Políticos ricos, pueblos pobres

Por Gabriel Boragina. Publicado en: http://www.accionhumana.com/2019/11/politicos-ricos-pueblos-pobres.html

 

La aparente paradoja por la cual líderes políticos que sostienen y defienden un discurso «de izquierda» (socialista, valga la aclaración en estas épocas de alta confusión semántica) ganan adhesiones y elecciones al mismo tiempo que se hacen ricos cuando alcanzan alguna cuota de poder, e inmensamente ricos cuando asumen todo el poder posible sin perder seguidores y adictos sino -por el contrario- incrementarlos tiene explicación -en mi opinión- en lo siguiente:
La ideología marxista se ha extendido por todo el planeta y domina la mente humana, claro que en diferentes grados que van del 1% al 100%. En el extremo del 100% encontramos al marxismo-leninismo, aunque afortunadamente no son muchas las personas que aglutinen explícitamente a esta corriente hoy en dia. Y en escala decreciente al marxismo gramsciano.
Por debajo de ese 100% hallamos a todos los individuos que dicen «no ser» ni comunistas, ni socialistas, ni de izquierdas, etc. pero que, sin embargo, están de acuerdo con opiniones tales como la que «los ricos deben pagar más impuestos y en mayor alícuota que los pobres», que «el gobierno debe redistribuir la riqueza», «igualar rentas y patrimonios», etc. Lo que en los hechos implica aceptar (aunque ellos lo nieguen) que los ricos explotan a los pobres, al menos en alguna medida mayor o menor, pero dar, por cierto -de una forma o de otra- la teoría de la explotación marxista. Niegan para sí mismos el rótulo de marxistas, no obstante, el menor dialogo con cualquiera de ellos y las respuestas a nuestras preguntas denotan que piensan como verdaderos marxistas, mal que les pese.
Poca gente tiene buena opinión sobre el capitalismo, a la vez que está convencida que es el sistema que «domina al mundo», idea que impregna no solo a los pobres sino a sujetos de posición acomodada.
En esta mitología popular el gobierno es el instrumento de «la justicia social» que «debe» combatir al capitalismo «imperante» y destruirlo o -al menos- disminuir su poder, para (acto seguido) redistribuir la riqueza «mal habida» de los «capitalistas» y repartirla entre los pobres. Por eso, el súbdito populista no ve con malos ojos el enriquecimiento de sus cabecillas populistas sino al contrario, lo que ellos «ven» es que cuanto más ricos son los políticos populistas más pobres son los representantes del «capitalismo» mundial o local. Esto explica que personajes nefastos y siniestros como Hitler, Mussolini, Stalin, Perón, Fidel Castro, Chávez, como hoy Maduro, Evo Morales, los Kirchner y muchos otros hayan sido o sean enormemente ricos, porque la mayoría de las masas lo ve como el botín arrebatado a los «capitalistas» que será -hoy o mañana- repartido entre los más desfavorecidos.
Encuentro aquí la razón por la cual lo que yo califico como enriquecimiento por corrupción de los jefes populistas un seguidor populista no lo ve de ese modo y lo defiende de palabra y luego en las urnas con su voto al que -para mí- es un corrupto socialista (en realidad, la corrupción es inherente al socialismo).
Si de algo se culpa a los gobiernos (en esta mentalidad tan popularmente extendida) es de no ser eficaces en cuanto a la expropiación de los capitalistas, y la pobreza se atribuye a esto, y no a su verdadero motivo: la inexistencia de tal «capitalismo» que sólo habita en la mente enfermiza de populistas y socialistas. Los dirigentes populistas inculcan a las masas que el hambre y la miseria no son culpa de los gobiernos «de izquierda» sino de los «de derecha» que «no quieren» combatir al capitalismo. Ellos entienden por «capitalismo» a los grupos empresarios, banqueros y -en algunos casos- grandes comerciantes y punto.
Esto demuestra también porque habitantes de zonas muy pobres o carenciadas votan a gobernadores ricos que los mantienen en esa condición mientras estos lucran de sus impuestos y hechos de corrupción, al tiempo que siguen siendo elegidos masivamente comicios tras comicios. Aun para la persona más ignorante parece «evidente» que no es el gobierno el que lo conserva en ese estado y en la pobreza sino el «maldito capitalismo». Y que cuando la pobreza aumenta es por dos «razones» posibles: o el gobierno donde ello ocurre es ineficaz para combatir al capitalismo, o bien se ha convertido en cómplice de los capitalistas. No existe para dicho tipo de masa ninguna otra explicación, o no están preparados para aceptar razonamientos más profundos y consistentes. Menos aún para aceptar la verdadera causa de la pobreza: la ausencia de capitalismo.
De esta manera se puede entender -aunque no excusar- el hecho innegable de más pobres votando o apoyando implícita o explícitamente a políticos ricos, o justificándolos cuando asumen poderes de facto. Todas las tiranías se disculpan a sí mismas discurseando que se tuvieron que convertir en tiranías para enfrentar «el creciente poder» del «imperialismo capitalista», «grupos económicos», etc. es decir, aceptando el planteo fundamental de Marx y de Engels (la dictadura del proletariado) tan errado por estos como por sus «modernos» continuadores.
Es por eso que los políticos más «moderados» evitan hablar del capitalismo en términos elogiosos, y se cuidan mucho de prometer en sus campañas electorales que si llegaran al gobierno promoverán el capitalismo o medidas afines a este, porque saben que tales declaraciones les restarían votos si las incluyeran en sus plataformas electorales, y porque tampoco la mayoría de ellos cree en ese sistema, excepto cuando suponen utilizarlo para incrementar sus propios patrimonios. Pero desconocen que no se hacen ricos por poner en práctica los principios del capitalismo sino los contrarios al mismo. Dado que lucrar a costa de los contribuyentes no es capitalismo, es simple y llano latrocinio y rapiña.
Cuando un partido quiere desalojar a otro de la competencia electoral no hay arenga más estratégica, demagógica y más efectiva para semejante propósito que acusar a los partidos contrarios de querer defender o representar a «los ricos» y a «los capitalistas», esto genera entusiasmo y apegos entre las multitudes y votantes. Es decir, esta perorata sumada a que en la mente de los sufragantes está implícito el Dogma Montaigne por el cual «la riqueza de los ricos es consecuencia de la pobreza de los pobres» brindan al demagogo la fórmula perfecta para aumentar su caudal de votos en cualquier elección. Por ejemplo, en el caso argentino el peronismo opositor predicó desde el comienzo mismo del mandato del presidente Macri que este «gobernaba para los ricos» (lo que desde luego era falso) y así, finalmente, logró vencerlo en las elecciones respectivas. 

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero. Síguelo en  @GBoragina

ESPERANZA EN VENEZUELA

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

El caso Chávez-Maduro ha sido el ejemplo contemporáneo más claro de la degradación de la idea de la democracia que fue concebida para proteger derechos y no para conculcarlos como ha sido el caso en grado superlativo que comentamos. Es la contracara más repugnante de lo estipulado por los Giovanni Sartori de nuestra época para caer en pura cleptocracia, es decir, gobiernos de ladrones de libertades, de propiedades y de sueños de vida cuando no de la vida misma.

 

Para evitar las repeticiones de estos abusos de poder tan grotescos como indecentes, se hace necesario, perentorio diría, contemplar nuevas vallas al ejercicio del poder al efecto de preservar el genuino espíritu democrático tan manoseado pero tan poco comprendido. He escrito antes sobre diferentes propuestas fértiles en esta dirección por lo que en esta oportunidad no me detendré en el asunto pero dejo sentado el tema. Fenómenos que ocurren en otros países que aun no siendo tan extremos como el venezolano muestran claros síntomas de burlas de diverso tenor al espíritu democrático.

 

Los pasos por el Orinoco de estos Atilas modernos dejan rastros profundos y cicatrices dolorosas por lo que eventuales nuevos administradores del poder deben proceder con celeridad a restaurar las heridas en línea con la preservación de las autonomías individuales sin rodeos de ninguna naturaleza. No se trata, claro está de sustituir tiranos de malos modales por uno con mejores modales, se trata de establecer una sociedad libre donde los derechos individuales característicos del liberalismo sean prioridad al efecto de abrir de par en par las puertas al progreso moral y material para todos pero muy especialmente para los más necesitados.

 

El vendaval espantoso que dejan los tiranos venezolanos con el apoyo  de la isla-cárcel-cubana ha producido efectos devastadores en todos los planos concebibles. El actual Papa no ha disimulado su simpatía por el socialismo y solo ha patrocinado “concordia entre las partes” que tal como han expresado veinte ex presidentes de la región, “es como si pretendiera que las víctimas se arreglaran con sus victimarios”.  Es de destacar por otro lado la valiente y decidida actitud de los dignatarios de la Iglesia venezolana a contracorriente y en abierta oposición a las directivas de su jefe en el Vaticano.

 

Debe destacarse también la posición decidida y con el necesario coraje moral de mandatarios de todo el mundo que han repudiado expresa y reiteradamente la tiranía venezolana, en especial la contundencia del Grupo de Lima. En esta línea argumental es del caso subrayar la perseverancia y la decisión del actual secretario general de la OEA que ha venido pregonando la necesidad de acabar con el engendro venezolano.

