Individualismo, egoísmo, colectivismo y altruismo (2º Parte)


Por Gabriel Boragina. Publicado en:
http://www.accionhumana.com/2021/10/individualismo-egoismo-colectivismo-y_0445745661.html

‘’Platón sugiere que si no se puede sacrificar los intereses propios en aras de los de todos, entonces se es egoísta, Pero una mirada a nuestra pequeña tabla nos mostrará que las cosas no son así. El colectivismo no se opone al egoísmo, ni tampoco es idéntico con el altruismo. El egoísmo colectivo o de grupo, por ejemplo, el egoísmo de clase, es cosa muy común (Platón lo sabía muy bien), y esto muestra con bastante claridad que el colectivismo propiamente dicho no se opone al egoísmo. ’’[1]

           En lo anterior Popper da por sentado el carácter restringido de la voz egoísmo como excluyente del altruismo. Para nosotros –como hubiéramos explicado otras tantas veces- egoísmo es sinónimo de interés propio, y dentro del propio interés no se encuentra solamente la persona de uno mismo sino también otras personas (familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo o estudios, etc.).

En consecuencia, y como partidarios del sentido amplio, incluimos dentro de egoísmo también al altruismo, porque todo aquello que a ojos de un tercero puede implicar el sacrificio de una persona (o de sus bienes) por otra, esta motivado en un acto de propio interés, es decir, egoísta. Por eso, decimos que el egoísmo puede ser altruista o no altruista en la medida que el acto de alguien tenga por mira satisfacer una necesidad para sí o para otros. Este parece ser el sentido que le dan a la palabra autores como Ludwig von Mises. En cambio, la perspectiva de Popper es parecida a la de Ayn Rand en cuanto a la oposición (y antagonismo) entre egoísmo y altruismo. En lo demás, claramente, la filosofía de Popper tiene pocos puntos en común con la de Rand.

En el sentido indicado en el párrafo anterior, podríamos decir que Popper describe (en la cita precedente) el egoísmo no altruista de nuestra clasificación. En el caso, la aplica al grupo (con bastante acierto a nuestro modo de ver). Es el egoísmo que tiene por objeto satisfacer las necesidades exclusivamente del propio grupo que, en última instancia, se van a reducir a las del líder o líderes del grupo y su entorno de privilegiados como en toda organización colectiva se pueden apreciar.            

Paradójicamente desde esta perspectiva, la actividad de los miembros del grupo van a terminar beneficiando (en proporciones mayores a un cincuenta por ciento) a sus líderes, con lo cual -en la nomenclatura convencional- concluirían siendo acciones altruistas que -como resultado- beneficiaran el egoísmo de los jefes del grupo o colectivo.

En realidad, no solo el colectivismo no se opone al egoísmo sino que nada se le opone, en la inteligencia que toda acción es egoísta, según la entendemos nosotros y hemos explicado arriba.

Cuando Marx proclama que los proletarios deberían unirse para combatir a los burgueses y arrebatarle todo el capital, estaba proponiendo lo mismo: satisfacer el egoísmo proletario poniéndolo por encima del egoísmo burgués. Pero la lucha contra el egoísmo es vana si lo concebimos de la manera en que lo hemos propuesto.

‘’Por otra parte, un anticolectivista, esto es, un individualista puede ser, al mismo tiempo, un altruista; puede hallarse pronto a hacer sacrificio si éstos ayudan a otros individuos. Dickens es tal vez uno de los mejores ejemplos de una actitud semejante. Sería difícil decir qué es en él lo más fuerte, su apasionado odio al egoísmo o su apasionado interés en los individuos, con todos sus defectos y debilidades; y esta actitud se combina en él con cierta antipatía o aversión no sólo hacia lo que llamamos hoy cuerpos colectivos, sino incluso ante el auténtico altruismo, si éste se halla dirigido hacia grupos anónimos y no individuos concretos. (Recuerde el lector a Mrs. Jellyby en Bleak House: «una dama consagrada a los deberes públicos».) ’’[2]

Recordemos la terminología y la diferencia entre la que usamos nosotros y la que le da el autor citado. Un egoísta (en la nuestra) también puede ser altruista, algo que sería inaceptable tanto para Popper como para Ayn Rand. Con todo, esta última autora, en varios de sus escritos, y en los de su discípulo Nathaniel Branden, suele diferenciar entre dos tipis de egoísmo: uno racional y otro irracional. El primero parece tener bastante semejanza con nuestro egoísmo altruista, en tanto el segundo con el (también nuestro) no altruista. Pero para no salirnos del tema (que, en definitiva, es individualismo vs colectivismo) tenemos en claro que un individualista puede ser (en la nomenclatura de Popper y de casi todo el mundo) egoísta o altruista. En cambio, para Ayn Rand el individualista siempre es egoísta y es esto lo que lo diferencia de un altruista como marca distintiva.

Si todos somos -en el fondo- egoístas ¿qué diferencia entonces al individualismo del colectivismo? Creo que entre las muchas respuestas que ya hemos dado en distintas partes, sobresale la siguiente: el individuo es real, el colectivo es ficticio. El individuo puede ser percibido sensorialmente, en tanto que el colectivo no.

Si –por caso- en un determinado lugar hay cinco o diez personas reunidas, un colectivista dirá que allí hay un grupo o colectivo reunido, en tanto que un individualista expresará lo primero: que allí hay cinco o diez personas. Este último describe literalmente lo que ve (y que cualquiera normalmente puede ver). Aquel otro narrará en palabras algo que sólo es un concepto que alberga en su mente y al que quiere darle entidad propia como si fuera real físicamente.

‘’Creo que esos ejemplos bastarán para explicar claramente el significado de nuestros cuatro términos y demostrar que cualquiera de ellos puede combinarse con cualquiera de los dos términos incluidos en la otra columna (de lo que resultan cuatro combinaciones posibles). De ese modo, es sumamente interesante comprobar que para Platón -y para la mayoría de los platónicos- no es posible la existencia de un individualismo altruista (como, por ejemplo, el de Dickens). ’’[3]

           Paradójicamente, la postura de Ayn Rand viene a coincidir con la de Platón, ya que aquella también reputa imposible un individualismo altruista. Porque para ella, el individualismo o es egoísta o no es. En tal sentido nos resulta más razonable la posición de Popper.


[1] K. R. Popper. La sociedad abierta y sus enemigos. Paidós. Surcos 20. pág. 115-116

[2] Popper, K. R. Ibídem.

[3] Popper, K. R. Ibídem.

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero. Síguelo en  @GBoragina

Orígenes del colectivismo

Por Gabriel Boragina. Publicado en: http://www.accionhumana.com/2021/10/origenes-del-colectivismo.html

En realidad, el origen del colectivismo se pierde en ‘’la noche de los tiempos’’ como quien dice. Pero uno de sus primeros defensores, quizás el más conocido pero no el único, fue –en la opinión del filósofo vienés K. R. Popper, el filósofo griego Platón, el más famoso discípulo de Sócrates. En sus propias palabras:

‘’A mi juicio, el holismo platónico se halla íntimamente relacionado con el colectivismo tribal de que hablamos en capítulos anteriores. No debemos olvidar que Platón añoraba permanentemente la perdida unidad de la vida tribal. Una vida en perpetua transformación, en medio de una revolución social, le parecía carecer de realidad. Sólo un todo estable -la colectividad que permanece- posee realidad, y no los individuos caducos. Así, es «natural» que el individuo se someta al todo, que no es tan sólo la suma de muchos individuos, sino una unidad «natural» de orden superior. ’’[1]

Es difícil saber qué tipo de ‘’realismo’’ encontraba Platón en el ‘’todo’’. La misma palabra -sin referencia concreta a ninguna otra cosa- no denota más que la más pura abstracción.

La realidad desde lo tangible es la individualidad y no la totalidad en abstracto. La tribu -creía Platón- tenia ‘realidad’’ propia como un ente separado y por encima de los individuos que lo componen. Notemos que es la misma idea que actualmente se posee respecto de aquello que se llama ‘’el Estado’’ (con mayúscula inicial) y que -como también explica Popper- primero Hegel y después Marx contribuyeron a reforzar aquella idea platónica, tratando de convertir lo que no era y es más que una construcción mental en una realidad vital.

