La Sigen descubre la rueda. Sobre los precios máximos y el desabastecimiento

Por Martín Krause. Publicado el 19/5/20 en: http://www.laprensa.com.ar/488971-La-Sigen-descubre-la-rueda.note.aspx

 

La Sindicatura General de la Nación es “el órgano rector del sistema de control interno que coordina actividades orientadas a lograr que la gestión del sector público nacional alcance los objetivos de gobierno”.

Acaba de descubrir la pólvora, esto es, que los controles de precios, en tanto y en cuanto funcionen, lo que consiguen es generar desabastecimiento. Así, en un informe que diera a conocer el 8 de Mayo afirma: “En el marco de la segunda fase del Control de Comercialización Online desarrollado sobre grandes cadenas de supermercados, la Sindicatura General de la Nación relevó faltantes superiores al 49 por ciento sobre una muestra de 234 productos incluidos en el Listado de Precios Máximos.” Continúa: “De este modo, y de acuerdo al primer relevamiento efectuado por Sigen hace dos semanas en la región del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), la falta de stock se agrava y alcanza a más productos.”

Concluye el comunicado de la Sigen que el “Síndico General de la Nación Carlos Montero, lamentó «tener que volver a observar abusos que van en detrimento de toda la comunidad, con empresas que comercializan por encima de los precios máximos del Gobierno y, peor aún, ni siquiera reflejan existencia de muchos de estos productos».

En verdad, lo que tendría que haber lamentado el Síndico General es que otras áreas de su gobierno implementen políticas destinadas al fracaso y a los resultados que precisamente ha descubierto.
Existen tres situaciones posibles en cuanto a la implementación de controles de precios.

La primera de ellas es que los precios establecidos sean superiores a los que se encuentran en el mercado. En este caso, la medida no tendría efecto económico, en tanto no hubiera una espiral inflacionaria que modificara esta situación en el futuro.

La segunda es que los precios fijados por resoluciones sean iguales a los que se pueden encontrar en el mercado, en cuyo caso no tendrían ningún efecto, ni tampoco ningún beneficio o daño, siempre con la misma salvedad respecto a la evolución futura de los precios.

La tercera, es que se fijen precios que se encuentran por debajo de los precios de mercado. Ésta, seguramente, sea la situación en que están pensando los dirigentes políticos, y ésta es, precisamente, la que genera los peores resultados, tales como los mencionados en el informe. Porque esos precios generan dos efectos, al menos: por un lado, aumentan la cantidad demandada de los productos, a precios más bajos la gente compra más y/o reemplaza productos sustitutos por estos que están controlados; por otro, restringe la cantidad ofrecida porque su producción no genera rentabilidad sino pérdidas.

El resultado inevitable es una brecha entre la cantidad ofrecida y la demanda que llamamos desabastecimiento.

Tenemos mucha experiencia en esto, ha sucedido con todos los controles de precios en nuestra historia. Y no solamente eso, en un interesante texto (que se puede conseguir porque no tiene un precio controlado), Robert Shuettinger y Eamonn Butler “4000 años de controles de precios y salarios” (varias ediciones, pero hay una de Barbarroja Ediciones en 2016), muestran el mismo resultado en todos los infructuosos intentos realizados en 40 siglos. Aquí ya sabemos que los productos cambian en sus cantidades, en su calidad, y si ninguna de esas cosas es posible, directamente desaparecen.

La resolución de la Secretaría de Comercio Interior que establece el control de precios (100/2020) considera que actúa en virtud del Artículo 42 de la Constitución Nacional, que dice: “Los consumidores y usuarios de bienes y servicios tienen derecho, en la relación de consumo, a la protección de su salud, seguridad e intereses económicos; a una información adecuada y veraz; a la libertad de elección y a condiciones de trato equitativo y digno.”

¿Será esta medida en protección de nuestros intereses económicos? Pero, ¿cómo podemos interpretar que protege nuestros intereses económicos si hace desaparecer a los productos que necesitamos de los comercios? Encuentran sobreprecios en los principales supermercados, pero tanto el desabastecimiento como los precios son mayores en pequeños supermercados o comercios.

La resolución también “intima” a las empresas que forman parte integrante de la cadena de producción, distribución y comercialización de los productos incluidos…, a incrementar su producción hasta el máximo de su capacidad instalada y a arbitrar las medidas conducentes para asegurar su transporte y provisión durante el período de vigencia de la presente medida.”

Pero como esto no ha dado resultado lo que parece quedar por delante es aquello que Hayek llamaba “camino de servidumbre”, más controles, regulaciones, eventualmente expropiaciones o, finalmente, la cárcel para aquellos productores que no acaten las normas. O dar marcha atrás y dejar que los productores llenen las góndolas, y entender que quien aumenta los precios es el mismo gobierno emitiendo una moneda que pierde valor día a día. Y eliminar las barreras para una mayor competencia.

En definitiva, tal vez no corresponde decir que la Sigen descubrió la pólvora, dados los años de fracasos de estas políticas, más bien descubrió la rueda.

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade). Síguelo en @martinkrause

Intervencionismo

Por Gabriel Boragina. Publicado en: 

 

Los intentos de reemplazar al capitalismo por otro u otros sistemas han sido constantes prácticamente desde la aparición del mismo en la escena económica de los pueblos.

Al identificárselo como el «enemigo» del bienestar y del progreso económico de la gente han sido múltiples los pensadores que trataron de idear modelos alternativos. El más popular desde hace buen tiempo hasta la actualidad es el mixto:

«Se supone que esta economía mixta no es capitalismo ni socialismo. Se describe como un tercer sistema, tan alejado del capitalismo como del socialismo. Se supone que está a medio camino entre socialismo y capitalismo, manteniendo las ventajas de ambos y evitando los inconvenientes propios de cada uno».[1]

En realidad, esta pretendida fusión de dos patrones en uno que, a su vez, no son ni uno ni el otro no es más que un mito, una verdadera utopía quimérica. Para prueba basta observar que prácticamente todas las economías del mundo han prohijado tal pretendido diseño mixto, lo que ha provocado y sigue ocasionando las recurrentes crisis económicas en las que el planeta se debate sin cesar año tras año, década tras década y ya sin fronteras visibles. Pero no hay tal supuesto tercer esquema, sino que lo que existe es una mezcolanza de dos modelos que se oponen abiertamente entre sí y que no poseen los pretendidos «elementos comunes».

«Hace más de medio siglo, el principal hombre del movimiento socialista británico, Sídney Webb, declaraba que la filosofía socialista no es “sino la afirmación consciente y explícita de principios de organización social que ya se han adoptado en buena parte inconscientemente”. Y añadía que la historia económica del siglo XIX era “una historia casi continua del progreso del socialismo”.[2]

De alguna manera, la afirmación anterior era exacta y contradice la observación de muchos (o de la mayoría de los socialistas de nuestro tiempo) que sostienen que vivimos en un «universo capitalista». No tenemos -por cierto- tal «mundo capitalista» al menos en la medida que pueda decirse que es la economía que impera y que sustentan los países más desarrollados y los menos del planeta. El capitalismo nunca pudo operar en ninguna parte del planeta al cien por ciento de sus potencialidades, sin embargo, donde lo ha hecho -en muy escasa medida- ha producido adelantos y progresos formidables, que son a los que debemos todos los artículos de confort que han mejorado nuestras vidas y las de nuestros contempéranos.

«Unos pocos años después, un eminente estadista británico, Sir William Harcourt, declaraba: “Todos somos ahora socialistas”.Cuando en 1913 un estadounidense, Elmer Roberts, publicó un libro sobre las políticas económicas del gobierno imperial de Alemania llevadas a cabo desde finales de la década de 1870, las llamó “socialismo monárquico”.»[3]

Digamos que, tanto en la filosofía de estos pensadores como en el ambiente popular la última etapa sería la imposición del socialismo por sobre el capitalismo, y que la misma seria «altamente deseable». Marx, contradictoriamente, sostenía que esta conclusión se daría natural y evolutivamente por el mero devenir histórico, y que -por lo tanto- ningún esfuerzo humano podría acelerar o retardar el proceso. Sin embargo, en sus escritos revolucionarios junto con Engels (tales como el tristemente célebre Manifiesto comunista de 1848) mantenía la necesidad de provocar lo que -por otra parte- había declarado antes no sería necesario promover, ya que de lo contrario la revolución socialista no se daría nunca o no lo haría cuando el suponía que tenía que realizarse.

«Sin embargo no sería correcto identificar simplemente intervencionismo y socialismo. Hay muchos defensores del intervencionismo que lo consideran el modo más apropiado de llegar (paso a paso) al socialismo total. Pero también hay muchos intervencionistas que no son abiertamente socialistas: buscan el establecimiento de la economía mixta como un sistema permanente de gestión económica. Quieren restringir, regular y “mejorar” el capitalismo por interferencia pública con los negocios y con el sindicalismo.»[4]

Esto, de alguna manera, explica que sea el intervencionismo el estándar económico actual en la mayor parte del orbe (por no decir en todo el). Unos lo apadrinan por un motivo y los demás lo implementan por todos los motivos restantes. Es decir, tanto partidarios como adversarios del socialismo y del capitalismo aceptan el intervencionismo por razones diametralmente diferentes. En el caso socialista, se recurre al mismo como método para llegar gradualmente al socialismo, y -en el opuesto- los antisocialistas o pseudo-capitalistas creen que es el intervencionismo la vía por medio de la cual el capitalismo se puede «mejorar».

Pero lo que están más cerca de acertar en esta aparente «paradoja» son los socialistas, ya que la admisión de la supuesta «economía mixta» es un verdadero camino de servidumbre como diría F. v. Hayek parafraseando el título de su más célebre libro. Unos para aniquilar el capitalismo y otros para «mejorarlo» hacen que el intervencionismo sea el modelo económico que siguen la mayoría de los países del globo.

«Primero: Si, dentro de una sociedad basada en la propiedad privada de los medios de producción, algunos de estos medios son propiedad y están gestionados por el gobierno o por los municipios, esto sigue sin ser un sistema mixto que combinaría socialismo y propiedad privada.»[5]

La economía de mercado no se ve afectada si sólo algunos bienes de producción son de propiedad estatal en tanto el resto de ellos permanece en manos privadas. No concurre aquí -nos dice L. v. Mises- intervencionismo, ni tampoco socialismo, sino capitalismo. Cabría pues inferir que, en tanto no más del 49% de los bienes de producción está en manos del gobierno no habría allí ninguna economía intervencionista. Aquí nos parece relevante apuntar que, no sólo la cantidad de las empresas de propiedad estatal debería ser reducida sino también el tamaño concreto de esas empresas debería serlo, porque es difícil aseverar que si una empresa (o conjunto de ellas) cuyo tamaño equivale al 100% de la producción total de la economía deviene en propiedad del estado (vía expropiación, estatización, etc.) dicho entramado continuaría siendo una economía de mercado. Si bien el ejemplo suele ser infrecuente (salvo en regímenes abiertamente socialistas) no está de más tenerlo en cuenta.

[1]Ludwig von Mises, Caos planificado, fuente: http://mises.org/daily/2454 (Publicado el 3 de febrero de 2007). Pág. 6.

[2] L. v. Mises ibidem, pág. 6

[3] L. v. Mises ibidem, pág. 6

[4] L. v. Mises ibidem, pág. 6-7

[5] L. v. Mises ibidem, pág. 7

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero. Síguelo en  @GBoragina

Un sacerdote ejemplar: James Sadowsky

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 3/11/17 en https://www.infobae.com/opinion/2017/11/03/un-sacerdote-ejemplar-james-sadowsky/

 

De modales sumamente cordiales, de un gran sentido del humor, de una bondad infinita y de una cultura y una versación en muy diversas ramas del conocimiento, así se lo puede definir al padre James Sadowsky (1923-2012). Enseñó filosofía, lógica matemática y ética de los negocios en la Universidad de Fordham, en Nueva York, durante 30 años, y durante 15 en la Universidad de Aix-en-Provence, hasta que se retiró de la enseñanza y vivió en Loyola Hall, que es el edificio que tienen los jesuitas para los sacerdotes retirados en el campus de esa misma universidad estadounidense. Un sacerdote jesuita que había estudiado parte de su colegio y en la universidad de esa orden, precisamente la de Fordham, estudios que luego completó en la Universidad de Lovaina, en Bélgica. Su padre era ruso y su madre, de ascendencia inglesa, aunque él nació en Estados Unidos.

Sostenía que el apostolado es mucho más trascendente, perdurable y productivo que entregar bienes materiales a los necesitados por aquello de que «es mejor enseñar a pescar que regalar un pescado». Insistía en que ayudar con bienes materiales puede hacer de apoyo logístico circunstancial pero trasmitir valores y principios consistentes con el cristianismo en cuanto a la importancia de la libertad y la responsabilidad individual contribuye a modificar de base las instituciones en dirección al progreso de todos. Incluso agregaba que muchas veces la entrega material no ayuda a la dignidad del receptor y crea una malsana dependencia.

Sadowsky pensaba que en el sacerdocio es urgente complementar las funciones puramente espirituales respecto a lo intraindividual con reflexiones que compatibilizaran aquellos valores con los comportamientos diarios en las relaciones interpersonales y mostraba preocupación por ciertas consideraciones de sacerdotes inclinados por aconsejar conductas en materia social que son incompatibles con las prédicas espirituales y puramente religiosas.

En un largo reportaje que le efectuó Martin Masse, investigador senior del Institut Économique Molinari de Paris, el padre Sadowsky explica que, una vez ordenado sacerdote, en 1947, y hasta comienzos de los sesenta puede considerárselo un semisocialista, hasta que dio accidentalmente con un libro de Murray Rothbard titulado The Great Depression, que dice que le fascinó y modificó por completo sus ideas sobre economía y derecho, «integradas a una olvidada filosofía que naturalmente están estrechamente vinculadas a las cuestiones sociales y morales». En aquel reportaje destaca que, a raíz de esa lectura, más adelante, cuando se enteró de que Rothbard vivía en Manhattan, decidió llamarlo y visitarlo, lo cual con el tiempo se convirtió en reuniones periódicas junto a otros participantes (en The Ethics of Liberty de 1982, Rothbard cita al padre Sadowsky). A partir de aquel contacto abordó otras obras como la refutación de Henry Hazlitt a Keynes, El socialismo de Ludwig von Mises y Camino de servidumbre de Fredrich Hayek, y conoció personalmente a otros distinguidos miembros de la Escuela Austríaca de Economía como Ralph Raico, Leonard Liggio, Karen Vaughn, Joe Peden, Walter Block, Louis Spadaro, Leonard Read y, por supuesto, a su alumno en Fordham, Mario Rizzo.

Apunta el padre Sadowsky que esas lecturas y conversaciones hicieron que se percatara de una extraordinaria consistencia que vinculaba distintos campos del conocimiento y otorgaban a la filosofía política una fuerza moral notable en pos de la mejora de las sociedades, muy especialmente de las personas más débiles y desprotegidas. Señala también la importancia de criticar con la mayor claridad posible las tendencias socialistas y estatistas dentro y fuera de la Iglesia, posición que enfatiza en su artículo titulado «Christianism and Poverty», publicado por el Institute for Social Affairs de Londres.

En 1984, patrocinado por Arthur Shenfield y Howard Demsetz, el padre Sadowsky ingresó como miembro de la Mont Pelerin Society. Al año siguiente tuve el privilegio de conocerlo personalmente, aunque habíamos mantenido una nutrida correspondencia. Lo conocí en la reunión de la MPS en Sydney, donde ambos presentamos trabajos en ese congreso. Su presentación se tituló «La Iglesia y el Estado», trabajo que se tradujo y reproducimos en la revista académica Libertas; siendo rector de ESEADE lo invité a pronunciar conferencias en esa casa de estudios. En aquel congreso, luego de nuestras respectivas presentaciones, mantuvimos una larga conversación que se prolongó hasta altas horas de la madrugada, lo cual hizo que ambos nos quedáramos dormidos para los paneles de la mañana siguiente. Al margen digo que mi trabajo se tituló «¿Autoridad monetaria, regla monetaria o moneda de mercado?», el cual se tradujo y reprodujo en los Anales de la Asociación Argentina de Economía Política, entidad en la que también expuse el mencionado ensayo ese mismo año en su reunión anual en Mendoza.

Abrió su exposición en Sydney recordando: «No es un secreto para nadie que entre los miembros del mundo eclesiástico que se ocupan abiertamente del tema, el mercado libre (o lo que ellos imaginan que es el mercado libre) no cuenta con muchos partidarios entusiastas». A continuación, el padre Sadowsky se detuvo a considerar cómo el proceso de mercado asigna recursos del modo que la gente prefiere y que las ganancias son la recompensa por haber acertado en las demandas y las quiebras son el resultado de no haber logrado ese cometido. Asimismo, consigna que el tamaño de las empresas depende íntegramente de las directivas de las personas en los mercados y que en este sentido no puede concluirse a priori si las empresas de tal o cual ramo deben ser pequeñas, medianas o grandes. En el mismo trabajo, muestra gran conocimiento al criticar los llamados «modelos de competencia perfecta» al describirlos como incoherentes al suponer el conocimiento perfecto de los factores relevantes por parte de los operadores económicos, ya que con ello no habría arbitrajes, ni empresarios, ni competencia. Por último, critica los aranceles aduaneros como responsables de la pobreza apoyados por empresarios que deben su existencia a privilegios otorgados por gobiernos y se opone severamente a la denominada «redistribución de ingresos patrocinada por muchos obispos norteamericanos».

En un reportaje en El Mercurio de Chile realizado por Lucía Santa Cruz, el padre Sadowsky explica: «Laissez-faire es simplemente la situación en la cual las personas son libres para decidir qué producir, cuánto, cómo intercambiar su producción y con quién, sin la intervención del gobierno. El gobierno sólo actúa para preservar la ley contra fraudes y robos, garantiza los contratos, etcétera. Como diría Friedman, es un árbitro y no un jugador del partido».

En ese mismo reportaje el sacerdote subraya los tan poco comprendidos y tergiversados beneficios de la revolución industrial del siglo XVIII, la importancia de las ideas del filósofo moral y economista Adam Smith, el desempleo que provocan los salarios mínimos y los errores en materia social que comete parte del clero por «no haber tomado suficiente nota acerca de lo que la ciencia económica enseña». También se explaya: «La ventaja del sistema de mercado, que elimina la intervención de los gobiernos y somete a las personas a los rigores de la competencia […y hace] que los hombres de negocios deben comportarse de una manera tal que satisfacen los deseos del público en general al mismo tiempo que a los propios».

Finaliza este muy suculento y jugoso reportaje afirmando: «El Estado benefactor ha devaluado los valores de la familia. Reduce la responsabilidad individual. Las familias no se inventaron porque un grupo decidió que así fuera, sino que fueron el resultado de una necesidad natural».

Tal vez el ensayo más difundido del padre Sadowsky sea el titulado «Private Property and Collective Ownership», que fue reproducido de la revista académica Left and Right, otoño de 1966, en el libro compilado por Tibor Machan titulado The Libertarian Alternative (1979, Chicago, Nelson-Hall). En ese trabajo el sacerdote de marras, al seguir la tradición lockeana, mantiene que la propiedad privada de bienes deriva de la propiedad de la propia vida, lo cual significa el derecho a usar y disponer lo adquirido legítimamente (en el sentido de genuino, verdadero, no falso ni fraudulento, igual que una piedra preciosa). Explica que esto no puede ser arrebatado por un rey o un parlamento, por una persona o por un grupo de personas. Debe tenerse muy en cuenta que el asunto es centralmente moral como que en cada transacción libre y voluntaria se presupone el respeto recíproco con base en las normas de Justicia.

Pero seguramente lo que despierta mayor interés del ensayo que ahora comentamos es la referencia del padre Sadowky al antropomorfismo de la sociedad. Así, se dice que la sociedad prefiere, que la sociedad decide, que la sociedad habla en nombre de tal o cual causa y que a la sociedad pertenece tal o cual propiedad colectivamente. En realidad, dice este sacerdote que se recurre a una trampa lingüística, puesto que siempre se trata de específicos individuos que actúan independientemente o son copropietarios, pero el bien en cuestión no pertenece a la sociedad. Por ejemplo, sigue diciendo, cuando se hace referencia a un equipo deportivo, es sólo una forma de abreviación en lugar de aludir a cada uno de los integrantes, pero esa forma abreviada no nos debe hacer que se pierda de vista la noción de fondo.

Los dos trabajos que más circulan en ámbitos académicos del padre Sadowsky son, en primer lugar, «Can There Be an Endless Regress of Causes?», publicado originalmente en el International Philosophical Quarterely (4, 1980), reproducido en el libro Philosophy of Religon (Oxford University Press, 2000, compilado por Brian Davies) y «Does Darwin Destroy the Design Argument?», aparecido también en el International Philosophical Quarterely (28, 1988).

En el primer ensayo el autor discute extensamente los argumentos que sostienen la posibilidad de la regresión ad infinitum y demuestra la validez de la posición que sostiene que eso no resulta posible, puesto que si fuera así, nada existiría, ya que nunca hubieran comenzado las respectivas causas. En el segundo trabajo, el padre Sadowsky explica la compatibilidad de la tesis evolucionista de Darwin con la Primera Causa tal como la desarrollaron, entre muchos otros, Juan Pablo II y el RP doctor Mariano Artigas.

En resumen, en momentos en que no pocos representantes de la Iglesia, comenzando por el actual Papa, rechazan principios elementales de la convivencia civilizada, la voz del padre James Sadowsky resulta un faro reparador y reconfortante en línea con los valores y los principios morales que derivan del cristianismo y de toda postura compatible con la libertad. En otros términos, no es frecuente que se subrayen aspectos morales de la sociedad libre en cuanto a las relaciones interpersonales que hacen a la esencia del respeto recíproco y cuando se comentan esos aspectos, se suele caer en sistemas que arruinan moral y materialmente a las personas.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es Asesor del Institute of Economic Affairs de Londres

¿Estábamos mejor con el kirchnerismo?

Por Roberto H. Cachanosky. Publicado el 31/10/16 en: http://economiaparatodos.net/estabamos-mejor-con-el-kirchnerismo/

 

De manera que si bien es cierto que con el kirchnerismo Argentina era una fiesta, era una fiesta que no podía seguir eternamente

Dicen que mucha gente afirma que estaba mejor con los Kirchner que ahora. ¿Es cierta esta afirmación en caso que haya gente que afirme que estaban mejor con los Kirchner? Mi respuesta es sí pero basado en una ficción.

Veamos, durante 12 años el kirchnerismo utilizó, para estimular el consumo artificial, además del viento de cola, el stock de capital existente. Nos confiscó nuestros ahorros en las AFJP y usó esos ahorros de largo plazo para financiar el consumo artificial. Limitó las exportaciones de carne e hizo que la carne fuera artificialmente barata pero a costas de consumirnos 12 millones de cabezas de stock ganadero, por eso hoy cuesta una fortuna hacer un asado. Frenó los aumentos de tarifas de los servicios públicos dejando que se cayera el sistema energético. Lo que la gente dejaba de pagar por la cuenta de luz, lo destinaba a pagar la cuota del celular y los ejemplos al respecto pueden seguir.

Supongamos que vendo mi casa y el auto y me voy 1 año de viaje por Europa disfrutando de los mejores hoteles, restaurantes y comodidades. Cuando se me acaba la plata vuelvo a la Argentina y no tengo dónde ir a vivir, no tengo auto y encima me tengo que poner a trabajar. ¿Estaba mejor cuándo estaba en Europa? Obvio, lo que no cuento es cómo financié ese viaje y la ficción que fue vivir sin trabajar durante un año. Eso es lo que hizo el kircherismo. Reventó el stock de capital acumulado, además de destruir impositivamente a un sector de la sociedad, para financiar una fiesta de consumo artificial. Entonces ahora puede ser que algún despistado diga que antes estábamos mejor, lo que no dice es que esa forma de consumir no era sostenible en el tiempo. Que recurrieron a una gran ficción y que si hubiese ganado las elecciones el kirchnerismo o Cristina Fernández hubiese seguido en el poder, estaríamos peor que ahora (ver el caso Venezuela con el chavismo) y camino a una sistema cada vez más autoritario. La Argentina hubiese sido un calco de lo que describe von Hayek en Camino de Servidumbre.

De manera que si bien es cierto que con el kirchnerismo Argentina era una fiesta, era una fiesta que no podía seguir eternamente. Me parece que esto es lo que le falta explicar a la gente de Cambiemos. Transmitir con sencillez porque la gente cree que antes se vivía mejor que ahora.

De lo anterior no se desprende que yo coincida con la política económica del macrismo. Si bien el macrismo quitó las medidas económicas más guarangas que había dejado el kirchnerismo, como el cepo, la deuda con los holdouts, los controles de precios, etc., claramente no se animó ni a corregir los precios relativos (sigue regulando el tipo de cambio vía la tasa de interés), ni a hacer una reforma impositiva de fondo, ni a encarar una reforma del estado, ni a proponer una reforma laboral. Obviamente que no estoy diciendo que todas estas medidas estructurales tendría que haberse hecho en los casi 11 meses que lleva el macrismo en el poder, pero tampoco quedarse paralizados o incluso profundizar las medidas k como cuando funcionarios del gobierno se enorgullecen de que ahora hay más planes sociales que en la era k.

Mi punto es que hoy estamos peor que en la era k porque la era k fue una ficción de consumo, pero podríamos estar no tan mal si Macri hubiese elegido otro camino que el progresismo por el que optó.

Acá hay un dato que es relevante que el gobierno no quiere hacerse cargo que es que a Macri le vendieron el cuento de que es posible esquivar cualquier reforma y baja del gasto público. Le vendieron que por un efecto mágico la economía va a crecer y, por lo tanto, el gasto público va a disminuir su peso sobre el sector privado. Nada indica que ese efecto mágico vaya a producirse. Este gasto público aplasta y asfixia al sector privado sin dejarlo producir. Recordemos que la contrapartida del gasto público es la carga impositiva, el endeudamiento interno que genera el desplazamiento del sector privado del mercado crediticio, el endeudamiento externo que hace caer el tipo de cambio real afectando las exportaciones o la emisión monetaria que produce inflación.

Por ejemplo, lo que podría hacer el gobierno es, en vez de tomar deuda para financiar el déficit fiscal o hacer obras públicas, tomar deuda para financiar las indemnizaciones del sector público y reducir la enorme planta de personal. Baja el gasto y puede reducir la presión impositiva. La menor presión impositiva es un ingrediente para crecer y con el crecimiento de largo plazo se paga la deuda tomada para financiar la reducción del empleo público que dejó el kirchnerismo.

Respecto a los planes sociales, se puede utilizar la plata de fútbol para todos y algunos programas más para financiar escuelas de artes y oficios que podrán ser manejadas por las parroquias de cada barrio. Hoy en día faltan carpinteros, gasistas, electricistas y mil oficios más para las cuales podrían calificar quienes hoy reciben planes sociales. Una vez terminado el curso, podría ganarse la vida y el estado en menos de un año empezar a recortar la ayuda que los contribuyentes le brindan a quienes reciben un subsidio. El que vive sin trabajar empieza a generar riqueza con su trabajo y el contribuyente puede consumir más o ahorrar más por la menor carga tributaria que tiene que soportar. Todos mejoran su nivel de vida, salvo el que vivía de un subsidio si es que no le gusta trabajar.

Volviendo al tema de la deuda, a mí entender es mucho más lógico endeudarse para sanear el sector público y mejorar los flujos futuros de ingresos y egresos que endeudarse para seguir sosteniendo un estado que no le sirve a nadie.

Acá lo primordial es atraer inversiones para absorber la mano de obra que anualmente se incorpora al mercado laboral. Además hay que generar puestos de trabajo para los que viven de subsidios. Unos conseguirán mantenerse con los oficios que aprendan y otros podrán ir a trabajar al sector privado al igual que los empleados públicos.

Argentina necesita crear las condiciones institucionales necesarias para tener una tasa de inversión del orden del 30% del PBI de manera de crear los puestos de trabajo necesarios para solucionar el problema de flujo (jóvenes que anualmente se incorporan al mercado laboral) y stocks (gente que vive de subsidios y empleo público).

En síntesis, si uno dice que en la era k estábamos mejor, está diciendo una verdad a medias porque no aclara que era una ficción. Por otro lado, parte de la mala situación que hoy vive la gente es herencia del desastre que dejó el kircherismo, pero claramente podríamos estar mucho mejor si el gobierno dejara esa tendencia progre y se pusiera en serio a cambiar las reglas de juego para lograr esa inversión necesaria para crear puestos de trabajo.

Mientras tanto es obvio que no vamos a estar como estábamos en la fiesta populista k, pero se puede cambiar el rumbo sin dejar a la gente abandonada. El tema es dejar esa manía progre por la cual el estado “cuida” a la gente y empezar a liberar a la gente de las ataduras que le impone el estado para que la gente pueda desarrollar su capacidad de innovación.

Solo cuando se animen a empezar a bajar gasto público y a reducir la carga tributaria, la economía comenzará a transitar una senda de crecimiento de largo plazo y entonces, seguramente con el tiempo, se podrá afirmar que estamos mejor que con el kirchnerismo, pero en serio y no en forma artificial como en la era k.

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE

Estado violador en nombre de la solidaridad

Por Roberto H. Cachanosky. Publicado el 10/4/16 en: http://economiaparatodos.net/estado-violador-en-nombre-de-la-solidaridad/

 

El enemigo más peligroso para una persona y una sociedad que quiere ser libre es el estado, porque el estado tiene el monopolio de la fuerza

Con mucha habilidad, buena parte de la dirigencia política ha convencido a la población que son ellos los que tienen el monopolio de la solidaridad. El resto de los seres humanos que no pertenecemos al mundo de la política no tenemos ese don divino de ser solidarios y preocuparnos por el prójimo. Solo unos pocos elegidos, que son ellos, tienen esa sensibilidad especial de querer ayudar a la gente.

Vendido este argumento, el paso siguiente es que el estado, es decir la dirigencia política, tiene que tener a su cargo lo que se conoce como ayuda social que se traduce en los llamados planes sociales. Ellos decidirán, gracias a la asistencia del Espíritu Santo, a quién corresponde “ayudar” y a quién no. Se ha montado, de esta manera, un gran aparato estatal repleto de reparticiones públicas con nombres que reflejan la solidaridad de los iluminados dirigentes políticos que administran miles de millones de dólares.

Bajo este concepto, la democracia se ha transformado en una gran competencia populista en la cual los políticos se esfuerzan por formular la mayor cantidad de promesas de repartir dinero ajeno. La idea de trabajo, esfuerzo, iniciativa individual, desarrollar la capacidad de innovación y todo lo que tenga que ver con la superación personal no existe en el vocabulario de la competencia electoral. Lo que predomina es el discurso que la gente tiene derecho a que otro le pague la vivienda, le otorgue un subsidio, lo proteja de la competencia de otros productores y cosas por el estilo. Obviamente, con esta oferta electoral y una demanda de populismo feroz por la pérdida de los valores que hicieron grande a la Argentina a fines del siglo XIX, la necesidad de un estado cada vez más grande es inevitable. Como también es inevitable que un estado cada vez más grande necesite de una creciente cantidad de recursos, me refiero a recursos impositivos. Si éstos no alcanzan se recurrirá al impuesto inflacionario.

Ahora bien, la carrera populista tiene como contrapartida una carrera por recaudar cada vez más impuestos. El primer paso para generar más ingresos tributarios consiste en incrementar las alícuotas de los mismos. Luego se procede a inventar nuevas gabelas. En general esos nuevos tributos tienen la característica de poder aplicarse solo violando los más elementales derechos individuales. Es decir, para poder recaudar los cada vez más complejos impuestos que se establecen, se violan derechos elementales de los ciudadanos. Por ejemplo, cualquiera que tenga una cuenta corriente bancaria podrá ver cómo el estado mete mano en nuestras cuentas, que es lo mismo que si metiera la mano en nuestro bolsillo para cobrar ingresos brutos, el IVA o lo que sea. Inclusive se ha creada la nefasta figura del agente de retención, con lo cual el banco, sin nuestra autorización, mete mano en nuestras cuentas para transferirle el dinero al estado. En nombre de la “solidaridad” social nos meten la mano en el bolsillo como si nada.

Veamos otro ejemplo. Hace rato que la AFIP exige que algunos contribuyentes emitamos facturas electrónicas, facturas que se emiten ingresando al sitio de la AFIP y registrando desde ese sitio la facturación correspondiente. En poco tiempo más todos tendrán que emitir facturas electrónicas, es decir hacerlo vía la AFIP.

Ahora bien, se sabe que una factura es correspondencia privada. Una persona le emite a otra una factura por la venta de algún producto o servicio. Son papeles privados. El artículo 18 de la Constitución Nacional establece lo siguiente: El domicilio es inviolable, como también la correspondencia epistolar y los papeles privados. Es decir, siendo que las facturas que emite cada uno son papeles privados, el estado no debería obligar a la gente a emitir facturas electrónicas usando el sitio de la AFIP porque el estado se estaría metiendo con los papeles privados, algo que está prohibido por la constitución. Sin embargo, aún aquellos que son más moderados en sus propuestas populistas y dicen defender el sistema republicano, aceptan este tipo de violaciones a los derechos individuales en nombre de la “santa” recaudación. Si por alguna razón una repartición del estado tuviera que ver los papeles privados de alguien, debería ser un juez, y con causa fundada, el que podría ordenar que una persona muestre sus papeles privados.

Al punto al que quiero llegar es que hemos aceptado que el estado, en nombre de la recaudación tributaria, pueda comportarse como un autócrata sin respetar la privacidad de las personas ni su propiedad. El fascismo ha calado tan hondo en los valores de la sociedad argentina que hasta se ve como natural que el estado tenga la potestad de violar la Constitución Nacional para poder recaudar y controlar más a la gente. La obsesión fascista por controlar a la gente justifica cualquier disparate. Insisto, hasta gente que uno considera bien intencionada, ven con toda normalidad que el estado no tenga que recurrir a un juez para pedir los papeles privados de una persona y se sienta con derecho a controlar a la gente online al más puro estilo nazi fascista.

No nos equivoquemos, el enemigo más peligroso de una persona no es el delincuente común, porque de ese delincuente una persona puede llegar a defenderse. El enemigo más peligroso para una persona y una sociedad que quiere ser libre es el estado, porque el estado tiene el monopolio de la fuerza. Ese monopolio de la fuerza que se le delegó para defender los derechos individuales. No en vano Hayek tituló su famoso libro Camino de Servidumbre. El veía que el estado iba avanzando cada vez más sobre los derechos individuales hasta destruir una sociedad libre y transformar a los ciudadanos en siervos del gobierno.

En síntesis, en nombre de ese monopolio de la solidaridad que nos han vendido los políticos que solo ellos tienen, los derechos de las personas son violados por doble vía. Por un lado, se le dice a una parte de la sociedad que tiene la obligación de mantener a otra persona para que viva sin trabaja o que solo puede comprarle un producto de mala calidad y a un precio alto a determinados sectores protegidos por el estado. Y luego, para sostener ese aparato de redistribución y populismo el estado viola los derechos individuales instaurando un sistema fascista de control de la vida de las personas en nombre de la santa recaudación necesaria para “cumplir” con parte de las promesas formuladas durante la competencia populista en que se ha convertido la democracia.

A muchos los podrá parecer normal y justificable que el estado se meta así en nuestra vida. Personalmente creo que en esta violación a los más elementales derechos individuales puede encontrarse la decadencia económica argentina.

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE

IDEAS LIBERALES: ¿QUÉ PASA? (Escrito en el 2008. Sigue vigente, y seguirá vigente por laaaaaaaaaaaaaaaaaargo tiempo…………………………………………………………….)

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 21/2/16 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2016/02/ideas-liberales-que-pasa-escrito-en-el.html

 

IDEAS LIBERALES: ¿QUÉ PASA?

Esto fue escrito en Diciembre de 2008 para una think tank liberal argentino que, oh casualidad, se quedó sin fuentes de financiamiento, y publicado en una revista on line que nadie leía y que ya ni siquiera se encuentra. Je je.

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La crisis financiera internacional ha sido ocasión de diversos temas. Uno de ellos es el tema de las ideas liberales y su abrumador fracaso en cuanto a su masiva aceptación.

Hasta el 2001, al menos en apariencia, los ataques de estatismo y populismo parecían ser privativos, comprensiblemente, de América Latina, mientras que los EEUU parecían conservar ciertos principios. Al menos en apariencias y en formas, porque no desconocemos lo que los libertarios piensan sobre los EEUU, y, en cierta medida, aunque con prevenciones “epistemológicas”, lo compartimos.

Pero la crisis financiera actual, sumada a la crisis de todo el gobierno de Bush en su conjunto, parece presentar otro panorama. Por un lado ha sido una buena oportunidad para hablar de la teoría Austríaca del ciclo económico. Pero, por el otro lado, no es eso lo que trasciende a la opinión pública. La supina ignorancia de “la economía en una lección” se ha revelado trágicamente, desde los más altos candidatos y funcionarios de los EEUU para abajo, agregando a ello la situación en Europa. Ya no es cuestión sólo del “rescate financiero” y las protestas contra “la avaricia de Wall Street”, sino de la estatización de toda la industria automovilística si fuera necesario. O al menos, se está debatiendo, y eso ya es grave. Después dicen algunos que la predicción del “camino de servidumbre”, de Hayek, no se cumple. Y, por supuesto, los Chávez, los Kirchners, los Correas, fascinados. En medio de este panorama, uno se pregunta, ¿qué pasa? El liberalismo, la economía de mercado, ¿es políticamente imposible?

Hay muchos temas que tratar allí. Temas que, a veces, cierta ingenuidad racionalista de nuestros ambientes no nos permite ver con claridad. La distinción, por ejemplo, entre ideas y creencias de Ortega, o el profundo análisis de los horizontes de precomprensión por parte de Gadamer. Esto es, las creencias culturales de fondo son algo más sutil y poderoso de lo que suponemos, para bien y para mal. Mises siempre advirtió sobre lo decisivo de la opinión pública, uno de los tantos temas de su olvidada filosofía política.

Otro tema, relacionado con el anterior, es el racionalismo actitudinal en el modo de difusión cultural que predomina en nuestros ambientes. Los pocos que aceptamos al mercado y a las libertades individuales seguimos teniendo a la clase y al libro como el estilo narrativo por excelencia. Nos llamamos por teléfono, a las 12 de la noche, avisándonos que Adam Resucitado Smith está hablando muy racionalmente por televisión, en un programa filmado como clase, que no ven ni los invitados. O sea, seguiremos siendo pocos. Mientras tanto la izquierda hace películas, escribe novelas, mueve los corazones. Todo un tema. Ni siquiera lo hemos tratado. Son sólo los títulos.

Otro tema. El liberalismo, como orden espontáneo, es contra-intuitivo. Carlos Sabino lo ha explicado con claridad en su autobiografía pero no le terminamos de creer. Arrojados a nuestro “conocimiento disperso”, llamamos a un jefe, no a Hayek. La comprensión intelectual del orden espontáneo, más la aceptación vital de sus consecuencias, no es espontánea. Las personas habitan sin saberlo un largo proceso evolutivo que ha llevado a ciertas normas universales y generales para todos, y puede llevar poco tiempo des-habitarlas. Las masas se revelan, dando por obvio lo que es casi un milagro. Son fácilmente manipulables. Ortega también lo explicó, pero lo hemos leído más que comprendido. Pero, de vuelta, esto es sólo el comienzo. No estamos siquiera desarrollando el tema.

Pero hay un punto, sí, que quisiera “explicar”. Más o menos desde hace cuatro o cinco décadas, prestigiosas instituciones, en EEUU y luego en casi todo el mundo, difunden las ideas liberales. Comenzando por la FEE, pasando por el Mises Institute, y todos los institutos pro-mercado de Europa, América Latina y muchos otros lugares, todos realizan, heroicamente muchas veces, cursos, cursos y más cursos, todos los años. No hay más que abrir la página web de la Atlas Foundation como para pensar que el mundo realmente está cambiando o no puede no cambiar a favor de nuestras ideas. Las cifras de los alumnos que pasan por esos cursos son realmente significativas.

Dejemos de lado entonces, por un momento, los otros temas. Todos los años, hace ya muchos años, miles de jóvenes, llamados a ser los dirigentes del mañana, conocen y han conocido muy bien a Mises, Hayek, Rothbard, etc. La pregunta es, ¿qué pasa después? ¿Dónde están? ¿Qué ha sido de ellos?

La cuestión no es tan difícil. Los sistemas, los paradigmas, generan sus propios anticuerpos contra esos organismos extraños. Los grupos de presión, los parlamentos, el sistema político, las universidades y los medios de comunicación, generan sus propios incentivos y pagan muy bien a quienes piensan como lo que permite sobrevivir al sistema. Mientras tanto, el que a los 25 años fue a la Mises University y se leyó todos los libros de Mises y Rothbard, más tarde tuvo que trabajar, vivir, sostener a una familia y lograr sanas y legítimas aspiraciones. Fue contratado por la Lobby Motor Company, con importantes contactos en Washington, y el cursillo hecho en su juventud desapareció misteriosamente de su curriculum vitae. Parecemos no darnos cuenta, pero multipliquen los ejemplos, hagan los paralelismos locales, y es la historia de muchos, por no decir, de la mayoría.

Frente a esto, hay dos cosas que se podrían hacer.

Una es la participación en los partidos políticos existentes, al menos en sus cuadros técnicos. Sí, es difícil, los incentivos son pocos, pero si a eso agregamos un discurso libertario que demoniza la vida política, se produce la paradoja del movimiento antisistema, que quiera cambiar las cosas, pero desde afuera. O mejor dicho, desde un “no lugar político”. Ello termina en la tentación revolucionaria violenta (que se puede leer entre líneas en algunos discursos libertarios) o en auto-ostracismos intelectuales que conducen a autismos culturales que obviamente conducen a nuestras ideas a un cono de inexistencia absoluta.

Pero otra forma es generar ideas. No porque ello necesariamente de resultado, pero sí porque, si leemos bien a Ortega, a Julián Marías, a Heidegger o a Gadamer, el presente histórico tiene al pasado como constitutivo, y ese pasado son ideas que luego se convirtieron en creencias. Lo reiteraremos hacia el final.

Pero para ello, entonces, hay que seguir generando ideas. Y allí también estamos muy mal. Se demandan, como mucho, institutos de public policy, pero se desconoce que es la teoría el origen último de la praxis. Cuesta mucho explicar qué es un instituto de investigación de ideas, de temas teoréticos, superando, y no repitiendo, a los autores más renombrados. Las vocaciones por investigación pura, en ciencias sociales, ya son pocas, pero si a eso agregamos los pocos incentivos salariales, la situación es aún cuasi milagrosa, casi como para que un randiano se haga creyente. Lo que queremos decir es que, al lado de ese panorama, ya son muchos los pensadores liberales que, en universidades o fundaciones, se dedican a la investigación. Pero todos esos esfuerzos resultan siempre casi nada en comparación con los recursos utilizados y derivados hacia el estado, hacia sus grupos de presión, hacia sus empresas protegidas, hacia las universidades voceras de estatismo planificador, hacia los medios de comunicación que recrean permanentemente las creencias estatistas dominantes.

Para compensar semejante desproporción, hay que comenzar a cambiar ciertas creencias, muy expandidas sobre todo en aquellos que deberían sostener económicamente la investigación pura:

  1. a) la creencia de que la producción de ideas no es trabajo ni requiere disciplina. Nunca olvidaré la anécdota de un profesor full time de comunicación social, a quienes sus suegros, renombrados profesionales en otras áreas, veían de vez en cuando en su escritorio de su universidad. Obviamente, estaba estudiando, escribiendo y preparando ponencias y clases. Pero cada tanto su esposa se enfrentaba con esta preguntita: “¿tu marido se pasa el día leyendo? ¿No trabaja?”. No se tiene idea el trabajo inmenso y la disciplina férrea que requiere la tarea intelectual académica. Yo puedo comenzar un paper diciendo “Popper nunca trabajó el tema del libre albedrío en Santo Tomás. Sin embargo……”. ¿Cuándo “me costó” esa primera oración? Sencillamente toda la vida, o al menos, el tiempo que hube de estudiar detenidamente toda la obra de Popper. No es fruto del tiempo libre en domingo, no es fruto de libros que se venden “para leer en la playa”. Es fruto de estudios largos e intensos, que requieren toda una vida de dedicación. De esa dedicación salen los grandes clásicos del liberalismo. No son fruto de una tarde de inspiración.
  1. b) La creencia de que todo depende de genios que hacen lo humanamente imposible. Ello implica abandonar el futuro de las ideas liberales a milagros que surgen muy de vez en cuando. Por ejemplo Mises, que aún no sabemos bien cómo hizo para escribir sus grandes obras, al menos hasta 1934. Como siempre pregunto, ¿es que son todos tan creyentes en que tales milagros se seguirán repitiendo? Si eso es la fe, entonces soy agnóstico….
  1. c) La creencia de que la investigación pura no es rentable. No es rentable a corto plazo, claro. Hay “procesos de producción más largos” (Escuela Austríaca 101) que requieren una mayor preferencia temporal por el futuro, donde finalmente el prestigio, acumulado tras largos años de labor, va atrayendo, lentamente, los buenos alumnos, los convenios internacionales, etc. Aquello con lo que a veces se quiere comenzar falsamente desde el principio.
  1. d) La creencia de que la investigación pura no tiene consecuencias prácticas. Falso de vuelta: no la tiene a corto plazo, pero a mediano y largo, las public policy terminan influidas por aquellos que leen las ideas básicas. Al día siguiente de ser publicados, la influencia pública de La riqueza de las Naciones de Smith, El Capital de Marx o la Teoría General de Keynes era aún nula, pero luego cambiaron el mundo. Y, nuevamente, vamos muy mal si a los futuros Mises o Hayeks, que pueden tener en este momento 20 años, se les da una palmadita en la espalda y una amable recomendación de que, mejor, estudien “algo práctico”.

Pero, ¿no contradice todo esto la anterior recomendación de dedicarse también a la política, a diversas expresiones culturales y a los medios de comunicación? No: en esos ámbitos actúan los eslabones entre las ideas puras y las creencias de la opinión pública. Pero si no está el ámbito de producción de ideas puras, el eslabón estará tan sumergido en las creencias de la opinión pública como esta última y, como habitualmente sucede, el círculo será vicioso, no virtuoso.

Nada asegura que el liberalismo necesariamente tenga futuro ni que lo que estoy diciendo necesariamente resulte. Pero, si el liberalismo tuviera un futuro, el futuro –como han explicado hasta el cansancio autores como Ortega, Julián Marías, Gadamer-, cuando sea presente, estará constituido por lo que se hizo en el pasado: eso es la historicidad. O sea, para que haya un futuro, tenemos que comenzar a hacerlo hoy. Y para hacerlo hoy, tenemos que comenzar a romper ciertas creencias que nos están condenando a un futuro de servidumbre, a un “camino de servidumbre”.

 

La pregunta es: ¿lo estamos haciendo?

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

 

El autoritarismo contable de la segunda vuelta

Por José Benegas: Publicado el 11/10/15 en: http://josebenegas.com/2015/10/11/el-autoritarismo-contable-de-la-segunda-vuelta/

 

La segunda vuelta electoral parte de un supuesto falso desde el punto de vista de lo que se considera actualmente como el parámetro de legitimación por excelencia, que es el bien de los gobernados. Este supuesto es que un país necesita un gobierno con capacidad de hacer lo que quiere hacer, de acuerdo a la última versión del humor político general.

No se entiende que el estado es poder y que el estatismo es autoritarismo, por lo tanto tampoco se entiende que eso de la “gobernabilidad” es un valor para el pensamiento despótico, no  para el republicano. Ni se entiende, ni se enseña, por eso cuando escucho que todo se solucionará con educación y veo alejarse a la sociedad de los objetivos que planteaban Jefferson o Sarmiento de instruir sobre la nueva institucionalidad de la libertad y sus condiciones, me alarma tanta inconsciencia sobre lo que se está diciendo.

Montesquieu y los Padres Fundadores en los Estados Unidos imaginaban a las ramas del gobierno compitiendo entre si. No había necesidad de que una de ellas “ganara” ninguna contienda, sino de que se controlaran entre unas a otras. El destino de un país no depende de una política sino de las instituciones y de la ley, no entendida como mera voluntad legislativa sino como los principios de derecho que parten de la libertad individual. Esa es la función del gobierno, las variantes en cuestiones de administración e inversión del gasto limitado del estado de acuerdo a criterios de distintas facciones, son contingentes. Si el partido A las puede llevar adelante o no, no importa al interés general. Hará acuerdos o tal vez no los logre y un determinado gobierno se vaya sin haber conseguido lo que quería hacer. No tiene ninguna importancia y si eso es producto de que no ha logrado convencer a suficiente gente así debe ser.

No existe ningún problema con un gobierno “débil”, en tanto no lo es nunca para hacer cumplir la ley. Lo puede ser en todo caso respecto de sus propósitos políticos particulares, pero no para aquello establecido en la Constitución que se resume en la defensa de los ciudadanos.

Se que me van a decir que esto es sólo la versión liberal (si tienen quemado el cerebro me dirán “neoliberal”) de la república. Por supuesto que lo es. El asunto es este, que tampoco quieren asumir: si un gobierno no se sostiene en principios liberales, lo hace en principios autoritarios. No hay búsqueda de mayoría artificial si no se cree que la sociedad tiene un “conductor” que tiene que tener capacidad para llevarla como si fuéramos todos súbditos. Es la visión del gobierno como central en la vida del país, opuesta a la de aquellos que sabiamente lo dividieron por quererlo limitado, la que se preocupa por la falta de apoyo de quién administra al estado. Por el contrario si pensamos que la sociedad se conduce básicamente por contratos y por una vida privada libre y que el gobierno está para determinadas cosas, el problema de un gobierno minoritario no importa, en cambio alarma el deseo de muchos de convertirlo en mayoritario cuando no lo es.

¿No hay alternativa? Bueno, un gobierno un poquito autoritario es un gobierno que es dueño un poquito de las libertades de los individuos. Yo diría que éstos están un poco perdidos porque con los recursos y poder del gobierno y los dilemas que describe Hayek en Camino de Servidumbre, una vez que se inicia ese camino es difícil volver atrás.

Pero hay algo más, que desarrollo en mi libro 10 Ideas Falsas que favorecen a sus víctimas. Las dictaduras del siglo XXI en las mentes de sus víctimas. Esto es que el andamiaje institucional político de la división de poderes sólo tiene sentido para preservar la libertad individual de la libertad del gobierno (su “gobernabilidad”) . Se trata de un corset, de unas reglas que entorpecen la consecución de los deseos del gobernante. El día que nos convencieron de que el país fluye si el gobierno goza de “gobernabilidad”, es el día en que nos hicieron comprar el autoritarismo siendo sus víctimas, no sus beneficiarios, aún cuando la cosa siempre se presentará como de vida o muerte para nosotros.

La trampa consiste en convencer (se enseña en los colegios y las universidades) de que la “democracia” requiere un gobierno que tenga fuerza suficiente, para no ser entorpecido por la división de poderes. Se le asigna un papel vindicativo y todo vengador necesita una espada grande. Así como suena y en la misma línea va lo de las segundas vueltas para que una minoría se convierta en mayoría con tirabuzón. Está implícito en el razonamiento que los votos hacen al mandamás menos vulnerable a las críticas, las decisiones desfavorables en el Congreso y los fallos adversos. Los gobiernos necesitan, nos dicen, una credencial pesada para no tener que discutir tanto y hacer lo que pensaban hacer. Este es un pensamiento puramente anti institucional y autoritario. Se lo disfrazará de paternalismo, por supuesto.

Ni los gobiernos mayoritarios ni los minoritarios deben estar habilitados para hacer cualquier cosa. O por lo menos a esa habilitación no se le debe dar tinte de ningún tipo de santidad, es la vieja ansia de unos por someter a los otros. Pero hacer de las minorías mayorías por medio del balotaje, es una directa apuesta al sentido despótico del poder. Si pensamos que eso es lo mejor, obligar a la gente a elegir entre los que otros eligieron para que las matemáticas unjan a un favorito en nombre de todos, entonces deberíamos acabar con la farsa republicana y otorgarle el consagrado el poder absoluto. Más gobernabilidad que esa no se puede tener.

Esto con independencia de que en un sistema totalmente desquiciado puede ocurrir que una banda criminal tenga la primera minoría y la segunda vuelta sea el método se sacársela de encima porque todo lo demás falló, no se quiso usar o los contendientes prefieren negar que están frente a un grupo fuera de la ley y hacerse cargo de eso. La segunda vuelta en sí, es una aberración.

 

José Benegas es abogado, periodista, consultor político, obtuvo el segundo premio del Concurso Caminos de la Libertad de TV Azteca México y diversas menciones honoríficas. Autor de Seamos Libres, apuntes para volver a vivir en Libertad (Unión Editorial 2013). Conduce Esta Lengua es Mía por FM Identidad, es columnista de Infobae.com. Es graduado del programa Master en economía y ciencias políticas de ESEADE.

 

LA PARADOJA DE LAS IDEAS

Por Alberto Benegas Lynch (h).

 

Resulta paradójico en verdad que se diga que la suficiente difusión de las buenas ideas son el único camino para retomar un camino de cordura y, sin embargo, se concluye que es altamente inconveniente pretender expresarlas ante multitudes. Parecería que estamos frente a un callejón sin salida, pero, mirado de cerca, este derrotismo es solo aparente.

 

Muchas han  sido las obras que directa o indirectamente aluden a este fenómeno. Tal vez las más conocidas sean The Loney Crowd de David Reisman, The Courage to Create de Rollo May, La rebelión de las masas de Ortega, la horripilante antiutopía de Huxley (especialmente en su versión revisada) y,  sobre todo, La psicología de las multitudes de Gustave Le Bon.

 

Ortega escribe en el prólogo para franceses de la obra mencionada, (once años después de publicada) que “mi trabajo es oscura labor subterránea de minero. La misión del intelectual es, en cierto modo, opuesta a la del político. La obra intelectual aspira, con frecuencia en vano, a aclarar un poco las cosas, mientras que el político suele, por el contrario, consistir en confundirlas más de lo que estaban” y en el cuerpo del libro precisa que en el hombre masa “no hay protagonistas, hay coro” y en el apartado titulado “El mayor peligro, el Estado” concluye que “El resultado de esta tendencia será fatal. La espontaneidad social quedará violentada una vez y otra por la intervención del Estado; ninguna nueva simiente podrá fructificar. La sociedad tendrá que vivir para el Estado; el hombre, para la máquina del Gobierno”.

 

Po su parte, Le Bon -autor también de La psicología del socialismo sistema al cual tendería el poder de las muchedumbres y La civilización de los árabes donde pone de manifiesto las extraordinarias contribuciones que en su momento realizó esa civilización en cuanto a tolerancia religiosa, derecho, medicina, arquitectura, economía, música, filosofía y gastronomía- en el trabajo citado sobre las multitudes afirma que “las transformaciones importantes en que se opera realmente un cambio de civilización, son aquellas realizadas en las ideas” pero que, al mismo tiempo, “poco aptas para el razonamiento, las multitudes son, por el contrario, muy aptas para la acción” y, en general, “solo tienen poder para destruir” puesto que “cuando el edificio de una civilización está ya carcomido, las muchedumbres son siempre las que determinan el hundimiento” ya que “en las muchedumbres lo que se acumula no es el talento sino la estupidez”.

 

Entonces, como enfrentar la disyuntiva. Los problemas sociales se resuelven si se entienden y comparte las ideas y los fundamentos de la sociedad abierta pero frente a las multitudes la respuesta no solo es negativa porque la agitación presente en las muchedumbres no permite digerir aquellas ideas, sino que necesariamente el discurso dirigido a esas audiencias demanda buscar el mínimo común denominador lo cual baja al sótano de las pasiones. Como explica Ortega en la obra referida, “el hombre-masa ve en el Estado un poder anónimo y como él se siente a si mismo anónimo -vulgo- cree que el Estado es cosa suya” y lo mismo señala Hayek en Camino de servidumbre en el capítulo titulado “Porqué los peores se ponen a la cabeza”.

 

Desde luego que, como hemos apuntado en otras ocasiones, la paradoja no se resuelve repitiendo los mismos procedimientos puesto que naturalmente los resultados serán los mismos. El asunto es despejar telarañas mentales y proponer otros caminos para consolidar la democracia y no permitir que degenere el cleptocracias como viene ocurriendo de un largo tiempo a esta parte.

 

En este sentido, hemos tomado las ideas de varios intelectuales de fuste que sugieren adoptar diversos métodos a través de los cuales se agregan vallas de peso para limitar el poder. Si lo sugerido no se acepta deben adoptarse otras medidas pero no quedarse de brazos cruzados esperando magias de la más baja estofa. Uno de los puntos que hemos reiterado es la propuesta de Montesquieu en el capítulo segundo del libro segundo de su El espíritu de las leyes donde escribe que “el sufragio por sorteo está en la índole de la democracia” a lo que puede añadirse con provecho la idea propuesta por Edmund Randolph y Elbridge Gerry en la Convención Constituyente estadounidense en cuanto al establecimiento de un triunvirato en el Poder Ejecutivo con lo que, además de los incentivos que genera el sorteo para que se limite el poder (ya que cualquiera que se postule puede eventualmente acceder al cargo), desaparecen en esta área los discursos demagógicos de energúmenos gritones, enojados y transpirados dirigidos a multitudes vociferantes y el se abrirían espacios adicionales para que el debate de ideas se circunscriba a audiencias interesadas en mejorar la marca y no en corear lugares comunes alejados de la excelencia.

 

La perfección no está al alcance de los mortales, de lo que se trata en esta instancia del proceso electoral es minimizar los desbordes del Leviatán. Tal como ha dicho John  Stuart Mill “toda buena idea pasa por tres etapas: la ridiculización, la discusión y la adopción” el asunto es no tener miedo a lo “políticamente incorrecto” y actuar conforme a la honestidad intelectual y, desde luego, estar abierto a enmiendas pero no quedarse paralizado esperando un milagro para revertir los problemas que a todas luces son provocados por deficiencias institucionales que surgen  de incentivos perversos en cuanto a coaliciones y alianzas que desnaturalizan  la idea original de proteger derechos de la gente.

 

Hay quienes en vista de este panorama la emprenden irresponsablemente contra la democracia sin percatarse que en esta etapa cultural la alternativa a la democracia es la dictadura con lo que la prepotencia se arroga un papel avasallador y se liquidan las pocas garantías a los derechos que quedan en pie. Confunden el ideal democrático cuyo eje central es el respeto de las mayorías por el derecho de las minorías, con lo que viene ocurriendo situación que nada tiene que ver con la democracia sino más bien con dictaduras electas.

Como también hemos subrayado antes, en  última instancia, los políticos son cazadores de votos (son cuasi megáfonos) por lo que están inhibidos de pronunciar discursos que los votantes no comprenden y, en  su caso, no comparten. Para abrirles un plafón  a los políticos al efecto de que puedan modificar la articulación de sus discursos, es menester trabajar sobre las ideas para que la opinión pública cambie la dirección de sus demandas, alejados de muchedumbres que exigen frases cortas y lugares comunes que no admiten razonamientos serios.

 

Y para fortalecer las ideas lo último que se necesita es un líder puesto que, precisamente, cada uno debe liderarse a sí mismo lo cual es completamente distinto de contar con ejemplos que es muy distinto por la emulación a que invitan no solo en el terreno de las ideas sino en todos los aspectos de la vida (esto a pesar de los múltiples cursos sobre liderazgo que, en el sentido de mandar y dirigir, están fuera de lugar, incluso en el mundo de los negocios donde se ha comprendido el valor de la dispersión del conocimiento y el daño que hace el énfasis en el verticalismo).

 

Para terminar, relato una anécdota al efecto de ilustrar lo que ocurre con una persona atenta a ideas distintas y, sobre todo, honesta intelectualmente. En una oportunidad cuando diserté en la Universidad de las Américas en Washington DC, como un anexo al programa de disertantes sobre economía y ciencia política, la embajada argentina pidió autorización para que hablara el agregado militar a esa embajada. Así, hizo uso de la palabra el general Jorge Martínez Quiroga quien se refirió al terrorismo en la Argentina.

 

Para mi sorpresa en su presentación no mencionó a los Montoneros. Luego de la disertación, en el período de preguntas, le dije a Ricardo Zinn, quien estaba sentado al lado mío, que no se podía dejar pasar esa grave omisión, con lo cual estuvo de acuerdo. Entonces pedí la palabra y le expresé al referido general que me llamaba la atención que no haya aludido a ese grupo terrorista, más habiendo asesinado a su camarada de armas el general Pedro Eugenio Aramburu. La respuesta fue muy insatisfactoria y plagada de ambigüedades, vacilaciones y nerviosismos. Luego del acto, el general Martínez Quiroga me llamó al efecto de mostrar su disgusto con mi reflexión pública y agregó que tenía expresas instrucciones del general Videla, entonces presidente de facto de la nación, de que no mencionara al peronismo en el contexto de la agresión terrorista de Montoneros (en esa breve y agitada conversación me percaté de sus ideas nacionalistas-estatistas).

 

Al tiempo, ya en la Argentina, curiosamente me invitó a almorzar el general Martínez Quiroga quien había sido designado Director de la Escuela de Defensa Nacional, almuerzo que se prolongó hasta bien entrada la tarde y que se repitió dos veces más. Llamativamente para mí, después de transcurridos unos meses del último almuerzo me designó profesor titular de economía en la institución que dirigía a la cual asistían civiles y militares, donde en el ejercicio de la cátedra tuve varias trifulcas con algunos participantes. A partir de esa época, el general Martínez Quiroga comenzó a asistir a todos los actos académicos de colación de grados en ESEADE al efecto de escuchar al profesor invitado de la ocasión y, más adelante, escribió un libro titulado El Poder que me envió con una muy afectuosa dedicatoria. En otros términos, una persona que venía de una tradición ubicada en las antípodas del liberalismo, fue modificando su pensamiento en una forma que puso de manifiesto su honestidad intelectual a pesar de verse comprometido en posturas contrarias a las que sustentaban sus jefes. Hablamos con él de los bochornosos e inaceptables procedimientos a que se recurrió en nuestro país en la lucha antiterrorista.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. En Administración. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer rector de ESEADE.

 

 

La inspiración nazi de la ley de abastecimiento

Por Roberto H. Cachanosky. Publicado el 17/8/14 en: http://economiaparatodos.net/la-inspiracion-nazi-de-la-ley-de-abastecimiento/

 

En nombre de la superioridad moral de un reducido grupo de personas, se lanzan leyes para someter al resto de la población

El destemplado discurso de CFK del jueves pasado es la consecuencia lógica de todo gobierno que, apostando a políticas populistas para concentrar poder absoluto, se encuentra con la inevitable crisis económica que produce descontento en la población y obliga al gobierno a tomar tendencias autoritarias. A ser más autoritario aún. Nada voy a agregar a lo que ya agregaron tantos autores que analizaron este fenómeno de los gobiernos populistas, aunque creo que Hayek, en Camino de Servidumbre, describe perfectamente el derrotero que siguen estos gobiernos. La misma Rebelión de Atlas de Ayn Rand parece escrita para la Argentina actual.

Lo concreto es que estos procesos populistas siempre terminan de la misma manera: con un estallido económico y creciente autoritarismo del gobierno de turno. La diferencia entre los populismos anteriores (salvo el de Perón de sus dos primeras presidencias) y el de los Kirchner, es que ambos, Néstor Kirchner y Cristina Fernández, le pasaron por encima a los más elementales derechos individuales. Sobrepasaron límites que otros presidentes no estuvieron dispuestos a sobrepasar y, por lo tanto,  el tiempo se les acortó más rápido que en esta era kirchnerista.

Pero el proceso es el siguiente. Todo populismo necesita del gasto público para ganar voluntades y tener más votos en las urnas. Esto los lleva a aumentar el gasto público y a tener déficit fiscal. El déficit fiscal más tarde o más temprano es financiando con emisión monetaria que conduce a un proceso inflacionario. Frente al proceso inflacionario el gobierno populista no baja el gasto porque sería contrario a sus necesidades políticas. Sigue con el déficit e intenta frenar la inflación con los típicos controles de precios.

Como la emisión continúa porque el gasto sigue superando los ingresos, el gobierno continúa incrementando el gasto para conformar a los empleados estatales, a los jubilados, a los que reciben subsidios y otros gastos. La inflación empuja el aumento del gasto público en términos nominales. Por supuesto que los impuestos también suben nominalmente, pero normalmente el populismo sube más el gasto que lo que recibe por impuestos.  Por eso es populismo, así que el proceso inflacionario continúa su curso y los controles de precios tienen que ser cada vez más agresivos. Es decir,  el gobierno es cada vez más autoritario.

Por otro lado, el populismo suele usar el tipo de cambio como ancla contra la inflación, es decir, dejan fijo el tipo de cambio mientras la inflación sigue su curso, con lo cual el tipo de cambio real cae y comienzan a producirse problemas en el sector externo. Se desestimulan las exportaciones y se estimulan las importaciones. En ese punto empiezan los controles a las importaciones y escasean los dólares, mientras el gobierno populista se desespera por no devaluar estableciendo todo tipo de controles de cambio.

Es más, el problema cambiario tiende a agravarse porque la gente, que ya advirtió que la inflación se acelera, se fuga del peso comprando dólares o bienes que les permitan defenderse del impuesto inflacionario. Se amplía la brecha cambiaria entre el dólar oficial, por el que se cursan exportaciones e importaciones, y el dólar marginal, negro o blue, como cada uno quiera llamarlo.

El aumento de la brecha cambiaria hace que aumente la sobrefacturación de importaciones y la subfacturación de exportaciones, agravando la situación del sector externo.

Por otro lado, como nadie quiere tener pesos porque se derriten por minuto en su poder de compra, las empresas prefieren no tener créditos a cobrar en la calle y optan, como corresponde, por sacrificar ventas y retener stocks para no perder su capital de trabajo. La mercadería y los insumos son refugio de valor y una defensa del capital de trabajo frente a la inflación. Por eso es que el gobierno quiere tener una ley que es pura violación de la Constitución Nacional y de los derechos individuales más elementales.

Esa famosa ley de abastecimiento que impulsa el gobierno tiene un claro objetivo. Sabe que los empresarios defienden su capital de trabajo con stocks, ya sea de mercaderías o de insumos. Lo que pretende el gobierno, en este camino hacia la dictadura, es financiar su populismo consumiendo el stock de capital del sector privado. Como el sector privado se va a negar a sacrificar su capital de trabajo, entonces quiere una ley para violar los derechos individuales y el derecho de propiedad. Amenazas de confiscar las mercaderías, meter preso a los empresarios, etc. al más puro estilo fascista, es lo que le queda para forzar una nueva fuente de financiamiento. Esta ley fascista de abastecimiento es una especie de cepo cambiario. El cepo cambiario pretende que la gente no pueda defenderse del deterioro del peso. Pusieron el cepo con la idea de que la gente pague más impuesto inflacionario. Con esta ley de abastecimiento quieren que las empresas no puedan defenderse del impuesto inflacionario y le financie el populismo al gobierno. Quieren obligarlas a vender sus stocks a precios que luego no pueden reponer por la inflación y con eso pierden su stock de capital.

Para eso necesitan ser cada vez más autoritarismo hasta llegar a la dictadura. El solo hecho de que el Estado puede aplicar una multa y que luego la empresa vaya a la justicia a reclamar es un ejemplo de violación del derecho a la defensa. Primero se dicta la sentencia de culpable sin juicio previo y luego que vayan a reclamarle a Magoya. Además las autoridades quedan facultadas para incautar, consignar y vender bienes y servicios sin juicio de expropiación. Esto y el nacionalsocialismo son la misma cosa. Un grupo de gente se cree superior al resto. El nazismo consideraba que había una raza que era superior a otra y había que exterminar y someter al resto. Aquí pasa lo mismo. Un grupo de personas se consideran que son iluminados. Seres superiores, que tienen el derecho de decidir qué hay que producir, cómo, en qué cantidad y a qué precio vender. Es decir, se creen una raza superior que deben mandonear al resto. Es un proyecto de ley de neto corte nazi, fascista y stalinista. El que tiene el monopolio de la fuerza se cree con derecho a violar todos los derechos individuales en nombre de su superioridad moral. Es la historia de las dictaduras.

Veremos hasta dónde llegan con esta ley, porque con ella no van a resolver el problema económico. Esto quiere decir que la gente estará económicamente peor y puede haber conflictividad social.  O bien el establecimiento de una dictadura lisa, llana y declarada abiertamente.

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE.

El neoliberalismo, el enemigo:

Por Roberto H. Cachanosky. Publicado el 15/1/14 en:  http://www.lanacion.com.ar/1655278-el-neoliberalismo-el-enemigo

 

En una de sus recientes matinales conferencias de prensa, el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, afirmó que «desde el neoliberalismo se pretende ajustar el salario de los trabajadores». Vaya uno a saber qué significa neoliberalismo, lo que siempre estudié es la corriente liberal que, por cierto, no se concentra en la economía sino en una serie de principios en el que el monopolio de la fuerza que se le delega al Estado es para defender el derecho a la vida, la propiedad y la libertad de las personas. El liberalismo se opone, justamente, a que los gobiernos utilicen ese monopolio de la fuerza contra los habitantes del país. En todo caso, Capitanich, que pasó por la Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas (Eseade), debería saber que el primer libro de Adam Smith se titula Teoría de los Sentimientos Morales, que el tratado de economía de Ludwig von Mises tiene como título La Acción Humana porque la economía es la ciencia de la acción humana o que una monumental obra de Friedrich Hayek se titula Derecho, Legislación y Libertad y otra anterior Constitution of Liberty, por no citar el famoso Camino de Servidumbre. Cito estos tres autores porque todo parece indicar que Capitanich se limita a identificar el liberalismo con la curva de oferta y demanda, cuando, justamente, los autores liberales concentraron su análisis en el marco institucional que debe imperar para que la economía pueda crecer y mejorar la calidad de vida de los habitantes en forma sustentable.

Formulada la aclaración sobre el fantasma del liberalismo que parece ver el Gobierno, según las palabras de Capitanich, la realidad es que es el propio Gobierno el que quiere limitar los aumentos salariales marcando máximos de un 18 o 20 por ciento anual.

Pero el problema es que durante todos estos años, el Gobierno actuó al revés de lo que indica una sana política económica, olvidando la ley de Say, que dice que la oferta crea su propia demanda. ¿Qué quiso decir Jean Baptiste Say en su famoso Tratado de economía política? Simplemente que «los productos, en última instancia se intercambian por otros productos» o, puesto de otra manera, antes de poder demandar bienes hay que haber producido otros bienes para intercambiarlos por los bienes deseados. Ejemplo, el panadero le compra al zapatero los zapatos gracias a que primero generó ingresos produciendo pan que le vendió al pintor, que a su vez ganó dinero pintando casas y con eso le compró pan al panadero. Y el dueño de la casa le pagó al pintor con los ingresos que generó fabricando trajes, que se los vendió al abogado que le compró el traje gracias a los ingresos que generó vendiendo sus servicios de abogado. Lo que nos dice Say, es que para poder demandar, primero hay que producir.

Es más, cuanto mayor stock de capital tenga la economía, mayor será la productividad y más bienes y servicios estarán a disposición de la gente, lo que implica que a mayor inversión, más oferta de bienes, precios más reducidos y salarios reales que crecen gracias al aumento de la productividad. Es en este punto en que se relacionan calidad institucional con inversiones y mejora en la calidad de vida de la gente.

Pero el kirchnerismo tomó otro camino. Forzó un consumo artificialmente alto que nada tenía que ver con la productividad de la economía (el stock de capital existente). Más bien se limitó a consumir el stock de capital que había para financiar un nivel de consumo artificialmente alto.

Como ya no queda gran stock de capital que el Estado pueda confiscar para financiar el consumo artificialmente alto que impulsó en todos estos años, además la tasa de inflación es asfixiante y genera malestar en la población, la presión impositiva es insoportable y el acceso al crédito está cerrado, Capitanich no tiene mejor idea que inventar un nuevo enemigo: el neoliberalismo, que en palabras del jefe de Gabinete, quiere ajustar los salarios, cuando en rigor, es el Gobierno el que está ajustando los salarios reales licuándolos con el impuesto inflacionario y no encuentra más stocks de capital y flujos de ingresos para confiscar y repartirlos para que la gente sostenga un nivel de consumo artificialmente alto.

Puesto en términos más sencillos, las palabras del jefe de Gabinete parecen confirmar que el Gobierno tiene miedo a decirle la verdad a la gente, esto es, que durante la famosa década ganada lo que se hizo fue forzar el consumo por encima de los bienes y servicios que realmente podía generar la economía, y ahora, como no puede decir que estuvo engañando a la población, inventa un enemigo fantasma: el temido neoliberalismo que nadie conoce, pero por lo que cuentan las voces oficialistas, parece ser un monstruo muy malo cuyo mayor placer es que la gente se muera de hambre por la calle.

Recordará el lector cuando la Presidenta decía que era bueno que las tarifas de los servicios públicos fueran baratas porque de esa forma la gente disponía de más dinero para consumir. Claro que nunca les avisó que a cambio del televisor, del celular o del electrodoméstico iba a tener cortes de luz por crisis energética, trenes que generan tragedias y rutas que están destrozadas. Y, encima, no hay plata para financiar el arreglo de toda esa destrucción de stock de capital. Ahora no hay ni más electrodomésticos ni luz.

Mi impresión es que esa desafortunada frase de Capintanich, «desde el neoliberalismo se pretende ajustar el salario de los trabajadores», esconde un problema mucho más profundo, que es que tienen miedo de decirle la verdad a la gente. ¿Cuál esa verdad que tiene miedo de decir? Que ya no hay más recursos para sostener la fiesta de consumo artificial. Tienen miedo de decirle a la gente que la engañaron durante un tiempo, pero ya no pueden engañar a todos todo el tiempo. No hay más plata para seguir con la borrachera de consumo que ellos mismos crearon.

Podrán inventar el enemigo del neoliberalismo, pero la realidad es que están por pagar el costo de haberse lanzado a un populismo desenfrenado. Simplemente llegó la hora de la verdad.

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE.