Socialismo y progresividad fiscal

Por Gabriel Boragina. Publicado en: http://www.accionhumana.com/2021/05/socialismo-y-progresividad-fiscal.html

«… así como Seligman y Wagner, partidarios todos por su justicia intrínseca del impuesto progresivo, representan la teoría socialista que propicia dicha política fiscal que, por otra parte, no está defendida solamente por los socialistas sino por autores y tratadistas que pertenecen a otras alas de las corrientes ideológicas.»[1]

Si el robo es injusto no vemos porque el impuesto que es robo «legal» podría ser «justo» sin violar el principio de no contradicción. Si es proporcional será un robo proporcional, si es progresivo será un robo progresivo. Esa es toda la diferencia. Y eso es en esencia el socialismo: un robo, no sólo a la inteligencia sino al patrimonio, el socialismo sólo sabe robar. Hay muchos socialismos, no un sólo tipo del mismo. Y esas distintas variantes de socialismos -con frecuencia- niegan ser socialistas cambiándose rótulos y etiquetas para evitar ser confundidos con el socialismo único. Algo así está intentando el autor examinado desde el comienzo mismo de su trabajo cuando juguetea con diversas denominaciones y etiquetas para disfrazar su ideología, llegando al extremo de hacerse pasar por «liberal-demócrata», cuando podría tener mucho de demócrata, pero de «liberal» queda claro que Goldstein no tiene absolutamente nada. Se trata de otro impostor intelectual como tantos de los que pululan entre nosotros. En cambio, quienes nos hemos abocado seriamente al estudio del liberalismo estamos en condiciones de afirmar tajantemente que todos estos autores son unos farsantes.

«Hay así una corriente que responde a la denominación de teoría compensadora, sostenida principalmente por el presidente Walker, de los Estados Unidos de Norteamérica, en 1883, fundada «en el hecho de que la diferencia de capital y renta se debe, en pequeña escala, al descuido por parte del Estado, en proteger a los hombres contra la violencia y el fraude», y además en que «las diferencias de fortunas son debidas, en cierto modo, a los actos del Estado que no tienen una finalidad política, como tratados de comercio, tarifa, legislación monetaria, embargos, guerras, etcétera». Estas dos consideraciones fundamentales para explicar la «teoría compensadora», hacen pensar al autor de que ha habido una creación artificiosa de riqueza y bienestar individual, atribuible únicamente a la legislación. Siendo esto así, sostiene Walker, «si la más alta sabiduría humana, con perfecto desinterés, hubiera de forjar un plan contributivo, estoy perfectamente persuadido de que el principio progresivo seria admitido en cierto grado».»[2]

Existe un punto en el que Walker tiene razón, y es que si «la violencia y el fraude» las comete el «estado» entonces la consecuencia inevitable de eso será «la diferencia de capital y renta». No sabemos exactamente en qué sentido pronuncia Walker su frase, pero el que dimos es el más correcto de todos, porque es el gobierno el que practica violencia y fraude contra sus gobernados mediante sus leyes opresivas y violatorias de la propiedad. Pero si también quiso referirse a que el gobierno no atiende a la seguridad y justicia protegiendo la propiedad de los particulares asimismo le asistiría razón. Pero es incierto el significado preciso de sus palabras.

El segundo entrecomillado de la cita (también atribuido a Walker) es totalmente cierto y alude claramente a actos del gobierno que interfieren con los negocios privados y los perjudican de manera notable generando inmensas diferencias de rentas y de patrimonios por lo que ya hemos explicado en detalle: toda intromisión del gobierno en los negocios de los particulares ocasiona siempre y en todo lugar pobreza. A mayor intervención mayor índice de pobreza. La historia atestigua en cada una de sus páginas esta realidad. También es absolutamente correcto que «ha habido una creación artificiosa de riqueza y bienestar individual, atribuible únicamente a la legislación».

Pero la conclusión de Walker va en contra de sus propias y anteriores afirmaciones, con lo cual denota que no les da el mismo sentido que le damos nosotros. Y llega a un desenlace errado que, en lugar de solucionar los problemas que el mismo Walker plantea, los agravaría, ya que «el principio progresivo» perturbaría en mayor medida los efectos que correctamente ha previamente señalado, y los agudizaría en lugar de eliminarlos o siquiera reducirlos. En su remate, Walker está totalmente errado. Además, hay un cierto misticismo y alguna pizca de megalomanía en su afirmación acerca de «la más alta sabiduría humana, con perfecto desinterés» donde pareciera atribuirse a sí mismo estas cualidades. No luce verdaderamente demasiado modesto en tal aseveración.

«Con anterioridad al nombrado mandatario americano, y sobre bases muy similares, en 1860, Mlle Royer, con motivo de la Conferencia Internacional sobre el impuesto celebrada en Laussane, defendió el principio de la progresividad, sosteniendo que es deber del Estado compensar a los individuos por los «resultados acumulados de iniquidades legales», y que «el presente debe reparar la herencia de injusticia legada por el pasado».»[3]

Cabría la hipótesis de que esas «iniquidades legales» aludan al hecho que la intervención del gobierno -como decía Walker- hizo injustamente ricas a unas personas a costa de otras que -por tal motivo- resultaron empobrecidas. Si es así, esto es absolutamente cierto como dijimos en el párrafo anterior y, en ese sentido, tanto Walker como Royer tendrían razón. Ahora bien, lo que uno y otro proponen para «solucionar» esas iniquidades es aplicarles a esos ricos (fruto de esas intervenciones del gobierno) un impuesto progresivo con el cual prevén «compensar» a los pobres creados a partir de aquellas mismas intervenciones. Es decir, intervenir nuevamente en el mercado, pero en sentido contrario o inverso, quitándoles a los injustamente enriquecidos para darles de allí a los injustamente empobrecidos. La intención es loable, pero no es esa la manera de solucionar el problema. Un error no justifica otro error igual o mayor que el primero.