Resulta claro que, en la tribu el individuo era nada respecto del todo que representaban los demás miembros del grupo pero, en especial, del jefe de la tribu, ello hasta el punto que ese líder llegaba a representar a la tribu misma, y no sólo hablaba sino que hasta pensaba por ella. Nada podía hacerse sin la autorización del grupo cuya última palabra residía en el cacique. Platón veía en esa estructura una ‘’virtud’’ y fueron Hegel y Marx los que trasladaron esa misma ‘’virtud’’ a la figura del estado-nación.

La idea antropomórfica de estado/gobierno se ha aceptado masivamente, y no hay prácticamente persona alguna que no se refiera a dicha entelequia como una ‘’realidad’’ viva siendo de la esencia del colectivismo. El individualismo ha caído en desgracia, y salvo un breve periodo (visto en perspectiva histórica) que puede fecharse entre fines del siglo XVII y principios del siglo XX no volvió -hasta el día de la fecha- a recuperar la posición de privilegio que supo ostentar en aquellos tiempos.

Hoy en día, la palabra individualista es un insulto como lo era en la época en que Popper escribía. Esto -ya de por sí- importa un vigoroso triunfo del colectivismo por sobre el individualismo que refuta a todos aquellos que insisten que vivimos en una sociedad individualista. ¡Ojala fuera ello así!

Pero el pensamiento de Platón nos revela mucho acerca de los orígenes del colectivismo, para el cual ‘’Una vida en perpetua transformación’’ constituía una amenaza, una anomalía social que debía evitarse, y de presentarse, combatirse. ¿Por qué? En el fondo muy simple: porque si la vida esta ‘’en perpetua transformación’’ no puede ser controlada por el poder de turno. Y ello aunque Platón no era explícito en el punto.

 Esta idealización de la colectividad como si tuviera corporeidad está plenamente vigente en nuestro tiempo y, por lo que parece, se la debemos a Platón y sus discípulos.

Pero -insistamos- conceptos tales como colectividad, colectivismo, estado, nación, gobierno, sociedad, comunidad, son sólo eso : abstracciones imaginarias, cuya realidad nada más reside en nuestras mentes, ya que son invisibles, incorpóreos, y no pueden ser percibidos por los cinco sentidos.

La estabilidad que anhelaba Platón y los colectivistas modernos era, en realidad, lo que confundían con uniformidad y de tal modo impedía que un individuo sobresaliera sobre el resto porque, de hacerlo, resultaba claro que el hecho rompía la estabilidad del grupo. Pero esto entraba en contradicción con la aparición del líder del colectivo. La colectividad –no obstante- es una idea, un mero concepto, que sólo permanece en nuestras mentes sin existencia externa visible, ni olfativa, ni gustativa, ni audible, ni táctil. Es corpóreamente pues pura fantasía. Su realidad es solamente mental.

Lo real es que ese ‘’todo’’ sólo tomaba efectiva existencia en otra u otras personas iguales en su personalidad e individualidad al resto de los miembros del grupo, pero con la sola distinción de considerarse por encima de los demás miembros, ya sea por reconocimiento de los mismos integrantes o por imposición del que se asumirá como ‘’superior’’ y con título suficiente como para comandar a los demás.

Lo único que permanece de la colectividad es la palabra colectividad. Luego, en la vida real, todo es mutable, lo que incluye claro está, a los individuos que componen ese imaginario social que denominamos colectividad.

No hay nada de ‘’natural’’ –entonces- en ‘’que el individuo se someta al todo’’ porque ese ‘’todo’’ como realidad física no existe, excepto ‘’tan sólo [como] la suma de muchos individuos’’ que es lo que Platón negaba.

Es por todo lo que hemos venido reseñando arriba que el colectivismo no es más que una manifestación del primitivismo más crudo. Algo esencialmente retrogrado. El movimiento de masas descripto por José Ortega y Gasset en La rebelión de las masas.

Ese colectivismo es el que proclama como una ‘’virtud’’ que el individuo debe sacrificarse por el ‘’bien común’’, cuando ese ‘’bien común’’ se iguala con el ‘’todo’’ de Platón. Y, en última instancia, tanto el ‘’bien común’’ colectivista como su ‘’todo’’ no son más que el bien particular de su o sus líderes, quienes terminan identificándose a sí mismos, o equiparados por sus seguidores, como la personificación de ese ‘’todo’’ o ese ‘’bien común’’.

Ese sometimiento que pedía Platón no era a un grupo o una tribu sino al líder de la tribu al que se le debía obediencia por tomárselo como la encarnación del espíritu de la tribu. En suma, la teoría platónica no consistía más en este aspecto que una justificación a la tiranía.


[1] K. R. Popper. La sociedad abierta y sus enemigos. Paidos. Surcos 20. pág. 95

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero. Síguelo en  @GBoragina

Los desafíos de Lenín Moreno en la presidencia de Ecuador

Por Emilio Cárdenas. Publicado el 1/6/17 en: http://www.lanacion.com.ar/2029360-los-desafios-de-lenin-moreno-en-la-presidencia-de-ecuador

 

Con un largo discurso conciliador, Lenín Moreno asumió la semana pasada la presidencia de Ecuador. Reemplaza a quién fuera uno de los pilares del socialismo bolivariano: Rafael Correa, quien dejará a su país para, según ha anunciado, descansar y pasar tiempo reflexionando en medios académicos, en la Vieja Europa.

En su momento, Rafael Correa, de la mano de Hugo Chávez y Evo Morales, quiso instaurar en América Latina un sistema económico inviable: el del colectivismo, cuyo fracaso estrepitoso en Venezuela pudo bien haber sido el de toda la región.

Afortunadamente, el arbitrario Rafael Correa no tuvo éxito más allá de las fronteras de su propio país. Su ideología quedó a la vista cuando la información secuestrada en la computadora de Raúl Reyes -uno de los líderes de las FARC colombianas- confirmó que Correa (con Cuba y Venezuela) contribuía a mantener y a financiar a las FARC colombianas y al andar violento de otros grupos terroristas latinoamericanos.

Para impulsar el desarrollo de su país, Rafael Correa convocó a China, que hoy es, a la vez, el inversor externo más importante y el mayor acreedor de Ecuador. Durante sus mandatos, cercenó muy fuertemente -y sin disimulo alguno- la libertad de expresión y la de prensa a lo largo de una década, persiguiendo tenazmente a quienes no coincidían con su visión u opiniones, incluyendo a los principales medios opositores. Tiene, sin embargo, en su haber un logro no menor: el de haber disminuido sensiblemente la pobreza.

Lenín Moreno recibió la banda presidencial de manos de un emocionado Rafael Correa, de quien fuera vicepresidente durante seis años. Hoy Moreno es el único Jefe de Estado del mundo que gobierna desde una silla de ruedas. Ocurre que quedó parapléjico en 1988 como consecuencia de un asalto violento en el que recibió un tiro por la espalda. En su juventud, Lenín Moreno militó activamente en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Ecuador.

A la ceremonia de asunción del mando concurrieron, como es habitual, varios presidentes de nuestra región. Entre ellos Mauricio Macri. Pero no su principal «compañero de ruta» regional: Nicolás Maduro, quien luego de anunciar que asistiría no pudo hacerlo, jaqueado por las continuas protestas de su pueblo en las ciudades venezolanas. Ella tuvo lugar en la sede de la Asamblea Nacional. Dos presidentes llegaron tarde a la ceremonia: Mauricio Macri y el colombiano Juan Manuel Santos. Rafael Correa leyó un largo informe de su gestión, aplaudido en distintas oportunidades. La televisión ecuatoriana, sin embargo, evitó mostrar en cámara los carteles que, durante el acto, repudiaban la presencia de la delegación venezolana.

Luego vino el discurso inaugural de Lenín Moreno que duró poco más de una hora. Para quienes estaban acostumbrados a la sobreactuación de Rafael Correa, eso fue apenas un instante. El mensaje fue, esencialmente, una sobria invitación al diálogo. También incluyó el anuncio de una inevitable primera etapa de austeridad, consecuencia directa del irresponsable dispendio de su predecesor, que dejó a Ecuador con un Estado inepto y obeso, endeudado más allá de los límites legales con un agobiante pasivo externo que deberá reestructurarse. Anunció, asimismo, la confirmación de la continuidad de la «dolarización» de la economía ecuatoriana. Y la esperada reiteración de que, en su gestión, pondrá énfasis en lo social.