 

La seguidilla de marchas opositoras, los presos políticos, las muertes, la crisis económica que incluye falta de alimentos y fármacos elementales, las emigraciones masivas,  la asunción del nuevo poder en la Asamblea Nacional según lo prescripto por la Constitución a raíz de las elecciones amañadas y tramposos de Maduro desde todos los ángulos posibles de análisis, la marcha multitudinaria del 23 de enero pasado, como acabamos de consignar el reconocimiento internacional al nuevo gobierno a pesar del agresivo apoyo del gobierno ruso, insurrecciones militares esporádicas, arrestos y demás sucesos apuntan a una posible restauración de las instituciones republicanas.

 

Es de esperar que el payaso maligno de Maduro, buen heredero del comandante que inició la deblacle, ya no podrá hablar de “la multiplicación de los penes”, ni dirigirse a “los millones y millonas” ni hablar con los pajaritos y demás imbecilidades. Cabe recordar que Simón Bolívar escribió en el denominado “Discurso de Angostura”, el 15 de febrero de 1819, que “nada es tan peligroso como que permanezca largo tiempo un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía”.

 

Lamentablemente siempre hubieron otros gobiernos cómplices del terrorismo que han dado apoyo directa o indirectamente a los estridentes patrocinadores del inaudito y reiterativo socialismo rebautizado como “del siglo xxi” con la intención de disfrazar las barrabasadas criminales del socialismo a secas. En La Habana delante del tirano Fidel, Chávez declaró que “Cuba es un bastión de la dignidad humana”… con los fusilamientos, la represión constante, las pocilgas en que se convirtieron los hospitales, el adoctrinamiento en que se convirtió la educación haciendo que se escribiera con lápiz para borrar y usar los mismos cuadernos debido a la escasez de papel y demás latrocinios y persecuciones a cualquier signo de oposición, en el contexto del partido único y la prensa oficial. Maduro continuó y profundizó las obscenidades de su maestro.

 

Es del caso tener presente lo expresado por el coronel Chávez en la entonces Asamblea Legislativa -recordado con algarabía y beneplácito por Maduro- en cuanto a que “no debe considerarse a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) como guerrilleros terroristas ya que eso es un invento grotesco de Estados Unidos” y que “no son ningún grupo terrorista, son verdaderos ejércitos que ocupan espacios en Colombia, hay que darles reconocimiento, son fuerzas insurgentes que tienen un proyecto político, un proyecto  bolivariano que aquí es respetado”, a lo que naturalmente le replicó el ministro del interior colombiano del  momento al afirmar que “la calificación de terrorista no es caprichosa sino que deriva de los actos terroristas de las mencionadas bandas criminales”.

 

Sin duda que la historia venezolana descubre corrupciones y desaguisados ejecutados por varios de los partidos políticos de la era anterior a la irrupción de los tiranos de marras, pero esos problemas no justifican en modo alguno empeorar la situación como ha ocurrido desde el golpe militar de Chávez de 1992 sino, por el contrario, demanda tomar el camino inverso y sanear la República. Esperemos que muy pronto dejemos de presenciar el triste espectáculo de ver las vergonzosas imágenes de los aplaudidores tan o más repugnantes que el aplaudido, una masa amorfa de carne impregnada de servilismo.

 

A esta altura no podemos saber a ciencia cierta como terminará el episodio que venimos comentando, solo cabe precisar que si se decidiera el levantamiento de las Fuerzas Armadas esto sería un contragolpe puesto que el golpe ya lo propinaron los dictadores al alzarse contra los principios republicanos, con una urgencia aun mayor, por ejemplo, que los contragolpes independentistas que se revelaron en América del Sur y América del Norte contra la usurpación de derechos que impusieron en las colonias respectivamente por parte de la metrópoli española y la corona inglesa.

 

Me solidarizo con sus privaciones y sacrificios de la población venezolana, pero renuevo el pedido de estar alerta para no caer en medias tintas tan peligrosas como malsanas. El respeto a la propiedad privada constituye el eje central de las medidas urgentes a tomar puesto que como ha escrito Marx y Engels en el Manifiesto Comunista de 1848 “todo nuestro programa puede resumirse en esto: abolición de la propiedad privada”. Y debe tenerse muy en cuenta que en la medida en que se afecte ese derecho sin necesidad de abolirlo, en esa medida se producen desajustes graves que consumen capital y por ende reducen salarios e ingresos en términos reales.

 

No se puede jugar con fuego, en su momento la higiene conceptual debe ser completa con el criterio más exigente para lo cual, entre otras cosas, debe liberarse el sistema educativo de toda tutela gubernamental al efecto de permitir la competencia en un proceso que es por su naturaleza de prueba y error exento de toda politización puesto que el conocimiento tiene la característica de la provisionalidad sujeto a posibles refutaciones.

 

Otra medida aconsejable es la eliminación de la banca central y el curso forzoso para permitir que la gente elija los activos financieros con los que desea operar ya que la denominada “autoridad monetaria” solo puede decidir entre uno de tres caminos: expandir, contraer o dejar igual la base monetaria con lo que siempre y en todos los casos altera los precios relativos que son los únicos indicadores para los agentes en la economía. Esto, entre muchos otros, ha sido reiteradamente aconsejado por los premios Nobel en economía Friedrich Hayek y Milton Friedman.

 

Un tercer campo es la inexorable apertura comercial con el exterior para hacer posible las compras baratas y de la mejor calidad posible y así liberar recursos humanos y materiales para producir otros bienes y prestar otros servicios. Las culturas alambradas hacen mucho daño y permiten la acción depredadora de empresarios prebendarios que en su siempre hedionda alianza con el poder político de turno, explotan miserablemente a sus congéneres.

 

En cuarto lugar, la inmediata privatización de todas las empresas estatales al mejor postor sin base ni condición alguna ya que los incentivos son muy distintos en estos sitios donde hasta la forma en que se toma café y se encienden las luces es de modo sustancialmente diferente ya que la característica de una empresa propiamente dicha es el asumir riesgos con recursos propios y no coactivamente con el fruto del trabajo ajeno.

 

Por último, pero no por ello menos importante es la eliminación de ministerios y reparticiones burocráticas dejando sin efecto funciones pero nunca podando gastos porque, igual que con la jardinería, la poda hace que crezca con mayor vigor. Y de más está decir que desaparezcan cargos como el que propicia “la felicidad absoluta” y otras tropelías incalificables.

 

Hay muchas personas e instituciones que han hecho faenas admirables por la libertad de Venezuela en los últimos largos tiempos pero quiero poner en primer plano a dos de los embanderados con esta noble causa. Se trata del Centro de Divulgación del Conocimiento Económico (CEDICE) que en otro orden de cosas tuve el gusto de visitar en varias oportunidades y que también publicó uno de mis libros y El Diario de Caracas donde vengo colaborando con columnas semanales desde hace años.

 

Salvo los sátrapas del régimen no hago nombres propios en esta nota periodística pero quiero hacer un par de excepciones respecto a dos personajes singulares que tenían un conocimiento profundo de lo que había que hacer en su país Venezuela y que se desvivieron por esa nación, sacrificaron su salud y sus negocios para bien de todos los venezolanos. Estoy naturalmente hablando del empresario Ricardo Zuloaga y del periodista Carlos Ball, hoy muertos ambos pero que permanecen en la memoria de nosotros sus amigos y de todos sus compatriotas de bien. En honor a estas personas y a tantos que como ellos ofrendaron sus vidas, es de esperar que nuestros hermanos venezolanos puedan encaminarse a la brevedad por la senda del progreso moral y material.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba.

«Bien común» y mercado

Por Gabriel Boragina. Publicado en: http://www.accionhumana.com/2018/10/bien-comun-y-mercado.html

 