La única solución viable en dichas situaciones (que son muy frecuentes y generales) es bajar o -mejor- eliminar impuestos y demás intervenciones del gobierno en la economía, dejar en libertad a los agentes económicos, y permitir operar a sus anchas al libre mercado y no profundizar las anteriores intervenciones con mayores intervenciones aún. La experiencia histórica demuestra que, cuando un gobierno trata de solucionar los problemas creados por ese mismo gobierno los termina agravando.


[1] Mateo Goldstein. Voz «IMPUESTOS» en Enciclopedia Jurídica OMEBA, TOMO 15, letra I, Grupo 05.

[2] Goldstein, M. ibidem.

[3] Goldstein, M. ibidem.

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero. Síguelo en  @GBoragina

Trump perjudicará a México, pero también a Estados Unidos

Por Iván Carrino. Publicado el 10/1/17 en: http://www.ivancarrino.com/trump-perjudicara-a-mexico-pero-tambien-a-estados-unidos/

 

El nuevo presidente de Estados Unidos propone librar una guerra comercial con México para beneficiar a Estados Unidos. El resultado será una pérdida para ambos.

La izquierda en el mundo se encuentra en una encrucijada. Por un lado, desprecia a Donald Trump por su rechazo a la libre inmigración, por sus malas formas políticas, y por sus propuestas de desregulación económica.

Sin embargo, a la hora de hablar sobre comercio internacional, no hay nadie más proteccionista que el nuevo presidente norteamericano.

En una nota de hace unos meses, el Wall Street Journal sostenía sobre su postura proteccionista: “El Sr. Trump es tan delirante en temas comerciales, que hace que Hillary Clinton y los Demócratas parezcan sensatos”.

La más reciente novedad llega antes de que Trump asuma la presidencia. La empresa automotriz Ford decidió cancelar un proyecto de inversión de USD 1.600 millones en la localidad mexicana de San Luis de Potosí. La decisión se tomó con el objetivo de invertir USD 700 millones en una fábrica en Michigan, emblema de la industria automotriz y sede del primer documental de Michel Moore, quien narraba las penurias de una ciudad tras el cierre de la fábrica de General Motors y su traslado a México.

Este giro en la política de la empresa está directamente relacionado con las promesas de campaña de Trump, quien sugirió que quienes tercericen su producción en México, deberán sufrir altos aranceles a la importación de sus productos.

Es decir, si Ford elegía, para ahorrar costos, abrir una nueva fábrica en México, perdería ese beneficio a la hora de vender los autos allí producidos a Estados Unidos, porque el país subirá sus aranceles de importación.

Michael Moore, uno de los más críticos de Donald Trump, debería estar festejando esta decisión. En definitiva, gracias a la amenaza proteccionista, ahora habrá empleo en Michigan y las empresas lo pensarán dos veces antes de ir a México.

La lectura superficial de esta medida es precisamente esta: México perderá inversiones, pero las obtendrá Estados Unidos. Lo lamentamos hermanos mejicanos, pero nuestro presidente quiere que nosotros vivamos mejor, así que les toca perder para que nuestros trabajadores consigan empleo.

Sin embargo, esa no es toda la realidad y, si bien México evidentemente se verá perjudicado, también lo harán los propios norteamericanos.

Lo primero es muy fácil de ver. Si bajo amenazas directas o indirectas, las empresas norteamericanas reducen su inversión en México, el país de 122 millones de habitantes se perjudicará al tener menor demanda de mano de obra y menos empresas que compitan para subir los salarios de sus ciudadanos.

El stock de inversión extranjera directa de Estados Unidos en México era de USD 108.000 millones en 2014, con lo que se trata del principal inversor extranjero en ese país. Si se reduce este monto, México deberá hacer mayores esfuerzos por atraer inversión de otros países, de manera de mantener el crecimiento de su economía.

Si uno centra su mirada en lo que sucederá en Michigan, todo parece color de rosas. Ahora Ford, en lugar de llevarse su inversión al extranjero, hundirá USD 700 millones de capital en suelo estadounidense. Previsiblemente, esto genere demanda de materias primas, mano de obra, y haga crecer la producción de dicho estado.

Buena noticia para Michael Moore, pero no tan buena para el resto de los norteamericanos.

Es que cuando Ford decidió inicialmente invertir en México lo hizo para “mejorar la rentabilidad de la compañía”, ahorrando costos. Y lo que necesitan los Estados Unidos y cualquier país del mundo son empresas rentables.

Piénsese un instante en el accionista de Ford. Si la empresa es rentable, él recibirá un dividendo mayor. Con este mayor dividendo, podrá consumir más o bien aumentar su ahorro o sus inversiones. Si aumenta el ahorro, entonces habrá más fondos disponibles para realizar nuevas inversiones, porque bajará la tasa de interés. Si lo destina a inversiones, entonces subirá el precio de otras acciones que coticen en Estados Unidos, incrementando la riqueza del resto de los accionistas y posibilitando nuevos proyectos de inversión.