La economía ecuatoriana atraviesa un momento complejo. Muy debilitada por la caída de los precios internacionales del petróleo y el aumento del servicio de su pasivo externo. Azotada además por las consecuencias del duro terremoto de abril de 2016. El año pasado, Ecuador sólo pudo crecer al ritmo insuficiente del 1,5% de su PBI.

El derrotado candidato opositor, el empresario Guillermo Lasso, en rueda de prensa, reiteró sus acusaciones de fraude electoral y convocó a Lenín Moreno a liberar a los presos políticos; a hacer pública la corrupción que también allí aparece en torno a los contratos de la multinacional brasileña Odebrecht; a despolitizar la actividad propia de la gestión de gobierno; y a reducir la presión tributaria de modo de estimular las inversiones privadas.

El vicepresidente, Jorge Glas, a diferencia de Lenín Moreno, sostuvo que el líder opositor carece de «autoridad moral» para criticar al gobierno, o hacer propuestas. Continuando así el lamentable estilo belicoso de Rafael Correa

Lenín Moreno, sin embargo, tiene sus propios objetivos de gobierno. También un estilo diferente. Seguramente continuará transitando la vía del intervencionismo estatal en la debilitada economía ecuatoriana. Esto es seguir el sendero económico-social abierto por su predecesor. Tan parecería ser así, que en su superpoblado gabinete -de 23 ministros y tres secretarios de Estado- 15 ministros son ex funcionarios de Rafael Correa. Entre ellos, la Canciller, María Fernanda Espinosa Garcés, una activa mujer con experiencia en la política. Así como los ministros de Justicia, Industrias, Defensa, Agricultura, Vivienda y Salud, y la propia Secretaria General de Gobierno.

Rafael Correa culminó su gestión de una década luego de haber sido electo en las urnas tres veces. Con una aprobación del 62%. Polarizó fuertemente a su país. Deja tras de sí una infraestructura pública mejorada, particularmente en materia de caminos y aeropuertos. También una importante ampliación de capacidad en materia de generación hidroeléctrica. Su particular estilo: demagógico y paternalista, pero siempre arrogante, impetuoso, populista y hasta arbitrario, no será extrañado. La corrupción que floreciera en su derredor, tampoco. Correa fracasó en su intento de encerrar a América del Sur en sí misma, alejándola de los organismos regionales tradicionales.

Quizás la enorme agresividad contra los Estados Unidos, a los que Rafael Correa desalojó de la base militar en Mantra, disminuya ahora un tanto. Para Correa, esa actitud era un tema personal. Ocurre que su padre estuvo preso por largo rato en los Estados Unidos, acusado de tráfico de drogas. Por ello el ex presidente debió ser criado por su madre, en Guayaquil. Lo que seguramente lo marcó para toda la vida.

El contexto externo en el que le tocará actuar a Lenín Moreno será variado. Con gobiernos liberales, como el de Mauricio Macri o el que surja del probable retorno de Sebastián Piñera al timón de Chile. Y con el enorme signo de interrogación en el que se ha transformado Brasil, sumergido en un inmenso caos. Pero también con la probable presencia regional del izquierdista Andrés Manuel López Obrador, que podría ser el próximo presidente de México como consecuencia de la torpeza de la campaña electoral de Donald Trump. Así como con el populismo y la corrupción que parecen haberse consolidado en Bolivia. En ese marco, Lenín Moreno estará enrolado en el andarivel propio de la izquierda, presumiblemente con menos agresividad que Rafael Correa.

 

Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California.  Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.

Cuba detiene su proceso de reforma

Por Emilio Cárdenas. Publicado el 6/4/17 en: http://www.lanacion.com.ar/2005409-cuba-detiene-su-proceso-de-reforma

 

Cuuba es un ejemplo claro del fracaso del colectivismo como sistema económico. Tan es así que, en el 2008, presionado por la ya entonces inocultable realidad de su paralizada economía, el Partido Comunista de Cuba decidió formalmente dejar de lado ese modelo. Lo hizo entonces al impulso de Raúl Castro .

La idea fue abrir y descentralizar -pausadamente- la economía de la isla alejándose del estatismo absolutamente integral que la caracterizaba; aumentar la productividad abriendo diversos espacios para la actividad privada; unificar el sistema monetario; y procurar atraer a la inversión extranjera, para con ella fomentar el crecimiento. Para lo cual, en el año 2009 se designó como «zar» de la reforma intentada a Marino Murillo, uno de los actuales miembros del politburó cubano, que impulsó más o menos tímidamente el inicio de la «reforma» y que hoy (ante el poco éxito del esfuerzo) parecería prácticamente haber desaparecido de la escena.

El proyecto de apertura y liberalización de la economía cubana aparentemente ha fracasado. El propio Partido Comunista así lo admitió formalmente en su reunión de Abril de 2016. Hoy se están imponiendo nuevamente controles de precios a la actividad privada, incluyendo a la agricultura y al transporte. El inevitable desaliento que esa quita de incentivos provoca está ahogando el poco impulso a la actividad que de allí provenía.

¿Qué le puede deparar el futuro a Cuba? Si miramos la realidad, nada demasiado bueno. Porque lo cierto es que Cuba ha vivido «colgada» de los demás por espacio de más de medio siglo. Primero ordeñó a la desaparecida Unión Soviética. Y luego hizo hábilmente lo mismo con Venezuela. No obstante, la realidad es que sus dos países benefactores han terminado en el colapso económico. Y que la inversión extranjera que, ante la convocatoria de los Castro se esperaba llegaría cual catarata, es muy difícil que considere a un país totalitario en el que, por definición, no existe el «estado de derecho». Lo cierto es que los inversores no se han precipitado hacia la isla, como algunos soñaron. Ni lo harán.

Fidel murió en noviembre del año pasado, dejando a Cuba en un pantano económico-social, sin verla brillar. Raúl tiene ya 85 años y ha prometido públicamente dejar el poder el 24 de febrero del año que viene. Se está yendo, entonces. No hay mucha duda. Pero como los déspotas no dejan herederos, no se sabe a ciencia cierta quién tomará el timón del país a poco menos de un año del anunciado paso al costado de Raúl Castro. Como incógnita de cara al futuro, es enorme. Aunque existan candidatos, no hay certeza.

Mientras tanto, los montos de los que alguna vez conformaran un paquete realmente gigantesco de subsidios venezolanos han caído por debajo de la mitad de lo que en su momento alcanzaran. Son ahora apenas el 40% de lo que llegaron a ser. Por ende, ya no son robustos, ni alcanzan para que toda una nación pueda sobrevivir con alguna holgura y dignidad, pero con poco esfuerzo.

La economía cubana flota -desde hace rato ya- en la mediocridad, y el nivel de vida del pueblo cubano, en términos relativos, comparado con el de sus vecinos latinoamericanos, sigue estando por el suelo.

La desesperanza de la gente es grande. Por esto, una encuesta realizada recientemente en Cuba bajo los auspicios de la Universidad de Chicago acaba de arrojar un resultado notable, aunque no demasiado sorprendente: la mitad de los que fueran encuestados manifestó sin rodeos que, si pudiera irse de Cuba, lo haría sin mayores titubeos.

Esto nos recuerda inmediatamente a los hermanos Castro que aún están con vida, que son tres, y dos viven en el exterior: Juanita, que vive en Miami desde hace cincuenta años y Emma, que reside en México. Por algo será.

Sólo Raúl Castro vive en Cuba. Por ahora, al menos. La encuesta referida constató, además, que un 46% de los entrevistados cubanos sostiene que es precisamente la economía colectivista de la isla la que los mantiene sumergidos en su dura situación de pobreza. Y no se equivocan, por cierto. Es efectivamente así, aunque la dictadura sea la razón principal del fracaso. Pero lo grave es que un gobierno que por definición es totalitario, como el cubano, que todo lo sabe y jamás se equivoca, supone operar con una economía exactamente del mismo perfil: la colectivista. Éste es precisamente el gran drama.

 

Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California.  Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.

OTRA VEZ SOBRE LA INDIA

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

A esta altura me parece oportuno reiterar parte de lo que he escrito hace muchos años sobre una cultura milenaria que puede contribuir a mostrar caminos poco explorados en la interpretación de algunas visiones que contienen aspectos sobre los cuales es de interés tomar debida nota. Esto es así especialmente como consecuencia de no comprender lo dicho por Krishnamurti en cuanto a que “la educación debe basarse en cómo pensar y no en qué pensar”, lo cual no quiere decir que la enseñanza se limite a la lógica sino que, en ese contexto, se contraponen valores para que cada uno saque sus propias conclusiones, excluyendo siempre el adoctrinamiento.

 

Hay que ser sumamente cuidadoso con los estereotipos puesto que existe la manía de agrupar a todos los que viven dentro de ciertas fronteras geográficas y tratarlos como si no hubieran diferencias. En el caso que nos ocupa el equívoco se agrava aun más debido a que en la India conviven catorce lenguas principales y doscientas secundarias, tres religiones básicas -el budismo, los musulmanes y el hinduismo el cual, a su vez, se subdivide en monoteístas, politeístas y panteístas- al tiempo que son muy distintas las características físicas entre grupos de sus mil cien millones de habitantes.

 

En el  subcontinente que denominamos India desde tiempo inmemorial muchos son los que cultivan el espíritu, otorgan prelación a la paz interior, la búsqueda de significado y el contacto con lo trascendente, pero desafortunadamente, en buena medida, han sido indiferentes a los sistemas sociales que permiten el respeto recíproco y, en última instancia, no pocos de los que dan cabida a la vida interior desatienden el contexto en el que viven con los resultados del consiguiente empobrecimiento material. El correlato entre la vida espiritual y el progreso material es lo que caracterizó a Occidente, la escisión de ambos aspectos obstaculiza el libre desenvolvimiento de las personas. Lo importante es comprender y tener siempre presente que todo depende de  valores y principios.

 

De todas maneras, la primera característica referida respecto a la preocupación y ocupación por el alimento del alma ha llamado y llama poderosamente la atención a diversos observadores  y también los que llaman a la necesidad del renunciamiento a todo lo material como una cáscara para despotricar contra el modo de vida occidental sobre el que  no se comprenden sus fundamentos filosóficos y así patrocinan diversos modos de colectivismo y socialismo.

 

En la India, tienen lugar sistemas pesadamente autoritarios y burocráticos  y se basaron en su estrecha conexión con la Unión Soviética desde su independencia como colonia inglesa (hasta el colapso del Muro de la Vergüenza) y a la influencia de la Sociedad Fabiana, especialmente de Harold Laski y de los polacos Oskar Lange y Michael Kalecki con el apoyo logístico de sumas millonarias provistas por Estados Unidos y por organismos internacionales financiados principalmente por los contribuyentes de ese país, sistema que ha contribuido a que esa tierra se poblara de mendigos, miseria extrema, analfabetismo inaudito y espantosas pestes.

 

Desde siempre, el sistema de castas imposibilitaba el tan necesario asenso y descenso en la pirámide social. Precisamente, esto es lo que le llamó la atención a Alexis de Tocqueville quien dejó un centenar de páginas con anotaciones críticas para su proyectado tercer libro que, debido a su muerte prematura de tuberculosis, desafortunadamente nunca pudo ejecutar respecto de aquel milenario país.

 

En la última década se han producido algunas tímidas aperturas que dan espacios en medio de la asfixiante estructura impuesta por el siempre sediento Leviatán instalado en Nueva Dehli que maneja a su antojo los veintiocho estados con la apariencia de un sistema parlamentario bicameral en el que influyeron los ingleses en su larga estadía forzada, lo cual es alimentado por la economía subterránea que, especialmente en el área de los servicios, permite abrigar esperanzas para el futuro y ha permitido algunos marcados logros en el presente. La antedicha apertura se debe principalmente a los trabajos de siete economistas de reconocida trayectoria: Bellikoth Shenoy y su hija Sudha Shenoy, Peter Bauer, Milton Friedman, Mahesh Bhatt, Deepak Lal y Sauvik Chakraverti. Este último autor, en su prefacio a la edición india de la obra de Samuel Smiles (Self-Help) escribe en 2001: “Este libro fue escrito en 1840 por un hombre que sostenía que la mayor de las filantropías reside en educar a las personas de como hacer ellos mismos esfuerzos para mejorar su condición […], nos damos cuenta que el libre comercio y no los controles estatales son el camino a la prosperidad, especialmente para los pobres”.

 

Confirma lo dicho más arriba que hay filósofos de fuste que no se han molestado en estudiar aspectos relativos a la convivencia en sociedad, con lo que terminan condenando precisamente los sistemas que establecen el indispensable respeto recíproco y abren las puertas para el progreso material para aquellos que lo quieran disfrutar. De este modo, también la propia riqueza espiritual queda amputada puesto que el desconocimiento de temas vitales se traduce en miseria para los congéneres ya que, de hecho, permiten que los planificadores de vidas ajenas detenten el poder omnímodo. Ese es el caso de notables pensadores como Radhakrishnan, Tagore y Krishnamurti quienes junto a otros escriben en dirección a la sociedad abierta pero, muy paradójicamente, en la antesala misma de esa apertura, como una especie de coitus interruptus, muchos rechazan el sistema social que se deriva de sus razonamientos, con lo que, como una consecuencia no querida, condenan a sus semejantes a situaciones lamentables por más de que muchos lo tomen resignadamente.

 

El primero de los autores mencionados apunta con elocuencia en “The Spirit of Man”, que aparece publicado junto a otros trece autores variopintos en la suculenta obra Contemporary Indian Philosophy (The Macmillan Company, 1936), : “El  caos presente en el mundo se encuentra directamente vinculado al desorden en nuestras mentes […] La ciencia moderna tiene gran fe en los hechos verificables y los resultados tangibles. Todo aquello que no puede medirse y calcularse es irreal. Los susurros que vienen de lo más profundo del alma se descartan como fantasías anticientíficas”.

 

El segundo -Tagore- que tantos valiosos ensayos ha producido, escribe una novela que constituye un canto a las catástrofes del nacionalismo (El alma y el mundo). En esa obra, después de enfatizar la abstracción que significa toda nacionalidad, uno de los personajes señala que “Estoy dispuesto a servir a mi país; pero reservo mi veneración por el derecho que es más sagrado que mi país. Adorar al país de uno como un dios es entregarlo a su desventura […] No pueden amar a los hombres como a hombres, sino que tienen necesidad de lanzar gritos y endiosar a su patria”.

 

Por su parte Krishnamurti, en La libertad primera y última con prefacio del gran Aldous Huxley (en el que consigna que “la nueva religión es el culto al Estado”), sostiene que “El problema que se nos plantea a la mayoría de nosotros es saber si el individuo es un mero instrumento de la sociedad o si es el fin de la sociedad. ¿Vosotros y yo, como individuos, hemos de ser utilizados, dirigidos, educados, controlados, plasmados conforme a cierto molde, por la sociedad, por el gobierno, o es que la sociedad, el Estado, existen para el individuo? ¿Es el individuo el fin de la sociedad, o es tan solo un títere al que hay que enseñar,  explotar y enviar al matadero como instrumento de guerra?”.

 

Hacemos votos para que futuros filósofos de la India retomen las valiosas contribuciones de notables predecesores como los mencionados en esta nota periodística, pero que sean capaces de llegar a sus consecuencias lógicas y concluyan en la indispensable aplicación de los postulados éticos de la sociedad abierta y así unan sus esfuerzos intelectuales con lo mejor de la tradición del pensamiento liberal y que nunca pierdan las insustituibles riendas espirituales de la conducta humana.

 

Al hacer referencia a la India no pueda soslayarse a Mahatma Gandhi para lo cual nada mejor que recurrir al revelador y muy documentado ensayo de Arthur Koesler publicado en el Sunday Times (octubre 5 de 1969) con motivo de la conmemoración del centenario del nacimiento de Gandhi. Koestler apunta que Gandhi hizo retroceder a la India debido a su nacionalismo xenófobo que ilustraba con la insistencia en quemar géneros extranjeros (“considero que es pecado usar tela extranjera” escribió) y combatir la industrialización (apuntó que “la rueca es aliento de vida”). Koestler concluye que Gandhi “denunció apasionadamente la cultura de Occidente” quien con una arrogancia superlativa dejó consignado que “India, como lo han demostrado tantos escritores, no tiene nada que aprender de nadie” y tenía la costumbre de insistir que “los principales males de Occidente son los ferrocarriles” pero Koestler consigna que “tuvo que pasar una parte considerable de su vida en coches de ferrocarril […] siempre insistió en viajar en tercera pero tenía un vagón especial para él” ya que como decían con sarcasmo sus allegados “hace falta mucho dinero para mantener a Bapu [padre] en la pobreza”. Asimismo, Arthur Koestler remarca que Gandhi la emprendía contra la educación por lo que no envió a sus propios hijos a estudiar, lo cual no impidió que designara como su sucesor político al totalitario Jawaharlal Nehru que era graduado de Cambridge.

 

A pesar de todas estas contradicciones es menester destacar la enorme contribución de Mahatma Gandhi en cuanto a la resistencia civil pacífica la que ha sido imitada por tantos defensores de derechos pisoteados por los aparatos estatales.

 

Finalmente, es de interés resaltar que hay varios economistas modernos en la India (“Nueva India”) que suscriben las críticas que Nash le formula a la tesis central de Adam Smith en cuanto a la coordinación en libertad. Tal vez resulte sobresimplificado el denominado “teorema Nash” si resumimos un aspecto medular en dos puntos (para no entrar a la teoría de los juegos o “el dilema del prisionero”). Surge de las elaboraciones de John Nash que, por ejemplo, si se comparte un terreno en el que pastan las ovejas de diversas personas, cada una intentará sacar la mejor partida para sus animales lo cual redundará en perjuicio para los demás. Así vistas las cosas el interés personal de cada uno conspiraría contra la situación de su prójimo. Este análisis amputa por completo el postulado crucial del liberalismo en cuanto a los marcos institucionales que asignen derechos de propiedad , de lo contrario, naturalmente, se produce “la tragedia de los comunes”, es decir, lo que es de todos no es de nadie.

 

La otra dimensión de este esquema, se puede ilustrar con lo que sucede en la vida matrimonial. Supongamos que el marido desea ir al football y la mujer prefiere ir al cine. Si cada uno sigue sus inclinaciones optimizarán sus resultados, a menos que ambos otorguen prelación a compartir un programa. En este último caso cualquiera sea la decisión – sea de ir los dos al baseball o al cine – estarán optimizando los resultados puesto que la preferencia incluye el no hacer programas separados . Tampoco aquí hay un fracaso del interés personal expuesto por el fundador de la economía, no se trata de un “desequilibrio” sino de armonizar intereses.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Populismo vs individualismo

Por Gabriel Boragina. Publicado el 26/12/15 en: http://www.accionhumana.com/2015/12/populismo-vs-individualismo.html

 

Conteste hemos explicado en repetidas oportunidades, el populismo no es ninguna otra cosa que una derivación del colectivismo, y por dicha razón muchas -o casi todas- las características que particularizan a éste son enteramente aplicables a aquel. Como tal, el populismo se enfrenta -por supuesto- al individualismo, ámbito este último donde se desarrolla y se afinca la auténtica moral:

«La única atmósfera en la que el sentido moral se desarrolla y los valores morales se renuevan a diario en la libre decisión del individuo es la de libertad para ordenar nuestra propia conducta en aquella esfera en la que las circunstancias materiales nos fuerzan a elegir y de responsabilidad para la disposición de nuestra vida de acuerdo con nuestra propia conciencia. La responsabilidad, no frente a un superior, sino frente a la conciencia propia, el reconocimiento de un deber no exigido por coacción, la necesidad de decidir cuáles, entre las cosas que uno valora, han de sacrificarse a otras y el aceptar las consecuencias de la decisión propia son la verdadera esencia de toda moral que merezca ese nombre.»[1]

El populismo lesiona, por lo tanto, la genuina moral, porque inhibe la libertad individual para poder optar por diversas alternativas. Al erigirse como barrera para nuestras decisiones económicas (e incluso vitales) el populismo se alza como muralla casi infranqueable para la consecución de una legítima vida humana, reduciéndonos a la condición de casi animales al servicio del déspota de turno: el jefe populista. Esta fue la experiencia vivida en la Argentina de los Kirchner, y la que aun sufren algunos otros países de la región, tales como Venezuela donde el comunismo castrochavista aun resiste los embates de las fuerzas democráticas, y -en menor escala- en Bolivia y Ecuador, donde los dictadorzuelos Morales y Correa respectivamente pretenden eternizarse en el poder. Otras experiencias también populistas, como la de Chile con Bachelet y Brasil con Roussef, aparecen algo mas diluidas, aunque no menos peligrosas en la medida que persistan. La manera en que el colectivismo populista destruye la moral, ha sido maravillosamente descripta con las siguientes palabras:

«Es inevitable, e innegable a la vez, que en esta esfera de la conducta individual el colectivismo ejerza un efecto casi enteramente destructivo. Un movimiento cuya principal promesa consiste en relevar de responsabilidad no puede ser sino antimoral en sus efectos, por elevados que sean los ideales a los que deba su nacimiento. ¿Puede dudarse que el sentimiento de la personal obligación en el remedio de las desigualdades, hasta donde nuestro poder individual lo permita, ha sido debilitado más que forzado? ¿Qué tanto la voluntad para sostener la responsabilidad como la conciencia  de que es nuestro deber individual saber elegir han sido perceptiblemente dañadas? Hay la mayor diferencia entre solicitar que las autoridades establezcan una situación deseable, o incluso someterse voluntariamente con tal que todos estén conformes en hacer lo mismo, y estar dispuesto a hacer lo que uno mismo piensa que es justo, sacrificando sus propios deseos y quizá frente a una opinión pública hostil. Mucho es lo que sugiere que nos hemos hecho realmente más tolerantes hacia los abusos particulares y mucho más indiferentes a las desigualdades en los casos individuales desde que hemos puesto la mirada en un sistema enteramente diferente, en el que el Estado lo enmendará todo. Hasta puede ocurrir, como se ha sugerido, que la pasión por la acción colectiva sea una manera de entregarnos todos, ahora sin remordimiento, a aquel egoísmo que, como individuos, habíamos aprendido a refrenar un poco.»[2]

Lo anterior expone la falsedad del populismo cuando predica una supuesta «inclusión social». Por su propia definición el populismo es un factor de exclusión social, posiblemente el más importante de ellos, por cuanto limita sus «beneficios» a sólo un sector de la población, prescindiendo del resto. Acorde ha demostrado la experiencia argentina, la parte beneficiada por las medidas populistas se han circunscripto meramente a un tercio del total de los habitantes, merced a políticas asistencialistas que, a su turno, eran financiadas por los dos tercios restantes a través de diferentes mecanismos expoliatorios utilizados típicamente por el populismo, tales como transferencias fiscales, controles cambiarios y de precios, manipulaciones monetarias,  inflación, etc.  De los dos tercios no alcanzados por las dádivas populistas, que –consecuentemente- se vieron obligados a «pagar la fiesta», hay que tener en cuenta que aquellos que se encontraban en el sector formal de la economía fueron los más perjudicados, ya que sufrieron un impacto directo sobre sus bolsillos por la vía tributaria. Esto significa que el daño fue menor para quienes se encontraban por fuera de la economía formal (aproximadamente dos tercios del total de la ciudadanía). Lo dicho, brevemente, en cuanto a las consecuencias económicas del populismo, respecto de las secuelas morales el conjunto social encontró menoscabo, ya que el populismo demuele todos los valores morales por igual, es decir tanto de los subsidiados como los de los que se ven forzados a subsidiar. Desde el momento que la gente se acostumbra a que sea el estado—nación el que se responsabilice por la suerte de todos, y que determine hacia donde deben ir dirigidos los recursos de la sociedad, es a partir de ese instante en que se consolida el resquebrajamiento moral de la sociedad en pleno.

