un derecho”, fue -y lamentablemente sigue siendo- un efectivo discurso para la caza de votos y la arenga populista. Sin embargo, es la piedra angular de la debacle de la civilización y el respeto por el prójimo. A cada derecho corresponde una obligación. Si tengo derecho a una casa, el resto de mis semejantes tienen la obligación de respetármela. Pero, si se sostiene que tengo derecho a una casa que no poseo, implicaría que el resto de los ciudadanos tiene la obligación de trabajar para proveérmela. Esto, ni más ni menos es el espíritu del artículo 14 bis incorporado a la Constitución por el llamado constitucionalismo social; un buen ejemplo de la diferencia entre lo legal y lo legítimo, la diferencia entre la ley y la corrupción de ley. Dicho sea de paso y a propósito de la expresión “constitucionalismo social”, vale recordar al Premio Nobel y economista de la escuela austríaca, Friedrich Hayek, que sostenía con razón que, todo sustantivo seguido del adjetivo “social”, se convierte en su antónimo.

Esta corriente del feminismo posmoderno que presenciamos estos días, solo propone el odio y la destrucción del derecho y todos los buenos valores del feminismo original, aquel que ha luchado en una adversidad insultante para afirmar los derechos compatibles con todo ser humano.

Muy desafortunados son los conceptos de la igualdad remuneratoria por igual tarea (otro punto del injerto socialista que conforma el artículo 14 bis) y la reciente arremetida para igualar remuneraciones entre hombres y mujeres. Además de afectar libertades civiles por medio de lamentables intromisiones estatales en los contratos privados, se está dejando con ello, los incentivos más elementales al esfuerzo y los resultados. ¿Qué pasaría si pretendiéramos que el tenista alemán profesional, Cedrik Marcel-Stebe, tuviera la misma bolsa de premios a fin de año y los mismos términos contractuales por publicidades que Roger Federer? Al fin y al cabo, se dedican a lo mismo.

La consigna de igualar remuneraciones para la misma tarea, sea entre mujeres, entre hombres o, entre hombres y mujeres, resulta una forma de salario mínimo aplicado al trabajo brindado por los menos eficientes. Si se cumple a rajatabla la imposición oficial, aquella persona cuya productividad se corresponda a un salario de mercado inferior al mínimo impuesto, quedará desempleada, sea hombre o mujer. Solo gracias a la creatividad de las áreas de compensaciones en Recursos Humanos para establecer categorías o conceptos que justifiquen ante el estado un trabajo distinto entre dos empleados, posibilitará que el menos productivo, mantenga su trabajo con un salario acorde a sus capacidades y competencias.

También se ha instalado el término “violencia de género”, expresión para referirse a actos de violencia de un hombre hacia una mujer. La existencia de estos hechos aberrantes y cobardes, deben ser castigados de forma ejemplar, pero resulta absurdo tener categorías de violencia conforme a quien sea el perpetrador del hecho o quien resulte su víctima. ¿Acaso no condenamos la violencia en todas sus formas?

En el plano laboral, en algunos países, se impone por ley el cupo femenino de las mujeres en las empresas. Estas políticas, además de restringir la libertad de los dueños de empresas para seleccionar los recursos humanos de la forma que crean conveniente, a mi modo de ver, resultan sumamente ofensivas para la mujer. Su invalorable talento, agudeza, ingenio, creatividad e inteligencia, no necesita de cupos.

Los propietarios de una empresa deberían tener el legítimo derecho de contratar solo a hombres para sus puestos de trabajo si eso es lo que ellos deciden, aun cuando esos puestos pudieran ser también ocupados por mujeres. Valen, claro está, las mismas reflexiones para el caso de una empresa cuyos accionistas acepten solo mujeres como empleadas. Cabe destacar que, si en las contrataciones laborales ha privado la consideración del sexo por sobre el talento, la capacidad y otras ponderaciones productivas, se verá reflejado es el cuadro de resultados de las empresas del ejemplo.

El reclamo en favor del aborto, que también se esgrime en esta embestida feminista, es el más aberrante y vergonzante de todos sus postulados. Todos somos dueños de nuestro cuerpo. Es cierto. También es dueño del suyo un ser indefenso que vive en el seno materno esperando el afecto natural de la madre y no a su propio asesino. Causa estupor cuando se pide legalizar el crimen del aborto para evitar las muertes de madres que practican abortos clandestinos y “poco higiénicos.” Es lo mismo que un criminal reclame protección para contar con una menor resistencia de su víctima y tener una escena del crimen prolija y saludable.