Otro efecto negativo del proteccionismo es que la inversión forzada de Ford competirá en el mercado por los recursos escasos (mano de obra, tierra, materias primas), subiendo sus precios. Esto funcionará como una barrera para que se desarrollen nuevos emprendimientos. En comercio internacional, esto se llama “distorsión en la producción”, ya que se sabe que una producción forzada por aranceles sustrae recursos valiosos de la sociedad, llevándolos a una industria determinada, pero en detrimento de todas las demás.

Es decir, la política de Trump puede ser positiva para la industria automotriz norteamericana, pero será desastrosa para la construcción, la minería, la agricultura, el comercio y el transporte, actividades que, entre otras, ascienden nada menos que al 99,1% del PBI estadounidense.

En la medida que se materialice, la demagogia proteccionista de Trump afectará con fuerza a México. Sin embargo, al reducir la rentabilidad de las empresas estadounidenses y subir el precio de los insumos de producción, también afectará a la economía norteamericana.

En definitiva, el cuento proteccionista siempre termina igual. Con una clase privilegiada, que subsiste al calor de la protección, y una sociedad mayormente empobrecida por las distorsiones que genera. En Estados Unidos no será diferente.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano.

Trump, un cúmulo de sinsentidos y riesgos

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 29/7/16 en http://www.ambito.com/diario/848988-trump-un-cumulo-de-sinsentidos-y-riesgos

 

En su discurso de una hora y cuarto  en la Convención Nacional del Partido Republicano en Cleveland, Trump no hizo más que ratificar lo que venía sosteniendo en su campaña.

 

El candidato mostró una vez más que a pesar de ser empresario no entiende el significado del comercio, del mismo modo que ocurre con ciertos banqueros que no entienden que es el dinero, especialistas en marketing que no se percatan en que consiste el proceso de mercado o los prebendarios que se alían con el poder para destruir la libre competencia. Como es sabido, el empresario exitoso revela gran sentido de la oportunidad para detectar costos subvaluados en términos de los precios finales y, por ende, saca partida del arbitraje, pero no es en si mismo alguien con quien necesariamente se puede contar para la defensa del sistema de libre empresa.

 

En el caso que nos ocupa, Trump volvió a la carga contra inversiones de estadounidenses en el exterior y las ventajas que las actividades comerciales extranjeras obtienen en su comercio con Estados Unidos, incluso la emprendió contra acuerdos de integración regional como el NAFTA con la amenaza de abandonar esos arreglos contractuales. No se percata de los enormes beneficios del comercio sin restricciones para ambas partes en las transacciones voluntarias.

 

Esta visión proteccionista y de xenofobia nacionalista tiñe sus propuestas en materia laboral ya que considera las ventajas comparativas como un ataque a las fuentes de trabajo locales sin ver que las tasas de capitalización maximizan los salarios e ingresos en términos reales y que el comprar más caro y de peor calidad empobrece. Mira el comercio internacional como una serie de escaramuzas y guerras que el aparato estatal debe resolver, lo cual no dista de los desvaríos tercermundistas y no es de extrañar que haya destacado sus coincidencias en esta materia con el estatista radical Bernie Sanders.

 

Su xenofobia la extiende también a la política inmigratoria bajo la infundada conjetura que los nativos son buenos mientras los foráneos son perversos que restan oportunidades a los locales. Paradójicamente esto ocurre en la nación que tiene inscriptos los conmovedores y hospitalarios versos de Emma Lazaurs al pie de la Estatua de la Libertad.

 

Las consideraciones de Trump en materia militar resultan agresivas y patoteriles y no simplemente de defensa. En este punto es de interés recordar las severas advertencias del General Eisenhower al despedirse de la presidencia, en el sentido de subrayar que lo más peligroso para las libertades de los estadounidenses consiste en el complejo militar-industrial.

 

El método que sugirió para reducir el gasto gubernamental se parece a una chanza de mal gusto ya que señaló que le pediría a cada departamento que anote donde pueden cortarse gastos inútiles. En lugar de eliminar funciones incompatibles con la tradición estadounidense, le pide consejos al zorro en el gallinero como proteger las gallinas. Además, esto se contradice con su insistencia keynesiana de construir caminos y puentes para reactivar el empleo.

 

No resulta clara su ambigua propuesta de reducir y simplificar la maraña impositiva y las asfixiantes regulaciones, así como también la bienintencionada sugerencia de que las personas puedan elegir servicios de salud y educación y el necesario esfuerzo para mejorar la seguridad en la vía pública. A contramano con todo lo que dijo, debe destacarse su buena idea de proponer para la vacante a la Corte Suprema a una persona que suscriba la misma tradición constitucional que la de Antonio Scalia.

 

Por último, resultó significativo el hecho de que alabara la participación en el estrado de sus dos hijas e ignoró la de su hijo mayor quien precisamente en su discurso intentó retomar las ideas más abiertas del Partido Republicano.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

La economía y el Brexit

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 19/5/16 en: http://sotograndedigital.com/la-economia-brexit-la-opinion-carlos-rodriguez-braun/

 

El próximo 23 de junio los británicos están convocados a un referéndum para responder a esta pregunta: “¿Debería el Reino Unido continuar siendo miembro de la Unión Europea o dejar la Unión Europea?”. Como es natural, está habiendo un vivo debate allí entre los partidarios de continuar dentro de la UE y los partidarios del “Brexit”, es decir, la salida.