«Lo cierto es que las virtudes menos estimadas y practicadas ahora -independencia, autoconfianza y voluntad para soportar riesgos, ánimo para mantener las convicciones propias frente a una mayoría y disposición para cooperar voluntariamente con el prójimo- son esencialmente aquellas sobre las que descansa el funcionamiento de una sociedad individualista. El colectivismo no tiene nada que poner en su lugar, y en la medida en que ya las ha destruido ha dejado un vacío que no llena sino con la petición de obediencia y la coacción del individuo para que realice lo que colectivamente se ha decidido tener por bueno. La elección periódica de representantes, a la cual tiende a reducirse cada vez más la opción moral del individuo, no es una oportunidad para contrastar sus normas morales, o para reafirmar y probar constantemente su ordenación de los valores y atestiguar la sinceridad de su profesión de fe mediante el sacrificio de los valores que coloca por debajo en favor de los que sitúa más altos.»[3]

[1] Friedrich A. von Hayek, Camino de servidumbre. Alianza Editorial. España. págs. 256-257

[2] Hayek, ídem. pág. 256-257

[3] Hayek, ídem. pág.  257

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

El populismo y la corrupción de los valores humanos:

Por Gabriel Boragina. Publicado el 28/12/14 en: http://www.accionhumana.com/2014/12/el-populismo-y-la-corrupcion-de-los.html

Ya nos hemos explayado respecto de la relación de género a especie existente entre el colectivismo y el populismo y, por tal razón, de la identidad efectiva entre los resultados o consecuencias de la aplicación de ambos. Como algunas de las derivaciones más aberrantes del populismo encontramos la corrupción de los valores humanos, producto de la denigración que el individuo o la persona sufre bajo esta concepción. Cuando el populismo llega al poder, encarna –o pretende hacerlo- a «la comunidad», «la patria», «el estado», «la nación», «el pueblo», «la masa», «los excluidos», etc. fórmulas que pueden resumirse -en suma- en la comunidad o el estado:

«la «comunidad» o el Estado son antes que el individuo; si tienen fines propios, independientes y superiores a los individuales. Sólo aquellos individuos que laboran para dichos fines pueden ser considerados como miembros de la comunidad. Consecuencia necesaria de este criterio es que a una persona sólo se la respeta en cuanto miembro del grupo; es decir, sólo si trabaja y en cuanto trabaja para los fines considerados comunes, y su plena dignidad le viene de su condición de miembro y no simplemente de ser hombre. En realidad, los conceptos mismos de humanidad y, por consiguiente, de internacionalismo, en cualquiera de sus formas, son por entero productos de la concepción individualista del hombre. No hay lugar para ellos en un sistema ideológico colectivista. Aparte del hecho fundamental de no poder extenderse la comunidad del colectivismo sino hasta donde llegue o pueda crearse la unidad de propósito de los individuos, varios factores contribuyen a reforzar la tendencia del colectivismo a hacerse particularista y cerrado. De éstos, uno de los más importantes radica en que, como la aspiración del individuo a identificarse con un grupo es muy frecuentemente el resultado de un sentimiento de inferioridad, su aspiración sólo podrá satisfacerse si la condición de miembro del grupo le confiere alguna superioridad sobre los extraños. A veces, al parecer, es un aliciente más para sumergir la personalidad en la del grupo el hecho de que los violentos instintos que el individuo sabe ha de refrenar dentro del grupo pueden recibir rienda suelta en la acción colectiva contra el extraño.»[1]

 

Consecuencia de lo expuesto arriba es -en suma- que el populismo no puede considerarse humanitario, ni humanista, ni autoproclamarse tal. El populismo entonces no es humano, porque niega al individuo, excluye al que no forma parte de la colmena del grupo, que deja de ser humana al tiempo que ingresa bajo la esfera colectiva populista. Es por esto que el populismo (siempre como subproducto colectivista) se hace particularista y cerrado, lo que implica que el populista es un egoísta al que sólo le interesa su populismo, que tampoco es «suyo» sino del grupo al que pertenece. Como se ha visto en Argentina con los funestos Kirchner, en Bolivia con Morales, en Ecuador con Correa y principalmente en el castrocomunismo chavista venezolano, el populismo ha privilegiado y beneficiado a los miembros de su grupo, excluyendo a los extraños.

¿Cuál es el origen psicológico del populismo? El mismo que indica F. A. von Hayek respecto del colectivismo. El populista es un ser que padece un enorme complejo de inferioridad, pero no sólo este, sino que también conlleva consigo una carga formidable de resentimiento y envidia a todo aquel que sobresalga por sobre el grupo. Paradójicamente, el populista admite con agrado que sea su líder el único que pueda descollar por encima del resto del cardumen populista. A su vez, la envidia e inquina típicos del populismo alientan la codicia y los bajos instintos de sus miembros, sacan a la luz lo peor que puede abrigar en su interior un ser humano. Degrada -en una palabra- todo el sentido y todo el contenido de la vocablo humanidad, ya que el populismo rebaja a sus adeptos a la condición de simples animalitos, sólo aptos para ser domesticados, y exclusivamente útiles en la medida en que sirvan a los propósitos personales del/la líder del grupo, partido, o secta al frente del poder en ese momento.

«Una vez se admita que el individuo es sólo un medio para servir a los fines de una entidad más alta, llamada sociedad o nación, síguense por necesidad la mayoría de aquellos rasgos de los regímenes totalitarios que nos espantan. Desde el punto de vista del colectivismo, la intolerancia y la brutal supresión del disentimiento, el completo desprecio de la vida y la felicidad del individuo son consecuencias esenciales e inevitables de aquella premisa básica; y el colectivista puede admitirlo y a la vez, pretender que su sistema sea superior a uno en que los intereses «egoístas» del individuo pueden obstruir la plena realización de los fines que la comunidad persigue. Cuando los filósofos alemanes presentan una y otra vez como inmoral en sí el afán por la felicidad personal y únicamente como laudable el cumplimiento de un deber impuesto, son perfectamente sinceros, por difícil que pueda ser comprenderlo a quienes han crecido en una tradición diferente.»[2]

El populismo pretende identificarse plenamente con la «sociedad», la «nación», la «patria», y demás denominaciones emotivas y melodramáticas. Pero en realidad, son los líderes populistas los que piensan en sí mismos como auténticas encamaciones humanas de tales entidades ficticias, que están únicamente en las palabras pero que carecen de existencia física, real y concreta. El líder populista se endiosa a sí mismo, en tanto su obsecuente súbdito «militante» diviniza a su líder, al punto de elevarlo a una condición cuasi celestial, llegando no pocas veces al extremo de rendirle un culto religioso, de los cuales forma parte esencial del mismo el rito de escuchar en las plazas y otros espacios públicos a su suprema divinidad populista. A esto le llaman precisamente la «militancia», es decir un culto de auto-humillación del militante ante el o la líder y simultánea adoración a la máxima deidad populista. Los casos señalados antes (Kirchner, Morales, Correa, Chávez/Maduro) son vivo ejemplo de lo expuesto.

[1] Friedrich A. von Hayek, Camino de servidumbre. Alianza Editorial. España pág. 181-182

[2] Friedrich A. von Hayek, Camino…ob. cit.  Pág. 189

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

 

 

Planificación, democracia y moral:

Por Gabriel Boragina. Publicado el 15/11/14 en: http://www.accionhumana.com/2014/11/planificacion-democracia-y-moral.html

 

«Aunque para la mayor parte de los socialistas sólo una especie del colectivismo representará el verdadero socialismo, debe tenerse siempre presente que éste es una especie de aquél, y que, por consiguiente, todo lo que es cierto del colectivismo como tal, debe aplicarse también al socialismo. Casi todas las cuestiones que se discuten entre socialistas y liberales atañen a los métodos comunes a todas las formas del colectivismo y no a los fines particulares a los que desean aplicarlos los socialistas; y todos los resultados que nos ocuparán en este libro proceden de los métodos del colectivismo con independencia de los fines a los que se aplican. Tampoco debe olvidarse que el socialismo no es sólo la especie más importante, con mucho, del colectivismo o la «planificación» sino lo que ha convencido a las gentes de mentalidad liberal para someterse otra vez a aquella reglamentación de la vida económica que habían derribado porque, en palabras de Adam Smith, ponía a los gobiernos en tal posición que, «para sostenerse, se veían obligados a ser opresores y tiránicos»’.[1]

  1. A. v. Hayek advertía de este modo –a comienzos de la década del cuarenta del siglo pasado- la manera en que «las gentes de mentalidad liberal» habían aceptado los postulados básicos del socialismo, en particular el de la planificación económica, abriendo paso nuevamente a las tendencias hacia la opresión gubernamental y la tiranía de todo tipo que se encontraban en pleno auge en los días en los que F. A. v. Hayek redacta su obra (citada al pie) y que en fechas posteriores continuó vigente, si bien bajo formas y maneras algo más pacificas en el resto del mundo hasta nuestro tiempo, pero conservando la esencia totalitaria que -al fin de cuentas- conlleva todo intento de planificación económica.

Es importante destacar que por «planificación» no ha de entenderse solamente el sentido restringido de la expresión, y por el mismo suponerse que quien gobierna ha de tener algún plan específico en particular a aplicar. Mas bien, la alocución «planificación económica» habrá de pensarse como la posición filosófico-política que acepta que toda actividad humana ha de ser controlada y dirigida por el gobierno, sin importar demasiado en qué sentido se irá a orientar dicha planificación. El término habilita preferentemente la idea de que se excluye la planificación privada, y que sólo se permitirá y tolerará la estatal. Lo que está implicado en este asunto es -en esencia- una cuestión moral:

«De la misma manera que el gobernante democrático que se dispone a planificar la Vida económica tendrá pronto que enfrentarse con la alternativa de asumir poderes dictatoriales o abandonar sus planes, así el dictador totalitario pronto tendrá que elegir entre prescindir de la moral ordinaria o fracasar. Ésta es la razón de que los faltos de escrúpulos y los aventureros tengan más probabilidades de éxito en una sociedad que tiende hacia el totalitarismo. Quien no vea esto no ha advertido aún toda la anchura de la sima que separa al totalitarismo de un régimen liberal, la tremenda diferencia entre la atmósfera moral que domina bajo el colectivismo y la naturaleza esencialmente individualista de la civilización occidental.»[2]

Estas proféticas palabras de F. A. v. Hayek parecen haberse plasmado en la realidad histórica posterior hasta nuestros días. Raramente los gobernantes mal llamados «democráticos» han renunciado a dejar de lado sus planes y, por sobre todo, su vocación planificadora. Por el contrario, han tendido a creer que toda la cuestión se reducía a elegir y seleccionar cual debería ser «el mejor plan», el que daban por sentado sólo podía provenir de mentes burocráticas y no de ninguna otra parte. Así, en este derrotero que se ha seguido hasta hoy, la mayor parte de las «democracias» mundiales han devenido en verdaderas dictaduras, dando lugar a numerosas variantes, entre las cuales se encuentran los populismos que, en fechas recientes han proliferado, sobre todo en Latinoamérica, como en la Argentina con los Kirchner, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador y el comunismo castrochavista venezolano, regímenes todos que -en diferentes grados y medidas- han pretendido emular al totalitarismo cubano-castrista.

A su turno, aquí reside la explicación del porque todas aquellas mal llamadas democracias han derivado finalmente en regímenes inmorales como los mencionados anteriormente. Necesariamente toda «democracia» que se inspire en principios colectivistas siempre tendrá un destino de inmoralidad. Habrá que apuntar que lamentablemente «la naturaleza esencialmente individualista de la civilización occidental» certeramente señalada por F. A. v. Hayek, se ha ido perdiendo con el trascurrir del tiempo.

«Las «bases morales del colectivismo» se han discutido mucho en el pasado, naturalmente; pero lo que nos importa aquí no son sus bases, sino sus resultados morales. Las discusiones corrientes sobre los aspectos éticos del colectivismo, o bien se refieren a si el colectivismo es reclamado por las convicciones morales del presente, o bien analizan qué convicciones morales se requerirían para que el colectivismo produjese los resultados esperados. Nuestra cuestión, empero, estriba en saber qué criterios morales producirá una organización colectivista de la sociedad, o qué criterios imperarán probablemente en ella. La interacción de moral social e instituciones puede muy bien tener por efecto que la ética producida por el colectivismo sea por completo diferente de los ideales morales que condujeron a reclamar un sistema colectivista. Aunque estemos dispuestos a pensar que, cuando la aspiración a un sistema colectivista surge de elevados motivos morales, este sistema tiene que ser la cuna de las más altas virtudes, la verdad es que no hay razón para que un sistema realce necesariamente aquellas cualidades que sirven al propósito para el que fue creado. Los criterios morales dominantes dependerán, en parte, de las características que conducirán a los individuos al éxito en un sistema colectivista o totalitario, y en parte, de las exigencias de la máquina totalitaria.»[3]

  1. A. v. Hayek aquí nos explica que no importan las intenciones morales colectivistas, lo que realmente cuentan son sus resultados. Y estos resultados en nuestras democracias colectivistas siempre han sido de los peores.

[1] Friedrich A. von Hayek, Camino de servidumbre. Alianza Editorial. España. pág. 64

[2] Hayek…od.cit. Pág. 174

[3] Hayek…od.cit. Pág. 175

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Importancia de la educación

Por Gabriel Boragina. Publicado el 22/6/14 en: http://www.accionhumana.com/2014/06/importancia-de-la-educacion.html

 

Puede decirse que la educación es la que dirige en buena medida la vida de las personas, y que por eso los grandes ideólogos del totalitarismo centraron -más temprano que tarde- su atención sobre ella, ya que comprendieron el poder tremendo que la educación tiene en el proceso de adquisición y consolidación de ideas:

«como ha aconsejado el marxista Antonio Gramsci “tomen la cultura y la educación y el resto se dará por añadidura”. No hay sustituto para la trasmisión de ideas. El timón está a disposición de la gente, el asunto es que lo use para navegar por aguas tranquilas y no se deje engatusar por polizontes que apuntan al naufragio»[1]

Es por eso que los estatistas siempre han defendido el control de la educación en manos del estado-nación, y lo han hecho tergiversando el lenguaje y llamando a la educación estatal educación «pública» para diferenciarla ex profeso de la educación privada. Tal artilugio del lenguaje es falaz, habida cuenta que toda educación, sea estatal o privada es pública, ya que se orienta precisamente a educar al público, lo que también sucede en el ámbito privado, dado que los establecimientos educativos privados se abren con el propósito de ofrecer el servicio de educación alpúblico, de donde lo correcto sea diferenciar la educación «estatal» de la educación «privada». Paradójicamente, los hechos demuestran que la educación estatal termina siendo siempre menos pública que la privada, en virtud que el sistema estatal educativo restringe el acceso de la mayoría de las personas que desean y que están en condiciones de educarse.

Que los gobiernos permitan registrar bajo títulos privados a personas que desean impartir cursos de todos los niveles, no significa necesariamente que el sistema educativo opere bajo la órbita de «lo privado», ya que son otros los factores que han de considerarse en el análisis de este aspecto:

«En realidad, tanto los nazis como los fascistas, al permitir el registro de la propiedad de jure pero manejada de facto por el gobierno, lanzan un poderoso anzuelo para penetrar de contrabando y más profundamente con el colectivismo respecto del marxismo que, abiertamente, no permite la propiedad, ni siquiera nominalmente. Si miramos con alguna atención a nuestro mundo de hoy comprobaremos el éxito del nacionalsocialismo y del fascismo, que sin necesidad de cámaras de gas ni de campos de concentración avanzan a pasos agigantados sobre áreas clave que sólo son privadas en los papeles (en verdad, privadas de toda independencia) como la educación, las relaciones laborales, los bancos, los transportes, los medios de comunicación, el sector externo, la moneda y tantos otros campos vitales.»[2]

Es decir, el estatismo opera en diferentes ámbitos de manera infiltrada, mediante mecanismos que no son percibidos en forma abierta por el gran público, o que tienden a ser vistos de manera tergiversada, en virtud justamente de la manera en que el estatismo se cuela en campos que la opinión pública (por la deformación educativa inculcada en la escuela de las que venimos hablando) entiende como propios de los ámbitos privados. El éxito de las ideologías fascista y nazi que se propagan en nuestros centros educativos radica necesariamente en el hecho de que no son presentadas como tales. Inclusive muchos profesores tampoco son conscientes de ello, por haber recibido en su hora una educación de índole similar, ya que el fenómeno que venimos señalando no es -por cierto- nuevo, sino que lleva ya bastante tiempo. Se trata de un avance sutil, quizás lento, pero sumamente efectivo.

No han sido pocos los estatistas que asumen que el estado-nación tiene a su cargo el sumo de la perfección moral, y que de ese modo es su obligación impartirlo a todos sin distinción, para lo cual la herramienta indicada para ello es, nada menos y nada más, que el control de la educación en todas las instancias. Pero como bien se ha dicho:

«El Estado no puede, como tal, mandar el sumo bien ni la perfección moral, pues la promoción del perfeccionamiento moral de los individuos es, más bien, tarea de otras instancias, como la educación moral en el seno de la familia y, luego, en las comunidades de intereses que los diferentes grupos de ciudadanos constituyen a tales efectos»[3]

Agudamente L. v. Mises señala los peligros de la educación estatal, a la que él llama «pública», en estos términos:

«En aquellos países donde no existe diversidad lingüística, la enseñanza pública da buenos frutos cuando trata de enseñar a las gentes a leer y a escribir y a dominar las cuatro reglas aritméticas. Cabe agregar, para los alumnos más despiertos, nociones elementales de geometría, ciencias naturales y legislación patria. En cuanto se pretende seguir avanzando surgen, sin embargo, mayores dificultades. La enseñanza primaria fácilmente deriva hacia la indoctrinación política. No es posible exponer a un adolescente todos los aspectos de un problema para que él después despeje la solución correcta. No menos arduo es el encontrar maestros dispuestos a imparcialmente exponer doctrinas contrarias a lo que ellos piensan. El partido en el poder controla siempre la instrucción pública y puede, a través de ella, propagar sus propios idearios y criticar los contrarios. Los liberales decimonónicos, en la esfera de la educación religiosa, resolvieron el problema mediante la separación de la iglesia y el estado. Se dejó de enseñar religión en las escuelas públicas. Los padres, sin embargo, gozaban de plena libertad para, si así lo deseaban, enviar a sus hijos a colegios confesionales al cuidado de las correspondientes comunidades religiosas.»[4]

Estas palabras cobran especial actualidad en los tiempos que corren, donde la problemática descripta se mantiene plenamente vigente.

[1] Alberto Benegas Lynch (h) «El timón está en la gente». Publicado en Diario de América, New York.

[2] Alberto Benegas Lynch (h) «Izquierdas y Derechas Parientes». Publicado por el diario La Nación de Buenos Aires

[3] Alejandro G. Vigo. «KANT: LIBERAL Y ANTI-RELATIVISTA». Estudios Públicos, 93 (verano 2004). Pág. 17

[4] Ludwig von Mises, La acción humana, tratado de economía. Unión Editorial, S.A., cuarta edición. pág. 1263-1264

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero. 

El dirigismo

Por Gabriel Boragina. Publicado el 4/5/14 en: http://www.accionhumana.com/2014/05/el-dirigismo.html

 

Aunque parezca mentira, existen aun en nuestros días personas que creen que vivimos en una sociedad capitalista y/o individualista, por lo que será oportuno dedicar algunas palabras a este tema, con miras a despejar nuevamente (como ya hiciéramos otras veces) ese tremendo error. Hay en tal sentido, numerosos indicadores que señalan con precisión que nuestro sistema político-económico es dirigista y no capitalista ni individualista, lo que se desprende -en primer lugar- de la propia noción del término individualismo:

«individualismo. El individualismo no es en sí una escuela filosófica sino una corriente de pensamiento que ha hallado su expresión en autores de diversas épocas. Se opone, básicamente, al colectivismo, en el sentido de que considera al individuo, y no a la sociedad, como fundamento de las leyes y de las relaciones morales y políticas. El individualismo, en economía, reconoce el valor y la legitimidad de la propiedad privada, aboga por un sistema competitivo de libre mercado y recusa la idea de que la sociedad pueda desarrollarse adecuadamente mediante un control político o un plan económico deliberado. Se opone por lo tanto a toda clase de dirigismo estatal o de planificación central y afirma, con Adam Smith, que el interés social se sirve mejor si cada individuo persigue su interés individual.»[1]

No hace falta examinar mucho la realidad que nos circunda para darnos cuenta que casi todo el mundoconsidera a la sociedad, y no al individuo, como fundamento de las leyes y de las relaciones morales y políticas. Así como tampoco se reconoce el valor y la legitimidad de la propiedad privada, ni se aboga por un sistema competitivo de libre mercado y menos todavía se «recusa la idea de que la sociedad pueda desarrollarse adecuadamente mediante un control político o un plan económico deliberado», sino que ocurre todo lo contrario, de donde se deriva que por doquier campea «toda clase de dirigismo estatal o de planificación central». El dirigismo es pues lo opuesto al individuo «como fundamento de las leyes y de las relaciones morales y políticas», al «valor y la legitimidad de la propiedad privada» y a «un sistema competitivo de libre mercado», entre otras cosas. Vale la pena que nos detengamos en el propósito de «un control político o un plan económico deliberado» como característica del dirigismo, para lo cual será muy oportuno reparar en la siguiente aserción:

«Desde sus primeros pasos los estudiantes de economía son introducidos en la economía matemática y de ahí en más se los somete a una lectura intensiva de artículos y libros que exponen distintos modelos matemáticos, según la corriente de moda y los “avances” logrados en su perfeccionamiento. Al terminar la carrera el estudiante se ha convertido en un “modelo” de economista dirigista. Los que llegan a ocupar un puesto público relevante tratarán de aplicar alguno de los irreales modelos matemáticos a la realidad (los más sagaces inventan modelos propios). Comienzan, entonces, a manipular tasas de interés, tipos de cambio, aranceles, encajes bancarios, precios, salarios, etcétera, a la luz de lo que sus modelos les anticipan que ocurrirá (con cierto desvío estándar). El grado de dirigismo puede variar desde los que creen que hay que manipular todas las variables hasta los que creen que sólo hay que controlar una (por ejemplo, la oferta monetaria según alguna “regla” que el modelo recomiende). También dentro del mismo grado de dirigismo puede variar el “tipo” de intervención; algunos piensan que hay que controlar las variables A, B y C y otros las W, Y y Z. La combinación de todos los grados y tipos de dirigismo arroja una gran cantidad de “experimentos” posibles para poner en práctica.»[2]

Resulta claro pues que todo esto que observamos en la realidad de nuestros días se opone a cualquier noción de individualismo o de capitalismo (conceptos estos que si bien no son estrictamente hablando sinónimos, son sin ninguna clase de duda, complementarios e inescindibles: el capitalismo es individualista, de la misma manera que el individualismo es capitalista:

«El individualismo, como término del lenguaje corriente, es muchas veces un sinónimo de egoísmo despiadado o de aislamiento con respecto al grupo. No es ese, sin embargo, el contenido que asume para la ciencia económica: se entiende en ésta que el individuo, limitado naturalmente por un marco normativo adecuado, puede y debe perseguir libremente sus intereses y que, al hacerlo, desplegará su iniciativa y su creatividad, procurando maximizar sus beneficios. Para que esto ocurra, sin embargo, deberá producir algún bien o servicio que los demás valoren, de modo tal que encontrará su retribución económica sólo si ajusta sus acciones a los deseos de los otros individuos. Esta relación entre personas independientes, pero intensamente relacionadas entre sí, constituye el verdadero fundamento del mercado, entendido como marco donde se producen los intercambios entre los diferentes individuos de una sociedad.»[3]

En el dirigismo actual, el individuo no sólo está limitado «por un marco normativo adecuado» sino que -además de esto- es dirigido por el gobierno de turno en cuanto a sus acciones políticas, jurídicas y económicas, tal como sucede en nuestros días y desde hace décadas. El campo de elección y de acción del individuo de hoy, se encuentra constreñido al máximo por los gobiernos dirigistas contemporáneos. Ello sin contar que, la mayoría de los marcos normativos lejos están de ser «adecuados», sino que son cada vez en mayor medida altamente opresivos, al punto de reducir y hasta anular en el individuo toda «su iniciativa y su creatividad procurando» minimizar «sus beneficios».

De donde, no se advierte cómo es posible –excepto supina ignorancia o mala fe- que existan personas con «estudios» y «grados universitarios» que crean «seriamente» que «vivimos» en una sociedad «individualista» o «capitalista». En cualquiera de ambos casos, se denota que sus conceptos están muy pervertidos.

 

[1] Carlos Sabino, Diccionario de Economía y Finanzas, Ed. Panapo, Caracas. Venezuela, 1991. voz Individualismo.

[2] Juan Carlos Cachanosky «LA CIENCIA ECONÓMICA VS. LA ECONOMÍA MATEMÁTICA (II)». Revista Libertas 4 (Mayo 1986). Instituto Universitario ESEADE. Pág. 26

[3] C. Sabino, Diccionario….ob. cit. Ídem.

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.