Nos hemos explayado antes entre dos nociones diferentes del término «bien común», ambas antagónicas.
El dilema se plantea, pues, entre la versión colectivista de bien común y la individualista. La colectivista implica, en realidad, que por esa expresión se entiende un supuesto «derecho» de las mayorías por sobre las minorías, es decir, donde los más se benefician en perjuicio de los menos, lo que se opone al concepto liberal o individualista de la locución, en la que el favor o ventaja de unos no puede -de ningún modo- implicar el perjuicio de otros. Propiciaremos este segundo sentido como el correcto a nuestro criterio.
En este último, el bien común (y en nuestra personal opinión) alude al bien de todos sin excepción, caso contrario habría que utilizar otras fórmulas (por ejemplo, bien general, mayoritario, etc.). No obstante, está implícito en el uso habitual la frase «bien común» como el de un grupo mayoritario, difuso e indefinible o, más bien, definible a gusto del definidor. Esto ha dado pie a que políticos inescrupulosos -y aun hasta tiránicos- hayan pretendido enarbolar para sus acciones antisociales la bandera del bien común, con los consiguientes abusos y angustias que acarrearon contra sus contrarios, y paralelamente, alegrías y provechos para sus partidarios.
Personajes como Hitler, Mao Tse Tung, Mussolini, Stalin, Fidel Castro, Juan D. Perón, Chávez y otros nombres siniestros de la historia (por sólo citar algunos y los más conocidos por todos) han pretendido ser los adalides y genuinos defensores del bien común. Los resultados han sido los que son de público conocimiento: guerras sangrientas, pobreza, hambre, miseria, devastación, etc.).
Resulta intrínsecamente discordante con la frase bien común que -en su aplicación- unos se privilegien a costa de los demás. El bien común ni se contrapone ni está en contradicción con el bien particular, porque si este último supusiera, eventualmente, el mal de un semejante automáticamente desaparece el bien común. Por otra parte, en el caso de que un individuo dañe a otro, tampoco podría decirse que el bien particular del agente dañoso se logró a costa del mal provocado al sujeto dañado. Porque frente a un daño cualquiera habrá una reacción, ya sea social o individual, tendiente a una reparación, con lo que el supuesto «bien particular» obtenido a costa del mal particular de otra persona dejará de ser un «bien particular». En otras palabras, ante tales circunstancias el bien común se disipará.
Ahora bien, la pregunta clave es ¿puede la política o los políticos conseguir el bien común? Creemos que la política es solamente un factor, entre otros, en dicho cometido. Y la experiencia ha demostrado que, lejos de ser un gestor causal del bien común, con frecuencia ha sido su primordial obstáculo. Sucede que los operadores de la política, es decir, los políticos, aun en los casos en los que abrigan las mejores intenciones, no están en condiciones de conquistar el bien común por muchas razones. La primera de todas, a nuestro entender, es la ya señalada antes: que confunden el bien común con el bien mayoritario, en consecuencia, sus acciones se encaminan en tratar de consumar, en la medida de sus posibilidades, ese bien mayoritario. La dificultad consiste en que, aun ciñéndonos a una mayoría circunstancial, cada uno de los integrantes de esa mayoría entiende el «bien» de disimiles maneras. Y ningún político se halla en condiciones de conocerlas todas y, menos todavía, al detalle, satisfacerlas todas y cada una.
Eso, como hemos señalado, suponiendo los mejores propósitos de los políticos. Pero, a menudo y, sobre todo en el caso latinoamericano, las miras de los políticos no se orientan en dicho sentido, sino que se limitan a alcanzar las mayores ganancias para sus partidarios, y sólo secundariamente para el resto de los ciudadanos, en tanto y en cuanto tales procederes les reporten algún rédito político, lo que se traduce, en buen romance, en votos que les permitan conservar el poder, o volver a acceder al mismo en el caso que -de momento- no se hallen al mando. Pero hay una situación peor aún, que se presenta cuando los políticos tratan de lucrar todo lo posible exclusivamente para el propio circulo gobernante, descartando tanto a partidarios como al resto de la ciudadanía.
Nuestra personal perspectiva es que, la meta del bien común es y debe ser algo que comprometa al total de la sociedad, esto es, tanto a la sociedad política como la civil. Y dado que, existe una interacción permanente entre ambas son ellas en conjunto las que pueden alcanzar o frustrar el objetivo tendiente de arribar al bien común. Hay que recordar que hemos caracterizado a la sociedad política como dependiente de la civil y subordinada a esta, al menos en el plano del deber ser. Si existe un enfrentamiento o alguna clase de conflicto entre ambas sociedades demos por cierto que ningún objetivo de bien común podrá ser captado. Si hemos considerado por seguro que la colisión entre dos individuos atenta contra el bien común, no menos será cierto ello cuando el problema aparezca entre dos grupos sociales.
Centrando ahora el análisis de cómo opera la sociedad civil con miras a arribar al bien común diremos que el principal instrumento es el mercado, ámbito en el cual se coordinan, combinan y complementan los deseos de compradores y vendedores. Habida cuenta que los humanos no somos autosuficientes, resulta necesario intercambiar en libertad nuestras producciones con las de nuestros semejantes. La satisfacción derivada entre las partes cuando tales procesos se verifican en la más total libertad coadyuva al fin del bien común. Pero, más allá de lo crematístico, la llave de entrada que abre la puerta del bien común es la libertad. Sin libertad no hay bien común posible. Y el bien común reside -en el fondo- en el pleno agrado de todas las aspiraciones humanas, sean dentro o fuera del mercado, ya que no olvidemos que el mercado es una simple y mera herramienta para la consecución de tales designios. No obstante, todos los fines -sean estos mercantiles o no mercantiles- necesitan inexorablemente de un requisito ineludible que -como queda dicho- se resume en una sola palabra: libertad.
Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Descentralización y gasto

Por Gabriel Boragina Publicado  el 14/8/17 en: http://www.accionhumana.com/2017/08/descentralizacion-y-gasto.html

 

Hay autores que, comprendiendo los nocivos efectos que un gasto público desbordado puede ocasionar, han insinuado diversas recetas para contenerlo. Por ejemplo:
«Con el fin de establecer defensas institucionales sólidas frente a demandas sociales que no es posible atender en el corto plazo y evitar eventuales desbordes populistas, cabe sugerir: [….] Reservar al Presidente de la República (o Primer Ministro en un régimen Parlamentario) -también por norma constitucional- la iniciativa exclusiva de ley en materias que signifiquen aumento del gasto público, mayores beneficios previsionales, creación de empleos estatales o incrementos tributarios.»1
El objetivo es plausible, y ya nos hemos explayado sobre los males de un gasto público que no cumple ni con las finalidades del gobierno, ni permite libertad a la actividad privada. Si bien la cita enuncia como problemas «el aumento del gasto público, mayores beneficios previsionales, creación de empleos estatales o incrementos tributarios», poniendo a todos ellos -al parecer- en un mismo rango, en rigor los beneficios previsionales, los empleos estatales y los incrementos tributarios son consecuencia y no causa del gasto público. Por supuesto que, el gasto no se reduce a estos ítems, sino que sus partidas comprenden muchas otras erogaciones, pero el autor citado ha querido circunscribirse a aquellas que -según él- considera las de mayor demanda social.
Ahora bien, la cuestión de otorgarle al presidente de la república o primer ministro facultades exclusivas en materia de iniciativa legal para proponer medidas semejantes es, desde nuestro punto de vista y como habitualmente se suele decir, “un arma de doble filo”. Pareciera que la idea es sustraerle al congreso o parlamento tales prerrogativas, presumiblemente porque ha de suponerse que los legisladores o parlamentarios serán mas vulnerables que el presidente o primer ministro a las presiones populistas. Sin embargo, nosotros no encontramos base, ni lógica ni racional, a tal interpretación. Por el contrario, creemos no equivocarnos si observamos que la experiencia política (la latinoamericana es un muy buen ejemplo) demostró que han sido muchos presidentes los que fueron susceptibles y altamente influenciables a las demandas populistas. Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil, y mas tarde Chávez en Venezuela, los Kirchner nuevamente en Argentina, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, etc. impulsaron y dieron cabida por igual a las pretensiones populistas para elevar el gasto público (sistemáticamente llamado “social” como si pudiera existir algún gasto público que no tuviera por destino satisfacer una demanda social).
Finalmente, habría que apuntar que la medida propuesta podría atentar contra la división republicana de poderes, y -al mismo tempo- ser una tentación para ambiciones personalistas y -por ultimo- para aspirar a la implantación de una dictadura. Instintivamente, no nos parece prudente la propuesta. Que la iniciativa legislativa sobre el gasto público se concentre en una sola mano como que se distribuya entre muchas no es por cierto mejor que contar con una regla que lo limite, sea quien fuere quien la proponga.
Tampoco resulta tranquilizante la necesidad de una reforma constitucional para determinar quien será -en suma- quien tendrá la iniciativa de proponer leyes sobre el gasto público. Por triste experiencia es sabido que las reformas constitucionales son ocasiones propicias para que los políticos que las llevan a cabo introduzcan de contrabando muchas otras normas que poco o nada benefician a la comunidad, y si -en cambio- favorecen sus propias posiciones de poder. Los ejemplos abundan en la historia de reformas constitucionales que, lejos de ser positivas para el interés de la gente, han resultado -por el contrario- muy negativas, sobre todo en materia de derechos individuales
«Debe comprenderse que no existe una definición precisa, mucho menos una fórmula —ni un sentido general, ni específico para cada país— ya sea para medir el nivel óptimo de descentralización o para indicar la ubicación ideal de los recursos, responsabilidades y poderes entre las diferentes esferas del gobierno. Vale la pena ilustrar la simple comparación de la evolución de la distribución gubernamental del gasto público en Chile y en Brasil desde la década de los ochenta. Mientras que en el primero la participación de los gobiernos subnacionales en el gasto nacional ha crecido del 4 al 13%, en el segundo se ha elevado del 35 al 48%; en otras palabras, la descentralización chilena ha avanzado más en términos relativos, aunque sigue siendo un sistema tan centralizado como lo fue Brasil en los años de apogeo del régimen militar.»2
La primera observación a realizar respecto de este párrafo arriba transcripto es que el autor hace una completa asimilación entre nivel de gasto público y descentralización. Es decir, toma ambos términos como sinónimos. Los gobiernos centrales pueden favorecer el aumento del gasto público provincial o estadual, o pueden desalentarlo. Las provincias o gobiernos subnacionales pueden endeudarse a cuenta de las arcas nacionales, o hacerlo por su cuenta. Todo ello debería estar debidamente reglamentado. Y por sobre todas las cosas, limitado. Habría que encontrar mecanismos por los cuales se habilitara una enmienda constitucional que solamente tuviera por objeto fijar una regla restrictiva a la facultad de los gobiernos -tanto nacionales como provinciales- a endeudarse sin mas limite que el de la propia voluntad política por encima de los recursos reales y efectivos con los cuales aquellos verdaderamente cuentan en sus tesoros.
Cuestiones diferentes son la descentralización del gasto y la de funciones. No son lo mismo o, al menos, no nos parece tan seguro que ambos conceptos lo sean. Pensamos como cosa distinta la descentralización de funciones y el costo que cada una de esas funciones demande concretamente al ente político o administrativo que tenga a su cargo. Determinada función puede delegarse a una repartición administrativa, provincial o municipal. No obstante, a menos que se le conceda una completa y absoluta autarquia, podría legalmente establecerse que la financiación de dicha actividad quedara a cargo del gobierno nacional. Este seria el caso de una mera descentralización funcional pero no financiera. Se delegan o descentralizan las funciones, pero no su financiamiento Claro que se podría cuestionar -con razón- de que este se trate de un verdadero caso de descentralización, dado que, quien maneja los fondos necesarios para la función es (en los hechos) el que esta gestionando la función, ya que sin tales recursos la función seria imposible de cumplir, por mucho que se la hubiera descentralizado legalmente.
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1 EDGARDO BOENINGER-«El papel del Estado en América Latina»- Capítulo I. En Rolf Lüders. Luis Rubio-Editores. Estado y economía en América Latina. Por un gobierno efectivo en la época actual. CINDE CIDAC, pág., 124.
2 JOSÉ ROBERTO RODRIGUES AFONSO – THEREZA LOBO.»Descentralización fiscal y participación en las experiencias democráticas tardías», Capítulo V. pág. 259-260. En Rolf Lüders. Luis Rubio-Editores. Estado y economía…Ob. Cit. ,
Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Venezuela: el verdadero socialismo

Por Iván Carrino. Publicado el 10/5/17 en: https://elliberal.igdigital.com/2017/05/10/venezuela-verdadero-socialismo/?platform=hootsuite

 

Iván Carrino dice que Venezuela está sumida en el caos porque se siguió al pie de la letra el proyecto socialista iniciado por Chávez.