Aunque la economía ha estado en el centro de la discusión, se ha puesto énfasis sobre todo en las consecuencias económicas que el Brexit podía tener para Gran Bretaña. Sin embargo, como recordó hace poco The Economist, el posible abandono tendría impacto sobre la propia Unión Europea, y sobre España: los dos primeros exportadores europeos al Reino Unido son, en porcentaje del PIB, Irlanda y Países Bajos, pero los siguientes son España y Alemania. También el Brexit podría afectar a Sotogrande, por su antigua y estrecha relación con los británicos, que representan un porcentaje elevado de los extranjeros que viven en nuestra comunidad, y también de nuestros visitantes, turistas e inversores.

Brexit

Las conjeturas sobre los resultados del Brexit normalmente recurren a lo que los economistas llamamos el supuesto ceteris paribus, es decir, suponer que se van los británicos y las demás cosas no varían. De ahí las estimaciones que hemos visto sobre los efectos económicos y políticos de la salida en términos de menos comercio, menos turismo, menos empleo, menos inversiones, más populismo y más euroescepticismo. Las consecuencias serían negativas para el Reino Unido, el resto de Europa, España y Sotogrande.

Sin embargo, nadie sabe si va a ser necesariamente así, porque desconocemos el futuro, y porque suponer que nada va a cambiar es cómodo pero irreal. Por ejemplo, toda Europa se ha acostumbrado a mantener intercambios económicos cada vez más sencillos y baratos. ¿Toleraríamos que los políticos se embarcaran en una carrera proteccionista como la vivida en los años 1930, cuando ahora llevamos décadas de un comercio cada vez más libre que ha beneficiado a los británicos y al resto de Europa? No lo creo.

Por tanto, convendrá prestar atención a la orientación de las políticas, con o sin Brexit, en el Reino Unido y en los demás países, porque unas economías más intervenidas tendrán efectos económicos negativos en todas las circunstancias y para todas las partes.

 

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

¿QUÉ SON LOS HÉROES?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Personalmente no me gusta la expresión “héroe” porque está manchada de patrioterismo y atribuida generalmente a personas que en realidad han puesto palos en la rueda en las vidas de su prójimo. Por otra parte, Juan Bautista Alberdi escribió en su autobiografía que “la patria es una palabra de guerra, no de libertad” puesto que hay otras formas de expresarse menos pastosas para referirse al terruño de los padres.

 

El manoseo creciente de las palabras héroe y patria ha hecho que se desfiguren y trastoquen. La primera,  según el diccionario  es la “persona que ha realizado una hazaña admirable para la que se requiere mucho valor”.

 

Me inspiró esta nota una parte de uno de los libros de John Stossel (No, They Can´t) que alude a los héroes  preocupado porque la mayor parte de la gente los relaciona con políticos y militares pero aclara que esos en general han manipulado vidas y haciendas ajenas, por lo que para él los verdaderos héroes son pioneros y empresarios creativos y los intelectuales de la libertad que han contribuido enormemente a mejorar la vida de todos.

 

Señalo que esto que apunta Stossel tiene una larga tradición que descubrí comienza de manera sistemática con el decimonónico Herbert Spencer en su libro titulado El exceso de legislación. En esta obra Spencer despotrica muy fundadamente contra los aparatos estatales que destrozan autonomías individuales y subraya la arrogancia de gobernantes a pesar de que “todos los días registra la crónica algún fracaso, todos los días reaparece la idea de que no hace falta más que una ley del Parlamento y una tropa de empleados para llevar a cabo un fin cualquiera apetecido”, y agrega “siempre he estado predicando el desengaño: no pongaís vuestra confianza en la legislación”.

 

En esta dirección, Spencer subraya que “la iniciativa privada ha hecho mucho, y lo ha hecho bien. La iniciativa privada ha roturado, desecado y fertilizado el país y edificado ciudades, ha excavado minas, tendido vías de comunicación, abierto canales y establecido ferrocarriles; ha inventado y llevado a perfección arados, telares, máquinas de vapor, prensas de imprimir e innumerables máquinas; ha construido nuestros buques, nuestras vastas manufacturas, nuestros muelles; ha establecido bancos, sociedades de seguros y periódicos; ha cubierto el mar con líneas de vapores y la tierra de telégrafos eléctricos. La iniciativa privada es la que ha traído a la altura en que al presente se encuentran la agricultura, la industria y el comercio y las está desenvolviendo con creciente rapidez”.

 

Para no decir nada de la medicina que ha estirado la expectativa de vida de modo notable y tantos descubrimientos e iniciativas resultado de tecnologías que en la época de Spencer sonarían  a magia imposible. En este contexto, la mayor parte de las veces los aparatos estatales teóricamente encargados de velar por la justicia y la seguridad se convierten en un implacable Leviatán que todo lo destruye a su paso.

 

La antedicha tradición spencerina fue retomada por Alberdi, quien en el tomo octavo de sus Obras completas concluye que “si recordamos, dice Herbert Spencer, que toda la historia está llena de los hechos y gestos de los reyes, en tanto que los fenómenos de la organización industrial, visibles ellos son, no han logrado sino recientemente atraer un poco de atención; si recordamos que todas las miradas y pensamientos se dirigen a las acciones de los que gobiernan, que nadie hasta estos últimos tiempos tenía ojos ni pensamientos para los fenómenos vitales de cooperación espontánea a los cuales deben las naciones su vida, su crecimiento y progreso”.

 

Los usos reiterados del héroe y la patria afloran en obras que encierran el germen de la destrucción de las libertades individuales como el “superhombre” y “la voluntad de poder” de Nietzsche o “el héroe” de Thomas Carlyle. Este último, en su célebre conferencia en Londres del 22 de mayo de 1840 estimó que “puede reconocerse como el más importante entre los Grandes Hombres aquél a cuya voluntad o voluntades deben someterse los demás […] es resumen de todas las figuras del Heroísmo […] toda dignidad terrena y espiritual que se supone reside para mandar sobre nosotros, enseñarnos continua y prácticamente, indicarnos que tenemos que hacer día tras día, hora tras hora”.

 

Difícil resulta concebir una visión más cavernaria, de más baja estofa, de mayor renunciamiento a la condición humana y de mayor énfasis y vehemencia para que se aniquile y disuelva la propia personalidad en manos de forajidos, energúmenos y megalómanos que, azuzados por poderes omnímodos, se arrogan la facultad de manejar vidas y haciendas ajenas, siempre en el contexto de cánticos sobre patriotas y héroes.

 

Este tipo de razonamientos y propuestas inauditas son los que dieron píe a los Hitler de nuestra época. De las ideas de Carlyle, esto dice Ernst Cassirer, el filósofo político, autor de numerosas obras, ex Rector de la Universidad de Hamburgo y profesor en Oxford, Yale y Columbia: “los primeros indicios del misticismo racial”, “una defensa abierta al militarismo prusiano” y “la divinización de los caudillos políticos y una identificación del poder con el derecho”. Por su parte Borges, consigna en su prólogo a la obra que reúne seis conferencias de Thomas Carlyle sobre la heroicidad que “los contemporáneos no lo entendieron, pero ahora cabe una sola y muy divulgada palabra: nazismo […él] escribió que la democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan […] abominó de la abolición de la esclavitud […] declaró que un judío torturado era preferible a un judío millonario”.

 

La manía del héroe y el líder indefectiblemente conducen a la prepotencia, al abuso de poder y, finalmente, al cadalso en nombre de la patria. Por eso resulta tan pernicioso que se les enseñe a estudiantes la historia como una narración bélica con elogios y salvas para la guerra y los guerreros, cuando no deben memorizar los pertrechos de cada bando sin entender el porqué de tanta trifulca. Lamentablemente, es cierto que la historia está colmada de hechos violentos pero enseñarla como algo glorioso, un hito y algo que debe ser venerado y objeto de admiración resulta sumamente destructivo y una buena receta para perpetuar y acentuar el mal.

 

Cada uno debe constituirse en líder de si mismo. Los caudillos y tiranuelos que son aclamados como líderes no hacen más que expropiar lo más preciado que posee el ser humano, cual es el uso de su libre albedrío para la administración de su propio destino al realizar sus potencialidades únicas e irrepetibles. Dice la primera acepción de héroe en el Diccionario de la Real Academia Española: “Entre los antiguos paganos, el que creía haber nacido de un dios o una diosa y de una persona humana, por lo cual le reputaban más que hombre y menos que dios”. Si bien es cierto que hay otras acepciones como la que consignamos más arriba, la expresión de marras está teñida de un pesado tufillo a guerra, sangre, batalla, violencia y ferocidad.

 

Pero, en todo caso, si se insiste en recurrir a la expresión “héroe” debería aplicarse a personas excepcionales como Ana Frank, Sophie Scholl, Sor Juana Inés de la Cruz, Lucretia Mott, Voltairine de Cleyre, Rose Wilder Lane, Mary Wollstonecraft, Germaine de Staël, Isabel Paterson, Hannah Arendt, Taylor Caldwell, Mariquita Sánchez de Thompson, Victoria Ocampo, Alicia Jurado, Anna Politkovskaya, Edith Stein, Ayn Rand o Mallory Cross Johnson, solo para citar unos pocos nombres del mal llamado sexo débil que han dado extraordinarios ejemplos de fortaleza y coraje moral frente a cualquier signo de autoritarismo. Agrego el nombre de una joven que hoy vive en la isla-cárcel cubana desde donde se debate con una perseverancia arrolladora: Yoani Sánchez (cuando la revista Time la incluyó entre las cien personas más influyentes y apareció bajo el subtítulo de “héroes y pioneros”, ella escribió que prefiere “la simple categoría de ciudadana”).

 

El día en que en las plazas aparezcan las efigies de estas personalidades, podremos conjeturar que el mundo va en buena dirección…ya que como tituló uno de sus libros Jerzy Kosinski: No Third Path. En esta misma línea de mantener la brújula firme y los principios en alto, Albert Camus escribe en la introducción de El hombre rebelde: “No siendo nada verdadero ni falso, bueno ni malo, la regla consistirá en mostrarse mas eficaz, es decir, el mas fuerte. Entonces el mundo no se dividirá ya en justos e injustos, sino en amos y esclavos”.