No caen fuera de éste análisis aquellos hombres timoratos, de serios problemas de inseguridad y complejos de inferioridad cuyo patético recurso se reduce a denostar a las mujeres porque se ven amenazados en distintos aspectos de la vida cotidiana por mujeres seguras, inteligentes y de personalidad avasallante. Lo que aquí se quiere poner de relieve es lo nocivo que resulta para la vida y los intercambios pacíficos, que otros financien nuestras necesidades o imponerles nuestros gustos y preferencias.

 

Bertie Benegas Lynch. Licenciado en Comercialización en UADE, Posgrado en Negociación en UP y Maestría en Economía y Administración de Empresas en ESEADE.

La función social de la riqueza

Por Adrián Ravier: Publicado el 12/4/16 en: https://www.cronista.com/columnistas/La-funcion-social-de-la-riqueza-20170411-0069.html

 

En esta nota quiero ofrecer un elogio de la riqueza, o más bien de los empresarios que supieron generarla, distinguiéndolos -por supuesto- de aquellos que se la ganaron de forma indebida, sea a través del robo o a través de privilegios de esa histórica sociedad Estado-Empresario, que siempre se construye a expensas del consumidor. Me refiero concretamente a la riqueza generada por aquellos emprendedores que nos hacen la vida más fácil, arriesgando capital, y apoyados sobre su creatividad, innovación y buen servicio al consumidor, que los elige diariamente comprando sus productos.

Y quiero elogiarlos, destacando la función social de la riqueza que supieron construir, criticando a quienes creen que estaríamos mejor si ese capital fuera socializado entre aquellos que lo necesitan. Podemos recordar al efecto el libro de Joseph Stiglitz, El precio de la desigualdad, quien señaló en su subtítulo que «el 1% de la sociedad tiene lo que el otro 99% necesita». La conclusión parece obvia: Quitemos este capital a aquellos a quienes les sobra y repartámoslo entre aquellos a quienes les falta.

Thomas PIketty, autor de El capital en el Siglo XXI lo dice con mayor claridad: Repensemos los límites del mercado y del capitalismo y reformemos sus instituciones. Abandonemos la austeridad fiscal y gravemos más la herencia y la riqueza, concretamente con una tasa (confiscatoria e inconstitucional) del 80% para rentas que superen el millón de euros.

Este tipo de planteos son peligrosos porque pierden de vista la “función social” que cumple la riqueza que hoy está en poder del 1% más rico. Y es que muchos al pensar en los ricos tienen la imagen del egoísta Tío Rico Mac Pato, en su propia bodega, sentado sobre una gran montaña de oro, contando cada una de sus monedas. La riqueza de estos emprendedores, sin embargo, no está en ninguna bodega. Esa riqueza se encuentra siempre en acciones de muchas empresas, que a su vez convierten ese capital en factores de producción, en forma de grandes edificios, depósitos, campos, máquinas, medios de transporte y comunicación que se utilizan en la producción en masa de aquellas cosas que luego el consumidor demanda. Tomar las recomendaciones de Stiglitz o Piketty y expropiar esta riqueza de las manos de ese 1 % más rico, sería el fin de innumerables proyectos de inversión que hoy sostienen la producción, pero que además generan millones de puestos de trabajo. Es cierto, asignar ese dinero a manos de los más necesitados, les ayudará a sortear un mejor presente, pero simultáneamente se perderán millones de puestos de trabajo que generarán nuevos necesitados.

El análisis económico nos muestra que en efecto, en el corto plazo, re-dirigir esos recursos tendrá como consecuencia un mayor consumo presente, pero instantáneamente colapsará la inversión, y al tiempo se expandirá la escasez de los bienes de consumo más básicos, lo que elevará sus precios, y con ello la pobreza y la indigencia. En el corto plazo, habrá cierto alivio, pero en el largo plazo, una vez redistribuido y consumido ese capital, habremos duplicado el número de necesitados.

Claro que los marxistas se frotan las manos ante este tipo de medidas, porque harían colapsar al capitalismo y la economía de mercado, y con ello sobrevendrá el socialismo. Pero entonces lo único que se podrá repartir es la miseria, y la calidad de vida que conocemos en el siglo XXI habrá desaparecido, hasta que decidamos reconstruirla.

No ignoro que este sistema capitalista no es perfecto y que mucha gente sufre importantes carencias de bienes y servicios básicos. Pero el sistema que tenemos viene expandiendo en los últimos 200 años el acceso a bienes y servicios, reduciendo la pobreza y la indigencia, y contribuyendo a tener una mejor calidad de vida. Esos beneficios -siempre parciales- se los debemos a estos hombres creativos, los emprendedores, quienes arriesgando capital piensan todos los días cómo satisfacer las necesidades del consumidor, lo cual es premiado con mayores beneficios y riqueza. Como dijo el famoso economista americano George Reisman en uno de sus últimos libros “este 1 % provee el standard de vida del otro 99%”.

 

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE. Es profesor de Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.

Latinoamérica necesita empresarios, no lobistas

Por Alejandro A. Tagliavini. Publicado  el 17/3/17 en: http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/article139230518.HTML

 

Eran los tiempos del presidente Menem en Argentina y la apertura, la desregulación y las privatizaciones parecían ameritar seminarios y “rondas de negocios” en el exterior, y colaboré con su organización hasta que, entre otras cosas, comprendí que eran inútiles.

Es que cuando la información vuela alrededor del globo, no tiene sentido que funcionarios viajen para “explicar” nada. Basta con crear las condiciones, y las inversiones solas volarán: bajar impuestos para que las personas tengan recursos para emprender con rentabilidad, y desregular liberando la creatividad y la capacidad de desarrollarlas… salvo que prefieran el lobby…

Según Jesús Huerta de Soto, “la función empresarial no exige medio alguno… es esencialmente creativa”. Es esa capacidad de crear en pos del mejoramiento social para lo que es necesario depender de los clientes –y no de los políticos– que deben inducir el camino de la eficiencia creadora.

Esta capacidad creativa supone el hallazgo de “conocimiento que se desconocía que podía existir”, dice Esteban Thomsen, como cuando un nuevo móvil supera al anterior mejorando la calidad de vida. Así “…prescindir de las típicas características de imaginación, atrevimiento y sorpresa equivale a eliminar enteramente la naturaleza humana”, remata Israel Kirzner, desmintiendo a los políticos que regulan poniéndole límites al atrevimiento.

Cuando el Estado interfiere al mercado con regulaciones que coartan la libertad creativa, destruye el rol empresario y da lugar a los lobistas, inmorales y faltos de ética desde que no responden a la naturaleza del mercado siendo que la moral es la adecuación al orden natural.

Durante aquellos seminarios daba vergüenza ajena el ver a los “empresarios” –lobistas– más importantes sentados durante horas, literalmente, en los lobbies esperando a los funcionarios que establecerían las regulaciones –monopolios, condiciones favorables, etc.– que los enriquecieran en detrimento del mercado.

Días atrás, como todos los años, fui invitado a la inauguración de Arco Madrid. Por una cuestión de ética y principios, quise evitar la coincidente “visita oficial” del presidente argentino. Pero fue inevitable encontrarlos en la inauguración, y allí estaban los más importantes “empresarios” –lobistas– argentinos…

Luego, encontré a ejecutivos españoles que participaron en la visita oficial que, entre otras cosas, me dijeron que hacer negocios con lobistas es tonto, sobre todo en países donde, por la inestabilidad, el funcionario interlocutor de hoy no es el de mañana. Y en general no invertirán en Argentina, al menos hasta las elecciones legislativas de octubre y hasta que aclare la economía, que no parece favorable a pesar de los pronósticos de los gurús.

Argentina –cuyo gobierno podría definirse ideológicamente como “peronista caviar”– crecerá en 2017 según estos gurús, cosa que dudo mientras que, irónicamente, la economía de la populista Bolivia tiene una mejor reputación internacional y se espera que crezca 4.6% en 2017. Ahora, es preocupante el que estos gurús suelen errar porque sus predicciones no tienen asidero racional, y son los mismos que suelen equivocarse y, sin embargo, siguen siendo escuchados. Así es como el país va a los tumbos.

En fin, Latinoamérica necesita elevar sus principios, su ética y su moral, y una dirigencia social, empresaria, académica, de medios, etc., más seria e ilustrada, mucho más.

 

 

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Ex Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.

Lo políticamente correcto es retrógrado

Por Alberto Benegas Lynch (h).

 

El progreso significa cambio para mejor. Como nuestra ignorancia es enorme,  la forma de reducirla consiste en abrir debates en todas direcciones al efecto de poder refutar lo anterior y avanzar en la buena dirección. En otros términos, la faena del intelectual estriba en convertir lo políticamente imposible en políticamente posible. Esto se lleva a cabo en el plano de las ideas, mostrando las ventajas de dejar atrás lo inconveniente para adoptar lo mejor.

Todos los buenos descubrimientos siempre comenzaron con un sueño que parecía imposible. Como ha escrito John Stuart Mill “todas las buenas ideas pasan por tres etapas: la ridiculización, la discusión y la adopción”. En otros términos, el progreso está indisolublemente atado a la creatividad y al esfuerzo por correr el eje del debate hacia mejores metas, hacia objetivos de una mayor excelencia, a la curiosidad por explorar lo que aparece como mejor, en definitiva por apartarse de la trampa del status quo, al coraje moral por diferenciarse del espíritu rabiosamente conservador.

Los debates abiertos de par en par sin restricción alguna permiten confirmar lo que está bien y revisar todo lo que se estima está mal o que puede mejorar la marca. Lo políticamente correcto encaja cerrojos mentales que no permiten ver más allá de la nariz acorde con los perezosos para cambiar, a saber, los que se oponen al progreso que inexorablemente se traduce en cambio.

Pues bien, como queda dicho, el lenguaje “políticamente correcto” significa quedarse estancado y paralizado en lo que es  sin percatarse lo que debe ser, lo cual significa imposibilitar que se suba la vara con lo que en verdad se renuncia a lo esencial de la condición humana cual es el pensamiento. Recordemos el lema de la Royal Society de Londres: nullius in verba, es decir, no hay palabras finales…en ningún tema.

El lenguaje “políticamente correcto” está íntimamente vinculado a un concepto errado de lo que significa la discriminación. En este sentido reitero parcialmente lo que hemos consignado antes en cuanto a intentar que se despeje la aludida confusión semántica.

Según el diccionario, discriminar quiere decir diferenciar y discernir. No hay acción humana que no discrimine: la comida que elegimos engullir, los amigos con que compartiremos reuniones, el periódico que leemos, la asociación a la que pertenecemos, las librerías que visitamos, la marca del automóvil que usamos, el tipo de casa en la que habitamos, con quien contraemos nupcias, a que universidad asistimos, con que jabón nos lavamos las manos, que trabajo nos atrae más, quienes serán nuestros socios, a que religión adherimos (o a ninguna), que arreglos contractuales aprobamos y que mermelada le ponemos a las tostadas. Sin discriminación no hay acción posible. El que es indiferente no actúa. La acción es preferencia, elección, diferenciación, discernimiento y, por ende, implica discriminar.

Esto debe ser nítidamente separado de la pretensión, a todas luces descabellada, de intentar el establecimiento de derechos distintos por parte del aparato estatal que, precisamente, existe para velar por los derechos y para garantizarlos. Esta discriminación ilegítima echa por tierra la posibilidad de que cada uno maneje su vida y hacienda como le parezca adecuado, es decir, inhibe a que cada uno discrimine acerca de sus preferencias legítimas. Otro modo de referirse a este uso abusivo de la ley es simple y directamente el del atropello al derecho de las personas.

La prueba decisiva de tolerancia es cuando no compartimos las conductas de otros. Tolerar las que estamos de acuerdo no tiene mérito alguno. En este sentido, podemos discrepar con las discriminaciones, elecciones y preferencias de nuestro prójimo, por ejemplo, por establecer una asociación en la que solo los de piel oscura pueden ser miembros o los que tienen ojos celestes. Allá ellos, pero si no hay violencia contra terceros todas las manifestaciones deben respetarse, no importa cuan ridículas nos puedan parecer.

Curiosamente se han invertido los roles: se tolera y alienta la discriminación estatal con lo que no le pertenece a los gobiernos y se combate y condena la discriminación que cada uno hace con sus  pertenencias. Menudo problema en el que estamos por este camino de la sinrazón, en el contexto de una libertad hoy siempre menguante.

Parece haber una enorme confusión en esta materia. Por un lado, se objeta que una persona pueda rechazar en su propia empresa la oferta laboral de una mujer embarazada o un anciano porque configuraría una “actitud discriminatoria” como si el titular no pudiera hacer lo que estima conveniente con su propiedad. Incluso es lícito que alguien decida contratar solo a quienes midan más de uno ochenta. Como es sabido, el mercado es ciego a religiones, etnias, alturas o peso de quienes se desempeñan en las empresas, por tanto, quien seleccione personal por características ajenas al cumplimiento y la eficiencia pagará el costo de su decisión a través del cuadro de resultados, pero nadie debiera tener el derecho de bloquear un arreglo contractual que no use la violencia contra otros.

Por otra parte, en nombre de la novel “acción positiva” (affirmative action), se imponen cuotas compulsivas en centros académicos y lugares de trabajo “para equilibrar los distintos componentes de la sociedad” al efecto de obligar a que se incorporen ciertas proporciones, por ejemplo, de asiáticos, lesbianas, gordos y budistas. Esta imposición naturalmente afecta de forma negativa la excelencia académica y la calidad laboral ya que deben seleccionarse candidatos por razones distintas a la competencia profesional, lo cual deteriora la productividad conjunta que, a su vez, incide en el nivel de vida de toda la población, muy especialmente de los más necesitados cuyo deterioro en los salarios repercute de modo más contundente dada su precariedad.

Por todo esto es que resulta necesario insistir una vez más en que el precepto medular de una sociedad abierta de la igualdad de derechos es ante la ley y no mediante ella, puesto que esto último significa la liquidación del derecho, es decir, la manipulación del aparato estatal para forzar pseudoderechos que siempre significa la invasión de derechos de otros, quienes, consecuentemente, se ven obligados a financiar las pretensiones de aquellos que consideran les pertenece el fruto del trabajo ajeno.

Desde luego que esta atrabiliaria noción del “derecho” como manotazo al bolsillo del prójimo, entre otros prejuicios, se basa en una idea errada, cual es que la riqueza es una especie de bulto estático que debe “redistribuirse” (en direcciones distintas a la distribución operada en el supermercado y afines) dado que sería consecuencia de un proceso de suma cero. No conciben a la riqueza como un fenómeno dinámico y cambiante en el que en cada transacción libre y voluntaria hay un proceso de suma positiva puesto que ambas partes ganan. Es por esto que actualmente podemos decir que hay más riqueza disponible que en la antigüedad, a pesar de haberse consumido recursos naturales en el lapso de tiempo trascurrido desde entonces. Es cierto el principio de Lavoisier, en cuanto a que “nada se pierde, todo se transforma” pero lo relevante es el crecimiento de valor no de cantidad de materia (como hemos dicho antes, un teléfono antiguo tenía más material que uno celular, pero este último presta servicios mucho mayores y a menores costos).

Vivimos la era de los pre-juicios, es decir el emitir juicios sobre algo antes de conocerlo (y conocer siempre se relaciona con la verdad de algo, ya que no se conoce que dos más dos son ocho). La fobia a la discriminación de cada uno en sus asuntos personales y el apoyo incondicional a la discriminación de derechos por parte del Leviatán es, en gran medida, el resultado de la envidia, esto es, el mirar con malevolencia el bienestar ajeno, no el deseo de emular al mejor, sino que apunta a la destrucción del que sobresale por sus capacidades.

Y esto, a su vez, descansa en la manía de combatir las desigualdades patrimoniales que surgen del plebiscito diario en el mercado en donde el consumidor apoya al eficiente y castiga al ineficaz para atender sus reclamos. Es paradójico, pero no se condenan las desigualdades patrimoniales que surgen del despojo vía los contubernios entre el poder político y los así llamados empresarios que prosperan debido al privilegio y a mercados cautivos otorgados por gobiernos a cambio de favores varios. En realidad, las desigualdades de la época feudal (ahora en gran medida replicadas debido al abandono del capitalismo) son desde todo punto de vista objetables, pero las que surgen de arreglos libres y voluntarios, no solo no son objetables sino absolutamente necesarias al efecto de asignar los siempre escasos factores productivos en las manos más eficientes para que los salarios e ingresos en términos reales puedan elevarse. No es relevante la diferencia entre los que más tienen y los que menos poseen, lo trascendente es que todos progresen, para lo cual es menester operar en una sociedad abierta donde la movilidad social constituye uno de sus ejes centrales.

Como las cosas no suceden al azar, para contar con una sociedad abierta cada uno debe contribuir diariamente a que se lo respete.

Podemos extrapolar el concepto del polígono de fuerzas de la física elemental al terreno de las ideas. Imaginemos una enorme piedra en un galpón atada con cuerdas y poleas y tirada en diversas direcciones por distintas personas ubicadas en diferentes lugares del recinto: el desplazamiento del bulto será según el resultado de las fuerzas concurrentes, ninguna fuerza se desperdicia. En las faenas para diseminar ideas ocurre lo propio, cada uno hace lo suyo y si no se aplica a su tarea la resultante operará en otra dirección. Los que no hacen  nada solo ven la piedra moverse y habitualmente se limitan a despotricar en la sobremesa por el rumbo que toma.

Como hemos visto, lo de la discriminación tiene muchas ramificaciones y efectos. Por ello es que resulta imprescindible comprender sus alcances y significados para lo que hay que despejar el ambiente de prejuicios. Como ha escrito en 1775 Samuel Johnson “Ser prejuicioso es siempre ser débil”, es revelar complejos y fallas propias, en cuyo contexto, sentenció en 1828 William Hazlitt: “ningún hombre ilustrado puede ser contemplativo con los prejuicios de otros”, puesto que el no denunciarlos agrava el mal, incluso para los resentidos que alegando anti-discriminación, discriminan de la peor manera.

En resumen, es llamativo e increíble que los llamados “progresistas” se estanquen y bloqueen el progreso con su empecinado uso de lo “políticamente correcto” que, como queda apuntado, se traduce en una anacrónica postura conservadora en el peor sentido de la expresión y en una inaceptable intolerancia.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

¿POR QUÉ SON CASI IMPOSIBLES LAS REFORMAS EDUCATIVAS?

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 23/10/16 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2016/10/por-que-son-casi-imposibles-las.html

 

Permanentemente se ven videos, conferencias y artículos de reformas del sistema educativo. Algunos (como mi padre) han dedicado su vida a ello. Sin embargo, pasan las décadas y los gobiernos y el modelo tradicional de enseñanza, con el aula, las notas, sus premios y castigos, etc., sigue igual, tanto aquí como en otras partes del mundo.

¿Por qué?

Trataremos formular algunas hipótesis, para que las propuestas de reforma sean más realistas y menos ingenuas a la hora de formularse.

  1. El sistema del aula tradicional, de lo que Luis J. Zanotti  (www.luiszanotti.com.ar) llamó la primera etapa de la política educativa (fines del s. XIX) está basado en el modelo positivista de información, donde el aprendizaje es el acopio y repetición de datos objetivos. Por más loas que se declamen hacia la creatividad, esta es colocada como un lujo posterior al duro entrenamiento del aprendizaje básico. Se la permite en las humanidades, se la niega para las ciencias (como si no fueran humanidades), se la relega totalmente de los procesos básicos de acopio de información en los niveles primarios, secundario y terciarios. Y el problema es que este modelo de conocimiento como información está asumido casi sin crítica como horizonte cultural, que por ende no permite ir al núcleo filosófico de la cuestión: el conocimiento humano es creatividad, interpretación, por más que los paradigmas dominantes (Kuhn) impongan su repetición como rito de iniciación para la vida académica.
  1. La mayor parte de reformadores del sistema olvidan o niegan el tema esencial de la libertad de enseñanza. Suponen que sus reformas deben ser impuestas por la fuerza del estado y de modo monopólico, con lo cual se incurre en la paradoja de imponer por la fuerza un paradigma para salir de otro. Todos hablan en este momento del modelo de Finlandia olvidando que es un sistema obligatorio y monopólico. Cómo puede haber creatividad dentro de eso es la paradoja que no se termina de asumir.
  1. El olvido de la libertad de enseñanza (análogo al olvido del ser heideggeriano :-)) implica que las reformas sean tímidas propuestas dentro del sistema estatal dominante. Se olvida que la clave de la cuestión está en la separación jurídica entre los objetivos pedagógicos concretos y el control estatal de los títulos. O sea, la desmonopolización jurídica del sistema. Con ello podrán seguir existiendo colegios tradicionales al estilo de La Sociedad de los Poetas Muertos, pero al mismo tiempo se producirá un big bang de propuestas cuya validación será la demanda de los egresados de dichas propuestas y no el otorgamiento de un “título oficial”.
  1. El punto anterior (la rígida unión entre la titulación y el reconocimiento oficial de los títulos) produce que los sindicatos puedan seguir aferrados a sus funciones tradicionales siendo inmunes a toda reforma. Porque las reformas implican nuevas funciones profesionales docentes que ellos obviamente no están dispuestos a admitir. Por lo demás, en la mayor parte del mundo los sindicatos son mafias legalizadas, estados dentro de otro estado, delincuentes socialmente admitidos que en nombre de los “derechos de los trabajadores” seguirán impidiendo todo tipo de reformas (educativas o las que fuere) por los siglos de los siglos.
  1. La mayor parte de las propuestas ignoran que el problema es el aula positivista clásica. En ella son inútiles nuevas metodologías y nuevas tecnologías, porque es como intentar montar un Saturno V sobre una carreta tirada por bueyes. Sencillamente hay que desechar la carreta. Hay que acabar con el aula tradicional y si se ensayan nuevas, tener conciencia de que ellas no sustituyen (como pensó el movimiento de la escuela nueva) al sistema educativo informal, no sistematizado, constituido por el horizonte (Gadamer), las creencias (Ortega) y el conocimiento disperso (Hayek).
  1. Como esto último está penetrado también por la razón instrumental, o sea por el positivismo cultural, todas las propuestas de reforma seguirán circulando como bonitos videos en youtube mientras que la principal demanda social seguirá siendo el sistema escolar tradicional, venerado y sacralizado por el conjunto de la población.
  1. La mayor parte de propuestas de reforma y de los críticos al sistema han atacado a la razón instrumental, ok, pero han unido esa crítica con la crítica al sistema de libre mercado al cual el sistema tradicional de enseñanza le sería funcional. No estoy debatiendo con Hilary, pero wrong:-). El sistema educativo tradicional no fue una super-estructura de la estructura capitalista de producción. Fue fruto de las ideas del iluminismo del s. XVII y el capitalismo fue fruto del acabamiento progresivo del antiguo régimen sobre todo en Inglaterra a partir de la evolución del common law, ya desde el medioevo. El error de unir reforma educativa con la sociología de Marx, retroalimenta las reacciones conservadoras donde “educación” es igual a portarse bien, estudiar la lección, izar la bandera y ser el “buen repetidor” del sistema tradicional. El libre mercado, por lo demás, no depende del sistema positivista de información, sino al contrario, de la creatividad de la inteligencia humana que se traduce en creatividad empresarial. El sistema educativo formal no es funcional al capitalismo sino al estatismo, al intervencionismo, donde se producen en cadena “buenos empleados” y no libres empresarios (Landolfi,http://www.cuspide.com/9789870284253/Educacion+Para+La+Fragilidad/ )
  1. El sistema educativo tradicional se ha extendido mundialmente con una serie de tentáculos que lo han constituido, a través del pacto de Bolonia, los sistemas de becas y los rankings universitarios, en un soviet mundial. En ese sentido el panorama no podría ser más desalentador, y muestra que lo básico es cambiar, aunque cueste siglos, el horizonte cultural.
  1. La libertad de enseñanza sigue siendo, sin embargo, la única esperanza de salida. Aunque las propuestas de reforma educativa tengan que enfrentarse con el soviet mundial, con la mentalidad positivista imperante y con los paradigmas dominantes que privadamente puedan existir, sin embargo tendrían derecho jurídico a su existencia y por ende dependerían sobre todo de la claridad de objetivos de sus fundadores y no de la “generosidad” del dueño de la granja para con sus esclavos.

 

  1. Mientras tanto, el mercado negro de la creatividad sigue circulando por izquierda, y sólo eso impide mayores estragos a la inmensa cantidad de verdaderos genios aplastados por el soviet del sistema, olvidados, dejados de lado, siendo los verdaderos excluidos y descartados por el estatismo dominante. Los libros, el internet, las reuniones informales, las conversaciones, las charlas, son actualmente la verdadera educación, al lado de un lastre cultural inútil, cual chatarra icónica que se sigue elevando a los altares del estado decimonónico.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

La Argentina puede volver a ser un país rico

Por Iván Carrino. Publicado el 8/5/16 en: http://www.lanacion.com.ar/1896355-la-argentina-puede-volver-a-ser-un-pais-rico

 

La pregunta que todos se hacen en la Argentina es si, en algún momento, las medidas económicas que se están tomando nos permitirán volver a crecer. Según el FMI, el producto caerá 1% este año, a lo que se agrega una inflación que se acercará al 35 por ciento. La estanflación no debería sorprendernos. Después de todo, la venimos arrastrando hace ya 5 años. Además, siempre que se intentó salir de esquemas populistas el resultado fue el mismo: salto en los precios, caída del PBI y reducción del salario real.

Me permito ser optimista. La Argentina no sólo podría volver a crecer hacia el final de este año, con una caída de la inflación, sino que puede volver a ser un país próspero, tal como lo fue a principios de siglo. Para que esto suceda, deben cumplirse dos condiciones.

La primera es superar la pesada herencia que dejó el kirchnerismo. Las bombas económicas fueron el control de cambios, la inflación reprimida, el déficit fiscal récord y el desacato en la justicia norteamericana por el caso de los holdouts. Si el nuevo gobierno logra cierto orden y previsibilidad en este nivel, será mucho lo que hayamos ganado.

La segunda condición es que tiene que modificarse radicalmente el ecosistema emprendedor. Las personas podemos ser verdaderas creadoras de riqueza. Cuando emprendemos una actividad productiva, creamos algo innovador, o sencillamente ofrecemos un servicio que satisface las necesidades de nuestros conciudadanos, estamos agregándole valor a la sociedad. Los empresarios son la semilla del progreso en cualquier país. En el nuestro, emprender se convirtió en una tarea casi imposible.

Los argentinos pagamos 96 impuestos diferentes, la presión fiscal es similar a la de Gran Bretaña y cada ciudadano en edad de trabajar debe gastar $ 69.900 al año para sostener al Estado. Además, la burocracia y las regulaciones están a la orden del día. Constituir una empresa legalmente toma 25 días, 14 procedimientos burocráticos y cuesta el 9,7% del PBI per cápita. En Nueva Zelanda, el trámite lleva medio día, un procedimiento burocrático y cuesta el 0,3% del ingreso per cápita. No extraña que ocupemos el puesto 121 del Índice Haciendo Negocios, del Banco Mundial, mientras ellos ocupan el segundo. Y sus ingresos cuadruplican los nuestros.

El Gobierno hoy busca lidiar con las bombas heredadas. Es decir, se está enfocando en la primera condición.

De cara al futuro, debería poner especial énfasis en la segunda. Si comprende que la semilla del progreso descansa en la creatividad y la iniciativa de los privados, y que su rol principal es sacarles el pie de encima reduciendo impuestos y removiendo trabas, estaremos transitando por la buena senda. La Argentina no sólo se transformará en un país mucho más libre, sino que volverá a formar parte del club que nunca debió deja. El de los países más ricos del planeta.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano.

Fallas de Mercado, competencia imperfecta, captura de los reguladores e imposibilidad del cálculo

Por Martín Krause. Publicada el 16/1/16 en: http://bazar.ufm.edu/fallas-de-mercado-competencia-imperfecta-captura-de-los-reguladores-e-imposibilidad-del-calculo/

 

Con los alumnos de OMMA Madrid vemos el Cap. 3 de El Foro y El Bazar donde se analizan las distintas políticas públicas sugeridas para resolver problemas de ‘fallas de mercado’. Consideramos allí los aportes de la “teoría de la regulación’, y la extensión a ese campo del fracaso del cálculo económico en el socialismo:

Y pese a lo interesante de todas estas teorías, que describen los procesos políticos que llevan a la implementación de regulaciones y al “control” del ente regulador por los mismos intereses que supuestamente han de ser regulados, lo cierto es que existe un problema todavía mayor: la posibilidad misma de que el regulador pueda cumplir con la tarea que se le ha encomendado.

Pese a la relativa novedad de todas estas cuestiones (los trabajos de Stigler, Peltzman y Posner pertenecen a la década de los años 70), lo cierto es que la cuestión básica por considerar ya había sido tratada en la década del 20 cuando Ludwig von Mises (1881-1973) demostró la imposibilidad teórica de realizar la planificación en una economía socialista. Y si bien los argumentos de Mises se refieren a la planificación socialista y no a la regulación, se pueden extender  a esta misma circunstancia con las salvedades del caso.

Para von Mises (1949), el elemento fundamental del socialismo era la propiedad colectiva de los medios de producción; de esto se desprende que no existe un mercado para esos factores, ya que sin propiedad privada no puede haber intercambios entre sus legítimos propietarios, y sin intercambios no puede haber relaciones relativas entre factores, esto es, precios. Ésta es, por ejemplo, la situación en la que se encuentra la propiedad del espectro electromagnético, las frecuencias por las que se transmiten señales de radio, televisión o telefonía celular entre otras cosas. Este es un “medio de producción” de propiedad estatal. Mises señaló, en su momento, la dificultad intrínseca de la planificación, ya que ante la ausencia de precios los planificadores no tienen términos de referencia sobre la importancia económica relativa de cada bien o servicio para un uso alternativo. En nuestro caso, el uso de una frecuencia radioeléctrica para transmisión de radio FM o telefonía celular no puede ser valorado económicamente porque no existen precios como para poder hacerlo.

Según Mises, los planificadores socialistas no pueden saber si la asignación de un recurso para un determinado fin es más o menos deseable que la de otro. No es de extrañar que en la realidad los funcionarios de los burós planificadores en los países socialistas tomaran como referencia los precios de las economías de mercado. No obstante ello, como los precios varían constantemente reflejando las preferencias de los consumidores o las disponibilidades de la oferta, la planificación nunca podía modificarse para copiar la modificación instantánea que el mercado provee. Finalmente, las malasignaciones explican el colapso del sistema. En el caso de las regulaciones, el planificador utilizará otros criterios para la asignación, muchas veces “políticos” y, por cierto, conflictivos.

El proceso competitivo del mercado es necesario, por un lado, para movilizar el conocimiento disponible, y por otro, para generar el descubrimiento de nuevas oportunidades que hasta entonces no se hayan descubierto. La intervención gubernamental, entonces, interfiere en este proceso de descubrimiento.

 

En definitiva, la acción del ente regulador interfiere con el proceso de mercado, y como no le es posible obtener la información necesaria para cumplir su tarea, debe depender para ello de lo que le provean los mismos sectores regulados. Termina así siendo cautivo de sus propios intereses. Por otro lado, desvía la atención de los emprendedores hacia su propio interés e impide el descubrimiento de nuevas oportunidades en beneficio de los consumidores.

Tomemos el caso del monopolio natural. Si en determinado momento hay un solo proveedor de servicios de comunicaciones y no existen restricciones para el ingreso de competidores, esto significa que el mencionado proveedor satisface las necesidades de la mejor forma posible. El mecanismo de descubrimiento de nuevas oportunidades (nuevas tecnologías, nuevos servicios) se encuentra en funcionamiento y cualquier descuido del proveedor al ofrecer la última tecnología o precios adecuados será aprovechado por otros para hacerlo y minar así su condición monopólica.

Se arguye contra ello que los costos de ingreso son muy elevados en este sector. Pero lo cierto es que estos costos existen en todas las actividades, y esto no ha frenado la competencia en ellas. Por el contrario, los mismos costos de ingreso elevados desatan la creatividad para estudiar su reducción. Por otra parte, con el avance tecnológico y la eliminación de las áreas monopólicas, la competencia puede ser inmediata.

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).