Venezuela está sumida en el caos. Las imágenes que llegan desde el país caribeño son de una convulsión social inocultable. Al mismo tiempo, el gobierno radicaliza su postura, confirmando cada vez más su carácter de dictadura.

En términos económicos, la situación es verdaderamente delicada. La inflación superará el 700% anual este año, la brecha entre el dólar oficial y el del mercado paralelo es de 49.000%, las reservas internacionales cayeron USD 20.000 millones en los últimos 4 años, la escasez afecta a todas las clases sociales y la producción nacional se derrumba.

El resultado es el éxodo de los venezolanos que pueden ahorrar para comprar un pasaje de avión. En España y EE.UU., los venezolanos son la primera nacionalidad en pedir asilo, por encima de países que atraviesan guerras como Siria.

¿Qué pasó con Venezuela que terminó así? En realidad, por más que a algunos les cueste aceptarlo, lo que sucedió es que se llevó a cabo a pie juntillas el proyecto socialista. El “Socialismo del Siglo XXI”, que inauguró Chávez a principios de la década del 2000, terminó siendo exactamente igual al socialismo del siglo XX. Las consecuencias han sido idénticas: exilio, autoritarismo y pobreza.

Muchos intelectuales buscan permanentemente desligar al socialismo de lo que sucede en Venezuela. Profesores marxistas en Argentina han llegado a decir que Venezuela es una economía capitalista, que combina “capitalismo estatal y capitalismo privado”. ¿Qué querrá decir eso? Por ahora es un misterio.

Otros intelectuales suelen indicar que lo de Venezuela no es el verdadero socialismo, sino que éste debe encontrarse en los países nórdicos como DinamarcaSuecia o Noruega. Este argumento es falso, puesto que estas economías, si bien tienen altos gasto público y presión tributaria, están lejos del socialismo. Dinamarca y Suecia, por ejemplo, se ubican en los puestos 17 y 19 en el ránking de libertad económica de la Fundación Heritage, que analiza nada menos que 186 países. ¿De qué socialismo hablan?

Es allí donde la intervención del estado en la economía es omnipresente y nada puede hacerse sin consultar con la burocracia central planificadora. En la Venezuela socialista, la planificación estatal es tan extensiva, que el resultado inevitable es el caos y el autoritarismo.

Quien bien explicaba esta situación era el economista austriaco Ludwig von Mises. En el epílogo de su monumental obra Socialismo, Mises diferenciaba el socialismo de tipo soviético del socialismo de tipo alemán.

En el primer caso, la revolución armada tomaba el poder y el estado se hacía cargo completamente del aparato productivo. El “proletariado”, tal como quería Marx, se hacía dueño del estado y de los medios de producción, y toda decisión económica pasaba al área gubernamental.

El socialismo de tipo alemán, si bien en apariencia era distinto, en esencia era exactamente igual. Incluso cuando la propiedad de los medios de producción quedara en manos de los capitalistas, lo cierto es que el estado controlaba todas las decisiones económicas, por medio de decretos, regulaciones y gasto público.

La explicación de Mises sobre el socialismo alemán sorprende por su vigencia y aplicación a la realidad de la Venezuela actual. Desde su punto de vista, cuando los gobiernos generan inflación e imponen controles de precios, ingresan en un camino donde el intervencionismo crece inevitablemente.

Al controlar los precios de un bien, aparece la escasez de ese producto. Para “resolver” ese nuevo problema, el gobierno decide controlar los precios de los insumos, generando ahora un faltante en esa área de la economía. Finalmente, como no dan marcha atrás, el gobierno pasa a controlar cada vez más y más áreas.

Al llegar a este punto, el socialismo queda instalado. Según Mises:

Cuando se alcanza este estado de control completo de los negocios, la economía de mercado se ha visto reemplazada por un sistema de economía planificada, por socialismo. Por supuesto, no es el socialismo de gestión directa de toda fábrica por el estado, como en Rusia, sino el socialismo del patrón alemán o nazi.

Venezuela combina ambos casos. Las expropiaciones de Chávez y Maduro traspasaron gran cantidad de los medios de producción a manos estatales. Además, de acuerdo con el centro de estudios CEDICE, en 2015 se decretó el cierre de nada menos que 28.000 empresas, mientras que otras 13.900 fueron multadas por el gobierno. El resto de los establecimientos está acosado por la inflación y los controles. En los últimos 10 años, cerraron sus puertas 500.000 empresas.

El socialismo, tal como se verifica en Venezuela, invade todos los aspectos de la libertad económica. Cuando los afectados buscan defenderse, entonces el gobierno acude a la represión, conculcando nuevas libertades. En el camino, la sociedad toda se empobrece.

Venezuela es hija del socialismo. Los resultados nefastos de su implantación no deben adjudicarse a los delirios de Maduro. El problema es el sistema.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano.

IDEAS LIBERALES: ¿QUÉ PASA? (Escrito en el 2008. Sigue vigente, y seguirá vigente por laaaaaaaaaaaaaaaaaargo tiempo…………………………………………………………….)

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 21/2/16 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2016/02/ideas-liberales-que-pasa-escrito-en-el.html

 

IDEAS LIBERALES: ¿QUÉ PASA?

Esto fue escrito en Diciembre de 2008 para una think tank liberal argentino que, oh casualidad, se quedó sin fuentes de financiamiento, y publicado en una revista on line que nadie leía y que ya ni siquiera se encuentra. Je je.

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La crisis financiera internacional ha sido ocasión de diversos temas. Uno de ellos es el tema de las ideas liberales y su abrumador fracaso en cuanto a su masiva aceptación.

Hasta el 2001, al menos en apariencia, los ataques de estatismo y populismo parecían ser privativos, comprensiblemente, de América Latina, mientras que los EEUU parecían conservar ciertos principios. Al menos en apariencias y en formas, porque no desconocemos lo que los libertarios piensan sobre los EEUU, y, en cierta medida, aunque con prevenciones “epistemológicas”, lo compartimos.

Pero la crisis financiera actual, sumada a la crisis de todo el gobierno de Bush en su conjunto, parece presentar otro panorama. Por un lado ha sido una buena oportunidad para hablar de la teoría Austríaca del ciclo económico. Pero, por el otro lado, no es eso lo que trasciende a la opinión pública. La supina ignorancia de “la economía en una lección” se ha revelado trágicamente, desde los más altos candidatos y funcionarios de los EEUU para abajo, agregando a ello la situación en Europa. Ya no es cuestión sólo del “rescate financiero” y las protestas contra “la avaricia de Wall Street”, sino de la estatización de toda la industria automovilística si fuera necesario. O al menos, se está debatiendo, y eso ya es grave. Después dicen algunos que la predicción del “camino de servidumbre”, de Hayek, no se cumple. Y, por supuesto, los Chávez, los Kirchners, los Correas, fascinados. En medio de este panorama, uno se pregunta, ¿qué pasa? El liberalismo, la economía de mercado, ¿es políticamente imposible?

Hay muchos temas que tratar allí. Temas que, a veces, cierta ingenuidad racionalista de nuestros ambientes no nos permite ver con claridad. La distinción, por ejemplo, entre ideas y creencias de Ortega, o el profundo análisis de los horizontes de precomprensión por parte de Gadamer. Esto es, las creencias culturales de fondo son algo más sutil y poderoso de lo que suponemos, para bien y para mal. Mises siempre advirtió sobre lo decisivo de la opinión pública, uno de los tantos temas de su olvidada filosofía política.

Otro tema, relacionado con el anterior, es el racionalismo actitudinal en el modo de difusión cultural que predomina en nuestros ambientes. Los pocos que aceptamos al mercado y a las libertades individuales seguimos teniendo a la clase y al libro como el estilo narrativo por excelencia. Nos llamamos por teléfono, a las 12 de la noche, avisándonos que Adam Resucitado Smith está hablando muy racionalmente por televisión, en un programa filmado como clase, que no ven ni los invitados. O sea, seguiremos siendo pocos. Mientras tanto la izquierda hace películas, escribe novelas, mueve los corazones. Todo un tema. Ni siquiera lo hemos tratado. Son sólo los títulos.

Otro tema. El liberalismo, como orden espontáneo, es contra-intuitivo. Carlos Sabino lo ha explicado con claridad en su autobiografía pero no le terminamos de creer. Arrojados a nuestro “conocimiento disperso”, llamamos a un jefe, no a Hayek. La comprensión intelectual del orden espontáneo, más la aceptación vital de sus consecuencias, no es espontánea. Las personas habitan sin saberlo un largo proceso evolutivo que ha llevado a ciertas normas universales y generales para todos, y puede llevar poco tiempo des-habitarlas. Las masas se revelan, dando por obvio lo que es casi un milagro. Son fácilmente manipulables. Ortega también lo explicó, pero lo hemos leído más que comprendido. Pero, de vuelta, esto es sólo el comienzo. No estamos siquiera desarrollando el tema.

Pero hay un punto, sí, que quisiera “explicar”. Más o menos desde hace cuatro o cinco décadas, prestigiosas instituciones, en EEUU y luego en casi todo el mundo, difunden las ideas liberales. Comenzando por la FEE, pasando por el Mises Institute, y todos los institutos pro-mercado de Europa, América Latina y muchos otros lugares, todos realizan, heroicamente muchas veces, cursos, cursos y más cursos, todos los años. No hay más que abrir la página web de la Atlas Foundation como para pensar que el mundo realmente está cambiando o no puede no cambiar a favor de nuestras ideas. Las cifras de los alumnos que pasan por esos cursos son realmente significativas.

Dejemos de lado entonces, por un momento, los otros temas. Todos los años, hace ya muchos años, miles de jóvenes, llamados a ser los dirigentes del mañana, conocen y han conocido muy bien a Mises, Hayek, Rothbard, etc. La pregunta es, ¿qué pasa después? ¿Dónde están? ¿Qué ha sido de ellos?

La cuestión no es tan difícil. Los sistemas, los paradigmas, generan sus propios anticuerpos contra esos organismos extraños. Los grupos de presión, los parlamentos, el sistema político, las universidades y los medios de comunicación, generan sus propios incentivos y pagan muy bien a quienes piensan como lo que permite sobrevivir al sistema. Mientras tanto, el que a los 25 años fue a la Mises University y se leyó todos los libros de Mises y Rothbard, más tarde tuvo que trabajar, vivir, sostener a una familia y lograr sanas y legítimas aspiraciones. Fue contratado por la Lobby Motor Company, con importantes contactos en Washington, y el cursillo hecho en su juventud desapareció misteriosamente de su curriculum vitae. Parecemos no darnos cuenta, pero multipliquen los ejemplos, hagan los paralelismos locales, y es la historia de muchos, por no decir, de la mayoría.

Frente a esto, hay dos cosas que se podrían hacer.

Una es la participación en los partidos políticos existentes, al menos en sus cuadros técnicos. Sí, es difícil, los incentivos son pocos, pero si a eso agregamos un discurso libertario que demoniza la vida política, se produce la paradoja del movimiento antisistema, que quiera cambiar las cosas, pero desde afuera. O mejor dicho, desde un “no lugar político”. Ello termina en la tentación revolucionaria violenta (que se puede leer entre líneas en algunos discursos libertarios) o en auto-ostracismos intelectuales que conducen a autismos culturales que obviamente conducen a nuestras ideas a un cono de inexistencia absoluta.

Pero otra forma es generar ideas. No porque ello necesariamente de resultado, pero sí porque, si leemos bien a Ortega, a Julián Marías, a Heidegger o a Gadamer, el presente histórico tiene al pasado como constitutivo, y ese pasado son ideas que luego se convirtieron en creencias. Lo reiteraremos hacia el final.

Pero para ello, entonces, hay que seguir generando ideas. Y allí también estamos muy mal. Se demandan, como mucho, institutos de public policy, pero se desconoce que es la teoría el origen último de la praxis. Cuesta mucho explicar qué es un instituto de investigación de ideas, de temas teoréticos, superando, y no repitiendo, a los autores más renombrados. Las vocaciones por investigación pura, en ciencias sociales, ya son pocas, pero si a eso agregamos los pocos incentivos salariales, la situación es aún cuasi milagrosa, casi como para que un randiano se haga creyente. Lo que queremos decir es que, al lado de ese panorama, ya son muchos los pensadores liberales que, en universidades o fundaciones, se dedican a la investigación. Pero todos esos esfuerzos resultan siempre casi nada en comparación con los recursos utilizados y derivados hacia el estado, hacia sus grupos de presión, hacia sus empresas protegidas, hacia las universidades voceras de estatismo planificador, hacia los medios de comunicación que recrean permanentemente las creencias estatistas dominantes.

Para compensar semejante desproporción, hay que comenzar a cambiar ciertas creencias, muy expandidas sobre todo en aquellos que deberían sostener económicamente la investigación pura:

  1. a) la creencia de que la producción de ideas no es trabajo ni requiere disciplina. Nunca olvidaré la anécdota de un profesor full time de comunicación social, a quienes sus suegros, renombrados profesionales en otras áreas, veían de vez en cuando en su escritorio de su universidad. Obviamente, estaba estudiando, escribiendo y preparando ponencias y clases. Pero cada tanto su esposa se enfrentaba con esta preguntita: “¿tu marido se pasa el día leyendo? ¿No trabaja?”. No se tiene idea el trabajo inmenso y la disciplina férrea que requiere la tarea intelectual académica. Yo puedo comenzar un paper diciendo “Popper nunca trabajó el tema del libre albedrío en Santo Tomás. Sin embargo……”. ¿Cuándo “me costó” esa primera oración? Sencillamente toda la vida, o al menos, el tiempo que hube de estudiar detenidamente toda la obra de Popper. No es fruto del tiempo libre en domingo, no es fruto de libros que se venden “para leer en la playa”. Es fruto de estudios largos e intensos, que requieren toda una vida de dedicación. De esa dedicación salen los grandes clásicos del liberalismo. No son fruto de una tarde de inspiración.
  1. b) La creencia de que todo depende de genios que hacen lo humanamente imposible. Ello implica abandonar el futuro de las ideas liberales a milagros que surgen muy de vez en cuando. Por ejemplo Mises, que aún no sabemos bien cómo hizo para escribir sus grandes obras, al menos hasta 1934. Como siempre pregunto, ¿es que son todos tan creyentes en que tales milagros se seguirán repitiendo? Si eso es la fe, entonces soy agnóstico….
  1. c) La creencia de que la investigación pura no es rentable. No es rentable a corto plazo, claro. Hay “procesos de producción más largos” (Escuela Austríaca 101) que requieren una mayor preferencia temporal por el futuro, donde finalmente el prestigio, acumulado tras largos años de labor, va atrayendo, lentamente, los buenos alumnos, los convenios internacionales, etc. Aquello con lo que a veces se quiere comenzar falsamente desde el principio.
  1. d) La creencia de que la investigación pura no tiene consecuencias prácticas. Falso de vuelta: no la tiene a corto plazo, pero a mediano y largo, las public policy terminan influidas por aquellos que leen las ideas básicas. Al día siguiente de ser publicados, la influencia pública de La riqueza de las Naciones de Smith, El Capital de Marx o la Teoría General de Keynes era aún nula, pero luego cambiaron el mundo. Y, nuevamente, vamos muy mal si a los futuros Mises o Hayeks, que pueden tener en este momento 20 años, se les da una palmadita en la espalda y una amable recomendación de que, mejor, estudien “algo práctico”.

Pero, ¿no contradice todo esto la anterior recomendación de dedicarse también a la política, a diversas expresiones culturales y a los medios de comunicación? No: en esos ámbitos actúan los eslabones entre las ideas puras y las creencias de la opinión pública. Pero si no está el ámbito de producción de ideas puras, el eslabón estará tan sumergido en las creencias de la opinión pública como esta última y, como habitualmente sucede, el círculo será vicioso, no virtuoso.

Nada asegura que el liberalismo necesariamente tenga futuro ni que lo que estoy diciendo necesariamente resulte. Pero, si el liberalismo tuviera un futuro, el futuro –como han explicado hasta el cansancio autores como Ortega, Julián Marías, Gadamer-, cuando sea presente, estará constituido por lo que se hizo en el pasado: eso es la historicidad. O sea, para que haya un futuro, tenemos que comenzar a hacerlo hoy. Y para hacerlo hoy, tenemos que comenzar a romper ciertas creencias que nos están condenando a un futuro de servidumbre, a un “camino de servidumbre”.

 

La pregunta es: ¿lo estamos haciendo?

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

 

RUSIA, GOBIERNO FACINEROSO

Por Alberto Benegas Lynch (h)

  

Con algunos agregados, reitero en parte lo escrito antes sobre este caso patético. Rusia está dominada por un gobierno de mafias desde el colapso del comunismo. Los mismos capitostes de la KGB se instalaron en el gobierno y se repartieron empresas y mercados cautivos como botín de guerra.

 

La historia de Rusia es en verdad muy desoladora, primero el terror blanco de los zares y zarinas, luego el terror rojo y ahora las mafias. En sus memorias, Vladimir Bukovsky, uno de los tres disidentes de mayor calado junto con sus amigos Solzhenitsin y Sajarov, declara que “el monstruo que crearon nuestros Frankenstein mató a sus creadores, pero él está vivo, muy vivo. A pesar de los informes optimistas de ciertos medios de comunicación occidentales, que en los años transcurridos desde entonces han proclamado que Rusia entró en la era de la democracia y la economía de mercado. No hay evidencias, ni siquiera perspectivas de que así sea. En lugar de un sistema totalitario, ha surgido un estado gangsteril, una tierra sin ley en la cual la antigua burocracia comunista, mezclada con el hampa, se ha convertido en una nueva elite política, así como en una nueva clase de propietarios”.

 

Como es sabido, la Unión Soviética provocó el mayor descuartizamiento humano desde 1917 a 1989, matanzas sin precedentes llevadas a cabo por un gobierno (solo sobrepasadas por Mao) y, sin embargo, Putin reivindica en la Universidad de Moscú a los verdugos y también enaltece las atrocidades en Hungría, en la ex Checoslovaquia y en Chechenia en un contexto de mordazas a la prensa y simulacros electorales administrados por la antigua nomenklatura.

 

Yuri Y. Agaev explicó en una visita a Buenos Aires que después del fiasco de Gorbachov y su perestroika (un subterfugio para implantar “el verdadero socialismo”), el Fondo Monetario Internacional desbarató la posibilidad de contar por primera vez con liberales en el gobierno al financiar abundantemente al grupo opositor que finalmente se hizo con el poder.

 

Personas de gran coraje como los mencionados y como lo fue Anna Politkovskaya antes de su asesinato, han contribuido a poner su valioso granito de arena para modificar la dramática situación de los rusos. Politkovskaya nació en New York, hija de diplomáticos rusos ante las Naciones Unidas, estudió en los Estados Unidos para luego vivir en la tierra de sus ancestros donde se graduó en la carrera de periodismo en la Universidad de Moscú y allí tuvo su primera confrontación seria al presentar su tesis sobre Marina Tsvetaeva, la poetisa condenada por el régimen stalinista. En Moscú, con un grupo de amigos fundó un diario, la Novaya Gazeta, con la idea de competir nada menos que con Pravda el periódico oficial que paradójicamente significa “verdad”.

 

Desde ese nuevo periódico denunció permanentemente la corrupción y los atropellos del gobierno de Putin en todos los frentes. Como sucede en esos sistemas, fue reiteradamente amenazada de muerte y advertida de los serios peligros que corría incluso por amigos periodistas de Occidente, como el director de The Guardian de Londres. Esto ocurría en un contexto donde, según el Grupo Helsinki, solamente en Moscú durante los gobiernos de Putin, fueron sido asesinados por los sicarios del régimen seis periodistas, sesenta y tres fueron golpeados malamente, cuarenta y siete fueron arrestados y cuarenta y dos fueron imputados penalmente.

 

A pesar de todo, la extraordinaria periodista de marras proseguía con sus denuncias en sus valientes artículos de investigación. Consignó que el fundamento de su actitud era que “si alguien cree que puede vivir una vida confortable en base a pronósticos optimistas, allá ellos, es la forma más fácil pero también constituye la pena de muerte para nuestros nietos” (este pensamiento hay que refrescarlo también en otros lares).

 

Randon House de New York publicó su impresionante y muy ilustrativo diario bajo el título de A Russian Diary. A Journalist Final Account for Life, Corruption and Death in Putin`s Russia. La autora murió asesinada en el ascensor de su casa a manos de los matones del gobierno. Salman Rushdie escribe que “Como toda buena investigadora periodística, Anna Politkovskaya presentó verdades que reescribieron los cuentos oficiales. La continuaremos leyendo y aprendiendo de ella a través de los años”. Antes de eso publicó un libro de una notable investigación cuyo título en la versión castellana es La Rusia de Putin (Barcelona, Debate) donde documenta muy acabadamente los reiterados atropellos e iniquidades llevadas a cabo por los hampones de Putin y los desaguisados y la miseria que debe sufrir el común de la gente.

 

Desafortunadamente la caricatura de democracia no solo tiene lugar en Rusia donde ganan tiranuelos de diversos colores, se habla de “elecciones limpias” como si se tratara de un torneo irrelevante sin otro fondo que lo numérico aunque se haga tabla rasa con los derechos. Esta irresponsabilidad mayúscula recuerda a los que después de secuestrados por malhechores declaran que fueron “tratados con cortesía” haciendo gala del síndrome de Estocolmo, tal como ocurre muchas veces en las cleprocracias modernas disfrazadas de democracias.

 

La rapidez de la cronología de hechos bochornosos dependerá del peso que cada uno le atribuya a lo que viene ocurriendo. Al fin y al cabo, como ha escrito el gran George Steiner, el tiempo y la duración son dos conceptos distintos, uno se refiere a la convención del reloj mientras que el otro alude a la experiencia individual. Está en las manos de cada uno el calibrar la duración en los fueros internos respecto al significado y la trascendencia de los padecimientos de las personas valientes y extraordinarias  que han defendido y defienden la libertad en territorios rusos.

 

En el prefacio a un proyectado libro de Collingwood titulado The New Leviathan (incluido en su célebre colección de ensayos sobre filosofía política), sostiene que la revuelta contra la civilización consiste en la actitud parasitaria de quines pretenden vivir compulsivamente a expensas del fruto del trabajo ajeno en el contexto del pensamiento único.

 

En esta línea argumental, consigno en esta nota a vuelapluma, una reflexión del antes mencionado Bukovsky (que también nos visitó en Buenos Aires con motivo de un acto académico), elucubraciones apuntadas en sus antedichas memorias tituladas To Built a Castle. My Life as a Dissenter: “Miles de libros se han escrito en Occidente y cientos de diferentes doctrinas han sido creadas por políticos encumbrados al efecto de encontrar un compromiso con los regímenes totalitarios. Todos evaden la única solución correcta: la oposición moral. Las mimadas democracias occidentales se han olvidado de su pasado y de su esencia, es decir, que la democracia no es una casa confortable, un automóvil elegante o un beneficio de desempleo, sino antes que nada la disposición y el deseo de defender nuestros derechos”.

 

En estos climas mafiosos siempre aparecen dictadores (de facto o electos) que resumen bien lo que ocurre, Putin no es el único ejemplo: Trujillo en la República Dominicana y Getulio Vargas en Brasil dijeron en sendos discursos “a los amigos todo, a los enemigos la ley” a sabiendas de lo horrendas de sus normas legales y Perón, en la Argentina, espetó “al enemigo, ni justicia”, por ello, contrariando toda la mejor tradición, fabricó el billete de un peso con el símbolo de la Justicia con los ojos destapados y fue uno de los pioneros en cambiar la Constitución para reelegirse e hizo tabla rasa con la noción del derecho, lo cual reiteró en sus tres mandatos (el último, principalmente a través de sus ministros José López Rega y José Ben Gelbard). En nuestros días han surgido nuevos sátrapas liderados por los Castro, Chávez-Maduro y la infame dinastía norcoreana y sus imitadores que achuran todo vestigio de libertad y dignidad bajo diversos ropajes y trampas inauditas.

 

Ya 400 años antes de Cristo, Diógenes recurría a la alegoría de andar con una lámpara “en busca de un hombre honesto”. Ahora rindo este modesto pero muy sentido homenaje a los que se ponen de pie y son capaces de escribir y decir lo necesario para cambiar. Tal como repetían los Padres Fundadores en Estados Unidos: “El costo de la libertad es su eterna vigilancia”. En cada acto el hombre no parte de cero, no podemos apreciar el presente ni conjeturar sobre el futuro sin basarnos en el pasado, por tanto, tomemos los casos de los que hablan fuerte y claro sin concesiones al efecto de dar cabida a la luz diogenista.

 

En el último libro de los citados aquí de Politkovskaya se lee un párrafo que puede resumir la obra, al tiempo que pone al descubierto la raíz del problema que debemos combatir y no solo en Rusia: “Nadie acude a buscar justicia a unos tribunales que alardean sin tapujos de su servilismo y su parcialidad. A nadie en su sano juicio se le ocurre ir a buscar protección a las instituciones encargadas de mantener el orden público, porque están corrompidas por completo”.

 

Por todo esto es que resultan tan cruciales los marcos institucionales que apuntan a preservar y garantizar los derechos de las personas: el derecho a la vida, a la propiedad privada y a la libertad de hacer o no hacer lo que se estime pertinente sin lesionar iguales posibilidades de terceros. En otros términos, proteger la santidad de las autonomías individuales. Tal como apuntaba el decimonónico Benjamin Constant: “Pidámosle a la autoridad que se mantenga dentro de sus límites. Que ella se dedique a ser justa; nosotros nos encargaremos de ser felices”.

 

Ni bien los burócratas comienzan a articular discursos tendientes a elaborar sobre lo que le conviene y lo que no le conviene a la gente en sus vidas privadas, comienzan los peligros ya que a poco andar esos megalómanos se constituirán en los árbitros forzados para manejar a su antojo el fruto del trabajo ajeno con lo que se apoderan de sus vidas.

 

Por otra parte, debe estarse muy alerta con los llamados empresarios que pretenden  vivir a costa de los demás vía privilegios otorgados por el poder de turno.

 

Entonces, los severos y muy necesarios límites al Leviatán deben incluir defensas de los atropellos de ladrones de guante blanco que se disfrazan de empresarios, al efecto de dejar expedito el camino por el que prosperan aquellos que sirven los intereses de sus congéneres en mercados abiertos y competitivos en un contexto de respeto recíproco amparado por gobiernos circunscriptos a esa faena.

 

Como queda dicho, el sistema gangsteril impuesto en Rusia es lamentablemente la continuación por otros medios de los horrores establecidos por el terror blanco y el aun más tremebundo terror rojo. Horrores basados en mentiras, no en errores lo cual es humano, sino en falsear deliberada, voluntaria y sistemáticamente todo cuanto esté al alcance de gobernantes inescrupulosos. Hoy vemos con tristeza que no son pocos los gobiernos que apuntan en esa dirección. En definitiva, solo la ocupación y preocupación por las tareas educativas pueden revertir ese cuadro de situación, entendiendo por educación la trasmisión de valores y principios de una sociedad abierta, una de cuyas metas prioritarias es decir lo que se estima es la verdad sin tibiezas y medias tintas.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

DESCARRILAMIENTO EN LA CUNA DE LA DEMOCRACIA

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

En Grecia, más específicamente en Atenas, se considera comenzó a gestarse la idea de la democracia luego de un período de asfixiante tiranía de avasalladoras oligarquías, modificación que puede situarse primero con Solón, luego con Pericles y más tarde con el sustento filosófico socrático y, especialmente, aristotélico aunque con un criterio que Benjamin Constant definió como “la libertad de los antiguos”: con derecho a voto y participación en la Asamblea (Ecclesia) pero con facultades restringidas y limitaciones inaceptables para el espíritu libre, que a partir de los estudios de John Locke se convirtieron en lo que también Constant ha catalogado como “la libertad de los modernos”, es decir, más allá del derecho a voto (y no de todos en el caso ateniense) se enfatizaron los derechos individuales.

 

En cualquier caso, en esa así considerada “cuna” hoy se elige a un gobierno comunista. ¿Cómo fue posible que tuviera lugar ese derrotero macabro? La respuesta debe verse en la subestimación grosera de “la libertad de los modernos” y la sobreestimación de “la libertad de los antiguos” en un contexto de educación socialista-colectivista en la que fueron mermando las autonomías individuales y el estímulo al otorgamiento de poderes cada vez más engrosados del aparato estatal.

 

Ya he escrito antes en detalle sobre esta tragedia griega en cuanto a sus características político partidarias, ahora solo apunto al hecho de que el partido triunfante en las últimas elecciones -Syriza- se alía con la derecha, es decir, el partido Griegos Independientes. A muchos distraídos les puede llamar la atención esta cópula electoral de la izquierda con la derecha pero es lo natural: los socialismos apuntan al debilitamiento o a la eliminación de la propiedad privada, mientras que las derechas, a saber, los nacional-socialismos o fascismos atacan esa institución desde un flanco más disimulado pero más contundente: permiten el registro de la propiedad a manos particulares pero la usan y disponen desde las esferas gubernamentales con lo que el zarpazo final resulta mejor preparado. Esto último es lo que sucede actualmente en mayor o menor medida en buena parte del mundo desde los sistemas educativos a las políticas monetarias, fiscales, laborales y de comercio exterior en contextos de acentuados deterioros en los marcos institucionales.

 

Este contrabando atroz ha conducido al abandono de la idea de la democracia explicada por los políticas monetarias, fiscales, laborales de nuestro tiempo para caer precipitadamente en la cleptocracia, es decir, el gobierno de los ladrones de libertades, de propiedades y de sueños de vida, precisamente lo contrario de lo establecido por aquellas democracias en cuanto a la preservación de la vida, la libertad y la propiedad incrustada en los documentos del sistema para en definitiva ahora recortarla y circunscribirla al recuento de votos con lo que se mantiene que los Hitler y Chávez de los siglos veinte y veintiuno respectivamente y sus imitadores resulta que son baluartes de la democracia, lo cual constituye un grave insulto a la inteligencia y al sentido común.

 

Como tantas veces he puesto de manifiesto, dado que Hayek subraya en las primeras doce líneas de la primera edición de su Law, Legislation and Liberty que hasta el momento los esfuerzos del liberalismo clásico para contener al Leviatán han sido un completo fracaso, con urgencia deben abrirse debates al efecto de ponerle límites adicionales al poder político. Hayek mismo nos da el ejemplo sugiriendo vallas al Legislativo, Bruno Leoni lo hace para el Judicial y mucho antes que eso Montesquieu propone procedimientos aplicables al Ejecutivo aun no ensayados en la modernidad y el dúo Randolph y Gerry fundamentaron la idea del Triunvirato en la Asamblea Constituyente estadounidense. Como también he consignado, si estas ideas no se aceptaran deben pensarse en otras pero no quedarse de brazos cruzados asistiendo pasivamente al derrumbe de la democracia puesto que como ha apuntado Einstein, es irresponsable esperar resultados distintos adoptando idénticas recetas.

 

Sin duda, la manía del igualitarismo ha hecho estragos convirtiendo la noción clave de la igualdad ante la ley en la guillotina horizontal basada en la redistribución compulsiva de ingresos, lo cual contradice abiertamente las directivas de la gente en el supermercado y afines con sus compras y abstenciones de comprar, situación que inevitablemente conduce al consumo de capital que a su vez reduce salarios en términos reales ya que éstos proceden de las tasas de capitalización.

 

Y aquí viene una explicación de una de las razones políticas del derrumbe señalado. Por supuesto que, como queda dicho, los climas educativos y los marcos institucionales descuidados hacen de operación pinza para la degradación de la sociedad abierta, pero nos detenemos en uno de los conductos más expeditivos de tal deterioro y este consiste en la faena de conservadores, tarea tan bien explicada por el aludido premio Nobel Hayek en el capítulo titulado “¿Por qué no soy conservador?” de su libro Fundamentos de la libertad combinado con su obra Camino de servidumbre en el capítulo titulado “Por qué los peores se ponen a la cabeza”.

 

En el primer caso, este autor sostiene que los conservadores en última instancia están manejados por lo que sucede en las alas por parte de quienes mantienen ideas firmes que empujan a que aquellos acepten el corrimiento en el eje del debate por su “repugnancia a las ideas abstractas y la escasez de su imaginación”, es decir, los que rechazan andamiajes teóricos porque se creen “prácticos” sin percatarse que su “practicidad” consiste en recurrir a lo que otros establecen como “políticamente correcto” en grado creciente y, en el segundo caso, un sistema degradado  incentiva a que el político se dirija a lo más bajo del común denominador lo cual genera una onda expansiva difícil de revertir.

 

El origen de la tradición conservadora nace después de la revolución inglesa de 1688. Los conservadores querían conservar los privilegios otorgados por la corona en oposición al espíritu de la revolución encabezada por Guillermo de Orange y María Estuardo basados en los antedichos principios en los que se sustentaron las concepciones lockeanas. La tradición conservadora pertenece más a la esfera política que a la intelectual y académica. En realidad cuando se solicitan nombres de intelectuales conservadores se suelen esgrimir los de Burke, Maculay, Tocqueville y Acton, pero ninguno de ellos se autodefinió como conservador sino que se consideraron liberales insertos en la línea whig.

 

El conservador muestra una inusitada reverencia por la autoridad mientras que el liberal siempre desconfía del poder. El conservador pretende sabelotodos en el gobierno a lo Platón, pero el liberal, a lo Popper, centra su atención en marcos institucionales que apunten a minimizar el daño que puede hacer el aparato estatal. El conservador es aprensivo respecto de los procesos abiertos de evolución cultural, mientras que el liberal acepta que la coordinación de infinidad de arreglos contractuales producen resultados que ninguna mente puede anticipar, y que el orden de mercado no es fruto del diseño ni del invento de mentes planificadoras. El conservador tiende a ser nacionalista- “proteccionista”, mientras que el liberal es cosmopolita-librecambista.

 

El conservador propone un sistema en el que se impongan sus valores personales, en cambio el liberal mantiene que el respeto recíproco incluye la posibilidad de que otros compartan principios muy distintos mientras no lesionen derechos de terceros. El conservador tiende a estar apegado al status quo en tanto que el liberal estima que el conocimiento es provisorio sujeto a refutaciones lo cual lo torna más afín a las novedades que presenta el progreso. El conservador suscribe alianzas entre el poder y la religión, mientras que el liberal la considera nociva. El conservador se inclina frente a “estadistas”, en cambio el liberal pretende despolitizar todo lo que sea posible y estimula los arreglos voluntarios: como queda dicho, hace de las instituciones su leitmotiv y no las personas que ocupan cargos públicos.

 

El ejemplo de Grecia ilustra lo perjudicial que son las políticas timoratas que pretenden estar en el medio del camino. El inicio del descarrilamiento viene de larga data, ahora se pone de manifiesto en forma brutal. Los conservadores griegos han aceptado instituciones y políticas que son básicamente estatistas con lo cual no han hecho más que acceder a las demandas socialistas y abrir así las compuertas de lo que finalmente sucedió. Incluso mintieron con las estadísticas para entrar en la Unión Europea (en una secuencia nefasta hasta su último presupuesto donde para atender cada maceta con plantas en la órbita oficial aparecían ocho jardineros en la nómina). Dicho también a título de ilustración, en el caso argentino aplica la preocupación: los conservadores en los años treinta abrieron las puertas al peronismo al establecer el control de cambios, la banca central , el impuesto progresivo y las juntas reguladoras (además de que Uriburu había anunciado una Constitución fascista que afortunadamente se pudo abortar).

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer rector de ESEADE.

Democracia no es lo mismo que libertad

Por Nicolás Cachanosky. Publicado el 10/3/14 en: http://economiaparatodos.net/democracia-no-es-lo-mismo-que-libertad/

 

Si hay algo que los recientes sucesos en Venezuela deben dejar en claro, es que vivir en democracia no es lo mismo que vivir en libertad

Tan importante es esta diferencia que en piases que se dicen democráticos como Venezuela, aquellos que reclaman por sus libertades individuales mueren bajo la mano del mismo estado que se supone debe protegerlos. Es preocupante ver la confusión que hay en la opinión pública, medios, e incluso en políticos de carrera respecto a esta distinción que los hechos nos muestran pueden llevar separar entre la vida y la muerte. Defender la violencia del gobierno de Maduro porque fue elegido “democráticamente” es confundir medios con fines. La democracia no es un fin en sí mismo, es un medio para cambiar gobiernos de manera pacífica, no un método para pasar de un autoritarismo a otro. Son las instituciones republicanas (estado de derechos, igualdad ante la ley, y división de poderes) lo que nos lleva a vivir en libertad. Lamentablemente vivir en democracia no alcanza. La historia nos enseña que la diferencia entre democracia sin república y dictaduras puede ser materia discutible. ¿Qué diferencia a un dictador que pone presos a sus opositores y no se inmuta ante la muerte de sus ciudadanos de un “demócrata” que hace lo mismo utilizando el argumento del voto como excusa? ¿Desde cuándo los votos dan derecho a ejercer el poder de manera autoritaria?

 

Los liberales clásicos fueron muy claros y cuidadosos en distinguir entre democracia como método de elección a través del voto y un gobierno limitado que no puede abusar de su poder. Hayek diferenciaba explícitamente entre “democracia limitada” (república) y “democracia ilimitada” (autoritarismo.) Lo primero lleva al desarrollo y crecimiento económico. Lo segundo lleva a pobreza y perdida de libertades individuales. No es casualidad que las democracias ilimitadas esten gobernadas por una clase política con grandes riquezas y un pueblo empobrecido. Es tan impreciso como injusto criticar a Hayek por sus reparos a las democracias ilimitadas como si su postura fuese una crítica a las democracias limitadas. Pero lo cierto es que las críticas de la izquierda y el socialismo no siempre se caracterizan por su rigurosidad y cuidado. Mises también llamaba la atención sobre el problema de que si bien la democracia garantiza el cambio pacífico del gobernante de turno de ninguna manera garantiza que las mayorías voten correctamente. Hitler, Perón, Allende, Chavez, Maduro, y los Kirchner son sólo algunos casos que muestran que la democracia puede llevar al poder a gobiernos que limitan en lugar de proteger las libertades individuales.

 

Cuando no se vinculan los conceptos de “democracia” y “gobierno limitado” la historia nos muestra que el resultado pueden ser gobiernos autoritarios. Tomar el poder con los votos en lugar de con las armas no puede ser excusa para justificar autoritarismos como los que aún persisten en varios países de latino américa. Los límites institucionales son fundamentales dado que la democracia lleva a los candidatos a hacer promesas que no pueden cumplir o que requieren de violentar los derechos y propiedad de la minoría a favor de la mayoría. Estas promesas llevan a incrementar el gasto público, a otorgar beneficios, protecciones a empresarios amigos del poder, etc. Es decir, todas medidas que atentan contra la creación de la riqueza necesaria para mantener las promesas incumplibles que el candidato populista hace durante su campaña. Que el “argumento liberal (libre mercado y libertades individuales) no sea políticamente correcto no hace del socialismo y populismo sistemas virtuosos. Si ese fuera el caso, no sería necesario imponer con métodos violentos el Socialismo del Siglo XXI. Ganar votos y tener razón son cosas bien distintas.

 

Buchanan argumentaba que en la naturaleza humana se encuentra la necesidad de sentir protección. El rol que en una época cumplía la religión, hoy es ocupado por el Dios estado. La responsabilidad y la incertidumbre de hacerse cargo de los propios aciertos y desaciertos no es una idea atractiva cuando se puede usar la democracia como excusa para apropiarse de la propiedad de terceros o para protegerse de la competencia. Esta estatolatría nos ofrece falsas esperanzas a las cuales la sociedades se siguen aferrando.

 

Argentina no ha tenido la mejor experiencia en lo que respecta al liberalismo. Ante lo poco atractivo de estas ideas, algunos liberales ceden a sus principios para obtener votos con la esperanza de producir algún cambio desde adentro de la política. Pero el resultado es generar aún más confusión sobre qué es y no es el liberalismo. ¿Cuánto tiempo hay que dedicar a explicar que Martínez de Hoz no era liberal? ¿Cuánto tiempo hay que dedicar, por ejemplo, a explicar que los 90 no fueron una década liberal y que neoliberalismo no es lo mismo que liberalismo? Los liberales clásicos a veces tenemos la impresión de tener que dedicar más tiempo a explicar que no es liberalismo que a tener que explicar sus beneficios y límites.

 

Es esta falta de separación entre democracia y libertad (república) es lo que termina llevando a manifestaciones como las que se ven en Venezuela y han ocurrido en Argentina en los últimos años. Cuando la clase política dice, por ignorancia o desinterés, que hay que respetar a un gobierno que dice “ir por todo” porque ganó las elecciones, entonces el ciudadano ya no puede confiar en sus representantes para que protejan su patrimonio y libertades individuales. La dirigencia política debe recordar que ser políticamente correcto puede ser institucionalmente peligroso. Roza la hipocresía el político que pide al ciudadano que vote mejor mientras él apoya democracias ilimitadas porque es la postura políticamente correcta. La legitimidad de un gobierno no proviene sólo del voto, es un requisito necesario que el gobierno respete los principios republicanos.

 

Mientras los que se dicen opositores a la democracia ilimitada del Kirchnerismo balbuceen cuando se les pregunta por la situación en Venezuela, como si este no fuese un caso lo suficientemente claro de abuso inexcusable de poder, Argentina difícilmente tenga por delante cambios institucionales profundos. Es importante, entonces, que la ciudadanía tenga presente la importancia de la república para el largo plazo y le exija a la clase política lo que no puede o no quiere ofrecer: república con estado de derecho.

 

Nicolás Cachanosky es Doctor en Economía, (Suffolk University), Lic. en Economía, (UCA), Master en Economía y Ciencias Políticas, (ESEADE) y Assistant Professor of Economics en Metropolitan State University of Denver.

Cómo se ganan las elecciones

Por Alejandro A. Tagliavini. Publicado el 5/6/13 en http://www.hoybolivia.com/Blog.php?IdBlog=39070&tit=como_se_ganan_las_elecciones

 ¿Por qué hay políticos tan populares a pesar de la abrumadora evidencia de que han destruido sus países? Pues ellos tienen la explicación o, al menos, la intuyen. Gracias al abuso que hace la Presidente argentina de la cadena nacional televisión, hoy es la política más popular del país, tal cual lo hizo Chávez. Y van por más. Mientras en Argentina la prensa opositora está cada vez más acorralada, en Venezuela va camino de morir al punto que Capriles denunció que la «Nueva directiva de Globovisión ordenó que no salga más».  

La forma en que las personas toman las decisiones es una de las cuestiones que más ha intrigado a científicos políticos, especialistas en marketing, publicitarios y ejecutivos. Detrás del secreto de por qué la gente elige una cosa, y no otra, existe poderosa información valuada en millones en el mercado que puede significar la llave del poder político. Las decisiones dependen, básicamente, de la historia personal y del medio ambiente, lo que implica conservadurismo al punto que, según Steven Rosenstone, científico político de la Universidad de Michigan, el 97% de las veces gana una elección quien corre por la reelección.

En lo que a campañas políticas se refiere, los mejores especialistas coinciden en que existe una relación directa entre la cantidad de votos y la cantidad de propaganda, de modo que, en principio, siempre gana una elección quien tiene mayor cantidad de publicidad. Así Lee Atwater, jefe de la campaña de Bush, por caso, decidió que debía adoptarse una actitud agresiva ya que esto atrae a la prensa y “da que hablar” y, aunque no siempre se hable bien, lo importante es que se hable. Para Robert Abelson, profesor de sicología y ciencias políticas en Yale, Donald Kinder de la Universidad de Michigan y Susan Fiske de la Universidad de Massachusetts, el principal factor que decide el voto es el sentimiento. Lo que resulta coherente con el punto anterior ya que la publicidad masiva influye casi exclusivamente sobre los sentimientos.  

Más allá del avance de internet y sitios como Twiter, todavía parece ser cierta la afirmación de Michael Deaver de que la televisión “elije a los presidentes”, en tanto que Van Gordon Sauter, entonces jefe de la división noticias de la CBS, aseguraba que era cierta la “hipótesis de fijar la agenda” que sostiene que los espectadores imitan a la televisión, es decir que, si a lo largo de un período la mayor parte de los reportajes son dedicados a un tema en particular, por ejemplo, el tráfico de drogas y si, entonces, días después y fuera del contexto de la televisión se le pregunta a la gente cual es el principal problema, contestará el tráfico de drogas: los espectadores atribuyen importancia a lo que ven en proporción al tiempo que lo ven.

Shanto Iyengar y Donald Kinder en su libro “News that matter. Television and American opinión” agregan la “hipótesis de la preparación” que sostiene que si un noticiero enfoca el tema de las privatizaciones e, inmediatamente después, entrevista a un candidato, los espectadores lo juzgarán en base a lo que diga sobre las privatizaciones. La evidencia muestra al público con una memoria limitada a las noticias del último mes y una vulnerabilidad recurrente a las de hoy. La gente no toma en cuenta todo lo que sabe y sí considera lo que le viene a la memoria, aquellos fragmentos de la memoria política que le son accesibles en forma instantánea.     

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Es Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.