 

Las inmundicias de los Stalin, Pol Pot, Mao, Hitler y Mussolini  de este planeta son consecuencia de las alabanzas al “hombre fuerte” en el poder, el carismático, para los que se tejen todo tipo de cánticos que rebalsan en referencias a lo heroico y grandioso a cuales les siguen personajes detestables tales como los Perón, Trujillo, Stroessner, Pérez Jiménez, Somoza y Rojas Pinilla que, si los dejan, se ponen a la altura o incluso superan en saña a sus maestros. En esta instancia del proceso de evolución cultural, solo hay la opción entre la democracia y la dictadura, no importa de que signo sea y, éstas, están siempre paridas de libros, artículos y conferencias que ensalzan al héroe como el mandamás de las multitudes.

 

Transcribo una anécdota horripilante de Paul Johnson en Commentary de abril de 1984 en la que relata uno de los casos en que se trata como héroe a un canalla: “en las Naciones Unidas en ocasión de la visita oficial de Idi Amin, presidente  de Uganda, el primero de octubre de 1975. Para esa fecha ya era un notorio asesino serial de una crueldad indescriptible; no solo había liquidado personalmente algunas de sus víctimas sino que las desmembraba y preservaba partes de las anatomías para consumo futuro: el primer caníbal con refrigerador […] A pesar de ello fue electo presidente de la Organización para la Unidad Africana y, en esa capacidad, fue invitado a dirigirse a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Su discurso fue una denuncia a lo que denominó “la conspiración zionista-nortemericana” contra el mundo “y demandó no solo la expulsión de Israel de las Naciones Unidas sino su extinción […] La Asamblea le brindó una ovación de pie cuando llegó, lo aplaudieron periódicamente en el transcurso de su discurso y, nuevamente, se pusieron de píe cuando dejó el recinto. Al día siguiente el Secretario General de la Asamblea [Kurt Waldheim] le ofreció una comida en su honor”.

 

Como he escrito antes, resulta que en medio de los debates para limitar y, si fuera posible, eliminar las acciones extremas que ocurren en lo que de por sí ya es la maldición de una guerra como los denominados “daños colaterales”, aparece la justificación de la tortura por parte de gobiernos considerados baluartes del mundo libre, ya sea estableciendo zonas fuera de sus territorios para tales propósitos o expresamente delegando la tortura en terceros países, con lo que se retrocede al salvajismo mas brutal.

 

También en la actualidad se recurre a las figuras de “testigo material” y de “enemigo combatiente” para obviar las disposiciones de las Convenciones de Ginebra. Según el juez estadounidense Andrew Napolitano el primer caso se traduce en una vil táctica gubernamental para encarcelar a personas a quienes no se les ha probado nada pero que son detenidas según el criterio de algún funcionario del poder ejecutivo y, en el segundo caso, nos explica que al efecto de despojar a personas de sus derechos constitucionales se recurre a  un subterfugio también ilegal que elude de manera burda las expresas resoluciones de las antes mencionadas convenciones que se aplican tanto para los prisioneros de ejércitos regulares como a combatientes que no pertenecen a una nación.

 

Termino con un pensamiento referido al proceso electoral para elegir gobiernos que si se toma con cuidado y responsabilidad, entre otras muchas cosas, puede modificarse la noción errada del héroe. Y no es con cuidado y responsabilidad que se encara la elección si de entrada afloran tremendas confusiones en el uso del lenguaje. La semana pasada Luis Alberto Lacalle -el ex presidente de Uruguay- muy atinadamente me dijo que resultaba un disparate aludir al recinto donde se vota como “cuarto oscuro” puesto que naturalmente en esas condiciones no se puede ver nada, por lo que es un pésimo comienzo para elegir bien, se trata del cuarto secreto como dicen los uruguayos.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

El dinero se origina como “orden espontáneo”, en el Mercado y en un campo de prisioneros de guerra

Por Martín Krause. Publicado el 17/4/15 en: http://bazar.ufm.edu/el-dinero-se-origina-como-orden-espontaneo-en-el-mercado-y-en-un-campo-de-prisioneros-de-guerra/

No creo que haya un mejor ejemplo de teoría que sirve para interpretar la realidad que lo que resulta de combinar la lectura del artículo de Carl Menger “El origen del dinero”http://www.eumed.net/cursecon/textos/Menger-origen-dinero.pdf con el de Robert Radford “La organización económica de un campo de prisioneros”http://aulavirtual.bde.es/wav/documentos/precios_doc_3.pdf

Campo de prisioneros

El de Menger fue escrito 50 años antes de que Radford fuera tomado prisionero en la Segunda Guerra Mundial y pudiera luego contar su experiencia. El artículo de Menger va mucho más allá de explicar el origen del dinero, puede extenderse al origen de muchas otras instituciones como resultado acciones humanas pero no de “intención”. Así comenta Menger el origen del dinero:

“…, cuándo alguien ha traído al mercado productos que no son altamente líquidos la idea más importante que tiene en mente es la de intercambiarlos, no sólo por aquellos que por casualidad necesite sino, si esto no puede realizarse directamente, por otros productos que, aunque no tenga necesidad de ellos, son, de todas maneras, más líquidos que los suyos. Al hacerlo, es evidente que no logra de inmediato el objetivo final de su comercio, es decir, la adquisición de productos que en realidad él mismo necesita; sin embargo, de esta manera se va acercando a ese objetivo. Por el tortuoso camino de un intercambio mediato gana las perspectivas de alcanzar su propósito más económica y seguramente que si se hubiera visto limitado al intercambio directo. Ahora bien, en realidad éste parece ser el caso que se ha dado en todas partes. Los hombres se han visto llevados, con creciente conocimiento de sus intereses individuales, cada uno por sus propios intereses económicos, sin convenio, sin obligación legal, es decir, sin tomar en cuenta siquiera el interés común, a intercambiar bienes destinados al intercambio (sus “productos”) por otras mercancías igualmente destinadas al intercambio, pero más liquidas. A medida que el comercio se extendía en el espacio y las previsiones para la satisfacción de necesidades materiales podían hacerse por períodos cada vez más prolongados, cada individuo iba aprendiendo, a partir de sus propios intereses económicos, a darse cuenta de que trocaba sus productos menos líquidos por aquellas mercancías especiales que habían exhibido, además de la atracción de ser altamente comercializables en una localidad determinada, un amplio espectro de comercialización tanto en el tiempo como en el espacio. Estos productos serian clasificados por su carácter costoso, por la facilidad de su transporte y su posibilidad de preservación (en relación con la circunstancia de su compatibilidad con una demanda estable y ampliamente distribuida), de modo tal de asegurar a su poseedor un poder, no sólo “aquí” y “ahora”, sino casi ilimitado en tiempo y espacio, sobre todos los otros productos del mercado, a precios económicos.

Y por esa razón ha sucedido que, a medida que el hombre se fue familiarizando con estas ventajas económicas, sobre todo a través de una percepción que se ha hecho tradicional y del hábito del accionar económico, esas mercancías, relativamente más líquidas en cuanto a tiempo y espacio, se han convertido en cada mercado en los productos que no sólo se aceptan en nombre del interés de cada uno a cambio de los propios productos menos líquidos sino que, en verdad, se aceptan con rapidez. Y su liquidez superior sólo depende de la comercialización relativamente menor de cualquier otro tipo de producto, razón por la cual han podido convertirse en medios de cambio generalmente aceptados. Es obvio que el hábito constituye un factor muy significativo en la génesis de esos medios de cambio de utilidad general. Es el interés económico de cada individuo que comercia lo que le permite cambiar productos menos líquidos por otros más líquidos. Pero la aceptación voluntaria del medio de cambio presupone la existencia previa de un conocimiento de estos intereses por parte de aquellos sujetos económicos de quienes se espera que acepten a cambio de sus productos una mercancía que en sí misma y por sí misma es, quizá, totalmente inútil para ellos. Es cierto que este conocimiento nunca aparece en todas partes en una nación a un mismo tiempo. En primera instancia, sólo un número limitado de sujetos económicos reconocerá las ventajas de ese procedimiento, ventajas que, en sí mismas y por sí mismas, son independientes del reconocimiento general de un producto como medio de intercambio, en tanto ese intercambio, siempre y en todas las circunstancias, acerque más a su meta al hombre económico, es decir, lo aproxime a la adquisición de cosas útiles que realmente necesite. Pero se admite que no hay mejor método para ilustrar a alguien sobre sus propios intereses económicos que hacerle ver el éxito económico de aquellos que utilizaron el medio correcto para asegurar sus intereses particulares. Por lo tanto, resulta evidente que nada pudo haber sido más favorable para el surgimiento de un medio de intercambio que la aceptación, por parte de los sujetos económicos más perspicaces e inteligentes, para su propio beneficio económico y durante un periodo considerable de tiempo de productos eminentemente líquidos en lugar de todos los demás. De esta forma, la práctica y el hábito han contribuido mucho, por cierto, para hacer que los productos, que eran más líquidos en un momento determinado, sean aceptados no sólo por muchos sino, en definitiva, por todos los sujetos económicos a cambio de sus productos menos líquidos: y no sólo para eso, sino para que sean aceptados desde un principio con la intención de volver a intercambiarlos. Los productos que, de esta manera, se tornaron medios de cambio generalmente aceptables, fueron denominados Geld por los alemanes, palabra qué proviene de Gelten y que significa pagar, realizar; otras naciones denominaron al dinero teniendo en cuenta principalmente la sustancia utilizada, la forma de la moneda o, incluso, ciertos tipos de moneda.”

Esto es exactamente lo que ocurre en el campo de prisioneros de guerra que describe Radford, quien, además, muestra en funcionamiento “el flujo de moneda y bienes” descripto por David Hume (o la teoría cuantitativa del dinero).

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

COMERCIO Y SANTIDAD

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 17/10/10 en http://gzanotti.blogspot.com.es/2010/10/comercio-y-santidad.html

 “Insisto” (que es una forma ya demasiado ruidosa del re-sistir) con un tema al cual le estoy dedicando mucho últimamente. Este comentario fue publicado en el Instituto Acton en Noviembre de 2007.
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Hace más de 10 años, el 24 de Junio de 1997, Juan Pablo II recordaba, en un discurso (1), a San Homobono Tucenghi, comerciante de telas de Cremona, que en 1199 fuera canonizado por Inocencio III. No era usual, y no lo es tampoco ahora, que un laico y comerciante fuera declarado santo por la Iglesia Católica.

El discurso de Juan Pablo II no fue muy comentado en su momento, y no es de extrañar. Juan Pablo II lo colocaba como un ejemplo de promoción del laicado en el s. XII, llamando, con más razón entonces, a lo mismo en el s. XX. Pero no sólo el tema del laicado y la autonomía relativa de lo temporal son temas que tardan en cobrar vida dentro de la Iglesia (después de siglos y siglos de clericalismo “práctico”) sino que, menos aun, la relación de la fe con la vida comercial es algo que tarda, al parecer, mucho más en llegar, y que sin embargo se encuentra en los objetivos centrales del Instituto Acton.

La relación del comercio con la ética no un tema que cause perplejidad y resquemor sólo dentro de la Iglesia. Toda la cultura occidental arrastra una visión negativa de lo comercial, impulsada por ciertas concepciones griegas donde lo comercial estaba unido a “lo material” (malo por lo tanto) y reservado a las esferas más “bajas” de la vida social (por eso en Platón los filósofos no podían ser comerciantes, por ejemplo). Ello se ha convertido en un horizonte cultural que inunda la literatura, el arte, el cine y, también, nuestra vida religiosa “práctica”.
Con el Cristianismo, cobra vida especial que todo lo creado por Dios es bueno. Ello, según enseñan los medievalistas católicos, fue muy importante en el aristotelismo cristiano del s. XIII, donde San Alberto y Sto Tomás de Aquino se encargaron de “recordar” a sus “colegas teólogos” la bondad intrínseca de todo lo material, dado que todo lo creado por Dios es bueno. Ciertas aclaraciones de Sto Tomás en su famosa Suma Contra Gentiles (“que la providencia divina por lo singular es inmediata…”) muestran el clima intelectual de esa época y lo “avanzado” de su pensamiento en esas cuestiones. La concepción cristiana del mundo creado chocaba en ese punto con ciertas concepciones griegas que heredaban del orfismo un desprecio intrínseco por lo material. Nada que “sea” (ya espiritual o material) puede ser malo, pues todo lo que “es”, es creado por Dios; el “mal” es una privación de bien, y la privación del bien en el cristianismo pasa por el pecado original pero no por todo lo creado por Dios.

Y esto, en el caso del ser humano, es muy importante.
Porque no es cuestión de aceptar que una piedra, un árbol, un escarabajo, son buenos porque son creados por Dios pero, al mismo tiempo, reservar para ciertas cuestiones esencialmente humanas un desprecio inherente, que se manifiesta en un juego de lenguaje donde se dice “si, pero” y a continuación una serie de advertencias sobre su peligrosidad intrínseca.

¿Y qué actividades son esencialmente humanas? Pues la familia, la ciencia, la política, el comercio. La lista no es completa desde luego.
“Esencialmente” quiere decir que son actividades que los animales no tienen ni Dios tampoco. Los animales no usan el método científico, Dios tampoco. Igual con el comercio, igual con la política, igual con la familia.
Con la familia la cuestión está más aceptada. Ningún teólogo, hoy, ante la relación entre vida familiar y santidad, dice “si…. Pero….”. No. Se presupone que el matrimonio es algo santo (es más, es un sacramento) sin desconocer en modo alguno sus problemas.

Las otras actividades mencionadas no son sacramentos pero no por ello son intrínsecamente perversas. Pero a veces parece que sí.
Y el comercio, ¿no parece ser el caso típico?
La actividad comercial parece cargar sobre sí un sobrepeso de prejuicios en contra. “Puede” ser algo bueno, claro, “pero en general” parece ser una fuente intrínseca de corrupción. Y hasta no se entiende muy bien cómo alguien que se ocupa de comprar, vender, ganar dinero, reinvertir, puede ser no sólo bueno, sino santo.
¿Por qué no? No porque la santidad cure de raíz algo intrínsecamente malo: ello es imposible porque la Gracia supone la naturaleza. Sino porque el comercio es una de las actividades humanas más típicamente humanas y necesarias. Hay comercio porque hay escasez. La escasez no es fruto de la explotación capitalista, como creen algunos, sino una condición natural de la humanidad teniendo en cuenta la naturaleza humana en tanto humana. Para minimizar la escasez evoluciona la división del trabajo; de la división del trabajo evoluciona el intercambio de mercancías entre regiones y personas, y ello da lugar a los precios, los derechos de propiedad y las más evolucionadas formas institucionales de intercambio. Todo ello es intrínsecamente humano. Dios y los ángeles no necesitan comerciar en absoluto, y las especies animales luchan a muerte unas con las otras para poder sobrevivir. En el género humano, las guerras parecen indicar que es igual, pero no: las guerras sí son fruto del pecado original; el comercio, en cambio, es fruto de nuestra creatividad y capacidad para intercambiar en paz con el otro aquello que nos sobra por aquello que nos falta.

Que ello puede tener problemas, claro. Si los puede tener la vida matrimonial, igual los puede tener el comercio. Pero de igual modo que a nadie se le ocurre cubrir al matrimonio de una capa de pecaminosidad intrínseca (y de hecho ello fue parte de herejías cristianas) de igual modo el comercio también tendría que ser alentado y bendecido, no como sacramento, pero sí como algo bueno y lugar de santificación. Un supermercado es un milagro de comunicación de conocimiento disperso entre millones de personas que se desconocen y colaboran en paz para minimizar la escasez. No es simplemente el lugar de la racionalidad instrumental o el consumismo. ¿Llegará alguna vez el día que un obispo bendiga la apertura de un supermercado de igual modo que se bendice la apertura de un colegio?

Ese día está muy lejano, pero más lejano aún si no profundizamos esta línea de pensamiento. El pensamiento, devenido en discurso, no adelanta la realidad, sino que comienza a conformarla.

Gabriel J. Zanotti es Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA).  Es profesor full time de la Universidad Austral y en ESEADE es Es Profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE.