Un pequeño gran libro para nuestros días

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 2/11/22 en: https://www.lanacion.com.ar/opinion/un-pequeno-gran-libro-para-nuestros-dias-nid02112022/?R=b6b0d1

Atravesamos momentos cruciales en nuestros tiempos en los que cada vez con más fuerza necesitamos apuntalar los valores de la sociedad libre a efectos de contar con el indispensable respeto recíproco. Afortunadamente irrumpen instituciones y personas que con gran mérito se dedican a estudiar y difundir aquellos valores, lo cual no resulta suficiente en vista de lo que viene ocurriendo en distintos andariveles de la vida social en diferentes partes del llamado mundo libre.

Entre las contribuciones de peso se ha publicado un librito –son 130 páginas– de un espesor didáctico y una argumentación de notable solidez. Se trata de una obra de Loris Zanatta que lleva el sugestivo título de El populismo jesuita. Perón, Fidel, Chávez, Bergoglio. La similitud, convergencia y el consecuente parentesco de las ideas de fondo de estos cuatro personajes son llamativos. El autor les dedica pinceladas sumamente ilustrativas, lo cual me había adelantado de viva voz en nuestro encuentro durante su última visita a Buenos Aires, pero en esta nota periodística quiero centrar la atención en torno al actual papa, que Zanatta remite –como uno de sus posibles orígenes intelectuales– al padre Hernán Benítez.

Este sacerdote fue el asesor de Eva Perón, la acompañó en su gira por Europa en 1947 y le consiguió la entrevista con Pío XII, pero más importante que eso es del caso destacar que asesoró al GOU y redactó varios de sus documentos que hicieron posible el golpe militar peronista de 1943. Asimismo, fue profesor en el Seminario de Villa Devoto, consultor de la Juventud Peronista y, sobre todo, al decir de Loris Zanatta, “empollaba el movimiento comunista-cristiano” y “en su escritorio emplazó la figura del Che Guevara”, lo cual hace de “Bergoglio el heredero de Hernán Benítez”, a lo que debe agregarse que el mentor de Francisco fue monseñor Enrique Angelelli, quien celebraba misa bajo la insignia de los Montoneros.

Cuando al actual pontífice le preguntaron en Roma, en el diario La Reppublica, qué diría a los que sostienen que es comunista, replicó: “Son los comunistas los que piensan como los cristianos”. En este contexto es que el papa Francisco se ha pronunciado tantas veces contra el mercado libre y el capitalismo, relativizando la institución de la propiedad privada e insistiendo en el uso común de los bienes, lo cual inexorablemente conduce a lo que en ciencia política se conoce como “la tragedia de los comunes”, es decir, lo que es de todos no es de nadie, por lo que el uso de los siempre escasos recursos opera a contracorriente de las necesidades de la gente. Este cuadro de situación siempre constituye un ataque a la inversión y por ende conduce al empobrecimiento de todos, pero muy especialmente al de los más vulnerables.

Hacer la apología de la pobreza material conduciría a la negación de la caridad, puesto que mejora la situación económica de los receptores y, por otra parte, si los pobres estuvieran salvados la Iglesia debería dedicarse solamente a los ricos. Es que en la tradición del cristianismo aparecen dos vertientes contrapuestas: la de Santiago el Mayor, que sugería poner todos los bienes en común, y la que prevaleció, a saber, la de Pablo de Tarso, que combatió y refutó esa línea de pensamiento. Con este pontificado se retrotrae a lo que San Pablo mostraba como la ruina de la propia Iglesia y en general de la comunidad; claro que muchos de los partidarios de repartir lo ajeno no aluden a las riquezas del Vaticano y mucho menos al potente banco de ese lugar. Como bien apunta Zanatta, “los populismos jesuitas no son la religión católica, la Iglesia Católica, la Compañía de Jesús”, lo cual no quita que tantos sacerdotes se hayan recostado en socialismos que derivan en la llamada teología de la liberación, que, como señala uno de sus mayores artífices –el padre Gustavo Gutiérrez–, está consustanciada con el marxismo… con quien el Papa concelebró en San Pedro no bien asumió.

Sin duda, a pesar del ruinoso experimento jesuita con el comunismo en Paraguay y de las trifulcas que hicieron que el papa Clemente XIV suspendiera la orden (restablecida por Pío VII), y de que Juan Pablo II mantuvo una seria y célebre disputa con el principal de los jesuitas, los hay extraordinarios, como el padre James Sadowsky, que además de sus grandes méritos religiosos fue un eficaz difusor del liberalismo como cimiento moral de la cooperación social civilizada, y desde la cátedra combatió con fuerza todas las andanadas estatistas, en concordancia, por ejemplo, con el sacerdote polaco doctor Michal Poradowski, quien advirtió reiteradamente en sus libros sobre la penetración comunista en la Iglesia Católica.

Debe comprenderse que el espíritu liberal tan denostado por el tercermundismo y sus socios se traduce en la consideración por la dignidad del ser humano que garantiza sus derechos, que son anteriores y superiores a la constitución del aparato de la fuerza que conocemos como gobierno.

El liberalismo estima que cada uno debe poder encaminarse en lo que considere conveniente siempre y cuando no se lesionen derechos de terceros, mientras que en lo personal añado que la religión infunde alimento espiritual para mejorar como seres humanos. Son dos planos distintos pero en ese sentido complementarios, para los que mantenemos la religiosidad como el punto de partida del universo, puesto que si no aceptamos la primera causa no existiríamos, ya que la regresión al infinito haría que nunca haya comenzado el inicio de nuestras vidas y todo lo que nos rodea. Por eso es que cuando le preguntaron a Carl Jung si creía en Dios respondió: “No creo en Dios, sé que Dios existe”. Desde luego, esto no es incompatible con lo anunciado originalmente por el sacerdote belga físico y matemático Georges Lamaitre sobre el Big Bang como la explosión que produjo lo contingente mas no lo necesario, que es el primer motor. Este es el motivo por el cual Einstein consignó: “Mi idea de Dios se forma de la profunda emoción que proviene de la convicción respecto de la presencia del poder de una razón superior.”

Pero volviendo a Loris Zanatta, son de gran peso sus aseveraciones sobre el activismo de caudillos y sacerdotes que alaban al nacionalismo y en general al colectivismo, que niega el valor del individuo en una marcha suicida al agrandamiento de los aparatos estatales que “concentran poder y centralizan decisiones”. No en vano Bergoglio muestra reiterados gestos de simpatía hacia dictadores. Lo dicho se sucede vía entrometimientos inaceptables de gobiernos en las vidas y haciendas de la gente, con gastos astronómicos, endeudamientos colosales, impuestos asfixiantes, manipulaciones monetarias que estafan a la población y regulaciones que no dan respiro a la creatividad y al emprendimiento. En esta línea argumental es pertinente mostrar una y otra vez que en una sociedad libre, el empresario, para mejorar su patrimonio, debe ofrecer bienes y servicios que les resulten atractivos a las demandas, de lo contrario incurren en quebrantos.

Resume Zanatta su magnífica tesis al rechazar las denominadas “leyes de la historia” –desechadas por pensadores de la talla de Karl Popper– al escribir que los populismos “eliminan los peldaños de la movilidad social”, “enjaulando al individuo en el pueblo” o sea “una sofocante caja identitaria donde sacrifica el espíritu de iniciativa, la originalidad y el talento a la solidaridad de la tribu”.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Paréntesis al trajinar diario: testimonio de un liberal sobre Dios

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 22/5/2en: https://www.infobae.com/opinion/2021/05/22/parentesis-al-trajinar-diario-testimonio-de-un-liberal-sobre-dios/

La religiosidad constituye no solamente un recorrido reconfortante en línea con la naturaleza humana en su condición espiritual sino que resulta compatible con la modestia intelectual y el progreso que esa conducta hace posible

Lord Acton

Lord Acton

En la actualidad la religiosidad está en baja debido a razones atendibles, especialmente las referidas a la Iglesia Católica como consecuencia de ciertas resoluciones inaceptables y, sobre todo, a comportamientos y declaraciones absolutamente contrarias y reñidas con la naturaleza humana y a la moral más elemental, en el contexto del desconocimiento más palmario de lo que significa la dignidad del ser humano y el consecuente respeto recíproco. En este contexto, además de su extraordinario y redentor ecumenismo, Juan Pablo II ha pedido perdón por muchas de las aberraciones provocadas y sustentadas por cabezas de la Iglesia y hay sacerdotes, monjas y laicos que trabajan denodadamente en rectificar rumbos desviados.

Albert Einstein ha escrito: “Mi religión consiste en una humilde admiración del ilimitado espíritu superior que se revela en los más mínimos detalles que podemos percibir con nuestras mentes frágiles y endebles. Mi idea de Dios se forma de la profunda emoción que proviene de la convicción respecto de la presencia del poder de una razón superior que se revela en el universo incomprensible.” También el premio Nobel en física Max Planck sostiene que “Donde quiera que miremos, tan lejos como miremos, no encontraremos en ningún sitio la menor contradicción entre religión y ciencia natural; antes al contrario, encontraremos perfecto acuerdo en los puntos decisivos. Religión y ciencia natural no se excluyen […] precisamente los máximos investigadores de todos los tiempos, Kepler, Newton, Leibniz, eran hombres penetrados de profunda religiosidad.”

A su vez, el premio Nobel en neurofisiología John Eccles apunta que se ha “esforzado en mostrar que la filosofía dualista-interaccionista conduce a la primacía de la naturaleza espiritual del hombre, lo que a su vez conduce hacia Dios”. Y en adición al enfático catolicismo del historiador liberal Lord Acton, es pertinente destacar lo estipulado respectivamente por Adam Smith, Alexis de Tocqueville, Edmund Burke y George Steiner: “El Ser Divino cuya benevolencia y sabiduría ha conducido la inmensa máquina del universo desde la eternidad”, “Yo dudo que el hombre pueda alguna vez soportar una completa independencia religiosa y una entera libertad política”, “La religión es la base de la sociedad civil y la fuente de todo el bien y de toda la prosperidad” y “Lo que afirmo es la intuición que donde la presencia de Dios no es una suposición defendible y donde su ausencia no se siente como un peso abrumador, ciertas dimensiones del pensamiento y la creatividad no resultan posibles.”

Es que como se ha señalado, la primera causa es inexorable puesto que si las causas que nos generaron pudieran retrotraerse ad infinitum no podríamos haber existido ya que nunca se hubiera iniciado la causa que permitió nuestra vida. A esta causa original le llamamos Dios, Yahvéh, Alá o lo que fuera. Este es el sentido de la respuesta cuando le preguntaron a Carl Jung si creía en Dios: “No, no creo en Dios, sé que Dios existe.”

Es de una soberbia digna de mejor causa el mirarse el ombligo y considerar que todo lo que nos rodea es fruto del diseño humano o de “la casualidad”. La condición humana exige modestia intelectual y no una absurda petulancia. Nuestro planeta gira en torno a su eje a una velocidad de mil setecientos kilómetros por hora y en torno al sol a treinta kilómetros por segundo (es decir, cien mil kilómetros por hora) y sin piloto a la vista. Si esto fuera el resultado de manipulaciones de la burocracia estatal, la consecuencia sería un esperpento colosal equivalente a cuando los megalómanos pretenden manejar vidas y haciendas ajenas.

Tal como lo han puesto de relieve científicos y filósofos desde tiempo inmemorial, el sentido de trascendencia está presente cuando nos percatamos que no somos solo kilos de protoplasma sino que tenemos psique, mente o estados de conciencia que hacen posible el revisar nuestras propias conclusiones, argumentar, la presencia de proposiciones verdaderas y falsas, ideas autogeneradas, la moralidad de los actos, la responsabilidad individual y la misma libertad. Si estuviéramos condicionados por los nexos causales inherentes a la materia no tendríamos libre albedrío, por ende estaríamos determinados y seríamos más bien loros con apariencias humanas.

En esta línea argumental, resulta de gran interés la lectura de tres obras recientes. En primer lugar, la del neurocirujano, profesor en Harvard y doctor en medicina Eben Alexander que lleva el título de La prueba del cielo: el viaje de un neurocirujano a la vida después de la muerte, en segundo término los dos tomos del también doctor en medicina Raymond Moody titulados Vida después de la vida y luego el trabajo de la médica psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross La muerte: un amanecer. Los tres son textos muy bien documentados que exponen situaciones en los que los pacientes revelaron disminuciones extremas en los signos vitales en estados de coma profundos y que luego se lograron reanimar a través de muy diferentes procedimientos médicos. En todos los casos relatan experiencias similares en cuanto a lo percibido en sus estados previos a su mejoría física, instancias de gran alegría y satisfacción en medio de apreciaciones operadas en otra dimensión que les ha proporcionado impactos de gran calado lo que los ha conducido a reflexiones profundas que en algunos casos no habían siquiera considerado y más bien negado posibilidades de trascendencia de esa magnitud que no es pertinente esbozar en esta nota periodística sino más bien invitar a los lectores interesados a que recurran a las fuentes.

Como es sabido, el sacerdote belga George Lamaitre en 1927 desarrolló por vez primera la hipótesis muy plausible de lo que se denomina el Big-Bang que produce todo lo contingente que nos rodea, lo cual no es óbice para entender y aceptar lo necesario y por tanto inexorablemente anterior que es la antes referida Primera Causa.

Como he escrito en alguna otra oportunidad, en mi caso soy católico por tradición familiar pero podría haber comulgado con otra religión oficial o haber sido Deísta. Asisto a misa como un canal importante para renovar pensamientos y formas al efecto de rendir culto no solo a Dios sino a todas las personas cercanas de gran bondad que ya no están entre nosotros, aunque en no pocas ocasiones debo salir del templo cuando el sacerdote sermonea sobre aspectos que estimo son abiertamente contradictorios con los postulados de esa religión.

Lo dicho es la razón por la cual todos los totalitarismos detestan la religión aunque de un tiempo a esta parte -como hemos dicho al abrir esta nota- los hay quienes pretenden pasar de contrabando el espíritu totalitario con el disfraz de la religión. En ese sentido, siempre recuerdo a mi querido amigo Eudocio Ravines luego converso pero antes Premio Lenin y Premio Mao con la misión del Kremlin de infiltrar con marxismo las iglesias en España y en Chile, en base a la idea que luego advierte con inmensa preocupación el sacerdote polaco con tres doctorados: en teología, en derecho y en sociología, Miguel Poradowski en su obra El marxismo en la teología. Ravines finalmente se dio cuenta de su error mayúsculo que primero creyó que era responsabilidad del mal manejo del comunismo por parte de dirigentes inescrupulosos hasta que cayó en cuenta que el problema grave es el sistema y no quien lo administra y publicó su célebre libro La gran estafa que dio por tierra con sus conclusiones anteriores, a partir de lo cual publicó regularmente en distintos diarios y pronunció conferencias en muy diferentes tribunas sobre las inmensas ventajas de la sociedad abierta hasta que fue asesinado en México por sicarios del régimen al que perteneció y decidió abandonar y contradecir “por tratarse de un camino no solo a todas luces inmoral sino que conduce a la miseria más escandalosa siempre que se lo aplica.”

El orden natural afortunadamente no es consecuencia de lo estipulado por la mente humana y los consecuentes derechos son el resultado de considerar las características inherentes a la persona como anteriores y superiores a todo artificio pergeñado por el hombre. La sociedad libre no hace más que respetar el orden preexistente. El conocimiento constituye un peregrinaje para descubrir verdades para lo cual se requieren debates abiertos al efecto de poder captar algo de tierra fértil en el inmenso mar de ignorancia en que nos desenvolvemos. En este esfuerzo se logran corroboraciones provisorias siempre atentas a posibles refutaciones en el contexto de un proceso evolutivo que no tiene término.

De más está decir, el liberalismo no implica adherir a ninguna religión, son dos planos sustancialmente distintos. En este texto aludo a mi posición personal y a la de autores de envergadura que comparten la religiosidad y la visión liberal y la de otros científicos también religiosos. En cualquier caso, desde esta perspectiva la religiosidad -la religatio- constituye no solamente un recorrido reconfortante en línea con la naturaleza humana en su condición espiritual sino que resulta compatible con la modestia intelectual y el progreso que esa conducta hace posible.

Cierro esta nota con pensamientos muy fértiles de Lecomte du Noüy -doctor en ciencias, doctor en filosofía y fue Director de la Escuela de Estudios Superiores de la Facultad de Ciencias de la Sorbona- al enseñar en El porvenir del espíritu que “Toda doctrina que tienda a restringir el libre desarrollo del individuo espiritual, toda doctrina que pretenda influir sobre el libre albedrío en el interés de un grupo, cualquiera que sea su importancia, se opone al curso de la evolución y es antinatural […] los males generales producidos por el desprecio del derecho de propiedad […] el grado superior de libertad que caracteriza al hombre y lo hace dueño de su destino espiritual […] El espíritu religioso está en nosotros y ha precedido a las religiones oficiales […] El ritual no es sino un pretexto para permitir al hombre que desarrolle en sí esa facultad universal”.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

A LOS 224 AÑOS DE UNA OBRA CLAVE

Por Alberto Benegas Lynch (h).

Adam Smith retomó sin saberlo una tradición iniciada por la Escuela de Salamanca o Escolástica Tardía a través de Grotius, Cumberland, Hooker y Puffendorf y lo hizo con una fuerza notable asentando su esqueleto conceptual en su obra titulada La teoría de los sentimientos morales en 1759 que dio sustento a su trabajo posterior de economía. Este es el contexto por más que ciertos economistas modernos se nieguen a identificar las raíces de su propia disciplina.

Según uno de los biógrafos de Smith –William R. Scott- el secuestro que sufrió de niño a manos de un grupo que se identificó como gitano lo vacunó contra la asfixia de la libertad que quedó grabado en su subconsciente y “engendró una actitud de justificada antipatía a todos los procedimientos compulsivos y una receptividad a todo lo que estuviera en dirección a la libertad”. Edmund Burke consignó que aquella obra “constituye posiblemente una de las más bellas expresiones de la teoría moral que hayan aparecido.”

También han influido sobre Smith, Locke, Cantillion, Turgot, Voltaire, Helvetius, Mandeville, sus amigos Hume y Ferguson y muy especialmente su profesor Francis Hutcheson (y su predecesor en la cátedra de Glasgow, Gershom Carmichel). Los trabajos publicados de Hutcheson muestran sus sólidos fundamentos filosóficos en los que se destacan sus argumentos contra el materialismo (o determinismo físico para recurrir a una terminología más reciente de Popper), lo cual queda consignado en una magnifica edición de Liberty Fund titulada Logic, Metaphisics and the Natural Sociability of Mankind.

En las primeras líneas del primer capítulo de la primera sección de ese trabajo sobre moral, Smith se refiere al interés personal como el motor de las acciones que también mueve a hacer al bien a los demás. En el capítulo tercero de esa sección explica en consonancia con los estoicos la importancia y las ventajas del cosmopolitismo y el ser “ciudadano del mundo” (a contracorriente de los nacionalismos hoy en boga). Y en el segundo capítulo de la segunda sección se detiene a considerar lo que bautiza como “el hombre del sistema” que “con arrogancia, generalmente enamorado con la supuesta belleza de su plan ideal de gobierno del que no puede desviarse en lo más mínimo. Procede a implementarlo en todas sus partes sin consideración alguna a las fuertes oposiciones que existen: parece que imagina que puede arreglar a los diferentes miembros de la sociedad tan fácilmente como una mano puede arreglar las piezas en un tablero de ajedrez, como si esas supuestas piezas de ajedrez no tuvieran otro móvil aparte de la mano que las mueve, pero en el gran tablero de la sociedad humana cada pieza tiene un móvil propio totalmente diferente de lo que el legislador pretende imponer.”

En otras oportunidades me he referido al célebre trabajo de Smith sobre economía de 1776, la última vez en el libro titulado El liberal es paciente publicado en Caracas por CEDICE, por lo que ahora en esta nota periodística me limito a su referido escrito de 1759. En este sentido, aludo a un punto de gran importancia al que también me he referido antes parcialmente (en el post-sriptum de Hacia el autogobierno. Una crítica al poder político publicado en Buenos Aires por EMECÉ) y es el conclusión lógica que inexorablemente debe haber una primera causa para que se haga posible nuestra existencia, de lo contrario, si las causas fueran en regresión ad infinitum no podríamos existir ni nada de lo que nos rodea puesto que las causas que nos engendraron nunca habrían comenzado. Esto es lo que algunos denominan Dios, otros Yahvéh, otros Alá y otros simplemente la Primera Causa.

Smith varias veces en ese libro sobre moral se refiere al tema, pero el concepto puede condensarse en el tercer capítulo de la segunda sección en el párrafo donde escribe que “La idea del Ser divino cuya benevolencia y sabiduría ha concebido y conduce desde la eternidad la maquinaria del universo de modo que en todo tiempo produzca la mayor cantidad de felicidad, es ciertamente, de todos los objetos de contemplación, de lejos, el más sublime.” Esto también muestra la influencia de su maestro Hutcheson quien  desarrolla lo dicho  en la obra antes citada. Las más modernas teorías del Big-bang para nada contradicen lo expresado puesto que se trata de lo contingente, mientras que la referencia al Primer Motor (para usar nomenclatura aristotélica) lo hace en conexión a lo necesario. Tampoco como se ha hecho notar en distintas oportunidades la religiosidad tiene oposición alguna con el evolucionismo, más aun sin esta concepción se consideraría que el hombre es susceptible de la perfección y de llegar a una meta final en esta tierra, lo cual contradice abiertamente su naturaleza que obliga a transitar en un trámite difícil de prueba y error.

Alexis de Tocqueville ha dicho que “Yo dudo que el hombre pueda alguna vez soportar a un mismo tiempo una completa independencia religiosa y una entera libertad política y me inclino a pensar que si no tiene fe es preciso que sirva y si es libre que crea” (en La democracia en América). A propósito de fe nos parece más completa la respuesta de Carl Jung cuando le preguntaron si creía en Dios: “No creo en Dios, se que Dios existe” ( en The Undiscovered Self). Por su parte, el antes mencionado Burke ha escrito que “La religión es la base de la sociedad civil y la fuente de todo el bien y toda la prosperidad” (en The Philosophy of Edmund Burke- A Selection of his Writtings editado por L.I. Bredvold y R. G. Ross), lo cual no contradice la indispensable “doctrina de la muralla” estadounidense en cuanto a la tajante separación entre el poder político y la religión.

El premio Nobel en neurofisiología John Eccles apunta que “Me he esforzado en mostrar que la filosofía dualista-interaccionista conduce a la creencia en la primacía de la naturaleza espiritual del hombre, lo que a su vez conduce a Dios.” (en La psique humana) y el premio Nobel en física Max Plank ha señalado que “Jamás puede haber una verdadera oposición entre la religión y la ciencia, pues una es el complemento de la otra.” (en ¿Hacia donde va la ciencia?) y  Einstein ha enfatizado que “Mi religión consiste en una humilde admiración del ilimitado espíritu superior que se revela en los más mínimos detalles que podemos percibir con nuestras mentes frágiles y endebles. Mi idea de Dios se forma de la profunda emoción que proviene de la convicción que se revela en el universo incomprensible.” (cit. en Robert B. Downs Albert Einstein: Relativity the Special and General Theories),

Personalmente los dos pilares básicos de mi religiosidad descansan en lo mencionado respecto a la existencia de la Primera Causa y la demostración lógica de la psique, mente o estados de conciencia como sentido de trascendencia sobre lo cual he escrito, por ejemplo, “Una refutación al materialismo filosófico y al determinismo físico” publicado en Lima, Revista de Economía y Derecho de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Comprendo que muchos hayan abandonado religiones oficiales debido a los espantosos abusos y atropellos de representantes de ciertas iglesias, lo cual también ha contribuido a rechazar cualquier versión de la religatio, lo cual es incentivado en grado superlativo por los fanáticos tal como los explica, entre otros, Eric Hoffer en The True Beliver.

En todo caso, presento aquí lo que estimo es la columna vertebral de lo expresado por Adam Smith en su texto fundacional del que ahora celebramos su 224 aniversario.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

 

Mariquita Sánchez, la precursora

Por Alberto Benegas Lynch (h).

 

Sin la pretensión de hacer comparaciones de dotes intelectuales con  Madame de Staël y Victoria Ocampo, Mariquita Sánchez (se llamaba María Josefa Petrona de Todos los Santos, primero casada con Martín Thompson y luego con Jean-Baptiste Mendeville) ocupa un lugar preponderante en su relación con el ideario liberal.

Primero por sus tertulias en  su quinta de San Isidro a las que asistieron personalidades como Manuel Belgrano, Vicente López y Planes, Juan José Castelli, Juan Larrea,  Nicolás Rodríguez Peña, Hipólito Vieytes y Feliciano Chiclana, salones en donde se forjaron y consolidaron las ideas independentistas en lo que luego fue la República Argentina.

 

En esa quinta se cantó por vez primera la Marcha Patriótica (hoy Himno Nacional). Y mucho más adelante se discutieron los principios y valores liberales en su casa de la calle San José (actualmente Florida, en el centro de Buenos Aires) con Juan Bautista Alberdi, Esteban Echevarría, Juan María Gutiérrez, Félix Frías y Florencio Varela quienes también  participaron con Mariquita en su exilio de la tiranía rosista en Montevideo.

 

Sus escritos son pocos e incompletos (Diario Recuerdos del Buenos Aires virreinal junto a la resumida bibliografía de Pastor Obligado, la muy difundida obra de María Sáenz Quesada, la de Graciela Batticure y la compilación de Clara Vicaseca) pero la fecundidad de su organización y la calidez de su hospitalidad para las aludidas tertulias y debates fueron de una enorme fertilidad, realizadas en momentos que estaba muy mal visto que una mujer se involucrara en faenas intelectuales de esa envergadura y acompañada de tamañas personalidades.

 

Quería despegarse a toda costa de lo que había escrito como un clima en el que tres factores dominaban la situación en la que vivió tempranamente, “Tres cadenas sujetaron este gran continente de la Metrópoli: el terror, la ignorancia y la religión católica […donde] había una comisión del Santo Oficio para revisar todos los libros que venían, a pesar de que venían de España donde había las mismas persecuciones”.  Juan Bautista Alberdi escribió que Mariquita fue “la personalidad más importante de la sociedad de Buenos Aires, sin la cual es imposible explicar el desarrollo de su cultura y buen gusto”.

 

Después de Caseros vuelve a Buenos Aires desde su exilio en Montevideo y se ocupa principalmente de la Sociedad de Beneficencia que presidió durante un tiempo y especialmente dedicó su tiempo en esta institución a las niñas a los efectos de trasmitirles el sentido de independencia y dignidad en épocas en las que prevalecían criterios de machistas acomplejados y miedosos de la competencia, incompatibles con el sentido de una sociedad abierta.

 

Este estilo de comportamiento y las convicciones sobre los principios liberales, fue luego seguido y muy desarrollado por mujeres de la talla de Madame de Staël y Victoria Ocampo sobre las que he escrito antes y que ahora reitero solo en parte las observaciones entonces formuladas.

 

En esa misma línea entonces, Anne Louise Germanie Necker (Madame de Staël) fue tal vez de todos los tiempos la mujer que más contribuyó a establecer cenáculos y reuniones de gran jerarquía para el debate de ideas en la Europa decimonónica. Sus obras completas ocupan diecisiete tomos incluyendo su abultada correspondencia.

 

Mostró una muy especial reverencia por las libertades de las personas: “No hay valor mayor que el respeto por la libertad individual, lo cual constituye el principio moral supremo”. Consideraba que la tolerancia religiosa formaba parte de la columna vertebral de la sociedad civilizada: “La intolerancia religiosa es lo más peligroso que pueda concebirse para la convivencia pacifica”.

 

En prácticamente todas sus biografías que fueron muchas se destaca un dicho que recorría los distintos medios de la época: “Hay tres grandes poderes en Europa: Inglaterra, Rusia y Madame de Staël”.

 

Sus arraigados principios liberales, su carácter firme pero afable, sus cuidados modales, su sentido del humor y su don de gente la hacían especialmente propicia para el manejo de los encuentros intelectuales, todos ordenados con temas generalmente prefijados y tratados en profundidad en los que se hacía uso de la palabra por riguroso turno. Algunas de las figuras más prominentes que asistieron a sus encuentros fueron Gothe, Schiller, Chateaubriand, Edward Gibbon, Voltaire, Diderot, D´Alambert, Byron, Wilhem von Schelenger, Talleyrand y el más cercano y célebre de todos: Benjamin Constant.

 

Como buena liberal, Germanie Necker sostenía que las fronteras cumplían el solo propósito de delimitar países a los efectos de evitar la monumental concentración de poder que surgiría de un gobierno universal. Con razón mantenía que el fraccionamiento y la dispersión vía el federalismo dentro de las fronteras proporcionaba un reaseguro adicional a las extralimitaciones de los aparatos políticos y, a su vez, era una notable expositora de la libertad de comercio.  Asimismo, se hubiera disgustado mucho con la existencia de la figura del “inmigrante ilegal” propia de regimenes absurdos. Desde luego que nuestra autora no tuvo que vérselas con aquella contradicción en términos denominada “estado benefactor” cuyos “servicios gratuitos” naturalmente están siempre colapsados y demandan más recursos de los contribuyentes. Pero esto no debería servir de pretexto para bloquear los movimientos migratorios libres (salvo antecedentes delictivos). Si bien es cierto que el problema reside en el “estado benefactor” y no en los inmigrantes, se debería impedir que estos recurran a los referidos “servicios gratuitos” para no agravar la situación fiscal y simultáneamente debería eximírselos de aportes que impliquen el descuento del fruto de sus trabajos para mantener esas prestaciones (con lo que serían ciudadanos libres como muchos desearían ser). Por último, en aquellos tiempos tampoco se esgrimía la peregrina idea de que en un mundo donde los recursos son escasos y las necesidades ilimitadas, los inmigrantes restan posibilidades laborales a sus congéneres en lugar de ver que liberan ofertas de trabajo para otras tareas hasta ese momento imposibles de encarar (igual que ocurre cuando se introduce un método de producción más eficiente).

 

Luego de muchas y muy variadas experiencias europeas, Madame de Staël concluyó que las acciones bélicas siempre resultaban en graves prejuicios para todas las partes involucradas y que, lo mismo que sostuvieron enfáticamente los Padres Fundadores en Estados Unidos, tarde o temprano se traducirían en el desmesurado agrandamiento en el tamaño del Leviatán cuyas deudas y desórdenes de diversa naturaleza finalmente comprometerían severamente las libertades individuales por las que ella abogó toda su vida. Se inclinaba al principio civilizado de actuar como “ciudadanos del mundo” cuyos únicos enemigos declarados eran los que rechazaban la libertad, en cuanto al resto, le resultaba irrelevante la nacionalidad, el color de la piel o la religión siempre que el interlocutor se basara en los valores universales del respeto recíproco.

 

Por otro lado, no hay escritor hispanoparlante ni lector serio de ese mundo que no tenga conciencia del inmenso agradecimiento que se le debe a la editorial y a la revista Sur, que es lo mismo que decir Victoria Ocampo puesto que ella las sufragaba para beneficio de las letras y la cultura universales. Nació a fines del siglo diecinueve, épocas que en Buenos Aires se pretendía cargar a las criaturas con los nombres de buena parte de su árbol genealógico y del santoral: se llamaba Ramona Victoria Epifanía Rufina.

 

Victoria Ocampo reunió en sus salones a intelectuales como Otega y Gasset, Octavio Paz, Paul Valéry, Albert Camus, Victor Massuh, Eduardo Mallea, Aldous Huxley, Alfonso Reyes, Borges, Bioy Casares, Alicia Jurado, Igor Stravinsky, Carl Jung y Julián Marías.

 

Siempre estuvo del lado de quienes aclaman la libertad como un valor supremo. Sufrió persecución y cárcel durante la dictadura peronista por sus manifestaciones claramente liberales (“En la cárcel -escribe- uno tenía al fin la sensación de que tocaba fondo”). Los nacionalistas de la época intentaron por todos los medios de sabotear sus tareas, incluso, en 1933, la Curia Metropolitana la declaró persona non grata porque “Tagore y Krishnamurti, dos enemigos de la Iglesia, son amigos suyos”.

 

En momentos de escribir estas líneas en buena parte del mundo hay una crisis mayúscula de valores, parecería que en gran medida se ha perdido el sentido de dignidad y la autoestima y se ha abdicado en favor de los mandones de turno, pero en homenaje a personalidades como Victoria Ocampo en su lucha por la libertad y la cultura no debemos cejar en la trifulca de marras, porque como ha escrito Benedetto Croce “la libertad es la forjadora eterna de la historia” ya que “es el ideal moral de la humanidad” y por eso “el dar por muerta la libertad vale tanto como dar por muerta la vida”.

 

Doña Victoria abogó por los derechos de la mujer en igualdad con los de los hombres en línea con la gran Mary Wollstonecraft, la pionera en el genuino feminismo y no como algunas versiones degradadas modernas. Se rebelaba contra las imposiciones de machos incompetentes que no resisten las opiniones sesudas de mujeres porque se sienten disminuidos y, por ello, prefieren relegarlas a tareas puramente domésticas.

 

En su momento, Ocampo había escrito que “toda buena traducción es una manera de creación, jamás un trabajo mecánico ejecutado a golpes de diccionario […] Tanto una bella prosa como un bello poema no tienen más traducción que la de las equivalencias; equivalencias que a veces se alejan del texto para serle fiel”, del mismo modo que ella fue siempre fiel a si misma.

 

Mariquita Sánchez fue la precursora en estas faenas de reunir a personalidades al efecto de debatir las ideas de la libertad y así contribuir a despejar las falacias del autoritarismo. Es en este sentido es un ejemplo a seguir, especialmente para los apáticos e indolentes que consideran que el respeto recíproco es algo automático que no necesita ser defendido y cuidado.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es Asesor del Institute of Economic Affairs de Londres

Mensajes desde la sombra

Por Sergio Sinay: Publicado el 25/1/16 en: http://sergiosinay.blogspot.com.ar/2016/01/mensajesdesde-la-sombra-por-sergio.html

 

Si no aceptan y exploran su propia sombra, quienes gobiernan  corren el riesgo de convertirse en aquello que quieren cambiar

Como ocurre con la Luna, también cada uno de nosotros tiene su cara oscura. La cara visible se llama ego o personalidad, es el traje que vestimos para salir al mundo, el modo en que nos presentamos, nos ven y, en muchos casos, deseamos vernos. La otra cara, inconciente, es nuestra sombra. Ahí se oculta lo que negamos o desconocemos de nosotros mismos. Existe, está allí, y muchas veces actuamos y nos expresamos desde nuestra sombra. Desde esa sombra proyectamos sobre otros lo que no advertimos o lo que rechazamos como características propias. El concepto de sombra es un aporte esencial del gran psicólogo suizo Carl Jung (1875-1961), padre de la psicología profunda, a la comprensión del ser humano. Cuando comprendemos su mecanismo podemos empezar a entender muchos fenómenos, conductas y actitudes que nos rodean y de los que participamos. Connie Zweig y Jeremiah Abrams, dos psicoterapeutas especializados en el tema, la denominan “el lado oscuro de la naturaleza humana” en Encuentro con la sombra, un libro en el que compilan numerosos trabajos de autorizados autores (entre ellos el mismo Jung) acerca del tema.

En esos textos se advierte que, así como Mr. Hyde vivía en el Dr. Jeckyll, en todos los seres y los acontecimientos humanos existe la sombra, del mismo modo en que es emitida por todo cuerpo iluminado. Se la puede registrar en los individuos, en las parejas, en las familias, en las naciones, en las instituciones, en el trabajo, en la religión, en el arte. Aparece en los sueños. Y está en la política. En el capítulo especialmente dedicado a la sombra en la política (y significativamente titulado La construcción del enemigo), varios autores, empezando por ese lúcido filósofo y poeta que es Sam Keen, autor de Amar y ser amado, Fuego en el cuerpo, A un Dios desconocido y otras obras sutiles y luminosas) muestran de qué modo al crear un enemigo se traza una línea infranqueable y se pone al mal del otro lado.  De ahí a la paranoia hay un paso Y si, siguiendo la línea, se deshumaniza al enemigo creado, todo lo que se le haga y lo que se diga de él estará justificado. Solo que ese enemigo está construido con abundante materia prima del propio creador. Como las personas, las sociedades y las naciones paranoicas construyen sistemas de mentiras compartidas, en las que se escudan para actuar contra “ellos”, “los otros”, los que no son “nosotros”.

A ese enemigo (es mucho más que un adversario, un contrincante o un oponente) se le atribuye omnipotencia, por lo cual todo está permitido en el afán, o la “misión”, de destruirlo. Todo tipo de masacres tiñen la historia mundial debido a este patológico mecanismo de negación y proyección, así como miles y miles de desgraciadas historias personales se originan en el mismo.

El tema de la sombra está siempre vigente, pero existe poca conciencia sobre él. Nunca es inoportuno y siempre es necesario explorarlo y traerlo a colación. En el caso específico de la política, es algo que un nuevo gobierno debería tomar en cuenta. De lo contrario se corre el riesgo de cambiar de sillas los egos (es decir aquello que se muestra, lo que se intenta presentar como la personalidad por la cual alguien será conocido y espera ser aceptado) sin advertir lo que yace en la sombra. Quienes dan hoy los primeros pasos en la conducción del país, y los funcionarios de todas las categorías, aun las más bajas, necesitan ser alertados de esto para evitar repetir aquello que sus inescrupulosos, corruptos y autoritarios predecesores hicieron: construir un relato en el cual se vistan de ángeles para combatir o expulsar a los demonios.

El presente es un momento delicado y decisivo. Todos tenemos nuestra sombra. Si quienes gobiernan, si quienes toman decisiones, si quienes asumen cargos y funciones que en la década perdida ocupaban otros olvidan o desconocen esto el peligro de un neo autoritarismo sobrevolará sobre el país. Y sólo será necesario que se constituya en sombra colectiva para que la sociedad argentina siga girando en la penosa noria de la que no escapa hace décadas.

 

Sergio Sinay es periodista y escritor, columnista de los diarios La Nación y Perfil. Se ha enfocado en temas relacionados con los vínculos humanos y con la ética y la moral. Entre sus libros se cuentan “La falta de respeto”, “¿Para qué trabajamos?”, “El apagón moral”, “La sociedad de los hijos huérfanos”, “En busca de la libertad” y “La masculinidad tóxica”. Es docente de cursos de extensión en ESEADE.