Las turbulencias políticas sacuden a Perú

Por Emilio Cárdenas. Publicado el 26/5/15 en: http://www.lanacion.com.ar/1796149-las-turbulencias-politicas-sacuden-a-peru

 

Más allá de toda duda, los primeros diez años del siglo XXI han sido fuertemente positivos para Perú, que ha seguido creciendo con solidez, abrazado a una actitud de apertura al mundo, así como a la economía de mercado. Logró una mejora generalizada en su productividad y competitividad, con largos períodos de crecimiento al 7% de su PBI. Por eso, el 50,6% de los peruanos pertenece hoy a la clase media. Esa es la gran consecuencia de crecer a altas tasas por espacio de dos décadas: disminuir la pobreza.

La crisis del 2008 golpeó, no obstante, al Perú y redujo el ritmo de su desarrollo, sin paralizarlo. Para 2015, el Banco Central del Perú estima que el país crecerá al 3,9% de su PBI, impulsado fundamentalmente por el sector de la pesca y por la minería metálica. Para 2016 se proyecta, en cambio, una tasa interesante, del 4,5%.

Perú, con una envidiable tasa de inflación del 2,7% anual, tiene claro que para crecer es necesario, a la vez, poder atraer a la inversión y proyectar confianza. Por eso el gobierno del presidente Ollanta Humala acaba de promulgar la ley 30.327, en busca de acelerar las inversiones, con trámites más expeditivos que nunca, de modo de contribuir a sostener los actuales niveles de vida y de consumo alcanzados con una política económica cuya esencia pocos cuestionan.

Pese a ello, la actual desaceleración del crecimiento de la economía peruana ha incrementado las tensiones políticas. El porcentaje de aprobación a la gestión del presidente Ollanta Humala, que en el 2011 fuera de un sólido 55%, ha caído ahora a un realmente escuálido 21%. Ocurre que su gestión luce ineficaz y que su capacidad de liderazgo aparece mermada.

Los episodios violentos acaecidos desde hace dos meses en derredor del enorme proyecto cuprífero de «Tía María» lo han desgastado visiblemente. Y las explosiones de la corrupción en su derredor no cesan. Incluyendo la que específicamente tiene que ver con su ex asesor Martín Belaúnde Lossio, a quien se investiga por sus eventuales nexos financieros con la esposa del presidente y por su vinculación con un presunto financiamiento bolivariano de la campaña electoral que en su momento llevara a Humala a la primera magistratura de su país. Cuando estaba por ser extraditado al Perú desde Bolivia, el mencionado Belaúnde Lossio ha vuelto a fugarse en lo que es un nuevo episodio espectacular que seguramente perjudicará la debilitada imagen de Humala.

Lo cierto es que Perú va camino a elecciones presidenciales que tendrán lugar el 10 de abril del año que viene, con una casi segura segunda vuelta el 12 de junio de 2016. En menos de un año, entonces.

Las encuestas de opinión sugieren que Keiko Fujimori (Fuerza Popular) es la que encabeza el fervor popular, con un sólido 33/38% de apoyo. Aunque cabe señalar que Keiko tiene asimismo un alto porcentaje de opiniones negativas. Le sigue en los números de las encuestas el prestigioso economista Pedro Pablo Kuczynsky (Perú Más), un respetado ex ministro de Alejandro Toledo, con el 15/18% de la intención de voto, del quien se afirma que estaría coqueteando con Ollanta Humala. Keiko, recordemos, tiene 40 años. Pedro Pablo, por su parte, 80 -jóvenes- años. Dos universos, ciertamente, distintos.

Tras ellos aparece el veterano Alan García, pero con sólo un 10% de las intenciones de voto. El año pasado García, que busca ahora su tercer mandato, era una suerte de «caballo del comisario». Ya no lo es. Sin embargo, los observadores recuerdan su tremenda capacidad política y sus exitosos empellones de última hora y no lo descartan, en modo alguno.

Si sumamos los apoyos a esos tres diferentes candidatos presidenciales, parecería estar bastante claro que la izquierda hoy no tiene demasiadas posibilidades de modificar el exitoso rumbo económico peruano. Pero es también cierto que el universo político del Perú ha sido históricamente generador de sorpresas. Y ellas no se descartan nunca. No obstante, el tremendo fracaso económico del recordado «Plan Inca» del izquierdista gobierno militar peruano que se instalara en 1968, es por todos conocidos. De allí que las recetas populistas, de cualquier color que ellas sean, no tengan en Perú el espacio que pueden generar en otros rincones de nuestra región.

Hay, es cierto, una ola de duras protestas sociales que se iniciaron a fin del año pasado. Con cortes de rutas, ocupaciones, y disturbios. En general, ellas se refieren a diferentes reclamos locales, que son específicos. Pero algunos, frente a ellas, señalan que advierten una concertación de acciones y recuerdan -con una cuota de alarmismo quizás exagerada- el conocido dicho de Mao: «Una chispa puede incendiar la pradera».

Una década de estabilidad política parece haber dejado huellas positivas en el Perú. La economía de mercado no luce amenazada, aunque ahora esa visión esté acompañada por un saludable complemento: el de las políticas de inclusión social. El futuro de corto plazo peruano y su notable ciclo expansivo -después de veinte años de estabilidad y crecimiento económicos y de diez años de estabilidad política- no parecen estar en peligro.

Pese a lo cual, los consensos sobre lo que finalmente depararán las elecciones presidenciales del año próximo no aparecen. Aunque sí parezca evidente que Keiko Fujimori estará en una segunda vuelta, que todos dan por segura. Y tendrá entonces una nueva oportunidad para consagrase como la primera mujer que llega a la más alta magistratura del Perú. Tarea que será todo lo compleja que ha sido hasta ahora. Porque la sombra de su padre, pesa. Y mucho. Si, de pronto, ella desapareciera, el camino de la pragmática Keiko sería presumiblemente otro. Más expedito y menos áspero. Mientras tanto, una tercera parte de los electores peruanos parece acompañarla. No es poco..

 

Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California.  Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.

Propiedad, precios y privilegios

Por Gabriel Boragina. Publicado el 16/5/15 en: http://www.accionhumana.com/2015/05/propiedad-precios-y-privilegios.html

La prédica antiliberal y anticapitalista que campea por doquier siempre ha contribuido a generar una profunda confusión entre tres conceptos que son clave para poder entender correctamente cómo funciona la economía. El rol y la complementariedad existente entre el mercado, la competencia y la propiedad han sido tergiversados de continuo por los sistemas intervencionistas y dirigistas del mundo, por lo que será de interés remarcar su importancia.

«El mercado es como un plebiscito diario en el que la gente decide comprar o abstenerse de hacerlo, con lo que va estableciendo precios. Estos precios hacen de indicadores, precisamente para asignar los siempre escasos recursos a fines prioritarios. Quienes aciertan en el gusto de la gente incrementan sus patrimonios, quienes no lo hacen incurren en quebrantos y, por tanto, vía el cuadro de resultados, transfieren la propiedad a otras manos que puedan más eficientemente atender los requerimientos del público consumidor. Los precios van indicando, entonces, qué áreas o qué campos resultan más atractivos y cuáles no cuentan con el respaldo suficiente por parte de la gente.»[1]

La condición para que el mercado produzca los resultados señalados en la cita, es que el mismo sea libre. Hoy en día, la mayoría de los mercados están intervenidos por los gobiernos, por lo que el sistema de precios sufre constantes y permanentes distorsiones que hacen que los efectos citados precedentemente no se vean cumplidos de la manera que allí se indica. El control del mercado por parte de los gobiernos afecta negativamente -y en forma directa- la competencia, que tampoco –de esta manera- es «libre». La interferencia estatal por vía de controles de precios o de cualquier otro modo, lo que produce es una alteración en los indicadores que (antes de la intrusión) orientaban correctamente a los productores adónde invertir y adónde no. Tales guías son precisamente los precios.

«Hay,…. ámbitos donde, evidentemente, las disposiciones legales no pueden crear la principal condición en que descansa la utilidad del sistema de la competencia y de la propiedad privada: que consiste en que el propietario se beneficie de todos los servicios útiles rendidos por su propiedad y sufra todos los perjuicios que de su uso resulten a otros. Allí donde, por ejemplo, es imposible hacer que el disfrute de ciertos servicios dependa del pago de un precio, la competencia no producirá estos servicios; y el sistema de los precios resulta igualmente ineficaz cuando el daño causado a otros por ciertos usos de la propiedad no puede efectivamente cargarse al poseedor de ésta.»[2]

En otras palabras: si no existe competencia ni propiedad privada, lo que se produce de hecho es la desaparición de la responsabilidad personal e individual del que -de otro modo- debería ser propietario. Viene a la mente «la teoría de los bienes públicos» que precisamente tiene este mismo efecto, en el que nadie es ni responsable ni beneficiario individual de nada, con lo cual resulta un incentivo para el uso y despilfarro de los recursos sujetos a tal régimen de propiedad colectiva. Fuera de este caso, no visualizamos otro campo donde sea «imposible hacer que el disfrute de ciertos servicios dependa del pago de un precio» excepto el de los bienes libres, es decir –en términos de C. Menger- bienes no económicos. La otra situación es allí donde el gobierno prohíba directamente la competencia de tal suerte que –naturalmente- ante tal imposibilidad no aparecerán precios ni, por consiguiente, servicios algunos de los cuales beneficiarse.

«El conflicto entre la justicia formal y la igualdad formal ante la ley, por una parte, y los intentos de realizar diversos ideales de justicia sustantiva y de igualdad, por otra, explica también la extendida confusión acerca del concepto de «privilegio» y el consiguiente abuso de este concepto. Mencionaremos sólo el más importante ejemplo de tal abuso: la aplicación del término privilegio a la propiedad como tal. Sería en verdad privilegio si, por ejemplo, como fue a veces el caso en el pasado, la propiedad de la tierra se reservase para los miembros de la nobleza. Y es privilegio si, como ocurre ahora, el derecho a producir o vender alguna determinada cosa le está reservado a alguien en particular designado por la autoridad. Pero llamar privilegio a la propiedad privada como tal, que todos pueden adquirir bajo las mismas leyes, porque sólo algunos puedan lograr adquirirla, es privar de su significado a la palabra privilegio»[3]

Resulta claro, entonces, que un privilegio solo puede ser otorgado por una autoridad estatal y deviene en la concesión de un beneficio exclusivo, ya sea para una persona o un grupo de ellas, de donde por necesidad se excluye al resto de la sociedad tomada como conjunto. Esto tiene una rigurosa actualidad, ya que, lejos de vivir en una sociedad liberal o capitalista, estamos en su antítesis, o sea una sociedad de castas privilegiadas. Las leyes modernas tienden cada vez más a restringir el uso y disposición de la propiedad, especialmente por vías tributarias o fiscales, pero también de otras formas en que los gobiernos atacan los mercados y los reducen, para convertirlos en cotos de caza de determinados pseudo-empresarios que cumplen el mismo rol –actualmente- que desempeñaban los cortesanos en la época de las monarquías absolutas. Doctrinas erróneas y perniciosas, como la ya analizada tantas veces de la «justicia social», son las que sustentan esta falsa noción de privilegio, y que contribuyen con su difusión a la destrucción de la propiedad privada, con lo cual se perjudican los más necesitados.

Es por eso que, como hemos dicho tantas veces, los oligopolios y monopolios resultan ser un producto exclusivamente de creación estatal, en un sistema estatista como en el que nos encontramos a nivel mundial. La mejor garantía contra los privilegios es liberar al mercado de las actuales ataduras burocráticas que los gobiernos le imponen, a la vez que dar rienda suelta a que la competencia forme los precios que serán consecuencia de la plena vigencia de la más absoluta propiedad privada, tanto de los medios de producción como de los de consumo.

[1] Alberto Benegas Lynch (h) «EL LIBERALISMO COMO RESPETO AL PRÓJIMO». Especial para “Contribuciones”, Fundación Adenauer. pág. 4

[2] Friedrich A. von Hayek, Camino de servidumbre. Alianza Editorial. España. pág. 69

[3] F. A. von Hayek, Camino…Ob.cit.  pág. 114

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Exportaciones k: la peor evolución en 113 años.

Por Roberto H. Cachanosky. Publicado el 28/9/14 en: http://economiaparatodos.net/exportaciones-k-la-peor-evolucion-en-113-anos/

 

Muletilla k: en 200 años de historia Argentina nunca estuvo mejor que ahora en tal o cual indicador. En exportaciones el período k fue el peor

En el relato k, dónde todo funciona a la perfección a pesar de que todo se cae a pedazos, hay un muletilla muy característica. Esa muletilla es decir, muy sueltos de cuerpo, que en sus 200 años de historia Argentina nunca estuvo mejor que ahora en tal o cual indicador.

Tan pegada tienen esa muletilla los k, que unos días atrás, Kicillof, para no ser menos que su líder, no tuvo mejor idea que afirmar que en los 200 años de historia de Argentina nunca se habían producido  tantos autos como ahora, patinada que, obviamente, generó todo tipo de chistes al respecto. Afirmar semejante barbaridad, muestra que sus discursos están vacíos de contenido y se limitan a lanzar frases hechas sin importarles cuándo las dicen ni en qué contexto. Ellos van, abren sus bocas y largan la frase cohete correspondiente para tratar de impresionar a su propia tropa, porque a esta altura del partido dudo que puedan convencer a alguien que no sea un incondicional k. Es decir, alguien con dos dedos de frente. A ese, más bien,  se le ríen en la cara.

Pero dejando de lado la parte anecdótica de los 200 años de historia argentina y la producción de autos de Kicillof, también se suele afirmar que las exportaciones han batido récord en 200 años de historia.

Sin duda que las exportaciones crecieron durante los últimos 12 años gracias al aumento de la producción de granos, más específicamente el yuyito, y de la suba de sus precios. Sin embargo, hace rato que Argentina viene teniendo una muy mala performance en materia de exportaciones. Mala performance que ni siquiera lograron revertir con los extraordinarios precios de la soja que imperaron en la era k y, a decir verdad,  todavía sigue imperando buenos precios a pesar de la baja de los últimos tiempos.

Gráfico 1

El gráfico 1 muestra la evolución de las exportaciones argentinas como porcentaje del total de las exportaciones mundiales durante los últimos 113 años. El gráfico es lo suficientemente elocuente y podemos ver que durante todo el período k las exportaciones argentinas siempre se mantuvieron en el 0,4% del total de las exportaciones mundiales.

Curiosamente, en 1980 y 1990 las exportaciones argentinas también representaron el 0,4% del total mundial. Es decir, ni aún con la nueva tecnología de la siembra directa y del fenomenal aumento del precio de la soja, el kirchnerismo logró mejorar la marca de períodos que detesta tanto como los 80 y los 90.

Ahora, si uno observa la curva, puede ver que las exportaciones argentinas representaban el 1,5% de las exportaciones del mundo en 1900 y luego la curva muestra una clara tendencia ascendente hasta llegar al 3,1% en 1928, es decir, un año antes de la gran crisis de 1929. Pero lo cierto es que durante casi 50 años las exportaciones argentinas representaran entre el 2,0% y el 2,5% de las exportaciones mundiales.

Si Argentina hubiese mantenido esa participación en el comercio mundial como lo hizo, por ejemplo, Australia, que se mantuvo entre el 1,5% y el 2% a lo largo de los 113 años considerados, hoy Argentina tendría que estar exportando unos U$S 375.000 millones anuales en vez de los U$S 81.600 millones de 2013, que encima son falsos porque el INDEC terminó reconociéndole a la CEPAL U$S 5.000 millones menos de lo que informa internamente.

Puesto de otra manera, no solo ha sido realmente muy pobre la evolución de las exportaciones argentinas durante la famosa década ganada, a pesar de los formidables precios para la soja, sino que, lo que es más grave, cabe preguntarse cuántos puestos de trabajo no se crearon por exportar casi U$S 300.000 millones menos de lo que podríamos estar exportando.

Antes de continuar con el análisis muestro el gráfico 2 en el cual se puede ver la participación de las exportaciones australianas en el comercio mundial durante el mismo período que analizo para el caso argentino.

Gráfico 2

El gráfico es lo suficientemente elocuente muestra una participación relativamente constante de Australia en el total de las exportaciones del mundo. Aproximadamente entre el 1,5% y el 2%. Lo curioso es que Australia partió, a principios del siglo XX, con la misma participación de Argentina pero ella se mantuvo en el mismo rango durante más de 100 años y nosotros tuvimos un momento de gran declive básicamente a partir de la segunda presidencia de Perón para entrar en una caída continua que nunca se revirtió. Hace más de 30 años que estamos estancados en el 0,4% del total de las exportaciones del mundo.

Las razones son múltiples. Una es que en esos 30 años hubo varios períodos, como el actual, en que su hizo caer el tipo de cambio real para tratar de esconder durante un tiempo serios problemas inflacionarios.

Además tenemos profundos problemas de competitividad derivados de una pésima legislación laboral, pesada carga tributaria, regulaciones, etc. que entorpecen la productividad de la economía y hace que los productos argentinos no sean competitivos a nivel internacional.

Finalmente quedó demostrado que la sustitución de importaciones ha sido letal para el desarrollo de la economía argentina, la capacidad de exportar y, por consiguiente, la posibilidad atraer muchas más inversiones y generar más puestos de trabajo y mejor remunerados. La sustitución de importaciones solo trae escasas inversiones para abastecer un reducido mercado interno. No busca grandes inversiones que apunten a competir en el mundo.

El tan ponderado modelo de sustitución de importaciones del que se vanagloria el kirchnerismo se ha traducido en un brutal estancamiento de las exportaciones, las que, por cierto, en el último año vienen cayendo en forma bastante pronunciada.

Los números son más elocuentes que los discursos del relato. Muestran que bajo este gobierno las exportaciones han tenido la peor performance en los últimos 113 años. Hoy estamos en el piso de la serie histórica de participación en las exportaciones mundiales.

Por eso, en economía siempre es importante tener presente lo que se ve y lo que no se ve. ¿Qué se ve con este modelo? Legiones de gente que viven de planes sociales, no trabajan y, en muchos casos cobran, entre los diferentes planes sociales, hasta mucha más plata que el cajero del banco que tiene la responsabilidad de manejar la caja diaria. Lo que no se ve es todos los puestos de trabajo que no pudieron crearse por encerrarnos al mundo y exportar U$S 300.000 millones menos de los que podríamos estar exportando, aclarando que en términos absolutos a principios de siglo Australia exportaba lo mismo que nosotros y en 2013 exportó U$S 252.000 millones contra los U$S 81.600 truchos nuestros.

Por eso, cuando me preguntan qué hacemos con la gente que vive de planes sociales, mi respuesta es: hagamos las reformas estructurales para ser competitivos, busquemos la integración con el mundo y lograremos atraer inversiones para exportar U$S 300.000 millones más creando los puestos de trabajo para los que hoy viven del trabajo de ajeno.

Una vez más el problema no es económico, sino esencialmente institucional. O vivimos con clientelismo político que ya no se puede financiar o la gente vive de la dignidad de su trabajo. Y posibilidades de trabajo hay viendo la capacidad exportadora  que tenemos. La cuestión es querer trabajar.

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE.

Contra la devaluación, a favor de la “devaluación”.

Por Iván Carrino. Publicado el 15/9/14 en: http://opinion.infobae.com/ivan-carrino/2014/09/15/contra-la-devaluacion-a-favor-de-la-devaluacion/

 

Con una inflación que supera el 30% anualizado y un tipo de cambio fijado en el entorno de los 8 pesos desde enero de este año, el debate sobre si se debe o no devaluar vuelve a cobrar protagonismo en Argentina. En este sentido, es preciso hacer algunas aclaraciones.

La devaluación

En primer lugar, bajo ningún concepto es deseable que el gobierno devalúe la moneda. Un tipo de cambio más alto deteriora el poder de compra de los salarios empobreciendo a la población. Por poner un ejemplo, si en el mercado determinado producto se consigue a 1 dólar y el gobierno decreta que ahora se necesitan más pesos para comprar dólares, es claro que todos tendremos que trabajar más para acceder a ese producto. Puede argumentarse que los argentinos no deberíamos preocuparnos por productos cuyos precios están en dólares, pero eso sería darle la espalda al comercio internacional y, de la misma forma que no deberíamos darle la espalda al comercio con el panadero del barrio, no es sensato hacer lo mismo con los de otros países.

Se argumenta también que la devaluación es buena porque mejora la balanza comercial. En efecto, si el precio del dólar sube, exportar se hace más atractivo mientras que importar se vuelve más oneroso. Sin embargo, debe tenerse cuidado con estas afirmaciones ya que puede suceder lo que pasó en Japón, donde la reciente devaluación del Yen llevó al déficit comercial más alto de la historia. Además, incluso cuando una mejora del tipo de cambio mejore la balanza comercial, eso no quita que el efecto concreto sobre el consumidor argentino haya sido la merma de su poder de compra.

Por otra parte, una mejora del tipo de cambio no puede mágicamente dotar de competitividad a la economía o a su sector exportador. En definitiva, una empresa es más competitiva que otra cuando administra mejor sus recursos, invierte mejor y satisface mejor la demanda de sus clientes. Para el caso de los países, buenas instituciones, bajos impuestos y mercados flexibles son la clave de la competitividad, no la simple manipulación del precio del dólar.

La “devaluación”

Si bien el tipo de cambio no puede dotar mágicamente de competitividad a una economía, definitivamente sí puede quitársela. Por ejemplo, si el gobierno arbitrariamente mantiene el precio del dólar subvaluado (por ejemplo, sin dejarlo subir cuando hay inflación), entonces todos los exportadores recibirán por su trabajo menos pesos de los que recibirían en un mercado desregulado. Por otro lado, el abaratamiento del dólar subsidia las importaciones, lo que claramente conspira contra los productos de origen nacional.

Es claro cómo un sistema de tales características se vuelve inviable. Sin embargo, tal sistema termina cuando al Banco Central se le acaban las reservas internacionales, algo que el gobierno puede evitar imponiendo un control de cambios, lo que perpetúa la situación. Con un dólar artificialmente barato y un control de cambios que prolonga el sistema en el tiempo, es esperable que el sector exportador quiebre, mientras que la producción nacional también lo haga producto de la competencia extranjera subsidiada por el gobierno.

En este contexto sí se vuelve necesaria y urgente la “devaluación”, pero esta es una devaluación entre comillas, porque no se trata de subir el precio del dólar para mejorar la competitividad o la balanza comercial, sino que se trata de eliminar el control de cambios y reconocer la devaluación ya hecha para dejar de destruir esa competitividad.

Gracias al inflacionismo del gobierno, desde el año 2003 el peso se devaluó un 83% respecto de todos los bienes de la economía. Sin embargo, respecto del dólar solo lo hizo un 45% en el intervenido “mercado oficial”. La “escasez de dólares” producto de esta política de control de precios es la principal causa de la recesión que vivimos.

En conclusión, devaluar no resolverá de ninguna manera todos nuestros problemas pero, definitivamente,  “devaluar” es el primer paso para evitar que se sigan agravando.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Trabaja como Analista Económico de la Fundación Libertad y Progreso, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y profesor asistente de Economía en la Universidad de Belgrano.

Movilizar… ¡ar!

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 29/6/14 en: http://www.libremercado.com/2014-06-29/carlos-rodriguez-braun-movilizar-ar-72728/

 

De pronto, la retórica económica se ha visto enriquecida con un nuevo verbo. Tituló La Razón: «El Ejecutivo moviliza 11.000 millones para apuntalar el despegue». Y leí en Expansión: «Canarias movilizará 7.000 millones para modernizar el turismo». ¿Cómo no se nos había ocurrido antes que movilizar era una cosa tan estupenda?

Estupenda se puso doña Soraya Sáenz de Santamaría al hablar de tanta movilización cuando presentó el Plan de Medidas para el Crecimiento, la Competitividad y la Eficiencia, que esta gente que nos gobierna jamás hace planes para cosas malas. Aseguró la señora vicepresidenta que la movilización es para «consolidar la recuperación económica y ampliar sus efectos a todos los niveles». Todos, oiga, todos. A ver quién es el guapo que se atreve a oponerse. Y todo, todo es estupendo: créditos baratos, subvenciones, dinero público a tope. Y, para que no tengamos la impresión de que hay algo en lo que el Gobierno deja de mimarnos, se anunció entonces que el Gobierno procedería a limitar las comisiones de las tarjetas de crédito, para apoyar al comercio minorista. Si es que piensan en todo.

Como siempre, se trata de una espectacular tomadura de pelo.Lógicamente, el Gobierno no puede movilizar nada que no haya removido antes: todos los efectos supuestamente plausibles del gasto público deben contraponerse a los efectos dañinos que dicha redistribución perpetra contra los ciudadanos y empresas que en última instancia la pagan.

Hablando de pagar, lo de las tarjetas de crédito es otro camelo.Presentado como un favor que generosamente hacen las autoridades a los comerciantes, en realidad es un castigo a los consumidores. Como era de esperar, lo primero que dijeron los emisores de esas tarjetas es que si obtienen menos ingresos de los comerciantes compensarán la pérdida aumentando las cuotas que pagan los titulares de las tarjetas. El Gobierno, pues, ha beneficiado a los comerciantes en cada compra pero ha castigado a todos los ciudadanos que tienen tarjetas de crédito, compren o no.

Nada de esto tiene relación alguna con la recuperación económica, que se producirá a pesar del Gobierno y sus reiterados y onerosos castigos a empresarios y trabajadores.

Y los trabajadores son los que quitan el sueño al impar Paulino Rivero, dispuesto también a movilizar lo que sea menester para resolver el 33% de paro que padecen los canarios, la segunda mayor tasa de desempleo de España, después de la de Andalucía. Y con la movilización va a cuadrar el círculo y a hacer frente al reto de Canarias: crear empleo y a la vez potenciar un sector (vamos ¿no lo adivina usted?) «estratégico». Proclamó Rivero:

No hay forma de bajar de forma significativa la tasa de desempleo si no somos capaces de impulsar el sector de la construcción, el único que puede crear puestos de trabajo de manera masiva a corto y medio plazo.

Usted se llevará las manos a la cabeza: ¡estos insensatos quieren promover más la construcción cuando hay cientos de miles de viviendas vacías! Calle, calle, que estos son unos genios. A ver: ¿cómo se moviliza la construcción sin aumentar la oferta de nuevas viviendas? Pues está claro: rehabilitando las viejas. Y así se crea empleo y a la vez se potencia el turismo. ¿No es genial?

Pues no, no es genial, es otro disparate que ignora los costes privados de la movilización pública y pretende sustituir el dinamismo empresarial por la burocracia política a la hora de buscar oportunidades de inversión. Es muy difícil que esto acabe beneficiando a la población.

Está claro que cuando las autoridades hablan de «movilizar» pretenden utilizar la primera acepción de dicha palabra: «Poner en actividad o movimiento». La realidad, empero, se ajusta más a la coacción política y legislativa que implica la clásica segunda acepción, con todo lo que supone de obediencia y sumisión: «Convocar, incorporar a filas, poner en pie de guerra tropas u otros elementos militares».

 

El Dr. Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

 

Kicillof

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 8/12/13 en:  http://www.libremercado.com/2013-12-08/carlos-rodriguez-braun-kiciloff-70194/

 

Dice Alejandro Rebossio en El País que Axel Kicillof, flamante ministro de Economía en la nueva etapa pretendidamente moderada del régimen kirchnerista, se define como keynesiano y no como marxista. Esta confusión seguramente deriva de quienes no lo han leído, porque su keynesianismo es un mero disfraz del marxismo.

Para mayor desconcierto, Rebossio resume así los objetivos intelectuales de la política del nuevo ministro:

Emplear todos los medios e instrumentos de la política económica e industrial para consolidar el proceso de industrialización, de sustitución de importaciones y de avance en la diversificación y crecimiento de las exportaciones, con el objetivo irrenunciable de sostener elevados niveles de empleo y una mejora en las condiciones de vida de los trabajadores que resulte sostenible en el tiempo.

Como decía el clásico, lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible.

Una larga experiencia y numerosos análisis teóricos demuestran que ninguna industrialización puede consolidarse mediante la sustitución de importaciones, que por definición comporta proteger a determinadas empresas y sectores o subsectores a costa de los ciudadanos, a quienes el poder fuerza a pagar precios más elevados que los que regirían en libre competencia.

Con la estrategia proteccionista, la industria se debilita, no se fortalece. Al encarecer artificialmente los insumos, las exportaciones ni se diversifican ni crecen, sino al contrario, porque la competitividad de la economía se contrae, y con ella las exportaciones. Por consiguiente, la estrategia impide conseguir el objetivo «irrenunciable» de aumentar el empleo. Las condiciones de vida de los trabajadores, en consecuencia, resultan insostenibles en el tiempo.

En resumen, la estrategia intervencionista de Kicillof conspira contra sus propios objetivos, lo que es típico del populismo, y de hecho ha sido ratificado de manera cada vez más visible por los deplorables gobiernos de la dinastía Kirchner.

 

El Dr. Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

Latinoamérica mira al Asia Pacífico

Por Pablo Guido. Publicado el 12/9/13 en: http://chh.ufm.edu/blogchh/

Cuatro países (México, Perú, Colombia y Chile) han firmado, en abril de 2011, un acuerdo de integración regional con el objetivo de lograr establecer un área económica de libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas. ¿Qué significa esto? Básicamente reducir las barreras que existen entre dichos países en materia de productos, capital y personas. Detrás de este acuerdo hay un objetivo mayor: mejorar la competitividad de esta región para poder integrarse al gran mercado de Asia Pacífico. Esta última región (China, Taiwán, Hong Kong, Singapur, etc, etc.) es la que más ha venido creciendo en las últimas décadas, mejorando los niveles de ingresos de la población que reside en dicha área.

Según esta noticia los cuatro países firmantes quieren liberar lo más pronto posible el comercio en el 92% de sus productos e ir liberando las barreras para el 8% restante en los próximos 20 años aproximadamente. Lo más importante es que este acuerdo es abierto, es decir, podrán integrarse al mismo todos aquellos países latinoamericanos que así lo decidan. Por lo tanto, países como Guatemala u otros centroamericanos podrían aprovechar los beneficios del libre comercio e ir aumentando esta zona de libre comercio. Como decía Adam Smith, cuanto más abiertos estén los mercados mayores beneficios se obtendrán para la población ya que se logrará mejorar la productividad de las economías y así los niveles de ingresos de la población.

El potencial que tiene ingresar a los mercados de los países en desarrollo asiáticos es enorme, ya que representa el 25% del PIB mundial. Las economías latinoamericanas representan menos del 10% del PIB del planeta. Por lo tanto, poder realizar transacciones de manera más libre con aquel 25% generaría un flujo comercial mucho mayor al que actualmente existe para los países latinoamericanos. Para ponerlo en números: mientras que el producto bruto de Guatemala es de unos $50.000 millones el de los países en desarrollo asiáticos es de aproximadamente $13.500.000 millones. Para tener una real dimensión de estos números hay que saber que las economías brasileras y mexicanas juntas generan un PIB de 3.600.000 millones de dólares. Esto significa que poder venderle con menos trabas a los países asiáticos en desarrollo (la zona que más crece del planeta) es igual que hacerlo a 4 productos brutos mexicanos y brasileros juntos. O sea, unas 270 veces el PIB guatemalteco si hago bien el cálculo. ¿impresionante, no?

Pablo Guido se graduó en la Maestría en Economía y Administración de Empresas en ESEADE. Es Doctor en Economía (Universidad Rey Juan Carlos-Madrid), profesor de Economía Superior (ESEADE) y profesor visitante de la Escuela de Negocios de la Universidad Francisco Marroquín (Guatemala). Investigador Fundación Nuevas Generaciones (Argentina).Director académico de la Fundación Progreso y Libertad.

 

El populismo es esencialmente inmoral

Por Roberto Cachanosky. Publicado el 15/9/13 en: http://economiaparatodos.net/el-populismo-es-esencialmente-inmoral/

El populismo no solo es ineficiente como organización económica, sino que es fundamentalmente inmoral porque su funcionamiento así lo requiere

Infinidad de veces me han preguntado por qué el gobierno comete las barbaridades económicas que vemos a diario. Por qué Moreno patotea a los empresarios, cierra la economía y otras torpezas más. Por qué desde el BCRA destrozan la moneda. En fin, ¿cuál es la razón de esta política económica destructiva?

Responder a este interrogante no es tan sencillo. Algunos lo explicarán desde la ignorancia y otros por cuestiones de resentimiento. Es posible que haya una mezcla de estos dos factores, pero, aunque parezca mentira, creo que en el fondo hay un problema de razonar la economía. El kircherismo-cristinismo ven el proceso económico como una lucha por la distribución del ingreso. Creen que si un sector tiene ganancias es porque otros salen perdiendo. No entienden que en economía todos pueden salir ganando sin que el Estado se meta a hacer las burradas que hacen ellos todos los días.

Esta visión de la economía como si fuera una guerra queda en evidencia en los discursos oficiales. Nos quieren invadir con productos importados. Tenemos que defender la producción nacional. Los empresarios tienen que moderar sus ganancias. Todo el discurso es en un tono de conflicto, el cual solo es solucionado por la “sabiduría”, “bondad” y “ecuanimidad” de la presidente. Es decir, si algo bueno pasa en la economía es porque ellos son los iluminados que hacen justicia con sus políticas, no porque la gente sea eficiente y competitiva. Sin duda que parte de este discurso puede obedecer al populismo que trata de captar votos diciendo: “gracias a mí, Uds. los marginados, tienen un ingreso mejor”. Y cuando el populismo se complica por falta de recursos para mantener la fiesta de consumo, jamás se va a aceptar los groseros errores cometidos. Todo se limita a denunciar conspiraciones ocultas que vienen a destruir la construcción de un proyecto bondadoso encarnado en una sola persona. Eso es parte del discurso político populista que vaya uno a saber que fundamentos psicológicos tiene.

En rigor la economía no es una guerra donde unos ganan y otros pierden. Sí hay competencia entre empresas para ganarse el favor del consumidor. Esa competencia consiste en invertir para vender los mejores productos a los precios más convenientes para ganarse el favor del consumidor. Para ello se requiere inversión, capacidad de gestión y agregar valor. En ese proceso de inversiones se crean nuevos puestos de trabajo que aumentan la demanda de mano de obra y fuerzan los salarios al alza.

Al mismo tiempo, mientras más se invierte, más unidades se producen (aumenta la productividad), lo cual hace bajar los costos fijos por unidad producida, los bienes y servicios son más abundantes y baratos y mejora el nivel de ingreso de la gente. Pero no porque las empresas ganen menos. Las empresas ganan más porque venden más, a precios más bajos y mejores calidades. Su ganancia está en el volumen. El ejemplo que podemos dar es el de las computadoras. Cada vez tienen mejores procesadores, más capacidad de almacenaje de datos, etc. y los precios bajan o se mantienen. Con la telefonía celular ocurre algo similar. Obviamente estoy hablando del resto del mundo, no de Argentina donde gracias al modelo de sustitución de importaciones los “empresarios”, que en rigor en su mayoría son cortesanos del poder de turno, obtienen privilegios para no competir y perjudicar a los consumidores vendiéndoles productos de baja calidad y a precios más altos que en el resto del mundo. Basta con hacer una simple recorrida por los portales de internet para advertir las notebooks que se venden en EE.UU. y en Argentina, comparando precios y calidades.

Pero el gobierno no ve la competencia como un proceso por el cual los empresarios deben invertir y competir para ganarse el favor del consumidor. Por el contrario, consideran que la competencia no funciona y la producción, los precios de venta, los salarios y lo que tiene que producirse depende de una mente iluminada para ser exitosa. Hoy es Moreno el supuesto “iluminado” como en otro momento, con otros modales, fueron Grinspun, Gelbard y tantos otros ministros de economía que consideraban que solo la “bondad” de los gobernantes lograba mejorar el ingreso de la gente frente a la avaricia de los empresarios, al tiempo que esa “avaricia” empresaria es alimentada cerrando la competencia a los bienes importados. Una razonamiento realmente para psiquiatras.

Dentro de este pensamiento autoritario en materia económica, que es una especie de iluminismo económico y monopolio de la bondad de los políticos, no hay lugar para entender que la competencia es un proceso de descubrimiento. Descubrir qué demanda la gente, qué precios está dispuesta a pagar por cada mercadería y qué calidades exige. Por eso el populismo económico inhibe la capacidad de innovación de la gente y los “empresarios” millonarios son, en su mayorista, simples lobbistas que hacen fortunas con negociados turbios gracias a sus influencias con los corruptos funcionarios. Es en este punto en que el intervencionismo deja de ser ineficiente para transformarse en esencialmente inmoral porque los beneficios empresariales no nacen de satisfacer las necesidades de la gente, sino de esquilmar los bolsillos de los consumidores. Y como para esquilmarlos necesitan el visto bueno de los funcionarios públicos, ese acuerdo se transforma enorme corrupción donde la riqueza surge de expoliar a la gente mediante pactos corruptos.

Pero como los populistas no son tontos, entonces empiezan a redistribuir ingresos en forma forzada para tratar de calmar a las masas tirándoles migajas de aumentos de sueldos para calmarlas, mientras funcionarios y pseudo empresarios pesan bolsos de dinero.

Desde el punto de vista estrictamente económico la tan denostada economía de mercado es más eficiente que el populismo y el intervencionismo porque para poder progresar el sistema exige que inevitablemente el empresario tenga que hacer progresar a los trabajadores con mejores sueldos y condiciones laborales, al tiempo que también hacen progresar a los consumidores porque éstos solo les compraran si producen algún bien de buena calidad y a precio competitivo. No es por benevolencia que ganan plata los empresarios en una economía de mercado, sino por esforzarse para obtener el favor de los consumidores. A diferencia del intervencionismo populista en que se acumulan fortunas sin invertir y expoliando a consumidores y trabajadores, conformándolos con migajas que “bondadosamente” les otorga el autócrata de turno.

Pero además de ser más eficiente la economía de mercado, su gran diferencia con el intervencionismo es que está basada en principios morales y éticos en que nadie se apropia de lo que no le corresponde. No se usa al Estado y a sus funcionarios para que, con el monopolio de la fuerza, se desplume a trabajadores y consumidores. No se hace de la corrupción una forma de construcción política en que las voluntades se compran.

Por eso, y para ir finalizando, el drama de los pueblos es que cuando se instala el populismo, se van cambiando los valores de la sociedad, donde la cooperación pacífica y voluntaria entre las personas es dejada de lado y se impone la prepotencia, el robo legalizado, la corrupción y el vivir a costa de otra como forma de vida.

Como se ve, no estamos hablando solo de eficiencia económica cuando hablamos de capitalismo versus populismo. Estamos diciendo que la economía de mercado es un imperativo moral frente a la inmoralidad del populismo intervencionista, dado que en este último imperan la corrupción y el saqueo. La decencia, la honestidad en la función pública y la transparencia en los actos de gobierno no son la esencia del populismo. Por eso el populismo no solo es ineficiente como organización económica, sino que es fundamentalmente inmoral porque su funcionamiento así lo requiere.

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA)y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE.

Volver al futuro: ¿Camino a una estanflación?

Por Nicolás Cachanosky. Publicado el 22/7/13 en http://economiaparatodos.net/volver-al-futuro-camino-a-una-estanflacion-3/

El modelo K ya acumula varios años de alta inflación. Es claro que la voluntad política para terminar con este problema no se encuentra en la agenda K

El gobierno se siente más cómodo culpando al mundo de los problemas internos del país que revisando sus propias decisiones. Los incentivos son claros. El costo de la inflación la pagan todos los Argentinos, mientras que los beneficios de corto plazo los recibe el gobierno dado que el Banco Central se dedica a financiar al Tesoro antes que proteger el valor de su moneda. Es por este motivo que es común escuchar que la inflación es un impuesto no legislado, lo que el Tesoro no colecta en billetes, lo colecta por erosión de poder adquisitivo. No está de más recordar que la política tributaria es potestad del Congreso, no del Ejecutivos. Es el ciudadano a través de sus representantes quien decide cuántos impuestos pagar, no es decisión del administrador de turno del estado.

Sin embargo, la política inflacionaria que a corto plazo trae beneficios al gobierno puede, en el largo plazo que siempre se termina haciendo presente, resultar en una débil situación económica e incluso en estanflación. Es decir, en estancamiento económico más inflación. No es cierto que se necesita inflación para crecer, no es cierto que se necesita un tipo de cambio competitivo para crecer y tampoco es cierto que mientras haya inflación no va a haber estancamiento económico porque se incentiva el consumo. Si bien no es difícil encontrar casos históricos en el mundo, basta con volver la mirada a la década del 80.

Si bien la inflación se debe a un exceso de oferta monetaria cuando el banco central expande la cantidad de dinero por encima de la demanda de dinero, un proceso inflacionario sostenido en el tiempo comienza a afectar otras variables además del nivel de precios. Dos de ellas son la demanda de dinero y la producción de bienes y servicios. Dado que la inflación derrite el poder adquisitivo del dinero, una inflación que llega para quedarse destruye los incentivos a ahorrar en una moneda que no deja de devaluarse. De poco sirve ahorrar en barras de hielo. Esto quiere decir que el mercado reduce el monto de billetes atesorados (bajo el colchón, en el banco, etc.) y los cambia por bienes y servicios. Al haber más billetes en circulación para la misma cantidad de bienes, por lo que el nivel de precios va a subir.

Pero el problema de la inflación no es en sí una cuestión de niveles de precios. Si todos los precios se moviesen en la misma proporción la inflación no sería un problema. Si el ingreso aumenta un 10% y todos los precios aumenta un 10%, entonces las personas no pueden comprar ni más ni menos bienes que antes; en términos reales la situación es la misma. El verdadero costo económico se da a través de la distorsión de precios relativos. Algunos precios suben primero, y otros lo hacen después dado que no todas las personas reciben el dinero fresco al mismo tiempo. Al Tesoro no le da la mismo ser el primero en recibir los nuevos pesos que acaba de imprimir el Banco Central que ser el último. Si es el primero, puede gastar el nuevo dinero antes que hayan subido los precios. Pero si es el último, los precios ya han subido para cuando el dinero llega al Tesoro. Una alta inflación que altera los precios relativos de manera inesperada hace que el nivel de producción decrezca y se produzcan cuellos de botella. El faltante de harina redunda en altos precios del pan. Ni el control de precios de Moreno ni la sugerencia de hacer el propio plan de Colombo solucionan el problema. El faltante de dólares (sumado a la inestabilidad institucional) implica que no se pueden importar insumos, y por lo tanto la producción cae en sectores como el energético. Si el gobierno no subsidiase las tarifas, las mismas serían mayores impactando en el índice de inflación. El subsidio tampoco soluciona el problema de fondo.

El siguiente cuadro muestra cuatro escenarios. El Escenario 1 es la situación inicial de referencia. El Escenario 2 corresponde a la inflación que se da únicamente por aumento en la oferta de dinero. El Escenario 3 corresponde a la inflación que se da únicamente por una caída en la demanda de dinero cuando la gente pierde interés en el peso. El Escenario 4 corresponde a la inflación que se da únicamente por caída en la producción. El quinto escenario, Estanflación, es la combinación de estos 3 escenarios. La primer columna muestra la oferta de dinero. La segunda columna la demanda de dinero, que es la cantidad de pesos que el mercado atesora y por lo tanto quita de circulación. La tercer columna es el dinero en circulación. La cuarta columna es la cantidad de bienes y servicios producidos y la quinta columna es el nivel de precios. El cuadro tiene números que no tiene otra intención que ilustrar los efectos, no son números que intenten reflejar verdaderas magnitudes actuales.

 

Nótese que cambios en el nivel de precios depende de cambios en el circulante, que pueden o no depender de cambios en la oferta de dinero. En los escenarios 2 y 3 la inflación es la misma para los dos casos por que el cambio en el circulante es el mismo. La única diferencia es que en el escenario 2 hay un aumento en la demanda de dinero mientras que en el escenario 3 hay una disminución en la demanda de dinero. El nivel de precios pasa de 6 a 7, lo que equivale a una inflación del 16.7%, que es la proporción de expansión del circulante. Esto sugiere que la inflación puede subir más que la expansión monetaria si la demanda de dinero comienza a caer.

El caso más preocupante, sin embargo, es el último de estanflación, que combina los escenarios 2, 3 y 4 en uno sólo. En este caso, una expansión monetaria del 10% (de 1000 a 1100) produce un aumento de circulante del 33% (de 600 a 800) y una inflación del (48%). Este no es un escenario a descartar por parte de un gobierno que ignora el problema de la inflación al punto tal de producir indicadores oficiales en los que nadie cree.

La caída en la demanda de pesos es palpable. El peso esta dejando de ser una moneda para pasar a ser lo que sería una quasi-moneda. Quasi-moneda es aquel bien que aún se utiliza para intercambios pero en los que no se ahorra; como por ejemplo aceptar pesos para hacer transacciones pero ahorrar en dólares. ¿A qué se debe el cepo y los intentos de pesificación forzada si no hay un caída en la demanda de pesos? Lo mismo sucede con la actividad económica cuando uno observa indicadores económicos en términos reales. Impuestos que dependen de la actividad económica, por ejemplo como el IVA, no crecen en términos reales cuando se ajusta la recaudación por la inflación verdadera. Aquel defensor del modelo que no está convencido, puede apostar su futuro y sus ahorros (previa pesificación si los tiene en pesos), abrir una inmobiliaria o una escribanía y vivir en carne propia las bondades del modelo.

El modelo K siempre fue inconsistente; al modelo no se le acabaron la pilas, simplemente puso de manifiesto las inconsistencias que siempre tuvo tapadas por la fiesta del consumo. Un modelo inconsistente inevitablemente termina en estancamiento económico. El gobierno ha intentado extender la vida de un modelo ineficiente vía expansión monetaria. El gobierno ha sumado inflación a un modelo que lleva al estancamiento. La estanflación es el postre del menú K.

Nicolás Cachanosky es Doctor en Economía, (Suffolk University), Lic. en Economía, (UCA), Master en Economía y Ciencias Políticas, (ESEADE) y profesor universitario.

Devaluadores: gato persigue su rabo

Por Enrique Blasco Garma. Publicado el 8/11/12 en http://www.ambito.com/diario/noticia_ee.asp?id=662071

Economistas y ensayistas, incluso muy prestigiosos, machacan con el denominado «atraso cambiario». Insisten en diagnosticar «pérdida de competitividad», atribuyéndola a una insuficiente devaluación monetaria. El culpable del «atraso» y de la «pérdida» sería la autoridad monetaria que no se decide a devaluar la moneda como lo mandarían fórmulas falaces. Aunque la recomendación se presenta en varios gustos, la fórmula básica compara la evolución de precios internos con la del tipo de cambio nominal.

Si la competitividad fuera resultado exclusivo del tipo de cambio, los seguidores del credo «retrasista» habrían hallado la fórmulas de la felicidad. Cualquier país, mediante el simple arbitrio de devaluar su moneda, se convertiría en competitivo. La pobreza de las naciones se superaría mediante la poción mágica de la devaluación cambiaria.

Falsedad

Por supuesto, ello es falso y no rige en ningún país. Y menos para el conjunto de las naciones. Las ganancias de productividad de los pueblos, que motorizan el progreso de la humanidad, resultan en precios que suben menos que los ingresos. La forma sintética de verificar el progreso es justamente que los precios vayan detrás de los ingresos. ¡El aumento de los ingresos/salarios en dólares es otra medida de mayor bienestar! Ello rige tanto en EE.UU., como en China. Esta última nación sería la más «retrasada», donde más subieron los salarios en dólares, entre las economías más importantes del planeta.

En realidad, los tipos de cambio vigentes en los principales mercados reflejan situaciones financieras, expectativas, especulaciones, y otros diversos factores. Las condiciones de competitividad están decisivamente incididas por las oscilaciones de las demandas globales y modificaciones de las capacidades productivas de cada nación o área monetaria. En cierto sentido, competitividad es un concepto financiero, la diferencia entre la demanda y oferta globales de un país. Esto es la cuenta corriente del balance de pagos. Por eso, se dice que Alemania, el país más superavitario del mundo, es el más competitivo. Los devaluadores no han ofrecido una fórmula convincente del significado de competitividad, aparte de su vigilancia de la relación precios y tipo de cambio.

Además, en los países donde la producción de commodities insume recursos locales significativos, los vaivenes de las cotizaciones internacionales alteran los incentivos productivos, los ingresos por exportaciones, rentabilidades sectoriales de modo decisivo. No podemos ignorar las fuertes apreciaciones de los valores de la soja y cereales exportados por la Argentina. Tales alzas modifican las rentabilidades sectoriales y competitividad de nuestra economía, favoreciendo los saldos comerciales con el exterior.

Como el gato que corre detrás de su rabo, acelerar la devaluación del tipo de cambio no nos aseguraría mayores ingresos para el conjunto de la sociedad. Por más rápido que gire el gato, nunca alcanzará a su rabo. Por el contrario, la Argentina tiene una larga experiencia con frustrantes devaluaciones. Las mayores terminaron con gobiernos democráticos y también hicieron perder sustento a los autoritarios. Recordemos el «Rodrigazo» de 1975, que precipitó el desgaste de Isabel Martínez de Perón. Y también la del 6 de febrero de 1989, el quebrantamiento del Plan Primavera, que resultó en la renuncia del ministro Sourrouille y la posterior de Alfonsín.

Devaluar el tipo de cambio conlleva depreciar la moneda. Curiosamente, los devaluadores la proponen para «compensar» la inflación. Hasta el menos avispado sabe que el primer impacto de la devaluación es mayores precios, menor poder adquisitivo de los salarios y de los activos financieros en pesos, mayor conflictividad social, pérdida de autoridad del Gobierno.

Sucesión

Los más jóvenes deben saber que el peso actual, nuestra moneda, es el sucesor de sucesivos signos monetarios que tuvimos los argentinos. ¡El peso actual debería leerse como 10.000.000.000.000 de pesos de 1969! Diez billones de pesos de entonces se traducen en un peso actual, merced a quitas de ceros a los billetes emitidos bajo sucesivas leyes monetarias. Al peso moneda nacional se le quitaron dos ceros, se dividió por 100, en 1970. En 1983, se le quitaron otros cuatro ceros, se dividió por 10.000, para crear el peso argentino. En 1985, el austral tenía tres ceros menos, se dividió por 1.000. Finalmente, en 1992, nació el peso convertible actual, quitando cuatro ceros más, dividiendo de nuevo por 10.000. Esas quitas de ceros fueron para adecuar la moneda a la inflación que seguía a las devaluaciones. La cotización de 4,78 debiera leerse como 47.800.000.000.000 de pesos moneda nacional por dólar. 47,8 billones de pesos por dólar. ¿No les parece suficiente?

Pocas naciones del planeta devaluaron tanto como la Argentina, teatro predilecto de los sacerdotes del «atraso».

Enrique Blasco Garma es Ph.D (cand) y MA in Economics University of Chicago. Licenciado en Economia, Universidad de Buenos Aires. Es Economista del Centro de Investigaciones Institucionales y de Mercado de Argentina CIIMA/ESEADE. Profesor visitante a cargo del curso Sist. y Org. Financieros Internacionales, en la Maestria de Economia y C. Politicas, ESEADE.