LA DICTADURA DE LA RAZÓN INSTRUMENTAL POSITIVISTA

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 4/3/19 en:  http://gzanotti.blogspot.com/2019/03/la-dictadura-de-la-razon-instrumental.html

 

(Ultimo punto del cap. 5 de «La hermenéutica como el humano conocimiento», https://www.amazon.es/hermen%C3%A9utica-como-humano-conocimiento/dp/1733548300)

Como podemos ver, el positivismo, el hijo dilecto del Iluminismo, ha penetrado toda nuestra cultura, y el post-modernismo, con su desprecio a su razón, no hace más que retroalimentarlo. Ciencia, ciencias sociales, comunicación social, educación, organización curricular: todo, sencillamente todo, inundado por la razón instrumental. La racionalización del mundo de la vida, denunciada por Habermas, se ha cumplido perfectamente.

Pero el problema más grave consiste en su traslado a la estructura política. Comenzó cuando los estados-nación iluministas comenzaron a distinguir entre la medicina legal e ilegal, en sistema educativo “oficial” y el que no. Ahora bien, en una sociedad libre, cuando un paradigma dominante entra en crisis, podemos optar libremente por el alternativo, aunque no sea sencillo. Pero en una sociedad donde el paradigma dominante está unido al poder del estado, estamos encerrados. El estado iluminista convierte en delito al paradigma alternativo. Y hoy el paradigma dominante, a pesar de todo el parloteo postmoderno, es el positivismo. Porque el postmodernismo vive y se enseña en el sistema educativo formal estatal, el sancionado en el pacto de Bolonia. Quedan algunos espacios de libertad pero claro, hay que “acreditar”, hay que “ranquear” (qué horror) a las universidades y comienza entonces la lógica de una espiral asfixiante. Se habla mucho de diversidad pero se la entiende al modo de la dialéctica hegeliana, como “colectivos explotados” a los cuales estos estados deben compensar.  No se concibe la libertad del individuo. Por eso no se entiende qué es la libertad de enseñanza, como única salida para crear propuestas de crecimiento personal bajo paradigmas alternativos a las formas positivistas de pensar. Casi todos pasan por la primaria, la secundaria y la formación de grado positivista, con el modelo educativo memorístico y repetitivo, con notas como premios y castigos, y luego, coherentemente, todos se asombran de todo lo escrito en este libro. Circulan nuevas propuestas pedagógicas pero luego se termina tratando de adoptarlas a la estructura del “aula” de fines del s. XIX. No hay salida. Es la peor de las dictaduras: la de las masas alienadas y felices, incapaces totalmente de conocimiento, esto es, de creatividad y pensamiento crítico.

No tenemos más que terminar este libro como Adorno y Horkheimer terminaron el suyo del 44: “….Si el discurso de hoy debe dirigirse a alguien, no es a las denominadas masas ni al individuo, que es impotente, sino más bien a un testigo imaginario, a quien se lo dejamos en herencia para que no perezca enteramente con nosotros[1]

[1] La dialéctica de la Ilustración, op.cit.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

Sobre el evolucionismo

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 22/3/18 en: https://diariodecaracas.com/blog/alberto-benegas-lynch/sobre-el-evolucionismo

 

El conocimiento es fruto de largos y difíciles recorridos en un proceso de constantes corroboraciones provisorias y refutaciones al efecto de reducir en algo nuestra colosal ignorancia.

Nunca el ser humano, limitado e imperfecto, llega a una meta final. Siempre es en el contexto evolutivo, ya se trate de metafísica, moral, ciencias sociales o ciencias experimentales. Solo un desconocimiento palmario de lo dicho puede conducir a la negación del evolucionismo en todas las materias concebibles.

 

En esta nota periodística, debido al motivo central de nuestras averiguaciones, centramos nuestra atención en las ciencias físico-químicas que en su tronco medular van en la secuencia Copérnico-Galileo-Kepler-Newton-Einstein-Planck-Hawking y paralelamente, siempre en lo que ahora nos concierne, las contribuciones de Darwin y colaterales.

 

La teoría del Big-Bang o explosión inicial fue primero esbozada por el sacerdote belga Georges Lamaitre en 1927 y luego desarrollada por otros autores. Un acontecimiento acaecido circa quince mil millones de años atrás en sucesivos pasos de enfriamiento desde unos diez mil millones de grados centígrados, en el contexto de un proceso de radiación y la constitución de unas pocas partículas elementales y formación de átomos enteros. Simultáneamente, estos fenómenos físicos conllevan fuerzas gravitatorias, electromagnéticas y nucleares.

 

La hipótesis para el futuro estriba en una paulatina contracción desintegradora del universo con la multiplicación de agujeros negros gravitacionales, lo cual se especula sobre la posibilidad de que sean el resultado de ciclos repetitivos.

 

En 1865 el monje Gregor Mendel, el padre de la genética, descubrió algunas de las leyes de la trasmisión hereditaria, lo cual no se había difundido aun cuando en 1859 Charles Darwin escribe El origen de las especies quien el año anterior había recibido el informe de Alfred Wallace sobre la selección natural y en gran medida basó su tesis evolucionista en las contribuciones muy anteriores de Bernard de Mandeville sobre la evolución cultural y la transformación de las especies por parte de Jean-Baptiste Lamarck. Como es sabido, el desarrollo de la genética contemporánea se debe principalmente a los múltiples trabajos de Theodore Dobzhansky quien, junto a otros colegas modernos como Spencer Wells en su The Journey of Man. A Genetic Odyssey, refutan la atrabiliaria noción de “raza”.

 

Desde entonces los paleoantropólogos han debido encarar una ardua faena en las conclusiones respecto a la cadena evolutiva desde los antiguos primates a los hominoideos, el homo habilis, el homo erectus, el homo sapiens hasta el hombre actual. En estas investigaciones han colaborado en el fenómeno evolutivo zoólogos de fuste como Pierre Paul Grassé, especialmente en su Evolución de lo viviente, donde entre otros asuntos critica la extendida noción del azar (que comparte con pensadores tan alejados como Voltaire y Max Planck), tal como lo han venido haciendo autores como Jacques Monod.

 

Por su parte, el palentólogo Stephen Jay Gould incorpora una variante a la teoría evolucionista darwiniana en el sentido de enfatizar que los cambios no se producirían paulatinamente sino de a saltos más o menos bruscos (en su Desde Darwin). También es pertinente destacar que el premio Nobel en física Francis Crick en Life Itself  mantiene que el inicio del proceso evolutivo proviene de otros planetas cuyas manifestaciones fueron trasmitidas a la Tierra.

 

Muy al contrario de lo consignado por Thomas H. Huxley en cuanto a que “la alternativa es darwinismo o nada”, numerosos científicos han criticado severamente lo sostenido por Darwin en cuanto a que en el proceso evolutivo hasta el hombre sería una cuestión de grado y no de naturaleza ya que aquellos autores subrayan una diferencia radical de naturaleza en la antes referida evolución, al emerger (para recurrir a terminología  popperiana) los estados de conciencia, la mente o la psique. Este cambio radical es inexorable puesto que si fuéramos solo kilos de protoplasma no habría tal cosa como ideas autogeneradas, argumentación, revisión de los propios pensamientos, proposiciones verdaderas y falsas, responsabilidad individual, ni moral ni libertad si no hay libre albedrío y propósito deliberado.

 

Estas últimas conclusiones son suscriptas muchos por autores de peso, por ejemplo, por el premio Nobel en neurofisiología John Eccles en sus numerosos libros, entre ellos, La psique humana.

 

Ahora viene un asunto de importancia que es frecuentemente confundido con religiones oficiales y dogmas varios. El antedicho Big Bang generó toda la materia que conocemos que, como es sabido, es contingente,  es decir, puede haber sido o puede no haber sido, sin embargo para que aparezca lo contingente debe haber una causa necesaria, a saber, un principio inexorable. El lector de estas líneas procedió de sus progenitores y ellos a su vez de los suyos y así sucesivamente pero no ad infinitum, de lo contrario si pudiéramos ir en regresión sin fin querría decir que las causas que lo engendraron nunca comenzaron,  lo cual no permitiría su existencia. Por ende, es necesaria una primera causa, que se la puede denominar el Inicio, la Causa Primera, la Perfección, Dios, Alá, Yahvéh o lo que fuere, como queda dicho, sin tener que mezclarlo con religiones oficiales o dogmas.

 

En este sentido estimo muy ilustrativa la reflexión del sacerdote católico -doctor en física y doctor en filosofía- Mariano Artigas en su obra Las fronteras del evolucionismo (prologada por el antes mencionado premio Nobel Eccles): “No se comprende bien por qué sería una deshonra que el hombre descendiera de otros animales. Al fin y al cabo, el hombre es un animal […] Las dificultades surgen cuando lo que se pretende afirmar es otra cosa: que el hombre es sólo un animal como los demás: más evolucionado pero con una diferencia de más o menos en la misma línea (o sea sólo con una diferencia de grado)”.

 

Nathaniel Branden en “Free Will, Responsability and the Law” se refiere al materialismo filosófico o determinismo físico que procede de sostener que no hay tal cosa como psique al escribir que si eso fuera cierto no resultaría posible ningún conocimiento propiamente  dicho ya que no podría reclamar validez de lo que dice, incluyendo la teoría del determinismo.

 

Hywel Lewis en “Persons in Recent Thought” subraya los cambios constantes en toda la estructura anatómica del ser humano y,  sin embargo, conserva su identidad a través del tiempo. Noam Chomsky en Languaje and Mind explica que el lenguaje humano nada tiene que ver con la comunicación animal puesto que se trata de “una organización mental completamente diferente” y, el mismo autor señala que “No hay forma en la que los ordenadores complejos puedan manifestar propiedades tales como la capacidad de elección […] Un ordenador no puede entender el lenguaje del mismo modo que un aeroplano no puede volar como un águila” (en su ensayo titulado “Las computadoras no eligen”).

 

Es por esto  último que el filósofo John Searle le responde al matemático Alan Turing cuando sugiere que se coloque una computadora en un cuarto con dos terminales una administrada por un ser humano y en la otra solo la máquina conectadas con otra persona con su computadora en otra habitación. Turing propone que éste último individuo le haga todas las preguntas que considere convenientes a las dos terminales y si no puede distinguir cual es cual quiere decir que no hay diferencia fundamental entre un ordenador y un ser humano. A esto responde Searle con el denominado “experimento del cuento chino” que se traduce en que se encierra a una persona en un cuarto y sin el menor conocimiento del idioma chino se le pasa un cuento en ese idioma y a continuación se le formulan preguntas sobre ese relato frente a varias respuestas posibles. Previamente se le entrega a la persona en cuestión un código para que calce con la variante de las respuestas correctas. Esto para demostrar que si está bien programada la máquina no requiere comprender o entender el significado del proceso a diferencia de cómo procede un ser humano.

 

En este sentido Raymond Tallis en Why the Mind is not a Computer, elabora los motivos por  los que no es procedente referirse a la “memoria” de los ordenadores, del mismo modo que no lo era cuando nuestros ancestros le hacían un nudo al pañuelo para recordar algo con lo que no se concluía que el pañuelo tenía gran memoria. Del mismo modo Tallis nos enseña que las computadoras en rigor no computan puesto que son impulsos eléctricos programados, el que computa es el ser humano, del mismo modo que el reloj “no nos dice la hora”. Idéntica crítica formula este autor al contradecir el dicho popular en cuanto a que tal o cual cosa “es inteligente” puesto que la inteligencia significa inter-legum, esto es leer adentro, captar esencias y interrelacionar conceptos, lo cual no puede hacer lo inanimado.

 

George Gilder concluye que “En la ciencia de la computación persiste la idea de que la mente es materia. En la agenda de la ´inteligencia artificial´ esta idea ha comprometido una generación de científicos de la computación en torno a la forma más primitiva de superstición materialista […] La hisoria intelectual apuntó a una agenda de autodestrucción, mejor conocida como materialismo determinista” (en The Quantum Revolution in Microcosm).

 

Thomas Nagel en Mind & Cosmos se pregunta sobre la consistencia de presuponer que la física lo explica todo porque “si la mente no es en si misma meramente física, no puede explicarse por la ciencia física […] algo más se requiere para explicar  como puede haber conciencia, seres pensantes”.

 

Howard Robinson en “Substance Dualism and its Rationale” resume este ángulo de análisis: “Lo físico es público en el sentido de que en principio cualquier estado físico es accesible (susceptible de precibirse, de conocerse) para cualquier persona normal […] Los estados de conciencia son diferentes porque el sujeto a quien pertenecen -y solo ese sujeto- tiene un acceso privilegiado a eso” y, además, “el pensamiento es sobre algo […] mientras que los estados físicos no son sobre algo, están simplemente ahí […] y los pensamientos pueden también ser sobre lo que no existe” pero lo físico es por definición lo que existe como tal (lo cual no quiere decir que todo ello pueda tocarse o, en su caso, ni siquiera verse, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas).

 

Por último, a raíz de las exploraciones de Thomas Szasz, especialmente en El mito de la enfermedad mental, dirigidas a destacar que en patología una enfermedad consiste en una lesión de órganos, tejidos o células por lo que la conducta o las ideas en rigor no pueden estar enfermas, en todo caso la enfermedad podrá deberse a problemas químicos o de neurotransmisores en el cerebro pero no en la mente inmaterial. Más aún, cuando se hace referencia a un “deficiente mental” debe precisarse que se trata de un “deficiente cerebral”, del mismo modo cuando se alude al brain-storming en verdad se trata de mind-storming.

 

En resumen, las evoluciones en todos los órdenes de la vida no son más que manifestaciones de la limitación y la imperfección de los humanos, lo cual incluye nuestra propia evolución desde la ameba.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Argentina: Progresismo e igualdad

Por Gabriel Boragina. Publicado el 10/6/13 en http://www.hacer.org/latam/?p=28025 

Uno de los tantos mitos de las ciencias sociales, ampliamente difundido hoy en día, es el del “progresismo”. Los progresistas asumen como suyo el ideal igualitario, entendido este como el de la igualdad mediante la ley y no ante la ley (este último ideal propio del liberalismo). Ese primer tipo de “igualdad” es característico de la “igualdad” colectivista. Nos proponemos analizar en lo que sigue, si el “progresismo” conduce realmente a esa clase de “igualdad”.

La igualdad colectivista conlleva al estancamiento platónico que postula detener todo cambio, como lo explica K. R. Popper[1]. La noción de cambio implica la de mejora o desmejora, conceptos ambos que excluyen el de igualdad. Por lo tanto, una sociedad colectivista no debería ni mejorar ni desmejorar (caso contrario dejaría de ser igualitaria), sin embargo su práctica -donde se ha llevado a cabo- resultó siempre en una desmejora de todo aquello que se pretendió “igualar”. La historia rebosa de ejemplos: cuando el nazismo pretendió “igualar” la sociedad para que todos fueran arios, implicó el exterminio de los disidentes y judíos, es decir, tanto en términos cualitativos como cuantitativos desembocó en desmejora. Las experiencias comunistas de China, URSS, Cuba, etc. dieron resultados análogos: exilio, presos políticos, confinamientos en campos de concentración, hambrunas, fusilamientos, o sea, en resultados netos: desigualdad (el análisis inmoral de estas colectivizaciones y las dictaduras en las que desembocaron ya lo hemos hecho en nuestra obra Socialismo y capitalismo).

Mientras la igualdad es estática, la realidad es dinámica, y este el principal conflicto que enfrentan absolutamente todos los proyectos políticos y económicos de “igualdad de oportunidades”.

Lo opuesto a la igualdad es el cambio. Como dijimos arriba, el cambio implica mejora o desmejora. La mejora la denominamos progreso, y la desmejora retroceso. La igualdad equivale al estancamiento, pero en materia social, como explicamos antes, en el mejor de los casos significó –por algún tiempo- un estancamiento, pero en la mayoría de los otros, directa desmejora, o sea, retroceso social. Por esto, un programa “igualitario” o “equitativo” nunca puede ser “progresista” como se le suele llamar, sino que en los hechos es “retrocesista”, “retardatario” o “regresista”. Paradójicamente, lo que usualmente en materia política y social se denomina “progresismo” resulta (en los hechos) ser reaccionario al verdadero progreso, en virtud de su aversión al mejoramiento social en escala. De allí, que lo máximo que pueda lograr todo movimiento “progresista” sea el mejoramiento de ciertos sectores sociales a costa de otros, con lo cual se obtiene un producto de suma cero, el que por definición implica ausencia de todo progreso neto. Lo que es “igual”, no “progresa”, caso contrario no sería “igual”. El igualitarismo es incompatible (por contradictorio) con el progresismo.

Pero cabe hablar en otro sentido y referirse a un “progreso igualitario”, o en diferentes palabras a que todos progresen “por igual”. Por ejemplo, lograr que todos crezcan a una tasa de -por caso- un 5 % en una unidad de tiempo uniforme (mensual, anual, quinquenal, etc.). Sólo en este sentido podrían conjugarse las palabras progresismo eigualdad, donde la “igualdad” estaría referida a la tasa de progreso y no al estado inicial ni final de los sujetos implicados.

Por lo general, estas políticas “progresistas” así entendidas (de este último modo) se dirigen -naturalmente- a los resultados, es decir, tendiendo a corregir situaciones iniciales que se consideran “injustas”, “desiguales” o “inequitativas”, apuntado a escenarios finales en las que todos los participantes reciban la misma cantidad o calidad de producto. Lo que en economía suele recibir el nombre general de redistribución de ingresos.

Pero ¿qué sucede si uno (o muchos) no quieren o no pueden “progresar” a esa tasa fijada por las autoridades “progresistas”?

El problema ineludible que enfrentan -y ante el cual siempre han fracasado en todo tiempo y lugar- es que las tasas de progreso de los individuos son diferentes, por la tremenda realidad (tantas veces negada) que los individuos son todos entre si también y del mismo modo, diferentes. Y asimismo estos progresistas niegan empecinadamente otra realidad vital: que en función de las naturales desigualdades biológicas y psicológicas del hombre, en tanto algunos progresan otros desprogresan o retroceden.

Es por esta razón que los progresistas, en tanto insisten en sostener el ideal igualitario, deben repetidamente acudir a la fuerza para intentar “igualar” las dispares tasas de crecimiento de los individuos a fin de que todos puedan “progresar por igual”. “Igualdad” que se quiebra en el mismo momento en que el “progresista” debe hacer uso de la fuerza para quitarle a Pedro (que produce 10) 5 (de esos 10) para darle a Juan que produce 0. Con lo que se advierte que consumar el “ideal igualitario” sólo puede llevarse a cabo a través de la violencia, y nunca por medios pacíficos. Aquí se ve como progresismo e igualdad se oponen, porque por los métodos “progresistas” el único que progresa es Juan y no Pedro porque este, al perder 5 de sus 10, no progresa, sino que desprogresa. En el “progresismo” pues, “progresan” los unos a costa de los otros. Nada más alejado de la “igualdad” y contradictorio con ella que el “progresismo”.

El capitalismo es el único sistema donde todos realmente pueden elegir progresar o no hacerlo. Pero en el que la capacidad potencial de progreso esta -en principio- abierta a todo el mundo. No hay sistema más verdaderamente progresista en el mundo que el capitalista. Incluso el proceso de capitalización que se da en los mercados libres, hace que personas que no se han propuesto deliberadamente progresar, lo hagan de todos modos, casi como un efecto no querido.

Dado que el colectivismo implica al igualitarismo, es una contradicción en términos decir que en ese tipo de sociedades existe “progresismo”, o que son (a la vez) “progresistas”. “Igualitarismo” y “progresismo” se contraponen semántica y conceptualmente. Una política “progresista” no puede defender el ideal igualitario porque se estaría contradiciendo a sí misma.

Nota: [1] Karl R. Popper. La sociedad abierta y sus enemigos. Ed. Orbis.

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.